España / 5 de mayo de 2019 / Autor: Redacción / Fuente: Yo Soy Tu Profe
Desde Castellón, entrevistamos a Jordi Adell @jordi_a, doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación y profesor de la Universitat Jaume I. Este docente, especializado en tecnologías educativas, viene siendo de esos que nos invitan a reflexionar sobre nuestro ser en el mundo.
En esta larga charla pudimos hablar sobre muchos temas, algunos quedándose fuera del tintero. Una gran experiencia de aprendizaje sobre las tecnologías, la formación del profesorado, las competencias digitales o su visión sobre la educación.
Si es un placer escucharle y ver como posee el don de, con una simple pregunta, dar una clase magistral y unir una idea con otra manteniendo el argumento, esta entrevista puede ser un pequeño resumen de lo que da de sí algo menos de una hora tomando apuntes.
P. Para llegar a ser maestro hay que estudiar una carrera, para ser profesor hay que hacer carrera y máster. Sin embargo, ¿cómo se llega a ser docente universitario?
R. Con mucha suerte. Es una carrera un poco rara. No se exige una formación didáctica. Se empieza con buen expediente, con publicaciones, proyectos, etc. Con suerter se consigue una beca para hacer la tesis, luego, en concurso público, una plaza de ayudante doctor y tras varios años ya puedes optar a ser contratado doctor o profesor titular. Pero no hay unos estudios específicos. No se exigen capacidades docentes o formación didáctica.
P. Claro, pero matiza este camino para la universidad pública. En la universidad privada no ocurre lo mismo. ¿Se ha liberalizado el sector?
R. Bueno, lo podríamos llamar más que liberalización, privatización. No existen garantías. En las universidades privadas se trabaja en unas condiciones lamentables. Se paga muy mal, sobre todo en la formación online. Por otra parte, estas universidades tampoco se caracterizan por ser de calidad en investigación. Realmente, apenas tienen. No quiero ser muy duro, pero al final acaban siendo “chiringuitos.”
P. Pero, sabe que las universidades públicas tampoco se libran de esto. ¿Hay falta de transparencia en ellas?
R. Sí, absolutamente. Hace falta transparencia en los procedimientos. Es curioso porque están sometidas a un reglamentismo que a veces puede llegar a sacarte de quicio. Puede llegar a paralizar muchos procedimientos necesarios. Y luego, existe una falta de transparencia que ha provocado muchos “chiringuitos” en universidades públicas. Y creo que no hace falta citar nombres.
Por ejemplo, si queremos sacar una titulación nueva necesitamos dos años para la aprobación de la ANECA. Luego nos piden que estemos atentos a las demandas de la sociedad, es algo inviable.
“La palabra innovación empieza a no significar nada hoy en día”
P. Cambiando un poco de vertiente. En las últimas décadas se han aprobado sucesivos planes y políticas educativas para integrar las TIC en los centros de enseñanza. ¿Por qué no se ha alcanzado el impacto esperado?
R. Yo creo que no se ha alcanzado el impacto esperado en ningún lugar del mundo, no solo en nuestro país. Tal vez las expectativas eran muy altas. Las iniciativas “top-down” (arriba-abajo) en muchas ocasiones son recibidas por buena parte del profesorado con desconfianza. Ocurre lo mismo en otros sectores. Existe cierta desconfianza, falta de medios, falta de tiempo para realizar la formación requerida. También es cierto que parte, no todo, del profesorado, percibe como las autoridades no se acaban de creer lo de las nuevas tecnologías.
Parece más que los proyectos revolucionarios son estrategias de marketing para mostrar lo modernos que somos de cara a las familias, futuros votantes.
Al final, parte de los proyectos con TIC no han tenido continuidad o se truncaron. Un ejemplo es el de Escuela 2.0, llegó la crisis y se acabó el dinero. Llegó el PP y se acabó el proyecto.
P. Entonces, ¿la falta de continuidad puede ser uno de los principales motivos para que los proyectos no lleguen a madurar?
R. Sí, la falta de continuidad y la falta de apoyo a los y las docentes innovadores. Aunque la palabra innovación hay que explicarla, porque, hoy en día, empieza a no significar nada.
Falta una política decidida de apoyo a los docentes que sí que creen en estos proyectos. Existe el “café para todos” o la ausencia de “café para todos.” En muchas ocasiones, las políticas desconocen las necesidades de los docentes y se dejan llevar por modas de “palabros raros”. Están diseñadas dejándose llevar por “gurús educativos” que se ponen de moda. Existe una pseudoinnovación que responde más a intereses de empresas tecnológicas que a la realidad.
Y otro de los factores es la falta de apoyo a los centros y a sus proyectos innovadores. Lo cierto es que no se ha avanzado mucho para que los centros cambien metodologías o incorporen las tecnologías en las aulas. Estamos en un momento de eufemismo innovador. Cuando uno lee proyectos de BYOD (“Bring Your Own Device” o “Trae tu propio dispositivo”), en el fondo estamos en proyectos de traer tu propio ordenador porque la Administración no tiene dinero para comprarlos. Luego ya veremos qué hacemos con él. También se ha apostado demasiado en dispositivos y poco en la formación del profesorado. No ha habido reformas con especial énfasis en la metodología didáctica.
Finalmente, una de las mayores carencias es la falta de evaluaciones de estas políticas que se han realizado. Se terminan los planes y no se analizan las razones y los resultados obtenidos. No existen proyectos de evaluación y análisis en estos planes y esto supone su falta de continuidad.
“Hace falta plantillas estables y equipos directivos favorables a la innovación.”
P. Antes apuntaba al centro como agentes del cambio. Entonces, ¿son los centros los agentes del cambio y no los docentes como se suele apuntar?
R. Yo creo que son los centros. Los docentes están en centros, si las condiciones no son favorables, la innovación no es viable. La actuación de los docentes es contextual, se toman decisiones dentro de un marco. Nos podemos encontrar maestros y maestras aislados que son innovadores, pero acaban quemándose o su impacto se limita a su aula ya pocos compañeros. Nos encontramos ahora con centros realmente innovadores.
Dentro de la enseñanza pública hay factores que hacen que esto sea difícil. Si un centro cambia un porcentaje muy alto de su plantilla cada año complica mucho la continuidad de los proyectos. Hacen falta plantillas estables y equipos directivos favorables a la innovación.
El currículum tampoco es flexible. Esto impide que se puedan integrar nuevos factores. Lo que termina ocurriendo es que, dado que tenemos un régimen de evaluación, muchos docentes acaban enseñando para que sus alumnos y alumnas aprueben los exámenes.
P. Entonces, ¿es independiente el nivel de competencia digital que puedan tener los docentes?
R. El problema de la competencia digital es que se entiende como un conjunto de conocimientos, habilidades y destrezas que tiene un docente y que lleva allá donde va. Yo creo que la competencia digital se materializa de facto en la agencia del docente, en la capacidad de poner en funcionamiento sus habilidades. Cosa que depende del contexto. Yo he conocido maestros que durante un tiempo eran los más innovadores del mundo y que, tras cambiarse de centro, no han podido hacer casi nada en este sentido durante años. Si no existen los elementos necesarios, no se desarrollan. ¿Ha perdido su competencia digital? No. ¿Evalúan los marcos vigentes el contexto? No.
“Hasta que la clase media no vuelva a confiar en la enseñanza pública difícilmente la pública levantará cabeza.”
P. En ese sentido, entiende que los contextos, de algún modo, ¿promueven la desigualdad a la hora de integrar las TIC?
R. Absolutamente. En los centros con falta de recursos, muchas veces, aunque se haga el esfuerzo por parte de las familias para comprar los dispositivos, como puede ser una tablet, pueden también carecer de conocimientos, del capital cultural, para que estos dispositivos sirvan para aprender. Por ello, al final esa tablet acaba siendo utilizada para cualquier otra cosa, incluso para apostar por Internet. La primera brecha digital es el acceso, la segunda es la falta de conocimientos y actitudes para saber aprovechar la tecnología.
Si te encuentras con escuelas donde el absentismo es muy alto, es injusto que te midan con la misma vara de medir que con una concertada o con un centro de un barrio rico.
Supuestamente existe igualdad de oportunidades y eso es falso. En este país, parte de lo que detectan los informes internacionales es que el sistema de escolarización en la pública y en la privada es de calidad y de resultados. Pero luego, cuando ves los informes de las ONG te das cuenta que el asunto de las concertadas es una trampa. Se paga con dinero de todos y, por otra parte, se les saca dinero a las familias con unas cuotas supuestamente voluntarias. Somos una anomalía en Europa. Solo se debe financiar públicamente los centros necesarios para escolarizar a la población, no un sistema segregador y de clase como el que tenemos.
Hasta que la clase media no vuelva a confiar en la enseñanza pública difícilmente la pública levantará cabeza.
P. Volviendo a la competencia ya que ha citado a los marcos de la competencia digital, ¿crees que es necesario evaluarla?
R. Necesitamos desarrollarla. Pero no sé si eso se consigue evaluándola o certificándola. No quiero ser agresivo, pero con tanta evaluación y niveles esto se consigue una competencia digital “de titulitis”. Cuando uno ve las definiciones realizados por parte de, por ejemplo, el INTEF, inspirado en el JRC de Sevilla, uno se da cuenta que lo que hacen es definir algo que haga fácil su evaluación. Por ejemplo, definiendo niveles y subniveles basados en la taxonomía de Bloom, un esquema muy antiguo.
Si me preguntas, ¿una persona que está certificada y ha pasado todos los niveles es capaz de ejecutar un proyecto? Te diría que no tengo ni idea. La competencia que ellos definen no habla de eso. Habla de cosas discretas que juntas se supone que forma la competencia digital.
La última definición de la Unión Europea de competencia digital, la de 2018, va mucho más allá de lo que hizo el JRC o el INTEF. No es que me guste demasiado. En relacion a la competencia digital docente, junto a Linda Castañeda y a Francesc Esteve hemos publicado algunos artículos que reivindican una competencia más holística y menos atomística y discreta.
P. Sí, los he leído. En esos artículos señalan el carácter utilitarista o instrumentalista de la competencia digital y cuestionan la falta de perspectiva social. ¿Por qué ocurre esto?
R. Ocurre porque estamos aún muy centrados en los “cacharros”. La gente que está detrás de estas fórmulas entienden que las tecnologías son instrumentos o herramientas que una persona utiliza para hacer una tarea concreta y que no tiene ninguna otra implicación. Creo que deberíamos comprender la relación del ser humano con la tecnología. Es bastante más compleja que “simples herramientas”.
Los jóvenes de hoy en día utilizan los móviles desde que son muy pequeños. Esto cambia su manera de entender el mundo. Las redes sociales, los dispositivos en general, construyen nuestra identidad día a día. El concepto, por ejemplo, de privacidad ha cambiado radicadamente. La noción de cómo somos o qué somos en el mundo ha cambiado. La visión instrumental y neutra de la tecnología de “yo la dejo cuando quiera” debe cambiar. Cuando usamos tecnología, la definimos y ella nos define a nosotros. En resumidas cuentas, lo que quiero decir es que la visión que hay de las tecnologías detrás de las competencias digitales es bastante inocente. Podría decir incluso que “inocentona.” La relación que mantenemos con la tecnología es bastante compleja. Los recientes informes sobre cómo Facebook ha colaborado en manipular a la opinión pública en las últimas elecciones estad0unidenses o el referéndum del Brexit en el Reino Unido debería hacernos pensar sobre qué tipo de ciudadanía contribuyen a crear los gigantes de Silicon Valley y cómo debemos definir la “competencia digital” en la educación de nuestros jóvenes.
“Ser buen ciudadano implica conocer la tecnología y utilizarla para cambiar el mundo con valores como la justicia y la solidaridad”
P. En este sentido, volviendo a la perspectiva social, ¿crees que faltan referentes críticos en el mundo educativo?
R. Sí, faltan referentes pedagógicos críticos y pensamiento crítico en general. La competencia digital que define el JRC es la del ciudadano. Y me pregunto, ¿qué tipo de ciudadano? Poruqe hay varios tipos. El ciudadano participativo es el modelo de la calle del medio. El modelo más neoliberal es el modelo responsable de sus actos e individualista. Y el modelo más crítico, más progresista, es el ciudadano comprometido con la transformación de la sociedad, comprometido con valores como la justicia y la solidaridad. Uno no es buen ciudadano por ser participativo, utilizar la tecnología para participar no nos hace buenos ciudadanos. Ser buen ciudadano, desde mi perspectiva, implica conocer el impacto real de la tecnología y utilizarla para cambiar el mundo.
Este último modelo no los encontramos en los marcos de evaluación de las competencias digitales. Se puede ser muy innovador, por ejemplo, para irnos al infierno. Se puede ser muy innovador para terminar de cargarnos el planeta. Debemos replantearnos seriamente nuestra relación con la tecnología. Nuestro “consumo” de tecnología es insostenible y estúpido. ¿Cómo se produce, qué conflictos políticos hay detrás de los materiales necesarios para producir nuestros dispositivos? En el otro extremo del ciclo de vida de la tecnología, deberíamos preocuparnos por lo qué ocurre con los desechos. Nuestro modelo tecnológico se basa en la obsolescencia programada, usar y tirar y no para ser reutilizados. Por ejemplo, la media en la que cambiamos de móvil es de unos 18 meses. ¿Realmente es esto necesario?
Ya hay organismos internacionales como las Naciones Unidas que mantienen abiertamente que esto es insostenible.
P. Para terminar con una pequeña reflexión. Si tuvieses que imaginar una pequeña utopía, ¿cómo le gustaría que fuese la educación?
R. Una educación no pensada para competir, ni para ser más competitivos internacionalmente, ni pensada para fabricar el homo economicus. No quiero una educación que se base en el mito del esfuerzo, donde impera la ideología neoliberal que hace que todo sea una carrera. El gran mal de la humanidad, tanto en la economía, como en las familias, como en las escuelas. Todo se ha convertido en mercados y en competición, en un reduccionismo que empobrece al ser humano.
Me encantaría que las familias no llevaran a sus hijos a las escuelas para que sean competitivos, insolidarios y triunfadores. No me gusta una escuela privada financiada con fondos públicos que escoge a sus alumnos en función nivel económico. No me gusta que las familias lleven a sus hijos a las escuelas en función de sus compañeros de pupitre.
Me gustaría una escuela fuera un remanso de paz, un tiempo de tranquilidad, de exploración, sin demasiadas presiones, sin demasiados exámenes decisivos y ansiedad por el futuro. Aquellas en las que, por ejemplo, un “error” a los siete años no te condicione el resto de tu vida. Y con error me refiero a no aprovechar ese año, a tener una mala época o estar enfermo. La escuela debería formar personas justas, solidarias y comprometidas con el bien común.
La escuela no debería ser una carrera de ratas. Lo siento mucho, pero esos países asiáticos que en PISA “salen” tan bien son un auténtico infierno para los niños y las niñas. Son auténticos centros de tortura, donde se compite todo el tiempo bajo una presión desorbitada.
Fuente de la Entrevista:
ove/mahv