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El verdadero nombre de la paz

Por: Williams Ospina

Los estudiosos de la historia de Colombia habrán advertido repetidas veces que los procesos de paz que diseña la dirigencia colombiana nunca traen la paz al país.

A veces logran un alivio momentáneo de las tensiones sociales, como en la amnistía a los guerrilleros liberales de los años 50, que fueron después traicionados; a veces crean la ilusión de un gran cambio histórico, que los meses se van encargando de atenuar, como en la reinserción del M-19; a veces desencadenan nuevas violencias, como los diálogos con las Farc en tiempos de Belisario Betancur, que produjeron el holocausto de la Unión Patriótica, o como los diálogos del Caguán, que intensificaron la violencia paramilitar.

Ello debería enseñarnos, no que la paz no es posible, sino que es compleja, y que requiere enfrentar en su profundidad las causas de la violencia y empeñarse en corregirlas. Mientras los esfuerzos sean parciales, es un error llamarlos la Paz, porque se generan unas expectativas que la realidad no tarda en disipar.

Hasta ahora la característica común de esos procesos es que siempre procuran señalar la responsabilidad de uno de los bandos: guerrilleros liberales, M-19, Farc, paramilitares, pero la dirigencia nacional siempre se absuelve a sí misma. Es más, siendo grandemente responsable de las condiciones que producen la violencia y que la prolongan, la dirigencia que formatea esos procesos siempre es la que juzga y la que perdona, o la que acusa y prohíbe el perdón.

Más que otras veces, ahora se ha llamado pomposamente paz al proceso de desarme y desmovilización de las Farc, aunque nadie ignora que es largo el camino que va de La Habana a una paz verdadera. Por varias razones: una, porque el conflicto con las Farc, siendo tan largo y tan costoso en vidas y en recursos, es apenas uno de los muchos conflictos que vive Colombia. Existen otras guerrillas, existe la violencia del narcotráfico, existen las bandas criminales, el nombre que ahora reciben los paramilitares al servicio del narcotráfico aliados con la delincuencia común, existen muchas formas activas del crimen organizado, múltiples formas de economía ilegal, algunas altamente depredadoras de la naturaleza, y un creciente fenómeno de corrupción que agrava el sentimiento de desamparo de las comunidades y su desencanto ante la política.

Como la naturaleza, la violencia colombiana le tiene horror al vacío, y en su caldo de cultivo no se puede hacer desaparecer a un actor violento sin que venga otro a reemplazarlo enseguida, a veces con mayor ferocidad. Las Farc, por ejemplo, eran crueles e implacables en su lógica de secuestros y asaltos, pero como necesitaban de los campesinos tenían que obrar como un escudo de protección para los pequeños cultivadores desamparados por el Estado, de modo que su desaparición, en el contexto de un Estado que tiene dificultades para reemplazarlos en sus funciones e incluso para garantizar su segura desmovilización, podría dejar a los cultivadores en manos de la violencia sin freno de las mafias.

Es el caso en que males más incontrolables reemplazan a los males conocidos: un proceso de paz tendría no solo que prever estas cosas sino que estar en capacidad de resolverlas, si no quiere obrar como el aprendiz de brujo que libera una fuerza y después no sabe cómo contenerla. Además, de algún modo habría que aprovechar esas fuerzas antes ilegales, que pueden volverse aliadas del Estado, para que contribuyan al avance de una mínima institucionalidad que le sirva a la gente sin violencia y con beneficios reales.

El diálogo reciente careció de un proyecto de juventudes en un país donde los jóvenes son la guerra. La prueba de que este es un conflicto parcial es que el diálogo se centró en asuntos agrarios siendo Colombia un país donde el 80 por ciento de la población está en las ciudades. Miles y miles de jóvenes sin oportunidades, sin educación, sin un horizonte de vida que les ofrezca dignidad y seguridad, tienen que venderse a la violencia porque sólo la violencia les brinda algún ingreso.

Quien esté interesado en la paz de Colombia tiene que considerar una estrategia de ingreso social que les brinde a los jóvenes la posibilidad de sobrevivir y capacitarse, cumpliendo tareas que fortalezcan su sentimiento de pertenencia a la sociedad y su compromiso con ella. En un momento de la historia en que el mundo entero requiere planes de reforestación, protección de la naturaleza, cambio de paradigmas en el modo de vivir y de consumir, recuperación de valores esenciales, solidaridad, acompañamiento de sectores vulnerables, liderazgo cultural y reinvención de los modelos de emulación social, es prioritario brindar a los jóvenes la oportunidad de protagonizar los cambios civilizados, para lograr incluso algo asombroso pero harto posible: que la proverbial abnegación de los jóvenes les permita ser ejemplares para una sociedad que nunca supo ser ejemplar con ellos.

La dirigencia le ha fallado tanto al país que cierto rechazo popular a los acuerdos se debe a la creencia de que les van a dar a los reinsertados oportunidades que el resto de la sociedad no ha tenido.

Lo alarmante del plebiscito de octubre de 2016 no es que el No haya ganado con el 20 % de los votos, y ni siquiera que el Sí apenas haya obtenido menos del 20 %, sino que el 80 por ciento de la población le haya dado la espalda a un proceso que era una gran oportunidad para el país. Porque una indiferencia del 60 % y un rechazo del 20 % prometen poco en términos de aclimatación social de una paz que no puede llegar si la ciudadanía no se la apropia, una paz que en realidad ni siquiera hay que hacer con la ciudadanía sino en la ciudadanía. La paz tienen que ser los ciudadanos: sólo ellos pueden ser la convivencia y la reconciliación, sólo ellos pueden ser el perdón y la memoria, la solidaridad y la construcción de otra dinámica de la vida en comunidad.

El crecimiento actual de los cultivos ilícitos nos debe recordar que la hoja de coca es uno de los únicos productos de la pequeña agricultura colombiana que tienen demanda y consumo en el mercado mundial. Bien sabían los funcionarios de Naciones Unidas que formularon el malogrado proyecto de diálogo del Caguán que no sería posible un proceso de paz sin una suerte de Plan Marshall para la reconstrucción del campo colombiano, que no fue arruinado sólo por la guerra sino por una política de desmonte de la agricultura, un cierre de oportunidades para los pequeños productores y un retroceso de la economía al extractivismo del siglo XVI.

Diseñar la economía pensando sólo en vender las riquezas naturales, explotando el suelo desnudo, despojó de estímulos a la producción, vulneró la ética del trabajo, estimuló el culto a la riqueza sin esfuerzo y fortaleció la corrupción, porque las sociedades vigilan y defienden sobre todo lo que es fruto de su labor, la economía que brinda subsistencia pero también sentido de pertenencia y dignidad. Si el mundo quiere la paz de Colombia no puede seguir consumiendo sólo su petróleo, su carbón y su cocaína, tiene que contribuir a la reconstrucción de la economía real, que podría ser una floreciente alianza de la productividad con el conocimiento, en uno de los países más biodiversos del mundo.

Ya la economía cafetera, que le permitió al país vivir modestamente pero con dignidad durante cien años, ha demostrado que hay formas posibles muy refinadas de participación de una sociedad campesina en el mercado mundial. La producción cafetera, democrática, sofisticada y ejemplar, tendría que ser un modelo, aunque estoy lejos de pensar que en nuestra época podamos vivir sólo de la pequeña producción campesina.

Pero también hay una combinación alarmante en Colombia: una clase terrateniente que es dueña de la mitad de la tierra productiva, pero que no tiene ninguna vocación empresarial. A nadie le importaría de quién es la tierra si produjera lo que puede y tributara lo que debe, pero esos millones de hectáreas a la vez confiscadas e improductivas, la cósmica ineptitud de un modelo de propiedad que sólo adora el alambre de púas, están en la base de muchos de nuestros males.

La corrupción de hoy, la danza de los millones en la contratación pública, que ha corrompido la ley y la justicia, reposa sobre una corrupción anterior: la privatización de los mecanismos electorales, la construcción de un Estado de privilegios que se reelige manteniendo a la ciudadanía en la ignorancia y en la indiferencia. Esa es la otra violencia, que está en la raíz de todo, y que hace que cada diez años haya que hacer una reinserción de guerreros pero que nunca se haga el urgente proceso de paz entre el Estado y la sociedad, entre la vida y la política.

Sólo una cosa podemos esperar hoy: que la expectativa que ha despertado en un sector consciente de la sociedad el proceso de diálogo y la desmovilización de las Farc, unido al tremendo desprestigio de la dirigencia colombiana, a la que le interesa mucho desarmar a los insurgentes pero no abrirle horizontes de participación y de iniciativa a la comunidad, despierte en sectores cada vez más amplios la necesidad de un nuevo proyecto de país y el afán de hacer realidad unas reformas económicas y sociales que han sido aplazadas por muchas décadas, y la condena histórica a una dirigencia que persiste en su mezquindad y en contagiar su discordia. No sólo los mercaderes que envilecen la política, sino los grandes poderes económicos que se lucran de la miseria, de la depredación de la naturaleza y de la entrega del país al pillaje legal e ilegal.

El verdadero nombre de la paz en Colombia es democracia: el fin de las maquinarias y el diseño de una economía que beneficie por fin a la gente, y sincronizar la agenda nacional con la urgente agenda del mundo: energías limpias, protección de la naturaleza, detener y revertir el cambio climático, poner a la comunidad en el primer lugar de las prioridades, y convertir la cultura en el dinamizador de una sociedad de creación.

Fuente:https://www.rebelion.org/noticia.php?id=235208

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Necesitamos universidades así

Mauricio Mora Rodríguez

¿En qué pueden ayudar las universidades después de la firma del acuerdo con las FARC?

El 27 de julio del 2016 apareció en El Espectador una entrevista con Jairo Torres, rector de la universidad de Córdoba, quien está proponiendo un modelo para atender algunas necesidades de su departamento en el posconflicto. Es un plan conocido como “Plan Paz Córdoba”.

Es necesario que las universidades se sienten a pensar en cuáles de los seis puntos acordados en La Habana pueden ayudar, por ejemplo: ¿cómo hacer para promover la verdadera reinserción de los armados a la vida civil? ¿Cuál puede ser la forma para visibilizar a las víctimas?

No ha sido una idea espontánea. Según el rector Torres, se ha venido trabajando desde hace años en la investigación y visitas a las comunidades para lograr identificar las necesidades en las que la Universidad pueda aportar. Él nombra dos: seguridad alimentaria y erradicación del analfabetismo. Por estos días ha sido invitado a La Habana a socializar su proyecto.

Es admirable que en un lugar que ha sido tan golpeado por la violencia como el departamento de Córdoba, la Universidad haya querido hacerse un espacio como generadora de cambio social; su experiencia es un ejemplo de cómo la academia puede servir más efectivamente a las necesidades de las comunidades a las que se circunscribe.

Noticias como esta deberían ser un ejemplo para otros entes educativos, pero lamentablemente parece un caso aislado, como en casi todo lo que pasa en el país, la universidad pública en muchas regiones simplemente es sólo otra tajada del ponqué burocrático, otro lugar en donde se ponen cuotas y se hace visible el clientelismo y la corrupción.

Necesitamos que las universidades, sobre todo las de provincia, generen espacios de reflexión y análisis acerca de lo que puede ser su papel después de la firma del acuerdo con las FARC, que se sienten a pensar en cuáles de los seis puntos acordados en La Habana pueden ayudar, por ejemplo: ¿cómo hacer para promover la verdadera reinserción de los armados a la vida civil? ¿Cuál puede ser la forma para visibilizar a las víctimas?

Se necesita que la universidad piense, también, cómo puede generar un debate sano sobre la manera en la que se estuvieren llevando a cabo los distintos procesos acordados por las partes. También puede hacer mediación y veeduría acerca de la implementación de los acuerdos y fortalecer sus procesos de investigación en las comunidades para encontrar las necesidades y plantear las soluciones.

No hay que olvidar que es necesario el apoyo estatal para que estas ideas no se queden en el papel. Si el Gobierno Nacional busca la consolidación de la Paz, es de vital importancia que las universidades se encuentren fortalecidas, no habría ni que hablar de esto, pero sabemos cuál es la situación en la que se encuentran muchas de estas instituciones de educación superior y cómo en un gran número están casi desfinanciadas.

De manera que el país requiere mucho más del compromiso de sus universidades para poder hacer frente al nuevo orden nacional que se aproxima con la firma del acuerdo de La Habana y la incorporación de las FARC como partido político, así que con mucha razón dice el rector Torres: “El verdadero nombre de la Paz es educación”.

Adendo: ¿Hasta cuándo le dejaremos al omnipotente Icfes la potestad para decidir quiénes son ‘pilos’ y quiénes no? ¿Cómo puede una prueba tipo test decidir tantas cosas para el futuro de nuestros jóvenes?

Fuente del articulo: https://compartirpalabramaestra.org/columnas/necesitamos-universidades-asi

Fuente de la imagen:

https://compartirpalabramaestra.org/sites/default/files/styles/articulos/public/field/image/nec

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Universidades públicas vs. universidades privadas

Por: José Manuel Restrepo

Ha habido dos avances muy importantes en la construcción del sistema de educación superior en Colombia. Uno es el que diferencia entre universidades de excelencia y las que no lo son, independientemente de su carácter oficial o privado, y otro es el que enfatiza el entender la calidad de forma multidimensional.

Estos temas son pertinentes ahora que se hicieron públicos los resultados de un estudio del Banco de la República que evaluó el desempeño de los egresados de la educación superior colombiana, comparando los resultados en función de su condición de provenir de universidades oficiales o privadas. El trabajo hace uso de un medio puntual para medir la calidad de la educación superior recibida que corresponde al valor agregado. Este indicador verifica el aporte que realiza la universidad, basado en el avance entre el desempeño del estudiante en las pruebas de entrada a la universidad (examen Saber 11) con respecto a su desempeño en las pruebas de salida (examen Saber Pro). El resultado a que llega es que existe un mejor desempeño en dicho puntual indicador, entre los estudiantes matriculados en universidades oficiales y aquellos matriculados en universidades privadas, muy especialmente en programas de ingeniería, con resultados mucho menos o incluso no contundentes en áreas como medicina, derecho o economía.

Del estudio pueden hacerse varias reflexiones, sin embargo, un primer reconocimiento es para el hecho de haber usado una medición de valor agregado. Este instrumento tiene la virtud de medir el desempeño de la institución educativa. Siempre es más fácil, en educación superior, recibir a los estudiantes de los mejores colegios del país para sacar de ellos buenos egresados, por oposición a dar un valor añadido a aquellos que vienen de contextos y entornos con menores posibilidades, recursos y nivel académico.

Estudios similares a este se han hecho entre universidades acreditadas institucionalmente (superando el criterio de sólo programas acreditados, que no discrimina igual) y aquellas que no lo son, sean oficiales o privadas, llegando a la conclusión de que no importa tanto el carácter de oficial o privado, sino el compromiso o no de la institución con prestar un servicio con excelencia. Esto debe llevar a reconocer la gigante heterogeneidad del sistema de educación superior colombiano, en el que conviven universidades de excelencia y otras de muy bajo nivel de calidad, independientemente de su condición publica o privada. Se hace entonces indispensable fortalecer los mecanismos de regulación de la calidad del sistema para todos y minimizar las brechas.

Algunos han querido usar este resultado para descalificar subsidios a la demanda (tipo Ser Pilo Paga o similares), sin embargo, llegar allá supone mucho más por analizar. En primer lugar, el propio criterio de calidad de la educación superior, que no es sólo un tema de valor agregado y supone ver asuntos como recursos disponibles (profesores, acceso al conocimiento, tecnología, infraestructura, etc.), producción científica, pertinencia de los programas, empleabilidad, desempeño y remuneración laboral al terminar la carrera, experiencia universitaria, entre muchos más. Posiblemente esto explica que en el programa Ser Pilo Paga, los “pilos”, en más del 80%, escogen libremente universidades privadas acreditadas.

En cualquier caso, este estudio es una buena oportunidad para reclamar al Gobierno Nacional muchos más recursos directos para las universidades oficiales, incluso más allá de lo que contempla la actual reforma tributaria, y que den respuesta a necesidades anuales urgentes por más de $1 billón y de inversión de más de $10 billones. Pero también para invitar a que no se genere esta discusión superada entre oficiales y privadas, y más bien a que muchas más privadas se comporten como oficiales en el sentido de abrir oportunidades a estudiantes provenientes de contextos sociales y económicos distintos, y a que entre todos construyamos una nación más equitativa y con educación de calidad para todos.

En síntesis, este estudio puede ser una razón más para fortalecer los subsidios de oferta y perfeccionar los subsidios de demanda a aquellas universidades (ojalá cada vez más) que se comprometan con la calidad y la equidad en la educación superior en el país. Este es uno de los caminos deseados y necesarios en el posconflicto.

Fuente:http://www.elespectador.com/opinion/columna-42

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Ministra de Educación de Colombia: “Hay que impulsar la formación de docentes para la paz»

Colombia / mba.americaeconomia.com / 8 de febrero de 2017

La ministra de Educación de Colombia, Yaneth Giha, dice que se ha avanzado en detener la deserción universitaria, pero preocupa la brecha entre zonas urbanas y rurales. Solo el 22 % de los bachilleres del campo acceden a la educación superior. En 15 años la meta es pasar de 28.000 a 135.000 matriculados.

Accesibilidad, deserción y posconflicto son solo algunos de los retos que mantienen despierta a Yaneth Giha, quien apenas hace tres meses se estrenó como ministra de Educación, después de estar dos años al frente de Colciencias. Y ya tiene propuestas para cada uno de estos retos, que concibe como un paso determinante en el objetivo de convertir a Colombia en el país mejor educado de Latinoamérica para 2025.

-¿Cuál es su principal desafío como ministra de Educación en lo que resta del gobierno Santos?

Elevar la calidad de la educación para acercarnos a la meta de hacer de Colombia el país mejor educado de América Latina. Además, tenemos un desafío muy importante: formar mejores seres humanos, que practiquen el respeto, la honestidad, la solidaridad y otros valores fundamentales para construir paz. Ese es el mejor aporte que podemos hacerle al posconflicto.

-¿Realmente ve posible cumplir la meta de ser el país más educado de América Latina en 2025?

Por supuesto. Los resultados de las pruebas PISA, en los que Colombia se destacó como uno de los tres países que mejoraron su desempeño en las áreas evaluadas (22 puntos más en lectura, 17 en ciencias y 14 en matemáticas), demuestran que podemos.

-¿Hasta ahora qué logros se han materializado en la persecución de esta meta?

Le menciono dos: la excelencia docente y los avances en calidad. 4.667 profesores están cursando maestrías en las mejores universidades del país. Esto se traduce en estudiantes que salen del colegio mejor formados y con más oportunidades de acceder a la educación superior. Y ya son 47 las instituciones de educación superior con acreditación de alta calidad, que pueden ofrecerles a sus egresados mayores posibilidades de enganche laboral y mejores salarios.

-Sin embargo, la Encuesta Integrada de Hogares del DANE reveló que el 49,57 % de los jóvenes que se graduaron en 2014 prefirieron trabajar que seguir estudiando. ¿Qué factores han identificado como responsables?

La falta de capacidad económica de las familias para pagar la educación de sus hijos y la necesidad de los jóvenes de aportar al hogar, especialmente en zonas rurales. Por eso la importancia de programas como Ser Pilo Paga, que hoy beneficia a más de 30.000 estudiantes talentosos que por falta de recursos no habrían podido acceder a la universidad.

-¿Qué otras iniciativas se están implementando?

El Gobierno actual ha hecho posible el ingreso de 403.022 colombianos a la educación superior con líneas de crédito por medio del Icetex. Adicionalmente, más de 257 mil jóvenes han podido estudiar gracias a la entrega de créditos condonables y apoyos de sostenimiento.

-¿Qué tanto ha disminuido la deserción universitaria?

En los últimos cinco años evitamos que más de 40.000 jóvenes abandonaran la universidad. Entre 2010 y 2015, la deserción en los programas de formación profesional universitaria pasó del 12,9 % al 9,25 %, gracias al Sistema para la Prevención de la Deserción, al esfuerzo de las instituciones por garantizar la permanencia de sus alumnos y a estrategias de orientación socioocupacional para que los bachilleres tomen mejores decisiones al definir su futuro.

-Entre las causales de deserción priman los factores económicos. ¿Es posible mejorar el sistema de apoyo financiero para la educación superior?

La reforma tributaria, recientemente aprobada por el Congreso permite la creación del sistema de Financiación Contingente al Ingreso (FCI), que desde 2018 reconocerá las características individuales de cada persona, es decir, le permitirá aportar de acuerdo con sus ingresos y solo cuando comience a percibirlos; elimina el concepto de codeudor, intereses de mora y el reporte en centrales de riesgo. La reforma también contempla beneficios tributarios para quienes realicen donaciones a la educación, de tal forma que podamos tener más recursos para financiarla.

-¿Cómo le ha ido a la primera generación de “pilos” tras dos años de inicio del programa?

Estamos muy contentos con los resultados. Evaluaciones de impacto externas han demostrado que ser beneficiario de Ser Pilo Paga disminuye el riesgo de deserción y aumenta la probabilidad de tener más materias aprobadas. Algunos estudiantes ingresaron a la universidad con desventajas en su rendimiento en áreas como matemáticas, pero después de iniciar su pregrado, cerraron la brecha. De las primeras dos versiones de Ser Pilo Paga, menos del 1 % ha desistido del programa.

-¿Cómo se están incentivando desde el Ministerio programas e iniciativas que propendan por la reconciliación y promuevan una educación para la paz y el posconflicto?

El reto es enorme. Tenemos que cerrar las brechas que existen en educación superior entre zonas urbanas y rurales. Solo el 22 % de la población rural graduada del colegio tiene tránsito inmediato a la educación superior. Por eso nos hemos propuesto incrementar la matrícula en educación superior rural para pasar de 28.000 jóvenes a 135.000 en un plazo de 15 años, fortaleciendo la infraestructura física y tecnológica, generando una oferta pertinente, fomentando el acceso y la permanencia e impulsando la formación de docentes para la paz.

Fuente:http://mba.americaeconomia.com/articulos/entrevistas/ministra-de-educacion-de-colombia-hay-que-impulsar-la-formacion-de-docentes

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Entrevista a Jesús Martín Barbero: «Necesitamos jóvenes problemáticos»

05 de Febrero 2017/Fuente: Colombia2020/Autor: Nicolás Sánchez

Con casi 80 años, el académico es contundente en criticar las políticas educativas del gobierno de Juan Manuel Santos y en aseverar que no aportan a la paz ni reflejan las necesidades de los jóvenes. Tal y como, según él, pasa con las escuelas.

Jesús Martín Barbero recuerda el momento, en los años 60, en el que Manuel Marulanda Vélez, más conocido como ‘Tirofijo’, declaró que Marquetalia, Riochiquito y El Pato Guayabero como zonas libres de América. Se encontraba en la Universidad Nacional y el furor revolucionario hacía parte de la vida estudiantil.

Desde aquella época, Martín se ha dedicado a estudiar las transformaciones culturales y es testigo de los cambios que ha habido en Colombia. En Cali fundó el Departamento de Comunicaciones de la Universidad del Valle, en donde trabajó de la mano con referentes de la cultura caleña como el escritor Andrés Caicedo y el cineasta Carlos Mayolo. “Yo me enamoré de la gente joven de Cali”, cuenta. Sin embargo, de esa ciudad tuvo que salir en 1996 porque las presiones del Cartel del Norte del Valle se cernían sobre la universidad.

Martín no es políticamente correcto. Asevera que en Colombia “hay escuelitas para formar periodistas, pero les falta mucho país”. Ha criticado las posturas de la izquierda frente a la cultura y cuenta que tuvo problemas con gobiernos del siglo XX “por pensar con mi propia cabeza”, dice. Además, entre el 2000 y el 2003 se tuvo que exiliar en México.  

Su producción ha girado en torno a dos temas: la juventud y la cultura. Sus libros son consultados en las facultades de periodismo y de trabajo social en todo el país. Al filo de cumplir 80 años, está por publicar un nuevo libro sobre la juventud.

Ese nuevo texto que estaría listo en abril de 2017 verá la luz en un momento en el que la juventud ha empezado a reclamar espacios en la construcción de paz. Esto, luego de que se conocieron los resultados del plebiscito para refrendar el Acuerdo de La Habana entre el Gobierno y la guerrilla de las Farc.

Los jóvenes han empezado a tomarse las calles de varias ciudades del país pidiendo que su consigna de paz no se fuera al traste debido a la victoria del No. Desde ese momento, han pedido celeridad en el cumplimiento del acuerdo al que llegaron el Gobierno y la guerrilla. A su vez, se han reunido en la Plaza de Bolívar de Bogotá para exigir que el proceso de diálogo con el ELN arranque cuanto antes.

Jesús Martín Barbero camina pausadamente pero su tono es vivaz.  “Cuando uno está viejo, regular es lo mejor que se puede estar”, bromea. Este español llegó a Colombia en 1963, se fue en el 68, y regresó en el 72. Volvió a buscar a la mujer que sería su esposa y con quien echó raíces y tuvo dos hijos.

En esta entrevista habla sobre lo que el país tiene que cambiar para que “la paz” dialogue con los jóvenes.

-¿Cómo siente usted que las universidades están preparando a los jóvenes para este momento histórico donde se empieza a hablar incluso de posconflicto? 

La verdad es que los jóvenes no son una referencia para las universidades, son alumnos. La palabra alumno está por encima de niño, adolescente y joven. Pidiéndole perdón a Gina Parody, ella no se ha enterado de eso. En sus pretendidas reformas no se ha enterado de lo que son las escuelas. Los maestros que no son capaces de entender ni a los niños, menos a los adolescentes y menos a los jóvenes. Hay un desconocimiento muy fuerte de lo que está pasando en el mundo joven. Hay un montón de clichés religiosos y psicológicos que vienen muy bien para calmar la consciencia de los papás y de los maestros.

La clase media en Colombia apenas acaba de subir y tiene mucho miedo de bajar, entonces le apuesta a que sus hijos, con el mayor amor del mundo, salten y puedan llegar más lejos que ellos. La obsesión es el éxito social. Allí hay una trampa que se le está haciendo al país.

Hay una cierta mala consciencia de que el país no está entendiendo a sus jóvenes y por eso se ha venido toda esta vaina educativa, pero lastrada por esta huevonada de Pisa. No saben qué es Pisa ¡Es una empresa privada, no es pública! Depende de un conglomerado de empresas privadas. Hay un documento contra Pisa de cientos de investigadores europeos y gringos, pero en este país nadie lo ha leído.

-¿Cómo salir de esas trampas para hacer de los jóvenes un sector social que impulse la construcción de paz?

El lugar clave para eso es la escuela, el sistema educativo. Por eso yo soy muy duro en mi crítica porque las dos primeras ministras que tuvo Juan Manuel Santos no tenían nada que ver con la educación y la última es una señora que ha trabajado la mitad de su vida en el Ejército, que es de lo más retrogrado y de lo más inculto que haya habido.

Las claves para entender el mundo de los jóvenes son la escuela y los cambios de costumbres. No estoy diciendo que los maestros no quieren entender a los jóvenes, el tema es que ellos no están ahí para entenderlos, están para hacer lo que dicta el Estado.

En este momento estoy trabajando con un pequeño grupo de la Secretaría de Educación de Bogotá en formación de maestros, eso es cambiarles el chip. Por más de que el sistema de Estado haga los programas, ellos tienen que asumir la transformación de esos programas para que realmente sirva a la vida de los niños y de los jóvenes como sujetos humanos. Eso significa que tienen vida propia, que hay cosas que les gustan y cosas que les revientan.

-¿En Colombia se ha dejado de lado a los jóvenes como sujetos?

La prueba que tengo que en este país no se forman sujetos es que la gente no aprende a escribir, aprende a hacer tareas, no a escribir, no a contarse, no saben contar su vida. Pasan a la universidad y les preguntan de dónde vienen, pero no saben cómo responder. Sus padres y sus abuelos son eso, la memoria. Un mínimo de memoria.

-Usted ha hecho un llamado a poner el presente de los jóvenes en historia. Estamos en un momento histórico en el que necesitamos empezar a construir memoria ¿Cómo aterrizar el llamado que usted hace a esa construcción de memoria que estamos por empezar?

Ese es uno de los temas más importantes de mi vida. Yo nací con una España que estaba en guerra y viví las transformaciones de la memoria. Es decir, qué se recordaba antes de la guerra y qué se podía recordar después, porque tuvimos 50 años de franquismo.

Los historiadores estudian historia de atrás para adelante, los niños, los adolescentes y los jóvenes la estudian a partir de su presente. Para que la historia se convierta en memoria de los muchachos hay que partir de su presente. Hay que poner el presente en historia, eso nunca lo ha hecho la escuela.

Los profesores tendrían que escribir sobre la memoria de los niños. Ahí vamos a empezar a saber para dónde vamos. Si fuéramos capaces de empezar las clases diciendo de dónde vengo yo, de dónde vienes tú. Poner eso en común es transformar un montón de alumnos en una escuela de aprendizaje mutuo.  Lo que tú eres es el resultado de unas culturas, de unas memorias.

-Existe mucho miedo de mostrarles a los niños y a los adolescentes las atrocidades que se han cometido en el país ¿Cuál es su opinión frente a eso?

Yo pienso que no es solo miedo, es no entender qué es un país. Un país es una historia en común y esa historia tiene un montón de relatos. Yo descubrí que contar es la palabra más importante del castellano y de todos los idiomas. Contar significa contar cuentos, saber narrar, saber contar. Segundo, contar es tener en cuenta o no al otro, eso es vital en las relaciones sociales. Finalmente, hacer cuentas, contar es contar números.

Hay que aprender a contar con sus propias palabras. Lo que usted ha vivido no lo puede contar nadie más. Hay que aprender a contar su cuento para ser tenidos en cuenta y también hacer cuentas para la reparación.

-¿Usted cree que en Colombia se ha construido memoria excluyendo a la juventud?

Esa es la pregunta del millón ¿Qué tienen que ver los jóvenes con la memoria hoy? Primero con la memoria del país. La memoria del país está, en buena parte, en las novelas, los cuentos y los relatos, ahí está y ahí sigue. Gabriel García Márquez es un memorioso, él ha hecho memoria del país.

No es que este país no tenga memoria. En términos de relatos, sí ha habido. Pero no en la gente. Hoy lo que está descubriendo el país es que la gente tiene derecho a tener memoria y a que esa memoria sea tenida en cuenta para hacer cosas con la gente. Que sea con ella, no utilizándola, sino contando con ella, ahí hay un cambio radical.

-¿Qué espacio tienen ahí los jóvenes?

Yo diría que primero son sujetos, no solamente un objeto sobre el cual contar cosas. Son los jóvenes los que tienen que contar su cuento. No lo puede contar nadie por ellos. No todo tiene que ser escrito, hay muchas maneras de contar ahora. Yo por salud mental no estoy en Facebook porque solo con correos electrónicos tengo. El día que me escribiste tú me escribieron otros seis o siete y a ninguno lo invité, no sé por qué te invité. La verdad algo leí que me pareció distinto, pero podías haber caído según el humor que tengo cada mañana cuando me levanto.

Los jóvenes son los mediadores entre lo que está pasando en la escuela y lo que está pasando en la sociedad. Pero la escuela tiene que asumir que los jóvenes son capaces de contar su memoria, su historia, su familia, su barrio, su país ¿De qué país habla la gente jóven? ¿Dónde están los que están haciendo libros con relatos de la gente joven? El lugar donde se podría cocinar eso con sentido es sacándolo de la palabra tarea. Esto no se hace por tareas ¿dónde la escuela está desarrollando gente creativa e innovadora? En los países en los que la escuela no es una sumatoria de tareas, sino de dimensiones de la vida con proyectos.

-¿Qué sensación tuvo cuando después del plebiscito los jóvenes invitaron a marchar y se tomaron las calles?

Lo lindo, para mí, es que fueron jóvenes, fueron viejos, fueron indígenas, fueron incluso enfermos de hospitales que pidieron que los ayudaran. Fue un país en chiquito, pero enormemente diverso y creativo. Fue realmente un movimiento político en su más profundo sentido.

Fue una sorpresa para todos porque ese país no existía, no se había visto desde hacía mucho tiempo. Siento que los jóvenes pusieron la primera piedra y después la continuidad. Fueron ellos los que sacaron al país a caminar.

-Usted dice que occidente se jodió cuando el juego dejó de ser importante para la educación ¿A qué se refería con eso?

En un simposio al que me invitaron en Barcelona coincidí con un sociólogo alemán que a la mitad de la conferencia se quedó en silencio y gritó: “¿Cuándo se jodió occidente?” y se respondió: “Cuándo separó el trabajo del juego”.

Hubo un tiempo en que el trabajo y el juego estaban juntos y este tenía que ver no sólo con la producción, sino con la creación que tiene que ver mucho más con el juego que con otras cosas. Empezando con que los niños jueguen con su cuerpo ¿Qué pueden hacer con el cuerpo? Pecados. Nacimos en esa iglecita católica que nos encerró en unos sustos porque el cuerpo era peligrosísimo, tanto el sexo como la imaginación eran los enemigos del mundo y de la sociedad.

Occidente perdió la capacidad de pensar su propio sentido: para dónde va, qué quiere, qué está haciendo. Donald Trump es un primer punto de llegada de eso que empezamos a percibir hace mucho tiempo. Se forman gerentes, es decir alguien que sabe hacer cosas, pero no sabe, es un saber instrumental. No es un saber de cuerpo, de barrio, de ciudad, de país, no. Es un saber instrumental así le pongamos muchos títulos.

-Un ejemplo…

Estoy planteando, que lo que estamos viviendo hoy es una mutación a nivel mundial, sobre todo en occidente, una mutación cultural. La modernidad fue un tiempo en el cual la clave era el progreso. Fue muy bueno porque la modernidad fue la liberación de muchas cosas: libertad y creatividad. Eso se fue poco a poco.

El fenómeno joven es estratégico para entender la mutación. Quien está viviendo la mutación y, de alguna manera, disfrutándola es la gente joven. La mutación tanto en sentido de transformación de los modos de escribir, de leer y de jugar, de todo. Está cambiando el juego, por lo tanto, está cambiado la clave de la vida.

El cuento viene a esto si queremos entender al mundo de los jóvenes tenemos que pensar en esta palabrita, hay una mutación cultural, como si hubiera una mutación genética.

-¿Esa mutación cultual hacia dónde va?

No va para un solo sitio. Por ejemplo, hoy el vestido es otra cosa. El vestido para la gente joven es otra cosa distintísima a lo que fue para sus padres y no es que los jóvenes no tengan vanidad. El sentido de la moda cambió.

-¿Cómo la paz puede aterrizar en las escuelas?     

Preguntándoles a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes por el país del que vienen. Construyendo con ellos sujetos problemáticos y complejos que son los sujetos verdaderos. La escuela se tiene que conectar con los cambios que piden los alumnos y trabajar para construir una imagen de país que tenga que ver con ellos y que cuente con ellos, todo lo demás va a ser muy pasajero.

Lo que se ha hecho de bulla con la educación, con las ministricas de Santos, no vamos a tener memoria para nada. Para que la escuela geste memoria tiene que empezar por saber de qué estamos hablando porque los maestros en su mayoría piensan que los que tienen memoria son los mayores. Ya no hay historia de Colombia en bachillerato, lo que me parece atroz porque no tienen idea de lo que se ha hecho en su país. En la mayoría de las casas de este país no hay libros, la gente joven no se va a enterar de dónde viene y si no se entera de dónde viene mucho menos va a saber a dónde va.

Fuente de la entrevista: http://colombia2020.elespectador.com/pedagogia/las-12-peliculas-para-aterrizar-eso-que-llaman-paz

Fuente de la imagen:http://colombia2020.elespectador.com/sites/default/files/styles/gallery_custom_user_md_1x/public/gallery-files/gus_6548.jpg

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Libro: La familia rural. Sus formas de diálogo en la construcción de paz en Colombia

La familia rural
Sus formas de diálogo en la construcción de paz en Colombia

Ruth Milena Páez Martínez. Mónica María del Valle Idárraga. Mirta Yolima Gutiérrez Ríos. Mario Ramírez-Orozco. [Autores]

ISBN 978-958-8939-88-9
Universidad de La Salle. CLACSO.
Bogotá.
Octubre de 2016

La familia rural y sus formas de diálogo en la construcción de paz en Colombia es un aporte significativo al campo de los estudios de familia en Colombia y, en particular, al tópico de familia rural tan escasamente abordado. Desde una perspectiva educativa, en la obra se hacen visibles las prácticas dialógicas en las familias rurales, hondamente vinculadas con su cultura, su contexto y con sus particulares perspectivas de verse y sentirse rurales. Además, el libro centra la atención en la capacidad de estos grupos para generar espacios, tiempos y prácticas de diálogo, así como para reflexionar y plantear posibilidades en la construcción de paz en el país.

Sin duda, en el marco del diálogo como movilizador de formación humana y como mediador de tensiones y conflictos humanos, quedan pistas sugerentes para la comprensión de los procesos de paz dentro y fuera de la familia.

Fuente: http://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/libro_detalle.php?id_libro=1184&pageNum_rs_libros=0&totalRows_rs_libros=1128

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Instituto Colombo Alemán de Paz

Por: Ignacio Mantilla

Como fruto de esta alianza se han llevado a cabo, entre otras actividades, cinco foros académicos en donde se abordaron los temas de mayor complejidad y controversia de los acuerdos de negociación entre el Gobierno y las FARC.

Una reciente convocatoria, iniciativa del gobierno alemán, en cabeza de Tom Königs, delegado de Alemania para el proceso de paz colombiano, ha permitido reunir al grupo de universidades colombianas que conforman la Alianza y a un grupo de universidades alemanas en torno a un proyecto conjunto de cooperación académica internacional. En esta ocasión se busca crear el Instituto Colombo Alemán de Paz – ICAP, como una organización y “consorcio de universidades” con estructura académica definida para adelantar estudios de maestría y doctorado en temas relativos a la paz y con participación de académicos alemanes y colombianos.

Los investigadores que se formarán en estos programas recibirán la financiación requerida como estudiantes de maestría o de doctorado y podrán acceder a movilidad internacional, recursos para la consolidación de sus investigaciones, laboratorios, bases de datos y soporte económico permanente.

En Colombia la Universidad Nacional será la encargada de coordinar el trabajo de las universidades de la Alianza. Sin embargo, es importante mencionar que se invitará a más universidades, especialmente algunas con campus situados en regiones y zonas de conflicto, para que se vinculen en el trabajo académico y de investigación que desarrolle el ICAP.

Para el caso de las instituciones alemanas, la coordinación estará a cargo de la Justus-Liebig-Universität Giessen (desde el área de Derecho y Ciencias Políticas) y participarán además, la Freie-Universität Berlin (con su Instituto de Investigación en America Latina), la Georg August Universität Göttingen (también en el área de Derecho), el Instituto de Investigación por la Paz de Frankfurt (como parte de la asociación Leibniz), y la Albert-Ludwigs-Universität Freiburg que también se ha asociado a este importante proyecto para nuestro país.

La iniciativa colombo-alemana tuvo un importante impulso del anterior embajador en Alemania, Juan Mayr, y con satisfacción comprobamos que la nueva embajadora, María Lorena Gutiérrez, ha continuado el interés en el proyecto. El ICAP será financiado inicialmente por el Ministerio Alemán de Relaciones Exteriores a través del Servicio Alemán de Intercambio Académico (DAAD). El ICAP se proyecta para los próximos 10 años, con una fase de desarrollo (2016-2019), seguida de una fase de institucionalización (2019-2023) y una fase de consolidación (2023-2026).

El ICAP tiene como objetivo construir una amplia red de cooperación entre instituciones y académicos para llevar a cabo investigaciones de alto nivel que aporten al país en su etapa de posconflicto. En este sentido, el ICAP se constituirá en el mayor centro de investigación internacional para el posconflicto colombiano, que mediante el intercambio de estudiantes y científicos, y el desarrollo de proyectos de investigación conjuntos promueva activamente el diseño exitoso de una sociedad en paz para Colombia. En otras palabras, el ICAP es una institución que pretende apoyar la implementación de una paz sostenible en Colombia mediante actividades de investigación, enseñanza y consultoría.

En nuestros primeros encuentros para la creación del Instituto Colombo Alemán de Paz, hemos empezado a discutir en detalle las categorías, titulaciones y demás elementos formales, de tal manera que podamos responder a la amplia gama de iniciativas que se han propuesto desde las distintas instituciones de educación superior vinculadas. Sólo a manera de ejemplo, podemos mencionar que ya desde el comienzo de la Alianza de Universidades por la Paz, hemos visualizado que el Instituto debe fomentar diversas actividades de extensión e investigación, así como observatorios de seguimiento, que deben asumirse bajo las categorías propuestas de enseñanza, estudios y consultoría. En cualquier caso, el ICAP aspira a tener incidencia y aplicación de sus investigaciones y proyectos en las regiones más afectadas por el conflicto armado colombiano.

La responsabilidad de las universidades es la de formar personas integrales y con capacidad para aportar a una sociedad próspera y en paz. En este sentido, esfuerzos como la Alianza de Universidades por la Paz y el Instituto Colombo Alemán de Paz deben recibir todo el apoyo, no solamente de nuestras instituciones, sino también de nuestros gobiernos.

Como Universidad Nacional, patrimonio de todos los colombianos, nuestro compromiso con la paz del país es claro y decidido. Por esta razón, lideraremos los esfuerzos de cooperación académica necesarios, que generen condiciones adecuadas para el logro de la paz duradera en Colombia.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/instituto-colombo-aleman-de-paz

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