Los cargos de los alumnos: un espacio lleno de posibilidades

Anna Torralbo

Que el alumnado tenga capacidad de gestión sobre lo que ocurre no solo en el centro, sino en la propia aula, es una buena forma de mejorar las dinámicas internas, así como la cohesión del grupo.

Hace muchos años que en las clases se utiliza el método de los “encargados” para que los alumnos se impliquen y responsabilicen de las tareas propias de las clases: escribir la fecha en la pizarra, pasar lista de los alumnos que se han ausentado, repartir el material, regar la o las plantas, etc.

Sin duda esta es una muy buena manera de descargar al profesor/a de trabajo, así como una muy buena oportunidad para que los alumnos participen y se responsabilicen de las tareas que conlleva habitar un espacio. Pero ¿aprovechamos suficiente este recurso? Yo diría que no, y la prueba de eso es que los alumnos apenas se levantan de la silla. No, al menos, en la mayoría de escuelas: levantarse es (en muchos centros) sinónimo de bronca o de que te hayan castigado y te manden al pasillo (pero… ¿existe eso todavía? Sí, por anacrónico que suene, en muchos pasillos de nuestro país hay alumnos de pie, mirando al suelo o viendo, a través del cristal de la puerta, cómo sus compañeras y compañeros atienden la clase).

Y es curioso que, pensando en eso de ser encargado y levantarse, me venga a la cabeza tan vívidamente esa sensación de emoción que suponía despegar el culo de la silla. Pero lo más sorprendente es que todavía hoy siga pasando; que levantarse siga siendo una aventura para el alumnado: ser mandado a buscar una fotocopia (¡Andar solo por la escuela cuando todos están en clase!), acompañar a un compañero que se encuentra mal, repartir el material…

De esto podemos concluir que el espacio escolar que se le permite al alumno ocupar sigue siendo mínimo; y, con ello, que el mensaje que les damos es que este espacio no les pertenece, no se les invita a pensar cómo estar en él, cómo transitar por los lugares y ocuparlos, cómo comportarse en ellos, cómo interactuar.

Las normas vienen de fuera y ellos deben acatar: deben estar sentados y esperar a que suene la señal que les indique que su hora y media de libertad ha empezado. ¿Existen otros modos de funcionar? Por supuesto, es obvio. Pero desde el momento en que las reglas de convivencia las pone una sola persona (el maestro o maestra), las opciones de adaptarlas y encajarlas a la realidad se limitan. El profesional tiene experiencia y sabe cómo hacerlo, nos dirán algunos. Pero no se trata sólo de eso; por un lado, las ideas nuevas y refrescantes que cualquier alumno pueda aportar no solo deberían ser siempre bienvenidas (no olvidemos que a veces la experiencia y la repetición anquilosa); sino que deberían ser una condición sine qua non para aprender (ojo, no digo ser enseñado) a gestionar un espacio común entre todos. Estamos demasiado acostumbrados a ser mandados, cuando el verdadero reto de la vida está en pensar, resolver y hacer por uno mismo y en relación a otros.

Pero bien, estábamos hablando de los encargados de la clase (ese pequeño resquicio de implicación de los alumnos en la gestión del aula), y de cómo siguen siendo muy parecidos (por no decir casi iguales) a los de hace muchos años. La cuestión que se me plantea es cómo ensanchar ese espacio del alumnado para así hacerlos a ellos más partícipes

Hay multitud de tareas que el profesorado sigue haciendo y que podrían hacer los alumnos. Pienso, por ejemplo, en el momento de pedir silencio (esa tarea tan engorrosa y fastidiosa). Hace años puse en práctica un nuevo cargo: el encargado de pedir silencio. Para ello tomé al alumno más hablador de la clase: él era el encargado de pedir a sus compañeros que no hablaran cuando alguien lo estaba haciendo. El caso es que funcionó a la perfección, el alumno que más interrumpía estaba atento, la clase atendía mucho mejor a las peticiones si venían de un compañero/a, y yo no perdía la paciencia.

Otro de los cargos que pusimos en práctica (este propuesto ya por el propio alumnado), fue el de los abrazos. Resulta que en clase confluyen y aparecen sentimientos de todo tipo, uno de ellos es la tristeza, y en más de una ocasión hay un alumno/a que, por algo que se ha hablado o por una situación personal, se siente triste o llora. El de los abrazos era entonces el encargado de consolar y, si hacía falta, abrazar a quien lo necesitaba. Este cargo también fue muy bienvenido, y rápidamente la cohesión del grupo se vio beneficiada. Todo esto, huelga decirlo, a través de una autogestión de los estudiantes.

El alumnado pasa muchas horas en la escuela (o en el instituto o en la universidad), muchas horas compartidas con los y las mismas compañeras. Sin duda, estos son los primeros espacios “públicos” en los que la socialización se pone en práctica. ¿Por qué no aprovecharlos más? ¿Por qué no tener encargados de recoger y transmitir las propuestas de los alumnos? Encargados de proponer la distribución de las sillas, del mobiliario del aula, de proponer actividades (lecturas, salidas, etc.), la decoración de la clase… Podríamos ir, incluso, un poco más allá e incluirlos en la dinámica general de la escuela: encargados de vigilar la entrada ordenada y tranquila al centro, encargados de proponer juegos en el patio. Las opciones son muchas y muy diversas dependiendo de la realidad escolar de cada lugar. ¿Por qué no proponerles a ellos mismos que las repiensen?

Fuente del articulo: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/04/25/los-cargos-de-los-alumnos-un-espacio-lleno-de-posibilidades/

Fuente de la imagen: http://eldiariodelaeducacion.com/wp-content/uploads/2016/11/Vuestros_quieros_Lourdes_FUHEM.jpg

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Enfocar la mirada hacia el alumnado para disfrutar la profesión

Por: Víctor Manuel Rodríguez

La educación va más allá de las materias instrumentales, que tiene docentes que escuchan las voces de sus alumnos y saben escarbar en sus silencios.

Cuando hablamos de educación y de escuela, cada vez mencionamos menos a sus principales protagonistas: los niños y las niñas. Sé que es una afirmación bien poco original y que a algunos les puede parecer un tanto naif, pero no puedo evitar que de tiempo en tiempo me asalte una cierta tristeza cuando -de nuevo- lo constato.

Leo sesudos o no tan sesudos artículos en los que se vierten en aluvión grandes y pequeños números, estadísticas complejas, tasas de fracaso o éxito e índices irrefutables sobre cualquier cosa susceptible de ser medida; informes en los que se comparan con gran competencia países, comunidades autónomas, ciudades, barrios y contextos, y en los que se analizan curvas y elípticas, diagramas e histogramas, inversiones en dólares o euros; también la descripción de fastuosos proyectos, planes y programas nacionales, locales o particulares de un centro, de una comunidad de centros o de una red de centros, física o virtual (esto significa de centros cuyos integrantes igual ni se conocen, pero están en red).

Contemplo con desasosiego cómo proliferan los nuevos gurús que han descubierto la piedra filosofal del aprendizaje y la enseñanza; lo último en organización y gestión; lo más moderno en coaching, mentoring o formación de profesorado; o las últimas tendencias pedagógicas -avaladas por cualquier entidad que nos quiera vender algo- que vienen del frío norte de Europa o de oriente, como Papá Noel o los Reyes Magos.

Me pierdo en discusiones con colegas sobre los recortes en recursos materiales o personales (dinerarios en definitiva); sobre los planes de mejora de sus administraciones educativas; sobre los protocolos, leyes, programas, directrices, instrucciones, indicaciones, consejos y sugerencias para poder hacer todo lo que hay que hacer y organizar todo lo que hay que organizar.

Y me pasmo sin paliativos cuando escucho -a veces me consta que de voces bienintencionadas- que hay que abandonar la visión individual, el foco en la alumna, la mirada profunda y directa… que lo que importan son las políticas, los marcos de acción, las prácticas, los métodos, los artilugios.

Y tras las lecturas, el desasosiego, la desorientación y el pasmo, casi siempre me angustian las mismas preguntas: en definitiva, ¿de qué estamos hablando? ¿No convendría pararnos un poco a mirar lo que tenemos delante o justo al lado? ¿No cabría dedicar un poco de tiempo y energía a tratar de escrutar o simplemente a escuchar lo que nuestros alumnos y alumnas tienen que decirnos? ¿No estamos perdiendo una valiosa oportunidad no solo para volver a centrarnos en lo que de verdad importa, sino incluso para poder disfrutar de lo único de lo que merece la pena disfrutar de verdad en nuestra profesión, a veces tan maltratada? Me consta que estas interrogantes no son un dechado de originalidad, pero me invaden, no obstante, de vez en cuando y me parece que no está de más escribirlas y compartirlas.

En algunos colegios convivimos con nuestras criaturas prácticamente desde sus primeros balbuceos hasta su marcha a la universidad, al mundo del trabajo o al mundo que hayan decidido explorar. Eso quiere decir que estamos directamente presentes, o cuando menos muy cerca, de todos los sucesos importantes que van a experimentar a lo largo de una parte esencial de sus vidas.

Claro que ante todo y sobre todo estarán sus familias, esas familias con las que a veces no mostramos complicidad ninguna y a las que a menudo también ignoramos. Pero nosotros también estaremos ahí: estaremos cuando empiecen a correr o saltar; cuando controlen sus esfínteres o descubran el mundo de la lectura y abran los ojos y los oídos como platos; estaremos cuando comiencen a darse cuenta de que los juegos se convierten en tareas pero también cuando descubran que esas tareas y juegos los catapultan a espacios insólitos.

Los tendremos muy cerca cuando consoliden sus amistades -a veces para gran parte de su vida-, cuando se enamoren por primera vez y también cuando se peleen por vez primera, con sus amores o con esas amigas que parecían ser para toda la vida. Vendrán a clase al día siguiente de hacer el amor, quizá de forma torpe y angustiada, y también tras su primer cigarro, su primera cerveza o su primer botellón. Vendrán también a vernos tras cualquier discusión familiar, tras cualquier noche de llanto desconsolado, tras alguna muerte o pérdida imprevista y siempre cruel. Vendrán enfermos, tristes, exultantes u orgullosos. Disfrutarán de la vida o la sufrirán justo ahí al lado, a muy pocos centímetros de donde nos encontramos.

Y no sé si la mayoría de nosotros lo veremos. No sé si experimentaremos la capacidad de asombrarnos de nuevo y de contar a nuestras compañeras la sensación que hemos experimentado. No sé si seremos capaces de darnos cuenta de que todas esas cosas están ahí, aunque no sean tan mensurables, tan evaluables, tan comparables o tan evidentes siempre. Seguramente no lo escribiremos en ningún sitio, nunca podremos publicarlo en una revista de impacto y puede que tampoco constituya el eje central de nuestra próxima charla, tertulia o debate educativo. Nos centraremos en otras muchas cosas que también son importantes, que son sin duda esenciales en nuestro trabajo y en nuestra condición de enseñantes. Pero mucho menos emocionantes.

La buena noticia es que también sé que, aunque no aflore tanto en artículos o tertulias pedagógicas, muchos maestros y maestras siguen dirigiendo su mirada cada día al sitio correcto y siguen siendo capaces de disfrutar de la emoción de ese viaje en el que cuentan con los mejores acompañantes. Sé que hay muchos profesionales que aún piensan que la educación va más allá de las materias instrumentales, del genitivo sajón o la tabla periódica, por importantes que todas ellas sean; que viven su acción tutorial con independencia de que el DOC les atribuya o no esa función; que escuchan las voces de sus alumnos y también saben escarbar en sus silencios o en sus páginas en blanco. Sé que hay profesoras a las que importa más quienes son las personas que tienen delante o al lado que las personas que serán en el futuro; maestros que piensan que no tiene ningún sentido preparar para la vida ignorando que la vida, justamente la vida, bulle también cada día en las aulas, los pasillos y los patios de nuestros colegios.

Y, tras esa constatación, siempre pienso: ¡qué suerte tienen esos alumnos y alumnas! ¡qué privilegio tienen esas maestras y maestros!

Fuente artículo: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/05/29/enfocar-la-mirada-hacia-el-alumno-para-disfruta-la-profesion/

Fuente imagen: http://www.elcorreo.com/noticias/201603/18/media/cortadas/carrera–575×350.jpg

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Perú: Día Internacional de la Niña : 33 niñas asumirán los puestos de autoridades

América del Sur/14 de octubre de 2016/publimetro.pe/Por: Karen Espejo

Mañana ejercerán por una hora como ministras de la Mujer, Justicia y Salud, entre otros cargos. Iniciativa Niñas al Poder, de la ONG Plan Internacional, permitirá que ellas lean en público un petitorio enfocado en lograr el respeto a sus derechos en el Perú.

Mañana martes, en el Día Internacional de la Niña , más de 300 niñas y adolescentes asumirán las funciones de importantes autoridades de 70 países del mundo, incluido el Perú, por el lapso simbólico de una hora. Esta acción forma parte de la iniciativa global Niñas al Poder, de la ONG Plan Internacional.

Así, por ejemplo, mañana una niña de Nepal asumirá la presidencia de su país por una hora; otra será alcaldesa de París, y una tercera será ministra de Educación en Egipto y hablará en público sobre el maltrato infantil.

En nuestro país serán 33 las niñas y adolescentes de 10 a 16 años que tendrán el poder en diversas entidades públicas y privadas en Lima, Cusco y Piura.

En nuestra capital, por ejemplo, por el lapso de una hora, tendremos a una menor como ministra de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (a las 8 a.m.); a otra como ministra de Justicia (a mediodía); y otras niñas serán titulares de cinco direcciones de Educación Básica Regular del Ministerio de Educación (entre las 8 y 10:30 a.m.).

¿Qué ocurrirá durante esa hora? Verónica Melzi, gerente de Movilización de Recursos y Comunicaciones de Plan Internacional, indica que las niñas y adolescentes explicarán los problemas que enfrentan en nuestro país, como la violencia sexual (7 de cada 10 víctimas a nivel nacional son menores de 18 años) y las barreras que tienen en educación (85% de las adolescentes alguna vez embarazadas no estudian).

Asimismo, ellas leerán un comunicado con ocho peticiones para lograr el respeto de los derechos de las niñas y adolescentes, además del desarrollo de todo su potencial de liderazgo y su capacidad de decidir y aprender sin estereotipos de género.

Pedirán, por ejemplo, que existan servicios de salud de calidad diferenciados para niñas y adolescentes, la implementación de más módulos de atención de maltrato infantil en hospitales, y el establecimiento de una cuota de género en los puestos de representación estudiantil.

Entre los pedidos también figuran lograr que el Observatorio de Criminalidad del Ministerio Público tenga datos desagregados por sexo y edad (para identificar los delitos que afectan a niñas y adolescentes), y fortalecer las capacidades de alumnos, docentes y directores en la prevención y lucha contra los estereotipos de género.

Tomado de: http://publimetro.pe/actualidad/noticia-dia-internacional-nina-33-ninas-asumiran-puestos-autoridades-51340?ref=ecr

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