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El derecho a la desconexión

Por: Renán Vega Cantor

Publicado en El Colectivo (Medellín), diciembre de 2021

Desde hace años los mercachifles tecnocráticos que se mueven en torno a la educación y la conciben como un vulgar negocio venían anunciando los efectos maravillosos que tendría la colonización tecnológica del proceso educativo. Gurúes de la microelectrónica (Bill Gates, Steve Jobs, Nicolas Negroponte…), divulgadores de éxito mediático (Thomas Friedman, Jeremy Rifkin…), sociólogos de la era de la información (Manuel Castells), pretendidos teóricos de la educación (por ejemplo Sugana Mitra y su proyecto de “Escuela en la Nube”) como profetas de las tecno-utopía  digital señalaban que eran necesarios otro tipo de pedagogía y una nueva educación, cuya característica principal debía ser la invasión del espacio escolar por los artefactos microelectrónicos que debían ir sustituyendo a los profesores, convertirlos en simples mediadores entre los aparatos y los estudiantes y, como por arte de magia, los niños y jóvenes se volverían sabios y creadores. Con arrogancia, para citar un solo ejemplo, Sugana Mitra dice en un texto escrito en 2019 que ese libro es “para ayudarle a ver que su hijo no necesita docentes. Creemos que los alumnos pueden aprender en la nube”. Agrega que “Si se les da acceso a internet en grupo los niños pueden aprender cualquier cosa por sí mismos”, y dice esta estupidez: “Internet sabe [sic] lo que los miles de millones de personas que componemos la humanidad sabemos y queremos comunicar”.

La pandemia del Coronavirus, con el confinamiento forzoso que generó y la interrupción súbita y mundial de la educación presencial, fue la oportunidad soñada por los tecnoutopistas mencionados, unos para hacer negocios (vendiendo millones adicionales de cachivaches microelectrónicos) y otros para implementar en la práctica su anunciada “revolucionaria” educación virtual. En los dos últimos años se ha puesto en marcha la colonización virtual del espacio escolar y del proceso laboral de los profesores. Esta experiencia real, permite juzgar los anuncios de Mitra y compañía con la dura realidad que ha sacado a flote la Educación Remota de Emergencia.

Para empezar, se evidenció la desigualdad social imperante en el terreno educativo y en el acceso a artefactos microelectrónicos. La brecha tecnológica mundial y local en cada país confirmó la falacia de un acceso universal a internet, lo cual está condicionado por el nivel de ingreso y la pertenencia de clase. Resulta tragicómico que, en medio de tanta parafernalia tecnológica, en muchos lugares del mundo el contacto educativo entre estudiantes y profesores se haya dado con las guías de clase en papel, escritas a mano y lápiz y que miles de niños y de profesores deben andar en bicicleta o en burro para ir hasta el lugar más cercano donde encontrar un lugar para reunirse o poder enviar un mensaje virtual.

En los lugares, sobre todo en las ciudades, donde se pudieron usar los artefactos microelectrónicos, el optimismo inicial dio paso en poco tiempo al desasosiego y el hastío, sobre todo de los estudiantes. Se demostró que una cosa es estar conectado y otra comunicarse, y que la virtualidad no puede sustituir la interacción cara a cara.

El espacio educativo se abrió al fisgoneo de familiares de los estudiantes y generó una insoportable intrusión en el proceso de trabajo de los profesores, que se multiplicaron para atender a los estudiantes a través de las pantallas, su labor principal, pero al mismo tiempo a los padres que entraron a dictaminar cómo se debía enseñar, tal si fueran expertos en pedagogía y los profesores estuvieran pintados en la pared.

Ese chismorroteo ha sido posible por los artefactos digitales y lo han sufrido los profesores y estudiantes, porque se rompió la separación entre tiempo de trabajo (y de estudio) y el tiempo de la vida, entre el espacio escolar y el del hogar. El celular devino en la nueva cadena de montaje, con el agravante de que funciona las 24 horas y es usado de manera acrítica por quienes están esclavizados a través de ese aparato.

Los profesores vieron incrementado su tiempo de trabajo, al día y la noche, a sábados y domingos, porque aumentaron sus labores y todo el tiempo tienen que lidiar con la intromisión abusiva de padres y acudientes, para responder a cualquier ocurrencia y disparate. En ese sentido, el   WhatsApp es un insoportable medio invasivo que cercena la autonomía docente.  También es un eficaz medio de control para los dueños de los colegios y sus administradores (en la educación pública y, peor aún, en la privada). Ese control externo, un sueño de los educadores autoritarios de todos los tiempos, se ha hecho posible en nuestros días con el smartphone, al que siempre debe estar conectado el profesor, para rendirles cuenta, incluso fuera de su horario normal de trabajo, a sus patronos y en la práctica seguir trabajando día y noche. Durante la pandemia, los profesores han sido super explotados, se incrementó la intensidad laboral y se alargó la jornada de trabajo. Se agudizó la precarización de la labor docente, con sus malos salarios y con los efectos negativos en términos de salud física y mental que genera el estrés digital, como producto de la utilización continua durante jornadas interminables de celulares y computadores.

Para completar, en cuanto al aprendizaje nada que ver con los anuncios demagógicos de Sugata Mitra y compañía de que los niños y jóvenes iban a aprender por sí mismos, solo con acceder a los computadores y al internet. Ha sucedió lo contrario: una pérdida de conocimientos y de posibilidades de aprendizaje por el cese de las actividades presenciales, a la par que una carencia de sociabilidad, de afectos y de experiencias compartidas.

En lugar de una nueva educación y de una pedagogía atractiva e innovadora, que nos iba a tornar sabios a todos e iba a sustituir a los profesores, la generalización de los gadgets microelectrónicos como proyecto totalitario ha mostrado todas sus limitaciones y revelado el verdadero sentido del capitalismo digital y cognitivo. Claro que ha habido ganadores, como los negociantes de empresas microelectrónicos o de Amazon, que han incrementado sus ganancias durante la pandemia. Pero los perdedores hemos sido la mayor parte de los que formamos la comunidad educativa, y principalmente los profesores y luego los estudiantes.

Un regreso a la educación presencial, a partir de la experiencia vivida, debe plantearse una diferenciación crucial, que nunca se menciona: entre el acceso y el uso de lo digital. El acceso se demostró desigual, como producto de la desigualdad social, y los Estados deberían impulsar un acceso más amplio que cobije a los sectores más empobrecidos de la sociedad, que son la mayoría. Pero otra cosa es el uso de los aparatos microelectrónicos, y en ese terreno, los profesores, en primer lugar, deben reclamar de manera autónoma un uso privado como a ellos se les antoje, pero lo que si no puede generalizarse es la detestable práctica de estar conectados todo el tiempo con el lugar de trabajo, con los padres de familia, con los rectores y administradores. En esa dirección, se necesita reclamar un derecho a la desconexión, para tener tiempo libre, volver a leer, privilegiar los encuentros cara a cara, hablar con los vecinos, caminar en un parque, tener contacto con la naturaleza, reunirse con los hijos… Dejar de rendirle culto al celular, desconectarse por un tiempo es hoy, luego de esa invasión digital de estos dos años, una imperiosa necesidad, por cuestiones de salud física y mental, de recuperar la poca libertad que nos deja el capitalismo realmente existente, de escapar del consumismo depredador, de tener tiempo para pensar en construir otros mundos. Recordemos al respecto que Oscar Wilde decía que para luchar por el socialismo se necesitaban muchas tardes libres.

Aparte de reivindicar el derecho a la desconexión, debe proponerse que se habiliten lugares libres de wifi, que es muy contaminante. Así como en cafeterías, restaurantes, bibliotecas se lee el letrero “libre de humo y de contaminación de tabaco”, deberían existir espacios libres de wifi, donde no exista la insoportable interferencia del chismorroteo virtual, de los estúpidos Twitters y de las mil banalidades que invaden el WhatsApp. Esto, además, es una forma práctica de enfrentar el cambio climático y el calentamiento global, porque las comunicaciones virtuales ya consumen más del 10% de la electricidad mundial y cada vez que se envía un mensaje digital se genera CO2 que calienta todavía más el planeta.

En las escuelas debería hacerse, como se ha hecho en Francia, prohibir el uso del celular en las clases, para que se puede respirar tranquilo, desintoxicarse de lo virtual, volver a hablar cara a cara, y tener tiempo para atender en las clases y hablar con los amigos.

En conclusión, si antes de la pandemia se decía que la salvación de la educación estaba en lo digital y virtual, ahora cuando sabemos que eso es una falacia tecnocrática y se ha demostrado la importancia de las aulas físicas y de los profesores de carne y hueso, una reivindicación central de este momento es luchar por el derecho que tenemos a la desconexión, porque hay vida más allá de internet y sin internet.

El derecho a la desconexión

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Libro (PDF): Descolonizando saberes geograficos, geopolíticos y cartográficos

Jorge Calzoni, rector de la Universidad Nacional de Avellaneda, señala en la introducción del texto : Construimos cotidianamente un sistema educativo centrado en nuestres niñes, jóvenes y adultes con oportunidades en el acceso a una educación pública, popular, inclusiva, integral, de calidad y emancipadora. Y en este sentido, nuestre objetivo no puede disociarse de la formación docente. Requisito indiscutible si lo que se quiere fortalecer es al Sujeto cognoscente, reflexivo y comprometido en la transformación de las realidades.

De esta forma esta propuesta, que a partir de la “Diplomatura Universitaria en descolonización de saberes geopolíticos, geográficos y cartográficos”, -y que hoy se sistematiza en un manual-, es parte de las acciones de promoción de una formación pedagógica crítica y comprometida con una perspectiva democrática e inclusiva que nos permite interrogar e interrogarnos sobre los dueños de los mapas y los diccionarios.

Producido por la UNDAV como guía de Diplomatura, fue estructurado por Equipo de Coordinación (Lic. Mariana Vázquez, coordinadora académica; Dr. Christian Adrián Dodaro, coordinador pedagógico, Lic, Daniel Radduso, productor de materiales pedagógicos)

descoloonizando…

Fuente de la información e imagen:  https://estrategia.la/2021/12/22/descolonizando-saberes-geograficos-geopoliticos-y-cartograficos/

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La triste niñez de la pandemia

Pnnr Carolina Vásquez Araya

Las actuales condiciones de vida ponen límites al desarrollo de la niñez.

Lo dijo mi amiga Susana: “Cuando vemos a diario a los niños no alcanzamos a percibir cuánto ha cambiado su comportamiento. Están tristes”. Esta observación puntual me ha hecho reflexionar sobre el impacto del entorno durante la etapa más importante del desarrollo de la niñez y cómo las condiciones restrictivas -en términos económicos y sociales- se han transformado en una especie de cepo, cuya imposición ha acabado con el juego, la interacción entre pares, la diversión y el estímulo físico y psicológico propios de la libertad de movimiento. A ello, añadir la tensión implícita de una situación a la cual no estamos acostumbrados e invade todos los espacios íntimos,  condicionando nuestro humor y, por ende, nuestras actitudes.

Muchas veces medimos los acontecimientos de acuerdo con la vara más conocida. Es decir, nos resulta mucho más fácil establecer rangos de comparación con nuestra percepción y un específico estilo de vida. Poca, o casi nula, es la capacidad de empatía necesaria para ponernos en el sitio de otros, menos afortunados, y tendemos a rebajar el impacto del nuevo escenario ignorando a propósito su poder en la vida de los demás.

Estamos ingresando al tercer año de una realidad de la cual lo desconocemos todo. Nos atacó una pandemia que ha puesto de cabeza todo lo conocido y de la cual no tenemos la medida exacta. Es decir, se ha desatado una infección viral desconocida hasta para el gremio de la salud, que se ha visto sobrepasado no solo por sus consecuencias, también por un cúmulo de informaciones contradictorias y opacas. Si eso sucede entre los expertos, es fácil colegir cómo ha complicado la vida de las familias.

Pero volvamos al tema más importante, el de una niñez triste y sin motivación. Una niñez a la cual le han cortado las alas, le han quitado la libertad de movimiento, la han encerrado entre cuatro paredes -una vivienda popular tiene un promedio de 60 metros cuadrados para una familia de 4 o 5 integrantes- y le han limitado la interacción con sus pares y con el espacio público. Si a eso se añade la tensión originada por la potencial pérdida del empleo o la carencia de recursos económicos para afrontar la crisis, el plato está servido.

Hay que pensar en cómo adecuar lo de hoy para no afectar el mañana.

En términos generales, estamos inmersos en una situación desconocida y, ante sus desafíos, lo menos importante termina siendo la salud mental de la infancia. Aun cuando esto suena extremadamente cruel, la mente del adulto promedio tiende a considerar a los más pequeños como un material flexible que aguanta con todo. Pocos se detienen a reflexionar sobre la trascendencia de una infancia feliz como plataforma esencial para el desarrollo de un ser pleno, tanto física como intelectual y psicológicamente, y esto es porque tampoco la tuvieron. Entonces, simplemente se aplican los criterios establecidos por las autoridades sanitarias y se deja para después el esfuerzo de compensar adecuadamente las carencias que ello implica en la vida de los más jóvenes.

La infancia triste será una de las peores caudas de esta situación incomprensible a la cual nos enfrentamos sin herramientas propias. Vamos hacia adelante a ciegas, avanzando y retrocediendo a medida que el estamento científico tantea, a ciegas, un esquema apropiado de conducta. En medio se deslizan los miedos, las desconfianzas y la sospecha de que ya nada volverá a ser como antes. Sin embargo, como adultos acostumbrados a las dificultades propias de un sistema cada vez más hostil, poseemos la capacidad de adaptación. Otra cosa es la perspectiva para las niñas, niños y adolescentes privados de los recursos esenciales para desarrollar todo su potencial. Vivir confinados, estudiar frente a una pantalla -eso, para los más privilegiados- o compartir a duras penas con sus hermanos un teléfono celular para comunicarse con su maestra mientras se les impide jugar con sus amistades y se les mantiene privados de los estímulos de una vida al aire libre, es una fuente constante de frustración y tristeza. Las consecuencias de este nuevo esquema son imprevisibles.

La triste niñez de la pandemia

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Guatemala ¿Por qué integrantes de un mismo pueblo indígena se matan entre sí?

Guatemala ¿Por qué integrantes de un mismo pueblo indígena se matan entre sí?

El conflicto territorial entre Nahualá y Santa Catarina Ixtahuacán es un iceberg en un país con criminales fronteras internas que diseccionan a los pueblos, convirtiéndolos en enemigos territoriales entre sí a familias pertenecientes a los mismos pueblos originarios.

 

En los últimos meses, reaparece en noticiarios internacionales el violento enfrentamiento entre vecinos de los municipios de Santa Catarina Ixtahuacán y Nahualá, ambos en el Departamento de Sololá, pertenecientes al pueblo Maya Quiché, a unos 150 Km. al occidente de la ciudad de Guatemala.

En diciembre reciente ocurrió una masacre que cobró la vida de 12 indígenas maya quichés. Y como respuesta, el 20 de diciembre, el gobierno central decretó Estado de Sitio en el lugar, ocupando el territorio en conflicto con centenares de agentes de la Policía Nacional Civil (PNC) y el Ejército. En los primeros días de enero, los vecinos de Nahualá expulsaron a la Comisaría de la PNC del lugar… El 7 de enero reciente, un segundo agente de la PNC fue asesinado, y varios otros heridos, en una comunidad de Nahualá, mientras buscaban capturar a supuestos responsables de la masacre anterior.

¿Por qué se enemistaron miembros de un mismo pueblo?

El Municipio de Santa Catarina fue creado, para complacer a familias europeas, durante la Colonia española. El Municipio de Nahualá fue creado para complacer a los amigos de la Revolución Liberal (segunda mitad del siglo XIX) durante la República bicentenaria.

En ningún caso se consultó a sus habitantes si aceptaban o no la frontera intermunicipal que hoy los “asesina”. En ambos casos no delimitaron con precisión las fronteras municipales, ahora, letales para el pueblo Quiché. Más por el contrario, dejaron parcelas colectivas de tierra sin definir qué pertenecía a qué lado. Así, el Estado creó una de las tantas asesinas fronteras internas que hoy es incapaz de resolver.

No es un problema “étnico”. Erróneamente muchos analistas o noticiarios presentan el hecho como un “asunto de indios salvajes”, o los comparan con otros conflictos entre pueblos de Medio Oriente. Falso.

El conflicto no es por identidad o pertenencia cultural. Es a causa de una frontera municipal impuesta que divide/enfrenta al mismo pueblo en dos jurisdicciones diferentes que compiten/disputan entre sí parcelas de tierras colectivas.

El pueblo Quiché, al igual que muchos pueblos en Abya Yala, fueron partidos/divididos por fronteras destructivas, impuestos por las bicentenarias repúblicas criollas que no entienden de continuidad territorial cultural, mucho menos de plurinacionalidad. ¿Cuántos pueblos, en este momento, no están diseccionados en diferentes repúblicas, departamentos o municipios?

Ante la incapacidad/corrupción del Estado, la gente se armó y resuelve sus desacuerdos a bala. A diferencia de muchos países de la región, las constituciones políticas centroamericanas, como la de Guatemala, disponen el derecho a poseer armas de fuego como un derecho ciudadano. En los hechos, con la proliferación de la oscura industria militar, y el negocio de la violencia/seguridad, la gente consiguió armarse.

Un problema que no fue creado por las familias indígenas. Habitados por sus prejuicios, analistas y comentaristas, desde las ciudades, indican que el conflicto violento entre Nahualá y Santa Catarina es por culpa de los “indios”. Falso.

Quien creó este conflicto fue y es el Estado criollo que no entiende de la coexistencia de los pueblos, ni de la continuidad territorial/cultural.

El problema surgió cuando se repartieron un territorio originario, con población incluida, como si se tratara de un queso. Este conflicto se afianzó con la ilusa “identidad territorial/municipal” arengada por las élites municipales. No sabemos si desaparecerá con la restauración del territorio e identidad Quiché, en el marco de la propuesta del Estado plurinacional.

Si ya el problema fue creado por el Estado, las consecuencias sangrientas de la respuesta estatal también externalizan la arcaica filosofía punitiva/déspota que aún habita al Estado de Guatemala, incapaz de ejercer hegemonía en la totalidad de su territorio. ¡No se puede, ni se debe enviar delegaciones de PNC, junto al Ministerio Público, a territorios en histórico conflicto violento sin previo diagnóstico de inteligencia! ¡Mucho más en un país con libre mercado de armas de fuego!

El conflicto territorial entre Nahualá y Santa Catarina Ixtahuacán es un iceberg en un país con criminales fronteras internas que diseccionan a los pueblos, convirtiéndolos en enemigos territoriales entre sí a familias pertenecientes a los mismos pueblos originarios.

Deseamos que este problema creado por la Colonia eurorepublicano se resuelva mediante el sistema de deliberación y consensos tradicionales de los pueblos.

Fuente de la Información: https://ollantayitzamna.com/2022/01/08/guatemala-por-que-integrantes-de-un-mismo-pueblo-indigena-se-matan-entre-si/

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México: Educar en la pausa

Educar en la pausa

Gaby Bloise

Recientemente, tuve la primera oportunidad desde que inició la pandemia de salir de viaje. Este “salir de mi guarida” me hizo caer en cuenta del “piloto automático acelerado” en el que he vivido desde hace meses. Viéndome desde fuera, me sentí como el conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas corriendo y corriendo porque llego tarde, sin saber a dónde ni por qué.

Lo más sorprendente es que cuando me di cuenta y desaceleré el ritmo, miré a mi alrededor y me vi rodeada de otros conejitos en un rush de adrenalina similar.

Este reciente descubrimiento me ha llevado a la siguiente conclusión: Como docentes y como profesionales tenemos el deber de educar de una forma que cuestione la cultura enfocada en la velocidad y la falsa “productividad” que tanto daño nos está haciendo, a nivel individual y colectivo.

¿Por qué nos pasa esto?

Parece ser que, culturalmente, hemos llegado al punto en que asociamos nuestro valor como personas con qué tan “productivos” somos.

Creemos que las personas que hacen más son más valiosas para la sociedad. Aplaudimos al que se queda a trabajar hasta tarde pensando que seguramente es más productivo.

Por el contrario, asociamos lo lento con lo ineficiente. No hay mayor insulto que decirle a alguien que es “lento”, prácticamente estamos diciéndole que es estúpido, flojo o inútil. Tenemos tan impregnada la necesidad de hacer, que cuando dejamos de ser “productivos”, se generan sentimientos de ansiedad, culpa y estrés.

Esta forma de pensar está teniendo consecuencias negativas en las formas en que vivimos, educamos y trabajamos.

Tenemos una enorme crisis de salud mental y física. El 15% de nuestros niños y jóvenes en Latinoamérica tienen un trastorno mental diagnosticado (UNICEF, 2020). Tenemos cifras récord de burnout en los lugares de trabajo. Se han cuadruplicado los casos de síndrome del túnel carpiano y otras afecciones relacionadas con el excesivo uso de la tecnología (Sandoval, 2021).

Lo peor del asunto es que este daño físico y mental que nos estamos haciendo en aras de la “productividad” no se refleja en un aumento en esos índices. Desde hace ya algún tiempo, varias investigaciones afirman lo mismo: aquellos empleados con jornadas laborales superiores a las 40 horas semanales acaban resultando improductivos (Wong, 2021).

Por el contrario, países como Islandia, que han apostado por reducir su jornada laboral a menos de 35 horas, han tenido resultados sorprendentes en el aumento de la productividad y el bienestar de los trabajadores (Kelly, 2021).

Si esto es real para los lugares de trabajo, debe serlo también para las escuelas. Sin embargo, la mayoría de las conversaciones en el terreno educativo se está enfocando en cómo vamos a “recuperar el tiempo perdido”. ¿Cómo vamos a hacer que los niños aprendan las partes del plan de estudios que se perdieron durante la pandemia? Y respondemos a estas preguntas con más acelere: más tareas, más tutorías, más actividades extracurriculares.

Y así se crea el círculo vicioso colectivo. Jefes acelerados que propician empleados acelerados. Directivos acelerados que propician maestros acelerados que propician alumnos acelerados.

Y entonces vemos a maestros en el aula que le tienen pavor al silencio. Hacen una pregunta y si no reciben una respuesta en 2 segundos, entran en pánico y dan la respuesta ellos mismos. Alumnos sin tiempo para jugar en casa porque tienen una pila de tareas que hacer. Directivos de escuela que llenan y firman formatos ad infinitum.

Nos vamos automatizando. Y, así, nos marchitamos. Perdemos la chispa. Nos volvemos grises.

Y entonces, ¿qué hacemos?

Si queremos transformar nuestros espacios educativos para ofrecer espacios para la pausa, tenemos que empezar por nosotros mismos. Seamos el ejemplo.

Aquí, algunas ideas:

  • No hagas nada. Te reto: destina 5 o 10 minutos al día en los que no tengas agenda. Ni música, ni celular. Nada. Haz estas pausas de forma intencionada y ve cómo te sientes.
  • Respira profundo. Una, dos, tres,… muchas veces al día.
  • Propicia la curiosidad para preguntarte a ti mismo: ¿Por qué estoy haciendo lo que estoy haciendo? ¿Qué intención tiene? ¿Puedo hacerlo de una forma diferente?
  • Pon atención a lo que se necesita de ti. Muchas veces no se trata de empujar más fuerte sino de dejar ir. Cuando estamos buscando una chispa creativa, dejarnos fluir y despejarnos es lo mejor que podemos hacer. Este artículo es para mí un ejemplo de eso.
  • Dedica tiempo a actividades que te hacen feliz, sin prisas y sin culpas. Estar con tu familia, en la naturaleza, leer. Rodéate de arte, haz deporte, o busca una actividad que te dé tranquilidad.

Cambiemos la narrativa. ¿Qué tal si en lugar de promover una cultura de la “productividad” contribuimos a un movimiento para promover una cultura enfocada en el bienestar: individual, colectivo, organizacional?

Acerca de la/el autor

Apasionada del aprendizaje desde niña, Gaby Bloise es una entusiasta promotora de la educación como la herramienta de transformación social y cultural más poderosa con la que contamos los seres humanos en el siglo XXI.

Gaby es licenciada en Pedagogía y cuenta con una maestría en Dirección y Gestión de Centros Educativos. Ha trabajado por más de 10 años diseñando y liderando proyectos de innovación educativa, guiada por un profundo compromiso con la transformación de los espacios educativos y la renovación de la visión educativa de profesionales de la educación en todos los niveles y contextos. Actualmente, lidera el área de Cultura y Liderazgo Estratégico en Radix Education.

Referencias

UNICEF. (2020) 6 efectos de la pandemia en adolescentes y jóvenes. Disponible en: https://www.unicef.org/lac/6-efectos-de-la-pandemia-en-la-salud-mental-de-adolescentes-y-jovenes

Sandoval, B. (2021) Efecto home office: Se cuadruplican casos del síndrome del túnel carpiano. Forbes México. Disponible en: https://www.forbes.com.mx/efecto-home-office-se-cuadruplican-casos-de-sindrome-del-tunel-del-carpo-aqui-los-sintomas-y-costo-del-tratamiento/

Wong, B. (2021) Qué es la productividad tóxica y cómo evitarla. Huffpost. Disponible en: https://www.huffingtonpost.es/entry/que-es-la-productividad-toxica-y-como-evitarla_es_607ff2fde4b0e26a691b2ccf

Kelly, J. (2021) Qué país intentó acortar la semana laboral y fue un «éxito abrumador» Forbes Argentina. Disponible en:

https://www.forbesargentina.com/lifestyle/la-relacion-amor-odio-tik-tok-rae-addison-mas-gana-plataforma-n9028

 

Fuente de la Información: http://www.educacionfutura.org/educar-en-la-pausa/

 

 

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Cuba: La Reforma universitaria

La Reforma universitaria

 Graziella Pogolotti

Transcurría el año 1918 cuando en Córdoba, Argentina, estallaba un brote renovador que muy pronto, como mancha de aceite, se extendería a la América Latina toda. Un siglo después de haberse desgajado nuestras repúblicas del dominio de España las universidades permanecían anquilosadas.

La propuesta transformadora de los jóvenes argentinos incluía aspectos de orden académico, pero se proyectaba mucho más allá. Problematizaba, en términos innovadores, la función del alto centro docente en la sociedad. Estudiantes asumían responsabilidades políticas, culturales y educacionales con vistas a salvar las brechas que los separaban de las masas populares desamparadas.

Aunque el contexto desfavorable cercenó la realización total del propósito, el modelo introdujo algunos cambios.  Aparecieron en todas partes departamentos de extensión cultural que, en alguna medida, trataron de paliar las deficiencias de las políticas gubernamentales y, sobre todo, a partir de entonces las universidades se convirtieron en focos de fermento de ideas y de participación juvenil en la vida pública.

En Julio Antonio Mella coincidieron el cuerpo atlético y la inteligencia poderosa, dotada para conjugar el análisis de la realidad concreta con la lectura provechosa, libre de esquemas y simplificaciones dogmáticas, de Marx y Martí. Asimiló la lección renovadora de la Reforma universitaria de Córdoba. Animó la fundación de la FEU, intentó depurar el claustro de los profesores adocenados y dio cauce a la creación de la Universidad Popular José Martí, destinada a la formación de la clase obrera.

Asesinado en México por la tiranía de Machado, algunos logros iniciales fueron cercenados. Pero la semilla estaba sembrada. La juventud universitaria se lanzó al combate. Dejó una estela de mártires, a quienes se les rendía homenaje cada 30 de septiembre, fecha de la caída de Rafael Trejo en 1930.

La tradición se radicalizó al perpetrarse el golpe de Estado de Fulgencio Batista. Las universidades se convirtieron en centros propulsores de acciones combatientes que trascendían la voluntad de derrocar la dictadura. Había que modificar las raíces de un sistema conformado por la dependencia del capital foráneo y los rezagos del neocolonialismo.

Sin embargo, el proyecto reformador de la enseñanza había quedado trunco. Al cumplirse un año de la Campaña de Alfabetización tomaba cuerpo el rediseño integral de la educación superior. Para fundar soberanía en el área del conocimiento se abrieron las hasta entonces inexistentes facultades de Economía y Biología.

En la base de la pirámide, el departamento devino la célula básica que articulaba investigación y docencia, configuraba programas y planes de estudio, planeaba la superación permanente del claustro y emprendía la urgente actualización y modernización del saber en los distintos ámbitos de la ciencia. En la Universidad Central de Las Villas, el Che había llamado a los centros de educación superior a pintarse de pueblo.

Para los profesores de entonces, muchos de ellos novicios, se planteaba un desafío gigantesco de estudio y búsqueda de amplias fuentes bibliográficas. Era una carrera contra el tiempo, porque los estudiantes de nuevo ingreso estaban tocando a las puertas. En algunas áreas pudo contarse con la colaboración de especialistas procedentes de otros países. Llegaron de la América Latina, de Europa occidental, de Estados Unidos y de los países socialistas. Deslumbrados por los rasgos singulares de una Revolución triunfante que enlazaba el movimiento de liberación nacional con la proyección hacia el socialismo, los movía un generoso espíritu solidario.

Inmersos en el empeño de participar en la edificación de un país, no habíamos cobrado conciencia de tener una asignatura pendiente. No bastaba con instruir. Era necesario formar. Para hacerlo, resultaba indispensable conocer la Cuba que habíamos heredado. Pasar de la concepción teórica de la naturaleza del subdesarrollo al contacto concreto con sus dimensiones sociales y culturales.

Fidel convocó a impulsar un trabajo de animación sociocultural en zonas intrincadas de la isla. Con entusiasmo misionero acopiamos un muestrario de imágenes de las artes visuales y selecciones de textos literarios. Marchamos dispuestos a enseñar. Topamos entonces con el universo largamente marginado en lo profundo de la sociedad. Nos sentimos desarmados. Comprendimos la necesidad de forjar herramientas para edificar el diálogo con el otro. De maestros nos convertimos en aprendices. Modificamos definitivamente nuestra noción de cultura, entendida ahora desde perspectivas antropológicas y sociales.

Integrada al proyecto transformador revolucionario, la Reforma universitaria modernizó la enseñanza. Abrió la mirada hacia anchos horizontes. Siguiendo el precepto martiano, injertó el saber del mundo en el tronco de nuestras repúblicas.

(Tomado de Juventud Rebelde)

Fuente de la Información: http://www.cubadebate.cu/opinion/2022/01/09/la-reforma-universitaria/

 

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Guatemala: Una mirada a lo lejos

Una mirada a lo lejos

El repunte de contagios provocado, en cierta medida, por las reuniones de fin de año y la confusión generada por medidas sanitarias insuficientes y contradictorias, marca con fuerza el inicio de una nueva hoja en el calendario. En algunos países del continente continúa la campaña de vacunación para el segmento infantil con la intención de retornar a las clases presenciales y, en otros más avanzados, ya se comienza a administrar la cuarta dosis en adultos. Estas medidas emergentes demuestran hasta qué punto los gobiernos responden a la imperiosa necesidad de recuperar el control de la economía y, con ello, un estilo de vida cuyas características parecen formar parte del pasado.

Lo que no se dice es cuánto daño irreparable ha causado esta pandemia en los países menos desarrollados. Se evita escarbar en la cuantiosa pérdida de oportunidades de estudio y de trabajo para los segmentos medios y con mayor énfasis en los menos favorecidos de nuestras sociedades, en donde las restricciones de movilidad, el cierre de establecimientos educativos y comerciales, así como la reducción drástica de los ingresos ha provocado un fuerte traslape descendente de las distintas capas sociales. Además, el impacto negativo en la calidad de vida ha cruzado a todo el universo, desde las familias de altos ingresos hasta quienes sobreviven en la extrema pobreza.

Pero si los adultos reaccionan con temor ante la incertidumbre del futuro inmediato, es fácil imaginar cuánto de esa angustia permea hacia el resto de la familia, especialmente sobre jóvenes y niños cuyas rutinas han sido anuladas de golpe, impidiéndoles realizar actividades esenciales en el proceso de alcanzar un desarrollo integral y saludable. El efecto psicológico de la pandemia en la población infantil y juvenil es un factor desconocido, cuyas consecuencias en la salud física y mental están aún por verse.

En este proceso complejo y cargado de incógnitas, se cruza un cúmulo de hipótesis, opiniones contradictorias de científicos y posturas antagónicas de grupos de interés -entre ellos, líderes religiosos que niegan la existencia del virus- capaces de confundir aun más a una población poco informada y temerosa, pero sobre todo sujeta a decisiones no consensuadas ni compartidas. La autoridad de los gobiernos ha sido, en este caso específico, un ensayo de prueba y error contaminado por los intereses de sectores de poder cuya menor preocupación es la salud pública y cuyo mayor interés reside en poner en marcha la economía, a cualquier precio.

El costo social de la pandemia es, hasta la fecha, difícil de calcular. En algunas naciones del continente, el grueso de la población vive alejada de los centros urbanos y sin presencia de Estado. Es decir, habitan en una esfera cuyos indicadores son desconocidos por las instituciones y en donde carecen de todos los recursos básicos de atención sanitaria. Al ser víctimas de una enfermedad tan devastadora como la provocada por el Covid 19 y sus variantes, sus esperanzas de vida se reducen al mínimo. Estas comunidades son, en su mayoría, integradas por los pueblos originarios que han sido históricamente marginados, desprovistos de poder económico, político, y asediados de manera constante en una batalla sin cuartel por sus tierras y sus recursos.

Para comenzar a entender el alcance de los efectos de lo vivido actualmente en el mundo es necesario dar una mirada a lo lejos, poner atención a lo que sucede más allá de nuestro entorno inmediato y todavía mucho más allá de nuestro limitado concepto de sociedad. En las fronteras urbanas está el inicio de una realidad distinta, cuyos indicadores representan el verdadero perfil de nuestros países. Al interior de las ciudades también existe otra frontera, otra división ilustrativa de la desigualdad, y es la marcada entre la población adulta y los amplios sectores de niñez y adolescencia, más afectados que nadie por este fenómeno sanitario complejo y desconocido que escapa a su comprensión y altera su vida de modo radical.

Vale la pena echar una mirada a la verdadera patria, la que hemos decidido ignorar.

 

Fuente de la Información:  https://iberoamericasocial.com/una-mirada-a-lo-lejos/

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