La promesa de la eterna juventud se derrumba cuando uno recibe cartas como ésta que anuncia la jubilación de un querido profesor
Por Carlos Miguélez Monroy
Recibí una carta de Siobhan McEvoy, una profesora de universidad en Estados Unidos a la que tuve en una clase de proceso de paz en Irlanda del Norte. No hablaba con ella desde que arrastré mis maletas desde Estados Unidos hasta España, con una escala en México para despedirme de “mi gente”.
Me invitaba en la carta a asistir al acto de jubilación de Craig Auchter. “Sé que no estás en Estados Unidos, pero a Craig le haría ilusión tenerte aquí o al menos escuchar algunas palabras que puedes dedicarle para que las lea durante el acto”.
Tras sacudirme una avalancha de recuerdos, pensé en lo que ha significado en mi vida ese hombre canoso, sonriente y de cara inteligente al que tuve como profesor de Ciencias Políticas durante dos semestres. Como director del departamento, daba clases sobre política en América Latina.
No estaba habituado a que un “gringo” pronunciara bien los nombres de dictadores sudamericanos, que conociera mejor que yo mi propio país y que lo explicara con tal claridad, con datos, con experiencia sobre el terreno y, sobre todo, con una bibliografía que moldeó una parte importante de lo que hoy conozco sobre América Latina. Él me sumergió en la lectura de Los amos de la guerra: el intervencionismo de Estados Unidos de Eisenhower a George W. Bush, de Clara Nieto. Descubrí el oscuro mundo de la Operación Cóndor, las guerras en Centroamérica, el movimiento campesino de líderes como Chico Mendes en Brasil, la Revolución Cubana, la Guerra de los Contras…
Recuerdo la cara de estupefacción de los alumnos cuando proyectó en clase un video sobre el asunto Irán-Contra. Con la lectura de autores como Ariel Dorfman sobre el advenimiento de la dictadura pinochetista con el apoyo de Estados Unidos, rompía los esquemas de jóvenes que provenían de la América profunda, de contextos conservadores y ultra patrióticos en los años posteriores a los atentados del 11 de septiembre. Pero también un 11 de septiembre asesinaron a Salvador Allende en el Palacio de la Moneda, decía.
Algunos alumnos lo rechazaban con la mirada o decían a lo alto que el fin justificaba los medios: Estados Unidos era un faro de democracia y libertad y, si para ello había tenido que orquestar golpes de estado… estaba justificado de sobra.
Pienso en Craig Auchter y en otros grandes profesores que han pasado por mi vida sin saber quién buscaba a quién. Pero a veces no se reconoce lo suficiente su labor y la importancia que tienen no sólo al dar a miles de alumnos un marco académico y unos conocimientos. Estos maestros imprimen carácter, siembran en sus alumnos y, los mejores, enseñan a pensar y a buscar.
Aunque ayuda, no hay que compartir sus ideas políticas o su ideología. Estoy seguro de que se ha llevado enseñanzas de este viejo profesor incluso Pete, un compañero de clase que formaba parte de las Fuerzas Armadas y que defendía el papel de Estados Unidos en la supuesta democratización del mundo.
Estoy seguro de que Auchter, como García Fajardo y otros que han marcado mi vida, no “será un jubilado”. “Estará jubilado” pero seguirá compartiendo sus saberes, y viajará por su Nicaragua querida y por otros países latinoamericanos siempre que se lo permita su cuerpo y sus circunstancias.
Pero lo más importante de estos maestros es eso que queda dentro del alumno y que aflora después. A veces pasan muchos años hasta que determinados acontecimientos llaman a esas enseñanzas para que broten. En realidad pensaba en Craig desde antes de recibir la carta de Siobhan con el inminente juicio a Dilma Rousseff, con lo que ocurre en Argentina, en México, en Panamá.
La promesa de la eterna juventud se derrumba cuando uno recibe cartas como ésta que anuncia la jubilación de un querido profesor que da paso para que nuevos maestros continúen con esa labor fundamental en la sociedad. Se jubilan nuestros profesores y empiezan a despedirse de este mundo los padres de amigos cercanos justo cuando la sensibilidad parece estar a flor de piel. Pero en lugar de entristecernos, podemos celebrar el tener vivas dentro de nosotros tantas enseñanzas y compartirlas con los demás. Viven dentro de nosotros.