Europa/Reino Unido/28 Febrero 2019/Fuente: El país
Un centro psiquiátrico británico con toda la plantilla femenina asiste a maltratadas que no quieren ser atendidas por varones
Una habitación propia no es solo un espacio físico. Es una geografía íntima, un símbolo de autonomía. Hace casi un siglo, Virginia Woolf se preguntaba qué necesitaban las mujeres para escribir. Y hace tan solo dos décadas, una enfermera inglesa, Shirley McNicholas, se preguntaba qué necesitan las mujeres. Así, a secas. Con esta idea nació la residencia Drayton Park de Londres, una casa de crisis (crisis house)pensada para ser una alternativa a la hospitalización psiquiátrica tradicional. Aquí ingresan de forma voluntaria las mujeres que tienen un episodio de sufrimiento psíquico, también las que tienen hijos y no pueden dejarlos con un familiar. Forma parte del NHS, el sistema público de salud del Reino Unido, y lleva en funcionamiento desde 1995.
Ese año, McNicholas decidió desafiar la psiquiatría hegemónica que obviaba por qué las mujeres desarrollaban problemas específicos de salud mental. “Yo trabajaba en un hospital público, en la planta de salud mental. Veía cómo ataban a las pacientes y las medicaban sin preguntarles qué les ocurría realmente. Estaba muy involucrada en el movimiento feminista y veía que las mujeres de mi alrededor habían sufrido violaciones, abuso sexual, violencia física y psicológica por parte de sus parejas…”, relata. Se reunieron durante un año y recibieron una subvención del Gobierno para ponerlo en marcha. “Diseñamos un sistema diferente para acompañar a mujeres a quienes el simple hecho de que el profesional del hospital fuese un hombre ya las aterraba, por todo el maltrato que habían sufrido por parte de hombres a lo largo de su vida”, explica.
La de Drayton Park es la primera y única crisis house en el mundo dirigida solo por y para mujeres. Además, en esta está permitido que las mujeres ingresen con sus hijos. “La casa puede albergar a cuatro menores a la vez. Aquí vienen muchas madres solteras; mujeres que han sido maltratadas, que han conseguido salir de esa relación de violencia pero que están solas en la crianza. Suelen tener problemas de ansiedad y depresión a causa del maltrato y, aunque consiguen sacar al niño adelante, a veces tienen una crisis. Esta casa es perfecta para ellas porque en una unidad psiquiátrica convencional no se permitiría el ingreso con menores”.
Joyce (29 años) pide no incluir su nombre real en este reportaje: “No quiero que el día de mañana mi hijo se entere por Internet de que su madre era violada por su padre”. Tras una crisis de ansiedad, ingresó por voluntad propia en Drayton Park. “Me fui de casa tras una discusión muy violenta con mi novio. Una vecina me había hablado de la crisis house, no sabía dónde ir así que me presenté allí”, explica.
Cuando llega una mujer con hijos, se evalúa la situación. “Muchas vienen antes de que la crisis se agrave, evitando dos cosas: el ingreso involuntario en un hospital cuando la situación ya es insostenible y que Servicios Sociales se hagan cargo del menor”, señala McNicholas.
Otro de los objetivos de este proyecto es evitar que las pacientes revivan traumas pasados. Es el caso de Andie Rose, que durante 10 años, antes de llegar a Drayton Park, entraba y salía de hospitales psiquiátricos. “Me ingresaban una y otra vez contra mi voluntad, sin que yo pudiese explicar por qué vivía aterrorizada o por qué quería autolesionarme”, comenta.
Rose solía romper ventanas para hacerse cortes con los cristales. Su peor recuerdo, sin embargo, es verse tumbada en una cama de hospital mientras la ataban. Correas que trepaban y se enroscaban en su cuerpo como lenguas de serpiente. “Cada ingreso era una pesadilla. Había sufrido abusos sexuales y maltrato, y el personal que me atendía y me ataba estaba todo compuesto por hombres. Eso lo hacía todo aún peor. Me sentía como un animal. Llegué a un punto en el que prefería morirme antes que volver a entrar en un hospital”, explica. En 2004 conoció la iniciativa de Drayton Park y asegura que su vida cambió: “En mis peores crisis, siempre he venido aquí”.
Este centro tiene capacidad para albergar a 12 mujeres, cada una en una habitación propia con cama, sábanas con estampados —no blancas como en los hospitales—, un armario y un baño. “Es como estar realmente en una casa”, señala Rose. Cada residente tiene la llave de su habitación. Al principio se habla con ellas de las normas: no se pueden consumir drogas ni alcohol. “Si alguna mujer tiene ganas de hacerlo, se habla con ella y se le ofrecen otras alternativas. Lo mismo ocurre con la autolesión. Si quieren hacerse daño, hablamos con ellas. En el caso de que quieran hacerlo, les podemos ofrecer cuchillas limpias para que no haya infecciones”, explica McNicholas. Siempre se les ofrecen opciones: una ducha caliente, hablar, un masaje, chillar en una habitación… “Prohibirles hacer algo es contraproducente. La realidad es que la inmensa mayoría acaban por preferir una de estas alternativas antes que autolesionarse”.
En el caso de Rose ha sido así. “Al principio quería hacerme daño constantemente. Ellas me ayudaron a canalizar ese dolor de otras formas. Me escuchaban sin asustarse de lo que les contaba. Las últimas veces que he autoingresado aquí ni siquiera he pensado en cortarme”, asegura.
Llamar antes de entrar
El equipo está compuesto por diez profesionales (trabajadoras sociales, psicólogas y enfermeras) disponibles las 24 horas. Las mujeres en crisis pueden estar un máximo de cuatro semanas, aunque la media de estancia es de 19 días. Cada mañana, una trabajadora se acerca a las habitaciones para preguntarles qué tal están. “La regla es que nunca se entra en una habitación sin permiso. Se llama a la puerta tres veces y si no contesta, avisamos de que vamos a entrar para ver si están bien”, apunta McNicholas. Forma parte de lo que llaman alianza terapéutica: “Aunque sea para decir que no tienen ganas de hablar, todas responden porque sienten que pueden decidir qué quieren hacer. Esto, unido a que el ingreso es voluntario, les da control y la relación de poder cambia”.
Además, el NHS incluye el servicio de acompañamiento posterior. Beatriz, una enfermera española en Londres, forma parte del equipo de crisis y explica que realizan un seguimiento a pacientes con problemas de salud mental en sus casas. “Nuestra labor también es de transición para las personas que se dan de alta en Drayton Park. Volver a su vida normal puede ser un shock, así que visitamos y acompañamos a esa persona durante las seis semanas posteriores a la salida de la crisis house”, concreta.
La psicóloga clínica María Alonso es parte de un colectivo que quiere poner en marcha una iniciativa similar en Madrid. Ella y la psiquiatra Belén González visitaron la residencia de Drayton Park tras escuchar a McNicholas en una conferencia organizada por la Asociación Madrileña de Salud Mental. “La psiquiatría convencional siempre ha sido patriarcal. Igual que en la sociedad se negaba la violencia hacia la mujer, esto también ocurría en el ámbito de la salud mental: se ha obviado la violencia contra las mujeres como raíz de muchos problemas de salud mental”, explica la psiquiatra.
Ambas profesionales están batallando para importar la idea. Su objetivo no es solo ofrecer acompañamiento a las personas que lo necesitan, sino preguntarse de dónde procede ese sufrimiento. “A menudo la locura es una denuncia del sistema, que está expresando todas esas violencias a las que nos vemos sometidas y no se pueden tolerar”.
“NO PODÍA AVISAR PORQUE ESTABA ATADA”
Alicia (nombre falso) se considera una “superviviente de la psiquiatría”. Tiene 44 años e ingresó por primera vez en una Unidad de Agudos (ahora Unidad de Hospitalización Breve) con 19. “Empecé a trabajar y tuve mi primer brote psicótico. Los médicos me pedían que me quedara en la cama, pero yo no entendía por qué”. Alicia se levantaba y en una de esas ocasiones “me hicieron una maniobra de contención: se abalanzaron sobre mí, me inmovilizaron. Estuve aterrada toda la noche, muriéndome de sed, sin poder tocar el timbre porque estaba atada. Yo pensaba que allí me iban a ayudar y no fue así”.
La ONU declaró en 2013 que la contención mecánica es tortura. Olaia Fernández, psiquiatra y parte de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, confirma que esta práctica se sigue aplicando en España. “Cada unidad de psiquiatría la regula según sus propios protocolos. Estos protocolos deben ser de excepcionalidad y cada hospital debería tener un registro, pero no hay datos reales”.
Imagen tomada de: https://ep01.epimg.net/sociedad/imagenes/2019/02/24/actualidad/1551023755_640154_1551025449_noticia_normal_recorte1.jpg
Fuente: https://elpais.com/sociedad/2019/02/24/actualidad/1551023755_640154.html