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Argentina y México proponen un nuevo eje progresista en América Latina y el Caribe

Por: Pedro Brieger

Las visitas de Estado tienen múltiples dimensiones y hay diferentes criterios para evaluarlas más allá de las afinidades políticas, entre otros, la duración de una visita y las actividades que se realizan. Muy lejos en el recuerdo quedan las giras de semanas, como la que realizó el presidente de Francia Charles de Gaulle en 1964 por 10 países de América del Sur a lo largo de 26 días. Ahora el tiempo apremia, todo es breve y las visitas de Estado suelen durar horas, apenas para un saludo y la firma de algún documento protocolar. No es el caso de la visita de Alberto Fernández al presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO).

La excusa del viaje a México fue la conmemoración del bicentenario de la independencia mexicana y específicamente el día de la bandera, el 24 de febrero. Fernández permaneció durante tres días y se pudo percibir una gran empatía con AMLO, que lo invitó a varias actividades por fuera de lo estrictamente protocolar.

De hecho, fue el primer presidente extranjero en participar de la famosa “mañanera”, la conferencia matutina de AMLO. Además, habló en el Senado, fue declarado huésped ilustre de la Ciudad de México por la jefa de gobierno Claudia Sheinbaum y visitó el laboratorio Liomont para conocer el lugar donde están desarrollando vacunas de manera conjunta. Como si esto fuera poco acompañó a AMLO al acto central por el día de la bandera en Iguala el 24 de febrero.

Vale la pena recordar que López Obrador accedió a la presidencia el 1 de diciembre de 2018 mientras en la Argentina gobernaba Mauricio Macri, claramente alineado con la política exterior de los Estados Unidos y que propugnaba el abandono de los mecanismos de integración regional. El hecho fortuito que unió a Fernández con López Obrador un mes antes de que asumiera formalmente la presidencia fue el golpe de Estado contra Evo Morales el 10 de noviembre de 2019. Entre ambos lograron salvarle la vida a Morales.

Ya en la presidencia desde el 10 de diciembre de 2019 Fernández estrechó el vínculo con el gobierno de México buscando una mayor integración regional a través de proyectos conjuntos, el relanzamiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y el Grupo de Puebla como ejes políticos. De esta manera se diferenció de los gobiernos de derecha de la región que no impulsan mecanismos de integración latinoamericanos sino todo lo contrario; salvo, cuando se trata de atacar de manera conjunta al gobierno de Nicolás Maduro, como si este fuera el único tema de interés en América Latina.

Desde ya que no extraña que los grandes medios de comunicación opositores a ambos gobiernos hayan puesto el énfasis en todo lo que podía provocar roces y distanciamiento entre los dos presidentes. Sin embargo, sus discursos, las imágenes de cordialidad entre ambos, sus elogios mutuos y el documento conjunto de 15 puntos son más que elocuentes.

Alberto Fernández y Andrés Manuel López Obrador tienen una visión estratégica común respecto de la necesidad de una verdadera integración regional de América Latina y el Caribe, el acceso equitativo a las vacunas, las críticas a la Organización de Estados Americanos (OEA) comandada por Luis Almagro, e incluso de la cooperación espacial a través de una Agencia Latinoamericana y Caribeña del Espacio (ALCE). La tarea no es sencilla, pero para comenzar se necesita voluntad política. Y ambos la tienen.

Fuente e imagen: https://rebelion.org/argentina-y-mexico-proponen-un-nuevo-eje-progresista-en-america-latina-y-el-caribe/

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Estados alterados

Por: Hernán Ouviña

El avance de las derechas latinoamericanas en torno a 2015 pareció cerrar un largo de ciclo de impugnación al neoliberalismo. Pero el rechazo frontal al modelo hoy se ha reanudado con fuerza y enorme radicalidad.

El texto que sigue es un fragmento adaptado de Estados alterados. Reconfiguraciones estatales, luchas políticas y crisis orgánica en tiempos de pandemia (Muchos mundos ediciones – CLACSO, 2021).

Pero antes de que la sociedad nueva se organice,

la quiebra de la sociedad actual precipitará a la humanidad 

en una era oscura y caótica.

José Carlos Mariátegui

¿Fin de ciclo o reimpulso? ¡Sí, por favor!

Partimos de una hipótesis: la existencia de un largo «Ciclo de Impugnación al Neoliberalismo en América Latina» (de ahora en más, CINAL). En este ciclo, si bien incluimos como referencias ineludibles y de enorme gravitación la victoria electoral, el ascenso y la consolidación de los gobiernos denominados progresistas en la región (inaugurados con el triunfo de Hugo Chávez en la urnas en 1998), también advertimos que dicha fase de disputa y confrontación se inició antes de este proceso, teniendo como punto de partida y grado cero a las rebeliones y luchas populares de carácter antineoliberal que los antecedieron y que incluso en muchos casos dotaron de sentido a estos gobiernos y permitieron que pudiesen sostenerse en el tiempo (Ouviña y Thwaites Rey, 2018).

Del Caracazo en 1989 a los estallidos y procesos destituyentes en Ecuador iniciados con el levantamiento del Inti Raymi en 1990, de la guerra del agua y del gas de 2000 y 2003 en Bolivia a la insurrección popular de 2001 en Argentina –por mencionar solo los casos más emblemáticos–, en la mayoría de estos países se combinaron crisis políticas y socioeconómicas inéditas junto con una abrupta activación de masas. Ese proceso se desplegó a través de variados y originales repertorios de protesta, donde los altos grados de espontaneidad dieron lugar, con el correr de los años, a novedosas estructuras organizativas y tramas de sociabilidad alternativa.

Luego de una ardua y subterránea resistencia desde abajo, en gran parte de la región accedieron al gobierno fuerzas de centroizquierda, coaliciones progresistas y líderes ajenos a las estructuras políticas tradicionales que hicieron de la retórica antineoliberal un pivote fundamental de sus proyectos de transformación.

En lugar de delimitar dos momentos antagónicos cerrados y acotados en el tiempo (neoliberal y posneoliberal), consideramos que resulta más pertinente plantear la cuestión en términos de la disputa hegemónica que se desarrolló en esos años de norte a sur del continente y que aún continúa abierta. Así, nuestro enfoque parte de una perspectiva gramsciana e incorpora en la confrontación política, económica y sociocultural (que todavía está en curso) no solo a los procesos de lucha que tuvieron impacto en el poder gubernamental, sino a todas las experiencias políticas de la región que se enmarcaron en disputas antineoliberales, anticoloniales, anticapitalistas y antipatriarcales, aunque no hayan lograron arrojar un saldo electoral positivo (Thwaites Rey y Ouviña, 2019).

Asimismo, asumimos una definición amplia y de mayor complejidad del neoliberalismo, no acotándolo meramente a un conjunto de políticas económicas ni tampoco a un menor grado de intervencionismo estatal vis a vis el mercado. Estas interpretaciones, creemos, oscurecen más de lo que clarifican. Optamos por retomar la tesis formulada por Christian Laval y Pierre Dardot (2013), para quienes el neoliberalismo es la razón global del capitalismo contemporáneo, por lo que requiere ser asumido como «construcción histórica y norma general de la vida», mediante su poder de integración de todas las dimensiones de la existencia humana. No es, por tanto, mero destructor de reglas ni puro mercantilismo, sino también productor de un cierto «conformismo», de determinadas maneras de vivir, subjetivar y reproducir un sentido de orden.

Hecha esta aclaración, es importante insistir en que el CINAL antecede a aquellos triunfos electorales, acompaña con sus temporalidades, agendas propias y hasta hondos desencuentros al contradictorio derrotero de estos gobiernos, e incluso perdura más allá de sus caídas o declives, producidos ya sea a través de las derrotas que sufren en las urnas o a raíz de procesos de desestabilización asentados en prácticas neogolpistas.

La reacción derechista que sobreviene a partir de 2015, con el triunfo electoral de Mauricio Macri en Argentina, el golpe de Estado parlamentario-mediático-judicial contra Dilma Roussef, que pavimentó el encarcelamiento de Lula y la victoria del neofascista Jair Bolsonaro en Brasil, el viraje neoliberal de Lenín Moreno en Ecuador, la derrota electoral del Frente Amplio en Uruguay y la contraofensiva imperialista en Venezuela, parecieron augurar una reversión completa del CINAL.

De todas maneras, aún cuando podamos aseverar que vivimos actualmente un eclipsamiento del progresismo como fenómeno de alcance y gravitación continental (y, por lo tanto no resulta descabellado postular el cierre de lo que –durante casi dos décadas– fungió de una fase con relativa hegemonía de gobiernos de este tenor a escala regional que convivió, por cierto, con expresiones de la más cruda persistencia y agudización del neoliberalismo, en particular en la geografía del Pacífico), sin embargo, ello no equivale a un fin de ciclo del CINAL conceptualizado en toda su integralidad, sino más bien a su reactivación sobre nuevas bases, tal como intentaremos demostrar aquí.

Al respecto, quizás sea pertinente apelar a la conocida broma en la cual el ácido humorista Groucho Marx retruca al clásico interrogante: «¿Té o café?», expresando «¡Sí, por favor!». La respuesta que subyace a este chiste quizás permita sortear el entuerto al que nos somete el debate constante al interior de las izquierdas en torno a los avatares y polémicas de si existe o no un cierre de este largo ciclo.

Entendemos que el rechazo frontal al neoliberalismo como expresión contemporánea de la contraofensiva capitalista e imperial asentado en el antagonismo, la confrontación abierta y la acción directa en las calles, se ha reanudado con fuerza y enorme radicalidad en 2019, y hoy también parece recobrar ímpetu en diversos territorios de América Latina (a tal punto que las movilizaciones masivas y los repertorios de protesta se han replicado poco tiempo atrás en Perú, y desde hace meses también se viven destellos de una insubordinación callejera similar en el corazón mismo de los Estados Unidos), en plena sintonía con las multitudinarias revueltas, los levantamientos populares y las huelgas de masas que despuntaron en la segunda mitad de 2019, sobre todo durante los ajetreados meses de octubre y noviembre.

2019 y sus momentos constitutivos

Para el análisis y la caracterización del contexto que se abre tanto durante 2019 como en 2020 recuperamos un concepto propuesto por René Zavaleta: el de momento constitutivo. De acuerdo a su lectura, el mismo remite a un episodio epocal –entendido, por cierto, de manera procesual– en donde el conjunto de la población vive, como «efecto de la concentración del tiempo histórico», «una instancia de vaciamiento o disponibilidad universal y otra de interpelación o penetración hegemónica» (Zavaleta 1990b, p. 183).

Con un claro lenguaje gramsciano, Zavaleta intenta dotar de centralidad a aquellos momentos o coyunturas históricas en las que se produce «la transformación ideológico-moral o sea la imposición del nuevo sentido histórico de la temporalidad», esto es, «una suerte de vacancia o gratuidad ideológica y la consiguiente anuencia a un relevo de las creencias y las lealtades» (Zavaleta 1990a, p. 132).

Si bien no lo explicita, resulta evidente que está aludiendo a situaciones que, al decir de Gramsci, se identifican con las crisis orgánicas en el seno de un bloque histórico: aquellos contextos críticos de una sociedad donde la hegemonía, hasta ese entonces arraigada en las masas, se resquebraja y deja de oficiar como concepción predominante del mundo, desestabilizándose también las diferentes formas de autoridad predominantes, en particular la referida al orden público-estatal. Los momentos constitutivos remiten por lo tanto a crisis generales, en las que se plasman o bien se refundan las características y rasgos más destacados de una determinada sociedad por un tiempo relativamente prolongado, es decir, la configuración o genealogía profunda de un bloque histórico, en su específica articulación entre Estado y sociedad (Ouviña, 2016).

La rebelión iniciada los primeros días de octubre de 2019 en Ecuador, así como las que acontecieron semanas más tarde en otras realidades, pueden ser leídas en clave de momentos constitutivos en la medida en que el levantamiento en el país andino irradió su potencialidad hacia diversas latitudes de América Latina e incluso del sur global, configurando un haz de insubordinación y cuestionamiento radical del orden dominante a escala regional. Tengamos en cuenta que menos de una semana después de culminada la insurrección popular en Quito, Santiago de Chile fue sacudida por una protesta inusitada, cuyos repertorios de acción, desacato y formas de beligerancia reenviaban a las vividas en el territorio ecuatoriano.

Luego le sucederían las jornadas convulsionadas en Colombia, con una similar huelga política caracterizada por el desborde en las calles. Y, en simultáneo a estos procesos, Haití se veía conmocionada por numerosas movilizaciones callejeras con un idéntico espíritu insumiso y de hartazgo generalizado. En todos estos casos, lo que irrumpieron no fueron tanto movimientos populares como pueblos en movimiento, donde el liderazgo colectivo resultó ser la regla. Analicemos más en detalle cada uno de ellos.

La historia reciente de Ecuador ha estado signada por sucesivos alzamientos y dinámicas de confrontación, cuyo primer hito puede situarse treinta años atrás, en la rebelión indígena de 1990 conocida con el nombre de Inti Raymi. No obstante, a pesar de esta constelación de insurgencias –que tuvo alzas y reflujos, llegando a implicar la caída de gobiernos y una gran capacidad de veto por parte de los pueblos y nacionalidades de la sierra, costa y amazonía– los once días vividos entre el 1 y el 12 octubre de 2019 involucraron no solo a la CONAIE, que sin duda cumplió un papel clave como articuladora a nivel (pluri)nacional y en el conjunto del país de este levantamiento combinado con una huelga de masas, sino también a sectores heterogéneos de la clase trabajadora y a todo un crisol de sujetos e identidades urbano-populares que excedieron con creces al movimiento indígena y que confluyeron al calor de este estallido sin precedentes.

Las manifestaciones, repertorios de acción y embriones de poder territorial que se fraguaron en las calles incluyeron a estudiantes, feministas, movimientos barriales, gremios, partidos de izquierda, campesinado pobre, desocupados/as, ambientalistas, empleados/as estatales, trabajadores/as precarizados/as y migrantes, jornaleros, maestros/as, pequeños comerciantes, pobladores y, por supuesto, indígenas pertenecientes a las estructuras de la CONAIE. Pero también se destacaron, sobre todo en los días más álgidos del conflicto, numerosos grupos y un sinfín de personas no vinculadas a plataforma alguna, que dieron considerable dinamismo y osadía a los momentos de mayor antagonismo, creatividad y experimentación colectiva.

En el caso de Chile, el viernes 18 de octubre de 2019 (es decir, menos de una semana después de la rebelión ecuatoriana) miles de estudiantes secundarios de toda la capital realizaron una jornada masiva de evasión en el Metro de Santiago («evadir, no pagar, otra forma de luchar» fue la consigna de autoconvocatoria en los principales puntos neurálgicos de la línea subterránea), ante una nueva intentona por despojar y privatizar lo común, en esta ocasión expresada en el alza de pasajes impuesto por el gobierno derechista de Sebastián Piñera. Lo que comenzó como un repudio y boicot activo contra el aumento de 30 pesos en el costo de este medio de transporte público desencadenó de manera más profunda y transversal un desacato contra treinta años de neoliberalismo recargado, lo que hizo crujir el «exitoso» modelo chileno, ayer denominado por gobiernos de la Concertación como el «jaguar latinoamericano» y hasta días antes de la revuelta caracterizado por Piñera como el «oasis» de la región.

Este hastío e irrupción plebeya, si bien tuvo contornos espontáneos, hunde sus raíces en un largo e invisible proceso de erosión de la hegemonía neoliberal protagonizado por una multiplicidad de comunidades, actores y movimientos populares, que van desde la resistencia mapuche contra el despojo y la militarización de sus territorios en Wallmapu a los ciclos de lucha estudiantil de 2001, 2006 y 2011, pasando por las movilizaciones multitudinarias en torno al NO+AFP (fondos de pensión privatizados) y las masivas protestas feministas de 2018 y 2019 (Ouviña y Renna, 2019).

Si a esta altura estaba clara la irradiación y resonancia de estas luchas más allá de sus fronteras de origen [1], la huelga política convocada en Colombia para el 21 de noviembre de ese mismo año no hizo sino reforzar aún más una perspectiva de anudamiento e inteligibilidad común, dándole a estos estallidos un carácter articulado y regional. Nuevamente hicieron su aparición la primera línea, los escudos y las máscaras antigas, pero también las consignas y los repertorios de acción directa desplegados anteriormente en Ecuador y Chile, entre los que se destacaron los cacerolazos nocturnos y hasta canciones emblemáticas como «El baile de los que sobran», de Los Prisioneros, devenido un himno de las luchas antineoliberales en el Sur global.

En el caso colombiano, este contagio se empalmó con una conjunción de malestares ligados al incumplimiento de los acuerdos de Paz firmados en La Habana entre la insurgencia de las FARC y el Estado, y a las profundas desigualdades generadas por la implementación de un «neoliberalismo de guerra» que ha redundado en niveles extremos de precariedad, saqueo de bienes naturales y mercantilización de la vida, así como en constantes masacres y asesinatos de líderes sociales y referentes de derechos humanos, sobre todo en las zonas rurales donde el conflicto armado es más intenso. Aunque, en rigor, fue el anuncio del gobierno de Iván Duque de un paquete de reforma tributaria, jubilatoria y laboral, el que sirvió de detonante inmediato para el inicio de este nuevo ciclo de luchas que hizo crujir la hegemonía del «régimen uribista» con el paro nacional del 21 de noviembre de 2019, que desbordó a las centrales sindicales convocantes y desencadenó un proceso de movilización popular en las calles, del que no se tiene antecedentes en las últimas décadas en el país.

Aunque no han sido tan visibles, cabe destacar además las rebeliones que circundaron durante 2019 a varias islas del Caribe, con un mismo hilo de indignación que las enhebró en las calles, y que incluso precedieron al haz de revueltas de octubre y noviembre en Sudamérica. En primer lugar, la acontecida en Haití, donde las denuncias de fraude electoral y de corrupción por parte de la élite política gobernante, combinadas con una crisis profunda en términos socioeconómicos, un incremento del precio de los combustibles y la catástrofe humanitaria post terremoto (exacerbada por la temprana intervención militar y la ocupación del territorio nacional por parte de la MINUSTAH, desde 2004 a 2017), así como los desvíos y la apropiación indebida de fondos provenientes de Petrocaribe, dieron lugar a un ciclo de protestas multitudinarias y a dinámicas seminsurreccionales que trajeron aparejada la renuncia de varios primeros ministros y funcionarios de alto rango, con un saldo de alrededor de 80 personas asesinadas por la represión estatal.

Pero también merece mencionarse a Puerto Rico, territorio donde en el auge de la movilización popular –durante un paro nacional declarado el 22 de julio– llegó a contarse más de un millón de personas en las calles, y cuya lucha culminó con la dimisión del gobernador de la isla, Ricardo Rosselló, producto de la contundencia de las protestas.

Si contemplamos todo este crisol de rebeliones desde un prisma que tome distancia del mero coyunturalismo y pondere la correlación de fuerzas a nivel continental, no hay duda alguna de que la reactivación del CINAL estuvo motivada por un nuevo ímpetu antagonista, que desde el hartazgo popular logró trastocar un cierto «conformismo» a nivel regional e involucrar –como rasgo de suma originalidad– un relevo múltiple. En primer lugar, el más evidente es el generacional, ya que las juventudes fueron las principales impulsoras de estos levantamientos (adolescentes de Liceos y secundaristas en el caso de Chile, juventudes indígenas y urbano-populares en Ecuador, estudiantes universitarios y jóvenes de barriadas humildes en Colombia, precarizados/as, habitantes de las periferias y colectivos contraculturales en Puerto Rico y Haití).

Pero también es importante destacar el relevo de género, ya que las mujeres (y disidencias) se destacaron en las primeas líneas, las tareas de autocuidado y reproducción en espacios públicos, refugios y barricadas, así como el sostenimiento de las tramas comunitarias y el acuerpamiento colectivo en las calles. Por último, el relevo es étnico, en la medida en que las revueltas han asumido un carácter anticolonial y antirracista, de reivindicación de las identidades indígenas, afros, palenqueras y cimarronas, en suma, plurinacionales, exigiendo en numerosas ocasiones un reordenamiento territorial que, de concretarse, dislocaría las fronteras arbitrarias y la juridicidad capitalista impuestas por los Estados colonial-republicanos.

De conjunto, este relevo múltiple se destaca por la emergencia de novedosos liderazgos, menos burocratizados, refractarios a toda política elitista y con altos niveles de combatividad y osadía, que van desde el expresado por las bases de la CONAIE, las comunidades mapuches en Wallmapu y misak en el Cauca colombiano, al desplegado por el movimiento feminista y LGBT o por el activismo estudiantil y artístico-cultural, teniendo a la recreación del internacionalismo como un rasgo distintivo y a la asamblea como forma transversal de autoorganización y sostén de los procesos de lucha, a partir de un vínculo más estrecho y orgánico entre medios y fines, que apuesta a la prefiguración «aquí y ahora» de los gérmenes de la sociedad futura.

Octubre y noviembre fungieron así de parteaguas a escala continental, inaugurando un período de envalentonamiento de los pueblos y clases subalternas frente al orden dominante. El hartazgo y la ruptura de la relación mando-obediencia se cobró revancha derribando monumentos, evadiendo molinetes, cuestionando fronteras, confrontando con la policía, disolviendo prejuicios y anudando reclamos, estampando consignas insumisas en muros e incendiando edificios emblemáticos. En paralelo, se gestaron instancias de autogobierno territorial, parlamentos populares, ámbitos de democracia comunitaria, mandatos de base y primeras líneas que hicieron de la audacia y el autocuidado colectivo estandartes de lucha.

Un haz de rebeliones contra la institucionalidad estatal de viejo cuño

Si bien estas diferentes revueltas pueden ser definidas como de carácter espontáneo, es preciso no absolutizar esta lectura. Debemos interpretarlas en tanto conjunción de proceso y acontecimiento, que a su vez supieron combinar radicalidad y masividad, para aunar en forma creativa tramas subterráneas, temporalidades de enorme intensidad y apuestas cotidianas de experimentación que fueron horadando cada vez más la hegemonía neoliberal vigente en estos países, con una reactivación de la memoria histórica de los pueblos de mediana y larga duración, hasta decantar en un estallido tan multitudinario como inesperado, logrando reventar la burbuja del mito de una sociedad falsamente inclusiva y democrática.

Más allá de sus matices y particularidades, estas irrupciones plebeyas tuvieron como antesala y a la vez enlazaron diversas resistencias de una multiplicidad de sujetos/as insumisos/as: la lucha de las mujeres contra el sistema patriarcal y en defensa de la soberanía sobre los cuerpos/territorios para hacer visible la violencia y la precariedad de la vida que las afecta de manera más aguda a ellas y a las disidencias; contra el extractivismo, la privatización de los bienes naturales, la contaminación socioambiental y la acumulación por despojo en campos y ciudades; la librada ancestralmente por los pueblos y nacionalidades indígenas en defensa del territorio, la autodeterminación y el fin de la militarización; las iniciativas y propuestas de vida digna basadas en la recuperación de derechos sociales que no cabe concebir en términos mercantiles (como la educación, la jubilación o la salud pública); la denuncia del terrorismo estatal, la brutalidad policial y la criminalización de la protesta; así como las variadas expresiones de poder popular, prefiguración y autogobierno desarrolladas por movimientos urbano-populares desde los rincones de las periferias de la ciudad neoliberal, que cultivan maneras muy otras de reproducción de la vida en común (Ouviña y Renna, 2019).

En conjunto, todas estas luchas abonaron –de forma subterránea e intersticial– a la erosión del sentido común neoliberal, patriarcal y neocolonial, que tuvo como contracara una pérdida del miedo, la desnaturalización de las relaciones de dominación y opresión y un quiebre del «realismo» capitalista, que trocó en estado de ánimo disconforme e insumiso a nivel societal. De igual manera, el ¡Fin del lucro!, que ya había sido escuchado como principal grito de protesta y exigencia popular en 2011 en Chile, se actualizó durante octubre y noviembre de 2019 a partir de un clima de hartazgo generalizado que equivalió a un estruendoso ¡Ya Basta!, similar al lanzado por el zapatismo desde la Selva Lacandona en los inicios del CINAL.

Estas revueltas, huelgas políticas de masas e insurrecciones habilitaron un «secreto compromiso de encuentro» entre las apuestas colectivas de lucha precedentes y una espontaneidad de masas que irrumpió en las calles, operando por multiplicación y a través de la irradiación, consiguiendo conectar el memorial de agravios históricos con el descontento actual cada vez mayor con respecto al orden capitalista. Esta reactivación del CINAL implicó, por lo tanto, la recuperación de las calles y la confrontación con políticas neoliberales, pero también contra lógicas de autoritarismo estatal, racismo y misoginia que se han recrudecido al calor de los intentos de aplicación de planes de ajustes y una precarización extrema de la vida. René Zavaleta solía decir que las rebeliones y levantamientos, incluso aquellos acontecidos hace mucho tiempo atrás, continúan presentes –aunque no lo percibamos– «sobre todo en el inconsciente de las sociedades» (Zavaleta, 1986).

Se vivencia un cuestionamiento y crisis tanto de la institucionalidad estatal forjada en las últimas décadas, como una impugnación de los «componentes de larga duración» del Estado. En un texto escrito cuando aun formaba parte del grupo Comuna, Álvaro García Linera planteaba a modo de hipótesis que las luchas sociopolíticas desplegadas en Bolivia entre finales del siglo XX y comienzos del actual –a las que enmarcamos en un plano más amplio en el CINAL– no solo pusieron «en cuestión los componentes de corta duración del Estado (su carácter neoliberal), sino también varios de sus componentes de ‘larga duración’ de su cualidad republicana. Por lo tanto, estamos asistiendo a una doble crisis o el montaje de dos crisis» (García Linera, 2005, p. 19).

Consideramos que, con sus especificidades y rasgos distintivos, esta fisura –que supone un quiebre o fractura de las estructuras coloniales y demarcaciones propias del Estado republicano implantado de manera despótica– se ha vivido también en otras realidades de América Latina, cobrando gran intensidad durante las revueltas de 2019 y 2020 en ciertos territorios, donde además de debilitarse los pilares del orden estatal neoliberal han crujido los fundamentos patriarcales, racistas, monoculturales y de la democracia liberal inscripta en la tradición moderna.

Tal vez los ejemplos más emblemáticos y visibles sean las acciones directas con un alto grado de replicabilidad en diferentes puntos del continente (y hasta en otras latitudes del sur global), estéticas y performativas, de una común vocación restitutiva, que incluyeron desde el derribo de estatuas y monumentos que enaltecen a conquistadores, la reivindicación de banderas y símbolos indígenas o alusivos a las disidencias sexuales, hasta gramáticas disruptivas propias de un lenguaje contencioso e iniciativas artísticas participativas donde –como en el caso del colectivo feminista LasTesis, de Chile– se denuncia que el Estado es un «macho violador».

Y si bien a lo largo del 2020 se vivió en variadas realidades de América Latina una situación ambivalente, signada por cierto impasse forzado por el contexto de pandemia y confinamiento al que instaron los gobiernos –y la institucionalidad estatal– al conjunto de la población, éste sin embargo no logró contener del todo ni tampoco aplacar de manera plena el descontento y la ebullición experimentada meses antes de la declaración de la cuarentena.

A pesar de la ampliación y agudización de las funciones represivas del Estado, que incluyó desde la militarización de territorios hasta el minucioso control policial y, en muchos casos, redundó en abusos, detenciones masivas, torturas, asesinatos y desapariciones forzadas de personas, en particular contra sectores populares que vieron dificultada la posibilidad de respetar la cuarentena (a raíz de sus condiciones de hacinamiento habitacional, de extrema precariedad laboral y de la vida misma), de todas formas se destacaron momentos de quiebre del aislamiento y recuperación activa del espacio público, sobre todo en Chile, Ecuador y Colombia, que instaron a romper el aislamiento y, sin descuidar los recaudos sanitarios, volver a ejercitar la protesta y el antagonismo de manera masiva.

Esto llevó a que el escenario latinoamericano se vea sacudido por un contexto de confrontación callejera inédito y de una intensidad casi tan alta como en 2019, en particular en Colombia –con movilizaciones contra los asesinatos y la represión policial– y en Chile, al cumplirse un año del inicio de la rebelión y con motivo de la concreción del referéndum. Esta parcial reactivación del CINAL tuvo picos de agitación, combates con la reaparición de las primeras líneas y otras modalidades de autodefensa popular en simultáneo al fortalecimiento de mecanismos novedosos de participación ciudadana que fungieron de ejemplificadores para el resto del continente (en particular en realidades que, como la chilena, se encuentran sumidas en el más crudo régimen neoliberal de similares contornos autoritarios).

Por ello, no resulta casual que justamente un año después del auge de la protesta en las calles en realidades como Ecuador, Chile y Colombia se replique esos repertorios de acción, cánticos y dinámicas de movilización en los principales puntos del Perú.

Este país andino vive desde hace varios años una crisis política de enormes proporciones, agudizada ahora por los desmanejos en torno a la pandemia. Ambas circunstancias, combinadas, hicieron de Perú uno de los territorios más afectados por el coronavirus a nivel continental y global. La continuidad y exacerbación neoliberal en las últimas décadas –con la acumulación por despojo como pivote fundamental– tuvo como contracara numerosas luchas populares que se remontan a las movilizaciones del año 2000 contra el régimen fujimorista, y dentro de las que se destacan en la última década las resistencias indígenas y campesinas en rechazo a proyectos megamineros y extractivistas en regiones de la sierra y amazonia.

Los escándalos por corrupción y sobornos vinculados con esquemas de contratación de la obra pública (que involucran a todo el arco político), sumados a la continuidad de un Estado profundamente autoritario (cuya Constitución fue sancionada en 1993, tras el autogolpe de Alberto Fujimori y en un contexto signado por el terrorismo estatal y el auge neoliberal), decantaron en la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski y la asunción como presidente de Martín Vizcarra en marzo de 2018. El desprestigio y la deslegitimación cada vez mayor del conjunto de los partidos políticos, y en particular de la élite gubernamental, se agudizó este 2020 con una pésima gestión sanitaria y socioeconómica de la pandemia, lo que combinado con otros malestares sirvió de pretexto para que el 9 de noviembre prospere un pedido de vacancia (renuncia) a Vizcarra por parte de la mayoría del Parlamento, hecho que fue leído por un sector importante de la población como un golpe de Estado generado desde las entrañas mismas del poder, con la evidente complicidad de la derecha.

Esto desencadenó un proceso de movilización popular que, con fuerte protagonismo juvenil, denunció en las calles de Lima y en otros puntos relevantes del país la crítica situación y, a pesar de sufrir una brutal represión que dejó un saldo de varios muertos, obligó a la renuncia de Manuel Merino (acusado por un porcentaje considerable de la ciudadanía de golpista), quien había asumido provisionalmente como presidente, durando tan solo cinco días en el cargo. Al igual que en Chile (y en menor medida Colombia), la demanda política de una Asamblea Constituyente emerge como una de las principales exigencias levantada por las y los manifestantes en medio de una coyuntura destituyente y con persistentes protestas de carácter masivo, donde prima el vacío de poder y un endeble gobierno transitorio sin ningún tipo de consenso, cuyo mandato debe durar hasta las elecciones generales de abril de 2021.

A nivel continental, hablamos precisamente de reactivación porque consideramos que el CINAL como tal no se ha cerrado sino que, con vaivenes, destellos, ascensos y reflujos, se mantuvo abierto durante las últimas dos décadas y hoy cobra mayor ímpetu y radicalidad, revitalizándose en diversas latitudes de América Latina a través de estos estallidos que pueden ser definidos como «núcleos de intensidad democrática», ya que al decir de Zavaleta «producen vastos estados de disponibilidad general o cuestionamiento universal por medio de los cuales las masas se lanzan a profundos actos de relevo ideológico» (Zavaleta, 1990: 110) [2]. Subyace como anhelo en común una «reconstrucción del destino», que aúna el quiebre radical con la reconfiguración del universo civilizatorio, recreando simbólica y materialmente el horizonte utópico de los pueblos latinoamericanos.

Ello no supone una ruptura ni un cierre definitivo del CINAL, pero sí un reimpulso o nueva fase. Allí, los procesos forjados por fuera de las estructuras estatales heredadas del neoliberalismo –y sostenidas por los gobiernos progresistas casi sin vocación de ruptura a lo largo del período de auge del CINAL–, adquieren creciente centralidad en la dinámica impugnatoria en tanto autodeterminación de masas. Aquellos territorios signados por mayor cantidad de contradicciones de orden neoliberal, de un neoliberalismo de larga duración o un extractivismo belicoso (cuyos Estados ostentan cierto grado de debilidad por carecer de una hegemonía sólida en clave consensual o resultar ella sumamente precaria, pero a la vez resultan fuertes en cuanto a su faceta represiva o de maquinaria disciplinante, que se encuentra en guerra con un sector relevante de su propia población), son hoy epicentro de la agudización de la lucha de clases y fungen de puntos de condensación de la relación de fuerzas a nivel regional, por lo que de conjunto inauguran un momento constitutivo en términos continentales que parece reconfigurar, quebrar o bien trastocar la correlación de fuerzas existente.

¿Estamos ante el inicio de un proceso de confrontación anticapitalista de nuevo tipo? ¿O más bien se renuevan y actualizan las dinámicas, expectativas y aspiraciones propias de la fase progresista?

Entre la catarsis y los escenarios pospandémicos

Resulta difícil imaginar cuál será el mapa geopolítico regional y global de la pospandemia. Quizás la inestabilidad hegemónica sea en gran medida la regla, y tenga como contracara una relativa «indeterminación estratégica» a nivel sociopolítico. No obstante, tanto en este libro como en otros estudios e investigaciones se esbozan diferentes escenarios posibles, que tienen sin duda a lo estatal en tanto eje vertebrador y campo de fuerzas (asimétrico y relacional) en permanente disputa. Partimos de caracterizar a la coyuntura actual como un momento propicio para la producción y actualización del pensamiento crítico latinoamericano y del Sur global, ya que nuestro continente no solamente ha sido y es epicentro de la pandemia, sino también uno de los territorios más emblemáticos donde se ensayan alternativas frente a esta crisis y se dirimen proyectos de resolución, ya sea en una clave regresiva como potencialmente liberadora.

Antonio Gramsci supo apelar a la noción de catarsis para dar cuenta de aquel momento en el que se logra transitar de lo sectorial o económico-corporativo hacia lo ético-político, abriendo una coyuntura crítica donde emerge como posibilidad la construcción de una nueva hegemonía como alternativa integral, de manera tal de irradiar a nivel general una concepción del mundo y un crisol de prácticas emancipatorias que trasciende el entorno inmediato o la identidad específica que se tenga (Gramsci, 1986).

La catarsis, por tanto, contempla siempre a la crisis como momento de dilucidación y ampliación del horizonte de visibilidad más allá de lo posible, por lo cual resulta al mismo tiempo expresión ambivalente e inestable de un proceso de cambio y desintegración social, al que creemos cabe incorporar también el entrecruzamiento de Estado, sociedad y naturaleza. Ello parece haber ocurrido precisamente durante 2019 y 2020 en diferentes lugares de América Latina, por abajo y por arriba: tanto producto de las rebeliones populares vividas en estos últimos dos años, como a causa de las intentonas de revanchismo de las clases dominantes, el imperialismo y las derechas, a lo que habría que sumar la trágica sobredeterminación de la pandemia, verdadero cataclismo del Capitaloceno en la historia reciente.

Por abajo, en países como Haití, Ecuador, Chile, Colombia y Perú, donde las rebeliones callejeras no han implicado luchas meramente sectoriales ni acotadas a consignas reivindicativas o de índole corporativo, sino que apuntaron a cuestionar las bases mismas del modelo neoliberal (e incluso, embrionariamente, del capitalismo, el heteropatriarcado y la colonialidad moderna), así como de un Estado refractario a las exigencias y necesidades popular-comunitarias. Esta insubordinación de masas excede, incluso, los contornos de nuestro continente, ya que en otros puntos del planeta también se viven apuestas similares de lucha mancomunada. De las huelgas generales lideradas en París por los «chalecos amarillos», a las movilizaciones antirracistas del Black Lives Matter en los Estados Unidos, hay todo un haz de referencias globales donde poner el cuerpo de manera colectiva resulta central en la autoafirmación de la vida digna.

Pero también se percibe en ciertos escenarios convulsionados una situación catártica por arriba, que tuvo a Bolivia en 2019 como ejemplo emblemático. Allí, las clases dominantes y sectores de ultraderecha envalentonados, lejos de replegarse como antaño en el territorio de la llamada «medialuna» renunciando a la disputa por la hegemonía a nivel nacional, decidieron ampliar su lucha, dar una disputa abierta e irradiar su concepción del mundo (asentada en la biblia, la heteronormatividad patriarcal y el racismo más enfervorizado), logrando proyectar su revanchismo y violencia más allá de las geografías regionales donde supo afincar históricamente su poder, y hasta concitando ciertos grados de consenso popular.

Este trágico ejemplo, más allá no haber prosperado en el tiempo (al menos de momento), no constituye un caso aislado. Podríamos conjeturar que el gobierno de Bolsonaro, si bien deslegitimado al comienzo de la pandemia por una serie de medidas y gestos, de todas maneras goza aún de una aceptación considerable y ha resignificado su figura pública, incluso en algunas capas de las clases subalternas, lo que denota que estamos en presencia de un proyecto restauracionista de largo aliento que, al margen del «personaje Bolsonaro», al parecer ha llegado para quedarse.

Esta lectura espacial de un arriba y abajo como metáfora binaria puede resultar, sin embargo, un tanto esquemática, ya que ensombrece lo que –desde una mirada más refinada y dialéctica– se evidencia de manera matizada y contradictoria en estos procesos en curso. Tal como ha sabido problematizar el propio Gramsci, movimientos reaccionarios y de tintes fascistas, han concitado en otros contextos históricos el apoyo activo de vastos sectores populares, en la medida en que el concepto de hegemonía involucra siempre el momento de internalización subjetiva del orden social, lo que incluye la asunción como propios, por parte de las clases y grupos subalternos, de un conjunto de valores, pautas de comportamiento, prejuicios e ideas que son difundidas en el marco de las instituciones de la sociedad civil, y se corresponden con los intereses de las clases dominantes.

Y es que, tal como han advertido varias relecturas neogramscianas latinoamericanas, lo popular (y, dentro de él, el sentido común afincado en la materialidad de la vida social) resulta todo lo contrario del facilismo maniqueo y dicotómico que enfrenta, desde el esencialismo y la pura externalidad, lo hegemónico y lo subalterno. Por ello es importante leer en toda su complejidad e hibridez el crecimiento y expansión de proyectos de derecha que, en palabras de Rafael Hoetmer, han podido surgir movilizando los sentimientos de miedo, como también por la precarización e inseguridad reales que enfrentan las poblaciones en América Latina:

los actores de las nuevas derechas ofrecen una serie de formas de amparo, aunque posiblemente más en los discursos que en la práctica. Ante el abandono de las izquierdas de las discusiones en torno de la seguridad pública, las nuevas derechas proponen mano dura y orden. Ante la precarización de la vida, las iglesias evangélicas ofrecen un sentido de comunidad y ciertas prácticas de solidaridad y cuidado mutuo. Ante la falta de perspectiva, aparecen las economías ilegales e informales y la promesa del emprendedor como posibilidades de progreso concreto. (Hoetmer, 2020, p. 30)

De ahí que el primer escenario posible sea el de un reforzamiento del estatismo autoritario combinado con una intensificación del neofascismo y conservadurismo societal. Si ya antes de la pandemia se vislumbraba esta tendencia a partir de procesos políticos como el vivido en Brasil con el bolsonarismo, el contexto  actual abona a que las clases dominantes y el imperialismo vean como viable el fortalecimiento de esta opción, que incluso puede llegar a articular un cierto «negacionismo» que reste relevancia al flagelo del COVID-19, haciendo referencia al contexto de excepcionalidad que éste impone a escala regional y mundial para, bajo este pretexto, vulnerar determinados derechos, restringir libertades democráticas, robustecer valores tradicionales (de carácter patriarcal, misógino, nacionalista y/o meritocrático), militarizar territorios, ejercer la contrainsurgencia o incrementar la utilización del aparato coercitivo del Estado.

Tengamos en cuenta que la apelación a la coerción no ha dejado de ser la punta de lanza del discurso punitivista en auge a nivel continental a partir de la construcción de un «enemigo interno» (con contornos específicos de acuerdo a cada realidad concreta) que legitime la escalada represiva vivida en gran parte de la región. La pandemia requirió, según esta gramática, entrar en «guerra» contra un «enemigo invisible» (la metáfora bélica, por cierto, ha sido transversal a los gobiernos latinoamericanos más allá de su tinte ideológico), pero también redoblar esfuerzos y amplificar las iniciativas destinadas al combate del narcotráfico y la inseguridad delictiva. Para ello, se busca interpelar al imaginario social autoritario y conectar con cierta necesidad de protección, respeto de la ley y deseo de restablecimiento del «orden», que el sentido común dominante exige de parte del Estado.

La defensa enconada del accionar de las fuerzas represivas, incluso en situaciones de abierta flagrancia (detenciones y torturas, realización de desalojos sin orden judicial, apología abierta de casos de «gatillo fácil») se complementa con el reforzamiento mediático de prejuicios y estigmas que tienden a asociar juventud pobre o población de barriadas humildes con delincuencia, protesta social o huelgas de masas con desestabilización e «ilegalidad» y pueblos indígenas con terrorismo, buscando así fortalecer una visión de mundo que avale –e incluso demande– una intensificación del poder estatal despótico.

Cabe por lo tanto preguntarse si no estamos en presencia de un fenómeno que se asemeja a lo que René Zavaleta denominó hegemonía negativa, es decir, «una construcción autoritaria de las creencias» asentada, en este caso, en una delicada combinación de apelación al miedo y a la autopreservación individual, con «tolerancia cero» y castigo ejemplificador de quienes azuzan el «caos», cuestionan la propiedad privada o quebrantan la legalidad, que redundaría en una aceptación acrítica de la creciente militarización de la vida social, ya desplegada en casi todo el continente al calor (y bajo el argumento) de la pandemia.

Quizás la novedad esté dada por la mixtura de ciertos dispositivos de despotismo estatal que cobran mayor relevancia para controlar las poblaciones, gestionar la inseguridad y regular la circulación de los cuerpos con un «emprendedurismo» de raigambre societal, que incita a participar activamente en la garantía misma de este orden cada vez más autoritario (construcción vecinal de «mapas del delito», grupos de whatsapp de «alertas barriales», defensa de valores tradicionales como los de la familia ante el avance de los feminismos), desde lo que Esteban Rodríguez (2014) caracteriza como vigilantismo o giro policialista, enfocado a estigmatizar y combatir al otro que no comparte o parece amenazar las formas de vida compatibles con este sistema de dominación múltiple tan desigual.

Asimismo, la pandemia y el confinamiento prolongado han reforzado el uso de las redes sociales, cámaras y plataformas virtuales (como Zoom), tornando centrales los dispositivos de vigilancia y control emparentados con el panóptico digital el cual, a diferencia de lo que Michael Foucault supo postular desde Bentham, funciona sin ninguna óptica perspectivista, ya que la vigilancia puede producirse desde todos los lados y en cualquier parte (comenzando por el propio espacio doméstico). Al decir de Byung-Chul Han, la peculiaridad de este tipo de panóptico «está sobre todo en que sus moradores mismos colaboran de manera activa en su construcción y en su conservación, en cuanto se exhiben ellos mismos (…) Cada uno entrega a cada uno a la visibilidad y al control, y esto hasta dentro de la esfera privada» (Han, 2018, p. 90).

Por otra parte, en el descontento de ciertos sectores de clase media-alta y burguesa se evidencia un cierto nivel de lo que Zavaleta denominó «conciencia de clase reaccionaria», expresada en cacerolazos convocados en las redes sociales y amplificados hasta el paroxismo por los medios hegemónicos, en «banderazos» –por lo general coincidentes con fechas patrias, que refuerzan el sentido identitario «nacional», blanco y republicano construido desde el Estado colonial moderno–, así como iniciativas callejeras de rechazo abierto a la cuarentena como política pública sanitaria, todas ellas con un violento anclaje de clase, racista y heteropatriarcal.

El segundo escenario posible es aquel que aspira a reeditar el ciclo de los gobiernos denominados «progresistas» en este nuevo contexto regional y planetario, teniendo como principales referencias la derrota en las urnas y el desplazamiento del poder de coaliciones conservadores, derechistas o abiertamente golpistas, como ha ocurrido en los casos de México, Argentina y más recientemente Bolivia. Las elecciones en Ecuador (con la probabilidad de que triunfe el referente apoyado por Rafael Correa), Chile (que vivirá simultáneamente un proceso de reforma constitucional y elecciones municipales y de gobernadores regionales) y Perú (país en el que la crisis de los partidos tradicionales cala hondo y sectores de centroizquierda cuentan con un caudal de votos considerable) son, aunque no las únicas, las más relevantes en este sentido.

Una cuestión en ocasiones no contemplada por quienes postulan esta salida es la ausencia de condiciones estructurales u «objetivas» (y, parcialmente, también subjetivas) para replicar o dar un nuevo impulso a proyectos de este tenor. Por un lado, debido a que el contexto global dista de asemejarse a aquel en el que se inscribieron y apoyaron los gobiernos surgidos en el CINAL, signado por un alto precio de los commodities y un transitorio «bonapartismo internacional», que garantizó una reversión relativa del tradicional balance negativo en los términos de intercambio, fungiendo de base material de la recuperación de ciertos márgenes de acción autónoma de los Estados latinoamericanos (Thwaites Rey y Ouviña, 2019).

Lo que en algún momento se concibió como fortaleza «neodesarrollista» resultó ser, en rigor, un parcial y momentáneo contexto de bonanza, cuya contracara fue una precariedad estratégica que agudizó la inserción subordinada y la mayor dependencia con respecto al mercado mundial constituido y a los vaivenes del precio internacional de los bienes naturales, que a los efectos de garantizar una ampliación de la ciudadanía por la vía del consumo, multiplicó zonas de sacrificio, migraciones forzadas, fractura de ecosistemas, superexplotación de la fuerza de trabajo, desestructuración de lazos comunitarios y violencia sobre los cuerpos-territorios.

Por otro lado, estas políticas ya no gozan con tantos niveles de confianza ni consensos equivalentes a la coyuntura de auge del CINAL a raíz del creciente descontento y malestar provocado por la secuelas económicas y socioambientales que trajo aparejado el extractivismo, hoy acrecentado por la mayor visibilidad y desprestigio que ha cobrado el nexo causal entre, por un lado, la acumulación por despojo en base a la desarticulación de hábitats de cientos de especies silvestres, la alteración sustancial del clima y la imposición global de agronegocios y megafactorías y, por el otro, la proliferación de enfermedades y numerosas cepas patógenas que se irradian a escala planetaria, tal como ha ocurrido con el COVID-19 y otras enfermedades precedentes.

La cría industrial de animales, en particular, a través de la cual millones de seres vivos son producidos como mercancía en un contexto de hacinamiento, uso indiscriminado de antibióticos y sufrimiento extremo, tiene como contracara necesaria no solo una evidente debacle ambiental de dimensiones geológicas, sino la multiplicación de zoonosis, por lo que es factible que a esta pandemia le sucedan en un futuro cercano otras de igual o mayor magnitud.

A su vez, una limitación adicional del progresismo, que hoy busca nuevamente reconstruirse, es aquella emparentada con lo que Gramsci (1984) definió como «estadolatría». Este enamoramiento del poder estatal, en el sentido estricto del aparato gubernamental, redundó en un recambio de élites y funcionarios durante el auge del CINAL vis a vis los partidos tradicionales y de viejo cuño, pero se asentó sin embargo sobre el no cuestionamiento de los pilares básicos de la democracia representativa liberal burguesa, y tuvo como preminencia lo que el marxista italiano caracterizó con el término de «pequeña política». Combinadas con la tendencia a enaltecer «hiperliderazgos» individuales difíciles de relevar o sustituir en puestos claves del ejecutivo, que por cierto eclipsaron la constitución de sujetos políticos colectivos plausibles de perdurar en el tiempo más allá –y por fuera– de los altibajos electorales, estas características resultaron casi sin excepciones un punto débil en común de los progresismos.

Es decir, se tornó habitus el conjunto de prácticas y modos del quehacer político que se encapsulan en el día a día de la gestión institucional y el respeto de la juridicidad burguesa, asumiendo con resignación el orden dominante e intentando adecuarse a él más que enfrentarlo; aquel que lejos de trastocar las estructuras económico sociales y aspirar a crear nuevas relaciones, las conserva y defiende, haciendo de la intriga entre facciones, el posibilismo y la disputa electoral un pivote central de la lucha, acotada a consolidarse al interior de un equilibrio de fuerzas ya constituido.

Aunque no podemos adentrarnos aquí en sus luces y sombras, en el balance referido a la dialéctica entre «poder propio» y «poder apropiado», estas experiencias desestimaron toda crítica integral al capitalismo y tendieron a privilegiar la subordinación a las reglas de juego del régimen democrático burgués, haciendo un uso particular –sin ninguna vocación real de ruptura– de la institucionalidad estatal heredada del neoliberalismo (o sea, de porciones de poder capturadas de manera coyuntural y por la vía electoral), lo que redundó en una fragilidad extrema de los proyectos que pretendían edificar.

Frente a él, las revueltas de 2019 y 2020 delinean un tercer escenario, en tanto procesos de masas que se despliegan desde abajo y en abierta confrontación con respecto a los aparatos estatales en su dimensión represiva, burocrática y delegativa, incluyendo en esta dinámica de impugnación también al conjunto de la casta o élite política. A pesar de las alzas y reflujos vividos, estos levantamientos parecen sugerir una alternativa que, lejos de reeditar el ciclo progresista, privilegia una estrategia de construcción con mayor potencialidad antisistémica, en la medida en que amplían lo público más allá de lo estrictamente estatal, despuntan destellos de una nueva hegemonía y desmonopolizan la agenda sociopolítica a partir de nuevas formas de experimentación de la toma de decisiones colectiva y la reproducción de la vida en común.

Esta posible salida de la crisis remite a procesos de mayor radicalidad y ruptura con el orden neoliberal y también en abierta confrontación con las formas de dominación colonial, patriarcal y capitalista, lo que por supuesto incluye aquellas dimensiones del armazón estatal en sus estructuras más conservadoras y opresivas (aquellas que favorecen desde una «selectividad estratégico-relacional» a los intereses capitalistas e involucran un sesgo ineludible de clase, raza y género), aunque sin desestimar la posibilidad de un proceso refundacional  y de reinvención del Estado, ampliando las facetas que implican una parcial cristalización de conquistas y beneficios para las clases subalternas y pueblos latinoamericanos.

Partimos de no concebir a la estatalidad como un bloque monolítico y sin fisuras, cual fortaleza enemiga que sería totalmente externa y ajena a los sectores oprimidos, pero al mismo tiempo creemos que es preciso no caer en el peligro simétrico de caracterizarla en clave instrumental (vicio recurrente de los progresismos), en tanto instancia neutra que puede «utilizarse», sin más, para hacer avanzar un proyecto emancipatorio del tenor que expresan las luchas y resistencias contemporáneas en América Latina.

Recuperar la dialéctica entre reforma y revolución, revitalizar la articulación de luchas dentro, contra y más allá del Estado, en función de una delicada pero osada combinación de reivindicaciones desde abajo, confrontación y movilización callejera, en paralelo al sostenimiento de dinámicas organizativas autogestionarias y de construcción de poder popular territorializado, que eviten el «encapsulamiento», erosionen la hegemonía capitalista y patriarcal y no teman generar rupturas radicales ni desatender horizontes de posibles procesos constituyentes en sintonía con la plurinacionalidad, la soberanía alimentaria y el buen vivir, es un desafío que depara el actual escenario continental y global.

Conclusiones finales (para un nuevo comienzo)

En medio de un panorama por demás incierto a nivel regional y mundial, el debate que subyace a este contexto inédito es, por lo tanto, en qué medida aquellas luchas callejeras, levantamientos populares y huelgas políticas de masas que se vivencian desde 2019 y se han reactivado parcialmente este 2020 en un crisol de territorios de América Latina y el Caribe, implican una crisis orgánica en los países en los que acontecen, y hasta qué punto estamos en presencia de un cambio de la relación de fuerzas a escala continental.

Más allá de los claroscuros y contrastes en cada bloque histórico, no caben dudas de que parecen haberse reanudado las resistencias y luchas que dieron origen al CINAL a finales de los años 80 y principios de los 90, en este caso en realidades donde la mercantilización y precariedad extrema de la vida, han tenido como contracara Estados profundamente autoritarios, así como formas veladas y/o abiertas de violencia paraestatal («ilegales», aunque en connivencia con, y apuntaladas por, ciertas estructuras estatales linderas con la criminalidad) que ejercitan de manera cada vez más enconada el dominio y la coerción al ver erosionado el consenso y la hegemonía neoliberal que, hasta hace poco tiempo atrás, parecían incólumes.

Al mismo tiempo, en aquellos países donde se vivieron procesos de gobiernos con mayor o menor intento de distanciamiento/ruptura respecto del recetario neoliberal más crudo, el ciclo de auge de movilización y participación activa tuvo, con el correr de los años, su declive y reabsorción por mediaciones institucionales, al compás de la recomposición hegemónica o bien de una cierta cohabitación con el orden capitalista, a pesar de lo cual se lograron materializar en una serie de conquistas parciales, tanto sociales como políticas, bajo la modalidad de políticas públicas tendencialmente universales y la ampliación parcial de derechos, que hoy en día constituyen un piso fundamental en términos simbólico-materiales, muy distinto al momento de derrota defensiva de los años noventa.

Además, los pueblos, comunidades y movimientos sociales acumularon experiencia y formatos organizativos en los que apoyarse para activar la rebeldía y la confrontación ante medidas regresivas que en la actual coyuntura se intentan en su contra, lo que conforma un escenario bastante diferente al inaugurado a finales de los años ochenta en la antesala del CINAL (Ouviña y Thwaites Rey, 2018).

Por ello no resulta aventurado afirmar que las intensas jornadas de simultáneo desgarramiento y universalidad vividas en 2019 y 2020, verdaderas «fiestas de la plebe» al decir de René Zavaleta, abrieron una hendija privilegiada que amplió el horizonte de visibilidad de los pueblos y clases subalternas del Sur global, haciendo posible un ejercicio catártico de (auto)conocimiento colectivo de gran parte de lo que anteriormente se encontraba vedado.

La politización de la vida cotidiana que impuso la pandemia y la expansión de nuevos imaginarios políticos que aspiran a revolucionarlo todo contrasta con el realismo capitalista y un estado de excepción permanente que pretende apuntalarse como sentido de inevitabilidad y destino inexorable para la región. Pero esta crisis que sacude hoy a buena parte de América Latina y otros puntos del planeta, jamás debe leerse como garantía de triunfo, ni tampoco en una clave derrotista. Más bien cabe pensarla en tanto escuela de conocimiento e instante anómalo en la vida social, que como vimos puede deparar diferentes y hasta contrapuestos escenarios posibles.

Quizás valga la pena recuperar de la cosmovisión andina la metáfora y figura del Pachakuti, que involucra una doble significación de suma actualidad: remite a un cambio de época de carácter integral, un giro, revuelta o dislocamiento espacio-temporal que puede implicar tanto catástrofe como renovación y discontinuidad, colapso o bien una inversión radical del orden existente.

El contexto por el que transita América Latina nos habla acerca de esta doble posibilidad en ciernes. Por un lado, la amenaza certera del advenimiento de un mundo distópico, de contrarrevolución preventiva, militarización de territorios, proliferación de enfermedades, fascismo societal, degradación ecológica y extractivismo recargado; por el otro, la conciencia anticipatoria cifrada en la insurgencia popular, la politización de masas, el relevo múltiple y el buen vivir. Frente a esta disyuntiva, no cabe sino apelar una vez más a la desmesura, para avivar la llama de la rebeldía y ayudar a parir aquello que no termina de (re)nacer. Porque a pesar del llanto por quienes han caído en los estallidos de 2019 y 2020, esos fuegos todavía resplandecen en nuestras pupilas.

Fuente: Jacobin

Notas

[1] Retomamos el concepto de irradiación, recreándolo, del marxista boliviano René Zavaleta (1986), para quien remite a la capacidad de una fuerza social o grupo subalterno, de incidir más allá de su entorno inmediato, con el propósito de aportar a una articulación hegemónica que trascienda su condición particular y sus exigencias específicas. En este caso, planteamos como hipótesis que las primeras rebeliones populares operaron en esta clave a nivel continental e incluso global.

[2] Si bien no podemos profundizar en su análisis, es interesante mencionar que Zavaleta destaca -de manera precursora ya en los años ochenta- como posibles núcleos de intensidad democrática tanto al movimiento indígena como al feminismo. Aquí retoma, por cierto, al marxista italiano Antonio Gramsci, que habla de núcleos de irradiación en sus notas carcelarias.

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Fuente: https://contrahegemoniaweb.com.ar/2021/02/25/estados-alterados/

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Mundo: 2020 fue el año con más ataques a la libertad de expresión artística: Freemuse

Por: Jose Durán Rodríguez

Durante 2020 se ha producido un récord en el número de casos de artistas que han tenido que afrontar consecuencias legales por hacer uso de su libertad de expresión en sus creaciones artísticas y pacíficas, con la palabra, el vídeo, la pintura o la canción. Al menos 322 fueron detenidos arbitrariamente, perseguidos o condenados a prisión, fundamentalmente por motivos de índole política. La mayoría de las sanciones obedece a expresiones consideradas críticas con las autoridades o insultos a las instituciones y símbolos nacionales. Muchas de ellas tienen relación con representar críticas a las respuestas gubernamentales contra la pandemia del covid-19. Son las principales conclusiones que extrae el informe The State of Artistic Freedom 2021, presentado el 25 de febrero y elaborado por Freemuse, organización no gubernamental con estatus de consultora para Naciones Unidas y la Unesco. El estudio cifra en 978 las violaciones del derecho a la libertad de expresión artística registradas durante 2020, en todas sus formas.

“Era inimaginable que el pico de la persecución y encarcelamiento de artistas sucediera en el año en que el sector del arte y la cultura han sufrido la pérdida de su sustento”, explica Srirak Plipal, Director Ejecutivo de Freemuse, quien subraya que la nueva edición del informe muestra el incremento de un uso incorrecto de la legislación antiterrorista y de las medidas contra el covid-19 como pretexto para “silenciar las voces disidentes de artistas y sus obras”.

Por todo el mundo, explica el estudio, los artistas siguen sufriendo severas violaciones a su derecho a la libertad de expresión mediante la censura, ataques a su integridad física, amenazas, acoso, sanciones administrativas, multas, suspensión de su actividad profesional o la destrucción de sus obras. Freemuse también anota que, en ocasiones, las autoridades han utilizado la pandemia como arma contra la libertad de expresión artística, en lo que califica como deterioro de los principios democráticos.

En 2020 fueron asesinados 17 artistas en seis países (11 en México, dos en Iraq y uno en Etiopía, Bielorrusia, Francia y Sudáfrica), 82 fueron encarcelados en 20 países, 133 detenidos en 26 países y 107 han sufrido persecución en 27 países

Así, según el informe, en 2020 fueron asesinados 17 artistas en seis países (11 en México, dos en Iraq y uno en Etiopía, Bielorrusia, Francia y Sudáfrica), 82 fueron encarcelados en 20 países, 133 detenidos en 26 países (22 en Cuba, 17 en Rusia, 17 en Turquía y 11 en India) y 107 han sufrido persecución en 27 países. El 45% de los artistas perseguidos en 2020 lo ha sido por creaciones relacionadas con el covid-19 y el 71% de las detenciones obedeció a la expresión de cuestiones políticas en las obras artísticas.

Las disciplinas más castigadas han sido las artes visuales, con 238 casos documentados en 53 países, y la música, con 236.

El informe de Freemuse recoge la entrada en prisión de Pablo Hasély el anuncio del gobierno español “como respuesta a la indignación en todo el país por este caso” de que se reformará el Código Penalpara que las manifestaciones en el ejercicio de la libertad de expresión no contemplen medidas de cárcel. También advierte de las consecuencias que esta atmósfera puede tener sobre los miembros del grupo de rap La Insurgencia.

72 de los 289 casos de censura que recoge el estudio se produjeron en redes sociales o plataformas de streaming, por delante de los 44 registrados en Estados Unidos o 16 en Turquía

El 74% de los encarcelamientos de artistas durante 2020 se debió a críticas a actuaciones de los gobiernos. El 44% de las entradas en prisión se produjo en la región de Oriente Medio y el Norte de África, según Freemuse. Sin embargo, la organización también destaca que el 26% de las restricciones a la libertad artística tuvo lugar en Europa, el 22% en el continente americano, el 19% en Oriente Medio, el 15% en Asia, el 9% en África y el 9% online, ya que en este trabajo, su cuarto informe de estas características, Freemuse observa también los ataques que se han registrado en la esfera virtual. De hecho, 72 de los 289 casos de censura que recoge el estudio se produjeron en redes sociales o plataformas destreaming, por delante de los 44 registrados en Estados Unidos o 16 en Turquía.

Freemuse también incluye en esta edición del informe una serie de recomendaciones. En las dirigidas a todos los gobiernos figuran cuestiones como la abolición de las leyes que prohíben y restringen la participación pública de los artistas mediante sus expresiones; la inmediata puesta en libertad de los artistas detenidos o que cumplen condena de prisión y la retirada de los cargos contra ellos; y también la vigilancia sobre aquellas organizaciones políticas y religiosas que difunden discursos de odio o incitan al ataque contra artistas y obras.

El top 15

Freemuse señala un listado de 15 países con “especial preocupación” por los obstáculos que ponen al trabajo artístico: Bangladés, Bielorrusia, Brasil, China, Cuba, Egipto, India, Irán, Kenia, Kuwait, Nigeria, Rusia, Turquía, Uganda y Estados Unidos.

Sobre Bielorrusia, recuerda que decenas de artistas fueron detenidos y acusados de cargos que conllevan prisión en el contexto de las manifestaciones posteriores a las elecciones presidenciales de agosto. De Cuba, Freemuse señala que 21 artistas fueron arrestados en varias ocasiones y documenta 60 ataques a artistas disidentes. Las autoridades cubanas interfieren de manera “desproporcionada” sobre el sector cultural, impiden a los artistas críticos organizar y participar en encuentros, les detienen y trasladan a lugares secretos y no les permiten denunciar la violencia policial, destaca el informe, que también menciona al Movimiento San Isidro y la protesta el 27 de noviembre tras la detención del rapero Denis Solis, que llevó a un encuentro histórico de cinco horas con el viceministro de cultura, Fernando Rojas.

La crítica a las autoridades mediante obras y expresiones artísticas continúa siendo la principal causa de persecución. En uno de cada tres casos documentados, los artistas han sufrido censura y acciones legales por este motivo

La crítica a las autoridades mediante obras y expresiones artísticas continúa siendo la principal causa de persecución. En uno de cada tres casos documentados, los artistas han sufrido censura y acciones legales por este motivo. Al menos tres murieron a causa de sus puntos de vista políticos opuestos a los del poder.

El informe recuerda el caso de la represión del dibujante Abdelhamid ‘Nime’ Amine por sus viñetas de apoyo al movimiento Hirak y sus críticas al expresidente argelino Buteflika. El poeta y activista Mohamed Tadjadit fue detenido el 23 de agosto en Argel y acusado con cargos contra la seguridad nacional. En noviembre comenzó una huelga de hambre. En septiembre, el Ministerio de Comunicación prohibió a la cadena de televisión privada M6 operar en Argelia porque había emitido un documental sobre el movimiento Hirak.

Las leyes antiterroristas han sido empleadas para condenar las críticas a los gobiernos de, al menos, 33 artistas, según Freemuse, que señala específicamente a Egipto y Turquía

Otra de las coartadas que, año tras año, informe tras informe, Freemuse encuentra en los motivos que los gobiernos esgrimen para cercenar la libertad de expresión artística alude al terrorismo, a su supuesta exaltación mediante la expresión. Las leyes antiterroristas han sido empleadas para condenar las críticas a los gobiernos de, al menos, 33 artistas, se lee en el estudio, que señala específicamente a Egipto y Turquía.

El 18 de junio, el cantante kurdo Azad Bedran fue condenado a tres años y nueve meses de prisión por “difundir propaganda de una organización ilegal”. La Corte Penal de Diyarbakir lo acusó por un vídeo de 2016 en el que versioneaba “Partizan”, una canción que se hizo muy famosa en el Kurdistán hace más de 20 años.

Freemuse indica que las laxas interpretaciones de las leyes antiterroristas en esos dos países y en España pueden “fácilmente” convertirlas en herramientas usadas contra quienes critican a las autoridades.

La religión, ofendidita

Más de 200 artistas fueron perseguidos por presuntas ofensas a los sentimientos religiosos o por violación de la moral pública. “Una criminalización particularmente preocupante”, según Freemuse, que se produce por parte de agentes estatales y privados y que resulta en un clima de miedo que lleva a la autocensura y a evitar determinadas temáticas, por lo que pueda pasar. En ese sentido, el informe recoge que al menos 40 artistas fueron detenidos o encarcelados en 2020 por motivos relacionados con la religión. Otros 17 se enfrentan a procesos judiciales con acusaciones tales como obscenidad o cargos contra los valores familiares y la moral pública. Como ejemplo, el 13 de octubre fue atacada una exposición de cómics en Belgrado (Serbia)  por parte de un grupo de enmascarados que destruyó la muestra, una retrospectiva del grupo Momci, cuyos miembros recibieron amenazas de muerte debido al tratamiento de la infancia en sus viñetas.

El estudio de Freemuse mira a América Latina, donde señala que en 2020 hubo casos en los que mujeres artistas que abordan en sus trabajos la religión, el cuerpo, el patriarcado o la violencia machista han sufrido restricciones y obstáculos. Las artistas que se centran en los derechos de las mujeres han sufrido censura y acoso bajo el pretexto de proteger la religión o evitar discusiones sobre cuestiones calificadas como sensibles, como el aborto. El 1 de febrero, la instalación Virgencita abortera, de la artista visual peruana Romina Chuls, fue atacada en Lima por miembros del grupo de extrema derecha Patriotas de Perú.

Las Tesis, el colectivo feminista chileno que en 2019 produjo “Un violador en tu camino”, una canción performance convertida en himno en todo el mundio, fue denunciado por la Policía chilena, los Carabineros, por ataque a la autoridad después de que publicaran un vídeo elaborado junto a las rusas Pussy Riot. El 4 de enero de este año fueron absueltas, si bien tuvieron que retirar algunas partes del vídeo.
El informe de Freemuse también alude al movimiento Black Lives Matter y a las repercusiones que ha obtenido, de todo tipo, en el mundo artístico. La denuncia de la violencia estructural por parte de la policía estadounidense contra la población no blanca ha llevado a la retirada de estatuas dedicadas a esclavistas y también a una cierta cancelación de aquellos artistas que se han solidarizado con el movimiento o lo han apoyado abiertamente. “En algunos países, las autoridades han tomado represalias contra artistas e instituciones culturales que han apoyado a BLM”.

Internet no es el paraíso

En un año en que los eventos culturales se han desarrollado en plataformas online, por el cierre de espacios, Freemuse ha encontrado numerosos ataques a la libertad de expresión artística en redes sociales y plataformas de streaming. Al menos 67 artistas han pasado por procesos penales debido a sus publicaciones en Facebook, Twitter, Instagram o por otras actividades online. El estudio también recoge 81 casos de censura por parte de redes sociales y 58 artistas que recibieron amenazas de muerte a través de ellas.

Pese a que Facebook anunció el miércoles 6 de mayo la creación de una suerte de tribunal independiente que estaría operativo a finales de 2020 para servir de guía en la moderación de contenidos, Freemuse entiende que los artistas siguen sufriendo arbitrariedades y una aplicación incoherente de las normas de la propia empresa dirigida por Mark Zuckerberg.

El año pasado también se produjeron ataques contra artistas que enfocan su trabajo en cuestiones relativas a la identidad de género y la orientación sexual. 98 violaciones de la libertad de expresión artística aparecen documentadas por Freemuse, “bajo presión y una especial persecución en aquellos países donde regímenes conservadores y populistas han adoptado medidas contra lo que llaman la ‘ideología LGBTI’”. En febrero, una producción en vídeo de la artista visual Xandra Ibarra fue prohibida en un centro artístico en San Antonio (Texas, EE UU). Titulada Spictacle II: La tortillera, la obra señalaba estereotipos sobre la raza y el género, ámbitos en los que Ibarra sitúa su trabajo, e incluía un acto sexual simulado.

Fuente:  El Salto

Imagen:  Cecilia Vázquez

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Educación y computadoras

Por Óscar Picardo Joao

Las computadoras son un medio y no un fin; influyen, pero no determinan; el factor determinante es el docente.

Desde mediados de los 90, con el surgimiento de internet, se ha estado discutiendo el rol y la importancia de la informática en los sistemas educativos; en 2003, en el Internet Interdisciplinary Institute (IN3) de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) publicamos uno de los artículos más leídos y plagiados: “Pedagogía Informacional: Enseñar a aprender en la sociedad del conocimiento”, inspirado en las ideas del destacado profesor Manuel Castells.

El debate se centró durante muchos años en la paradoja de la informática: ¿Cómo medio o fin?, ¿Cómo contenido curricular o como eje transversal? La mayoría de académicos y científicos serios optó por la informática como medio, como herramienta, como eje.

Hoy que ingresamos al escenario de la economía digital (más el impulso forzado de la pandemia de COVID-19) y, que observamos a muchos sistemas educativos preocupados por lograr la relación “uno a uno” (alumno-computadora), bajo el modelo OLPC (One Laptop Per Child) que inspiró, por ejemplo, el Plan Ceibal de Uruguay o el intento fallido de “Una computadora-un niño-una niña”, reaparece el debate sobre su viabilidad, costo-beneficio y relevancia.

Los costos de equipo y conectividad representan un desafío para los países en vías de desarrollo o pobres, ya que es el gobierno el que debe subsidiar no menos de US$ 1,000 anuales; esta cifra la debemos multiplicar por la matrícula (en nuestro caso 1.2 millones de estudiantes) y por el plantel docente (en nuestro caso cerca de 50,000).
A esto debemos sumar otros factores no menos importantes: a) La geografía y las sombras de conectividad; b) La alfabetización digital docente y la bilateralidad; c) Los flujos de estudiantes anuales de ingreso y egreso del sistema; d) La reposición y reparación de equipos; e) El modelo educativo online; f) El currículo para una educación online; g) Los materiales didácticos multimedia; h) Las plataformas educativas; entre muchos otros aspectos.

El gobierno de El Salvador se ha propuesto todo esto en un año, buscando cerrar la brecha digital, tarea que NO será posible en el tiempo propuesto, sino que representará un costo mucho mayor que lo presupuestado y proyectado. No obstante, es un reto indelegable.

Todos los estudiantes, tarde o temprano se enfrentarán a circunstancias digitales laborales, ya no hay sector que no esté articulado en la economía digital y en la trasformación digital. Para saber más sobre esto puede buscar en Google: Informática Social aplicada: Caso El Salvador.

Antes de iniciar una entrega masiva de computadoras el gobierno debería asegurarse que todos los docentes poseen las capacidades y habilidades digitales; y no basta con un cursito de Google Clasroom, se necesita un trabajo más profundo dado que se requiere un cambio cultural y de paradigma hacia el modelo computacional pedagógico y didáctico; sobre todo, en aquellos docentes que no son nativos digitales y que enseñan como ellos fueron formados y, en dónde habrá mucha resistencia al cambio.

Una primera medida inteligente sería dividir a los docentes en dos grandes grupos, los formados antes de 1995 (que demandarán más capacitación) y el resto, que sólo necesitarán actualizaciones menores.

Otro tema de debate y discusión científica es: a qué edad (en qué grado) y qué tipo de equipo se debe entregar. Esto va más allá del análisis costo-beneficio que debería hacerse de modo responsable y no se ha hecho y que tampoco es un tema de “olfato”; consideremos las preocupaciones psicopedagógicas de individualismo y falta de socialización actual; también el impacto a nivel neurológico en la formación del símbolo, en los procesos de codificación y decodificación y en la dimensión sensomotora.

Lo anterior no debe interpretarse como una negación postmodernista cargada de humanismo, sino como una preocupación pedagógica saludable para pensar e investigar sobre la formación de los ciudadanos del futuro. No hay discusión ni vuelta atrás, estamos en la sociedad del conocimiento, en la economía de la información y digital, en la era de automatización, robótica, Big data, IoT, bockchain, nanotecnologías, etcétera. Pero no olvidemos que estamos formando seres humanos, no máquinas productivas y competitivas. Equilibrio es la clave: Humanismo y tecnologías.

Un último consejo: Revisen las conclusiones del “Plan Ceibal” publicado por IberTic de la Organización de Estados Iberoamericanos para la educación, la Ciencia y la Cultura (OEI): “Hay tres posiciones discursivas que representan las percepciones de los docentes sobre el plan y que condicionan el modo y grado de apropiación de este. Son caracterizadas como de apoyo importante, apoyo crítico y de resistencia. Resulta de importancia trabajar sobre el sentido pedagógico del plan en relación al cuerpo docente: hace falta una narrativa que articule los diferentes significados que los agentes le otorgan a la experiencia”.

Las computadoras son un medio y no un fin; influyen, pero no determinan; el factor determinante es el docente.

Investigador Educativo/ opicardo@asu.edu

Fuente: https://www.elsalvador.com/opinion/editoriales/educacion/810619/2021/#link

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Migración y trata: emigrar siendo mujer

Nos enfrentamos a una naturalización sociocultural de la violencia contra las mujeres que provoca que el tráfico con fines de explotación sexual sea uno de los delitos más tabúes de nuestro tiempo.

Es innegable que la desigualdad de género sufrida por mujeres y niñas, tanto a nivel social como económico y político es generalizada y evidente en todo el mundo. Aunque en situaciones mucho más extremas, como es el caso de las migraciones forzosas, esta desigualdad se multiplica por cien, y provoca que la mayor parte de mujeres acaben siendo víctimas de violencia de género y/o trata con fines de explotación sexual. Esta violencia no termina con el fin del trayecto, sino que puede incluso agravarse en el país de destino o en el contexto de refugio. Por lo tanto, las cuestiones de género, en cualquier debate sobre las causas y consecuencias de la migración regular e irregular y el desplazamiento forzado, son cruciales.

El género no solo condiciona los motivos por los cuales se migra, sino que tiene un papel realmente importante en las experiencias que se vivirán durante el trayecto migratorio y, posteriormente, en la integración e inserción sociolaboral en el país de destino. Según ONU Mujeres, las mujeres representan casi la mitad de los 244 millones de migrantes y la mitad de los 19,6 millones de personas refugiadas del mundo. Este es un dato ante el cual no podemos permanecer impasibles, ya que, tal y como asegura el último Informe Mundial de la Trata de Personas de 2020, la representación femenina se ha ido incrementando de modo que de cada diez víctimas detectadas a nivel mundial, unas cinco son mujeres adultas y dos son niñas. En España, a día de hoy, no hay datos exhaustivos sobre el porcentaje de migrantes en cuanto a edad y género, pero se sabe que el porcentaje de niñas puede ser llamativo. Se encuentran totalmente invisibilizadas, ya que la imagen que se han encargado de vender algunos medios y partidos políticos anti-inmigración en cuanto al menor extranjero es la del adolescente marroquí varón.

Nos encontramos ante una grave falta de visibilidad del colectivo femenino en estas circunstancias y nos enfrentamos a una naturalización sociocultural de la violencia contra las mujeres que provoca que la trata con fines de explotación sexual sea uno de los delitos más tabúes de nuestro tiempo, debido al desconocimiento y a la ocultación de sus mecanismos y funcionamiento reales, provocando que las mafias e instituciones se lucren de ello a niveles mucho más altos.

Se deben crear nuevas leyes que valoren el grado de vulnerabilidad en el que se ven inmersas las mujeres

¿A cuántas mujeres o niñas hemos visto en las imágenes de los informativos saltando la valla? Debemos tener en cuenta las alternativas a las que las migrantes tienen que recurrir, o las situaciones de violencia forzosa en las que pueden llegar a encontrarse solo por el hecho de ser mujeres, lo que añade una mayor vulnerabilidad. Debemos analizar estos hechos a tiempo de revisar la legislación europea en materia migratoria y de cooperación desde una perspectiva de género e incluyendo el delito de trata en el ámbito de los derechos humanos, ya que existe una impunidad ante las actuales políticas de gestión migratoria europeas que permiten y aceptan que se den este tipo de situaciones. Se deben crear, al mismo tiempo, nuevas leyes que no deshumanicen a las personas migrantes y, de manera primordial, valorar el grado de vulnerabilidad en el que se ven inmersas las mujeres desde el mismo momento en el que abandonan su lugar de origen.

La excusa del control migratorio

Según los últimos datos de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), cada año las mafias de trata y tráfico de personas generan unos 400 millones de euros de beneficios tan solo en el Mediterráneo. Debemos tener en cuenta que uno de los argumentos más característicos con respecto al endurecimiento de las leyes y políticas de control fronterizo es justamente la necesidad de luchar contra las mafias de trata de personas, pero son estas mismas leyes las que, según Naciones Unidas, suponen más ganancias para los tratantes, incluso en tiempos de pandemia por la covid-19 y el cierre de fronteras. Además, muchas mujeres y niñas llegan a través de aerolíneas al país donde posteriormente les espera la prostitución y la explotación sexual, una imagen muy lejana a la que normalmente es divulgada. Por lo tanto, ¿cómo es posible que, para muchas mujeres a día de hoy, su integración en una red de trata les asegure un trayecto más seguro?

Se ha aceptado e interiorizado que un derecho tan básico y universal como es la libertad de movimiento esté castigado, y, por lo tanto, aparezcan alternativas de cruce de fronteras que incluyen la violación de los derechos humanos. Actualmente, las migraciones son criminalizadas, y dos de los factores clave de esta criminalización son la aporofobia y xenofobia. Estas, junto con un sistema patriarcal y capitalista, provocan que la única opción muchas mujeres para salir del país de sea su integración en estas redes. Realizar un viaje a través del mar en una embarcación ruinosa o sobrecargada, con un bebé en brazos y sin saber nadar en múltiples casos, claramente aumenta la probabilidad de morir ahogadas. Mientras, realizar el trayecto migratorio con una red de trata supone, en la mayor parte de ocasiones, llegar viva al país de destino. En el pasado Congreso Internacional de Trata con Fines de explotación sexual celebrado desde Murcia, pudimos escuchar a Helena Maleno citar las siguientes palabras de una superviviente: “Soy tan pobre que si no me movía en una red de trata no podía moverme nunca, y tampoco podía quedarme”. Su ponencia recordó de qué manera la necropolítica se ha instalado en nuestro tiempo.

Las mafias de trata y tráfico de personas generan unos 400 millones de euros de beneficios anuales tan solo en el Mediterráneo

La feminización de la pobreza, el racismo institucional, la xenofobia y preocupante aporofobia, en un mundo donde la economía y el mercado preponderan, hace que no podamos juzgar las decisiones de tantas mujeres y mucho menos realizar una doble victimización. La situación en el país de destino tampoco es fácil. En primer lugar, no solo por la situación de explotación, sino que unida a esta misma está el pago de la deuda que tienen con la mafia. Debido a su estatus de irregularidad, quedan desamparadas ante el sistema de protección social en muchas ocasiones.

El uso de la trata de personas y el tráfico de seres humanos como excusa para endurecer el control migratorio, cuando es este mismo hecho el que provoca su aumento, está demasiado interiorizado en nuestra sociedad. Pero cada vez más, aparecen informaciones nuevas acerca de qué manera se lucran grupos como Frontex de este negocio ilícito gracias a investigaciones como las de PorCausa y otras. Todos contra la trata, pero sin las mujeres tratadas”, decía Patricia Simón en uno de sus últimos artículos, en el que habla claramente sobre cómo hay intereses por parte de administraciones e instituciones, junto con empresas privadas, en mantener esta lacra a través del endurecimiento del control migratorio: “Las Administraciones están mucho más volcadas en generar discurso contra la trata y la prostitución que en combatir sus causas: la desigualdad, el racismo, el colonialismo y las fronteras”.

Por si fuera poco, debido al auge de las tecnologías y con la llegada de la pandemia, nos enfrentamos a una adaptación de las mafias y redes de trata a la creciente globalización, lo que provoca nuevas formas de captación más rápidas. O cambiamos el discurso y hacemos ver la base real del problema, o este negocio que deshumaniza y denigra seguirá incrementándose a la velocidad de la luz.

Fuente: https://elpais.com/planeta-futuro/2021-02-22/migracion-y-trata-emigrar-siendo-mujer.html

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Educación pública, muerte silenciosa y pandemia

Por; javier Suazo

La Covid-19 profundizó las brechas de desigualdad en la educación, ya que más de 1600 millones de estudiantes, a nivel mundial, abandonaron las aulas porque cerraron las escuelas.

Cada vez se hace más necesario contar con individuos críticos y creativos que comprendan su mundo, lo cuestionen y persigan lo perfectible”

Andrews Paiva

 

Las llamadas políticas públicas universales, hace mucho tiempo desaparecieron de Latinoamérica. Cada vez más el Estado ha ido trasladando parte de las competencias, funciones y recursos en este campo a actores privados, algunos disfrazados de ONGs y otros de iglesias evangélicas. Igual, la descentralización y sus modalidades “impuras” como la desconcentración y terciarización, han acelerado este proceso, ya que los gobiernos subnacionales y locales encuentran más fácil negociar con centros de enseñanza privada para que presten este tipo de servicios, que asumir la responsabilidad que implica la enseñanza pública, garantizando acceso permanente y educación de calidad a la población.

Los gobiernos asignan menos recursos a los presupuestos de educación, salud y protección social, por lo que, en el caso de la educación, las familias se ven orilladas a buscar conocimiento en escuelas y universidades privadas, o simplemente, por los altos costos y aumento del desempleo y pobreza, renunciar a dicho conocimiento. La alta deserción escolar tiene explicación en esta realidad, pero también en la ausencia de nuevos enfoques y metodologías de enseñanza que utilicen al máximo recursos locales que ligan la presencia en las aulas o talleres de clase, con el trabajo material que se realiza dentro y fuera del hogar.

Varios países latinoamericanos, entre lo que destaca Uruguay y Costa Rica, le apostaron a la educación con políticas de cobertura universal, incluso en el marco de la vigencia de programas de ajuste económico, donde la orden del día era recortes de gastos sin excepción; prácticamente, con el respaldo de la población, convencieron a los OFIs, de la importancia de mantener o aumentar en forma vegetativa el gasto en educación. Con todo lo que ha significado el bloqueo a Cuba, la educación es uno de los pilares donde ha descansado el desarrollo a escala humana, aunque recién, por el bloqueo histórico y la crisis financiera, en lo económico se flexibilice la ejecución de políticas económicos para permitir mayor participación de inversión externa.

Antes del Covid-19, era evidente que, en la mayoría de los países, se apostaba a una educación acrítica, donde los valores del mercado, tecnicismo y los idiomas, eran más importantes que el humanismo. Y es que no puedan coexistir, sino que su avance se ha hecho a costo del debilitamiento de la educación en valores universales, derechos y culturas propias. Hay escuelas privadas donde se enseñanza el idioma inglés como segunda lengua, pero los jóvenes asumen que debe acompañarse con estilos de vida como en el país del norte. Como escribieron algunos miembros de la escuela de Fráncfort, “el conocimiento se constituye en la realidad y no por producción de conceptos, no hay que separar sujeto y realidad, ya que todo conocimiento depende de la práctica, de la época y de la experiencia”.

Con el Covid-19, la Relatora Especial de la ONU para el Derecho a la Educación, Koumbou Boly Barry, demanda que la población reciba una educación, pero una educación con pensamiento crítico. La Covid-19 profundizó las brechas de desigualdad en educación, ya que “más de mil seiscientos millones de estudiantes, de todos los sistemas juntos, a nivel mundial, abandonaron las aulas porque hubo que cerrar bastante rápido las escuelas”. El cierre se dio por decreto de las Secretarias de Educación, sin que se tuviera certeza de volver a la educación presencial, incluso después que entrara la vacuna en los países que hicieron contratos a tiempo, como Panamá, Costa Rica, Bolivia, Chile y México, no así países como Honduras que confiaron en la OPS-OMS y su mecanismo COVAX, que se retrasó y orilló a las autoridades a negociar directamente la compra de vacunas con empresas comerciales y países, incluyendo la vacuna Sputnik V, y a obtener unas 5,000 vacunas (dosis) donadas por Israel a cambio de apoyar sus propuestas de tipo político e ideológico.

En el caso de la educación, los países latinoamericanos debieron aprender de Uruguay, el primer país que retomó la presencialidad con mucho éxito, efectividad y responsabilidad. La valorización de sus autoridades educativas es que la educación es más que un aula de estudio, es vida, contario al encierro que es muerte. En el caso de Costa Rica, una de las justificaciones para abrir las escuelas y colegios, lo fue el ausentismo generado por la pandemia, donde muchos alumnos y alumnas se retiraban por no contar con los recursos para acompañar la educación en línea.

 

Debido a la ausencia de las comidas escolares, los niños están hambrientos y su nutrición está empeorando. A causa de la falta de interacciones diarias con sus compañeros y la reducción de la movilidad, están perdiendo su forma física y están mostrando síntomas de trastornos mentales. Asimismo, al no disponer de la red de seguridad que suele brindarles la escuela, los niños están más expuestos al abuso, el matrimonio infantil y el trabajo infantil”. (unicef.org. nicaragua/prensa 12-01-2021),

A ello se agrega, el problema del inmovilismo, especialmente en los colegios de secundaria y la universidad, donde las asociaciones de estudiantes y los grupos estudiantiles no han podido seguir con la lucha dentro de los centros de estudio para enfrentar las reformas educativas promovidas por los gobiernos y apoyadas por los Organismos Financieros Internacionales, caso particular del Fondo Monetario Internacional (FMI). Estas organizaciones de estudiantes siguen saliendo a las calles para protestas por la falta de educación presencial antes y durante el Covid-19, manteniéndose activas en las redes sociales; pero también lo harán una vez que se profundicen las reformas neoliberales por los gobiernos Post-Covid-19, en tanto los niveles de endeudamiento público serán inmanejables, sobre todo los pagos del servicio de la deuda externa.

Los procesos de innovación educativa también han sido afectados por el Covid-19, pero no aquel tipo de “innovación” que entrega 8,000 “tabletas” a niños y niñas para que puedan conectarse al internet y seguir las clases virtuales (que en mayoría son abandonadas), tal como sucede en Honduras; hablamos de aquella innovación que rescata las lenguas e idiomas ancestrales y valores comunitarios, donde se sigue con un tipo de enseñanza participativa liderada por maestros de las comunidades. En el caso de Nicaragua, la educación a distancia forma parte de este proceso de enseñanza-aprendizaje.

Hay evidencia que los costos por pago de maestros, materiales y servicios públicos de los gobiernos, han bajado por la pandemia, ya que, en el caso particular de la educación secundaria y universitaria, el ausentismo escolar es alto. Se argumenta que, la reingineria tecnológica en las universidades para enfrentar la demanda de la educación en línea, implica un gasto adicional, pero ello es mucho menor que el gasto de la educación presencial. A ello se debe que varios gobiernos que enfrentan problemas financieros por la caída de los ingresos tributarios, no estén muy interesados en volver a la normalidad, y sigan trasladando los costos de la educación virtual a la población.

Finalmente, los grupos y partidos de oposición y gobiernos deben concretar una alianza para priorizar la educación como una de las principales políticas públicas de los Estados, conjuntamente con la salud, generación de empleo masivo y el ambiente. Ocupamos asignar los recursos necesarios cada año para que se garantice una educación universal y de calidad, sustentada en un pensamiento crítico que involucre a las organizaciones sociales y comunitarias. Esta (s) políticas públicas no deben ser negociadas con el FMI y Banco Mundial, ya que es un mandato de la voluntad popular hecho gobierno.

Tegucigalpa, DC, 24 de febrero de 2021

Fuente: https://www.alainet.org/es/articulo/211115

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India: préstamos a crédito desde hace 4.000 años y bancos desde hace 2.500 años

Por Eric Toussaint, Sushovan Dhar

Los primeros préstamos en la India se remontan a hace 4.000 años. La existencia de préstamos está probada durante el período védico, entre 2000 y 1400 a.C. La existencia de bancos en la India se remonta al 500 a. C. [1].

Un tratado sobre el arte político de la antigua India, el Arthasastra (atribuido a Kautilya), que data del siglo IV o III a.C., menciona la existencia de acreedores, prestamistas y tasas de interés.

A partir del siglo XII d.C., los bancos desarrollaron sus actividades en toda la India. Los banqueros indios emitieron letras de cambio llamadas hundis que se utilizaron para el comercio internacional [2]. Todo esto más de 2 a 3 siglos antes de que banqueros de Europa Occidental emitieran letras de cambio.

Es común leer en la prensa occidental que el primer banco del mundo fue italiano y se llamó Monte dei Paschi fundado en Siena en 1472, cuando los bancos habían existido en la India desde hacía varios siglos. W.E. Preston, miembro de la Comisión Real de Moneda y Finanzas de las Indias establecida en Londres en 1926, dice: «Se puede admitir que un sistema bancario que correspondía a la necesidad de la India funcionó en ese país muchos siglos antes de que se practicara la ciencia de la banca en Inglaterra” [3].

Durante el período de dominación británica sobre la India, que se extendió desde mediados del siglo XVIII hasta 1947, se produjo el desarrollo de un sistema bancario dominado por el capital inglés. Hasta la independencia, todo el sistema bancario era privado y estaba muy poco reglamentado.

La débil regulación se vio agravada por la abolición de la responsabilidad ilimitada de los banqueros. Esta evolución se importa de Europa Occidental. En efecto, los capitalistas obtuvieron una adaptación favorable de la legislación en Europa y América del Norte. Hasta entonces, si el banco que poseían quebraba, los tribunales podían ordenar la incautación del conjunto del patrimonio hasta cubrir los daños sufridos. Inmediatamente después de la abolición de la responsabilidad ilimitada de los banqueros, se produce un aumento en la asunción de riesgos y, en consecuencia, un aumento de las quiebras bancarias.

El mundo rural, la abrumadora mayoría de las y los campesinos en particular no tenían acceso a los servicios bancarios y quedaron en manos de los usureros. Del mismo modo, en las ciudades, los artesanos y los pequeños empresarios tampoco tenían acceso a préstamos bancarios. Esto llevó desde los años 1900 en adelante a la creación de cooperativas de crédito en el mundo urbano y rural. Estas instituciones se ven poco afectadas por las quiebras.

Por el contrario, desde 1913 hasta la independencia, hubo una serie ininterrumpida de quiebras bancarias: 108 quiebras entre 1913 y 1921, 215 quiebras entre 1926 y 1935, 70 quiebras entre 1936 y 1945.

Los fraudes bancarios y las crisis bancarias han sido parte integrante de la historia financiera de la India bajo dominación británica. En 1913, John Maynard Keynes, después de estudiar el estado del sector bancario en el país, escribió en Indian Currency and Finance: «En un país tan peligroso para los bancos como la India». De hecho, las estafas en el sector bancario indio son anteriores a la constatación hecha por Keynes. El Banco Presidencial de Bombay (PBB), creado por la Compañía Británica de las Indias Orientales en 1840, fue estable y se administró con precaución hasta mediados de la década de 1860. Fue entonces cuando los británicos comenzaron a depender en gran medida de los mercados de algodón de Bombay, ya que los suministros de los Estados Unidos habían disminuido debido a la guerra civil. Así, muchas empresas del algodón y bancos comenzaron a surgir en Bombay para satisfacer una demanda de capital en auge.

Es en este contexto en el que el PBB comenzó a emitir imprudentemente préstamos contra acciones de empresas privadas e incluso con simple garantía personal. Luego, al final de la guerra civil en los Estados Unidos, la euforia en el mercado del algodón indio se convirtió en pánico. El banco, hasta entonces estable, cerró rápidamente sus puertas [4]. Un nuevo Banco de Bombay fue creado inmediatamente en 1868 – las instituciones financieras estaban, por supuesto, en el centro del proyecto colonial.

Después de la independencia en 1947, el Banco Central llamado Banco de Reserva de la India se transformó en una institución 100% pública. Tiene amplios poderes para supervisar bancos que siguen siendo totalmente privados. Estas facultades de control son claramente insuficientes porque se producen un gran número de quiebras, no menos de 361 entre 1947 y 1955.

The RBI building in Chennai. Courtesy: BBJ Calcutta

A pesar de la nacionalización del Imperial Bank (Banco Imperial) [5] que dio lugar al nacimiento del State Bank of India (Banco Estatal de la India) y a la posterior adquisición de los ocho bancos controlados por los estados principescos [6] por el State Bank of India (Banco Estatal de la India) en 1959, los bancos privados abandonaron a los sectores populares, como en el período colonial. En el mundo rural prestan solo a los traders (operadores de mercado de valores mobiliarios). Estos traders, a su vez, hicieron anticipos financieros a los pequeños productores rurales que tenían que hacer el reembolso cuando se realizaba la cosecha a un precio más bajo que el precio de mercado, lo que les mantenía en la miseria. Las cooperativas rurales estaban completamente subdesarrolladas y la abrumadora mayoría de los campesinos fueron dejados en manos de traders y de usureros.

Una perspectiva histórica del sector bancario público indio

Desde la independencia en 1947 hasta 1969, el sector bancario indio estuvo dominado en gran medida por los bancos privados. Este período estuvo marcado por numerosas quiebras bancarias. En 1969, la primera ministra Indira Gandhi dio un giro consistente en fortalecer la intervención del Estado y del sector público en la economía (este giro causó una ruptura con el ala derecha de su partido, el Partido del Congreso). Al hacer esto intentaba fortalecer el capitalismo indio y satisfacer ciertas demandas populares. Una de las medidas adoptadas fue nacionalizar catorce bancos en 1969 [7].Entre otras medidas adoptadas, puso fin a ciertos privilegios otorgados a los principados, heredados del período británico, cuando el poder colonial mantuvo a los maharajás en el poder.

A su manera, Indira Gandhi recurrió a lo que el gobierno de Gaulle había establecido en Francia después de la Segunda Guerra Mundial y que se había llamado el «Circuito del Tesoro» [8]. El Circuito del Tesoro representa el mecanismo establecido por el Gobierno de Francia después de la Liberación para financiarse. Cabe recordar que el Banco de Francia y 4 grandes bancos de depósitos, bajo presión del movimiento popular, habían sido nacionalizados en 1945-1946. [9] El Circuito del Tesoro permitía al gobierno francés obtener préstamos sin pasar por los mercados financieros. Los bancos estaban obligados a comprar una cantidad de títulos de deuda pública franceses al precio y tipo de interés fijados por adelantado por las autoridades públicas. Según Benjamin Lemoine, esto funcionó muy bien durante más de treinta años y el monto de la deuda pública fue mucho menor de lo que llegó a ser más tarde. Solo a partir de la década de 1980 este mecanismo fue totalmente abandonado como parte de la ofensiva neoliberal. Desde la década de 1980 Francia se ha endeudado en los mercados con los bancos y otras empresas financieras privadas.

Las normas aplicadas en India a partir de 1969 nos recuerdan el Circuito del Tesoro aplicado en Francia en la misma época, pero con obligaciones aún más estrictas, lo cual es positivo.

Los bancos públicos indios tuvieron que invertir el equivalente al 20% de sus activos en el banco central como garantías contra el riesgo de quiebra. Tuvieron que dedicar el 40% de sus activos a títulos de deuda pública, oro o valores de liquidez. El 40% restante se distribuiría en forma de créditos de acuerdo con criterios predefinidos, que daban un lugar significativo a los agricultores, artesanos y pequeñas y medianas empresas.

La gran burguesía industrial india se adaptó muy bien a la existencia de un importante sector bancario público, ya que esto le permitió fortalecer la financiación de sus grandes proyectos de expansión. Este es el caso de grandes grupos como Tata (metalurgia) y Birla (textil y metalurgia). Este punto de inflexión de Indira Gandhi se inscribe en un contexto internacional en el que India fortaleció sus relaciones militares, diplomáticas y económicas con la Unión Soviética, lo que la llevó, en particular, a adoptar un sistema de planificación de grandes inversiones que favorecía a la industria pesada, un poco a imagen de lo que se estaba haciendo en la Unión Soviética.

La nacionalización de los bancos y la adopción de una política intervencionista estatal en la economía fueron funcionales para el fortalecimiento del gran capital de la India. Este último también estaba interesado en beneficiarse de medidas proteccionistas en relación con la competencia en el mercado global. La orientación adoptada por Indira Gandhi también favoreció la aceleración de la revolución verde en la agricultura india, que tuvo consecuencias adversas, incluso dramáticas, para una parte significativa del campesinado que se volvió dependiente de grandes compañías de semillas, especialmente extranjeras (Monsanto, Syngenta… todo ello apoyado igualmente por la Fundación Ford y el Banco Mundial) [10].

En 1980 el gobierno llevó a cabo una segunda ola de nacionalización bancaria: 6 bancos fueron nacionalizados [11].

A partir de mediados de la década de 1980, las políticas de ajuste estructural comenzaron a implementarse en la India, como en el resto de los países en desarrollo. Con ocasión de una importante crisis de balanza de pagos que estalló en 1991, el gobierno aceleró la aplicación de las reformas estructurales con el fin de desregular la economía, aumentar la inversión extranjera, privatizar y reducir las medidas proteccionistas (integrándose a la Organización Mundial del Comercio desde su lanzamiento en 1995). A través de estas reformas, los requisitos de asignación de los activos de los bancos se modifican radicalmente: la parte de los activos colocados como garantía en el banco central pasa del 20% al 4,5%, y la parte de activos que se dedicarán a valores de deuda pública, oro y liquidez pasa del 40% al 19,5%. Las tasas de interés, previamente establecidas por el Banco Central, se han liberalizado.

Luego, el sector bancario se abrió al capital privado. Siete nuevos bancos privados entraron en el mercado entre 1994 y 2000. Además, más de 20 bancos extranjeros comenzaron a operar en la India desde 1994. En marzo de 2004, los nuevos bancos privados y extranjeros tenían una participación combinada de casi el 20% del total de activos. En resumen, los tipos de interés acreedores y deudores se han desregulado (el único tipo regulado restante es el de los depósitos de ahorro); el ratio de liquidez reglamentaria se ha reducido al 25%; las normas prudenciales para los fondos propios de los bancos se han fijado de acuerdo con las normas de Basilea, es decir, se han rebajado; se han fortalecido las normas de contabilidad para provisiones y activos improductivos; los bancos extranjeros han tenido más libertad para entrar en el mercado indio y los bancos existentes han podido abrir nuevas sucursales; las líneas de demarcación entre los bancos comerciales (que se centran en fondos de operaciones, capital circulante) y los bancos de desarrollo (que se limitan a préstamos a largo plazo) fueron desdibujadas; los nuevos bancos obtuvieron la licencia bancaria y se hicieron posibles las fusiones.

El programa de privatización revelado por las reformas neoliberales sigue ganando terreno con los sucesivos gobiernos, que lo llevan aún más lejos. Las iniciativas actuales del gobierno hablan de una venta pura y simple de bancos del sector público a intereses privados. Durante la presentación del presupuesto a principios de febrero de 2021, el Ministro de Finanzas de la India anunció la venta de dos bancos al sector privado. Aunque no nombró en su discurso sobre el presupuesto de 2021 los dos bancos que el gobierno planea privatizar, los analistas destacaron que el Bank of Baroda (Banco de Baroda, BoB) y el Punjab National Bank (Banco Nacional del Punjab, PNB) son posibles candidatos. Recientemente, la agencia de noticias Reuters, en un comunicado exclusivo, reveló los nombres de los cuatro bancos preseleccionados: Los cuatro bancos preseleccionados son el Bank of Maharashtra (Banco de Maharashtra), el Bank of India (Banco de la India), el Indian Overseas Bank (Banco de Ultramar de la India) y el Central Bank of India (Banco Central de la India). Dos funcionarios dijeron a Reuters anónimamente que el caso aún no era público. Los funcionarios dijeron que dos de estos bancos serán seleccionados para la venta en el año fiscal 2021/2022, que comienza en abril. La lista corta aún no se ha comunicado.

La escandalosa historia de la crisis bancaria

El siglo y medio que acaba de pasar no ha estado exento de su parte de crisis y controversias en el sector bancario indio. El Banco Central ha tratado de responder a todas estas crisis fortaleciendo y añadiendo regulaciones. En cualquier caso, pero en mucho menor medida, las quiebras bancarias continuaron de una forma u otra. Antes de que la última ola de crisis golpeara a bancos como Punjab National Bank, Yes Bank y otros, hubo estafas bursátiles en 1992 y 2001 que se debieron a operaciones bancarias fraudulentas. Luego estaba la estafa del Indian Bank en 1996. Entre los bancos recién creados en la década de 1990, el Global Trust Bank desempeñó un papel importante en la estafa bursátil de 2001. Además se produjeron las crisis de préstamos dudosos en las décadas de 1980 y 1990.

Todos estos fracasos, y los más recientes, son algo desconcertantes a pesar del fortalecimiento de la regulación bancaria a lo largo tiempo. Los bancos indios ahora se rigen tanto por las normas internacionales de Basilea como por las regulaciones nacionales. El Banco Central tiene amplios poderes para inspeccionar bancos e intervenir en sus operaciones y no puede estar exento de ninguna responsabilidad.

Tras las crisis causadas por la quiebra de Lehman Brothers en 2008, el sector bancario indio fue aplaudido. Se dijo que los banqueros indios no siguieron las llamadas «prácticas fraudulentas occidentales» y se contentaron con lo esencial. Esta idea está siendo hoy cuestionada y se debe combatir la voluntad del gobierno racista chovinista procapitalista de acelerar las privatizaciones.

Próximo artículo: India, ¿qué propuestas plantear contra las nuevas tentativas de privatización de los bancos públicos?

Notas:

[1] Reserve Bank of India – Publications, https://www.rbi.org.in/scripts/publicationsview.aspx?id=10487

[2] Los hundis son la forma más antigua de instrumentos de crédito utilizados desde el siglo XII d.C. Los depósitos eran aceptados por ciertos bancos indígenas en el marco del sistema “khata putta”. Sin embargo, la mayor parte de los bancos indígenas como los Multanis y Marwaris no aceptaban los depósitos pues contaban con sus propios fondos.

[3] Indian Central Banking Enquiry Committee (1931), Chapter II page 11 citado en Reserve Bank of India – Publications, https://www.rbi.org.in/scripts/publicationsview.aspx?id=10487

[4] Éric Toussaint ha descrito sucintamente en el caso de Egipto la crisis de deudas ligada al boom del algodón en la época de la guerra civil en los Estados Unidos. Ver https://www.cadtm.org/La-deuda-como-instrumento-para-la

[5] Al comienzo, conforme a su carta real, el Imperial Bank hacía oficio de banco central para la India británica antes de la creación de la Reserve Bank of India en 1950.

[6] Los principados constituían un estigma de la dominación colonial británica que en ciertos territorios había mantenido en el poder a los maharajás..

[7] La lista de los 14 bancos nacionalizados en 1969: Central Bank of India, Bank of Maharashtra, Dena Bank, Punjab National Bank, Syndicate Bank, Canara Bank, Indian Bank, Indian Overseas Bank, Bank of Baroda, Union Bank, Allahabad Bank, United Bank of India, UCO Bank, Bank of India

[8] Ver Benjamin Lemoine, L’ordre de la dette, Éditions La Découverte

[9] Ver Éric Toussaint: Algunos ejemplos históricos de acciones decisivas en relación con los bancos: Comuna de París, Revolución Rusa, Roosevelt, De Gaulle, Mitterrand, etc. en https://www.cadtm.org/Algunos-ejemplos-historicos-de-acciones-decisivas-en-relacion-con-los-bancos. Ver Patrick Saurin, Pourquoi la socialisation du secteur bancaire est-elle préférable au système bancaire privé actuel ? En https://www.cadtm.org/Pourquoi-la-socialisation-du

[10] Ver Éric Toussaint, La Bolsa o la vida, etc.; Ver también Vandana Shiva, La revolución verde

[11] Los 6 bancos nacionalizados en 1980 : Andhra Bank, Corporation Bank, New Bank of India, Oriental Bank of Commerce, Punjab and Sind Bank and Vijaya Bank

Fuente: http://cadtm.org/India-prestamos-a-credito-desde-hace-4000-anos-y-bancos-desde-hace-2-500-anos

Fuente: https://rebelion.org/india-prestamos-a-credito-desde-hace-4-000-anos-y-bancos-desde-hace-2-500-anos/
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