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Francia, un año sin móviles en los colegios

Europa/ Francia/ 09.09.2019/ Fuente: www.elperiodico.com.

 

El titular de Educación destaca que aumenta el tiempo de lectura y disminuye el acoso, pero aun no hay estudios sobre el impacto de la medida

Aún es pronto para conocer con un mínimo de rigor qué consecuencias ha tenido en Francia la prohibición del móvil en los centros educativos. El Gobierno no ha difundido ningún estudio sobre el impacto de la medida adoptada en el curso académico 2018-2019, aunque el titular de Educación, Jean Michel Blanquer, considera que ha sido un éxito.

Recientemente aseguró que los alumnos dedicaban más tiempo a la lectura y que habían disminuido los casos de acoso escolar y los visionados de imágenes pornográficas, aunque no aportó cifras. Los profesores hablan de un ambiente de mayor tranquilidad. También de que pierden menos tiempo requisando teléfonos en el aula o solucionando problemas de robos.

La ley aprobada en agosto del 2018 veta los dispositivos móviles en centros de primaria y secundaria, pero no en los liceos, que pueden no obstante optar por aplicarla. Solo los alumnos con algún tipo de discapacidad o problema grave de salud están dispensados, igual que cuando un profesor decide usarlos por razones pedagógicas.

Foco de conflictos

El argumento del ministerio para decretar su prohibición es que el ‘smartphone’ puede perjudicar gravemente la calidad de la escucha y la concentración necesaria para las actividades de aprendizaje, y que origina no pocos conflictos.

Pero la normativa no se aplica sistemáticamente en todos los centros, que tienen libertad para adaptarla como quieran en su reglamento de régimen interno. Son también los directores quienes deben de especificar a qué se arriesga un alumno si se le pilla usando un móvil dentro del recinto escolar.

En todo caso, los estudiantes pueden llevar uno siempre y cuando lo tengan apagado en el fondo de sus mochilas o lo dejen en las casillas que muchos colegios habilitan en la entrada precisamente para eso.

Algunos docentes y padres de alumnos creen que en el fondo la ley no cambia las costumbres de los chavales, que siguen lanzándose a ver sus mensajes en cuanto salen del colegio.

«No he visto ninguna diferencia. El reglamento interior de nuestro colegio, como en la mayoría de los centros, prohibía ya usarlo. En todas las clases hay problemas de acoso y de insultos en las redes sociales», cuenta en ‘La Croix’ Angélique Adamik, profesora de francés en un colegio de secundaria de Evry.

Un colegio pionero

La visión es diametralmente opuesta en Faucogney et la Mer un pequeño pueblo de 500 habitantes de Alta Saona, en el este del país, que se ha hecho popular porque el director del colegio Duplessis-Deville, Rudy Cara, proscribió los móviles un año antes de que se aprobara la ley.

Como además se organizan talleres relacionados con la naturaleza y la literatura, el resultado es que los alumnos hablan entre ellos, leen más y trabajan mejor. «La mayoría de los padres nos dan las gracias, y son los primeros en decirnos que no les devolvamos el móvil de inmediato», relata Cara en TF1.

Aunque el debate parece dividir a la comunidad educativa, la opinión pública francesa es unánime al apoyar la prohibición. Según un sondeo realizado por YouGov para el Huffington Post, el 82% de los encuestados son partidarios de la medida, sobre todo los mayores de 55 años (un 92%).

Otra cosa es que los chavales estén cada vez más conectados y cada vez más temprano. El estudio anual de Ipsos sobre la exposición mediática de los jóvenes menores de 20 años correspondiente al 2018 revela que, en Francia, tiene móvil el 84% de los chicos entre 13 y 19 años, y el 24% de los niños de 7 a 12 años.

Fuente de la noticia: https://www.elperiodico.com/es/sociedad/20190907/francia-un-ano-sin-moviles-en-los-colegios-7623723

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Francia lanza un plan contra la violencia machista criticado por las feministas

Europa/Francia/05 Septiembre 2019/Prensa Latina

  • Cinco millones de euros se destinarán a la creación de 1.000 nuevas plazas de alojamiento destinadas a la seguridad de las víctimas
  • Las asociaciones feministas han denunciado que se trata de medidas «completamente ajenas a la realidad»

El primer ministro francés, Edouard Philippe, ha presentado este martes un paquete de medidas de urgencia para luchar contra la violencia machista cuestionado por asociaciones feministas que no lo consideran a la altura de la situación.

Estas medidas se han anunciado en el marco del lanzamiento de un debate nacional de tres meses, que en Francia recibe el nombre de «Grenelle», y se inscriben en la que fue declarada «gran causa» del mandato del presidente del país, Emmanuel Macron: la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres.

«La violencia machista no son discusiones de pareja, es un proceso de control sexista, tan anclado en nuestras mentalidades y en nuestras prácticas, que algunos hombres se han acostumbrado a la impunidad de pegar a sus parejas»,ha destacado Philippe.

Cinco millones de euros se destinarán a la creación de 1.000 nuevas plazas de alojamiento a partir de enero de 2020 destinadas a la seguridad de las víctimas que no dispongan de recursos para cambiar de vivienda.

Otra de las medidas permitirá a los jueces imponer a los agresores un brazalete de localización por GPS para evitar que se acerquen a su víctima sin necesidad de que haya una condena previa.

También se llevará a cabo una auditoría a 400 comisarías con el objetivo de analizar los fallos en el sistema de tratamiento a las afectadas.

Denunciar desde el hospital

El plan de medidas urgentes contempla asimismo generalizar la posibilidad para las víctimas de denunciar desde el mismo hospital donde son atendidas.

Las asociaciones feministas, sin embargo, han denunciado que se trata de medidas «completamente ajenas a la realidad de las víctimas», ha explicado Anaïs Leleux, miembro de la asociación feminista «Nous Toutes».

«Tomamos como referencia a España, reclamamos al Gobierno un presupuesto para luchar contra la violencia machista de mil millones de euros», ha dicho Leleux.

Con respecto a la auditoría de las comisarías, ha opinado que «no es posible que se esté un año analizando fallos, hay que garantizar que todas las denuncias sean aprobadas y que se sancione a los policías que no lo hagan».

Además, la falta de medidas en cuanto a la educación de las nuevas generaciones, ha denunciado que «deben estar sensibilizadas con este asunto».

Marcha de mujeres

Este martes también ha tenido lugar una marcha de mujeres que se reunieron en el sur de París y se desplazaron hasta el Palacio de Matignon, sede del primer ministro, donde algunas de ellas fueron recibidas.

«Nos gustaría creer que vamos a avanzar, pero no tenemos muchas esperanzas, sobre todo por el escaso presupuesto que el Gobierno destina a la lucha», ha indicado Anne Marie Granger, una de las manifestantes.

«Los medios deben empezar a hablar de los feminicidios como hablan del terrorismo, aunque esto está cambiando poco a poco», ha declarado otra de las asistentes a la marcha, Catherine Signoret.

Este «Grenelle» que se abre hoy busca reunir a diferentes ministerios (Justicia, Interior, Salud, Educación…), responsables de asociaciones y familiares de víctimas desde este martes hasta el 25 de noviembre y disminuir el número de víctimas, que oscila entre 120 y 150 por año.

Fuente: http://www.rtve.es/noticias/20190903/francia-lanza-plan-contra-violencia-machista-criticado-feministas/1978257.shtml

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Francia: El maquillaje feminista de Macron al G7

Una vez más, el verano se interrumpe con las noticias de naufragios y barcos de salvamento que no pueden llegar a puerto, y –mientras el Mediterráneo se convierte en una gran fosa en la que dejar morir personas– las fuerzas de seguridad españolas y francesas se preparan para convertir Biarritz en una burbuja de hierro para proteger la cumbre del G7 a cualquier precio.

Sin embargo el presidente Macron, siguiendo la estela de su predecesor en la presidencia del G7 –el presidente canadiense Trudeau–, se esfuerza en construir una fachada amable alejada de los discursos proteccionistas y misóginos de Trump. Vuelve a hablar de “incluir a los que la globalización ha dejado atrás”, pretendiendo la enésima refundación de la globalización capitalista con objetivos como “luchar contra la desigualdad de oportunidades”, “impulsar una transición ecológica”, “luchar contra el terrorismo” o “impulsar el desarrollo digital y la inteligencia artificial para combatir la desigualdad”.

Así, mientras Francia se esfuerza en presentar los países de la alianza del G7 como los paladines de la libertad y la democracia, pretende pasar por alto que el G7 es el ejemplo perfecto del poder feudal y patriarcal, en el que una élite decide el futuro de todo el planeta. Eso sí, esta vez con invitados especiales, como los presidentes de Sudáfrica, Australia y Chile, además de un “Consejo Consultivo para la igualdad entre hombres y mujeres”. Con los que quieren incorporar otros países y sociedad civil en un intento de legitimar la existencia del grupo.

Podemos prever, por tanto, una nueva escenificación de las supuestas diferencias entre un capitalismo proteccionista y conservador y un capitalismo liberal. Esta disputa, encabezada por Estados Unidos y Reino Unido, por un lado; y por Canadá, Francia y la Comisión Europea, por el otro, tiene el cambio climático y la igualdad de género como algunos de sus temas estrella. Pero, a pesar de las discusiones acaloradas, la guerra de fondo real consiste en ver quién gana la carrera de la innovación digital y la carrera por el acaparamiento de unos recursos cada vez más escasos.

Es evidente, por tanto, que, a pesar de los esfuerzos franceses por vender la cumbre haciéndose eco de reivindicaciones feministas, ecologistas y decoloniales, las negociaciones van a ir por otro camino. El capitalismo se encuentra en una crisis profunda, marcada por el estancamiento, los límites del planeta y una crisis de la deuda en ciernes; y las grandes economías que forman parte del G7 necesitan recuperar posiciones en el tablero global para no perder su ventaja.

En este contexto, más allá de las retóricas feministas o ecologistas, hay un consenso en favor de una salida basada en un mayor autoritarismo y represión –el blindaje de Biarritz y la frontera lo demuestran–; una profundización de los procesos de privatización, extractivismo y mercantilización a través de la nueva oleada de tratados comerciales; la privatización de las tareas reproductivas que sostienen la vida; la apuesta por el capitalismo digital, como falsa salida a la crisis ecológica; y la consolidación del poder corporativo y la impunidad empresarial.

Desde hace tiempo el movimiento feminista ha dejado claro que no nos creemos los supuestos discursos feministas o igualitarios destinados a legitimar el neoliberalismo, y menos si vienen a encubrir políticas neofascistas que profundizan los procesos de expulsión capitalista; ya que estas políticas las llevan a cabo tanto los Trump como los Macron. De nada nos sirve la creación de un Consejo Consultivo formado por mujeres diplomáticas, premios nobel, empresarias, abogadas, grandes fundaciones, actrices… en el que no nos vemos representadas; que niega a las migrantes, campesinas, refugiadas, lesbianas, bisexuales, trans… mientras se apropia del feminismo.

Además, sus propuestas de inclusión en un contexto neoliberal no dejan de ser una parodia, basada en el mito del emprendedurismo individual; como si la solución para la desigualdad fuera convertirnos todas en empresarias, aunque estemos endeudadas, empobrecidas y con aún más tareas de las que hacernos cargo, debido a la mercantilización de los medios necesarios para reproducir la vida. Las propuestas del Consejo Consultivo de poco servirán mientras se sigan promocionando tratados comerciales y de seguridad que impactan de forma diferencial en nuestra vida cotidiana, criminalizan la pobreza, profundizan las desigualdades, el desempleo y la informalidad, además de endeudar nuestras vidas.

Si la preocupación por la desigualdad, la seguridad y la violencia machista fuera real, la agenda del G7 tendría que centrarse en cómo parar la desposesión de territorios, garantizar el acceso a bienes y servicios básicos, crear vías seguras para migrar y garantizar condiciones de trabajo dignas. Por todo ello, este agosto en Biarritz, nos tocará decir como las Argentinas frente a la cumbre del G20: «No en nuestro nombre». No dejaremos que los seis hombres y una mujer que encabezan el G7 utilicen la “lucha por la igualdad de género” para encubrir sus políticas neoliberales y neofascistas.

Fuente de la Información: https://vientosur.info/spip.php?article15076

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Una cruda reflexión de la educación como privilegio

Por: Alex Sosa. 

Aunque a primera vista pueda parecer una premisa bastante sencilla con un conflicto bastante específico, Première année (Primer año2018) resulta universal por la reflexión que propone acerca del talento en contraste con el esfuerzo y la disciplina. Esta ponderación es relevante en una sociedad que suele premiar la inmediatez y que deja atrás a cualquiera que no sigue el ritmo frenético que demanda de sus individuos. Más allá de mostrarnos los obstáculos que tienen que vencer dos jóvenes para estudiar Medicina, Première année plantea cuestionamientos polémicos sobre el sistema educativo (no sólo de Francia, sino de todo el mundo) y los espacios sumamente reducidos que existen para la educación. Asimismo, el filme también contiene preguntas que giran alrededor de conflictos humanos como el eterno debate que existe sobre naturaleza versus crianza. En resumen, Première année es un proyecto ambicioso temáticamente que funciona por un guion que nunca pierde de vista su eje central, es decir, que siempre se enfoca en desarrollar el conflicto que viven sus dos personajes principales.

Première année, del director Thomas Lilti (Médecin de campagne), cuenta la historia deAntoine (Vincent Lacoste) y Benjamin (William Lebghil), dos chicos que aspiran ser estudiantes de Medicina. Mientras Antoine ha intentado en repetidas ocasiones entrar a la universidad sin éxito alguno, Benjamin parece tener un talento natural para esta profesión. Esta diferencia será fuente de conflicto entre los dos jóvenes y eventualmente también repercutirá en la amistad que forman durante los meses que pasan juntos estudiando para el examen que podría definir el resto de sus vidas.

Première année es una experiencia que ocurre in crescendo. Lo que inicia como una simple historia de dos jóvenes que quieren entrar a la universidad, eventualmente se convierte en un retrato de la educación como privilegio y de cómo el sistema educativo falla en evaluar al individuo como un todo y no sólo como un resultado. Con este largometraje, Thomas Lilti hace una crítica a los aspectos menos humanos del desarrollo académico y profesional que tienen lugar en las universidades. Asimismo, el guion de Liltiseñala la influencia que el sistema capitalista ha tenido en estos espacios, los cuales han convertido el aprendizaje en una especie de selección natural intelectual que sólo sobreviven aquellos dispuestos a dejar un poco de su humanidad en el proceso.

En la cinta, Antoine Verdier (Lacoste) es un joven que sin importar el esfuerzo que hace por superarse sigue estando por debajo del nivel que la universidad requiere de sus estudiantes. Tal y como se lo explica a Benjamin (Lebghil) el día que se conocen, él está por presentar su tercer intento para ingresar a la carrera de Medicina después de quedarse a unos cuantos lugares de ocupar una de las plazas disponibles para esta licenciatura. Antoine ya conoce el proceso y el sistema en su totalidad: él tiene todos los libros y todas las fórmulas que se necesitan para pasar el examen. No obstante, cuando ha sido momento de demostrar esta experiencia, los números no juegan a su favor. A pesar de todo su conocimiento y la pasión que siente por esta ocupación, Antoine sigue sin formar parte de los 300 alumnos (aproximadamente) que cada año entran a esta carrera.

Por otro lado, Benjamin Sitbon es un estudiante privilegiado en el sentido que proviene de una familia de médicos y que además tiene todas las facilidades que le permiten hacer del estudio su única prioridad. A diferencia de AntoineBenjamin ha tenido la oportunidad de asistir a su padre en procesos quirúrgicos y de tener un departamento cerca de la escuela que le ahorra tiempo y que le da la posibilidad de estar cerca de la universidad y su acervo todos los días. Además, Benjamin tiene como ventaja un carisma que Antoine se ha vuelto agrio tras haber sufrido constantes rechazos. Por todo lo anterior, desde los exámenes prueba, Benjamin consigue mejores puntajes que Antoine, quien a su vez empieza a ver aBenjamin con cierto resentimiento por las prerrogativas que tiene y que ignora por completo.

Este contraste resulta en un terreno muy fértil para desarrollar los conflictos internos y externos que viven ambos personajes. En lo que refiere al conflicto interno, este puede verse cuando Antoine sucumbe por completo a la presión (hasta el punto en el que pone en riesgo su salud física y mental) y cuando Benjamin es obligado a ponderar sus propias expectativas después de que su familia –y en específico su padre– lo ha orillado a un futuro del cual él no está muy convencido. Por otro lado, los conflictos externos los vemos en la respuesta que dan dos protagonistas a los estímulos de su entorno: mientras Benjamin se da el lujo de entablar una breve relación con una vecina del edificio que habita y tener un grupo de estudio con otros compañeros, Antoine se vuelve un ermitaño, ignorando incluso las muestras de cariño de sus propios padres.

Asimismo, es notable que el guion de Lilti capture la experiencia universitaria de una manera que se siente muy cercana a la realidad. Première année se aleja de cualquier estereotipo juvenil que pudiera poseer este tipo de historia y le da la oportunidad a Vincent Lacoste (Plaire, aimer et courir vite) y a William Lebghil (Le sens de la fête) de interpretar personajes complejos y libres de las etiquetas que usualmente se dan en una película donde hay jóvenes y un contexto universitario involucrados. Aquí es importante hacer una mención del trabajo de Lacoste, quien en los últimos años se ha convertido en uno de los actores franceses más reconocibles de su generación y quien en Première année tiene –una vez más– la oportunidad de demostrar su talento para transmitir emociones de forma sutil a través de gestos y el lenguaje corporal que construye para cada uno de sus personajes. Y aunque en Première annéeLacoste no puede usar el carisma usual que lo caracteriza porque iría en contra de la naturaleza de Antoine, el actor logra expresar la frustración de su personaje sin olvidar la empatía que el espectador debe sentir por él.

Veredicto

Si hay algo que criticarle a Première année es que su final resulta demasiado improbable para una historia que hasta este punto se había caracterizado por apegarse a la realidad. De igual manera, la última escena es innecesariamente melodramática para enfatizar el mensaje que el guion quiere transmitir, lo cual resta un poco el esfuerzo que la película había hecho por construir un mundo ficticio muy cercano al nuestro. Fuera de este pequeño paso en falso, Première année es una interesante y reflexiva propuesta juvenil que no pinta un mundo de ensueño para estos chicos, pero que tampoco los ve en una situación de completa destrucción. Y aunque tanto Antoine como Benjamin resultan ser víctimas de un sistema más grande que ellos, Première année sugiere que la humanidad (y muy en específico la juventud) siempre encontrará formas de desafiar las estructuras que constantemente limitan en su desarrollo.

Fuente del documento: https://spoilertime.com/premiere-annee-primer-ano-resena/

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Gobierno de Francia anuncia fondo para combatir feminicidios

Europa/Francia/29 Agosto 2019/Prensa Latina

La secretaria de Estado francesa para la Igualdad entre Hombres y Mujeres, Marlene Schiappa, anunció hoy la creación del fondo ‘Catherine’ con un millón de euros para luchar contra los feminicidios.

Los recursos serán distribuidos a organizaciones locales, en un proyecto que comenzará por las regiones de Pays de la Loire, Nord y Bourgogne, precisó en una entrevista que publica el diario OuestFrance.

De acuerdo con la funcionaria, el fondo se titula ‘Catherine’ porque en este país hay tantas mujeres víctimas de la violencia como las nombradas así.

Según estadísticas oficiales, en lo que va de 2019, 97 féminas fueron asesinadas por sus parejas o excompañeros sentimentales, crímenes que el año pasado ascendieron a 121.

Schiappa confirmó el inicio el 3 de septiembre de un debate nacional para abordar el problema, con la participación de asociaciones, entidades estatales, autoridades de orden público, juristas y otros sectores.

Las mesas de diálogo sesionarán a nivel local auspiciadas por los prefectos, con la presencia de representantes de los ministerios de Igualdad, Protección de la Infancia, Justicia, Interior, Educación y Ultramar, proceso previsto hasta el 25 de noviembre, subrayó.

El mes pasado, el presidente Emmanuel Macron reconoció en medio de protestas y reclamos de acción gubernamental la urgencia de prevenir y enfrentar los feminicidios.

Las discusiones nacionales señaladas a partir del martes se enmarcan en las iniciativas anunciadas entonces por el mandatario.

Una pancarta gigante con los nombres de las casi 100 mujeres asesinadas este año en Francia fue desplegada ayer en el Ayuntamiento de París, un homenaje a las víctimas y a la vez una nueva demanda de combatir el flagelo.

Fuente: https://www.prensa-latina.cu/index.php?o=rn&id=301624&SEO=gobierno-de-francia-anuncia-fondo-para-combatir-feminicidios
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Entrevista a Valérie Rey-RobertV: “En Francia denunciar las agresiones sexuales nos convierte en traidoras a la nación”

Redacción: Rebelión

Al menos 85 mujeres asesinadas por su pareja o expareja. Es el número de feminicidios en Francia entre enero y principios de agosto. Una cifra que alarma cada vez más a la opinión pública francesa. El reconocimiento y la denuncia de la violencia de género parece abrirse paso en un país antaño referente del feminismo, pero en el que en los últimos tiempos movimientos como el #Metoo u otras movilizaciones feministas han encontrado una mayor resistencia o desapego. Valérie Rey-Robert es una de esas mujeres que lucharon contra viento y marea ante la invisibilización de los abusos sexistas.
Autora del influyente blog Crêpe Georgette, estuvo entre las víctimas de la Liga del Lol, un grupo de hombres periodistas y publicistas que se dedicaban a acosar en las redes sociales a militantes feministas. Ha publicado este año el libro Une culture du viol à la française (Una cultura de la violación a la francesa).
En este sugerente ensayo cuestiona los prejuicios sexistas que originan las violencias sexuales. Un sexismo presente desde los relatos bíblicos hasta Juego de Tronos. Pero también imperante en el patrimonio cultural de Francia, cuna del amor cortés y de la galantería y el libertinaje rococós.
“Cuando las feministas francesas denuncian las violencias sexuales, se les responde que no son abusos, sino una forma de entender las relaciones amorosas que se fundamenta en una cierta dominación masculina”, asegura Rey-Robert. En esta entrevista en una cafetería en Bourg-la-Reine, en la periferia sur de París, analiza el concepto de cultura de la violación, los estereotipos predominantes sobre los agresores sexuales y el retraso de la causa feminista en Francia.
¿En qué consiste la cultura de la violación? 
La cultura de la violación es el conjunto de ideas recibidas sobre la violación, sus víctimas y los autores. Estas sirven para reducir la responsabilidad de los violadores y culpabilizar a las víctimas e invisibilizarlas. Hablamos de cultura de la violación porque estas ideas están impregnadas en toda la sociedad y se transmiten de generación en generación. Por este motivo, creo que es importante utilizar el término cultura.
A menudo la idea predominante en la sociedad de qué es una violación no se corresponde con la realidad…
Cuando hablamos de las violaciones de forma abstracta, todo el mundo se opone a ellas. Pero cuando se trata de un caso concreto en el que está implicado uno de nuestros directores de cine preferidos, un político o una persona de nuestro entorno, entonces el discurso cambia completamente y, en lugar de creer a las víctimas, las culpabilizamos. La violación es uno de los pocos delitos en los que sucede esto. Lo que dificulta que se reduzca el número de agresiones. Hasta que no logremos contradecir los prejuicios predominantes no podremos avanzar.
¿Cuáles son los principales lugares comunes sobre los autores y las víctimas de violaciones?
Sobre los autores de las violaciones, que estos son personas desconocidas por la víctima, con una mala vida sexual, feos, desgraciados, pobres, de origen extranjero… También que estas agresiones se producen sobre todo durante la noche y que sus autores amenazan a la víctima con un cuchillo. Pero todo esto es falso, ya que en el 90% de los casos las víctimas conocen a los autores de la violación. Estos pertenecen a todas las clases y categorías sociales. Respecto a las víctimas, los estereotipos siempre sugieren que estas lo han buscado. O bien porque son demasiado guapas y han provocado al violador, tan feas que no puede ser que no hayan consentido la relación, bebieron demasiado… No hay una buena víctima de una violación y estas siempre son juzgadas por sus reacciones.
De hecho, uno de los prejuicios más habituales es que las mujeres suelen mentir cuando denuncian una violación… 
Sí, exacto, pero los estudios realizados en países occidentales nos muestran que solo entre un 6% y el 8% de las denuncias de violación resultan falsas. En Estados Unidos, se llevó a cabo un amplio informe sobre la criminalidad durante los últimos diez años en el que se demostró que hay más hombres condenados injustamente por un homicidio que por haber violado. Por desgracia, uno de los prejuicios machistas más habituales es que las mujeres mienten.
Encontramos esta idea desde la literatura mitológica, con la Biblia y los mitos grecorromanos, pero también en la cultura contemporánea, por ejemplo, en el cine negro estadounidense con la figura de la femme fatale. El tópico de la mujer mentirosa ha estado presente en más de mil años de historia occidental.
 
EXISTE UNA ESPECIFICIDAD FRANCESA, QUE UTILIZA –Y MANIPULA– LA HISTORIA Y EL ARTE PARA JUSTIFICAR A LOS VIOLADORES
 
Como explicas en Une culture du viol à la française, el concepto de cultura de violación aparece primero en Estados Unidos a principios de los setenta. ¿Cómo surgió? 
Los movimientos feministas no empezaron a concentrarse en la denuncia de las violencias sexuales hasta la década de los setenta. Antes sus principales reivindicaciones habían sido el derecho a voto, al aborto o la contracepción.
Pero a principios de los setenta empiezan a utilizar el concepto de cultura de la violación en Estados Unidos para denunciar que las agresiones sexuales están presentes en todas las capas de la sociedad y que no se trata de un fenómeno extraño como se creía entonces, cuando predominaba el tópico de que había pocas agresiones sexuales y estas eran protagonizadas por hombres monstruosos y padecidas por mujeres con malas costumbres.
En tu ensayo hablas de una “cultura de violación a la francesa”. ¿Hay alguna especificidad francesa?
 
Al utilizar este concepto, no quiero decir que Francia sea más permisiva con las violaciones que otros países europeos. También debe haber una cultura de la violación a la española. Pero en el caso de Francia existen algunas especificidades sistemáticas. Cuando feministas francesas denuncian las violencias sexuales, se les responde que no son abusos sino una forma de entender las relaciones amorosas que se fundamenta en una cierta dominación masculina.
Y se asegura que no hace falta cambiar nada ya que forma parte nuestro patrimonio cultural. Cuando en 2011 y 2015 se destaparon los escándalos sexuales de Dominique Strauss Kahn [exdirector del Fondo Monetario Internacional], los tertulianos franceses solían repetir frases como: “No serán los estadounidenses los que nos enseñen cómo se hace el amor, dado que nosotros somos especialistas en ello”. Existe una especificidad francesa, que utiliza –y manipula– la historia y el arte para justificar a los violadores.
 
¿A qué te refieres cuando hablas de cultura francesa? ¿Al amor cortés desarrollado por la literatura de los trovadores? ¿A la galantería y el libertinaje del arte rococó? 
A la cultura francesa en un sentido amplio. Es decir, nuestra forma de percibir la violencia sexual, las leyes votadas en el pasado sobre esta cuestión… Pero también la cultura artística, como el libertinaje del arte rococó o el amor cortés. En Francia, consideramos las obras de arte clásicas como sagradas. Si decimos que en un cuadro como La résistance inutile (La resistencia inútil) de Jean-Honoré Fragonard o en libros como Les liaisons dangereuses (Las amistades peligrosas) de Pierre Choderlos de Laclos se describe una escena de violación, se nos dirá que ensuciamos estas obras. Estas son utilizadas asimismo para justificar que en las relaciones entre un hombre y una mujer hay una cierta violencia y que estas relaciones heterosexuales forman parte del patrimonio francés.
Entonces, criticar la cultura de la violación es percibido como un ataque a la cultura francesa… 
Sí, este es uno de los grandes problemas. Cuando a finales de 2017 emergió el movimiento Balance ton porc (Denuncia a tu cerdo) –el equivalente francés de #MeToo–, las mujeres que denunciaron abusos sexuales fueron comparadas con los franceses que delataron a judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Estas críticas se produjeron en varias ocasiones. Con ellas se insinuó que denunciar las violencias sexuales nos convierte en traidoras a la nación. Para algunos, criticar la cultura de la violación resulta sinónimo de atacar la cultura francesa.
 
A diferencia de España o Estados Unidos, el movimiento #MeToo ha tenido un impacto más bien débil en la sociedad francesa. ¿Cómo explicas este retraso del feminismo en Francia, un país referente durante la segunda ola del feminismo en los sesenta y setenta?
Como apuntan las feministas estadounidenses Joan Scott y Christine Delphy, esto refleja la incapacidad del movimiento feminista francés de cuestionar la heterosexualidad. Cuando se produjo en 2011 el caso de Strauss Kahn –acusado de haber violado en el Sofitel de Nueva York a la limpiadora Nafissatou Diallo–, varios tertulianos franceses dijeron que los estadounidenses no comprendían nada, que eran demasiado puritanos.
Entonces, la socióloga francesa Irène Théry publicó un artículo en el que reivindicaba el encanto del coito robado. Era un discurso muy extraño para una intelectual que se reivindica como feminista. Scott le respondió con otra tribuna en la que aseguraba que en Francia existe una dificultad en el seno del feminismo para hablar del sexo y las violencias sexuales. Resulta prácticamente una cuestión tabú.
 
De hecho, sorprendió la tribuna publicada en 2018 en Le Monde en la que conocidas actrices como Catherine Deneuve o escritoras como Catherine Millet reivindicaban la “libertad de importunar” de los hombres…
 
Esta respondía al mismo prisma de la cultura francesa. Es decir, el elogio de la galantería. Algunas de las autoras de la tribuna defendían la idea de que las violencias sexuales cometidas por los hombres de una determinada clase social no son tan graves. Cuando defienden la libertad de importunar, no reivindican la de un hombre mayor que huele mal en el metro, sino la de un hombre rico. Se trata de una posición clasista.
 
¿La cultura de la violación también se fundamenta en el racismo?
 
  Sí, porque tendemos a ver al violador como el otro. Su estereotipo no se corresponde con el hombre de bien, aburguesado, sino con el inmigrante de la banlieue [barrios populares con elevados porcentajes de población de origen extranjero]. Durante el periodo colonial, se construyó en Francia la imagen del hombre magrebí como un violador por esencia, que abusaba de las mujeres al tener unas pulsiones sexuales muy fuertes.
Este imaginario estaba tan presente que cuando se cerraron los prostíbulos en Francia en 1946, esta nueva legislación se aplicó en todo el territorio francés excepto en Argelia y en el barrio de la Goutte d’Or en París, en el norte de la capital francesa, en el que había una gran presencia de población argelina.
HAY QUE SER MÁS CONTUNDENTE CON LAS FEMINISTAS XENÓFOBAS Y DECIRLES QUE EL RACISMO ES INCOMPATIBLE CON EL FEMINISMO
En definitiva, en Francia predomina la imagen de los árabes y los negros como hombres más proclives a cometer delitos sexuales al sentirse especialmente atraídos por las mujeres blancas. A principios de los 2000, empezó a hablarse de las tournantes [rotatorias] para designar las numerosas violaciones colectivas que se producían en las banlieues, aunque los sociólogos pusieron en duda que este fenómeno fuera específico de los barrios populares.
Cuando la Nochevieja de 2015 se produjeron las agresiones sexuales en Colonia, mucha gente se mostró preocupada por las violencias sexuales y aseguró que su naturaleza era distinta cuando sirios o iraquíes cometían estos actos en lugar de hombres blancos.
Pero también hay numerosos ejemplos de violaciones colectivas protagonizadas por hombres occidentales, como el famoso caso de la Manada en España. 
Sí, en la Oktober Fest en Baviera (Alemania) suelen producirse tantas agresiones sexuales que tuvieron que crear un espacio específico para las mujeres para que estas pudieran sentirse seguras. En los Sanfermines en España sigue habiendo violencias sexuales. Sin embargo, casos como el de la Manada no aparecen en las portadas de la prensa francesa, como sí sucedió con las agresiones en Colonia.
Cuando surgió el movimiento #MeToo, el caso que tuvo un mayor eco mediático en Francia fue el de Tariq Ramadan, un famoso teólogo musulmán inculpado por dos presuntas violaciones. Entrevistaron a varios especialistas sobre el islam, lo que daba a entender que, si había violado, era en relación con su confesión musulmana. Pero en realidad parece ser el típico caso de abuso sexual, poco tiene que ver con el islam.
¿Cómo se debería hacer frente a estos prejuicios xenófobos y al pinkwashing que algunos partidos de ultraderecha utilizan para apropiarse del feminismo?
Tenemos que ser más precisos con las cifras y recordar que los datos nos muestran que las agresiones sexuales son cometidas por todo tipo de hombres, de cualquier clase social. En Francia no disponemos de estadísticas étnicas, pero sí en Estados Unidos donde observamos que el número de negros condenados a penas de prisión por casos de violación es superior al de los blancos.
Pero esto se debe sobre todo a disfunciones de la justicia. Porque si nos fijamos en el tipo de mujeres que son violadas, esto nos muestra que los negros no violan más que los blancos. También hay que ser más contundente con las feministas xenófobas y decirles que el racismo es incompatible con el feminismo.
¿Cómo hay que combatir la cultura de la violación? ¿Hacen falta nuevas leyes?
 
La legislación actual me parece suficiente, pero sí que hay que hacer grandes esfuerzos para educar de otra manera. Hace falta poner en duda todos los prejuicios sobre las violencias sexuales. Mientras la justicia siga formando parte de la cultura de la violación, no sirve para nada aprobar leyes más duras. Lo pudisteis comprobar en España con el caso de la Manada en el que uno de los jueces de la Audiencia de Navarra pronunció un voto particular absolutamente increíble. Así pues, hay que educar a todas aquellas personas susceptibles de estar en contacto con víctimas de agresiones, como los jueces, policías o profesionales de los servicios sociales.
¿Qué piensas del movimiento feminista español?
 
Me genera cierta envidia. Se ha convertido en todo un ejemplo por su gran capacidad de movilización. A menudo se describe España como un país más machista que Francia, pero creo que es todo lo contrario. Siento una gran admiración por las feministas españolas.
Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=259516&titular=%93en-francia-denunciar-las-agresiones-sexuales-nos-convierte-en-traidoras-a-la-naci%F3n%94-

 

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«El uso de las distinciones» por Jacques Rancière

Por: Jacques Rancière.

Ponencia de Jacques Rancière en Colegio Internacional de Filosofía. Jornada organizada en torno de la “partición de lo sensible” el 5 de junio de 2004, una la iniciativa de Jean-Clet Martin, publicado en la revista Failles, nº2, primavera 2006.

Debo entregarme aquí a un ejercicio complejo. Tengo que responder, como autor de mi discurso y poseedor de su significación a las interpretaciones que otros han propuesto y a las críticas que ellos le han dirigido. Pero también debo tomar yo mismo la posición del otro, tratar de instalarme en la distancia desde donde sería posible fijar una perspectiva sobre mi trabajo y proponer una posible coherencia.

Para responder a esta doble obligación, trataré de apuntar, en los objetos de mi trabajo y los procedimientos que les aplico, ciertas constantes a las cuales responden otras constantes en las cuestiones críticas que ha podido suscitar. Comenzaré con un punto modal que es mi uso de las distinciones conceptuales: por ejemplo política y policía o bien régimen estético y régimen representativo del arte. Dos rasgos las caracterizan: primeramente, estas distinciones se proponen en lugar de otras distinciones, y contra ellas. Operan menos una clasificación diferente que una desclasificación. Esto quiere decir, y este es el segundo rasgo unido al primero que intentan volver a poner en cuestión la distribución recibida de las relaciones entre lo distinto y lo indistinto, lo puro y lo mezclado, lo ordinario y lo excepcional, lo mismo y lo otro.

Tomemos la distinción que ha hecho correr más tinta: la que opone política y policía. Se la ha tomado a menudo por una nueva versión de oposiciones conocidas: espontaneidad y organización o acto instituyente contra orden instituido. Se trataría, en pocas palabras, de oponer una esfera de actos puros de la igualdad al orden del mundo. Se responde entonces que estos actos puros están condenados sea a permanecer en su espléndido aislamiento, sea a perderse en lo instituido, aunque inscriban la nostalgia de lo instituyente.

Yo he contribuido sin duda a acreditar esta interpretación. Pero sin embargo la introducción de este par conceptual se operó en un contexto bien definido que le da un sentido totalmente diferente. Este contexto es el de una crítica del tema dominante de los años ochenta: el «retorno» de la filosofía política. Criticando este retorno, es la idea misma de filosofía política la que he tomado como blanco. Es cierta idea de la política «en sí misma» y cierta manera en que este propio de la política se ha opuesto a un otro. La distinción política/policía dice que la política viene siempre después, incluso si su principio -la igualdad- es lógicamente primero, que ella no es nunca un acto originario sino una identidad paradójica de los contrarios. En efecto toda propiedad común de la que se querría deducir la comunidad política se presenta dividida, como he mostrado a propósito de la deducción aristotélica del animal lógico al animal político, y de la división misma del primero según que él posea el hexis o sólo el aisthesis del lenguaje. Entonces, si esta oposición aísla la política, es para separarla de todo principio uno de la comunidad del que ella sería la efectuación directa.

Ahora bien, separar este uno, es también separar dos figuras del dos, dos maneras de oponer la pureza de la política a una cierta impureza. La primera figura refutada es la que fue vehiculada por la tradición marxista. Ésta opone la pureza ilusoria de los significantes y de las instituciones de la política a la realidad impura de la que ella es la expresión y la máscara. Ella opone a sus apariencias la realidad de los procesos económicos y los conflictos de clase. Tras el joven Marx, ella apela de la democracia formal a la democracia real, y de la revolución política a la revolución «humana».

Oponiéndose a esta distinción, la pareja política/policía refuta también la otra gran figura del dos que no es en el fondo más que la inversión del esquema marxista. Esta segunda figura se presenta como la oposición entre la distinción _y entonces la libertad_ política y la indistinción _o la necesidad_ social, o incluso como la oposición del «vivir juntos», del «bien vivir» o del «bien común» al simple vivir. Mis Tesis sobre la política toman por blanco explícito el ideal arendtiano de la «vida política», su oposición de la política y de lo social. Mi objeción fue que es precisamente la lógica anti-política, la lógica de la policía la que aísla así una esfera propia reservada a los actos políticos _esto es, finalmente, a los seres para los que la política es su asunto o su destinación propia. Tal como yo la entiendo, la política es, al contrario, la actividad que vuelve a trazar las líneas, que introduce casos de universalidad y de las capacidades para formular lo común en lo que era el universo privado, doméstico o social.

La oposición política/policía vuelve a poner en cuestión todo principio de una repartición positiva de las esferas y de las maneras de ser. No hay dominio de lo político opuesto al de la oscuridad doméstica y social. De igual modo, no hay la apariencia de un lado y la realidad del otro. La apariencia no es la máscara de una realidad. Es una configuración efectiva de lo dado, de lo que es visible, y entonces de lo que puede ser dicho de lo dado y hecho en relación a lo dado. Se sigue igualmente que no hay de un lado la esfera de las instituciones policiales, y del otro las formas de manifestación puras de la subjetividad igualitaria auténtica. No está la comedia «democrática» y parlamentaria de un lado, y del otro, la potencia comunitaria heterogénea encarnada en un grupo o un mundo colectivo propio. Desde el momento en que la palabra igualdad se inscribe en el texto de las leyes o en los frontones de los edificios, desde el momento en que un Estado instituye procedimientos de igualdad ante una ley común o de recuento por igual de las voces, hay una efectividad de la política, incluso si esta efectividad está subordinada a un principio policial de distribución de las identidades, de los lugares y de las funciones. La distinción de la política y de la policía opera en una realidad que conserva siempre una parte de indistinción. Es una manera de pensar la mezcla. No hay un mundo político puro y un mundo de la mezcla. Hay una distribución y una redistribución.

La oposición de los régimenes estético y representativo del arte es, del mismo modo, una manera de volver a poner en duda identidades y alteridades: identidad del arte y oposiciones en el seno de las cuales se le ha hecho funcionar o que se hecho funcionar en su seno. Se trata de poner en duda la univocidad ahistórica de nociones como «el arte» o «la literatura» y, correlativamente, la manera en la que se definen los cortes temporales. Pues el discurso dominante sobre el arte _el discurso modernista_ hace un uso muy extraño de la relación entre el tiempo y la eternidad. Plantea la ahistoricidad del concepto, separando lo propio del arte de los discursos sobre el arte. Pero este arte ahistórico aparece, a la inversa, como el término de una teleología histórica: con Mallarmé, Mondrian o Schönberg, el arte se convertiría finalmente en su realidad en esta actividad autónoma que siempre ha sido en su concepto. Así la pretendida recusación del «historicismo» conduce al uso masivo de una teleología de la historia. Planteando régimenes históricos de identificación, trato precisamente de recusar esta ligazón de lo ahistórico y lo teleológico. Por un lado el arte no siempre ha existido, en singular, como realidad unívoca. Siempre ha habido artes, en el sentido de saber-hacer. Ha habido a veces divisiones como la que opone las artes liberales a las artes mecánicas. Pero el arte o la literatura, tal como nosotros los conocemos, no existen sino desde hace dos siglos apenas. Existen no como maneras de hacer radicalmente nuevas, sino como regímenes de identificación nuevos. Cuando Madame de Staël lanza, en su nuevo sentido, la palabra literatura, se cuida mucho de precisar que con ella no propone ningún cambio a las poéticas codificadas por los teóricos de las Bellas Letras. Todo lo que ella cambia, es, dice, la concepción de la relación entre las Letras y las sociedades. No hay, de hecho, ningún punto histórico de ruptura a partir del cual sería imposible escribir o pintar a la antigua manera o necesario hacerlo a la nueva, ningún punto de no-retorno donde se bascularía de un arte de la representación a un arte de la presencia o de lo irrepresentable. En su lugar hay una lenta reconfiguración que da a las mismas maneras de hacer _una metáfora, una pincelada, un uso de la luz y las sombras_ una visibilidad y una forma de inteligibilidad nuevas a partir de las cuales las nuevas maneras de hacer se imponen. Dicho de otra manera, la concepción de los régimenes del arte recusa la idea de una ruptura histórica en los constituyentes del arte. Recusa así los juegos de oposición bajo los cuales se ha querido pensar la idea de la «modernidad» artística: transitivo/intransitivo, presencia/representación, representación/irrepresentable. Estos conceptos pretenden designar entidades constitutivas o principios constituyentes distintos entre dos momentos y dos formas del arte.

Pero la distinción es puramente imaginaria. No efectúa ninguna distinción real. «El sol comenzaba a alzarse», la frase que abre Las olas de Virginia Wolf no es más intransitiva que «la aurora de rosáceos dedos» homérica. Y la primera frase de La especie humana de Robert Antelme «Fui a mear; todavía era de noche» no tiene más que ver con lo irrepresentable que el verso de Ifigenia que es su modelo lejano: «Sí, soy Agamenón, soy tu rey que te despierta».

Las nociones de transitivo y de intransitivo no designan ninguna diferencia real, repiten solamente la presuposición de que a partir de cierto momento el arte ya no es lo que era y que, no siendo ya lo que era, se convierte finalmente en lo que es en sí mismo, en una clara oposición a lo que no es: una inmovilidad opuesta a una circulación, una realidad autónoma opuesta a lo que no es más que un medio para otra cosa.

Queda por saber lo que vuelve esta presuposición de la identidad del arte y de la diferencia del arte nuevo tan insistente. Mi respuesta es la siguiente: esta insistencia resulta precisamente del quebrantamiento de los sistemas de distinciones por los cuales las cosas del arte eran clasificadas y juzgadas. Pues es precisamente esto lo que «representación» significaba: no un tipo de procedimiento artístico, un constituyente propio o una textura ontológica específica de las cosas del arte, sino un conjunto de leyes de composición de los elementos, comprendidos en un régimen de identificación de lo que hacen las artes y lo que las distingue de las otras maneras de hacer. Esta es la paradoja de la autonomización del arte: significa el desvanecimiento de toda frontera estatutaria entre el adentro y el afuera. Para que la no-representación o lo irrepresentable pueda plantearse como esencia del arte, hace falta que el arte, a la inversa, sea sometido a un régimen dominante donde todo es representable, y representable de cualquier manera. Es precisamente ahí donde no hay diferencia normativa entre buenos y malos temas, géneros nobles y viles, expresiones propias e impropias, es ahí donde la «diferencia» del arte viene a decirse como imposibilidad o prohibición de la representación y donde nace la preocupación de inventar un modo de lenguaje propio a la literatura. Se podría hablar de una ilusión transcendental en sentido kantiano: una ilusión de algún modo necesaria, inducida por el funcionamiento mismo de nuestras categorías ordenadoras.

Pero el hecho de que una ilusión sea necesaria no vuelve más válida su pretensión de hacernos conocer algo. Por un lado, los criterios de lo «propio» del arte y de lo propio de la modernidad artística tienen un valor cognitivo nulo. Repiten solamente la presuposición de este propio. Pero también este propio del arte no le es en nada propio. Las parejas presencia/representación o transitivo/intransitivo sólo hacen funcionar dos veces la simple diferencia de lo mismo y de lo otro, invirtiendo los valores de lo positivo y de lo negativo. Pero, detrás de este juego formal, es fácil reconocer las figuras dominantes de la tradición religiosa occidental: la «presencia», es el espíritu convertido en carne que anula la distancia entre la letra y la ley; lo irrepresentable, es el nombre impronuciable del Dios infigurable que habla en la nebulosa. Del mismo modo que la ahistoricidad del arte tiene por complemento la teleología, la afirmación de lo propio del arte conduce a identificar este simple propio a la figura de la alteridad religiosa. Distinguir regímenes entonces, no es decir que a partir de tal o tal momento no se puede hacer arte de la misma manera, que en 1788 se estaba en el régimen representativo y en 1815 en el régimen estético. La distinción no define épocas sino funcionamientos; no oposiciones de principios constituyentes sino oposiciones de lógicas, de leyes de composición, de modos de percepción y de inteligibilidad; no principios de exclusión sino principios de coexistencia. Se puede definir históricamente la emergencia del régimen estético del arte como ley de funcionamiento global, pero sus elementos tienen temporalidades diferentes y la ley global autoriza todos los «anacronismos» de funcionamiento: la abstracción pictórica es en principio una manera de ver el Corro nocturno de Rembrandt o un Descenso de la Cruz de Rubens; e inversamente las directivas de los grandes productores hollywoodienses a sus directores son fieles a los principios según los cuales Voltaire y Diderot podían corregir a Corneille o a Greuze. Lo que caracteriza el régimen estético del arte, es la multi-temporalidad, la ilimitación de lo representable y el carácter metafórico de sus elementos. No hay un momento en el que las gamas de color cazan a las mujeres desnudas y a los caballos de batalla (Maurice Denis). Hay más bien un principio de sustituibilidad ilimitada entre un brochazo, una mancha de azul, una blusa, un efecto de luz, un reflejo, la representación de un cuerpo de mujer, un testimonio de la vida burguesa en Holanda o las distracciones populares parisinas, el homenaje de un pintor a otro pintor, etc.; entre un amor, una metáfora, una dosis de ultravioleta (Epstein), un ralentí, una aceleración, una caída de frases o un corte entre dos planos.

Esto no quiere decir que estemos en el reino de «no importa qué». O más bien, el «no importa qué» es una relación determinada entre un quod, una importancia y una negación. Esta relación determinada de los contrarios define lo que yo he llamado un sensible de excepción, un sensible diferente de sí mismo habitado por un pensamiento diferente de sí mismo. De las fórmulas de los artistas a los enunciados de los filósofos es una constante del régimen estético esta coincidencia de lo hecho y lo no hecho, de lo sabido y de lo no sabido, de lo querido y de lo no querido.

¿Qué distingue este pensamiento de otros pensamientos de la excepción artística? Tomemos como punto de comparación una fórmula de Alain Badiou: «La verdad de la que el arte es el procedimiento es siempre verdad de lo sensible en tanto que sensible».

La diferencia es que no hay para mí sensible en tanto que sensible. Lo que nos enseña Kant, es que hay sensibles. Un sensible siempre es una cierta configuración entre sentido y sentido, un cierto sentido de lo sensible. Y, en particular, lo sensible del arte y lo sensible de lo bello no se conjuntan que según un modo disensual, ya que el arte no puede hacer otra cosa más que saber y querer mientras que lo bello no puede ser pensado sino como lo que no resulta de un saber y de un querer. Hay entonces dos maneras de pensar esta separación. Se puede tratar de reducirla con el fin de plantear una esencia unívoca del arte que sea «verdad de lo sensible en tanto que sensible». Esta reducción de la alteridad de lo sensible a sí mismo no se puede entonces hacer sino en provecho de un mismo que toma la figura del otro. La verdad de lo sensible es entonces la de ser «acontecimiento de la idea». Traducido en términos kantianos, toda estética es estética de lo sublime, una estética auto-desvaneciente, esto es, en definitiva, una ética. La segunda manera consiste en habitar la separación. Es lo propio de lo que Kant llama «idea estética» y de lo que yo por mi parte he llamado frase-imagen. Las ideas estéticas son invenciones que transforman lo querido en no querido, lo sabido en no sabido, lo hecho en no hecho. Son invenciones que dan al arte su sensible, sea eso que podemos llamar su ontología. Dicho de otra manera, la ontología del arte bajo el régimen estético, es eso que tejen las invenciones de las artes instituyendo su disenso, poniendo un mundo sensible en otro: el mundo sensible donde la imaginación obedece al concepto en el mundo sensible donde entendimiento e imaginación se relacionan la una con la otra sin concepto. Esta ontología tiene entonces una estructura notable: las invenciones artísticas construyen la efectividad de la diferencia ontológica que ellas mismas presuponen. Construir la efectividad de eso que se presupone, se llama verificación. Las artes verifican en su práctica la ontología que las vuelve posibles. Pero esta ontología no tiene otra consistencia que la que es construida por las verificaciones.

En la distinción de los regímenes de las artes, como en la de la política y de la policía, mi enfoque es el mismo: el de un pensamiento crítico, en el sentido kantiano: pensamiento de eso que vuelve posibles las diferencias que instituyen tal o tal dominio sensible, lo que quiere decir también tal o tal dominio inteligible, como el arte o la política. Un pensamiento crítico, es también un pensamiento que permite pensar estos dominios como instituidos por operaciones críticas, por disensos. Esto quiere decir que estos dominios tienen una existencia litigiosa. No descansan sobre ninguna diferencia fundada en la naturaleza de las cosas o la disposición del Ser.

Su existencia diferencial está sometida a formas de verificación que son siempre alteraciones, procesos de pérdida de un cierto mismo: procesos de desidentificación, de desapropiación o de indiferenciación.

Lo que diferencia lo que yo he tratado de hacer de lo que han hecho cierto número de otros que tienen una experiencia histórica cercana y problemas o formulaciones vecinas, es una distancia en el pensamiento de lo heterogéneo, una manera de pensarlo sin asignarlo a una potencia ontológica otra. He tratado de pensar la heterogénesis bajo la forma de un pensamiento y de una actividad que producen choques de mundos, pero choques de mundos en el mismo mundo: redistribuciones, recomposiciones o reconfiguraciones de los elementos. Está claro, en efecto, que la preocupación del disenso me es común a muchas otras personas.

Pero yo la he comprendido de otra manera a ellas. Casi todos los autores, vivos o muertos, que construyen hoy la actualidad del disenso comparten en efecto una misma idea del consenso y dan el mismo nombre a su figura política. La llaman democracia.

Pensadores tan diferentes como Arendt y Lyotard, Badiou, Agamben o Milner tienen en común cierta idea del consenso como democracia, esto es como la igualdad aritmética de Platón, el régimen de la mezcla indistinta o indiferente. La democracia es para ellos el régimen del recuento indiferente, parecido a la circulación de las mercancías o al «goteo uniforme de tinta» que caracteriza el periódico según Mallarmé. Ella es el poder del mal múltiple que circula intercambiándose en suma nula y reproduciéndose de manera idéntica. Estos pensadores oponen la potencia de la diferencia: el buen múltiple, el que contiene un principio de alteridad, una potencia suplementaria. Ésta puede ser una superpotencia: potencia arendtiana del comienzo o vitalidad de las múltitudes

(Negri), o bien una suplementariedad no intercambiable (el acontecimiento de verdad de Badiou o el uno-de-más de Milner). Fundan entonces la política sobre esta superpotencia o este suplemento o bien le oponen otro principio de la comunidad (el gobierno pastoral de Milner). Oponen a la democracia un principio de heterogeneidad. La heterogeneidad puede ser una figura del ser del ente _infinito o multitudes, fundando una verdadera política o una superación de la política en el comunismo. Puede, al contrario, identificarse a otra cosa que el ser, haciendo encallarse a la potencia comunitaria. Yo, por mi parte, he tomado esta lógica a contrapié. He tomado el partido singular de dar a la potencia de lo heterogéneo o del uno-de-más el nombre de démos y de plantear en consecuencia la democracia como opuesto del consenso. Es una manera de decir que no hay heterogéneo real, no hay principio ontológico de la diferencia política o de la diferencia en relación a la política, no hay arkhè o anti-arkhè. Hay, en su lugar, un principio de igualdad que no es lo «propio» de la política y que no tiene mundo propio más que el que trazan sus actos de verificación. Los sujetos políticos no están definidos por el ejercicio de una potencia otra o de una superpotencia sino por la manera en que las formas de subjetivación reconfiguran la topografía de lo común. Esto es que la heterogeneidad política es de composición y no de constitución.

Esta concepción de lo heterogéneo descansa sobre otra idea de lo homogéneo, otra idea del consenso. Desde mi punto de vista, lo que define al consenso, no es la mezcla indiferente de los equivalentes. Es la idea de lo propio y la distribución de los lugares de lo propio y de lo impropio que esta idea implica. Es la idea misma de la diferencia entre lo propio y lo impropio, que sirve para separar lo político de lo social, el arte de la cultura, la cultura del comercio, etc. Lo que entonces rompe el consenso ejerciendo el poder del uno-de-más, es la sustituibilidad. Es, en arte, la posibilidad para una metáfora o para un juego de luz y de sombra de ser sólo una metáfora o un efecto de luz o de ser la potencia de un amor o un testimonio sobre un tiempo y un mundo. Es la posibilidad de ser una obra pura y una mercancía. En política, es el démos como abolición de toda arkhè, de toda correspondencia entre los lugares de gobernante y de gobernado y una «disposición» a ocupar estos lugares. El uno-de-más es la potencia de lo indistinto que deshace las particiones recusando la fijeza de los lugares de lo mismo y de lo otro.

No hay entonces sujeto que tenga como propia la potencia de ruptura o de desconexión, no hay sujeto que ejerza una potencia ontológica de la excepción. La excepción es siempre ordinaria. Querer, a la inversa, realizar la excepción de lo «propio», es comprometerse en un proceso donde este propio acaba por desaparecer en la indiferenciación ética. Evocaré brevemente aquí dos ejemplos de esta dialéctica de lo propio. Es, por un lado, la auto-anulación de la diferencia política a la Arendt en Agamben; por otro lado, la auto-anulación del pensamiento modernista de lo propio del arte en Lyotard. Se sabe cómo Agamben retoma la crítica arendtiana de los Derechos del Hombre y del ciudadano, esto es la idea de un engaño inherente a la división misma del sujeto político entre hombre y ciudadano. Retoma la estructura del dilema que Arendt aplica a estos Derechos: o bien los derechos del ciudadano son los derechos del hombre. Pero el hombre como tal, el hombre desnudo, simplemente hombre, no tiene ningún derecho como muestra el ejemplo de los refugiados. Luego los Derechos son puro engaño. O bien, a la inversa, los derechos del hombre son de hecho los derechos del ciudadano, los que le corresponden por su pertenencia a un Estado. La diferencia es entonces una simple tautología. La razón de este dilema, es, para Arendt, la confusión entre la política y la vida no política, la confusión de las dos vidas (bios y zoè). Desde mi punto de vista, hay política precisamente donde se pone en cuestión esta partición. Y el intervalo entre hombre y ciudadano es el operador de esta repartición. Si, al contrario, se quiere separar realmente las dos vidas, distinguir realmente lo político y lo social, el resultado no puede ser sino asimilar lo «político puro» a la esfera de la acción estatal. Esto puede hacerse, a la manera dulce: el «retorno» de lo político y las peroratas sobre el «vivir juntos» y el bien común finalmente destinadas a la exaltación del plan Juppé. Esto puede hacerse al modo pesimista de la teoría del estado de excepción donde el habeas corpus y los Derechos del Hombre encuentran su verdad en el genocidio nazi, el cual se revela homogéneo a nuestra ordinaria democracia.

Estado de excepción y vida nuda son entonces los nombres de una modernidad donde todas las diferencias se suprimen y donde no se deja ningún intervalo para la práctica política.

Es la misma dialéctica la que está en obra cuando Lyotard opone las producciones del arte, puestas bajo el signo de lo sublime, a las formas de la circulación cultural y mercante. Reenvío aquí a su polémica contra el trans-vanguardismo. Mezclar sobre una misma tela motivos realistas, abstractos e hiperrealistas, es, según dice, hacer triunfar el gusto de los críticos y de los marchantes. Ahora bien, este gusto no es un gusto. Hay que postular entonces una diferencia real entre el sensorio del arte y el del «comercio» cultural y mercante. Pero sólo hay un medio para conferir a un sensible una diferencia real: es hacer de él el lugar de la manifestación de una potencia heterogénea, de una potencia suprasensible dicho de otra manera. Es exactamente lo que pasa en Lyotard. La potencia heterogénea se da en principio como el choque del aistheton. Pero este aistheton que se presenta en principio como el quale de un dato sensorial irreductible se revela de hecho un puro indeterminado: «el acontecimiento de una pasión», dice Lyotard: la pura potencia de lo insustituible o de lo no-reciprocable, la potencia de lo que no circula. No hace falta mucho tiempo entonces para que, por la mediación de la Cosa lacaniana, el choque del aistheton se acabe pagando a cuenta de la ley mosaica. Lo «propio» del arte que se trataba de preservar es pura alienación: es propio en cuanto puro testimonio de la potencia del Otro y de una deuda irredimible respecto de esta potencia. Querer realizar, contra la mezcla «democrática», comunicacional o mercante, la pura diferencia del arte conduce a abismar esta diferencia en la posición ético-religiosa de la relación al absolutamente Otro.

Ahí se encuentra lo que me parece caracterizar nuestro presente: la desaparición tendencial de las diferencias de la política y del arte, pero también del derecho y de la moral, en la indistinción ética. Ahora bien, este devenir-indistinto me parece poder ser rigurosamente pensado como el resultado paradójico de una absolutización de la distinción. Es el integrismo de lo propio que se invierte en fundamentalismo de lo absolutamente otro. La voluntad de realizar la distinción obliga a confiar el poder de distinguir a una superpotencia del disenso o de la ruptura. La escena filosófico-político-estética se convierte entonces en la del conflicto de las superpotencias: superpotencia de las multitudes que son el corazón del Imperio y la fuerza que lo destrozará (Negri); de la verdad infinita que transita en los colectivos políticos o las obras de arte (Badiou); del estado de excepción que dispone la vida nuda (Agamben); de la Cosa y de la Ley (Lyotard); de la libertad abisal que se experimenta en el encuentro con el horror de la Cosa (Zizek). Todas estas superpotencias en competición son el precio de una sola y misma superpotencia: esa superpotencia de lo verdadero que antaño estaba garantizada por la superpotencia de las «fuerzas productivas» que se garantizaba a su vez en la célebre fórmula de Lenin: «La teoría de Marx es todopoderosa porque es verdadera». Hubo un tiempo feliz en el que esta todo-potencia definía una bella cadena de equivalencias. La potencia de la teoría era la potencia de lo verdadero, que era potencia de la estructura, la de las masas y la de la historia. Cuando estas potencias se disyuntaron, la superpotencia tomó diversas figuras. Está en primer lugar la figura dominante que sirve de referencia o de tope a las otras: la potencia de la estructura se ha convertido en la potencia de la Cosa , la de la verdad como alteridad irreductible que agujerea la cadena del saber. La self-fulfilling prophecy de Lacan se ha cumplido grosso modo: los revolucionaron que buscaban una verdad maestra la han encontrado en esta figura de la absoluta alteridad. Este enfrentamiento ha dado lugar a diversas estrategias. Estrategias de desvío, como la que ha exigido a otro psicoanálisis y a otro inconsciente el medio de reafirmar la superpotencia inmanente de las fuerzas productivas (Negri); estrategias de desvío y de forzamiento, como la polimerización de la pegada de lo verdadero en el procedimiento de las verdades infinitas (Badiou) o el retorno del horror en la afirmación de la libertad abisal (Zizek).

Todos estos reajustes de la todo-potencia de lo verdadero tienen un punto en común. Resitúan la potencia del disenso como un principio ontológico de la diferencia real: prolijidad del Ser, paso del Infinito, pegada de la Idea , encuentro del Horror y/o de la Ley. Afirman una potencia ontológica _o eventualmente contra-ontológica_ del Otro que autoriza el salto fuera de la serie ordinaria de la experiencia consensual. Se funda aquí esta extraña figura contemporánea del dogmatismo apofántico que da los buenos nombres y las buenas fórmulas al nombre de lo Real que dispersa todos los nombres. Sucede que, mientras se operaban estos encuentros con la superpotencia y estos desvíos de la superpotencia, yo estaba ocupado en otra parte, en otra cosa. Trataba entonces de comprender la potencia de algunas palabras como proletario o emancipación. Trabajaba sobre los encuentros, fronteras y pasajes que tuvieron el efecto de separar individuos de la esfera de la experiencia sensible que les estaba asignada. Más entonces que sobre el nombre del Otro y la forma matricial del encuentro con el Otro, yo trabajaba sobre procesos de alteración, de redistribución de los lugares y de recomposición de las formas de la experiencia. Más que a la superpotencia de lo verdadero desgarrando el tejido del saber, yo me dedicaba a las presuposiciones y a las verificaciones de la igualdad de las inteligencias. No era una distancia de principio.

Simplemente, las cosas pasaron así. Para pensar lo que era mi asunto en ese momento, la reformulación de la superpotencia que se hacía en otra parte, sin que se me informara, no podía servirme de nada. Me ocupé entonces solamente en elaborar las nociones y las distinciones que me permitían dar cuenta de estos procesos de alteración y de estos procedimientos de verificación.

Con el tiempo, me pareció que esta limitación o este defecto tenía también sus virtudes. Por una parte permitía comprender cierto número de cosas que permanecían opacas en las dramaturgias de la superpotencia o que éstas debían ignorar para limitarse a los casos ejemplares sobre los cuales podían funcionar sus axiomas de ruptura. Por otra parte, sustituyendo una topología de los posibles, de sus desplazamientos y recomposiciones, a los protocolos de la eficacia de la superpotencia, mantenían abierto el espacio de las invenciones de la política y del arte en el momento crítico en el que las grandes teleologías se invertían, en el que la necesidad económica marxista se convertía en la necesidad del mercado mundial capitalista, en el que «el retorno de la política» era la bandera cubriendo la empresa consensual del borrado de la política, en el que las promesas de emancipación atribuidas a la modernidad artística se transformaban en testimonios de la alienación inmemorial, y en el que resonaba un poco por todas partes el discurso del final. En esas circunstancias, afirmar la potencia de la igualdad de las inteligencias y la exigencia de su verificación, la dispersión democrática de la lógica circular de la arhkè y la tensión de los contrarios en el seno del régimen estético del arte me pareció más provechoso que profundizar en la experiencia supuestamente radical de lo heterogéneo. He podido, en efecto, observar, como todos nosotros, la manera en que las formas supuestamente más radicales de afirmación de la diferencia artística o política se transformaban en su contrario, la radical indistinción ética: inversión de la radicalidad modernista en el culto nostálgico de la imagen o del testimonio; inversión de la pureza reivindicada de lo político en puro consentimiento a la gestión de la necesidad económica, incluso en legitimación de las formas más brutales del imperialismo guerrero.

Me he visto conducido entonces a considerar que mi rechazo a ontologizar un principio de lo heterogéneo, mi rechazo de las ontologías de la superpotencia no era una capitulación vergonzosa ante los deberes de la filosofía o el ejercicio parasitario de la histérica viviendo de la deconstrucción del discurso del amo, sino el ejercicio consecuente de otra idea de la filosofía. Esta idea de la filosofía es homogénea a lo que he podido desarrollar como idea de la política o del arte. Concibe la filosofía no como el edificio que hay que construir para dar a las diversas prácticas su dominio y sus principios, ni como una tradición histórica meditando sobre su clausura sino como una actividad accidental. No una actividad necesaria inscrita en la naturaleza de las cosas, exigida por el requerimiento del Ser, apelada por las necesidades de las otras ciencias y actividades, o conducida por un destino historial, sino una actividad aleatoria, suplementaria que, como la política o el arte, habría podido del mismo modo no ser. Una actividad sin legitimidad y sin lugar propio, porque su nombre propio es ya un homónimo problemático, en el cruce de diferentes discursos y diferentes razones. Este cruce se realiza bajo el signo del desacuerdo, como lo he definido en el opúsculo que lleva ese nombre: el conflicto sobre los homónimos, el conflicto entre el que dice blanco y el que dice blanco.

La filosofía, tal como la concibo, es el lugar de esta actividad, condenada por una homonimia problemática a trabajar sobre las homonimias: hombre, política, arte, justicia, ciencia, lenguaje, libertad, amor, trabajo. Ahora bien, hay dos maneras de tratar los homónimos. Una es proceder a su purificación, definir el buen nombre y el buen sentido que ahuyenta los malos. Es a menudo la práctica de las ciencias llamadas humanas o sociales, que se jactan de dejar a la filosofía los nombres vacíos o definitivamente equívocos. Es a menudo también la tarea que se dan los filósofos mismos. La otra manera considera que toda homonimia dispone un espacio de pensamiento y de acción, que el problema entonces no consiste en restituir los prestigios de la homonimia ni en situar los nombres en indeterminación radical, sino en desplegar los intervalos que ponen a trabajar la homonimia.

Así se define cierta práctica disensual de la filosofía como actividad desclasificante que pone en cuestión la policía de los dominios y de las fórmulas, no por el solo placer de deconstruir los discursos del amo, sino para pensar las líneas según las cuales las fronteras y los pasajes se construyen, según las cuales son pensables y modificables. Esta práctica crítica de la filosofía es indisolublemente una práctica igualitaria, o anarquista, que devuelve el argumento, el relato, el testimonio, la investigación o la metáfora a la igualdad de invenciones de la capacidad común en la lengua común. La crítica de las particiones instituidas abre entonces la vía de una interrogación renovada sobre lo que podemos pensar y lo que podemos hacer.

Fuente del artículo: https://www.bloghemia.com/2019/07/el-uso-de-las-distinciones-por-jacques.html

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