El tema del empleo para los universitarios y desde luego no solo para ellos, siempre ha sido un tema muy sensible en la sociedad mexicana. Desde los años ochenta en nuestro país se han presentado muchas crisis económicas que les ha afectado, una vez concluidos sus estudios de una carrera profesional, no sin grandes esfuerzos para un segmento de estudiantes, se cierne la incertidumbre sobre lo que seguirá después.
El temor es que se dejará el estatus de estudiante y ahora vendrá la dura prueba de encontrar un empleo con la remuneración esperada y acorde a la formación profesional que se escogió y fue recibida.
Desafortunadamente, no será el caso para la mayoría de los egresados de la educación superior. Pocos, muy pocos lograrán el objetivo de encontrar un empleo que esperaban, con el apoyo en el negocio, en el consultorio, la empresa familiar o de amistades. Otros emprenderán su propia actividad laboral, ya que cuentan con el capital y las buenas relaciones mercantiles.
El resto estarán a merced del panorama económico y laboral del país, que cada día se complica, y surge la recesión económica mundial. La economía no crece en el volumen esperado, tampoco se crearán el número de empleos que puedan absorber a los demandantes de empleo, principalmente a los egresados de la educación superior, los cuales tendrán que competir con generaciones anteriores, que tampoco se han ubicado en el mercado laboral satisfactoriamente.
Las universidades y centros de estudios superiores han empezado a diversificar sus carreras profesionales dentro de las áreas de la salud, ciencia económica y administrativas, del derecho, ingenierías, ciencias biológicas, y muchas más que ofrezcan mejor oportunidad al egresado en el mercado laboral.
Cada vez mayor número de estudiantes de educación superior están buscando oportunidades de empleo en el extranjero, principalmente hacia los Estados Unidos, Canadá, en donde se endurecen las reglas de trabajar para los mexicanos y latinoamericanos.
Cada administración federal, estatal y municipal de nuestro país busca ajustar la oferta y demanda de trabajo a través de sus ferias de empleo, creando organismos que coordinen dichas actividades para darle preferencia a los universitarios egresados.
Se crean sitios web para proporcionar informes sobre el comportamiento laboral y las desocupaciones disponibles, con la idea de que los ciudadanos y, obviamente los egresados del sistema educativo superior, puedan consultar las oportunidades de la carrera profesional que egresan.
El estudiante universitario por lo regular consulta los sitios web que lo orienten para poner un negocio propio y obtener información de las inversiones, los nichos mercantiles disponibles, los insumos y demás aspectos viables.
De acuerdo a encuestas que se realizan por organismos laborales, el mayor número de profesionistas contratados se encuentran estudiantes de las carreras de derecho, administración, contaduría y finanzas principalmente. La noticia es que muchos de estos profesionistas no están laborando en su especialidad, es decir que están realizando otra actividad diferente a lo que se prepararon en los centros universitarios.
No obstante los estudiantes tiene la mentalidad de que pueden emplearse con mayor probabilidad, si estudian para abogado, administrador o contador. Por ello las áreas de ciencias sociales y administración siguen concentrando las preferencias vocacionales de la mayoría de los jóvenes mexicanos.
Los centros educativos de educación superior siguen concentrado más de la mitad de su matrícula en estas especialidades, y por efecto de acumulación existe un mayor número de egresados de esas áreas, notando la discordancia entre ocupación laboral y el estudio.
En las áreas de la salud, las ingenierías y las ciencias físico-matemáticas son más costosas en la preparación de los estudiantes por los catedráticos especializados, y son las que su demanda es media.
Nuestro país requiere de nuevas estrategias para poder ofrecer mejoras de trabajo a un mayor número de estudiantes egresados y se incorporen en la carrera que seleccionaron en su orientación vocacional.
Porque estas generaciones de mexicanos podrían tener problemas laborales a futuro
Combatir el negocio informal, impulsar a la población que no estudia ni trabaja y motivar acciones de emprendedurismo son los tres retos que los jóvenes deben vencer para aumentar el desarrollo económico en México y América Latina.
El informe apunta que México es uno de los principales países de la OCDE que tiene el mayor índice ninis con el 22% de los jóvenes entre los 15 a los 22 años que no trabajan, estudian ni reciben capacitación laboral, mismo que supera el promedio de la organización que corresponde al 15%.
Además, el país también registra altos números de deserción escolar y de pocos jóvenes que terminan sus estudios: 41% de ellos (15 a 29 años) dejaron la escuela sin acabar la secundaria.
Además, los jóvenes mexicanos corren el riesgo de quedar fuera de manera permanente del mercado laboral, sobre todo quienes viven en condición vulnerable, que corresponde al 48%.
En cuanto a los indicadores de emprendimiento, el informe de la OCDE apunta que el 83% los jóvenes que trabajan son empleados, mientras que únicamente el 5.5% de los mexicanos que trabajan lo hacen por cuenta propia.
En tanto, existe una tasa de 69.5% de personas que trabajan en la informalidad en el mercado laboral.
¿QUÉ HAN HECHO PARA ENFRENTARLO?
Tras arrojar los datos, la OCDE declaró que el gobierno mexicano ha realizado diferentes acciones para combatir dichas deficiencias. En su texto, se refiere al programa Prospera el cual busca apoyar a hogares con bienes de producción.
Para combatir la informalidad, la OCDE reconoce que el gobierno de México cuenta con el programa Formalízate donde busca estimular el empleo formal facilitando la participación de las empresas informales en la economía formal con programas de flexibilización de las obligaciones de beneficios sociales y otros beneficios.
Sobre los índices de deserción estudiantil, la presencia de ‘ninis’ y falta de empleos, el texto refiere a que en México se ha impulsado la creación de escuelas de educación técnica y vocacional, así como programas de becas con programas de capacitación laboral a quienes el 44% de sus beneficiarios tienen entre 16 y 25 años de edad.
En cuanto al apoyo de jóvenes emprendedores, el documento refiere al programa Crédito Joven que tiene por objeto conceder créditos a los jóvenes que emprenden un negocio propio.
La escuela y sus docentes tienen un lugar de privilegio para contribuir a la formación de conciencias pacíficas.
Vuelven a sonar tambores de guerra que preanuncian conflictos que esta vez no tendrán ganadores y perdedores. EEUU y Rusia tienen poder para destruir cuatro veces el planeta: una conflagración llevada hasta las últimas consecuencias pone en riesgo la continuidad de la especie.
La lectura del mundo está siempre condicionada por los anteojos de cada lector: valores, conocimientos, información disponible, análisis cruzados condicionan la comprensión, el modo de comunicarlo. Quien, por su parte, tiene el uso autorizado de la palabra pública (un periodista, un académico, un artista, un legislador), tiene posibilidades de incidir en la interpretación de los fenómenos que nos envuelven y nos interpelan.
La humanidad es —desde el vamos— un proyecto colectivo que desarrolló un largo camino. En ese andar ocurrieron los más diversos procesos históricos que nos permiten entender los dramas del presente y las esperanzas del porvenir. Guerras sociales y nacionales han sido dramáticos modos de desplegar su existencia.
Cuando las sociedades humanas pasaron de las economías de subsistencia a las de excedente, la riqueza socialmente producida fue apropiada por una minoría privilegiada, estructurando las relaciones sociales a través de la injusticia, la opresión y la explotación expresadas de diversos modos. La lucha fue y es entre desposeídos y poseedores y se prolongó en sucesivos órdenes: esclavismo, feudalismo y capitalismo. Modos diferentes de explotar, pero todos organizados alrededor de la exclusión y el exclusivismo.
Guerras sociales
De modo complementario, unas sociedades se disputaron por la fuerza la propiedad de tierras y riquezas, lo que dio lugar a la guerra entre naciones. Quienes resultaban derrotadas, perdían su patrimonio e incluso su libertad: los primeros esclavos y esclavas fueron los pueblos derrotados que quedaban, así, sometidos al dominio de los vencedores.
La historia de la humanidad ha sido, así, una cruel sucesión de guerras sociales y nacionales por el predominio de unos grupos —clases y gobiernos— sobre otros —pobres y poblaciones. En ese cruel y sucesivo despliegue de la historia humana fueron transformándose las relaciones sociales y, frente a cada acto de barbarie, surgieron voluntades que elevaron su voz frente a la injusticia y frente a la violencia. Y hubo y habrá voces que se expresan por un mundo fraternal, solidario, igualitario en el cual no se diriman las diferencias por la fuerza de las armas.
Las guerras son procesos aborrecibles, y las razones que las impulsan suelen tener motivaciones diferentes según cada parte del conflicto. Victimarios que persiguen plasmar latrocinios y genocidios; víctimas quienes luchan para romper las cadenas de la esclavitud y ser libres de toda dominación. Las guerras del siglo XIX de las colonias españolas respondieron a tres siglos de barbarie y estaban impulsadas por una voluntad colectiva de ser libres o morir. Así fue en los campos de batalla, así lo dicen las letras de los himnos nacionales de las patrias chicas nacidas de esa guerra de emancipación.
Entender la guerra, sus raíces, sus actores, sus consecuencias reclama ingentes esfuerzos pedagógicos. Si asumimos que la realidad educa, que la escuela educa, que los medios educan, entonces la educación por y para la paz es un esfuerzo colectivo que atraviesa los muros escolares, pero los incluye también.
La guerra constituye un acto de una violencia feroz. Una diferencia o una ambición se dirimen a través de la fuerza bruta, y los crímenes más horrendos se convierten allí en el modo dominante de las relaciones sociales. En esos momentos se suspenden todos los derechos y garantías que hacen a la condición humana, y se pierde en el campo de batalla y fuera de él nuestra dignidad.
Compromiso colectivo
¿Qué exige una educación para la paz en la Argentina?
Esa educación debe ser un compromiso colectivo, y requiere del Estado (y sus instituciones) una fuerte acción concreta que, comenzando por su política exterior, reafirme la tradición nacional de neutralidad frente a las guerras.
Los medios de comunicación deben ejercer una responsabilidad ético-política y ciudadana brindando informaciones y análisis que permitan comprender las raíces de los conflictos, su historia, los actores e intereses en juego, etcétera.
Las organizaciones sociales y las de la cultura tienen un lugar importante que cumplir en defensa de la paz y contra la guerra.
La escuela y los y las maestras tienen, para nosotros, un lugar privilegiado para contribuir a la formación de una conciencia pacifista. No lo hacen en un marco abstracto ni ahistórico sino muy concreto: el de hegemonía cuestionada del neoliberal-conservadurismo.
El neoliberal-conservadurismo encubre y justifica una sociología de la guerra: para esta corriente, la vida humana es una competencia permanente y la guerra no es más que uno de los modos de expresión de ese estado ineluctable de la sociedad. Su visión se combina con otra explicación nacida de la conquista del continente americano: las ideas de la superioridad de unas razas sobre otras y, en tal visión, el derecho natural a ejercer una dominación tal como ocurre entre los humanos y las especies animales. Se explica la guerra por la legitimidad del latrocinio o la (presunta e inadmisible) superioridad racial.
Es preciso, entonces, que desde la institución escolar se aborde la guerra como un modo inaceptable de dirimir la diferencia o la voluntad de oprimir y explotar. Son tópicos imprescindibles el estudio fundamentado de la historia humana ( y de sus guerras), el análisis contextualizado del poder y su ejercicio, la existencia de alternativas de abordaje y solución de ese y otros conflictos, la traducción a ejemplos de la vida cotidiana, el conocimiento de la legalidad y las luchas por la paz, la capacidad de analizar con cabeza propia los elementos de una realidad compleja. Estos constituyen todos aspectos necesarios de una educación para la paz y contra la guerra.
Si hasta hoy los pueblos debían formarse con lucidez para actuar eficazmente contra la guerra, existe hoy una razón más para fundamentar la pedagogía de la paz: una nueva guerra será la última de la especie. Y la humanidad no merece tal destino.
Netflix está a punto de estrenar su primera serie totalmente producida en España, ‘Las chicas del cable’, que narra las vivencias de un grupo de telefonistas en los años 20. De la mano de tres operadoras reales, descubrimos los secretos de este disciplinado oficio que permitió a cientos de mujeres incorporarse al mercado laboral. «Me espabiló mucho la Telefónica», señala Magdalena Martín, la última telefonista de España. El cierre de su centralita manual la dejó sin trabajo en 1988.
“¿Qué población desea?” “Con Barcelona hay dos horas de demora, cuelgue y le llamaremos”. A sus 93 años, Celina Ribechini no solo recita de memoria las frases que repetía una y otra vez en su trabajo de telefonista hace más de siete décadas, cuando las manos femeninas conectaban cables de las centralitas para establecer las llamadas.
Esta bilbaína también recuerda con exactitud el examen que aprobó en 1942 para conseguir un puesto en la central de Pamplona de la joven Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE), fundada en 1924. Además de cumplir los requisitos para presentarse a las oposiciones (ser soltera, tener entre 18 y 27 años, no utilizar gafas, ser capaz de separar los brazos 1,55 metros o mostrar un certificado de buena conducta), realizó una prueba con los auriculares, dos dictados (“uno deprisa y otro despacio”) y respondió a unas “cuantas cuestiones de geografía, un poco de historia y de cultura general”.
“En aquella época no pude estudiar y económicamente mi casa estaba muy mal, había que sacar dinero”, explica Celina a HojaDeRouter.com. Hoy doctora en Historia por la Universidad de Deusto (defendió su tesis después de jubilarse), aquellas pruebas a las que se presentó tras realizar el Servicio Social obligatorio marcarían su futuro y el de muchas otras jóvenes que pasaron a trabajar delante de un panel repleto de clavijas y luces.
Tiempo atrás, en 1928, el año en que Alfonso XIII realizó la primera llamada transoceánica desde el Edificio Telefónica de la Gran Vía madrileña, comenzaban a trabajar en la capital las cuatro protagonistas de la primera serie de Netflixenteramente producida y rodada en España.
‘ Las chicas del cable’, cuyos nueve primeros episodios verán la luz este viernes de forma simultánea, refleja el día a día de las mujeres que ponían en contacto a los abonados, manejando los cables con asombrosa rapidez. Un oficio exclusivamente femenino (si bien los primeros operadores eran hombres) que permitió a muchas mujeres incorporarse al mundo laboral, lo que no era lo habitual en la época.
Cada telefonista ocupaba una posición en el cuadro de interconexiones
MUJERES, SOLTERAS Y JÓVENES
Organizadas por turnos, las operadoras de la central telefónica de Pamplona permitían que los abonados se comunicaran las 24 horas del día en cualquier momento del año. La disciplina era casi militar: unos minutos antes de su hora de entrada, se cambiaban para ponerse su uniforme azul. Una sucesión de timbres les avisaba de que debían prepararse y, poco después, entrar en la sala.
En correcta formación y con “la vigilanta al frente” (la encargada de controlar el tráfico), cada operadora se dirigía a su “posición” en el cuadro de conexiones, sustituyendo a la anterior, que también salía en rigurosa fila.
En un primer momento, Celina desempeñaba su labor en una “torrecilla”, una mesa apartada del cuadro de operaciones. Recibía las llamadas, recogía los datos del abonado y los anotaba en un tique para que otra compañera pusiera después la conferencia, un labor que ella también realizó posteriormente. “Cuando tenías que ir al servicio se lo tenías que decir a la vigilanta para que viniera otra. El cuadro no se podía dejar libre”, rememora Celina.
Aunque reconoce que el trabajo “era duro”, le satisfacía realizar un trabajo que le permitía ser independiente en lo económico. “Mi madre murió, mi padre se casó otra vez, sin eso no sé qué hubiera sido de mí. No me tuve que humillar ante nadie. Con lo que he tenido, he salido y he podido llegar a la situación en la que estoy hoy”, aprecia Celina.
Ser soltera le permitió conservar ese trabajo, pues las casadas, en aquellos años, eran obligadas a dejar su puesto de telefonistas (en el Fuero del Trabajo de 1938ya se hablaba de “liberar a la mujer casada del taller y de la fábrica”). “ Mi hermana, que desgraciadamente murió por aquel entonces, tenía novio, se iba a casar y sabía que iba a tener que dejar el trabajo. Podía pedir una excedencia en el caso de que se quedara viuda o el marido enfermara”, recuerda.
Que algunas mujeres se quedaran solas trabajando por la noche también era algo excepcional en la dictadura. Según nos cuenta Celina, muchas aprovechaban la tranquilidad nocturna, frente al ritmo frenético que llevaban durante el día, para llamar a sus novios o charlar con los redactores de periódicos que “terminaban a esas horas y se aburrían”.
También había hueco para el puritanismo en las centralitas. “‘Tilín! ¡Tilín! Campanitas de la Virgen”, anunciaba una operadora desde la central de Logroño a las cinco de la mañana. Tras contactar con todas las centrales de España, convocaba con esa llamada a las telefonistas para que rezaran el rosario poco antes de que los transportistas comenzaran a coger el teléfono al alba.
Las mujeres que desempeñaban el oficio también tenían que pasar los festivos delante de las luces y clavijas. Celina aún recuerda que, en Nochevieja, los mecánicos y ellas lo celebraban juntos “un poco”, minutos antes de la doce. Pasada esa hora, la sala se volvía “un incendio de llamadas”.
UNA VIDA INDEPENDIENTE EN MADRID
Lola Blasco también tiene el recuerdo de comerse las uvas delante del cuadro de conexión. Esta operadora comenzó a trabajar en Telefónica años después que Celina, ya en los 60, aunque su trabajo era similar. Tras estudiar el bachillerato (un hecho que, según nos cuenta, extrañó al jefe de personal), consiguió un puesto en la central de Alicante con tan solo 18 años.
Tiempo después pidió el traslado para trabajar en Madrid, como ‘Las chicas del cable’ de Netflix. “Yo es que era un poco adelantada a mi tiempo. Me gustaba vivir y me fui a Madrid”, asegura. Más de doscientas telefonistas trabajaban en su misma unidad del Edificio Telefónica, destinada a atender las llamadas de la provincia de Madrid. “Un señor marcaba el 09, ‘póngame con Alcorcón’, y entonces dices: ‘¿qué número quiere usted de Alcorcón?’”, recuerda Lola.
Tras conectar un extremo del cable a la clavija de la luz que se encendía, la telefonista se comunicaba con el abonado y conectaba el otro extremo con el centro al que deseaba llamar. Mientras los interlocutores conversaban, ellas manejaban una llave que les permitía oír la conversación. “Había que observarlo porque antiguamente se cortaban mucho las comunicaciones”, justifica Lola.
No obstante, durante los seis meses del cursillo de formación que tuvo que pasar para ser operadora, la enseñaron que debía guardar secreto. Tampoco es que tuviera tiempo para fijarse en los detalles. A la telefonista le faltaban manos para atender varias llamadas a la vez, y cuando no daba abasto, las luces comenzaban a parpadear para alertarle de las que tenía pendientes.
Lola (agachada) con sus compañeras telefonistas en 1968
A ello se sumaba la presión de las observadoras, un grupo de mujeres que paseaban detrás suya, sin que se percatase, para comprobar si trabajaba y se dirigía correctamente a los abonados. Pese al frenético ritmo de trabajo y al control férreo y constante, Lola no supo de ningún despido.
“En los años que he vivido en Telefónica, nunca, porque aunque no quisieras trabajar, del ‘trabajazo’ que había tan tremendo tenías que hacerlo […] Y sin aire acondicionado, cariño. Aquí en Alicante yo he visto cómo se caía la gente en el mes de agosto mareadas”, rememora.
Lola cree que las jornadas duraban siete horas precisamente por la intensidad de la labor (“ocho no había cuerpo humano que lo hiciera, era a tope desde que entrabas sin parar”), aunque eso sí, disponía de dos emergencias para ir al servicio y un descanso de media hora en una sala donde las telefonistas se reunían para tomar un bocadillo o un café.
Pese a la disciplina casi militar, el ambiente de compañerismo ayudaba a que el trabajo en Telefónica se hiciera más llevadero. Las jefas de sala y unidad eran como “madres” para Lola, y las otras telefonistas se convirtieron en sus amigas. “Las compañeras éramos una piña”, recuerda.
Además, los sueldos permitían “vivir bien”, aunque la mano de obra femenina fuera más barata, y en Madrid gozaba de independencia, ya que vivía en un piso compartido con unas amigas. Como no le gustaban los domingos, cambiaba a sus compañeras esas jornadas para tener días libres entre semana y poder pasear más tranquila por las calles de la capital o visitar el Museo del Prado, ya que la pintura es una de sus pasiones. “La experiencia que he tenido en Madrid ha sido maravillosa”, considera.
Una centralita manual situada en un hotel (1970)
LA TRISTEZA DE LA ÚLTIMA TELEFONISTA
Magdalena Martín también ponía en contacto a los abonados, aunque a diferencia de Celina y Lola, no lo hacía en una gran capital, sino desde su propia casa en Polopos, un pueblo de la Alpujarra granadina que contaba con 260 habitantes y tan solo 46 abonados. “Llamaban desde sus casas y en mi casa se encendía una ‘lucecica’ y sonaba un timbre, y entonces yo iba corriendo, le metía la clavija a la luz y decía ‘dígame’ ”, describe Magdalena, la última telefonista de España.
Los que no disponían de teléfono iban a su casa a solicitar la llamada. Si alguno de ellos era el destinatario, la propia Magdalena se desplazaba al lugar donde estuviera el vecino para decirle un “venga usted a las 4 que le va a llamar su hija”. Un trabajo que le permitía conocer de primera mano las buenas y malas nuevas del pueblo, desde los nacimientos a las muertes, aún sin escuchar las conversaciones: los propios abonados le informaban al charlar con ella. Tanta confianza llegaba a tener con los que visitaban su centralita que acabó sabiendo de memoria los números a los que solían llamar.
El primer centro local se abrió en Ajofrín (Toledo) en 1893, y desde ellos se podía acceder a un centro superior (en el caso de Polopos, Albuñoz) para conectar con cualquier punto del mundo. “ Aquí hay muchos extranjeros ”, explica Magdalena. “Entonces pedían conferencias a Dinamarca, a Estados Unidos, a Andorra…”
Ella heredó la centralita de su suegro y se volcó en un trabajo que, a diferencia del que realizaba las telefonistas en la capital, no tenía horarios: había que estar pendiente de las llamadas en todo momento. “ Las 24 horas, aquí no se podía quitar nadie«, recuerda. «Cuando fui a dar a luz tuve que enseñar a una chica para que se quedara con mi suegra, porque era mayor. Si yo iba a misa, mi marido se tenía que quedar en la centralita”.
Pese al crecimiento de las centrales locales (en 1924 había menos de 300; en 1969, más de 10.000), la progresiva automatización hizo que el trabajo de las telefonistas fuera desapareciendo. La última centralita manual fue precisamente la de Magdalena. Las autoridades decidieron celebrar una gran fiesta en Polopos el día de la clausura, el 19 de diciembre de 1988.
Mesas llenas de jamón y vino se llevaron a la plaza, amenizada con música, para los invitados de excepción : José Barrionuevo, el ministro de Transportes, Turismo y Comunicaciones, y Luis Solana, por entonces presidente de Telefónica, que llegaron en helicóptero a la localidad. Los dos se presentaron en casa de Magdalena, que realizó la última conexión para llamar al mismísimo Felipe González, presidente del Gobierno. “Yo estaba muy nerviosa porque mi voz sonó en la plaza”, rememora.
Magdalena Martín, el día en el que se realizó la última llamada desde una centralita manual (1988)
Ella no tuvo ocasión de disfrutar el ambiente festivo de una jornada que se narró en las crónicas de aquel momento y que aún es recordada en Polopos gracias a una placa conmemorativa. “Siempre he atendido el teléfono para luego lo mal que se portaron”, protesta.
Magdalena se quedó en el paro. Al ser una empresa “familiar”, Telefónica se limitó a indemnizarles, pero, según su relato, no le ofrecieron ningún puesto de trabajo. Lo que sí hizo la compañía fue llevarse el cuadro y la silla en la que Magdalena había pasado tantos ratos, incluso el bloc de notas donde apuntaba las llamadas, con el fin de preservar esos objetos que hoy son parte de la historia de las telecomunicaciones.
Tras acabar la fiesta, las autoridades invitaron a comer a su marido, pero no a Lola (“podían haber dicho ‘véngase usted’”), que se quedó en casa sin tener ya abonados a los que poner en contacto. “Me llamaron desde Barcelona y una operadora me dio la enhorabuena porque era la última de España. No se me olvidará nunca”.
Para entonces, Celina y Magdalena llevaban años alejadas del oficio de telefonista. La primera pasó a ser supervisora del Servicio de Abonados, un puesto administrativo que le gustaba menos que el trabajo en el cuadro. “De todos los años que he estado en Telefónica, que han sido 40, los que más me han gustado han sido los que he estado de telefonista”, destaca Celina, una mujer incombustible que, ya nonagenaria, ha publicado el libro ‘Retazos y pinceladas. Historia en Euskalherria’.
Lola, que tiene ahora 68 años, se prejubiló hace una década, tras ser administrativa o asesora comercial, un puesto que la obligó a volver a Alicante. Al igual que la historiadora, recuerda con cariño su etapa como telefonista: “ Fueron los mejores años de mi vida. Dentro del trabajo, los mejores. Éramos amigas y compañeras”.
Como amigas y compañeras son las ‘chicas del cable’ que protagonizan la serie de Netflix, cuatro mujeres que en los felices años 20 lograban incorporarse al mundo laboral desempeñando el extinto y tristemente olvidado oficio de telefonista.
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Las fotografías han sido cedidas por Celina Ribechini (1 y 2), Lola Blasco (3), Francisco Page (4) y Magdalena Martín (5)
El apuro que ha mostrado el Ejecutivo por aprobar la enmienda antes de las elecciones de noviembre dificulta una tramitación seria, serena y responsable de la iniciativa.
Tras el rechazo que la iniciativa recibió en la Comisión de Educación, hace algunos días el Gobierno logró que el pleno de la Cámara de Diputados aprobara, aunque todavía sólo en general, su propuesta de reforma de la educación superior. Lo consiguió tras comprometerse a eliminar el Crédito con Aval del Estado (CAE) y cediendo a presiones en parte del Partido Comunista.
Se ha subrayado por parte de analistas que el nuevo sistema de crédito, que salvará la brecha entre la gratuidad completa del sistema superior y la realidad financiera actual, es muy similar al mecanismo propuesto por el anterior Gobierno, que rechazó la hoy Nueva Mayoría y cuyo eje es la sustitución de la banca por el Estado.
Con todo, la reforma en sus actuales contenidos no satisface a ningún sector y es demostrativa de la dificultad práctica de legislar sobre una materia tan compleja con una visión ideológica, correspondiente a otro momento histórico -ya superado- y además capturada y/o determinada por grupos de interés.
Previo a la votación de la semana pasada, la Presidenta Bachelet -a lo que se sumó el despliegue de sus ministros- pidió que los parlamentarios aprobaran el proyecto, gestión que tuvo resultados positivos. Sin embargo, el apuro del Ejecutivo por aprobar la reforma antes de las elecciones dificulta una tramitación seria, serena y responsable de ella.
La región de América Latina y el Caribe es la que posee mayor desigualdad social del planeta. Por ejemplo, según los informes oficiales, en la región hay más de veinte millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan.
Los niveles de pobreza son los más altos de los países de la OCDE y la concentración de riqueza en unos pocos nos hace ser una de las regiones del planeta con mayor exclusión social.
Es por eso que pensamos que la vía más efectiva para combatir estos males sociales es la educación y específicamente la educación superior.
Entre los desafíos que se presentan en los países de América Latina y el Caribe se encuentran el aumento significativo y progresivo de la matrícula estudiantil, la pertinencia de los planes de estudio y oferta educativa en general, la calidad de la educación universitaria, la vinculación con los actores de la sociedad como empresas y gobierno, la autonomía universitaria y la internacionalización de las instituciones de estudios superiores.
El establecimiento de un círculo virtuoso de desarrollo basado en una Educación Superior de calidad y pertinente a las demandas de la sociedad, abre nuevas oportunidades para los jóvenes y adultos que requieren movilidad social y mejores condiciones de vida.
En este sentido, en nuestro país estamos viviendo momentos interesantes. Con el inicio de los trabajos a favor de una actualización de la ley 139-01 de educación superior, ciencia y tecnología y la procura del establecimiento de una Sistema Nacional de Aseguramiento de la Calidad en la Educación Superior, se están dando pasos positivos para garantizar un mejor sistema universitario.
Todo proceso de reforma y cambio para mejor debe tener como centro al ciudadano y la manera que en que hagamos posible mejores condiciones para su desarrollo humano pleno e integral.
Las universidades latinoamericanas, incluyendo las de nuestro país, deben centrar sus esfuerzos en una transformación institucional que acerque la universidad al pueblo y sus necesidades mediante la formación, investigación y desarrollo de conocimientos, tecnologías y saberes que ayuden a eliminar o disminuir la desigualdad social.
Nuestra región necesita una universidad de todos y para todos.
Admittedly, higher education costs have risen tremendously over the past few decades, to a point where fewer and fewer people would use the words «college» and «affordable» in the same sentence. However, there are several tax breaks for education that are designed to take some of this burden off the shoulders of American families. Here’s an overview of the tax breaks you might be able to qualify for both during and after your higher education career and the requirements for each.
3 tax breaks for tuition
If you’ve paid tuition in 2017, or are planning to do so, there are three possible tax breaks you may be able to qualify for. Two are tax credits, which reduce your overall tax bill dollar-for-dollar, and one is a deduction. In order of most valuable to least, here are the three tax breaks for paying tuition, and a discussion of the requirements to qualify for each one.
1. The American Opportunity Tax Credit
While the American Opportunity Tax Credit is the most valuable of these three tax breaks, it’s also the toughest to qualify for. If you can get it, the credit is worth as much as $2,500 a year per student for up to four years.
In order to take the credit, the student must be enrolled in a degree or certificate program and must be taking classes on at least a half-time basis and have no felony drug convictions. Additionally, the credit can only be applied to the first four years of postsecondary education. If a student has already completed four years of college, he or she is no longer eligible, regardless of whether the credit was used for those four years.
Finally, the credit phases out above modified adjusted gross income Opens a New Window. (MAGI) of $80,000 for single taxpayers and $160,000 for married couples filing jointly and disappears completely above MAGI thresholds of $90,000 and $180,000, respectively.
If you meet the strict requirements, the American Opportunity Tax Credit is worth 100% of the first $2,000 of qualifying education expenses and 25% of the next $2,000. Effectively, if you pay $4,000 or more in tuition and other qualifying expenses, the government will give $2,500 of it back.
2. The Lifetime Learning Credit
The Lifetime Learning Credit is designed for low- to middle-income taxpayers who paid qualifying education expenses but cannot meet the requirements of the American Opportunity Tax Credit.
Unlike the American Opportunity Tax Credit, the Lifetime Learning Credit does not require the student to be pursuing a degree, attending classes at least half-time, or are within the first four years of higher education. In other words, you can take a single college course just because you felt like it and claim the Lifetime Learning Credit. However, the MAGI phase-out thresholds are significantly lower, at $55,000-$65,000 (single) and $110,000-$130,000 (married filing jointly).
If you qualify, the credit is worth 20% of up to $10,000 in qualified tuition expenses per year. Another important distinction is that this limit is per return, not per student. The maximum credit of $2,000 isn’t that much different from the American Opportunity Tax Credit, but you’ll have to spend more to get the full amount.
3. The Tuition and Fees Deduction
Finally, there is a deduction for tuition and fees, which is generally used by taxpayers who would otherwise qualify for the Lifetime Learning Credit but whose incomes are too high. The deduction has significantly higher phase-out thresholds than the Lifetime Learning Credit, at $65,000-$80,000 (single) and $130,000-$160,000 (married filing jointly).
The deduction allows you to exclude up to $4,000 in qualifying tuition and fee expenses from your income, so the maximum benefit depends on your tax bracket. If you’re in the 25% marginal tax bracket, for example, this translates to up to $1,000 less in tax liability. Also keep in mind that this is an above-the-line tax deduction, meaning that you can take it even if you don’t itemize.
It’s important to mention that for all of these tax breaks, the IRS wants you to use the amount you paid during the calendar year, not the amounts billed by the school. Specifically, if your classes start during the first three months of 2018, but you pay the bill in 2017, you can use this to figure your 2017 tax breaks.
A tax break for student loan borrowers
Once you’re done attending school, if you find yourself with a bunch of student loan debt, there’s another tax break designed to make the burden of repaying them just a little easier.
The student loan interest deduction Opens a New Window. allows you to deduct the actual amount of interest you paid on your qualified student loans, up to $2,500. Like the tuition and fees deduction, this is an above-the-line deduction, so you can take it regardless of whether you itemize or not.
For the purposes of this deduction, your student loan qualifies if it was taken out for the sole purpose of paying for qualified higher education expenses within a reasonable time frame after the loan was taken out.
The deduction has the same MAGI phase-out thresholds as the tuition and fees deduction, of $65,000-$80,000 for singles and $130,000-$160,000 for married joint filers.
College is expensive, but these tax breaks can help
The bottom line is that while higher education can be extremely expensive, these tax breaks can certainly make it more affordable.
For example, the average cost of tuition and fees at an in-state university is $9,650 as of the 2016-2017 school year. Thanks to the American Opportunity Tax Credit, the average person paying in-state tuition can get 26% of this cost back for four years.
Personally, I’m currently taking classes to obtain my CFP (Certified Financial Planner) certification, and plan to take advantage of one of the other two tuition tax breaks this year. And since I have more than a couple of student loans between my undergraduate and graduate degrees, I plan to deduct my student loan interest as well.
The point is that when you’re planning the cost of higher education, be sure to know the tax benefits you can expect to qualify for, as they could put thousands of dollars back in your pocket.
The $16,122 Social Security bonus most retirees completely overlook
If you’re like most Americans, you’re a few years (or more) behind on your retirement savings. But a handful of little-known «Social Security secrets» could help ensure a boost in your retirement income. For example: one easy trick could pay you as much as $16,122 more… each year! Once you learn how to maximize your Social Security benefits, we think you could retire confidently with the peace of mind we’re all after.
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