Era un guagua, como decimos en la Sierra, y ya soñaba con el océano lleno de color y vida y de fantásticas criaturas. Tuve la suerte de tener una tía viviendo en la hermosa ciudad de Manta y muy temprano aprendí a amar y a explorar nuestro mar. Mi primer descubrimiento fue darme cuenta de que el mar sabía salado, nada extraño para un longuito interandino como yo. Con el tiempo quise hacerme marino -como mi venerable primo mayor, que era el héroe familiar-, pero finalmente estudié ingeniería y me alejé de las olas marinas. Cuando me establecí hace casi cuatro décadas en Guayaquil, nuevamente se despertó mi secreta pasión por el mar.
Y ya grande en mi vida tomé la decisión de hacerme buzo hace más de 15 años en las que he acumulado medio millar de inmersiones en muchos lugares de los océanos Pacífico, Atlántico e Índico. Como Master Scuba Diver he tomado numerosas especialidades de buceo, pero la que más me ha cautivado es la fotografía submarina. Debo reconocer que no soy un fotógrafo submarinista, simplemente soy un buzo con una cámara submarina, lo cual me ha dado el gran privilegio de explorar algunos de los más increíbles paisajes sumergidos, como son los tiburones en nuestras islas Galápagos, que es uno de los sitios de buceo más importantes del mundo, o los de Jardines de la Reina en Cuba, o los más agresivos en la Bahía de Sodwana en Sudáfrica; los pequeños y hermosos peces tropicales en Bonaire, en Bali, en las Maldivas o en la Gran Barrera de Coral de Australia.
He aprendido que todo en este planeta afecta o es afectado por el océano y las aguas prístinas en las que yo soñaba de pequeño son ahora muy difíciles de encontrar, siendo cada vez más escasas y amenazadas. Los seres humanos nos mantenemos como los líderes depredadores en la Tierra y fui testigo y he fotografiado sus consecuencias. He tratado de conmover a mis lectores y alumnos, sacándoles de su indiferencia con impactantes imágenes de cómo se destruye el coral y se agrede al océano. Pero si bien esto tiene algún mérito, doy vueltas en círculos. Por eso creo que la mejor manera de generar un cambio es vender amor. Sí, voy a transformarme en un casamentero que una a mis paisanos de todas las regiones del país con el mar.
Con mis fotografías y las perfectas imágenes de mis amigos fotógrafos submarinistas profesionales tenemos la oportunidad de revelar los animales y el ecosistema que está escondido debajo de la superficie del océano. Ustedes no pueden enamorarse y defender algo que no conocen que existe. Esa es la misión de la fotografía conservacionista. Este año la costa ecuatoriana se ha beneficiado de una larga temporada de mantarrayas gigantes y ballenas jorobadas, que migran anualmente atraídas por el abundante plancton que viene con la corriente fría de Humboldt. El avistamiento de ballenas es un negocio turístico recientemente explotado y que atrae a miles de visitantes de todo el país y del exterior. Desde este año ya está regulado y las lanchas han sido inspeccionadas y ofrecen alguna seguridad.
Pero lo más hermoso es bucear con las mantas birostris -mantarraya diablo- y el bajo más cercano con abundantes animales es el Cope, de 52 km² y una profundidad promedio de 15 m, localizado a 32 km de Ayangue, Santa Elena. Con el incremento de la densidad del plancton las mantas se alinean formando una larga cadena de alimentación y su curiosidad hace que las burbujas de los buzos las atraigan, transformando la inmersión en un verdadero ballet submarino, donde los bailarines son mantas de 7 m de largo y tonelada y media de peso, y los buzos somos unos maravillados espectadores. Esto ha hecho que yo tenga una larga y apasionada relación con el océano y lo defienda tenazmente. Ojalá ustedes caigan también en este lazo amoroso. (O)
En estos días, la vestimenta de las musulmanas ha vuelto a estar de actualidad porque al menos diez ciudades costeras francesas han prohibido el burkini, un bañador de cuerpo entero con un gorrito, que utilizan las mujeres que no quieren mostrar el cuerpo. Como obedeciendo a una consigna, algunos alcaldes – la mayoría del partido Republicano de Sarkozy, más un socialista- decidieron a la vez que ese traje de baño debía ser erradicado de las playas francesas.
Los argumentos para la prohibición, como siempre, han sido de lo más diverso, pero al saltar a los medios españoles, hay básicamente uno: que el burkini representa la opresión sexista y las mujeres que lo portan, la vanguardia del islam y el oscurantismo fundamentalista.
De este modo, el prohibicionismo sostiene que esas vestimentas son símbolos que atentan contra la autonomía de las mujeres, contra la igualdad de géneros y que por tanto, necesariamente las mujeres lo llevan contra su voluntad, mostrando justamente su sumisión y necesidad de ser liberadas y empoderadas. O aún peor, lo llevan voluntariamente, lo cual muestra su intención de extender esos valores patriarcales en la “Europa de las libertades”. La discusión sobre el burkini ha hecho reaparecer también al pañuelo y al niqab, como parte del escenario discursivo.
Sin embargo, la afirmación de que estas prendas son siempre un signo de dominación patriarcal, no refleja la realidad: la relación entre el pañuelo y el patriarcado es diversa porque lo son los contextos en los que viven 1.500 millones de personas musulmanas.
No es lo mismo un pañuelo en un país como Arabia Saudí, con norma vestimentaria para las mujeres, que en Francia, donde está prohibido llevar un niqab por la calle; ni el de una mujer trabajadora del puerto de Tánger que el de una de la alta burguesía yemení; ni el de una activista universitaria belga que el de una campesina senegalesa.
Para muchas mujeres, poder llevarlo como parte de sus creencias religiosas es un triunfo, como sería el caso de una francesa con niqab; para otras, es la herramienta para poder salir a la calle y trabajar o estudiar o bañarse en el mar, como la joven obrera cairota; y para otras, finalmente, puede ser una imposición legal o social contra la que se revuelven, como las mujeres saudíes. Por otra parte, la correspondencia entre “más ropa = mujeres sometidas // menos ropa = mujeres emancipadas” es muy cuestionable también en el mundo no musulmán, en que los cuerpos semi-desnudos de las mujeres se han convertido en una mercancía al servicio del patriarcado.
Lo que siempre es inequívocamente un signo del patriarcado es que a las mujeres, por ley, se las obligue a vestirse (o a no hacerlo) de determinada manera y sean multadas o encarceladas si no lo hacen. Es bien interesante que a nadie se le haya ocurrido perseguir legalmente – ni en la playa ni fuera de ella- a los hombres con barba larga, con qandoras y pantalones hasta los tobillos, signo inequívoco de la militancia salafista. O a las monjas de la mayoría de las órdenes católicas, que defienden valores contrarios a la igualdad entre hombres y mujeres, como bien nos enseña el obispo Cañizares, entre muchos otros.
Por tanto, el tema de los significados no se resuelve y estas generalizaciones señalan un gran desconocimiento –y atrevimiento- de las realidades sociales y políticas contemporáneas por parte de las personas responsables de los discursos y de las políticas. Algo semejante se podría decir del otro tema de los debates, la asociación del burkini con los grupos fundamentalistas y de las mujeres que los llevan con las vanguardias de estos grupos. Según el primer ministro francés, es la traducción de un proyecto político de contra-sociedad.
Sin embargo, es absurdo suponer que todas las mujeres musulmanas que van con hiyab o burkini y sí, también con niqab, son militantes islamistas o que están comandadas y manipuladas por quienes sí lo son. Por supuesto que hay mujeres activistas de diferente índole entre las musulmanas, algo que por otra parte no es ilegal. Lo que sí es ilegal –por no poner otros adjetivos, como totalitario o fascista- es prohibir ciertas vestimentas porque representan determinadas posturas políticas que no compartimos. En todo caso, debemos combatir esas ideologías con herramientas políticas: la restricción de derechos no lo es.
Sorprendentemente, ha sido poco tratado el tema más importante, que es el déficit democrático que supone la prohibición de una prenda vestimentaria en un lugar público. Obviamente, el objetivo de los Estados prohibicionistas no es la lucha contra el patriarcado y la salvaguarda de la igualdad entre hombres y mujeres, puesto que no parece haber una relación entre la prohibición y la disminución de la desigualdad.
Es fundamental recordar que el veto al burkini –como antes pasó con el hiyab y el niqab- se inscribe una larga lista de restricciones de derechos a las personas musulmanas en Europa, a través de la regulación del cuerpo de las mujeres, con el fin de disciplinar a poblaciones que son identificadas por el discurso dominante como diferenciadas de la “nacional” e “intrusas”, independientemente de su nacionalidad. Pero además son socialmente menos favorecidas y por tanto, más sensibles a la discriminación y al racismo. Son las “clases peligrosas”.
Por ello puede afirmarse que se trata de leyes, de dictámenes o normas que van directamente contra las mujeres musulmanas, contra las comunidades musulmanas y contra la población en general.
Pero la cuestión va mucho más allá, porque no se trata de Europa contra el islam, sino del control del espacio público por parte del Estado, comenzando por las poblaciones más vulnerables. Es un modo de aprovechar el estado de emergencia o el miedo al terrorismo para imponer restricciones a la ciudadanía: en la misma línea que se prohíben concentraciones o se elabora una ley mordaza que recorta la libertad de manifestación, se veta el niqab, el burkini o el hiyab, en nombre de la supuesta protección de la población. Políticamente se institucionalizan las políticas racistas, empujando a la gente y a parte de la izquierda hacia los discursos identitarios de la derecha y la extrema derecha, que definitivamente, son los únicos actores, junto con el patriarcado, que se refuerzan en este contexto. Luchemos contra eso.
El costo político de la revuelta de los insurrectos maestros de Chiapas le salió muy alto al Gobierno Federal, ya que la ‘concertacesión’ deja ver el desvanecimiento de cargos y la decapitación política de un presidenciable.
De entre todos los festejos por el inicio de la lucha por la Independencia, el más trascendental fue dado por los insurrectos maestros de Chiapas cuando en la tradicional noche del 15, en su asamblea estatal, anunciaron poner fin a su paro de labores que se extendió por más de 120 días. Al igual que en otros actos oficiales, donde hubo diferencias, también se observó la división de opiniones entre los aguerridos maestros de la sección 7, pues, mientras unos 266 votaron por regresar a clases, otros 191 insistían seguir en pie de lucha hasta la muerte, acusando a sus líderes de vender el movimiento. Previamente, otra parte de los insurgentes, agrupados en la sección 40, habían decidido iniciar labores a partir de esta semana. Así, con esta salomónica decisión, un millón 700 mil alumnos y unos 80 mil maestros del sistema de Educación Básica regresaron a clases desde el lunes pasado.
El costo político de esta revuelta le salió muy alto al Gobierno Federal, ya que, aunque no lo reconozcan, la “concertacesión” deja ver el desvanecimiento de cargos contra los líderes del movimiento magisterial y la decapitación política de un presidenciable. Además, suma miles de millones de pesos el cálculo de los daños materiales, tanto a particulares como en inmuebles pertenecientes a instituciones de los estados afectados. Se espera también ajustes a la reforma educativa a fin de mantener la calma política en la recta final del sexenio, como muestra la suspensión de la evaluación docente en este año. Al final, se puede decir que algunos grupos políticos se salieron con la suya a expensas de los derechos de millones de niños de Oaxaca, Chiapas y Guerrero.
Con la tregua ya declarada, Sylvia Schmelkes, consejera presidenta del INEE, reconociendo fallas en la forma en que se desarrollaron los procesos y se aplicaron los instrumentos de la pasada evaluación, presentó a los integrantes de la Comisión de Educación Pública y Servicios Educativos de la Cámara de Diputados el replanteamiento del modelo de evaluación del desempeño docente, proponiendo que la evaluación prevista para 2017 tenga lugar en la escuela y esté vinculada a su contexto real. Ahora consideran tres etapas: Informe de responsabilidades profesionales, Proyecto de enseñanza (planeación didáctica) y el Examen de conocimientos pedagógicos y curriculares.
Hay personas que, si se mordieran la lengua, se envenenarían. Otros muchos confunden el Twitter con una cloaca donde vierten toda su inmundicia. Pareciera que no saben hablar o comunicarse sin insultar y ofender.
Les confieso que me embarga una enorme tristeza cuando entro en algunas redes sociales, cuando escucho algunas declaraciones y discursos, o cuando veo que multitudes corean y aplauden a los que profieren insultos. Lo verdaderamente lamentable es que personas que ejercen altos cargos públicos y deberían ser ejemplo de respeto y educación, nos tienen acostumbrados a un lenguaje procaz, que deseduca.
Sustituir argumentos por ofensas, gritos, amenazas o golpes no sólo demuestra una gran pobreza intelectual sino una pequeñez de espíritu y una verdadera falta de dignidad y de humanismo. La agresión es signo de debilidad moral e intelectual y la violencia es la más triste e inhumana ausencia de pensamiento. Valiente no es el que amenaza, ofende o golpea, sino el que es capaz de dominar su agresividad y no se deja arrastrar o dominar por la conducta de los que ofenden. La violencia deshumaniza al que la ejerce y desata una lógica de violencia siempre mayor. Quien insulta, hiere, y ofende se degrada como persona y no podrá contribuir a construir una sociedad más justa o más humana.
En Venezuela, nos hemos acostumbrado a muchos tipos de violencia, entre ellos, a la violencia verbal. El hablar cotidiano y el hablar político reflejan con demasiada frecuencia la agresividad que habita en el corazón de las personas. De las bocas brota con fluidez un lenguaje duro, implacable y procaz, que confunde brillantez y oratoria con capacidad de ofender y de herir. Y no olvidemos que es muy fácil pasar de la violencia verbal a la violencia física, del insulto al golpe, ya que la experiencia nos demuestra que casi todas las peleas comienzan con insultos.
Nunca llegaremos a la paz ni a la convivencia provocando el desprecio, los insultos y la mutua agresión. ¿Qué paz se podrá hacer entre personas que no se escuchan ni respetan mutuamente sus ideas diferentes? ¿Por qué tenemos que despreciar, ofender y considerar como enemigo a alguien simplemente porque piensa de una forma distinta? ¿Cómo podemos medir quiénes tienen o no verdadero amor a la Patria?
Sólo quienes busquen con espíritu abierto y lucidez fórmulas de convivencia humana y política nos acercarán a la paz. Con posturas dogmáticas y humillantes nunca construiremos un país próspero y justo. Nunca llegaremos a la paz si seguimos introduciendo fanatismo y ofensas, si se coacciona a las personas con graves amenazas e insultos y se busca reducir al silencio al que piensa diferente. Cuando en una sociedad la gente tiene miedo de expresar lo que piensa, se está destruyendo la convivencia democrática y se está negando la dignidad de la persona pues, como nos decía Paulo Freire “nos hacemos personas cuando salimos de la cultura del silencio, somos capaces de decir nuestra propia palabra y dejamos de repetir las que nos ponen en la boca”.
Sólo los que tienen el corazón en paz podrán ser sembradores de paz y contribuirán a gestar un mundo mejor. No construiremos una Venezuela de justicia y de paz si no comenzamos desarmando los corazones y las palabras.
La sociedad argentina está intensamente movilizada. Más allá de que un núcleo comprometido asista a las diferentes movilizaciones, sería erróneo creer que los protagonistas del 29 de abril son los mismos que los de San Cayetano, del 24 de marzo o de la Marcha Federal, para señalar sólo algunas de las movilizaciones multitudinarias que tuvieron epicentro en Buenos Aires. A esto se puede agregar la movilización universitaria, y muchas otras movilizaciones que ha habido en diferentes provincias con menor repercusión en los grandes medios. Se trata de un nuevo ciclo de protesta social y política cuyas causas y consecuencias conviene analizar y debatir.
Si bien la razón evidente es la política de ajuste y recorte del poder adquisitivo de las grandes mayorías, no todo ajuste es necesariamente seguido de un ciclo de movilización intenso, donde cabe agregar el ruidazo contra el tarifazo, los veredazos de comerciantes y el frutazo en la Plaza de Mayo. Existen al menos tres motivos políticos que explican esta coyuntura particular. El primero es que como no se produjo una crisis comparable a la hiperinflación o al 2001, las organizaciones sociales se encontraron con su poder intacto ante el inicio de los despidos y de la recesión con inflación. El segundo es que tres décadas de vida democrática han producido una densidad y diversidad organizativa muy intensa, así como una experiencia que decanta en una madurez política de muchas de las direcciones sectoriales. El tercero es que en todas las movilizaciones más multitudinarias convergen sectores sociales que hace un año tenían posiciones políticas opuestas y que actúan de modo unitario ante el avance neoliberal.
Es claro que la primera consecuencia de este ciclo de protestas es que ya nadie recuerda el techo del 25% para las paritarias o el 2000% para el aumento del gas. Pero la movilización se retroalimenta en que la respuesta oficial consistió en habilitar una inflación mayor, con lo cual se produjo un importante deterioro del salario real y una buena parte del aumento de tarifas no llegará como boleta residencial, pero sí reconvertido en precios, dado el impacto en la industria y en los comercios.
“Las organizaciones sociales se encontraron con su poder intacto ante el inicio de los despidos y de la recesión con inflación”
Todos los análisis de los ciclos de movilización muestran justamente que la efervescencia social no dura para siempre. Avanza o retrocede. En el momento actual es probable que aún estemos lejos de que se apague su intensidad. Por una parte, porque aún hay acciones clásicas que no se han instrumentado, como la huelga general. Por otra parte, porque aunque son conocidos los análisis que plantean que este modelo no es viable sin represión, la situación parece bastante más compleja. El gobierno entiende más de política de lo que algunos creen. (No conviene olvidar que supo ganar las elecciones y construir mayorías en ambas cámaras para aprobar leyes.) Por lo tanto, sabe que acudir al “protocolo” ante movilizaciones multitudinarias sería arrojar combustible para apagar un incendio.
Sin embargo, nada más equivocado que creer que el gobierno carece de estrategia. Su estrategia es política y tiene varias facetas. La primera es fragmentar a la oposición. La segunda es alentar a sectores dialoguistas que renuncien a construir un proyecto político alternativo. La tercera es fogonear acciones que renuncien a construir un proyecto político de mayorías. La cuarta es que los referentes de esas plazas tengan un papel exclusivamente sectorial. Todos mecanismos que apuntan en un mismo sentido: despolitizar el debate.
¿Cuál es el resultado de esta situación? Que el creciente rechazo que tiene en sectores de la población la política económica del gobierno no tiene hoy una expresión política. Ningún sector tiene la capacidad de llenar por sí mismo ese vacío de representación. Y por ahora todos los sectores continúan actuando como tales, es decir, como una parte. Con bastante rapidez se constituyó la voluntad de articular partes diversas para salir a las calles. Pero existe una dificultad intensa para traducir esa articulación a un frente político en el cual nadie tendría asegurado de antemano el protagonismo.
“Ningún sector tiene la capacidad de llenar por sí mismo ese vacío de representación”
Es muy probable que en esa dificultad anide la principal chance para un triunfo estrictamente político del gobierno y sus planes neoliberales. Porque si no se produce una convergencia política de todos los sectores que quieren un país que se desarrolle con los 42 millones de habitantes adentro, el gobierno y otras variantes neoliberales tendrán el camino allanado para 2017. Por ahora se trata de una hipótesis, pero por su gravedad debe ser tenida en cuenta. Si se diera esa situación, es necesario comprenderlo ahora mismo, podría haber una legitimación electoral del plan de ajuste. Es decir, una derrota de gran magnitud, que destrabaría las relaciones de fuerza mucho más en favor del gobierno. Resulta triste imaginar que sólo en ese contexto de derrota, los agrupamientos sociales y políticos ya menguados aceptarían poner los caballos delante del carro, entenderían cabalmente aquel dicho que rezaba “primero la patria”. En otras palabras, que de nada sirve discutir los liderazgos si en el camino se pierde la lucha hegemónica.
El dilema de la hora, entonces, es contribuir a cerrar el abismo que hay entre el rechazo a las políticas económicas y la representación política de ese rechazo. En ese abismo anida el mayor de los riesgos. Y en el trabajo para su resolución podría emerger una alternativa política a los neoliberalismos.
Desde sus primeros pasos el movimiento estudiantil ha hecho de la democracia una impronta viva de su lucha. Por allá en la Córdoba de inicios del siglo XX la ola “reformista” convocó a una huelga general de estudiantes acompañada del pueblo para exigir una administración más democrática en la universidad: acabar con cargos vitalicios y con el carácter confesional de la formación académica, respetar las decisiones de los estamentos y darles protagonismo en las decisiones de afectación común, eso que se llamó cogobierno, y una serie de reivindicaciones que hicieron eco a lo largo y ancho de Nuestra-América.
Con el tiempo esta herencia se difundió y a la vez que se enraizaba en luchas concretas fue perfilando matices y profundizando las demandas. Fueron sumándose peleas que ya no sólo aludían a la democratización de los asuntos del gobierno universitario (la pelea por el cogobierno que aún está por ganar), sino que se fueron abriendo espacio a las peleas por el acceso democrático del pueblo trabajador a la universidad pública, que pasa por la garantía de su permanencia y estabilidad, el empuje porque la administración de los recursos públicos se dé bajo el control y la veeduría multiestamental, el impulso para que el saber de la academia desborde sus límites institucionales y salga de sí arriesgándose a producir nuevo saber emanado del contacto sociedad-universidad, la promoción de formas efectivas de poder estudiantil en nuestras instituciones de estudio y una serie de reivindicaciones que han sido englobadas bajo el proyecto de construir y profundizar la democracia universitaria.
Pese a esto en el movimiento estudiantil parece seguir viva una inconsistencia que llega como legado de las viejas fórmulas de la política que cierta izquierda recibió y aprobó sin reparo: Las reivindicaciones por la democracia carecen de correspondencia con un análisis crítico de las prácticas propias que usualmente redundan en fórmulas autoritarias que se materializan tanto en la vida orgánica de nuestros proyectos políticos como en los espacios que incluyen al mundo complejo del movimiento estudiantil.
Esta inconsistencia llega a niveles de lo absurdo. Por ejemplo, mientras se tachan las elecciones a cargos directivos (rectorías, decanaturas etc.) de la universidad como autoritarias, se construyen a puerta cerrada estructuras y cargos directivos que se autoerigen como representantes legitimas de las estudiantes sin si quiera consultarlas; mientras se exige retóricamente el protagonismo de la comunidad universitaria, se deposita una fuerza mínima en los espacios gremiales y amplios que sin permiso van germinando y posicionándose; mientras se dice defender la autonomía, con facilidad se saltan definiciones asamblearias o se sabotean aquellas decisiones que no son de la conveniencia de mi propio sector, y así podríamos dar continuidad a un repertorio común que no se salva de los ismos conservadores propios de la derecha que hemos identificado, por lo menos discursivamente, como contraria: machismos, sectarismos, mesianismos, en fin.
Hoy, en el contexto actual signado por la penetración y profundización del neoliberalismo, repensar la democracia como proyecto y como práctica cotidiana se hace más que urgente para enfrentar el progresivo desmonte de los derechos y las victorias ganadas antaño por las luchas que protagonizaron estudiantes, trabajadoras y el pueblo en general. La democracia no puede estancarse como un eslogan vacuo que nos permita ganar empatía con amplios sectores, sino debe ser una forma cotidiana de afirmación del poder de lo colectivo para decidir y orientar nuestras propias vidas, como principio de lucha que pueda prefigurar en el ahora y en nuestros propios proyectos organizativos la anhelada transformación social. En definitiva, debe ser una práctica constante de rebelión contra el autoritarismo que niega la pluralidad en los procesos de construcción, que centraliza la acción y que es, además, útil a las tendencias que quieren hacer de los derechos fundamentales una mercancía.
Nuestra reflexión final es simple: Tenemos el desafío de reconstruir un movimiento estudiantil radicalmente democrático y con un espíritu humilde y transformador para hacer de la autocrítica el móvil permanente de la lucha. Sólo así lograremos proscribir la antidemocracia que corroe hoy las luchas por la democracia.
Nota Final: Aunque la reflexión propuesta se presenta a modo general está inspirada en un hecho puntual que nos interesa señalar y rechazar públicamente: recientemente la Organización Colombiana de Estudiantes (OCE), espacio estudiantil del MOIR, convocó al V Encuentro Nacional de Representantes Estudiantiles (ENRE) de la Educación Superior con el objetivo expreso de constituir una organización gremial a nivel nacional de las estudiantes que paso a llamar Asociación Colombiana de Representantes Estudiantiles de Educación Superior (ACREES). A este encuentro sólo fueron invitadas representaciones afines y abiertamente pertenecientes a la OCE, las reuniones preparatorias se hicieron a espaldas de otras fuerzas y finalmente se autoerigieron como constructores de la organización gremial de las estudiantes, repartiéndose entre ellos los puestos directivos y de representación, definiendo, en un acto de suma ironía, principios como la amplitud y la pluralidad, la democracia, flexibilidad, independencia y representatividad.[1]
La denominada ACRES y las prácticas que hoy protagonizan fuerzas políticas como la OCE son muestra del autoritarismo y el sectarismo más dañino que ha venido destruyendo desde hace tiempo al movimiento estudiantil.
Acción Libertaria Estudiantil (ALE)
Proceso Nacional Septiembre 2016
Esta es la historia de un cortijo. De los años 50, amplio y luminoso, un edificio sólido que se alza en medio de un jardín rodeado de palmeras. Una joya donde retirarse a disfrutar si no fuera porque los que lo habitan ya no tienen nada que heredar. Allí no hay fortuna. Bueno sí, de la mala. Ni caballos. Bueno sí, están los restos de ese otro del que nadie habla pero que en la mayoría de los casos ha corrido por las venas de este puñado de desgraciados que consumieron sus vidas a pinchazos. Porque entrar en la Finca Colichet de Churriana es acceder a las entrañas de una realidad paralela que aún hoy existe pero de la que poco se habla: la de los enfermos de sida desahuciados, hombres y mujeres que lo perdieron todo y que por sus circunstancias terminaron entre las cuatro paredes de esta casa de acogida que pertenece a Cáritas y que gestionan las Hijas de la Caridad.
Allí están los que nadie quiere, salvo estas valientes de bata blanca: los que llegan de la calle comidos por la enfermedad, los que deriva el hospital una vez desconectados, los que ya no pueden ser atendidos por sus familias en el caso de que aún la tengan… Los que van a morir, en fin. «Al buen morir», susurra sin embargo en una de las salas Paqui Cabello, la enfermera que desde hace 14 años dirige esta casa de juguetes rotos y que entrega su vida –literal– por ellos acompañada de cuatro monjas voluntarias –tres son enfermeras y una médico– y cuatro auxiliares de enfermería, los cuatro varones y por cuyos brazos ha pasado de todo.
Colichet está a punto de cumplir las bodas de plata desde que el 21 de abril de 1992 abriera sus puertas reconvertido en casa de acogida para los desahuciados del sida. Antes de todo aquello era un lugar dedicado a colonias infantiles, un nido de jolgorio despreocupado que cambió de banda sonora cuando comenzaron a llegar ellos. Los otros. Por eso no se sabe bien si hay algo que celebrar en este aniversario. Bueno sí. Al menos están los brazos menudos de Paqui y sus incondicionales, que al principio recogían a los enfermos «tirados de las calles». Corrían los primeros noventa y los estragos de la enfermedad eran desoladores: los médicos no sabían qué hacer con semejante avalancha en los hospitales y pidieron ayuda a Cáritas, que inmediatamente cambió la colonia infantil por el macabro campamento. Ahora tienen capacidad para doce plazas. Son trece, en realidad: una está guardada para casos extremos. «Créeme que aún los hay», lamenta Paqui, incapaz de olvidar que en aquellos años de plomo y jeringuilla «se nos llegaban a morir hasta tres en el mismo turno». Uno. Dos. Tres. En doce horas. Y así.
¿Y ahora qué?
La buena noticia es que hoy muchos no se mueren. La mala, que hoy muchos no se mueren. Que se convierten en crónicos pero con una mochila tan pesada de secuelas y dependencia que es difícil que sean aceptados incluso en sus propias familias. Porque el tratamiento del sida ha avanzado a una velocidad muy diferente a la de la conciencia colectiva, que aún conserva en lo más profundo el estigma de la enfermedad. Sí, no se contagia con las medidas adecuadas, pero ¿y si….?
Colgados de ese ¿y si…? viven hoy Loli, Jimmy, Rafael, Isabel, Eva, Manuel, Casilda y Juan. También Juanlu, 47 años y 27 de enfermedad, que ahora está apartado del grupo y que consume en su silla de ruedas el tic-tac ése del que nadie escapa. Puede que el suyo llegue la semana que viene, porque desde hace días se niega a alimentarse y se arranca las sondas. Está de espaldas a la tele, que no ve porque además es ciego desde que intentó suicidarse con ácido. Suena a extraterrestre la boda de Rociíto de fondo. Paqui tuvo que ir a por él a su casa de Arroyo de la Miel porque su madre «no podía más» y porque a Juanlu, entonces, aún le quedaban fuerzas para maltratarla.
El caso de Loli es a la inversa. Ella fue el saco de boxeo de su pareja, a quien no importó mucho que tuviera cuatro hijos y una enfermedad cuando la arrojó desde un quinto piso en calle Mármoles. Aquel caso, hace casi 18 años, fue uno de los primeros que despertó la conciencia colectiva en la ciudad sobre la lacra de los malos tratos. Ojalá hubiera la misma con «lo otro» que la consume desde hace 12 años en Colichet, además de la traqueotomía y las secuelas neurológicas que quedaron del golpe. Loli nació en Zurich, estudió solfeo y sus hijos llevan nombres de la mitología porque es una apasionada de la historia, aunque la vida perra los terminó igualando a todos por abajo. Lo que ocurrió antes parece que ya no va con ella, porque es de las que mata fantasmas a carcajadas.
Loli es una campanilla que regala besos húmedos y sonoros. Como los de las abuelas. Muackkkk. «¡Y otro, y otro más!», le pide al fotógrafo del reportaje. «¡Ayyyyy qué guapo, que m’enamorao!», dice tirándose sobre una silla con mucho teatro. Hay cosas que no se le entienden por culpa de la traqueotomía. Pero eso es cristalino. Del guapo y la silla de publicidad comida por el sol salta como puede hasta el caminito que lleva a la entrada porque acaba de llegar ‘su’ Juanito. Otro de sus guapos. Y tuvo que serlo este gitano «muy fino» al que Loli celebra con fiesta de tres días y que acaba de volver a esa heterogénea familia postiza después de echar el día con los suyos. Con los de verdad. «Mira, me he pelado y estoy muy fresquito», dice agarrado a su andador y soportando estoico el calor de este raro septiembre. Su caso es uno de esos éxitos íntimos que celebran los héroes del Colichet, ya que Juan llegó postrado en una silla de ruedas, con 54 kilos y haciendo unos gestos «raros con las manos, como si estuviera bailando». En apenas unos meses ha pasado de los 80, se ha levantado y además está en plena euforia porque hace 15 días recibió la notificación para ingresar en prisión y entre su abogado y este hogar de acogida le han resuelto la papeleta. No es difícil imaginar qué sería de gente como Juan si volvieran a la cárcel. Carne de cañón perfecta. «A veces, cuando vemos que se acercan las luces de la policía, los sacamos de la cama e intentamos arreglarlo de alguna manera», admite Paqui en una reflexión que rebosa humanidad. Que con la penitencia que tienen al verse así ya es bastante.
«GUAPA» PARA LA FOTO.
Paqui ayuda a Loli a arreglarse el pelo. «¡Uy, uy, uy… qué fotógrafo guapo!», acierta a decir pese a su traqueotomía. / Álvaro Cabrera
A su lado, y agarrada a ella como clavo que arde, está Eva (48). Ella también llegó en silla de ruedas: lo hizo hace tres años, desahuciada y enganchada a la morfina. Tardó meses en dejar de gritar por las noches. Hoy va y viene por su propio pie y se ha recuperado: podría decirse que es una enferma crónica de esas de libro capaz de llevar una vida normalizada en casa con su familia si no fuera porque allá afuera la cosa no es tan fácil. Si no fuera porque a veces las familias ponen todos los problemas del mundo para dar el paso, porque los aparcan en Churriana y si te he visto no me acuerdo. «Y yo quiero irme. Tengo fuera a mi hijo y a mi nuera», dice Eva abriendo mucho los ojos y tratando de ahogar la emoción cuando habla de Paqui: «Ella ha sido lo mejor que me ha pasado», dice deshecha en lágrimas y pasando su mano una y otra vez por el antebrazo de su ángel de la guarda.
El móvil como un salvavidas
Porque Paqui es enfermera pero hace de todo. Hace poco le ha regalado un móvil a Jimmy para que se comunique con sus hermanas. Las cuatro viven en Alemania desde que sus padres emigraron y le perdieron la pista al chico con 17 años. Su historia es confusa y está devorada por el exceso de la vida en la calle, pero hasta donde acierta a recordar Jimmy cree haber estado tirado a la intemperie casi 20 años. Su familia le daba por muerto hasta que un día con Paqui, «cotilleando en Facebook», encontraron el hilo del que tirar. Una, dos, tres… y cuatro hermanas, que se plantaron en Colichet tan pronto como supieron que el hijo pródigo estaba vivo.
«Buenos días, hermanito, te mando un beso enorme desde Gelsenkirchen», dice uno de los últimos wasap que ha recibido de esta mañana y que él festeja como maná caído del cielo. Esta semana podrá abrazar a las otras dos, que han hecho turnos para visitarlo y para celebrar de paso su 45 cumpleaños. Que Jimmy sople las velas, y que las sople así, roza la categoría de milagro. Seguro que los médicos que le atendían en Granada y que lo desenchufaron de la máquina antes de mandarlo a Colichet para que se muriera no se han enterado, pero aquel despojo humano que llegó a esta casa de acogida comido literalmente por larvas de mosca y con una luxación de cadera que ha colocado su pie derecho en el lado izquierdo y el izquierdo en el derecho y que ha dejado la parte inferior de su cuerpo al revés (imaginen cada cosa en el lado contrario) es hoy un tipo risueño que ha recuperado parte de la ilusión enganchado a un móvil. Hablar de enganchados en este contexto es hablar de a-b-c, pero para Jimmy no parece ser un problema haberse colgado de la tecnología. A él le ha salvado.
El mismo efecto parecen haber tenido para Isabel los cuadernillos de sopas de letras, que se apilan roídos en su andador desde que hace dos meses llegara a este rincón desahuciada del hospital. Es de Valencia, lleva las uñas muy cuidadas pintadas en rosa y si no fuera porque su rostro devuelve los surcos del caos podría decirse que fue guapa. Comparte la fresca de la caída de la tarde con Rafael, que no tuvo tanta suerte como Juan, el gitano fino, porque él sí pasó por la cárcel. «Estuve allí pagando una multa», dice vagamente, mirando al suelo y sentado frente a una caseta de perro sin perro que regala otra historia coincidiendo que pasa por allí Manuel, que una vez, por Navidad, intentó escaparse subiéndose a ella y saltando el muro. Aquello no es una cárcel y pueden hacerlo, pero él volvió al día siguiente: sólo quería pasar la noche debajo de su puente.
«Es que salir, para ellos, es complicado», admite Paqui. «Desde hace algunos años sí los dejamos dar una vuelta los fines de semana y les damos dos euros y medio que tienen que traer justificados. Si quieren pipas tienen que ir a un sitio donde les den el tique». Parece exagerado, pero con esa cantidad evitan que compren chocolate, pero no del que se vende en los puestos de pipas. «Es que lo huelen… saben perfectamente dónde está», dice Paqui haciendo un gesto con su nariz. Lo único permitido es el tabaco: doce cigarrillos al día. Es curioso que casi todos han abandonado el hábito de la droga dura pero no el de la nicotina. Hay otros menos dañinos, como el café en el que la mayoría prefiere gastarse ese dinero cuando salen. A veces los invitan los voluntarios, pero la experiencia en una de las últimas cafeterías no fue buena: allí, al verlos llegar, les sirvieron la bebida en vasos de plástico. Porque la enfermedad no se contagia con las medidas adecuadas, pero ¿y si…? Y ése sigue siendo el problema, pero ahora ya no es de ellos: es del resto
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