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Jane Goodall cambió el paradigma de la evolución humana y el lugar que ocupamos en la naturaleza

Por: Paul Palmqvist Barrena 

Parque Nacional de Gombe Stream, Tanzania, finales de noviembre del año 1960. Jane Goodall, una londinense de 26 años, amante de los animales, lleva desde julio viviendo en una choza rodeada por la densa vegetacion selvática, acompañada tan solo por su madre y un cocinero. Durante los meses transcurridos, ha documentado cómo se desplazan los chimpancés, de qué se alimentan y cómo fabrican los nidos de hojarasca donde pasan la noche. Pero estos simios son solo sombras fugaces y esquivas que se mueven entre la densa vegetación, evitando el contacto con ella.

La financiación se acaba y teme defraudar a Louis S.B. Leakey, el gran paleoantropólogo a quien había conocido tres años antes y que confió en ella para encomendarle tamaño trabajo pionero de campo, pese a carecer de formación académica.

Es precisamente en este momento de dudas cuando, por sorpresa, un chimpancé macho a quien bautizará como David Greybeard (“barba gris”) se acerca confiado a ella, sin mostrar una actitud agresiva, sentándose junto a un montículo que alberga un nido de termitas. Toma una ramita, la manipula y la rompe hasta dar con las dimensiones adecuadas, introduciéndola repetidamente en el nido para sacar a las termitas, que se aprestan a defenderlo, y se las come con delectación. Al ser informado por Goodall sobre el hallazgo, Leakey respondió entusiasmado con un telegrama que ha pasado a los anales de la evolución humana:

“Ahora debemos redefinir el concepto de herramienta, redefinir el concepto de humano o aceptar también a los chimpancés como seres humanos”.

Cambio de paradigma

Una abrumadora mayoría de las personas pasan por este mundo sin dejar una huella duradera. Muy pocas hacen aportaciones significativas al acervo general de conocimiento de la humanidad, y aún menos aportan una visión que se traduce en un cambio de paradigma. Jane Goodall, quien falleció por causas naturales el pasado 1 de octubre a los 91 años de edad, fue sin duda una de estas personas singulares.

Su legado es inmenso, no solo en los campos científicos de la etología (el análisis del comportamiento animal) y la primatología (el estudio de los primates, el orden de mamíferos al que pertenecemos los seres humanos y nuestros parientes vivos más próximos, los chimpancés), sino también en la concienciación social sobre la necesidad de conservar la biodiversidad y los espacios naturales que la albergan.

Hay múltiples razones para poner en valor el legado excepcional de Jane Goodall, pues antes de que se desplazase a Gombe sabíamos muy poco sobre la conducta de los chimpancés en su medio natural. Sin verse condicionada por los sesgos inherentes a una formación académica reglada, Goodall adoptó una metodología heterodoxa.

Entre otras cosas, rehusó seguir la práctica habitual de numerar a los objetos de estudio, justificada por la supuesta pérdida de objetividad que implica el apego emocional al individuo estudiado. En cambio, procedió a darles nombres a los chimpancés, eligiendo los apodos en función de los rasgos observados de su carácter o los parecidos físicos que creía ver con personas conocidas.

Gracias a esta proximidad emocional, y a su inmensa paciencia, documentó aspectos inquietantemente humanos en su comportamiento, como el hecho de que cada uno de los individuos tenía una personalidad única, siendo capaz de desarrollar pensamientos racionales, experimentar emociones –como alegría y tristeza– o desarrollar alianzas complejas –y mudables en el tiempo– con otros congéneres. Algo que por aquella época no resultaba nada convencional.

En sus estudios de campo, cuyos primeros resultados relató magistralmente en su libro En la senda del hombre, publicado en 1971, Goodall documentó que, pese a que los chimpancés se habían considerado como estrictamente vegetarianos, consumían carne siempre que les era posible, cazando monos colobos con regularidad. De hecho, se ha estimado que hasta un tercio de la población de estos monos en el parque es devorada cada año por los chimpancés.

En las partidas de caza, cuyo éxito depende en gran medida del número de ejemplares que colaboran para aislar al mono en la copa de un árbol, bloqueando las posibles salidas, el reparto de la carne una vez cobrada la pieza adquiere especial relevancia. Los machos la comparten preferentemente con aquellos otros de quienes depende asegurar su posición en la jerarquía, pero atienden también las solicitudes de las hembras sexualmente receptivas (esto es, pagan a cambio de tener sexo).

Los chimpancés también se enfrascan en guerras

Otro hallazgo inquietante fue que las hembras dominantes del grupo matan ocasionalmente a otras más jóvenes para mantener su posición en la jerarquía, practicando el infanticidio e incluso, a veces, el canibalismo. Pero quizás la mayor conmoción ocasionada por sus estudios fue la de que los chimpancés se enfrascan en conflictos territoriales duraderos con los grupos vecinos, a cuyos miembros matan sistemática y deliberadamente en lo que se pueden denominar con propiedad como auténticas guerras entre clanes. Así lo relató en su libro de 1989, titulado A través de una ventana: treinta años estudiando a los chimpancés.

Transmisión cultural de las madres a sus crías

En definitiva, los estudios pioneros de Jane Goodall han cambiado nuestra percepción sobre la evolución humana y el lugar que ocupamos en la naturaleza. Sus observaciones inspiraron los trabajos de nuevas generaciones de primatólogos, quienes crecieron con el estímulo de sus escritos. Por ejemplo, los relativos al aspecto no trivial de si podemos considerar que los chimpancés tienen una cultura propia, lo que siempre se consideró como algo exclusivamente humano.

Así, en dos trabajos posteriores, en los que también participó Goodall, se estudió la distribución de más de seis decenas de rasgos de comportamiento en ocho poblaciones de chimpancés diferentes de África central, detectando en dos tercios de ellos variantes culturales según la aparición o no de tales rasgos en esas poblaciones. Son este tipo de diferencias las que precisamente nos permiten hablar de culturas humanas. No obstante, conviene indicar que las poblaciones estudiadas pertenecen a las tres subespecies de chimpancé, Pan troglodytes troglodytes, P. t. schweinfurthii y P. t. verus, la última de las cuales divergió evolutivamente de las otras dos hace casi 1,6 millones de años según indican los datos genéticos.

Por otra parte, en los chimpancés se produce exogamia femenina (esto es, son las hembras las que se dispersan, cambiando de grupo familiar al alcanzar la edad reproductiva). Esto significa que la diseminación de las variables culturales depende del sexo femenino, como también lo sugiere el hecho de que la transmisión cultural por aprendizaje se da preferentemente desde las madres hacia sus crías. Ello parece venir apoyado por el hecho de que es el número de chimpancés hembras el que se correlaciona con la variedad de hábitos culturales en el grupo, no el de los machos.

En definitiva, resulta difícil calibrar el legado científico y cultural de Jane Goodall sin disponer de la perspectiva temporal adecuada. Este legado se ha materializado, por el momento, en el Instituto Jane Goodall, con treinta oficinas alrededor del mundo, cuyo objetivo es proteger los hábitats de los animales salvajes, realizar investigaciones y promover la educación ambiental. Pero también en el programa mundial para jóvenes “Roots & Shoots” (raíces y brotes), que patrocina unos 10 000 proyectos de impacto local en más de sesenta países, impulsando iniciativas de reciclaje, reforestación y defensa del bienestar animal.

Aunque es mucho lo conseguido en su larga vida, las generaciones venideras, inspiradas por su memoria, tienen todavía bastante por hacer.

Paul Palmqvist Barrena. Catedrático de Paleontología, Universidad de Málaga

Fuente: https://theconversation.com/jane-goodall-cambio-el-paradigma-de-la-evolucion-humana-y-el-lugar-que-ocupamos-en-la-naturaleza-266606

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Lee Jae Myung y Sam Altman discuten expansión de la IA en Corea

Lee Jae Myung y Sam Altman discuten expansión de la IA en Corea

Rebecca Lan

El presidente de Corea del Sur, Lee Jae Myung, y el director ejecutivo de OpenAI, Sam Altmanse reunieron para debatir la expansión de la colaboración en el sector de la Inteligencia Artificial (IA), en el contexto del objetivo de Corea del Sur de establecerse como un centro de IA en Asia. El mitín tuvo lugar en la oficina presidencial, luego de que Altman celebrara encuentros separados con los líderes de los conglomerados surcoreanos Samsung Electronics y SK Group.

Las reuniones previas de Sam Altman resultaron en la firma de cartas de intención (LOI) con Lee Jae-yong, presidente de Samsung Electronics, y Chey Tae-won, presidente de SK Group. Estos acuerdos se centran en el suministro de chips de memoria, un componente esencial para el proyecto insignia de infraestructura de IA de OpenAI, denominado «Stargate».

El presidente Lee Jae Myung calificó los acuerdos con Samsung y SK hynix, los dos mayores fabricantes de chips de memoria del mundo, como una «asociación mutuamente beneficiosa», dada la necesidad de semiconductores para operar centros de datos a gran escala.

Lee expresó su expectativa de que la colaboración con OpenAI «ayude a expandir las exportaciones de las empresas coreanas y a crear más puestos de trabajo». Además, manifestó su deseo de que ambas empresas, junto con OpenAI, «desempeñen un papel clave en la distribución global de la IA».

Samsung informó que su LOI con OpenAI incluye la cooperación en áreas como chips, centros de datos y computación en la nube, todas vinculadas al proyecto Stargate.

Por su parte, SK anunció que firmó una LOI para el suministro de chips de memoria y un memorando de entendimiento (MOU) adicional para la construcción de un nuevo centro de datos de IA en el suroeste de Corea del Sur.

La reunión con Altman se enmarca en la meta de la administración Lee de convertir a Corea del Sur en una de las tres principales potencias de IA a nivel mundial. Lee manifestó su esperanza de una colaboración más amplia con OpenAI para expandir la infraestructura de IA necesaria para alcanzar este objetivo.

El Ministerio de Ciencia y TIC coreano también firmó un MOU con OpenAI a principios del día para una cooperación de amplio alcance en el sector de la IA. El presidente Lee comentó que espera que el ecosistema de IA del país «avance significativamente a través de la cooperación entre el gobierno coreano y OpenAI».

En un desarrollo relacionado, el presidente Lee Jae Myung sugirió la necesidad de revisar y flexibilizar las estrictas regulaciones sobre la propiedad cruzada entre empresas financieras e industriales. La propuesta busca facilitar las inversiones a gran escala requeridas por el sector de la IA.

Según Kim Yong-beom, jefe de gabinete presidencial para políticas, Lee señaló que tanto Samsung como SK hynix podrían necesitar construir nuevas plantas de semiconductores para satisfacer la creciente demanda de IA, lo que implicaría una inversión «astronómica».

No obstante, el presidente enfatizó que cualquier flexibilización regulatoria debe implementarse «dentro de un marco con salvaguardas para prevenir abusos monopolísticos y evitar que la relajación regulatoria se extienda a otras áreas».

Lee también mencionó la posibilidad de utilizar un fondo público-privado de 150 billones de wones (aproximadamente $110 mil millones de dólares), cuyo lanzamiento está previsto para diciembre, como fuente potencial para la inversión conjunta en megaproyectos de infraestructura, como las instalaciones de semiconductores y energía.

Críticos del statu quo argumentan que los límites a los vínculos de propiedad entre empresas financieras y no financieras resultan demasiado rígidos en la era de la IA y las grandes inversiones, donde las empresas tecnológicas requieren una financiación masiva y podrían beneficiarse de una relación más estrecha con el sector financiero.

Sam Altman, por su parte, expresó su satisfacción con los acuerdos firmados con las empresas y el gobierno coreano.

«Estamos muy emocionados de construir Stargate Korea y centros de datos con nuestros maravillosos socios para apoyar las necesidades soberanas de IA de Corea», declaró Altman, añadiendo su esperanza de «hacer mucho más con el tiempo».

El CEO de OpenAI elogió la base industrial de Corea del Sur, calificándola de «crítica para el desarrollo de la IA», y describió la transformación de IA del país a través de los diversos sectores como «notable». Altman concluyó expresando su entusiasmo por asociarse con Corea «tanto para apoyar las necesidades del país como para desarrollar realmente la IA en todo su potencial para el bien y llevarla al mundo».

La visita de Altman se produce después de que el presidente Lee se reuniera la semana pasada en Nueva York con el CEO de BlackRock, Larry Fink, para discutir la cooperación en IA y energía renovable, lo que resultó en un acuerdo para construir centros de datos de IA bajo la visión de Seúl de convertirse en el centro de IA de Asia.

El gobierno de Lee ha comprometido apoyo a la infraestructura de IA como un nuevo motor de crecimiento, al mismo tiempo que promueve esfuerzos colectivos a nivel global para una «IA para todos» y una «IA inclusiva y centrada en el ser humano».

Fuente de la Información: https://reporteasia.com/tecnologia/2025/10/01/lee-jae-myung-y-sam-altman-discuten-expansion-de-la-ia-en-corea/

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Países Bajos: Amsterdam – Miles de personas se manifestaron en Ámsterdam exigiendo al gobierno neerlandés acciones para detener el genocidio israelí en Palestina y el fin de la ocupación

Miles de personas se manifestaron en Ámsterdam exigiendo al gobierno neerlandés acciones para detener el genocidio israelí en Palestina y el fin de la ocupación

Ámsterdam: miles marchan en apoyo al pueblo palestino

Unas 250 000 personas, según los organizadores, se congregaron en una manifestación que exigió al Gobierno neerlandés “medidas concretas para detener el genocidio israelí”.

Una marea de personas vestidas de rojo llenó este domingo (05.10.2025) las calles de Ámsterdam para exigir al Gobierno neerlandés «medidas concretas para detener el genocidio israelí y la ocupación de Palestina». Los organizadores de la manifestación de la «línea roja» (Rode lijn), entre los que había grupos judíos, indicaron que cerca de 250 000 personas desfilaron durante varias horas por la capital de Países Bajos.

«Mientras nuestro Gobierno siga negándose a tomar medidas concretas para detener el genocidio israelí y la ocupación de Palestina, saldremos a la calle en masa», dijeron las organizaciones a través de un comunicado, denunciando que «Países Bajos sigue apoyando incondicionalmente a Israel, a pesar de las violaciones del derecho internacional y de las más de 65 000 muertes en Gaza».

Oxfam, Amnistía Internacional y otras asociaciones pidieron también a los responsables políticos que «demuestren su determinación y utilicen todos los medios económicos y diplomáticos a su alcance para aumentar la presión sobre Israel». Miembros de varios partidos políticos, entre ellos del Partido Laborista, verdes, y del Partido por los Animales, también asistieron a la manifestación, según medios locales.

Primer ministro responde

El primer ministro neerlandés, Dick Schoof, respondió a la protesta masiva a través de un mensaje en redes sociales en el que dijo comprender «la ira, la preocupación y la sensación de impotencia» de los manifestantes, añadiendo que su Gobierno «ha abogado enérgicamente por un cambio de rumbo por parte del Gobierno de (Benjamin) Netanyahu y ha aumentado gradualmente la presión para lograrlo».

Además, Schoof se mostró «esperanzado» por el llamado plan de paz del presidente estadounidense Donald Trump y aseguró que el Gobierno «evalúa constantemente cómo pueden actuar de la manera más eficaz posible, solos o junto con socios internacionales, tanto en público como entre bastidores».

Además, el viernes 3 de octubre más de 300 instituciones culturales y más de 870 artistas de Países Bajos y Bélgica declararon un «boicot cultural» a Israel en protesta por lo que califican como un «genocidio» contra los palestinos en Gaza y la ocupación prolongada de Cisjordania.

DW


Una multitud inunda Tel Aviv para presionar por la liberación de los rehenes: “Netanyahu, es ahora o nunca”

Los manifestantes aplauden a Trump y abuchean al primer ministro israelí. Los familiares con cautivos en Gaza admiten que nunca han sentido tan cerca su regreso.

El caso de Herut Nimrod es, probablemente, el más duro de todos los familiares de los 48 últimos rehenes en Gaza. Su hijo Tamir, con doble nacionalidad alemana-israelí, es uno de los dos únicos cautivos, junto con el nepalí Bipin Joshi, cuya suerte se desconoce. Su única pista es el vídeo de su captura, con vida, el 7 de octubre de 2023. Nada más desde entonces, salvo una cifra soltada por el presidente estadounidense, Donald Trump, que parecía indicar que los servicios secretos sabían que está muerto, pero no se lo decían.

Israel sitúa a 20 con vida (por información de inteligencia o porque el propio Hamás los ha mostrado hablando en sus vídeos propagandísticos) y da por muertos a otros 26, así que —tras dos años de espera— a Herut se le llenan los ojos de lágrimas al imaginarse abrazando en unos días a su hijo, gracias al plan para Gaza del presidente de EE UU, Donald Trump, que ha pisado el acelerador y convertido en una posibilidad real (la liberación inminente de todos los rehenes) lo que apenas dos semanas antes parecía una quimera.

“Ya hubo acuerdos antes, pero esta vez parece distinto”, cuenta en la plaza de la protesta que este sábado ha congregado a una multitud en Tel Aviv para presionar por la liberación de los rehenes. “Sí, me puedo imaginar abrazando a Tamir. No sé en qué condición está, pero espero que haya sobrevivido y que sepa que estamos haciendo lo posible por liberarlo. De lo que estoy seguro es de que lo primero que querrá es un abrazo de su madre”.

Nimrod admite que los socios ultranacionalistas de Netanyahu ya han intentado en el pasado boicotear el fin de los bombardeos (en su búsqueda por vaciar Gaza de palestinos y recolonizarla con judíos), pero cree que Netanyahu “mantendrá su palabra”, que una mayoría del Gobierno y de la sociedad israelí apoya el pacto y, sobre todo, que Trump ha decidido que sucederá. “Todo el mundo árabe está detrás y espero que presione a Hamás para aceptarlo. Sé que piden cambios, pero espero que los mediadores puedan resolver las diferencias y ver a nuestros hijos pronto de vuelta en casa”, afirma. Simbólicamente, su nombre, Herut, significa en hebreo “libertad”. Su esperanza ahora es que esta manifestación —que se celebra cada sábado cuando concluye la jornada sabática al caer el sol— sea la última.

Todos parecen conscientes de la importancia del momento. Y nadie quiere decirlo tajantemente, por miedo a una nueva decepción, pero este sábado un ambiente distinto marca la manifestación. Una multitud inunda la plaza y los accesos. Son, seguro, decenas de miles, más que en anteriores ocasiones. Por megafonía aseguran que la policía calcula 200.000 asistentes, un éxito en un país de 10 millones de habitantes.

La sensación imperante es que esta vez sí es la definitiva. Y que “todos” (uno de los cánticos que todos corean en la protesta junto con la palabra “ahora”) volverán a casa en los próximos días, aunque la mayoría sea ya en ataúdes, solo para que sus seres queridos puedan velarlos. “Es ahora o nunca. Y tiene que ser ahora, señor primer ministro”, lanza a Netanyahu desde el estrado Lior Ashkenazi, un popular actor implicado en la causa desde el principio. En las pancartas se puede leer “Socorro, ya van dos años” o “Amamos a Trump”.

Einav Zangauker, la “pesadilla” de Netanyahu —como ella mismo se definió al entender cómo le había mentido sobre su voluntad de traer a su hijo Matan— se llevó un largo aplauso al subir al escenario. Se ha convertido en un símbolo y dispara contra el primer ministro, cuyo nombre abuchea el público. “Hamás ha aceptado el acuerdo. El fin de nuestro sufrimiento depende y recae en los hombros de una sola persona: Netanyahu, ¡devuelve a todos, ahora!”.

Aquí, el jefe de Gobierno israelí es el malo que ha venido evitando el acuerdo. En los discursos trasluce el miedo a que ceda a sus socios de Gobierno ultraderechistas (que critican el acuerdo, pero al menos de momento permanecerán en la coalición) y torpedee el diálogo sobre la implementación del acuerdo, que empezará este mismo lunes en Egipto.

El bueno es, sin duda, Trump. Se plasma en carteles con la palabra gracias en inglés y banderas de EE UU. La sensación general es que solo él, aunque sea para ganar su ansiado Nobel de la paz y con sus formas excéntricas y autoritarias, ha logrado lo que no hizo su predecesor, Joe Biden. Ashkenazi le agradece desde el estrado haber “logrado un consenso entre izquierda y derecha” en torno al asunto de los rehenes.

“Nada de esto habría pasado”
El ex rehén argentino-israelí en Gaza Luis Har, uno de los pocos rescatados en una operación militar, ha acudido a la manifestación a mostrar su apoyo y solo tiene palabras de agradecimiento a Trump. “Para mí es muy importante, saber que Trump hace algo por nosotros, porque si no fuese por él, no hubiese pasado absolutamente nada”, asegura entre abrazos y saludos.

Har conoce el riesgo de vender la piel del oso antes de cazarlo: se quedó fuera de un primer canje, en 2023, en el que salieron las tres familiares mujeres con las que fueron capturados, todos con doble nacionalidad argentina e israelí. Así que aboga por esperar un poco para no ilusionarse “demasiado”. “Hasta que no vea a todos los rehenes aquí, no lo creo, para no desilusionarme nuevamente, como todas las veces anteriores”, dice antes de insistir en que va a ser un regreso “muy duro para todos”. Él estuvo cinco meses privado de libertad, pero en apartamentos y sin sufrir violencia física, según contaba el año pasado en una entrevista con este periódico. Los últimos 20 rehenes vivos llevan, en cambio, dos años cautivos y han pasado más tiempo en túneles, en medio de una hambruna provocada por Netanyahu, lo que se ve en sus deteriorados cuerpos en los vídeos propagandísticos de Hamás.

Gil Dickman tendría muchos motivos para odiar, pero concentra sus energías en lograr la liberación de los 48 rehenes restantes. “No quiero que ninguna otra familia viva lo que ha vivido la mía”, resume. Su prima, Carmel Gat, estaba en la lista de rehenes vivas en 2024, durante las negociaciones de un alto el fuego que Netanyahu alargaba artificialmente para garantizar su supervivencia política. En septiembre de ese año, los captores de Gat y de otros cinco rehenes los asesinaron a disparos, al detectar un conato de rescate de las fuerzas especiales israelíes. Era un intento de Netanyahu de evitar las negociaciones y colgarse la medalla de otro rescate de película. Arreciaron las protestas. En enero de 2025, Dickman vio salir con vida a las mujeres que compartían lista con su prima. “Y, de verdad”, subraya, “que no podía estar más contento”.

Dickman no echa las campanas al vuelo, pero no teme señalar lo obvio por miedo a una futura decepción. “Nada está terminado hasta que está terminado, pero soy bastante optimista. Trump le ha dicho tanto a Netanyahu como a Hamás que ha llegado el momento”, afirma. “Estoy muy contento y optimista. Eso sí, es una pena que no haya llegado antes. Y es algo que ni olvido ni perdono”.

EL PAÍS


Hamás acepta liberar a todos los rehenes pero pide “negociar los detalles” del plan de Trump para Gaza

Trump dice que la respuesta de la milicia indica que “está preparada para una paz duradera” e insta a Israel a “detener inmediatamente los bombardeos”.

Hamás ha entregado este viernes a los mediadores su respuesta al plan de paz para Gaza del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. En un comunicado, ha asegurado que acepta liberar a los últimos rehenes aún retenidos en la Franja, 48 (solo 20 de ellos con vida), pero pide “iniciar inmediatamente negociaciones a través de los mediadores para debatir los detalles”. También se muestra conforme con que un gobierno tecnocrático palestino administre el territorio, pero elude en su respuesta cuestiones espinosas como el mecanismo internacional de supervisión, presidido por Trump, o el desarme de la milicia.

La Casa Blanca ya ha anunciado que dará un mensaje institucional al respecto desde el Despacho Oval, pero, mientras, Trump ha publicado un mensaje en su red social Truth en el que celebra la respuesta del grupo islamista: “Basándome en la declaración que acaba de emitir Hamás, creo que están preparados para una paz duradera. Israel debe detener inmediatamente los bombardeos sobre Gaza, para que podamos rescatar a los rehenes de forma segura y rápida. En este momento, es demasiado peligroso hacerlo. Ya estamos discutiendo los detalles que hay que resolver. No se trata solo de Gaza, se trata de la paz tan ansiada en Oriente Medio”.

Trump había impuesto en esta misma jornada a Hamás una cuenta atrás para que aceptara su plan de paz de 20 puntos que presentó públicamente el pasado lunes, ya con el visto bueno del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que introdujo cambios de último minuto en el borrador definitivo. En otro mensaje en Truth, el republicano había dado al grupo palestino un ultimátum que terminaba a las 18.00 horas del domingo, hora de Washington (00.00, hora peninsular española), para que respondiera y amenazaba con un “infierno” si no aceptaba la propuesta. “Habrá paz de un modo u otro”, escribió.

La debilitada Hamás, sin apenas aliados y presionada también por los países árabes para aceptar el plan de Trump, busca evitar en su respuesta motivos para que Israel y EE UU desencadenen ese “infierno”. De hecho, no solo agradece los “esfuerzos árabes, islámicos e internacionales” para poner fin al conflicto, sino también expresamente los del presidente de EE UU.

El movimiento islamista acepta la liberación de los últimos rehenes “de acuerdo con la fórmula de intercambio incluida en la propuesta del presidente Trump, siempre que se den las condiciones para el proceso”, que en el documento son la “suspensión de todas las operaciones militares, incluidos los bombardeos aéreos y de artillería”.

En su comparecencia ante la prensa con Netanyahu, tras su reunión en el Despacho Oval, Trump señaló que, si Hamás aceptaba su propuesta, tendría un máximo de 72 horas para entregar a todos los rehenes a la vez.

Una vez liberados, Israel excarcelará a 1.700 gazatíes detenidos en los arrestos masivos efectuados por el ejército israelí en Gaza desde el 7 de octubre de 2023, entre ellos todas las mujeres y niños, y 250 presos condenados a al menos una cadena perpetua por el uso de la violencia en el marco del conflicto palestino-israelí. Son casi todos (cerca de 300) los encarcelados a perpetuidad, aunque en anteriores canjes Israel ha elegido quiénes, descartando aquellos que el nacionalismo palestino ha encumbrado como héroes.

Por cada cadáver de rehén israelí entregado, el Gobierno de Netanyahu hará lo propio con los restos de 15 gazatíes sin vida, cuyos restos retiene. La milicia ya había aceptado antes entregar todos los rehenes (como en el alto el fuego por fases que rompió Netanyahu el pasado marzo a fin de continuar con la invasión) y dejar la administración de Gaza en manos de otro Gobierno.

Hamás no menciona uno de los puntos más polémicos: el organismo internacional que presidirá el propio Trump y en el que participará el ex primer ministro británico Tony Blair para supervisar al Ejecutivo local. Se limita a aprobar “la entrega de la administración de Gaza a un organismo palestino de tecnócratas independientes, con base en el consenso nacional palestino y el apoyo árabe e islámico”. El plan de Trump señala que “Gaza será gobernada por un Gobierno transitorio temporal de un comité palestino tecnocrático y apolítico, responsable de la gestión cotidiana de los servicios públicos y los municipios”.

Para añadir confusión a los “detalles” que pretende negociar Hamás, uno de sus dirigentes, Musa Abu Marzuk, ha desgranado justo después posiciones que chocan directamente con el plan de Trump. Entre ellas, que el grupo no se desarmará “mientras dure la ocupación israelí” y que formará parte del “marco nacional palestino integral” que debata el futuro de Gaza. El plan acordado por Israel y EE UU es claro: Hamás no desempeñará “papel alguno en el Gobierno de Gaza, directa, indirectamente o de ninguna forma”.

Abu Marzuk tampoco acepta el organismo de supervisión que presidirá Trump y que no aparece mencionado en la respuesta oficial al plan. “Nunca permitiremos a nadie que no sea palestino controlar a los palestinos”, dijo antes de nombrar directamente a Blair. “No puede convertirse en gobernador de Gaza”, dijo, porque “destruyó Irak”, en referencia a su apoyo en 2003, cuando lideraba el Ejecutivo británico, a la invasión estadounidense.

Es la primera respuesta oficial de la milicia palestina a una propuesta de paz que solo incluye un plazo concreto: el de 72 horas para la liberación de los rehenes israelíes aún cautivos en Gaza. El lunes, Hamás afirmó que no había tenido acceso al documento antes de que la Casa Blanca diera a conocer los 20 puntos definitivos, retocados en el último momento para adaptarlos a las exigencias israelíes. El plan de paz, de apenas tres folios, se publicó inmediatamente antes de una comparecencia conjunta de los dos dirigentes.

El miércoles, fuentes de la milicia citadas por medios saudíes, reclamaron que el plan incluya plazos concretos para la retirada de las tropas israelíes de Gaza, una de las principales demandas a la que Hamás ha condicionado en el pasado cualquier posible tregua. El grupo islamista también venía aspirando a conservar parte de su armamento y reclamaba una enmienda al plan de Trump que distinga entre armas ofensivas, que entregaría, y defensivas, que pretende conservar. Ninguna de esas demandas aparece en su respuesta.

EL PAÍS

Fuente de la Información: https://www.nodal.am/2025/10/miles-de-personas-se-manifestaron-en-amsterdam-exigiendo-al-gobierno-neerlandes-acciones-para-detener-el-genocidio-israeli-en-palestina-y-el-fin-de-la-ocupacion/

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El colapso del sistema educativo venezolano: anatomía de una caída

Los maestros quieren enseñar y los niños quieren aprender. Pero, una situación institucional crítica, la pobreza, los bajos salarios y la falta de infraestructuras están provocando carencias en la educación de millones de estudiantes.

Por: Iván Reyes
Bajo la copa de un árbol que la protege del sol abrasador de Maracaibo, la segunda ciudad de Venezuela, una mujer de casi 60 años escribe con rotulador negro en una pizarra acrílica agrietada. Diez niños con uniforme blanco la escuchan sentados en sillas de plástico, algunos atentos y otros distraídos por el bullicio urbano. Esta forma poco convencional de escolarización se ha convertido en algo normal en comunidades de toda Venezuela, donde la falta de ayudas y de infraestructuras básicas obligan a los profesores a abandonar aulas en ruinas e improvisar al aire libre.

En otro tiempo, el país fue pionero en el acceso a la educación en Latinoamérica, pero la implacable crisis humanitaria que ha obligado a casi ocho millones de venezolanos a emigrar ha provocado un grave deterioro de la calidad educativa y unos niveles de absentismo sin precedentes. Ahora que nuevas tormentas amenazan su una economía tambaleante, el declive del sistema educativo podría acelerarse. “La educación, para nosotros, es el principal problema estructural que tenemos en el país”, declara Fernando Pereira, profesor y miembro fundador de la ONG de defensa de los derechos de los niños Cecodap. “Compromete las posibilidades de las generaciones futuras y del desarrollo del país”.

A mediados de 2020, la pandemia de covid-19 le asestó un golpe casi definitivo a un sistema de educación pública que ya se encontraba en estado crítico. Después de varios meses sin clases —o de semanas de clases en línea para quienes tenían acceso a internet—, en septiembre de 2022 se reanudó la enseñanza presencial. Pero, la salida continua de emigrantes provocó una escasez de docentes y un aumento del abandono escolar. Y, aunque una ligera recuperación económica llevó al Gobierno de Nicolás Maduro a promover el mensaje de que “Venezuela se arregló” , los más pobres no vieron ninguna mejoría y los educadores que se quedaron en el país, dejaron de poder ir a la escuela a diario por falta de dinero para el transporte.

A pesar de la inflación galopante, el salario mínimo en Venezuela está congelado desde 2022. El salario medio de un profesor es de unos 14,50 dólares al mes, pero algunos pueden ganar tan solo 4 dólares. Con las subvenciones del Gobierno, los ingresos mensuales pueden alcanzar los 50 dólares, pero las bonificaciones no llegan todos los meses y, cuando llegan, siguen siendo insuficientes para cubrir las necesidades de una familia. El pasado mes de diciembre, el coste de la canasta básica mensual era de casi 500 dólares.

Para remediar la situación, el Gobierno estableció el “horario mosaico”, que permite que los docentes ejerzan otras actividades económicas para aumentar sus ingresos. Así, empezaron a vender pasteles, dulces o helados y a cuidar niños en su tiempo libre. Y, aunque se supone que las escuelas públicas deben abrir cuatro días a la semana, la mayoría solo abre dos o tres porque los profesores no tienen los medios necesarios para más.

Cuando no está dando clases, Luisana Figuera se dedica a la pesca en la playa de Manzanillo, en Isla Margarita, un segundo trabajo habitual entre los maestros de la zona costera desesperados por llevar algo a la mesa. “El dinero no alcanza. Entonces vamos a rebuscarnos para tratar de sustentar el día a día de nuestros hogares”, explica. En 2024, el índice de abandono de profesores era del 72 %, según un informe de la ONG FundaRedes.

Además, los profesores de la isla tienen otros problemas, como la intimidación constante por parte de las autoridades escolares y los representantes del Ministerio de Educación. “Nos dicen que, si no vamos a trabajar al colegio un día para hacer otra cosa, nos suspenden el sueldo, o nos quitan los bonos”, dice Johanna Quijada, quien lleva 19 años ejerciendo la docencia. “Recibimos amenazas casi a diario”. Los profesores llevan años pidiendo más ayudas. Entre 2022 y 2023, se registraron cerca de 3.200 protestas para exigir salarios dignos, el fin de la persecución a la disidencia y mejores pensiones y jubilaciones.

Pero hasta ahora no ha cambiado nada. En octubre, el ministro de Educación, Héctor Rodríguez, firmó un decreto que establecía un plan de seis meses para hacer frente a la crisis que incluía la reincorporación voluntaria de los maestros, la matriculación en cualquier momento del año para que los niños que regresen a Venezuela puedan ir a la escuela, y el fin del horario mosaico. Sin embargo, el documento no mencionaba la asignación de nuevos recursos a la educación pública ni aumentaba los salarios de los educadores que, en la práctica, siguen sin poder completar el horario.

Norelys Figueroa, directora del Instituto Nacional Batalla de Puerto Cabello, en Ciudad Guayana, ha visto en persona los años dorados de la educación desvanecerse: “La mayoría de los docentes no son especialistas. No tenemos suficiente personal en áreas como ciencias, matemáticas, física e idiomas”, explica.

Escuelas sin servicios básicos

Maracaibo es el centro económico más importante del oeste del país. Sin embargo, la crisis de la última década no la ha perdonado. Las largas colas para conseguir combustible y los cortes de electricidad son habituales, no hay agua corriente más que cinco días al mes y la gasolina es un lujo. En una escuela de la ciudad visitada para este reportaje, eran los padres quienes habían hecho las instalaciones eléctricas, que apenas proporcionaban luz suficiente para conectar algunos ordenadores y unos cuantos ventiladores.

En el norte de la ciudad se encuentra una de las escuelas que han trasladado las aulas al aire libre. Allí estudian por turnos casi 200 niños, desde preescolar hasta sexto grado. La mayoría pertenecen a la comunidad étnica wayuu. Muchos de ellos han llegado desde la zona fronteriza con Colombia, desplazados por la violencia y las malas condiciones de vida. Estudian en un espacio precario, instalado en el patio de la escuela, por el que pasa el ganado mientras están en clase. Pero ellos no se distraen; siguen con atención la voz de sus maestros, que los elogian por sus esfuerzos. “Los niños necesitan la construcción de la escuela, pero acá damos clases todos los días”, dice uno de los profesores, que pide permanecer anónimo.

La situación no es mucho mejor en otros lugares. Bolívar, que limita con Brasil y Guyana, es el Estado más grande de Venezuela. Antes, Ciudad Guayana era un núcleo minero, con una industria que explotaba sus abundantes minerales —oro, bauxita, hierro, alúmina— y vivió un gran auge económico hasta 2015. Ahora, el combustible y el gas son todavía más escasos que el agua corriente y las escuelas están en ruinas, según profesores y líderes sindicales. Aida González, secretaria general de la Asociación de Maestros del Estado y concejala del ayuntamiento de Caroní, dice que las escuelas de Bolívar no están preparadas ni siquiera para soportar una lluvia ligera y menciona al menos diez de ellas en Ciudad Guayana que tienen graves problemas de infraestructura y servicios básicos.

“Los docentes quieren dar clases, los muchachos quieren ir a las escuelas, pero la situación es crítica en las instituciones”, afirma. Esa es también la experiencia de Figueroa en Ciudad Guayan. La directora asegura que los 504 alumnos que asisten a clases en su instituto tienen dificultades para aprender en un entorno tan precario. Aun así, destaca que, por lo menos, tienen el privilegio de que les dan el almuerzo todos los días.

Ese es un lujo que no todos los escolares tienen. Figuera, la maestra de Isla Margarita que pesca para completar el sueldo, dice que sus alumnos, muchas veces dejan de prestar atención porque tienen hambre o le confiesan que no se encuentran bien porque no han comido.

Isla Margarita, en el Estado caribeño de Nueva Esparta, fue el principal destino turístico de Venezuela y atraía a un gran número de extranjeros, pero, a medida que se fue agravando la compleja crisis humanitaria, los habitantes locales perdieron su principal fuente de ingresos. Cada vez más jóvenes abandonan la isla.

Yeritza María González, de 50 años, quien cuida de cinco de sus nietos, dice que cada vez es más difícil llegar a fin de mes. Vende empanadas en la playa de Manzanillo, donde ya casi no quedan turistas. Para sobrevivir, recurre al trueque con los pescadores: empanadas a cambio de pescado. Una parte la usa para alimentar a su familia y el resto lo vende para comprar nuevos ingredientes y cubrir las necesidades de sus nietos. En una mala semana, gana menos de 50 dólares. Cuando ocurre, no los envía a la escuela. “Me da dolor que uno de mis nietos se quede viendo a otro niño que sí tiene para comer. Prefiero que se queden en la casa, así no tengamos nada para darle”, dice.

Históricamente, los niños que asistían a la escuela pública tenían garantizados el desayuno, el almuerzo y la merienda, pero ya no es así. Según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi), en 2024 solo el 21% de los beneficiarios recibía las tres comidas todos los días, mientras que un informe reciente de HumVenezuela —una plataforma que monitorea y proporciona datos sobre la emergencia humanitaria— asegura que, el año pasado, el 70% de los niños de entre 3 y 17 años no recibieron ningún tipo de alimento en la escuela. “Las escuelas de acá no sirven. Cuando dan comida solo hay granos y pasta. Pero, cuando se acaba, ya no hay comida. Entonces, si uno no le da nada al niño, no tiene como alimentarse”, dice Yeritza.

En todas partes, los padres expresan su preocupación por el futuro de sus hijos y las condiciones que atraviesan en sus centros educativos. Fabiana Briceño, una mujer de 30 años que tiene tres hijos y vive en Maracaibo, cuenta que ha visto a su hijo llegar a casa “rojo de calor”, porque no tenía agua potable para beber ni refrescarse en la escuela.

Las consecuencias para los jóvenes venezolanos se sienten ya desde hace varios años. Un informe publicado recientemente por la Universidad Católica Andrés Bello muestra que los alumnos del sistema educativo venezolano presentan graves dificultades de aprendizaje. Los expertos subrayan que los resultados han empeorado de manera constante en los últimos años, que los estudiantes están menos motivados y que la brecha entre los alumnos del sistema privado (el 15 % de los escolarizados) y la gran mayoría de los que asisten a escuelas públicas es cada vez mayor.

Iniciativas locales hacen frente al abandono

Con el tiempo, los educadores, las familias y las organizaciones locales han creado sus propios métodos para que los niños no pierdan el paso en su educación o para proporcionarles oportunidades de formación. Fe y Alegría, una red de escuelas privadas de bajo costo para niños y adolescentes en situación de pobreza, es una de las iniciativas más visibles. En Venezuela cuenta con 177 escuelas y atiende a casi 95.000 estudiantes. El precio mensual varía según la realidad de cada comunidad y los maestros reciben bonificaciones y beneficios especiales.

Nataly Martínez tiene tres hijos que dejaron el sistema público por una de estas escuelas en el barrio de Santa Joaquina de Ciudad Guayana. “Yo veo que han avanzado mucho”, asegura. “Mi hijo tiene una condición de aprendizaje, pero vi que ha logrado aprender a leer y se comunica de buena forma”.

En Margarita, Christian Maestre, un hombre de 29 años de la zona de las salinas de Pampatar, ha desarrollado un programa para ofrecer a los niños mejores perspectivas de futuro y una motivación para estudiar. Su propósito inicial era evitar que los jóvenes cayeran en actividades delictivas para subsistir. En 2021, puso en marcha un negocio de excursiones turísticas a las salinas y la mayor parte de los ingresos los dedica a organizar actividades alternativas para que los niños no tengan que recurrir a la delincuencia. Les ofrece formación en artesanía, gestión de redes sociales, fotografía y hostelería, además de educación sexual. El programa beneficia directamente a 150 niños de hasta 13 años.

Además, da a las familias dinero para comprar alimentos, suplementos alimenticios y artículos de higiene personal, para que puedan cuidar de los más pequeños o les alcance para pagar la escolarización de sus hijos. En la actualidad, 60 de ellos están estudiando. “El dinero que se genera gracias a las visitas de los turistas lo invertimos en la capacitación de los chamos. Para que ellos se puedan mantener motivados”, dice Maestre. “Hay que ofrecerles cosas nuevas para que se mantengan en un constante aprendizaje”.

https://elpais.com/america-futura/2025-07-23/el-colapso-del-sistema-educativo-venezolano-anatomia-de-una-caida.html

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Educación popular y sujetos libres

A 104 años del nacimiento de Paulo Freire

Por Mario Hernandez

Paulo Reglus Neves Freire (Recife, Pernambuco, 19 de septiembre de 1921-São Paulo, 2 de mayo de 1997) fue un pedagogo, educador y filósofo brasileño. Es considerado uno de los pensadores más notables en la historia de la pedagogía a nivel mundial. Es conocido por su influyente trabajo, llamado Pedagogía del oprimido (1969), que generalmente se considera uno de los textos fundamentales del movimiento de pedagogía crítica. Entre otras ideas, Freire proponía la autonomía como fundamento pedagógico en la escuela.

Dentro de la pedagogía tradicional a principios del siglo pasado se destacan los llamados “sistemas nacionales de enseñanza” con el objetivo de formar ciudadanos de los nacientes estados nacionales. Su papel era difundir la instrucción y transmitir los conocimientos acumulados por la humanidad. El maestro será el artífice de esta gran obra, para lo cual era esencial contar con un docente bien preparado, a tal fin la fundación de escuelas normales.

Las escuelas eran organizadas en forma de clases donde el maestro exponía las lecciones que los alumnos seguían atentamente para luego plantear los ejercicios que éstos debían realizar disciplinadamente.

Las aspiraciones de la burguesía en materia pedagógica alcanzaron alrededor de 1880 cierto aspecto de plenitud. El advenimiento de la escuela laica, logrado después de ruidosos debates, ponía punto final en cierto modo a la batalla emprendida desde hacía varios siglos con la intención confesa de arrebatar a la Iglesia el control de la enseñanza.

Pero la escuela laica no fue una victoria, sino una transacción. Los conflictos obreros provocaron el acercamiento de la burguesía y la Iglesia y el clero invadió las atribuciones del Estado. La burguesía era enemiga de la Iglesia, pero la necesitaba porque veía en ella un poderoso instrumento para inculcar en las masas obreras la virtud de dejarse explotar sin conflictos.

La escuela laica solo aspiró a reglamentar la enseñanza religiosa en las escuelas de modo de no traer conflictos en una institución frecuentada por burgueses de religiones diferentes.

El Congreso Pedagógico de 1881 en Francia aconsejaba a los maestros: “Guardémonos de los fanatismos, porque hay dos: el religioso y el irreligioso.

Lavisse, un campeón del laicismo, en Discurso a los niños sostenía: “La escuela no está nunca demasiado lejos de la Iglesia”.

La introducción de la manufactura primero, de la fábrica después, repercutió en los métodos de educación que atribuían a la inteligencia del niño más importancia que a su espontaneidad. Se lo sobrecargaba de conocimientos sin dar el marco que los hiciera asimilables.

En los alrededores de 1900 comienza una nueva didáctica que se propuso aumentar el rendimiento del trabajo escolar ciñéndose a la personalidad biológica y psíquica del niño, atacando la rigidez de los viejos programas, la tortura de los horarios inflexibles, de los exámenes innecesarios, una corriente que aspira a que se tenga en cuenta la personalidad de los alumnos, dando origen a otra teoría de la educación: la “Escuela Nueva” que desplaza el eje del intelecto al sentimiento, del aspecto lógico al sicológico, de los métodos cognitivos hacia los procesos pedagógicos, del profesor al alumno, de la disciplina hacia la espontaneidad. Se trata de una teoría pedagógica que considera que lo importante es aprender a aprender. En lugar de clases confiadas a maestros que dominaban grandes áreas de conocimiento, la escuela debería agrupar a los alumnos por áreas de interés, donde el profesor actuaría como orientador del aprendizaje. Este tipo de escuela no consiguió modificar el panorama del sistema escolar tradicional, entre otras cosas, por sus costos más elevados, de allí su carácter experimental y circunscripto a pequeños grupos de élite.

Tampoco había en ella ni un asomo de trabajo colectivo, mientras las necesidades de la industria habían acentuado la cooperación en el trabajo.

Al finalizar la primera mitad del siglo pasado, la “Escuela Nueva” dio paso a una nueva teoría educacional: la pedagogía tecnicista que partía del presupuesto de la neutralidad científica e inspirada en los principios de racionalidad, eficiencia y productividad.

Se buscó planificar la educación como una organización racional capaz de minimizar las interferencias subjetivas que pudieran poner en riesgo la eficiencia con propuestas pedagógicas como la micro-enseñanza, la tele-enseñanza, etc. El elemento principal pasa a ser la organización racional de los medios. Alumno y profesor son relegados a la condición de ejecutores de un proceso cuyo planeamiento y control estará a cargo de especialistas habilitados a tal fin. El proceso define lo que profesores y alumnos deben hacer, cuándo y cómo. Para la pedagogía la cuestión central era aprender a hacer.

Educación popular (Paulo Freire)

Paralelamente aparecen la educación permanente (Pierre Furter) y la educación popular (Paulo Freire). Ambas son propuestas ideológicas de “otra educación” y nacen como movimientos de superación de la educación de adultos, es decir, en su contra.

Furter reconoce tres etapas de la educación permanente:

1º) como proceso continuo de desarrollo individual

2º) como principio generador de un sistema de educación global

3º) como estrategia cultural en el proceso de un desarrollo integral

Considera a la educación en su totalidad comprendiendo simultáneamente las modalidades formales y no formales y engloba al aprendizaje planificado y al accidental.

Este proyecto nunca se realizó como fue pensado. No logró concretar siquiera una experiencia que diera forma a sus ideas.

Por el contrario, la educación popular (EP) surge a fines de los 60 como un movimiento de renovación y luego de transformación del mundo a través del poder de un saber popular. La educación popular ha pretendido ser un movimiento pedagógico que pretende fundar una educación liberadora, luego un movimiento popular que incorpora un movimiento pedagógico y finalmente una propuesta política a través de la educación al servicio de proyectos, sujetos y movimientos populares de construcción de una nueva hegemonía en el interior de la sociedad capitalista. El pasaje de una educación para el pueblo hacia una educación que el pueblo crea al interior de los movimientos sociales de orientación popular y de los movimientos populares de liberación. La forma propia de la educación popular es el movimiento emergente contestatario que se orienta hacia la realización de su proyecto, sin descuidar la confrontación con la institución consagrada. Para la educación popular el sentido del trabajo pedagógico es convertir el trabajo social de la comunidad local en movimiento popular de dimensión política. Es la posibilidad de la educación de ser no solo comprometida y militante, sino una anticipación de la liberación.

En Pedagogía del oprimido, Paulo Freire desarrolla su propuesta de principios y metodológica.

Allí cuestiona la relación educador-educando dominante en la escuela actual a la que califica de narrativa de contenidos, que implica un sujeto que narra y objetos oyentes (los educandos). El educador se refiere a una realidad estática y compartimentada ajena a la experiencia existencial de los educandos donde aparece como su agente indiscutible cuya tarea es llenar a los educandos con los contenidos de su narración. Estos deben memorizar mecánicamente el contenido narrado y cuanto más y mejor se dejen llenar dócilmente, tanto mejor educados serán. Tal es la concepción “bancaria” de la educación donde el saber es una donación de aquéllos que se juzgan sabios a los que juzgan ignorantes. Estas posiciones serán siempre rígidas negando a la educación y al conocimiento como procesos de búsqueda.

Al contrario, Freire propone que la educación debe comenzar por la superación de la contradicción educador-educando, de manera tal que ambos se hagan, simultáneamente, educadores y educandos. Cuanto más se conviertan los educandos en depósitos, tanto menos desarrollarán la conciencia crítica de la que resultaría su inserción en el mundo como sujetos transformadores de la situación que los oprime, que es lo que pretenden evitar los opresores.

La acción del educador revolucionario debe estar imbuida de una profunda creencia en los hombres y su poder creador, lo cual exige en su relación con los educandos que sea un compañero de éstos. Mientras la concepción “bancaria” que sirve a la dominación, mantiene la contradicción educador-educandos.

La concepción problematizadora, que sirve a la liberación, realiza su superación en base al diálogo con el educador, transformándose y transformando a los educandos en investigadores críticos que van desarrollando su poder de captación y de comprensión del mundo que ya no se les presenta como una realidad estática sino en proceso, en transformación. De esta manera, profundizando la toma de conciencia de la situación, los educandos se apropian de ella como realidad histórica y capaz de ser transformada por ellos sintiéndose sujetos, superando el intelectualismo alienante, para concluir que: “Ningún orden opresor soportaría el que los oprimidos empezasen a decir: ¿Por qué?”.

La pedagogía crítica se propone convertir la educación en una herramienta al servicio del cambio y la transformación de las sociedades latinoamericanas. En esto consiste la educación popular que desarrolló Paulo Freire. La concientización de la participación popular constituye el principal efecto de alcance y ruptura de la concepción de educación crítica latinoamericana. Sus variables serán la participación activa de la pareja educador/educando, el diálogo y la necesidad de interpretar el mundo vivido.

El sujeto oprimido no solo debe liberarse de la opresión mediante el proceso educativo, sino promover cambios en las estructuras existentes y en las relaciones de poder. Así la pedagogía de Freire se convierte en una pedagogía crítica, liberadora y problematizadora del ámbito educativo y social y ofrece una propuesta revolucionaria en tanto el sujeto educando, mediante su participación, se convierte en actor indispensable al redimensionar la realidad social que le es propia. La responsabilidad, percepción, comprensión y conocimiento de la realidad se convierten en un hecho compartido, no obstante, como sostiene Freire: “Esta enseñanza y este aprendizaje tienen que partir, sin embargo, de los ‘condenados de la tierra’, de los oprimidos, de los desarrapados del mundo y de los que con ellos realmente se solidaricen”.

En este camino, las herramientas conceptuales y metodológicas de Freire aportan una alternativa hacia la comprensión de la formación de las identidades de diversos grupos sociales. Estos espacios sociales los constituyen entre otros: el espacio geográfico y de territorio; la historicidad del sujeto, su subjetividad; la memoria histórica, individual; la conformación de la personalidad y su socialización en los diferentes espacios sociales; la identificación cultural y nacional.

En el mismo sentido, la influencia en la formación identitaria a partir de la biografía del sujeto participante en el proceso educativo es la categoría que articula esta perspectiva. Precisamente esta concepción de Freire acerca de la biografía del sujeto y de su lugar constituye una propuesta pedagógica que incorpora al sujeto, su historia personal, sus tradiciones culturales y populares en función de un aprendizaje apropiado desde la vivencia de los sujetos participantes en los procesos educacionales. Se convierte así al sujeto en protagonista de su educación.

Los sentidos de pertenencia y referencia que tengan los individuos y grupos sociales en sus distintas interacciones resultan fundamentales en la configuración de la identidad y, por tanto, en el proceso de aprendizaje cultural y social compartido.

El reencuentro con el pasado y el presente, el lugar que se le asigna a la historia, la memoria y la identidad son nociones importantes. Si entendemos por identidad aquello que los individuos asumen como lo que los identifica y les pertenece, ello implica la posibilidad de estos sujetos, durante el proceso de aprendizaje y socialización, de concientizar su yo al tiempo que lo hacen respecto de su grupo o colectivo.

En el proceso educativo y desde la propuesta freireana, no se deben absolutizar ni simplificar identidades, sino que es necesario que éstas puedan coexistir con otras formaciones identitarias: colectivas, étnicas, territoriales, generacionales, institucionales, culturales, etc., pero que tienden a interrelacionarse entre ellas, a la vez que son influenciadas por un referente sociocultural común en el que se han inscripto y se inscriben continuamente.

Cuanto más articulada esté la práctica pedagógica con la experiencia y la vivencia de los ámbitos en que los sujetos se forman -es decir, familia, barrio, comunidad, instituciones, espacios, grupos humanos formales e informales, etc.-, mayores posibilidades encontrará el reconocimiento de la identidad cultural y popular de cada individuo, grupo social o comunidad.

En ello juegan un papel fundamental los métodos educativos que rescaten y revaloricen las tradiciones populares y culturales de los educandos, en estrecho vínculo con las prácticas culturales que garantizan el proceso de formación e integración de sus identidades culturales.

El proceso educativo no solo debe consolidar un espacio de aprendizaje cognoscitivo, sino que debe propiciar una experiencia cultural, política, ideológica, estética y ética, en la que los sujetos puedan percibir, problematizar, re-significar y transformar críticamente su realidad social. Desde la articulación de los saberes con las prácticas y vivencias culturales, desde la cotidianidad y los diferentes ámbitos de socialización en los que educando/educador participan, se aportará un aprendizaje diverso y comprometido con las problemáticas y realidades de sus espacios sociales.

La noción de identidad cultural en un proceso de educación popular debe ser enfocada desde una perspectiva de la identidad conformada y conformándose ante nuevos contextos, momentos históricos, y no como producto ya acabado por una determinada cultura. Las dimensiones de lo cultural no constituyen solamente herencia o tradición, sino que coexisten otros rasgos identitarios que resultan de la interacción de diversos procesos de formación cultural amplia, por ejemplo, de nuestra identidad latinoamericana.

La educación continúa siendo un importante eslabón de reproducción de la correlación de poderes imperantes. El respeto a la diversidad y a la diferencia, la potenciación de la autonomía, del pensamiento crítico y divergente, la responsabilidad y el compromiso social, la adecuación de la enseñanza a las particularidades cotidianas de los sujetos son elementos aún ausentes en la generalidad de las aulas. Sería ingenuo y peligroso pensar que esto responde al azar. Estos hechos reafirman el papel trascendente de la educación como vía de potenciación de valores y formas de entender la sociedad, de la forma en la que nos asumimos y posicionamos dentro de un espacio social.

La mayoría entiende que la Educación Popular se define por el público hacia el cual va dirigido el esfuerzo educativo, que con tal de ser realizado al interior de los sectores populares corresponde a la Educación Popular. Evidentemente, esta conceptualización tan amplia no es suficiente. Aunque va dirigida hacia los sectores populares, tiene proyectos estructurados en base a un profundo cuestionamiento al sistema educativo tradicional en cuanto estructura reproductora de las desigualdades sociales. Dentro de esta corriente, el cuestionamiento radical apunta a la jerarquía del conocimiento en el sistema formal de educación, a la forma en que éste se aborda en la relación asimétrica entre “el que sabe” y el que “carece” de dicho conocimiento. El esfuerzo educativo se centra en una modificación de la forma en la que se estructuran las clases, colocando el énfasis en la horizontalidad y la desaparición del educador en la figura de un acompañante. Aunque debemos alertar sobre la concepción que pone énfasis en la forma desdibujando la intencionalidad transformadora que debe poseer todo proyecto de Educación Popular. Muchas veces se oculta la evidente asimetría existente entre quienes dominan determinados conocimientos y quienes los desconocen. El extremo son quienes no conducen ni guían, inspirados en definiciones de un Paulo Freire tardío, de Educar con Libertad, por ejemplo, o en posicionamientos teóricos posmodernos.

Nuestra tarea educativa tiene la intención que los alumnos/as ingresen a la Universidad con niveles de conciencia más elevados que les permitan recuperar el conocimiento y colocarlo al servicio de la lucha de nuestro pueblo. Una posición ideológica que nos obliga a abandonar la espontaneidad en el trabajo, rechazar la neutralidad en el saber y colocarnos de frente y comprometidos con toda lucha social o política desatada. Tomar una posición clara en defensa del campo popular, desarrollando tareas de “concientización” como se entiende en Pedagogía del oprimido de Paulo Freire.

Entendemos que la Educación Popular es todo proceso educativo intencionado y orientado hacia el campo popular, que tiene por finalidad elevar la conciencia social a un plano político, desde una mirada radicalmente crítica del orden de dominación imperante, y con una perspectiva transformadora revolucionaria de la sociedad.

La tarea de los educadores populares consiste en llevar procesos masivos de alfabetización política en sindicatos, barrios, escuelas comunitarias, incluso en la Universidad.

¿Por qué una fábrica recuperada, un movimiento social o un sindicato han decidido construir sus propias escuelas?

El surgimiento de los Bachilleratos Populares (BP) se presenta como una opción educativa en el campo de la educación de jóvenes y adultos, campo totalmente abandonado por las políticas públicas estatales de las últimas décadas.

La creación de escuelas desde el campo de lo popular, gestionadas en y desde los movimientos sociales propone una alternativa pedagógica que rompe con la lógica piramidal y el discurso monolítico de la escuela estatal. A su vez pone en debate la existencia de lo público no estatal, ya que los BP son experiencias educativas, es decir, escuelas públicas populares, no estatales, gestionadas desde movimientos y organizaciones sociales.

Los BP se constituyen durante las últimas dos décadas como reacción y en oposición al modelo neoliberal, como respuesta al abandono por parte del Estado en el campo de la educación de jóvenes y adultos. Sus protagonistas buscan generar nuevos procesos sociales, que tienen como base la democracia y la participación. Desde estas experiencias sostienen una concepción de escuelas como organizaciones sociales, remarcando una nueva forma de desarrollar estas escuelas, pensadas desde la gestión social y enmarcadas en movimientos y organizaciones sociales que tienen como uno de sus objetivos la transformación social y la educación en clave de educación popular, como una de las herramientas para lograrla.

La idea de toda actividad educativa es política, por más pretensión que haya de una educación única, neutra y universal, no existe práctica pedagógica que no sea a su vez una práctica política. La escuela es un ámbito donde se desarrolla un trabajo político pedagógico que parte de una práctica política pedagógica.

Siguiendo a Esther Pérez en La promesa de la pedagogía del oprimido: “(…) la pedagogía del oprimido no es para nosotros una metodología, una didáctica, un conjunto de métodos y técnicas neutros -en realidad casi nada lo es-, sino un pensamiento y una práctica pedagógicas que asumen una posición frente a la realidad social y apuestan a la educación como una herramienta fundamental de la transformación cultural, que consideran imprescindible para el triunfo y consolidación de un bloque popular. Insisto: no hay educación popular sin la conjunción de reflexión y acción; no hay educación popular que no apunte a la cultura como objetivo último y coagulante de los cambios sociales; no hay educación popular sin toma de posición política”.

Los BP responden a las formas y a los principios políticos de su movimiento y organización y no a normas, reglamentos y estatutos elaborados desde el Estado. A su vez, van generando formas de funcionamiento propias como bachillerato, a partir del trabajo que tienen en asambleas con docentes y estudiantes que se realizan en el horario de clase y en días rotativos para que puedan participar todos los profesores. Las asambleas de profesores también se realizan mensualmente.

Una primera diferencia que podemos establecer entre la propuesta político-pedagógica de los BP en relación a la escuela tradicional, es que ésta funciona en el Estado o desde el ámbito privado y los BP son escuelas gestionadas desde organizaciones y movimientos sociales y no obedecen a los patrones políticos pedagógicos hegemónicos sino que intentan construir un proyecto propio, teniendo en cuenta los objetivos de la organización. No significa que los BP se conviertan en asistencialistas o paternalistas. Quienes llevan adelante esta tarea educativa parten de reconocer la situación de clase de los y las educandos. Es a partir de este reconocimiento y de este reconocerse que se trabaja desde una educación clasista, que no reproduzca las injusticias sociales sino que sea crítica, transformadora y reveladora de las relaciones de opresión. Cada estudiante, docente o integrante de los BP y del movimiento, son fundamentales para lograr el proyecto político pedagógico que se construye.

Otro aspecto de importancia es que se tiene en cuenta la especificidad de la población con la que se trabaja. El trabajo con adultos no puede desarrollarse al igual que en cualquier escuela de educación media. Tanto los programas, metodologías, horarios son acordes a la población adulta y a sus condiciones ya que ésta es una población que además de ser estudiantes son trabajadores/as, madres y padres.

Los BP son espacios donde se crean nuevas formas de pensar y actuar, nuevas relaciones, se construye conocimiento de forma participativa, desde las vivencias de cada uno de los protagonistas y desde la memoria histórica. Lo cual no quiere decir que se conviertan en espacios educativos para bajar una determinada línea política elaborada por un grupo minoritario de iluminados. De lo que se trata es de trabajar y aprender desde una mirada crítica, que dé cuenta del lugar social que ocupan los diferentes actores sociales dentro de la división social del trabajo, dentro del sistema capitalista, poder entender esta situación no solo desde lo local, desde el barrio, desde la propia comunidad, sino también poder generar y desarrollar un pensamiento abstracto que permita a los sujetos comprender el complejo desarrollo histórico del cual forman parte.

No creemos que sean la respuesta al capitalismo, ni la alternativa pedagógica por excelencia, pero entendemos que es necesario construir proyectos políticos pedagógicos que apunten a formar sujetos políticos activos para el campo popular. En este sentido, los BP tiene lógicas diferentes no solo desde sus contenidos y objetivos, sino también desde sus prácticas y formas de organización.

En los BP trabajan con sectores de la clase obrera para los que el Estado tiene destinada una educación de baja calidad. En el sistema educativo argentino existe una diferenciación clasista. Desde la reforma educativa de la década del 90 hasta hoy, la avanzada del capital sobre la educación ha sido feroz. La reforma educativa menemista siguió la concepción neoliberal de entender el presupuesto del Estado en educación como un gasto y parándose en el concepto progresista de descentralización educativa, inició el desmantelamiento más profundo que el sistema educativo argentino haya visto jamás. La educación pasó de ser una necesidad a ser un gasto y de ser un derecho a ser un bien de consumo. La descentralización que implica la territorialización de los proyectos educativos o la necesidad de pensarlo de acuerdo a las características particulares del lugar donde están insertos, fue una descentralización meramente administrativa, que implicó desinversión por parte del Estado de toda la estructura educativa que con el correr de los años fue cayéndose a pedazos. Por otro lado, los empresarios aprovecharon los agujeros que iba dejando el Estado para acercar a la sociedad sus ofertas educativas financiadas por el propio Estado mediante subsidios. Las escuelas públicas quedaron para los sectores populares, los hijos de la clase trabajadora y algún sector de la clase media y la escuela privada destinada a los sectores medios y más acomodados de la sociedad.

Los BP se presentan como una posibilidad concreta de dar educación de calidad a estos sectores de clase para los que el Estado reserva una educación de bajísimo nivel.

Si el Estado habla de educación de calidad que ofrezca una carga horaria acorde, que incentive a través de becas a los estudiantes, que construya espacios de contención y recreación para los hijos/as de los estudiantes para que puedan estudiar mientras sus hijos están en otra aula jugando, sin la preocupación de cuidar de ellos, que genere equipos que puedan analizar y actuar sobre las causas de la deserción escolar y no ofrecer educación limitada, que combine la producción de conocimiento teórico con una dimensión productiva. Desarrollar relaciones cooperativas de producción entre los actores educacionales, levantando instancias de concientización. Articular trabajo intelectual y manual, teoría y práctica, pensamiento y acción. Generar unidades productivas donde predominen relaciones cooperativas de producción, también pueden generar la oportunidad de solventar las necesidades locales.

Los BP están haciéndolo. En todos los BP hay talleres culturales, de oficio, comunicacionales, dentro de la currícula, pero la diferencia no es solo de contenido, los estudiantes también son participantes activos formando parte central en la toma de decisiones en igualdad de posibilidades con los docentes. Vamos reevaluando los programas en forma conjunta, por lo tanto, los estudiantes también definen la didáctica participativamente y no de manera normativa. Somos los docentes quienes ejecutamos y diseñamos el planeamiento de manera colectiva, pero al mismo tiempo lo vamos poniendo a consideración de los estudiantes.

Las asambleas, las discusiones, los talleres de formación y los planes de lucha de los que participamos siguen siendo el motor de nuestras experiencias y son parte de nuestra currícula. Entendemos que educar es un acto político y tomamos partido a favor de los intereses históricos del pueblo trabajador. Somos la contracara de la educación privada empresarial que forma un sujeto individualista, aislado de las luchas populares e incapaz de pensarse colectivamente. También ponemos en cuestionamiento la supuesta neutralidad del Estado y de la educación estatal/pública.

Esto no implica desconocer la discusión en torno a la defensa de la asignación de cargos docentes vía acto público, mecanismo que democratiza el acceso al trabajo, pero que no impide que los contenidos políticos e ideológicos de la educación y las decisiones estratégicas las sigan tomando las clases dominantes por medio de sus funcionarios. Intentamos poner de relieve que el Estado es un Estado de clase, y que si bien debe ser el garante de la educación, las organizaciones populares debemos conservar nuestra autonomía política a la hora de desarrollar nuestras experiencias político-pedagógicas.

Creemos que para constituir una Educación Popular, es el Estado quien debe financiar los espacios educativos, mediante un financiamiento directo, que garantice la cobertura de todos los gastos tanto materiales como pedagógicos (salarios, alimentación, infraestructura, libros, computadoras, insumos educativos y servicios como agua, luz, gas, etc.). Los recursos estatales son nuestros, por tanto, tenemos derecho a autogestionar la educación y ser financiados con los recursos que legítimamente nos pertenecen.

Debemos lograr que el trabajo docente no sea realizado únicamente en nuestro tiempo libre sino que sea parte de la producción social, el lugar donde recibimos nuestros ingresos para vivir, permitiendo la sustentabilidad del proyecto de educación transformadora. Planteamos la autogestión como un proceso de autonomía de los trabajadores de la educación, en el que somos los trabajadores en conjunto con la comunidad educativa, quienes gestionamos las escuelas, logrando reproducir nuestra existencia.

Renunciamos a ver al Estado como única fuente de soluciones a la educación, por el contrario, podemos utilizar recursos del Estado para administrarlos y en proyectos político-pedagógicos que construyan relaciones cooperativas, autogestivas y emancipatorias.

El desarrollo de la Educación Popular debiera apoyarse fundamentalmente en los movimientos sociales, pueblo organizado o sociedad civil.

Uno de los problemas más graves que atraviesan las escuelas estatales es la relación con la comunidad, en este plano, al estar insertos en organizaciones barriales, los BP y la comunidad están unidos por lazos estrechos de solidaridad y pertenencia mutua.

Disparen contra la educación

Al ataque a la educación pública que comenzó a fines de los 50, se ha sumado el Estado al tratar de sacarse de encima a estudiantes y docentes en nombre del futuro, la eficiencia y la modernización. La fractura del sistema educativo nacional en los 90, el presupuesto educativo para las escuelas privadas que supera al estatal en la CABA, etc., son solo dos ejemplos de esta política en nuestro país.

América Latina no es ajena a esta situación. Los grandes sistemas educativos latinoamericanos están siendo fracturados con políticas de descentralización que lejos de constituir mecanismos de transferencia de poder a los ciudadanos como se pretende con las escuelas “boucher” en nuestra provincia de San Luis o en Chile, son una fachada de su destrucción. De allí que la necesidad de sistemas pedagógicos que permitan la transmisión del capital cultural acumulado por los diversos sectores sociales sea cada vez más acuciante. El lugar que ocupó durante cien años la escuela latinoamericana va quedando vacío. El pueblo ve disminuir vertiginosamente sus posibilidades de adquirir la cultura dominante, que es absorbida solo por las élites.

De allí que la lucha por la educación pública debe ser asumida por los educadores populares, hasta por los que la han rechazado en el pasado. La identificación de educación popular con educación no escolar o la educación burguesa antipopular con escolarización, se ha vuelto caduca. Hoy, la universalización de la educación básica se transforma en meta de la educación popular. No se trata de reivindicar la educación “bancaria” sino de trabajar en nuevas estrategias que combinen lo mejor de la escuela pública con la pedagogía de la liberación, el diálogo y su carácter transformador en el proceso educativo para educar a las grandes masas. Hay que volver a definir la educación popular. Hay que crear una nueva didáctica que comprenda tanto los procesos de movilización popular como las actividades educativas entre adultos de las clases populares.[1]

Debemos apoyarnos en el creciente interés que han suscitado las experiencias educativas llevadas adelante por organizaciones sociales o articuladas con éstas (en el caso de nuestro país por los movimientos sociales[2] y fábricas recuperadas), en las escuelas gestadas y conducidas por los movimientos populares, que se vinculan de alguna forma con el sistema educativo oficial. No estamos hablando aquí de las denominadas “prácticas de formación” o “talleres”[3] que no pertenecen de ninguna manera al sistema educativo oficial, ni pretenden hacerlo, y cuyas temáticas se orientan hacia la formación política, las cuestiones de género, lo productivo, lo organizativo, entre otras.

Tampoco de experiencias del tipo Universidad Campesina que comenzó a funcionar en Colombia en 2004 en San José de Apartado, la Universidad Intercultural de los Pueblos y Nacionalidades Indígenas de Ecuador o la Escuela Florestan Fernandes del MST de Brasil, en el mismo año, con las que los movimientos sociales de indígenas y campesinos tienden a tomar en sus manos la formación de sus miembros y la educación de los hijos de las familias que los integran como es el caso de las 1.800 escuelas del MST en las que estudian alrededor de 200.000 niños con 4.000 maestros. Podríamos agregar a estos ejemplos la experiencia educativa zapatista.

En nuestro caso hablamos de la educación popular en la formación de escuelas a partir de los movimientos sociales populares y las fábricas recuperadas orientadas a las clases subalternas. El tipo de iniciativa que impulsó la UTD en General Mosconi (Salta) con la Universidad en la localidad de Vespucio abierta a la comunidad y con carreras específicas vinculadas a las actividades de la zona como la de Perito Clasificador de granos de molienda y oleaginosas o el caso del MTD (Emerenciano) del Chaco con escuelas, jardines, bachillerato libre para adultos y escuela técnica de carpintería y electricidad que responde a una necesidad de la población de Resistencia y cuenta con reconocimiento oficial donde el Estado provincial se hace cargo del salario docente. Las reivindicaciones de la Coordinadora de Bachilleratos populares de la CABA van en el mismo sentido [4].

Al respecto, más allá de generalizaciones que no responden a la realidad, es de destacar que en el Nº 2-3, Primavera/Verano de El Ojo Mocho Otra vez en el artículo, “¿Hay una nueva Forma-Estado? Apuntes latinoamericanos” de Verónica Gago, Sandro Mezzadra, Sebastián Scolnik y Diego Sztulwark se sostenga que: “… muchas veces el Estado se sirve de iniciativas autónomas para suplir la imposibilidad de resolución institucional. Pongamos un ejemplo: el aumento en la matrícula escolar, luego de que ésta sea un requisito del beneficio de la AUH (Asignación Universal por Hijo), obligó al Estado a recurrir a la experiencia autogestiva de los “bachilleratos populares”, que hacen educación popular en las fábricas recuperadas desde el 2001, y en simultáneo reconocerles su existencia a partir del financiamiento de los salarios docentes, por afuera de los convenios colectivos del gremio docente”.

La posibilidad de desarrollar la educación popular masivamente es el desafío que enfrentamos.

BIBLIOGRAFIA

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Zibechi, Raúl (2005): “La educación en los movimientos sociales”. Programa de las Américas NM: International Relations Center, Silver City.

Notas:

[1] Al respecto es interesante la apropiación que habían hecho las escuelas públicas del programa “Jóvenes y Memoria” organizado por la Comisión Provincial de la Memoria de la Prov. de Buenos Aires con producciones escolares del estilo de “El barrio obrero conocido como Villa 21-24 Zavaleta” realizado por alumnos del CENS Nº 75 de Barracas, entre otras.

[2] Definimos como movimientos sociales populares a aquéllos que luchan contra formas de desposesión, opresión y explotación y lo hacen con fuerte protagonismo de sujetos pertenecientes a las clases subalternas. Dentro de esta definición no solo entran los que se definen como autónomos ya que algunos pueden tener algún tipo de referencia institucional en partidos políticos, sindicatos, etc., sino que enfatizamos que las iniciativas y decisiones se tomen en los espacios de deliberación y no en instancias superiores y separadas.

[3] Se trata de actividades que suelen realizarse con regularidad y que reúnen a un determinado grupo durante un período de tiempo relativamente breve.

[4] Es el espacio donde algunos de los BP discuten y se organizan para exigirle al Estado el reconocimiento de las experiencias, entre estas exigencias están: la oficialización de todos los BP, el salario para todos los docentes, las becas para los estudiantes y el financiamiento integral de las escuelas.

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«Edufagia» e infantilización en la universidad contemporánea

Por Renán Vega Cantor 

“A veces parece que el clima cultural que   en la educación superior sea bastante menos hospitalario para los ideales de libertad, tolerancia y debate que el mundo que está tras las puertas de la universidad». -Frank Furedi, Qué le está pasando a la universidad. Un análisis sociológico de la infantilización, Narcea Ediciones, Madrid, 2018, p. 7

Desde hace varias décadas la universidad pública soporta una andanada neoliberal, cuya finalidad ha sido convertirla en un negocio rentable al servicio del capital académico. Para hacer posible ese objetivo, el neoliberalismo ha recurrido a diversos procedimientos, entre los cuales el más evidente ha sido el ataque desde afuera y por arriba. Con eso se hace alusión a la formula “clásica” que ya se ensayó desde los tiempos de Pinochet en Chile, consistente en imponer por la fuerza los intereses del capital y para hacerlo posible se recurrió a la represión, la destrucción de sindicatos de profesores y de organizaciones de estudiantes, a la censura, a la quema de libros, al asesinato y desaparición de los líderes docentes y estudiantiles, en suma, a la destrucción del tejido social crítico que pudiera existir y a la implantación del control militar y paramilitar en los campus universitarios.

Esta premisa, la Doctrina del Shock, fue la base de la imposición de las políticas neoliberales en materia de educación, entre las cuales figuran la privatización, la desfinanciación planificada, la mercantilización, la evaluación de resultados, la maximización de ganancias, la gestión privada de índole empresarial, la precarización laboral y el predominio de un lenguaje economicista (rentabilidad, eficiencia, eficacia, calidad, excelencia, competencias…).

Esto se ha impuesto en el mundo educativo en general y en la universidad en particular, lo cual ha implicado la represión de las diversas formas de oposición y resistencia que se han opuesto al modelo mercantil de la educación. A pesar de esa resistencia, el neoliberalismo ha calado duro y profundo en la vida de la universidad y ha propiciado la formación de un nueve sentido común, en el cual predomina el individualismo, el egoísmo, la competencia, la segmentación de la población universitaria y de los profesores y el darwinismo pedagógico de sálvese quien pueda que exalta el triunfo de una minoría de “exitosos” y condena a la vasta mayoría de “perdedores”. Una minoría ha ganado (entre la cual se encuentran unos cuantos académicos e investigadores) y se lucra con el neoliberalismo educativo, y esta es la base social de su éxito y duración.

Esto es de sobra conocido y estudiado en diversos lugares del mundo, pero lo que es menos referido concierne a la imposición del neoliberalismo desde adentro y desde abajo. Esta fase en la que nos encontramos desde hace unos pocos años puede denominarse la era de la autofagia de la universidad. Lo significativo estriba en que pocos catalogan esta nueva fase como parte del neoliberalismo y más bien lo conciben como un momento pretendidamente emancipador. En concreto, lo políticamente correcto y la ideología woke suelen ser presentados como grandes conquistas democráticas, inscritas en un pretendido proyecto progresista. Tal ha sido el éxito del sentido neoliberal que a lo que forma parte consustancia de ese proyecto, suele considerarse una alternativa crítica.

Por el contrario, sostenemos que esta última fase del neoliberalismo educativo es tan perversa como la anterior ‒que, por supuesto, no es rebasada, sino que permanece en el trasfondo de la lógica educativa del capitalismo realmente existente‒ con el agravante de que los agentes educativos (estudiantes, profesores, trabajadores y directivos) han hecho suyo el neoliberalismo (encubierto con nuevos sofismas), con lo cual se está destruyendo desde dentro y desde abajo a la universidad, mientras que los Estados y las clases dominantes contemplan con regocijo ese proceso de canibalismo que carcome al mundo educativo.

En gran medida este artículo se escribe a partir del conocimiento directo de la universidad pública de Colombia por parte del autor, pero lo que se plantea no pretende describir de manera exclusiva un caso concreto, sino que ha buscado incluir situaciones que tienden a hacerse comunes en universidades de diversos lugares del mundo occidental, con la intención de presentar un panorama amplio y general del impacto de la autofagia e infantilización en la universidad del capitalismo actual.

Una crítica anticapitalista a lo que sucede en la universidad es necesaria y debe diferenciarse de la crítica que desde la derecha y de posturas procapialistas se realiza a lo políticamente correcto y a la ideología woke en particular[1]. Debe señalarse que ese tipo de crítica desde la derecha es frecuente, y pretende denunciar, lo cual no es cierto, que lo woke está cargado de marxismo encubierto. Esa es una postura ideológica interesada, porque confunde las perspectivas de las izquierdas de hoy, muchas de las cuales están impregnados de lo woke ‒e incluso han recibido apoyo financiero e institucional para sus campañas en los campus universitarios por parte de la agónica USAID‒ que se denominan progresistas y que han abandonado la tradición de Marx y cualquier filón anticapitalista.

Lo woke es una expresión del neoliberalismo de izquierda, pero no representa ninguna tendencia emancipadora, ni es anticapitalista, lo que sostienen en forma directa muy poco autores, por aquello de no contrariar la corrección política, ni tender a confundirse con Donald Trump o Javier Milei, críticos abiertos de lo woke desde la extrema derecha, y que lo hacen para desmontar cualquier conquista democrática de mujeres, de grupos étnicos, de migrantes… a los cuales culpan de los problemas y la crisis que asola al capitalismo.

Una cosa son las reivindicaciones, luchas y derechos de mujeres, población de grupos étnicos, de diversas identidades sexuales, todas las cuales son legítimas y no desaparece en cualquier lucha anticapitalista. Otra muy distinta es pensar que lo woke es la expresión más avanzada y clarividente de esas reivindicaciones. Y, en consecuencia, si se crítica la ideología woke se estaría renunciando y oponiéndose a todas las luchas identitarias y de género. No, simplemente, que a partir del criterio elemental de que pensar es distinguir, no podemos suponer que el desmantelamiento del aparataje woke y de USAID en los Estados Unidos por parte de Donald Trump significa que lo woke es defendible, lo que termina reforzando esa nefasta política de respaldar al partido demócrata de los Estados Unidos, como si no fuera portavoz del capitalismo puro y duro y de las políticas imperialistas, aunque disfrazadas con su poder blando, de lo cual lo woke es una de sus más recientes expresiones.

AUTOFAGIA

“[…] los radicales de los sesenta organizaban movimientos a favor de la libertad de expresión y consideraban toda forma de censura como inaceptable. En la actualidad muchos estudiantes no se esconden a la hora de reclamar que se censure la expresión y se vete a individuos para que no hablen en los campus”.

               Frank Furedi, Qué le está pasando a la universidad. Un análisis sociológico de la infantilización, Narcea Ediciones, Madrid, 201, p. 13.

Desde hace algunos años en diversas disciplinas críticas se constata que el capitalismo vive una fase de autodestrucción y rebasamiento de los límites que ponen en peligro no solo su supervivencia sino la de la humanidad. Para estudiar esa metamorfosis se han acuñado términos como Sociedad autofaga, capitalismo caníbal y etnofagía.

Sociedad autofaga es un concepto crítico que recalca las diversas formas en que el capitalismo se autodestruye debido a su desmesura inherente, a su carácter voraz e insaciable, con su sed desmedida de acumulación, con el arrasamiento de lo que encuentra a su paso. Y todo esto no es atenuado con la ciencia y la tecnología, sino que antes, por el contrario, estas forman parte de las fuerzas productivas-destructivas que siembran hambre, muerte, caos y desolación por doquier[2].

En la misma dirección, Nancy Frazer habla del capitalismo caníbal, para recalcar el carácter destructor y autodestructor del capitalismo, que arrasa con la naturaleza y con aquellos sectores sociales que permiten la producción y reproducción del capitalismo[3].

Como parte de esa lógica caníbal, el capitalismo en su expansión mundial promueve el culto a la diferencia y a las identidades fragmentadas e individualizadas con poco sustento colectivo. Y aquí adquiere sentido la noción de etnofagia, entendida como una fuerza que exalta discursivamente la diferencia con el fin de engullir a lo comunitario y devorar al que es distinto, pero ya no solo con las acciones brutales (genocidio y etnocidio, que tampoco son del pasado ni han desaparecido como queda claro en el caso de Palestina) sino mediante el impulso a sutiles fuerzas disolventes desde dentro y desde abajo. En palabras de Héctor Díaz Polanco, el principal estudioso de este asunto:

“La etnofagia expresa […] el proceso global mediante el cual la cultura de la dominación busca engullir o devorar a las múltiples culturas populares, principalmente en virtud de la fuerza de gravitación que los patrones «nacionales» ejercen sobre las comunidades étnicas. No se busca la destrucción mediante la negación absoluta o el ataque violento de las otras identidades, sino su disolución gradual mediante la atracción, la seducción y la transformación. Por tanto, la nueva política es cada vez menos la suma de las acciones persecutorias y de los ataques directos a la diferencia y cada vez más el conjunto de los imanes socioculturales y económicos desplegados para atraer, desarticular y disolver a los grupos diferentes. En síntesis, la etnofagia es una lógica de integración y absorción que corresponde a una fase específica de las relaciones interétnicas […] y que, en su globalidad, supone un método cualitativamente diferente para asimilar y devorar a las otras identidades étnicas«[4].

La nueva estrategia «es más pertinaz y potente en la misma medida en que busca socavar la unidad comunal desde adentro, poniendo más activamente en juego las fuerzas individualistas del mercado y utilizando pautas y mecanismos de atracción y seducción que excluyen (o reducen al mínimo necesario) los brutales o burdos medios de otras épocas»[5].

Ahora bien, la etnofagia no se circunscribe a un aspecto restringido del dominio del capitalismo y de las estructuras estatales, sino que ahora está relacionado con los más diversos ámbitos de la sociedad, entre los que vale incluir a la universidad. Es un dispositivo clave de la dominación capitalista e imperialista en esta fase neoliberal, que no se reduce a actuar dentro de los límites de un estado-nación, siendo por el contrario un proceso mundial.

Estas categorías resultan útiles para analizar lo que ahora acontece en la universidad del capitalismo realmente existente, teniendo en cuenta que la autofagia, la etnofagia y el carácter caníbal del capitalismo se evidencian en las diversas esferas de la sociedad y en la relación con la naturaleza. La educación no está al margen de dicho proceso e incluso se convierte en un ámbito estratégico para difuminar la autofagia por gran parte del tejido social, en algo que podríamos llamar, parafraseando a Héctor Diaz Polanco, edufagia. Esta actúa de manera similar a la etnofagia, puesto que con mecanismos más sutiles y, en apariencia, progresistas, se exalta la diversidad hasta niveles micros, de forma tal que desde dentro se vaya minando la universidad y ese proyecto se presenta como un gran avance democratizador, al reconocer la diversidad cultural que florece en la vida universitaria. Eso, como veremos, es una falacia, porque el reconocimiento de la diversidad es una estrategia de sometimiento, a partir de la división y la fragmentación y, además, esta inscrita en los antivalores del neoliberalismo, el egoísmo narcisista, el individualismo, la competencia y el darwinismo pedagógico, que exalta la supervivencia de los más aptos y el triunfo de los exitosos y ganadores en el mercado de la diversidad. Es, en pocas palabras, la universidad caníbal que se devora así misma y destruye a su paso saberes, conocimientos, proyectos de nación y formas democráticas y anula cualquier carácter crítico, contestatario y anticapitalista que alguna vez tuvieron las instituciones de la educación superior.

En este contexto, la edufagia se presenta bajo la forma de lo políticamente correcto y, en los años más recientes, de la ideología woke. Ahora mismo, los dos procesos terminan siendo uno solo, expresado en el predominio indiscutible de lo woke, proveniente directamente del sistema universitario de Estados Unidos y en menor medida de Inglaterra.

El término woke (despierto en inglés) surgió en el seno de la comunidad afroestadounidense a finales de la década de 1930, para enfrentar el racismo. Fue un término anclado en las luchas de la comunidad negra de Estados Unidos con un claro sentido de dignificación y solo hasta mediados de la década de 2010 se convirtió en un término de más amplio espectro, al ser asumido por grupos identitarios, de género y LGTB+, y comenzó a formar parte de una nueva ortodoxia, excluyente, intolerante y censora.

Entre algunos de los elementos de la ideología woke que se imponen en las universidades se encuentran: culto a lo identitario (luchas individuales y de grupos particulares por separado); el victimismo y el elogio a la víctima; nuevas formas de censura y política de la cancelación; y la imposición de un nuevo lenguaje como parte de las “guerras culturales” que hoy acaparan la atención de propios y extraños.

Tribalismo y culto a lo identitario

Un elemento distintivo de las izquierdas mundiales hasta hace poco tiempo era su reivindicación del universalismo y del internacionalismo. En esa perspectiva, se apoyaban, sin distinción de fronteras, las luchas que las clases subalternas libraban en cualquier lugar del planeta. A esa lucha la unían las convicciones y no la sangre, al recalcar que, más allá de diferencias de tiempo y espacio, existe una conexión múltiple, motivada por una sed de igualdad, justicia y libertad que no tiene límites y mucho menos que estén determinados por los orígenes tribales, el género o la raza. Esa concepción universalista e internacionalista nutrió las luchas mundiales en diversos espacios nacionales desde el siglo XIX hasta la desaparición de la URSS.

Luego se ha impuesto la concepción posmoderna del repliegue identitario, que afirma que las reivindicaciones deben ser parciales, aisladas y fragmentarias, oscureciendo la existencia de una realidad estructural (el capitalismo), a pesar de que sigue siendo el fundamento de las diversas formas de dominación y opresión, contra la que según esos posmodernos no vale luchar y la cual se acepta pasivamente. Esto supone que cualquier grupo que reclame el derecho a su identidad, al margen del resto de la sociedad, tendría un privilegio especial que lo hace, por sí mismo y en sí mismo, merecedor del reconocimiento social. Esto ha dado pie a un proyecto tribalista que es uno de los componentes centrales de lo woke.

En este contexto adquieren fuerza las reivindicaciones de género y raza, y no es porque estas no sean demandas legitimas de importantes sectores de la sociedad, históricamente excluidas y marginadas. El problema es que las luchas de mujeres, homosexuales, transexuales y grupos racialmente subordinados se esencializan en el proyecto woke y se conciben como realidades puras y cerradas. Al respecto, resulta ilustrativo constatar la evolución (mejor, involución) de la categoría de género que, de ser un aporte fundamental del feminismo de clase, terminó siendo un vocablo tan amplio y etéreo que involucra los más diversos asuntos de identidad restringida y expresa una fragmentación extrema y forzada de la vida real. Es la diferencia llevada al extremo neoliberal, del individualismo egoísta y narcisista en que se predica que se debe ser diferente como tú, especial como lo eres tú y único como tú.

De allí se deriva ese disparate sobre la “libre autodeterminación de la identidad de género” que recorre los campus universitarios y muchos consultorios médicos. Con eso se sostiene que el sexo no existe, es una simple opción que se le impone a los niños desde la cuna, y que frecuentemente se nace con el sexo equivocado, y este puede ser cambiado según la ocurrencia de cada cual, con el beneplácito de padres de familia, educadores y directivos académicos y con la participación mercantil de un sistema médico en búsqueda de nuevos nichos de mercado y de ganancias. Al respecto se torna necesario

“parar y prevenir el daño a la infancia y la adolescencia basadas en ideas falsas sobre identidades sentidas en cuerpos equivocados, protegiendo sus cuerpos sanos en pleno crecimiento y desarrollo. Nunca se había permitido la entrada en los centros educativos tan acríticamente de una postura reaccionaria irracionalista y sexista como ésta, y es necesario trabajar para desenmascarar y denunciar públicamente las falsedades anticientíficas de la ideología de la identidad de género en escuelas y universidades”.[6]

La noción de género se ha degradado de tal forma que en este momento existen más de 4000 géneros, entre otros las de las personas que se creen perros o gatos y cuyos miembros y familiares demandan que se les trate como tales. En Estados Unidos, por ejemplo, la madre de un joven que se declaró gato exigió que fuera atendido por un veterinario, dado su identificación con un tipo de animal, que lo llevaba a reclamarse un miembro más de los mininos[7].

El culto a lo identitario ha conducido a que, en aras de una reivindicación legítima como lo es incluir en los relatos históricos a los sectores siempre marginados y excluidos (población afrodescendiente negra, mujeres, gays, lesbianas…) se llegué a plantear que solo los sujetos pertenecientes a cada uno de esos sectores están autorizados para escribir su historia, porque estarían dotados de una esencia superior y privilegiada que los sectores externos no tienen., como si el pasado no fuera un país extraño, al que cualquiera ser humano puede acceder si lo quisiera. Así las cosas, un “blanco” no puede escribir sobre la esclavitud africana, ni un varón podría indagar en la historia de las mujeres. Esto genera un tipo de historia restringida, solamente adecuada para un sector particular, pero carente de cualquier perspectiva universal, que es en última instancia uno de los rasgos centrales del conocimiento histórico. Esto quiere decir que, para comprender las particularidades e identidades parciales, deben inscribirse en el marco más amplio de lo general, atinente a una sociedad determinada.

En universidades de diversos lugares del mundo causa furor el repliegue identitario, sectario y excluyente, y el tipo de relatos que de allí se derivan, entre los cuales se promulga una historiografía parcializada que resulta centrándose en hechos triviales, y deja de lado grandes problemas de la humanidad, para concentrarse en sectores cada vez más restringidos y particulares. Por supuesto, estos sectores y sus voces deben tener presencia en el mundo universitario, pero algo bien distinto es que se convierten en hegemónicos y dominantes y a nombre de una pureza étnica, racial o de género, se imponga una agenda excluyente y neoliberal, que focaliza los problemas de la educación y la universidad en reivindicaciones identitarias y tribales, ocultando los grandes problemas de desigualdad y antidemocracia que carcomen a las instituciones de educación superior y a sus respectivos países.

Victimismo y centralización de la “víctima”

Lo woke pretende ser una reivindicación de las víctimas lo que supone que se lee la historia y el mundo contemporáneo no a partir de la agenda de lucha de sujetos de carne y hueso, con sus sueños, aspiraciones y esperanzas, en la que había conciencia y proyecto, sino a partir del sufrimiento de lo que se denomina “víctimas”.  Después de la II Guerra Mundial emergió la noción de víctima, lo cual tenía el objetivo loable de reivindicar a quienes habían padecido la esclavitud, los campos de concentración, la limpieza étnica, la brutalidad colonialista e imperialista, entre otros aspectos relevantes en la historia del capital. En ese momento el término víctima no era un elogio, era un estigma, y por eso difícilmente alguien lo reclamaba ya que se recalcaba el espíritu de lucha, de sujetos activos, que soportaban la persecución por su compromiso y por enfrentar y resistir a la opresión, la discriminación y la explotación.

Eso parece ser de un tiempo lejano, porque en estos momentos se impuso el culto a la víctima y se enfatiza en la lógica del padecimiento. Entre más se sufre y se exhibe ese sufrimiento más reconocimiento se alcanza y más dadivas y concesiones pueden obtenerse de los que se autocalifican a sí mismos de “víctimas”. El victimismo es un negocio, otro nicho de mercado del capital, en el cual la exhibición del dolor es directamente proporcional al éxito alcanzado por ciertos individuos. Así, en Estados Unidos la inclusión por parte de universidades y empresas de la discriminación racial de la población negra supone un aumento exponencial de las ganancias y de la constitución de un nuevo y lucrativo negocio de millones de dólares, todo a nombre de la inclusión y del reconocimiento de las víctimas[8].  Esto es pura demagogia, porque los empresarios que eso promueven no están interesados en los millones de pobladores negros que soportan opresión, discriminación y explotación. Lo que se impulsa en forma directa es a las “víctimas exitosas” de manera individual, y máxime si su imagen victimizada produce fabulosos dividendos, como muestra del carácter incluyente y pretendidamente democratizador del capitalismo woke.

Alcanzar el éxito individual, a nombre del dolor y del trauma, es neoliberalismo de pura cepa y es políticamente desmovilizador, porque el que se dice “víctima” quiere que a él le arreglen la situación y obtenga beneficios, desligándose de cualquier lucha colectiva. Es una postura procapitalista, en la medida en que esencializar a un individuo o a un grupo particular, y no como sujetos activos sino como entes pasivos, conduce a una permanente conmiseración, porque la víctima no genera compasión, sino lastima. Emerge un ansia de reconocimiento, propio por demás del replegué identitario, con las consecuencias políticas que ello genera: “A la pregunta ¿‘qué hacer’?, que ha dominado la política moderna ha sucedido un quejumbroso ‘¿quién soy?’”[9].

En resumen:

“La prosopopeya de la víctima refuerza a los poderosos y debilita a los subalternos. Vacía la agency. Perpetúa el dolor. Cultiva el resentimiento. Corona lo imaginario. Alimenta identidades rígidas, y a menudo ficticias. Hinca al pasado e hipoteca el futuro. Desalienta la transformación. Privatiza la historia. Confunde la libertad con la irresponsabilidad. Enorgullece la impotencia o la encubre con una potencia usurpada. Se las entiende con la muerte mientras finge compadecerse con la vida. Cubre el vacío que subyace a toda ética universal. Obvia ‒e incluso rechaza‒ el conflicto y se escandaliza de la contradicción. Impide captar la verdadera falta ‒o carencia‒, que es un defecto de praxis, de política, de acción común”[10].

La universidad es el escenario privilegiado de las “olimpiadas del victimismo”, donde se rinde culto y se reverencia a las “víctimas”, que son todos aquellos que se autoproclamen con tal apelativo. Se sostiene que la víctima no se equivoca nunca y es la portadora de la verdad, sin importar si hay evidencias o no. Esto ha llevado que las universidades estén repletas de “ofendiditos” que dicen sufrir por cualquier cosa: aquellos a los que un profesor no les puede alzar la voz porque los está violentando; otros que forma parte de algún grupo identitario y se sienten agredidos cuando se cuestiona algún aspecto de esa identidad, como por ejemplo, si los bebedores de Coca-Cola o consumidores de comida basura forman un nuevo género, y si se critica a la “chispa de la muerte” o a McDonald’s consideran que se les ataca emocionalmente por cualquier afirmación que cuestione sus fibras identitarias más sensibles; están los que se sienten agredidos y victimizados por determinados libros y escritos, a los que censuran porque les generan dolor y sufrimiento, y se niegan a asistir a un curso sobre la esclavitud, porque sienten que allí se remueven traumas históricos de vieja data, que no pueden soportar; están los que no son capaces de sostener ningún debate ni controversia porque eso implica ser maltratados, puesto que el desacuerdo ya no existe, ha sido sustituido por el daño y las microagresiones.

Este victimismo generalizado encubre los verdaderos problemas de acoso y violencia que soportan diferentes sectores de la universidad, porque ahora todo es un espacio asolado por una quejadera generalizada, lo cual tiene repercusiones al psicologizar todas las acciones humanas y judicializarlas con protocolos burocráticos. Como consecuencia, cualquier persona del mundo universitario es susceptible de soportar persecuciones y procesos disciplinarios por trivialidades, tales como preguntarle a un estudiante si es de tal región o cuál es su origen étnico o geográfico, porque eso se consideran terribles ofensas, que causan dolor y traumatizan…

En las universidades se ha impuesto la lógica victimista, que promueven los directivos académicos y sectores del profesorado, lo cual conduce a la proliferación de códigos de conductas, a censuras y autocensuras, a la imposición de un lenguaje aséptico y pretendidamente neutro ‒entendido como aquel que no debe ofender a nadie. Este sí que es el triunfo del neoliberalismo ‒el capitalismo realmente existente‒ con su énfasis en el individualismo absoluto, dado que el yo ‒cada estudiante aislado‒ es el centro del mundo con sus problemas y fragilidades. En esa dirección, “los manifestantes estudiantiles en la actualidad dirigen su atención hacia su frágil identidad y alardean de su sensibilidad a la hora de sentirse ofendidos. Con frecuencia adoptan un lenguaje terapéutico, y lo que es más importante: hablan constantemente de ellos mismos y de sus sentimientos”[11].

En este contexto de victimización generalizada se ha presentado una mutación del militante (político) estudiantil a un adalid de la moral que busca que los escolares sean protegidos de los riesgos que suponen las libertades académicas, de catedra, de pensamiento y se asume como normal la censura y el control de pensamiento. Se ha impuesto la victimización generalizada en que los agentes educativos (en primer lugar, los estudiantes) no son considerados sujetos autónomos que deben aprender al calor de los retos de la vida cotidiana, sino que son niños desprotegidos a los que debe evitárseles el más mínimo riesgo, porque pueden ser víctimas, para señalar un caso, de un profesor que les sugiere leer libros desgarradores, como los referidos a las guerras, a la esclavitud, a las dictaduras, a los crímenes imperialistas. Contra todo esto debe protegerse a los pobrecitos estudiantes, de donde se desprende que la victimización es un camino directo y seguro hacia la ignorancia generalizada, claro, porque el saber genera traumas que deben evitárseles a los infantilizados estudiantes universitarios de nuestro tiempo. Lo único que no causa traumas es la ignorancia generalizada, la desinformación y la mentira, para tener contentos a los niños wokisados de nuestras universidades, y que todos parezcamos felices y contentos con el mundo en que nos toco vivir, para que este, el capitalismo, sea considerado como el único horizonte posible y deseable.

En estas circunstancias, el profesor adecuado para la universidad victimista es aquel que valide todas las formas de dolor y de traumas que dicen sentir los estudiantes, ante cualquier hecho de la vida en un campus. El profesor adecuado es aquel que no discute, que no polemiza, por temor a ofender, que renuncia a la libertad de catedra porque eso puede generar daño emocional. El buen profesor es aquel que este contagiado de la “epidemia de las disculpas”, que consiste en disculparse de todo lo que se haga o diga, porque siempre hay más de un ofendidito tras bambalinas, y de ofrecer disculpas a granel incluso por faltas y errores cometidos hace décadas.

La política de la cancelación, la censura y autocensura

Uno de los elementos más destructivos y dañinos del método woke es la política de la cancelación, por lo que se entiende que una persona debe ser condenada de manera permanente por cualquier falta que haya cometido, hoy o ayer, y que ponga en cuestión la corrección política. Y no estamos hablando de grandes delitos, por los que es apenas obvio deberían ser juzgados y condenados si se comprueba que son culpables los agentes del mundo universitario, incluyendo a los profesores. No, lo que ahora se consideran delitos graves están referidos a cualquier palabra o acción que ofenda a alguien y quien se siente agredido denuncie a tiempo, como parte de la “cultura de la delación” que se ha impuesto en las universidades.

Esto se sustenta en una lógica binaria, entre buenos y malos, que se convierte en el rasero para medir lo que es aceptable y lo qué no es. Quien ha cometido un error deberá pagarlo por el resto de su vida y debe ser cancelado. Además, vulnerando elementos básicos del derecho liberal, se da el caso que cuando una persona pague penalmente por una falta, eso no se considera suficiente porque lo woke sostiene que la culpa es eterna y la pena no tiene límites temporales. Esto implica que los cancelados deben purgar una pena eterna, lo cual equivale a la muerte moral, intelectual, política y cultural. Quien sea cancelado deberá desaparecer por completo de la vida pública y siempre se le recordarán sus faltas, reales o imaginarias, y para hacer más opresiva y omnipresente la cancelación las redes (anti)sociales del odio se encargan de atizar, difundir y revivir, cada vez que sea necesario, la persecución de los nuevos herejes, y eso genera verdaderos linchamientos virtuales, algo fácil porque esas redes son el refugio de los cobardes e imbéciles.

La cancelación tiene otra forma perversa de censura y revisionismo histórico, en la medida en que se aplican a personajes y sucesos de otras épocas, borrando cualquier contexto temporal, los criterios de corrección política hoy imperantes. Nos encontramos ante casos tragicómicos de censuras y prohibiciones de autores clásicos de todos los tiempos, por ser considerados esclavistas, sexistas, racistas, misóginos, de lo que no se libran Platón, Aristóteles, Shakespeare… Allí se incluyen, lo cual parecería pintoresco, hasta los cuentos de hadas. Al respecto, baste mencionar que en ciertos círculos académicos de Inglaterra se ha prohibido la Bella durmiente, porque, según una lectura estrecha de género, allí se fomenta la violencia sexual y el machismo puesto que la protagonista, que dormía placida y eternamente, es despertada por un intruso que la besa sin su consentimiento[12].

Lo mismo acontece con la ópera Carmen de Georges Bizet, obra en la que al final el soldado español mata a Carmen en un ataque de celos. Esta escena fue considerada como peligrosa para las mujeres por los que la presentaban en la ciudad italiana de Florencia, lo que obligó a modificar el final para que Carmen no muriera y tuviera un happy end al más vulgar estilo hollywoodense[13].

Existe una significativa coincidencia entre la cancelación woke de la literatura que no es correcta políticamente y la censura conservadora de los libros. Al respecto es bueno recordar que en escuelas de Estados Unidos se prohíben e incluso se queman libros, porque no se avienen con la ideología mojigata de los padres de familia, por lo general conservadores y retrógrados. Si sus creencias (como las que figuran en la Biblia) no aparece en los libros es porque estos textos son diabólicos. En este caso, lo woke revela su carácter profundamente conservador porque se identifican plenamente con la extrema derecha cristiana en la censura y la prohibición de “literatura peligrosa”, para retirar del escenario público a aquellos autores incomodos, que no deben ser leídos por las tribus identitarias.

Se llega al punto que para, purificar la bibliografía, en ciertas universidades se ha inventado un novedoso cargo burocrático, “los lectores de sensibilidad”, esto es, “expertos” en asesoría lingüística y gramatical para que cuando los autores escriban tenga en cuenta los efectos que sus dichos pueden tener en las diversas tribus de víctimas. De esta forma,

“Si un autor blanco escribe sobre personajes indígenas, debe contratar a un lector de esa raza para asegurarse de no ofenderlo. Como las burocracias universitarias encargadas de lidiar con la fragilidad emocional de los estudiantes, los “lectores de sensibilidad” constituyen una nueva profesión emergida de la cultura del victimismo predominante hoy día y que tiene todos los incentivos para multiplicar la detección de ofensas y activar los aparatos de linchamiento público contra aquellos que se nieguen a utilizar sus servicios”[14].

La cancelación se relaciona directamente con el victimismo, puesto que se considera que cualquier “microagresión” (alzar la voz, sugerir un libro, debatir con otra persona, cuestionar un punto de vista, hacer alguna sugerencia que no guste a x o y persona) debe ser castigada y uno de los castigos que se infringe es la cancelación y, en el mejor de los casos, la censura y la autocensura.

Con esta perversa forma, ahistórica, de juzgar personajes y situaciones, una gran parte de escritores, pensadores, artistas, políticos, revolucionarios… hoy por hoy son cancelados, simplemente porque su vida y acciones no se corresponden con los cánones de seudomoralidad que se han impuesto en los campus universitarios, como si fueran válidos en sí mismos y tuvieran tal carácter transhistórico que permitiera juzgar con los mismos parámetros de hoy a los autores y pensadores de otras épocas.

La cancelación está referida a una corrección política estricta, una policía del lenguaje y de la memoria, que censura a aquel o aquella que se desvía un centímetro de lo que dictan los nuevos cánones de lo woke. Esta cancelación es una práctica cultural que persigue la destrucción reputacional, la censura, la muerte moral y la sanción penal de aquellos y aquellas que desafíen los cánones de la ideología identitaria hoy en boga. Es, en pocas palabras, el asesinato puro y duro de la imagen de una persona para destruirlo intelectual, política y moralmente.

El culto al lenguaje y las “guerras lingüísticas”

La gramática woke, como derivado de sus fuentes originarias (posmodernismo y posestructuralismo), se caracteriza por usar un lenguaje incomprensible, una verdadera tortura para los simples mortales. Sus textos son ilegibles, de esos que resultan porque sus autores no tienen nada que decir o no están seguros de lo que afirman. Se ha impuesto una jerga impenetrable solo para los iniciados de las respectivas tribus, una nueva lengua en la cual todo es neo, post o trans.

Se ha impuesto el lenguaje inclusivo, suponiendo que con el cambio de apelaciones se transforma la realidad y las cabriolas terminológicas, cada vez más enmarañadas, modifican a los sujetos. Solo basta hablar de los, las y les para que todos estén felices y contentos y no haya ofendiditos que se siente excluidos por la imposición de un lenguaje heteropatriarcal. El feminismo queer ‒con fuerte influencia en la academia de los Estados Unidos e Inglaterra, y con ecos en tierras latinoamericanas‒ se distingue por la invención de nuevas palabras o el uso de viejas con un nuevo sentido. Un ejemplo es ilustrativo: en lugar de hablar de mujeres debe decirse “personas no poseedoras de próstata”, como lo hizo la revista Teen Vogue en 2019[15].

Adicionalmente, existe un lenguaje del reemplazo, puesto que ciertos términos son vetados en la academia universitaria y la lista es amplia: en lugar de decir ciego se dice con limitaciones visuales o “personas neuroalternativas en lo visual”, a los inválidos se les debe decir que sufren de diversidad funcional, en lugar de violar la ley, se debe decir incurrir en infracciones delictivas y mil casos por el estilo.

Otro ejemplo contundente sobre el “novedoso significado” de ciertos términos, aparece en la edición española de la guía Sexo más seguro para cuerpos trans. Y la cita no tiene desperdicio:

“Pene: Usamos esta palabra para describir los genitales externos. Los penes viene en todas las formas y tamaños, y personas de todos los géneros pueden tenerlos.

Orificio delantero: usamos esta palabra para referirnos a los genitales internos, a veces denominados vagina. El orificio delantero puede autolubricarse, dependiendo de la edad y las hormonas.

Strapless (sin correa): utilizamos esta palabra para describir los genitales de las mujeres que no han sido sometidas a reconstrucción genital (o “cirugía inferior”), a veces denominado pene.

Vagina: utilizamos esta palabra para referirnos a los genitales de las mujeres trans que han sido sometidas a cirugía inferior”[16].

Obsérvese la cabriola lingüística que pretende cambiar la realidad biológica, producto de la evolución de millones de años de la especie humana: la palabra vagina se reserva a las mujeres trans, mientras que los genitales de las mujeres biológicas se denominan orificio delantero.

Pero, sin duda, la verdadera revolución lingüística que está transformando a las universidades del capitalismo occidental se presenta en el ámbito de los géneros. Hay una profusión de nuevos géneros para referirse a los rasgos identitarios de cualquier persona no binaria, y la lista aumenta todos los días. Cualquier rasgo, por banal, absurdo e impreciso vale para dar paso a un nuevo género. En 2016 en España se hablaba de la existencia de 251 géneros, entre ellos estos tan pintorescos: “Healgenero: género que trae paz mental a le identificade”; Felinogénero: género correspondiente a gatos. Cuando te sientes peludite y mullide y quieres que te acaricien la barbilla; Aerogénero: género que cambia según la atmosfera, nivel de confort, quién está alrededor, la temperatura, la época del año…”[17].

Esto confirma que la identidad de género, y el lenguaje que la nombra, es subjetivo, inclasificable, polimorfo, fluido e invalorable que allí todo cabe y puede ser incluido, aunque no haya argumentos convincentes, sino que sean meros caprichos de marketing.  En conclusión:

“Así como el 1 por ciento de la humanidad acapara el 99 por ciento de la riqueza del planeta, el 1 por ciento de la humanidad pertenece al 99 por ciento de los géneros humanos que existen. Las combinaciones de las rayas horizontales de las banderas no dan para distinguirlas y hay que empezar a poner triángulos laterales, líneas diagonales, lo que sea para representar simbólicamente tanta diversidad”[18].

En conclusión, lo woke y todas sus manías sobre género, raza, trans, emparentadas con el feminismo queer forman parte de la lógica autofaga y el capitalismo caníbal que está erosionado desde dentro y desde abajo a la universidad contemporánea. Esto conduce a una universidad caníbal, complemento elemental de ese capitalismo devorador de todo lo existente. Por si existieran dudas al respecto tal vez el mejor ejemplo es el de Israel, un país genocida, que limpia su imagen criminal con la máscara woke. Sus universidades, coparticipes directos del genocidio de los palestinos, por supuesto que son portaestandartes de la ideología woke, el cual es funcional a la población israelí para presentarse como liberal y democrática, y esos mismos militantes woke son asesinos reales y potenciales de los otros, de los palestinos, a los que bestializan y masacran porque incluso le niegan su carácter de humanidad. Mientras esa sociedad y sus universidades presumen de ser muy woke, con promoción de la libertad de género, al tiempo apoya el exterminio de los palestinos. Es decir, que lo woke en la otra cara de la moneda del genocidio sionista.

Paradójicamente, hay que mencionar que, en otras universidades del mundo occidental, donde la ideología woke ha sido hegemónica en los últimos años, en la práctica se le ha dejado de lado, en la medida en que se han movilizado miles de estudiantes para apoyar al pueblo palestino y denunciar el genocidio sionista. Este rechazo efectivo de lo woke por los estudiantes de diversas universidades es criticado desde la derecha y cierta socialdemocracia como antisemitismo que, supuestamente sería un resultado de lo woke, como muestra de la confusión reinante, en que se cree que todo lo que se hace desde posturas de izquierda es woke.

Al mismo tiempo, ciertas feministas occidentales y grupos de diversidad sexual no ocultan su admiración por Israel, por su cultura woke y su libertad de género, y eso las lleva a legitimar el genocidio sionista porque repitan los mantras de que Israel tiene derecho a defenderse y es la única democracia de la región, que supuestamente garantiza la libertad sexual y de género.

Esto pone de presente que, por más monolítico que se pretenda, lo woke tiene sus fisuras y estás se evidencian ante uno de los peores crímenes de nuestra época, perpetrado por un detestable régimen que presume de ser muy woke y con el que están relacionadas las universidades que promueven la diferencia y la diversidad sexual, y que presumen de su liberalidad y democracia.

INFANTILIZACIÓN

“La infantilización de la vida del campus se basa en una visión disminuida de la subjetividad humana que contempla a los individuos no como agentes de cambio, sino como víctimas potenciales de las circunstancias a las que se enfrentan. […] [E]stos sentimientos de vulnerabilidad humana y fragilidad […] en los campus se han convertido en una doctrina sistemática de victimización expansiva”.

               Frank Furedi, Qué le está pasando a la universidad. Un análisis sociológico de la infantilización, Narcea Ediciones, Madrid, 201, p. 13.

El capitalismo realmente existente impulsa la infantilización a escala general, para tener a unos seres humanos dóciles, pasivos, obedientes, dependientes de los artefactos electrónicos y, sobre todo, consumidores compulsivos, que nunca se cuestionan ni tengan en su horizonte mental algún tipo de atisbo crítico sobre el mundo real y mucho menos alguna perspectiva de horizonte colectivo o lucha organizada.

El objetivo es que los seres humanos seamos niños-adultos y el libre mercado y la competencia generen irrefrenables deseos de comprar y consumir, sin límite, porque se supone que el deseo infantil es inagotable y debe ser saciado con más y más mercancías. No por casualidad, uno de los nichos de mercado que más ganancias le producen al capitalismo mundial sea el de los niños, porque desde la tierna edad se moldea su mente y su personalidad para que sean prisioneros por el resto de su existencia del consumo y de las marcas de las empresas que destruyen el planeta y a los seres humanos (Coca-Cola, McDonald’s, Microsoft, Apple…).

El control desde la primera infancia de los seres humanos busca que cuando estos crezcan en términos físicos sigan siendo los niños consumidores que vienen siendo desde sus primeros años de vida, lo cual ahora se evidencia en el culto al celular. Nada hay más patético que ver a niños manipulando primero el celular que a un juguete y a los padres a su alrededor en la misma postura infantilizada, sin contemplar a los hijos, y rendidos ante el nuevo tótem del que no pueden despegarse ni un minuto. Luego cuando ese niño crece corporalmente sigue siendo mentalmente niño y piensa que esa va a ser su condición permanente durante toda la vida, dado que el neoliberalismo además exalta la falacia de que el mundo pertenece a los adolescentes, y quienes no estén en esa condición son seres desechables.

La infantilización se expresa en la música, en el cine (con la exaltación de los superhéroes y la imposición de los dibujos animados como forma preferida de esparcimiento y divulgación) en la información que circula a través de los artefactos microelectrónicos, en el lenguaje-bebe que usa la gente adulta y que replica el que circula a través de las redes antisociales, en el deporte, en la educación, en las costumbres y en la forma de comer y vestir. Para solo mencionar un ejemplo, según el notable compositor mexicano Gabino Palomares:

“Hicimos un análisis de las canciones comerciales con un grupo de expertos y encontramos que se hacen para ser entendidas por una mentalidad de ocho años […] Me parece que con ese tipo de canción tan elemental, que da pena, hemos educado a la gente para que no pase de los ocho años. A mí no me interesa un país de ocho años, quiero que la gente crezca, pido un país de adultos, no de retrasados mentales, porque también a los niños se les chinga porque no saben pensar”[19].

La infancia ‒esencial en la vida de los seres humanos, pero que es una etapa limitada en el tiempo que da paso a otras fases de la vida‒ es el modelo que el capitalismo busca prolongar para que la gente conciba el ahora como perpetuo e insuperable presente, que busque divertirse como si no hubiera mañana y deba comprar en forma compulsiva. Ya no existe responsabilidad, compromiso a largo plazo, ni mesura, lo cual impide afrontar los grandes retos de nuestro tiempo, como la desigualdad, la explotación, la opresión, la injustica, las guerras, el trastorno climático…

La infantilización de la sociedad implica que los adultos sean tratados y considerados como niños, generando un ciclo de dependencia tal que aquellos no sepan qué hacer y siempre estén condicionados por lo que les digan los padres, puesto que el paternalismo es la otra cara de la infantilización, aunque con la paradoja que el papel de padres no lo asuman ellos sino el celular. Por eso, el adulto infantilizado solo sabe qué le ofende (prácticamente todo) y quiénes lo ofenden, pero no tiene idea ni le interesa saber algo que vaya más allá de sus intereses inmediatos y cortoplacistas. Lo que caracterizan a la gente infantilizada en el capitalismo es el narcisismo que lleva a que cada uno se considere el centro del mundo, en torno al cual deben girar los demás, lo que produce un individualismo ególatra e irresponsable. Se pretende permanecer en la edad infantil porque se supone que allí todo es fácil y sencillo, no existe autosuficiencia, y no deben afrontarse los retos de la edad adulta, con todos los riesgos e incertidumbre de la vida en el capitalismo.

Esa infantilización también ha llegado a la universidad, siendo una consecuencia directa de la imposición de lo políticamente correcto. Mencionemos algunos de los componentes de la infantilización de la universidad en los tiempos actuales.

Reivindicación exclusiva del yo y de la propia identidad como el centro de la vida y del mundo

Hasta no hace mucho tiempo se pensaba que la llegada de los adolescentes y jóvenes a la universidad significaba un paso transcendental en la vida de quienes lograban acceder a los estudios superiores. Este era un salto hacia la mayoría de edad, en el sentido kantiano de la palabra, fundamental para asumir el paso a la madurez y afrontar los retos de la vida con autonomía y responsabilidad. Esa conducta individual estaba dada por entender la importancia de los demás, forjar intereses generacionales comunes, con ideales compartidos con otro grupo de estudiantes, de acuerdo con el origen y pertenencia de clase.

Eso ha cambiado en forma drástica y ahora nos encontramos con que la universidad es otra fase infantil que replica y reproduce las características de la educación primaria y secundaria, pero ahora con adolescentes y jóvenes. Estos cargan tras de sí el peso de la formación neoliberal de la personalidad, con un acendrado individualismo y culto al consumo y prisioneros de las lógicas darwinianas de la competencia y la supervivencia de los millonarios y los exitosos. Esa carga viene acompañada de una inseguridad absoluta para asumir la nueva fase de la vida, que en teoría debería ser la universidad, a la cual los jóvenes llegan manteniendo y reforzando su estancado comportamiento infantil de no asumir responsabilidad alguna, de necesitar protección, de considerar que los nuevos retos que les plantea la vida son problemas irresolubles e innecesarios, que son asediados por peligros que no puede afrontar sino es por la intermediación de terceros, en una clara réplica del paternalismo que se preserva y reproduce dentro de las universidades.

La conducta narcisista no se abandona, sino que se refuerza en aras de seguir manteniendo los privilegios de sobreprotección que le brinda esa prolongación de la infancia y el consecuente paternalismo.  Para esa individuo narcisista todos los demás son enemigos, de los que debe ser protegido. Y esa protección se la brindan en las universidades de manera directa y explicita las autoridades académicas y administrativas.

Esta centralización del yo es conservadora y desmovilizadora en términos políticos, porque lo político es esencialmente colectivo e implica la búsqueda del bien común. Se renuncia a cualquier acción política, que requiere cierto nivel de conciencia y comprensión del papel de los individuos en la sociedad, y se asume como natural el seguir siendo protegido de los riesgos y traumas que genera la universidad como un espacio conflictivo y poco seguro para estos jóvenes infantilizados.

“Esta actitud infantilizada no sólo es tolerada por las autoridades universitarias, sino que se cultiva. En algunas instituciones, se brindan ‘salas de relajación’ con juguetes blandos y mascotas para los estudiantes que sufren de ‘estrés ante los exámenes’ y ansiedades asociadas”. Y en la Universidad de Bufalo, Estados Unidos, las autoridades académicas han introducido doce perros en el campus para que cumplan una labor de acompañamiento educativo y sicológico, consistente en ayudar a los estudiantes a combatir el estrés[20]. Otro gran aporte de la universidad infantilizada: el estrés en los campus no se enfrenta con libros, conciertos, discusiones, conferencias, clases… sino con perros de compañía.

Psicologización, medicalización y judicialización de la vida universitaria

Como de entrada se piensa a la universidad como un espacio inseguro, repleto de peligros que asechan a los niños grandes que allí ingresan, todo lo que sucede en los campus es examinado a partir de una mirada estrechamente psicológica, médica y judicial. De ahí se desprende la consideración que cualquier palabra o acción es una amenaza y genera traumas en los noveles estudiantes e incluso en muchos profesores. La universidad de hoy está llena de jóvenes traumatizados, que necesitan urgentemente tratamiento sicológico o asistencia médica, por cosas que en la mayor parte de los casos tienen otro origen. Por ejemplo, en las universidades latinoamericanas ‒cuyas sociedades son terriblemente desiguales‒ se reproducen las diferencias sociales (empezando por las diferencias de clase) y una parte significativa de los estudiantes tienen problemas de subsistencia, de alimentación, para asumir los costos y gastos que implica ir y estar en una universidad. Eso no es ni mucho menos una cuestión sicológica de base, es un asunto de desigualdad y de clasismo. Obvio que de allí surgen problemas sicológicos y médicos, pero el remedio inicial para “curar la desigualdad” no es sicológico ni mucho menos.

Eso no se considera porque los grandes temas, referidos al carácter impopular y antidemocrático de la universidad, han desaparecido de la agenda política de los estudiantes de hoy, como tendencia dominante, para ser reemplazados por la búsqueda obsesiva de la terapia, de la ayuda sicológica y del apoyo emocional. Los problemas estructurales de la educación superior (privatización, desfinanciación, precarización laboral, antidemocracia, falta de autonomía, represión estatal…) ya no están en el horizonte de los niños-adultos que habitan los campus. En estos momentos todo son riesgos y traumas que solo pueden afrontarse con tratamiento psicológico y terapias de autoayuda.

No extraña que en el lenguaje de las universidades sobresalga la retórica de la vulnerabilidad y se haya establecido un “guion cultural de la vulnerabilidad” en el cual las emociones están en el centro de las preocupaciones. Ya no es importante discernir, comprender, problematizar, asumir las diversas visiones del mundo como una riqueza cognoscitiva cultural y política, sino que todo eso es traumático y debe evitárselo al joven infantilizado, para no ofenderlo. Así nos encontramos con el hecho de que las universidades están repletas de “ofendiditos y ofendiditas”, por cualquier cosa. Un caso tragicómico demuestra hasta donde se está llegando en las trivialidades que hoy se imponen en los campus universitarios de diversos lugares del mundo y sucedió en la afamada Universidad de Yale (Estados Unidos) a propósito de la celebración de la fiesta de Halloween en octubre de 2015, cuando el Comité de Asuntos Interculturales sugirió en una carta pública dirigida a los estudiantes que tuvieran cuidado en los disfraces que escogieran, puesto que el motivo seleccionado podía herir sensibilidades, generar traumas y producir víctimas. Sugería que se tuvieran en cuenta algunas pautas para actuar en un asunto tan “grave y complejo” como los efectos que podrían tener sus mascaras en determinados sectores de la comunidad. Realizaba una profundísima “reflexión filosófica” para que los estudiantes tuvieran en cuenta preguntas de alto calado ‒que, de seguro, podían definir el futuro del mundo y de la humanidad‒ antes de proceder a disfrazarse:

“¿Llevas un disfraz divertido? ¿El humor se basa en “burlarse” de personas reales, rasgos humanos o culturas?

¿Llevas un traje histórico? Si este traje pretende ser histórico, ¿es más información errónea o inexactitudes erróneas y culturales?

¿Llevas un traje “cultural”? ¿Este traje reduce las diferencias culturales a bromas o estereotipos?

¿Llevas un traje “religioso”? ¿Este disfraz se burla o menosprecia la profunda tradición de fe de alguien?

¿Podría alguien ofrecerse con tu disfraz y por qué?”[21].

Con esto desaparece la esencia del carnaval, originado en la edad media, que sublimaba la dominación a través de la risa, la sátira, la ironía, el sarcasmo. Pobres François Rabelais y Mijaíl Bajtín, que tanto contribuyeron a clarificar la importancia de la risa carnavalesca en la historia. Pero, que va, eso no es solo cosa del pasado, sino de un sentimiento festivo que no cabe en la lógica woke. Con el tiempo esos dos autores van a ser cancelados, porque así lo determina la corrección política de la Universidad de Yale.

Sobre la persecución de la risa Umberto Eco escribió una memorable novela ‒que se convirtió en película‒ sobre el miedo que el humor les inspira a los inquisidores. En esa novela y película, El hombre de la rosa, se dice, por ejemplo, por boca del inquisidor de la obra: “Un monje no debe reír, porque solo un tonto alza su voz con risas”; “La risa es la debilidad, la corrupción, la insipidez de nuestra carne”.Al inquisidor de la novela lo desvela que un creyente se ría, y quien lo haga es un impío, un hereje, un portavoz del diablo, que merece ser condenado y quemado. Ahora, en las universidades ha resucitado este tipo de inquisición, donde se prohíbe y sanciona cualquier asomo de risa o de burla, con lo que se niega nuestra propia humanidad y nuestra imperfección.

En la nueva condición de infantilización de las universidades, las emociones son el centro de la atención y se convierten en un arma de la guerra cultural contra el presente y el pasado. Contra el presente, porque a partir del estado emocional de un estudiante se juzga una situación; si este se ha ofendido quiere decir que el hecho que lo altera es traumático. Puede sentirse afectado por un libro que le ha recomendado un profesor, por un tema planteado en clase en que se cuestiona de manera directa o indirecta algún elemento identitario de su yo y esto resulta agresivo e insoportable. Puede verse agredido por una pregunta elemental (de donde eres, qué haces, cuál es tu nacionalidad, de que equipo de futbol eres hincha, si eres creyente cuál es tu religión, y cualquier banalidad de ese estilo) que significa según su criterio narcisista y ególatra que aquél que le pregunta lo está agrediendo y subvalorando. Puede sentirse brutalmente interpelado porque alguien (otro estudiante, profesor o directivo) le alce la voz o le haga algún reproche, crítica o sugerencia, porque entiende que, como niño que se sigue considerando, cualquier corrección es inaceptable y esa no es la función de la educación, sino que simplemente se estás vulnerando los derechos de su ego narcisista de niño estancando en el tiempo… Y así hasta el infinito.

Contra el pasado, porque el adulto infantilizado de las universidades de hoy considera que no se deben traer los traumas del ayer al mundo de hoy. Eso quiere decir que cualquier asunto del conocimiento histórico en el que sea necesario destacar asuntos atinentes a la guerra, la explotación, la opresión, el genocidio o los crímenes se considera, casi por definición, como generadores de traumas, que deben evitarse. Eso implica una guerra cultural e individual contra el pasado, porque se piensa que el conocimiento de la historia es innecesario al revivir traumas que no debieran mencionarse y que agreden a los niños-jóvenes de nuestro tiempo. Para qué hablar de genocidios en la historia, a la hora de examinar el genocidio de los palestinos, y reconstruir la destrucción de las comunidades indígenas de toda América (empezando por las de Estados Unidos) si eso supone que, para quienes tienen algún nexo étnico con grupos desaparecidos violentamente, recordar su propia historia los afecta emocionalmente. Hablar de esos temas traumáticos no solo debe evitarse, sino que el profesor que lo haga es un agresor al que debe denunciarse y perseguirse por tener el atrevimiento de vulnerar con hechos del pasado a los de por si vulnerables jóvenes de hoy.

Es la reivindicación de la ignorancia, porque todo verdadero conocimiento es traumático, genera problemas, lleva a hacer preguntas, a dudar y cuestionar, pero nada de eso es hoy tolerado por la policía del trauma que ronda en las universidades, en la cual son coparticipes gran parte de los estudiantes, que andan a la casa de todos los herejes a los que hay que denunciar porque en sus clases y charlas usan un lenguaje inapropiado y traumático, al hablar de desigualdad, explotación, opresión, capitalismo, patriarcado…, términos cargados de una dureza conceptual e histórica que no puede ser admitida en la universidad infantilizada de nuestro tiempo. Adicionalmente a la terapia psicológica debe agregarse el tratamiento médico derivado, porque gran parte de los traumas de los niños-adultos que pueblan las universidades requieren atención sanitaria especializada, medicamentos y acompañamiento terapéutico de índole física, que se complementa con el de índole espiritual, que brindan los psicólogos del trauma perpetuo que acosa a la población universitaria. Ese es otro nicho de mercado para el capitalismo, en el cual juegan un papel central las terapias e intervenciones médicas de cambio de orientación sexual y sexo, una práctica cada vez más recurrente en ciertas universidades del mundo, entre las que sobresalen las de Estados Unidos, Inglaterra, España…

Al lado de la psicologización y medicalización de la vida universitaria se desarrolla la judicialización, porque es obvio que los niñas grandes deben ser protegidos con leyes, protocolos, normas, sanciones, penas, excomuniones, nuevos tribunales de la inquisición que se han impuesto en la universidad, y la mayoría de los cuales niega las normas elementales del derecho liberal burgués, como son las del derecho a la defensa y a no ser condenados sin juicio previo.

A los estudiantes de hoy, desde cuando pisan por primera vez a una universidad, se les instruye en una serie de protocolos, tendientes a protegerlos de las microagresiones (otro término central del universo jurídico de las universidades), que puede ser cualquier dicho o hecho. El estudiante antes que conocer la vida real dentro de los campus ya está amparado por una serie de normas que buscan penalizar todo lo que suceda a su alrededor y a quienes se acuse de ser los responsables de sus traumas.

Esas normas lo cubren todo, desde el lenguaje que se emplea, inscrito en el ámbito de la corrección política, los contenidos de los programas que se enseñan, el tono de la voz de los profesores en las clases y cualquier relación entre profesores y estudiantes. Esto destruye un aspecto elemental de la pedagogía para asumir los problemas normales y cotidianos de la vida educativa: que las cuestiones, conflictos, malentendidos y dudas que se generan en una clase deben ser resueltos dentro del aula, sin necesidad de llevarlos fuera de allí, salvo que sean de tal gravedad que desborden ese espacio. Pero no, ahora las cosas se hacen al revés, y se empieza con acusaciones que se ventilan fuera de los espacios académicos y desde allí se inicia el procedimiento judicial con la apertura de costosos y tortuosos procesos disciplinarios contra profesores, principalmente. Y esto tiene un agravante woke, pues todo aquel que denuncia es por definición axiomática una víctima indefensa, que tiene la razón y es portadora de verdad sin discusión alguna. Es un razonamiento tautológico (la víctima dice la verdad y lo que dice es cierto porque es víctima) que se ha impuesto en los campus y que lleva a que cualquier hecho traumático (muchos de los cuales son malos ratos o momentos desagradables o malentendidos) sea denunciado por parte de quien en adelante se declara víctima e ingresa en la interminable cadena de quejosos y ofendidos, que pueblan hoy las universidades y cuentan con el aval y respaldo de las directivas académicas, situadas en los políticamente correcto. Dicho en forma sintética:

“El desacuerdo invita a la discusión, mientras que la declaración ‘Me siento ofendido’ clausura la conversación y el debate. […] Esta actitud infantilizada no sólo es tolerada por las autoridades universitarias, sino que se cultiva […]. El hecho de que quienes dirigen las universidades se hayan convertido en cómplices de la infantilización de sus campus indica que la línea que tradicionalmente dividía la educación secundaria de la superior se ha vuelto inexacta”[22].

Todo esto tiene un costo económico alto e implica que los escasos recursos de las universidades se dirijan a mantener un creciente equipo de psicólogos y abogados, encargados de tramitar todos los traumas y microagresiones que a cada minuto se presentan en los campus y que son denunciados al instante por quienes se declaran víctimas porque alguien los miro mal o les dijo una palabra con un tono alto de voz.

No quiere decir, según lo planteado hasta acá, que en las universidades no se deban perseguir los delitos que allí se cometan, incluyendo el acoso y las violencias sexuales, lo que es una necesidad imperiosa y un deber. Eso debe hacerse con resolución y determinación. Pero lo que sucede, precisamente, es que el discurso de las microagresiones oculta esos problemas reales y lleva a que la judicialización sustituya a cualquier dialogo pedagógico, que se supone debería ser la esencia de cualquier proyecto educativo medianamente serio.

Culto a la seguridad y rechazo al riesgo y la incertidumbre

Como la universidad de nuestro tiempo no está habitada por adultos en mayoría de edad que piensan con cabeza propia, sino por niños-adultos que requieren protección frente a todos los riesgos que los asechan a cada minuto, dentro de los campus se está desarrollando un culto a la seguridad total, algo así como la tolerancia cero del punitivismo jurídico de estirpe estadounidense. Para ello se ha creado la noción de “la universidad como espacio seguro”. La pregunta básica es: ¿Qué se entiende por espacio seguro?, si la vida está llena de inseguridades y el paso de la infancia a la madurez, que se supone se desarrolla en los campus, está repleto de retos e incertidumbres, que forman parte del afianzamiento de esa madurez, de la autonomía, confianza y el aprendizaje riesgoso que eso implica.

La noción de “espacio seguro” que tiende a imponerse en la universidad es aquella que postula que, como en los jardines de infancia, los niños-adultos deben estar completamente seguros y tranquilos que no tendrán ningún trauma ni nada que los afecte o aflija. Si esos jóvenes infantilizados sufren “acoso bibliográfico” por parte de un profesor que los hace leer libros traumáticos [El CapitalOteloCrimen y CastigoEl Siglo de las LucesLa Perla…] pues ellos ya no deben asistir a las bibliotecas o centros de lectura ‒si es que todavía quedan en la Universidad de la ignorancia de nuestro tiempo‒ porque estos han dejado de ser espacios seguros.

Si esos jóvenes infantilizados no pueden soportar una discusión, un debate (términos que en sí mismos generan inseguridad existencial, porque para los ofendiditos esas son microagresiones traumáticas) en una cafetería, en una aula de clases, en un teatro… pues hay que clausurar esos espacios para que aquellos se sientan seguros.

Si esos jóvenes infantilizados no pueden soportar una clase con temas sensibles que los afectan emocionalmente (la esclavitud, el genocidio, las guerras…) pues hay que evitar que asistan a esas clases o debe obligarse a los profesores a cambiar la bibliografía y el énfasis temático por asuntos más agradables que suenen bien a los oídos de los traumatizados niños-adultos y solo de esa forma, a punta de control y represión, las aulas de clase pueden ser espacios seguros, lo cual significa el regreso a la universidad medieval.

Una de las consecuencias de la búsqueda insaciable de espacios seguros es la ruptura del tejido universitario y de la comunidad educativa, y es el paso, ese sí seguro e inexorable, hacia la segregación y al apartheid universitarios. Al paso que vamos, pronto se propondrá que las mujeres estén separadas de los hombres y estos de los trans, porque la sola relación entre todos ellos es fuente de inseguridad, con lo que retornaremos a formas conservadoras de educación que se pretendían superadas en las universidades contemporáneas, y que implican el retorno de la “normal de señoritas” (en donde solo haya mujeres estudiantes y profesoras) y de niños-adultos de sexo masculino, cada una por su lado.

Y otro elemento que se desprende de la noción de espacios seguros, que reivindican muchos profesores y estudiantes, es el de la educación virtual, en el que ya no exista presencialidad y se rompa cualquier nexo directo entre profesores y estudiantes. De esa manera, se fortalece la tendencia neoliberal de privatización y de cierre de campus y su sustitución por computadores, terminales e internet, tendencia que se acentuó durante la reciente pandemia de la Covid-19. Obsérvese como una reivindicación típicamente woke, la de “espacios seguros”, termina mostrando el filo neoliberal y neoconservador del falso progresismo y como tiene una veta procapitalista que conduce a la clausura de los campus, por la vía de formar guetos o implantar la virtualización plena de los espacios educativos, lo cual además es un negocio jugoso para las multinacionales que se lucran de vender cachivaches tecnológicos que son presentados como la garantía de una irreversible “revolución educativa”.

En fin, en nombre de “espacios seguros” se abre la puerta para vetar opiniones, libros, temas de conversación, romper la catedra presencial y reivindicar lo virtual, para evitar el incomodo contacto entre profesores y estudiantes, en lugar de afrontar los problemas de manera directa y discutir con rigor y seriedad, sin eludirlos y aplazarlos, para que mañana sean más explosivos que hoy. En forma perversa, “El espacio mismo puede convertirse en un foco de competición en el que los grupos llegan a sentir que su seguridad depende de excluir a la gente que no es como ellos”[23].

Censura y restricción de la libertades de catedra y de expresión.

En la universidad infantilizada existen palabras que pueden ofender a los niños-adultos y que, por lo tanto, deben ser prohibidas y restringidas, porque no puede ser que se permita que se mantengan las fuentes fundamentales de las microagresiones y de los traumas emocionales de los estudiantes. Es la restricción pura y simple de la libertad de catedra y de pensamiento, una de las conquistas irrenunciables de la universidad como espacio democrático que alguna vez fuera.

En esa dirección, gran parte de la energía de los alumnos ‒aupados por muchos profesores y directivos‒ se destina no a estudiar, dudar, cuestionar, preguntar, sino a delatar, censurar y perseguir a aquellos profesores cuyas voces son terriblemente incomodas porque, se rumora, que sus dichos y acciones generan efectos traumáticos entre los niños-adultos. Eso se palpa en campus universitarios de diversos lugares del mundo occidental, en los cuales se censura, prohíbe y, en el mejor de los casos, los profesores se autocensuran para inscribirse en lo políticamente correcto.

Algunos ejemplos son ilustrativos al respecto. En la academia de Alemania, cuando una obra se promocionó con la frase “Este libro te abrirá los ojos”, la autora fuera matoneada y se le obligara a retirar el anuncio y a ofrecer excusas porque esas palabras “podían causar sufrimiento a los ciegos”[24]. Así las cosas, pronto serán cancelados libros clásicos como los de José Saramago o Ernesto Sábato en donde se habla de los ciegos y la ceguera.

La Asociación Humanista Americana, que premió al científico Richard Dawkins en 1996 con el galardón el Humanista del año, se lo quitó en 2021, basándose en un tuit que escribió en 2015 en el que comentaba «¿Es la mujer trans una mujer? Es puramente semántico. Si se define por los cromosomas, no. Si es por la autoidentificación, sí. La llamo ‘ella’ por cortesía». Fue acusado de «degradar a los grupos marginados» utilizando «el disfraz del discurso científico». Lo significativo es que 25 años antes le habían otorgado el premio por la facilidad del autor en comunicar “conocimientos científicos al público”[25]. Como puede verse, la cancelación no tiene límites temporales y trabaja con la pedestre lógica de que, sí te desvías de lo políticamente correcto, te cancelan sin remedio, y más en un mundo en el que se encuentran académicos correctísimos, como los de la Asociación Humanista de Estados Unidos.

Y la cancelación supone entrar a prohibir cierto lenguaje, como se hace en universidades de los Estados Unidos, donde no puede decirse “lavado de cerebro” porque eso supuestamente afecta a los estudiantes que sufren de epilepsia o en lugar de hablar de las sociedades de la Edad de Piedra ahora debe decirse “sociedades complejas y diversas”[26]. Se ha llegado al extremo cómico que en algunas facultades de Derecho se está pidiendo a sus profesores que no hablen de “violación de la ley”, porque esa palabra afecta en forma negativa las emociones de los estudiantes y los hace imaginar en forma inmediata la violación sexual.

En los Estados Unidos, La Universidad Estatal Evergreen, decretó el “día de la ausencia”, que consiste en que durante 24 horas al año la población afrodescendiente no asiste al campus, para mostrar su importancia. Después se decretó el día de la ausencia para blancos, con la misma lógica de que estos no estuvieran presentes en el campus. Al respecto, un profesor afirmó en un correo electrónico:

“Hay una gran diferencia entre que un grupo o coalición decida de forma voluntaria ausentarse de un espacio compartido con el fin de destacar su minusvalorado papel social […] y que un grupo invite a otro a marcharse. Lo primero representa una contundente llamada a la atención que, claro está, debilita la lógica de la opresión. Lo segundo es una demostración de fuerza y un acto de opresión en y por sí mismo. El derecho a expresarse -o a ser- nunca puede depender del color de la piel”[27].

Ese profesor, un respetado académico de biología, fue expulsado de la universidad por emitir estas opiniones, que no tienen nada ni de racistas ni de sexistas. Y uno de los estudiantes, que se sintió ofendido ‒de los ofendiditos que tanto abundan hoy en las universidades del mundo‒ dijo: “Deja de decirle a la gente de color que son unos putos inútiles. Tu si eres un inútil. Anda lárgate. Lárgate, pedazo de mierda”[28].

Estos son ejemplos del clima que predomina hoy en una universidad infantilizada, en la que no existe crítica, se ha impuesto la censura abierta y velada, los asuntos cotidianos se han convertido en problemas médicos o sicológicos porque todo es un trauma ‒hasta recomendar algún libro o lectura incómoda, que genere inquietud o zozobra en el lector se volvió algo traumático y una microagresión…

Lo peor de todo, es que lo políticamente correcto no afecta solamente a los estudiantes, sino a gran parte del profesorado y las directivas de las universidades, con lo cual se ha creado un ambiente inquisitorial, hipócrita, de doble moral, en donde ya no interesa lo que se dice o se piensa y se manifiesta en forma libre, sino solo aquello que conviene para que nadie se sienta víctima. De esta forma, “La universidad, con sus alumnos infantilizados y sus cínicos profesores apoltronados en inofensivas transgresiones, deberá figurar en la lista de las condiciones de fondo que nos han traído hasta aquí”, es decir, hasta el predominio de lo woke, con todas sus estupideces y sandeces[29].  En este contexto,

“Defender la libertad de cátedra y la libertad de expresión es una causa importante por derecho propio. Pero hay otra cuestión fundamental en juego. La socialización de los jóvenes por parte de una narrativa medicalizada que de manera sesgada subraya su fragilidad y vulnerabilidad debe cuestionarse. Los estudiantes necesitan de universidades que los formen para una vida de libertad e independencia, no de espacios seguros que les conviertan en unos infantilizados lloricas que exigen protección”[30].

Cruzada inquisidora contra el pensamiento crítico

El asunto crucial de la infantilización de la universidad es que forma parte de una cruzada orquestada contra todo pensamiento crítico e independiente, porque los estudiantes, con la complicidad de grupos de profesores y el grueso de los directivos académicos y administrativos, atacan en forma acotada a quienes se nieguen a plegarse a la nueva ortodoxia woke y a sus rasgos de infantilización. Esto deriva en ataques, denuncias, censuras, expulsiones y juicios arbitrarios de quienes entran a ser considerados enemigos según la nueva inquisición de estudiantes infantilizados.

Todo pensador crítico, profesor independiente, investigador autónomo que requiere de libertad para expresarse libremente es visto como un obstáculo que impide la consolidación de las pautas de infantilización en la universidad. Se requiere que nadie piense, ni dude, ni cuestione y si alguien lo llegase a hacer debe ser callado, censurado y, sobre todo, cancelado. Esto ha llegado a extremos que en otros tiempos no hubieran sido tolerados, como los que se están estableciendo en universidades de los Estados Unidos, en las cuales se institucionalizan sistemas de denuncia tendientes a evaluar en los profesores las microagresiones. En la Universidad de Emery, Estados Unidos, un grupo de estudiantes ha dicho respecto:

“Exigimos que las evaluaciones del profesorado que todo estudiante debe completar por cada uno de sus profesores incluyan al menos dos preguntas abiertas como: “¿El profesor ha cometido contra ti alguna microagresión por tu raza, etnicidad, género, orientación sexual, idioma, y/o cualquiera otra identidad?” y “¿Crees que el profesor encarna la visión de la Universidad de Emery en tanto que una comunidad atenta a los individuos de todas las identidades raciales, de género, de capacidad y de clase?”[31].

Otras universidades llaman a que se denuncien, además de manera anónima, todos los actos que consideren microagresiones y las universidades están formando “equipos de reacción a los prejuicios” que tramiten las quejas de los estudiantes. Al respecto, puede decirse que “Animar a los miembros de una comunidad académica a denunciarse el uno al otro representa un nuevo nivel en la burocratización de la vida del campus. Al informarte, una vez considerado como la personificación de la corrupción moral, ahora se le admira por contribuir a la cruzada contra la microagresión”[32].

Este control seudo moralista destruye el tejido universitario y promueve los comités que intervienen en el desarrollo de las actividades en el aula y en la investigación, para impedir que aquellos que transgredan las normas de infantilización establecidas sean censurados e incluso expulsados, simplemente por expresar sus ideas libremente, impartir cátedras disonantes con lo woke y sugerir lecturas de autores cancelados. Y todo ello se hace a partir de la concepción neoliberal más economicista (la soberanía del consumidor, en el que el consumidor es el que manda) de que los estudiantes tienen todo el derecho para enfrentar todo lo que consideren microagresiones porque son consumidores indignados con las prácticas académicas que se les venden. Si no les gustan porque los temas no les atraen, les parecen incomodos o los traumatizan… pues procedan como cualquier consumidor soberano y exijan el cambio de aquel que les ofrece o les vende un producto académico, al que antes se llamaba profesor.  Y para que el procedimiento sea más efectivo y expedito están los comités que dictaminan, en consonancia con el sentir de sus consumidores indignados y ofendidos, qué es bueno y qué es malo para sus infantilizados estudiantes.

Los efectos sobre la vida universitaria son perversos y destructivos, ya que se enrarece la libertad de cátedra y de pensamiento, y genera el silencio y la autocensura para no ofender a los niños-adultos que de ninguna manera pueden afrontar debates, discusiones, polémicas ‒que forma parte consustancial de la vida académica‒ ya que todo eso es visto como malas acciones, microagresiones que aumentan la vulnerabilidad de los estudiantes en los campus.

Ese es un resultado de lo políticamente correcto y de la infantilización que están destruyendo la universidad desde dentro, en un brutal proceso de autofagia, mientras los acuciantes problemas de nuestra sociedad reclaman una universidad pública, amplia, democrática que contribuya a solucionarlos. Mientras los profesores y estudiantes se ocupan de traumas ficticios, microagresiones, vulnerabilidades individuales y el narcisismo se convierte en el centro de atención de la vida académica América Latina y el mundo se deshacen a pedazos, como si esos asuntos cruciales que afronta la humanidad no tuviera que ver con las comunidades universitarias.

Esto confirma que, en las actuales circunstancias, la universidad está dejando de ser un lugar en el que se piensen y se elaboren proyectos alternativos y críticos, que repercutan en el beneficio de las sociedades y de las naciones, para convertirse en un nicho de mercado capitalista, en el cual el neoliberalismo woke está destruyendo los últimos resquicios de democracia que existían. De esa manera, se impone la dictadura de lo políticamente correcto, el último peldaño en el proceso de destrucción de la universidad, con el agravante que ahora opera desde dentro y desde abajo, agenciado por gran parre de estudiantes, profesores y directivos.

Pese a eso, en muchas universidades siguen existiendo voces críticas de estudiantes y profesores que no se pliegan a los nuevos dictados del neoliberalismo educativo y mantienen, en medio del aislamiento y la marginación, otra forma de concebir la universidad. Allí se encuentra la esperanza para reconstruir una universidad al servicio de la población, donde quepan muchos mundos y saberes y que rompa con la destructora hegemonía de lo políticamente correcto.

Renán Vega Cantor: Investigador independiente

Publicado en Revista Izquierda (Bogotá), No. 123, agosto de 2025.

Una versión abreviada fue publicada en Argentina, por Huellas del Sur, en el Dossier titulado La universidad pública en la encrucijada.

NOTAS:

[1]. Entre algunas de las críticas hechas desde una defensa abierta o algo matizada del capitalismo y de sus pretendidas libertades se encuentran: Axel Kaiser, La neoinquisición. Persecución, censura y decadencia cultural en el siglo XXI, Ariel, Bogotá, 2020; Douglar Murray, La masa enfurecida. Cómo las políticas de identidad llevaron al mundo a la locura, Península, Barcelona, 2022; Alessia Putin Ghidini, Cancelación. Manual contra la dictadura de la ideología, el pensamiento binario y el odio político, Almuzara, Córdoba [España], 2024. Entre algunas críticas a lo políticamente correcto y a lo woke desde la izquierda están: Frank Furedi, Qué le está pasando a la universidad. Un análisis sociológico de la infantilización, Narcea Ediciones, Madrid, 2018; Susan Neiman, Izquierda no es woke, Debate, Bogotá, 2024; José Errasti y Marino Pérez Álvarez, Nadie nace en un cuerpo equivocado. Éxito y miseria de la identidad de género, Deusto, Barcelona, 2022. En estas obras nos hemos apoyado para escribir este artículo.

[2]. Anselm Jappe, La sociedad autófaga, Capitalismo, desmesura y autodestrucción, Pepitas de Calabaza, La Rioja, 2020.

[3]. Nancy Frazer, Capitalismo caníbal. Qué hacer con este sistema que devora la democracia y el planeta y hasta pone en peligro su propia existencia, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2023.

[4]. Héctor Díaz Polanco, Etnofagia y multiculturalismo, Disponible en: https://antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=1020, octubre 17 de 2006. (Énfasis nuestro).

[5]Ibid.

[6]. J. Errasti y M. Pérez Álvarez, op. cit., p. 94.

[7]. A. Putin Ghidini, op. cit., p. 231.

[8]. A. Kaizer, op. cit., pp. 65 y ss.

[9]. Daniel Giglioni, Crítica de la víctima, Herder, Barcelona, 2020, p. 94.

[10]Ibíd. p. 109.

[11]. F. Furedi, op. cit., p. 14.

[12]. A. Kaiser, op. cit,  p. 109.

[13].  Ibíd, p. 138.

[14]Ibíd, pp. 112-113.

[15]. J. Errasti y M. Pérez Álvarez, op. cit., p. 248.

[16]. Citado en J. Errasti y M. Pérez Álvarez, op. cit., pp. 248-249.

[17].  J. Errasti y M. Pérez Álvarez, op. cit. p. 250.

[18]Ibid. p. 253.

[19]. Elena Poniatowska, “Gabino Palomares: Las canciones no hacen la revolución, pero las revoluciones se hacen cantando”, La Jornada, septiembre 10 de 2017. Disponible en https://www.jornada.com.mx/2017/09/10/opinion/a04a1cul

[20].  Citado en F. Furedi, op. cit., pp. 43 y 29.

[21]. Citado en A. Kaiser, op. cit., p. 42.

[22].  F. Furedi, op. cit, p. 15.

[23]Ibid., p. 104.

[24]. Citado en Susan Neiman, Izquierda no es Woke, Debate, Bogotá, p. 18.

[25]. Información disponible en: https://www.airedesantafe.com.ar/mundo/le-retiraron-un-premio-al-biologo-evolutivo-richard-dawkins-sus-comentarios-personas-trans-n198423

[26]. F. Furedi, op. cit. p. 116.

[27]. Citado en D. Murray, op. cit., pp. 176-177.

[28]Ibid., p. 177.

[29].  J. Errasti y M. Pérez Álvarez, op. cit., pp. 284-285.

[30]Ibid., p. 29.

[31]. F. Furedi, op. cit. p. p. 136.

[32]Ibid., p. 137.

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El triple femicidio: Marchas masivas contra la complicidad del gobierno (a)narcocapitalista de Milei

Por Emilia Trabucco

El país atraviesa días de conmoción. El triple femicidio de Brenda del Castillo, Morena Verdi y Lara Gutiérrez no solo desnudó la brutalidad del narcotráfico en los barrios populares, sino que también catalizó un debate urgente sobre cómo los discursos mediáticos, políticos y digitales recrudecen la violencia contra las mujeres.

A la par, el espacio de Javier Milei enfrenta el escándalo ligado al primer candidato a diputado nacional por La Libertad Avanza en la provincia de Buenos Aires, José Luis Espert, con nuevas pruebas que demuestran el financiamiento para su campaña de Federico “Fred” Machado, un narco con pedido de extradición desde los Estados Unidos, que goza de impunidad en su country de Río Negro, protegido por la Corte Suprema de Justicia. Además, Machado comparte abogado con Javier Milei —el penalista Francisco Oneto— quien estaría actuando en las maniobras legales para frenar su extradición y mantenerlo bajo control judicial nacional

En el Congreso, el pedido de apartamiento de José Luis Espert ganó volumen tras las denuncias: la oposición reclama su remoción inmediata de la presidencia de Presupuesto y Hacienda. A ese entramado se suma la candidata de LLA en Río Negro, Lorena Villaverde, a quien el diputado Martín Soria exhibió en el recinto con una causa por tenencia de cocaína en Florida (2002) y con antecedentes locales por estafas y lavado; y su pareja, Claudio Cicarelli, vinculado societaria o familiarmente a Machado y a su logística política. Un cuadro de compatibilidades operativas entre un legislador clave en el debate del Presupuesto, una candidata oficialista y un circuito narco–financiero hoy bajo pesquisa judicial.

Este entramado es apenas una muestra de las relaciones de impunidad que sostienen al gobierno (a)narcocapitalista de Milei. No se trata sólo de Espert y de su vínculo con Villaverde y Cicarelli. La impunidad alcanza también al ministro de Salud, Mario Lugones, de quien casi no se habla pese a cargar con la responsabilidad política de casi un centenar de muertes por fentanilo contaminado y de más de sesenta pacientes oncológicos que quedaron sin medicación en medio del colapso sanitario.

Junto a su hijo Rodrigo Lugines y con conexión directa a Santiago Caputo, los Lugones son los hombres en el Estado que operan el lobby con farmacéuticas, financieras y tecnológicas, buscando la supuesta “libertad” de mercado que, en los hechos, es la cobertura para negocios ilegales y circuitos opacos de acumulación. Todo esto ocurre en el mismo esquema de poder donde las grandes agroexportadoras continúan enriquecidas, asegurándose el control de los puertos por donde salen no sólo las riquezas nacionales sino también los cargamentos del narcotráfico hacia Europa.

Al mismo tiempo, los medios hegemónicos y las redes sociales digitadas por los cómplices del gobierno y los verdaderos dueños del negocio narco cumplieron su función: desviar la atención. En lugar de investigar a las tramas empresariales y políticas que sostienen el circuito de la droga, se dedicaron a construir la escena de unos jóvenes de nacionalidad peruana como “los capos” detrás del triple femicidio. La operación es clara: trasladar la culpa hacia los sectores populares y migrantes, estigmatizarlos y criminalizarlos, mientras se oculta que son precisamente esos sectores quienes sobreviven en territorios donde el narco organiza la vida cotidiana en el marco de la miseria y la exclusión que los mismos poderes concentran y reproducen.

Más grave aún fue el dedo señalador de los discursos mediáticos sobre las víctimas. El hallazgo de los cuerpos de las tres jóvenes no se narró desde la indignación ante el femicidio, sino desde un relato moralizante que escarbó en sus formas de vida, sus trabajos y sus vínculos personales. Así, en lugar de denunciar a los responsables, los medios instalaron la sospecha sobre las propias mujeres asesinadas, reproduciendo un mensaje de disciplinamiento que legitima la violencia. Frente a esta operación, las organizaciones feministas volvieron a marcar el límite en las calles: “No hay buenas o malas víctimas, hay femicidios”.

Las marchas de este sábado, que unieron a miles de personas en la Ciudad de Buenos Aires y en distintos puntos del país, dieron una respuesta política contundente de memoria, organización y denuncia. Las familias de Brenda, Lara y Morena encabezaron la gran movilización en la capital, que fue reprimida por las fuerzas de seguridad, cuyos efectivos descargaron su violencia contra la madre y el hermano de una de las víctimas, mostrando una vez más la crueldad de un gobierno fascista, autoritario y misógino.

Los feminismos responden con más política y más organización. Periodistas y colectivos remarcan que nombrar a las víctimas, visibilizar la violencia y señalar la responsabilidad de quienes habilitan discursos de odio es clave para frenar la impunidad, mientras algunos sectores del progresismo quedan encerrados en repudiar la supuesta capacidad de “cancelación” de los feminismos a varones que banalizan la violencia y la cultura de la violación.

Lo que está en juego excede a Espert. Se trata de una forma de hacer política sostenida en recursos de origen opaco, en vínculos con empresarios asociados a maniobras ilícitas y en la banalización de la violencia de género como un problema secundario frente a los intereses del capital concentrado. No es casual que Javier Milei haya declarado en campaña que “si tuviera que elegir entre el Estado y la mafia elegiría la mafia”. Más que una provocación, la frase condensa un programa: el reemplazo de la legalidad democrática por una lógica que legitima el poder mafioso como principio de orden.

El triple femicidio de Brenda, Morena y Lara desnudó también las deudas históricas de la democracia. Expuso las condiciones de los territorios a los que no llegaron las políticas públicas, tampoco durante gobiernos populares, y la exclusión de millones de personas, en su mayoría jóvenes, a quienes la política no les ofrece condiciones para pensar otro futuro posible para ellos y sus familias. Jóvenes que son víctimas de la desigualdad estructural y de un sistema democrático que se fue degradando, quedando impotente frente a las demandas de amplios sectores que nunca fueron reconocidos como sujetos de derecho.

Las mujeres y diversidades sufren, además, las consecuencias de desigualdades estructurales que no han sido parte de las agendas urgentes de las organizaciones políticas tradicionales. La búsqueda de justicia por ellas debe transformarse, de una vez por todas, en la decisión política del campo popular de abrazar la dignidad de las grandes mayorías, frente a un gobierno que avanza en el exterminio de toda expresión política y social que se le oponga. En esa disputa, los feminismos populares han sido señalados como su principal enemigo, precisamente por su capacidad de denunciar y de tejer alianzas para reconstruir los lazos sociales que la mafia que gobierna la Argentina vino a destruir.

Argentina | El triple femicidio: marchas masivas contra la complicidad del gobierno (a)narcocapitalista de Milei – Por Emilia Trabucco

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