Por: Berta Gonzalez de Vega.
Es curioso comprobar cómo en educación todo vuelve, como en la moda. Ahora, algunas políticas educativas han descubierto el carácter. La forja del carácter. Puede sonar a «educar en valores» pero no parece que sea lo mismo. Según el diccionario, «carácter» es la «Señal espiritual que queda en una persona como efecto de un conocimiento o experiencia importantes» En esta entrevista, el filósofo Gregorio Luri hablaba de cómo «La educación del carácter es esencial en la tradición pedagógica británica y no se puede decir que les haya ido mal. Se ha llegado a decir que las guerras mundiales las ganaron los británicos en los campos de deporte de Eton. Incluso ahora Nicky Morgan, secretaria de Educación (2), insiste en que la educación del carácter ha de ser equiparable a la formación académica. Nosotros consideramos mucho más ese discurso bonito de la educación en valores que es un fomento de la náusea en lugar del apetito. Les intentamos inculcar a nuestros alumnos lo mal que se han de sentir ante determinadas conductas, pero no les impulsamos a dar ejemplo, es decir, a manifestar sus valores en sus conductas». O sea, no se trataría solo de manifestar repulsa por unos comportamientos, si no de actuar en el mejor sentido. No de explicar qué es el bien, si no de ser bueno.
Ahora se trata de elegir qué rasgos del carácter se pueden potenciar en la escuela. En EEUU, el coraje y la determinación, el esfuerzo, tienen predicadores tan potentes como Angela Duckworth, que tiene un laboratorio dedicado al estudio del carácter, o Paul Tough, autor de Cómo los niños tienen éxito. En el fondo, parte del debate es sobre qué hace a una persona valiosa o buena y se sabe que muchas empresas, por ejemplo, no contratan por los títulos pero sí por los rasgos de personalidad más acentuados, gente que tenga capacidad de aguante o sepa resolver situaciones complejas sin venirse abajo y, a la vez, sea considerado con los demás. Pero forjar el carácter no tendría como objetivo conseguir un empleo si no una atmósfera general, un ambiente, en el que la mayoría de las personas haga lo correcto, no lo fácil. El respeto y ayudar a quien lo necesite sería también indispensable y eso pasa por forzar actitudes como dar las gracias, desde el bedel a la limpiadora, al profesor o a los compañeros. Así, se cambia el ambiente, de entrada, en un colegio o instituto.
En los últimos años, hemos visto cómo calaba el mensaje de que los niños tienen que encontrar la felicidad en el colegio, que los profesores deben tener como objetivo que los niños sean felices, igual que los padres. De hecho, en muchos colegios ponen ahora el énfasis en que están embarcados en la misión de hacer felices a los alumnos. Nadie duda de tan loable deseo pero, como explica aquí Richard Weissburg, profesor de la facultad de Educación de Harvard, se trata de conseguir que los niños sean felices siendo amables, responsables y haciendo lo correcto. Para conseguirlo, se puede empezar con exigir unas simples reglas de cortesía y, sobre todo, predicando con el ejemplo en casa.
En su libro «Mejor Educados», Luri alertaba contra esta burbuja de la felicidad: La infancia feliz, entendida como un cuento, obvia que es la etapa en la que se forman «el juicio y el carácter», que consiste en acomodar deseos infantiles a las exigencias de los adultos. «El edificio del carácter se levanta sobre pequeñas frustraciones», seguía explicando. Y, eso, incluye la necesidad de postergar muchas veces la satisfacción del deseo -como un pastelero no se come los ingredientes mientras hace un pastel–. «Una persona incapaz de reprimirse a sí misma es una persona que puede ser incapaz de elegir». Elegir es renunciar a algo. Elegir es asumir riesgos. Y es la forja del carácter. El coraje es saber lo que está bien y lo que está mal y actuar en consecuencia. «Es la fuerza que nos permite hacer realidad lo que es posible y deseable» o «Es la capacidad de hacer lo que hay que hacer «. Y eso, a veces, no es hacer lo más fácil y lo más popular. Además, pasa por tener clara una frase que se ha repetido mucho de padres a hijos: No se puede tener todo. Si eliges, renuncias a algo. La vida es eso.
El otro día, Emilio Calatayud en el periódico contaba su ya tradicional receta para conseguir tener un hijo delincuente: «Darle todo lo que pida, no darle ninguna educación espiritual, no regañarle nunca, hacerle todo, ponerse de su parte cuando tenga un conflicto con los profesores». En principio, todo eso podría hacer al niño feliz de inmediato.
Vivimos una época en la que hay demasiada ideología en la educación y el carácter se considera algo conservador porque trata de «lo que se tiene que hacer», no de la educación emocional. El carácter sería la dignidad en el desarrollo de lo que hay que hacer, poner un plus de voluntad. En ocasiones, se ha acentuado la existencia de un carácter nacional. Hay corrientes que han intentado enfrentar a la creatividad con el carácter pero no hay nada que pruebe que sean incompatibles. Al fin y al cabo, muchos de los grandes creadores fueron alumnos de instituciones académicas donde había disciplina, se exigía buen comportamiento y se castigaban las conductas poco éticas como copiar o plagiar.
Mientras, en Singapur, el ministro de Educación, Ng Chee Meng, lleva tiempo diciendo que en la educación hace falta poner menos énfasis en las notas y más en el carácter. En un congreso con miles de profesores, dijo: «En otras palabras, debemos encontrar el equilibrio entre lo que puede medirse, como las notas, y lo que sólo puede ser observado, como los valores y el carácter». El debate queda abierto sobre cómo hacerlo.
Y acabamos con cita de Ortega y Gasset: «Es falso decir que en la vida deciden las circunstancias. Al contrario: las circunstancias son el dilema, siempre nuevo, ante el cual tenemos que decidirnos. Pero el que decide es nuestro carácter.»
Fuente: http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/mejoreducados/2016/09/08/el-caracter-y-la-felicidad-en-la.html
Imagen: http://estaticos.elmundo.es/blogs/elmundo/mejoreducados/imagenes_posts/2016/09/08/173291_540x324.jpg