08 de enero de 2017 / Fuente: http://www.razonpublica.com/
Por: Manuel Guzmán Hennessey
Un examen sereno de los datos muestra que entre 2000 y 2010 se agravaron los fenómenos climáticos, que ellos son causados por el hombre y que las perspectivas indican mayores riesgos. El fracaso de las negociaciones internacionales, sin embargo, puede dar pie a la esperanza paradójica de que por fin se actúe frente al desafío.
Manuel Guzmán Hennessey*
Un daño hecho por el hombre
La primera década del siglo XXI bien podrá ser considerada como uno de los períodos decisivos en la evolución del cambio climático global. Este fenómeno, que algunas veces se nombra como «calentamiento global» y otras como «cambio climático», es nuevo en la historia humana, y su origen no va más allá del siglo XX, por lo cual debe considerarse lo que los expertos llaman «un fenómeno emergente de la cultura«, relacionado con el ideal de progreso humano que guió a la civilización desde el siglo XIX.
En esta década se confirmó lo que muchos sospechaban desde hacía mucho tiempo: que el responsable del fenómeno había sido el comportamiento del hombre y no el de la naturaleza. Esto ocurrió en 2007, y el dato causó revuelo cuando el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) lo reveló en París. Los científicos confirmaban la fuente del fenómeno con un adjetivo enfático: es inequívoca la responsabilidad de la acción humana en el cambio climático.
Luego sucedieron otras cosas, que se encargaron de corroborar hasta qué punto esta acción humana podía modificar las condiciones de la atmósfera, y desencadenar con ello un proceso complejo de desequilibrio creciente en las relaciones del hombre con la biosfera.
Entre 2000 y 2010 ocurrieron los peores desastres climáticos de los últimos cien años, algunos directamente relacionados con el cambio climático, otros indirectamente.
La ciencia no ha avanzado aún lo suficiente como para establecer estos vínculos, pero todo parece indicar que buena parte de lo sucedido dentro de ese periodo, en materia de desastres naturales, de inundaciones, sequías, deshielos polares, deforestación, pérdida de cosechas, nuevas enfermedades, olas de calor, nevadas inusuales e inviernos severos, está relacionado con el fenómeno climático global.
Largo sería hacer aquí una revisión pormenorizada de aquellos sucesos. Dos son los indicadores más significativos del problema. Uno, el aumento de la temperatura promedio del planeta; y, el otro, el aumento de la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera.
El primer indicador nos remite al calentamiento global, y con ello a los múltiples efectos que este aumento de las temperaturas origina en los ecosistemas vivos. El segundo confirma la responsabilidad humana en el problema, pues las concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera provienen especialmente de la actividad de los hombres, es decir, por la producción de energías provenientes de combustibles fósiles, el uso incontrolado de la electricidad, la deforestación, el uso de medios de transportes contaminantes, y un largo etcétera.
2000 a 2010, la década del clima
Me concentraré en lo que ocurrió durante la primera década de este siglo, tan solo en el indicador de la temperatura promedio del planeta, para no atiborrar de datos y consideraciones demasiado técnicas esta nota periodística.
Empiezo por el año 2010, que fue, con 2005, el más caliente desde 1880, que es el año cuando empezamos a tener registros de temperatura. El dato lo confirmó el Instituto Godard de Estudios Espaciales, de la Administración Nacional Aeronáutica y del Espacio (NASA), de Estados Unidos, cuyo director, James Hansen, es uno de los más connotados científicos abanderados de la lucha contra el cambio climático. El instituto dijo que «si la tendencia de calentamiento continúa, como es esperable, si siguen aumentando los gases de efecto invernadero (especialmente el dióxido de carbono) el récord de 2010 no durará mucho«.
Quiere decir esto que entre 2010 y 2020 puede haber años más calurosos que 2010, y con ello debemos esperar el desencadenamiento de un conjunto de consecuencias asociadas con este fenómeno. Lo que actualmente vive Colombia, en forma mal llamada de «emergencia invernal», es tan solo una alerta sobre lo que nos puede pasar en la década que acaba de comenzar.
Otros datos refuerzan el argumento de que la década 2000-2010 fue la década del clima. Durante ella ocurrieron 7 de los 8 años más calurosos de los últimos cien años. Los de 2010 y el 2005, que ya mencioné, y los de 2002, 2003, 2006, 2007 y 2009.
Y como si lo anterior fuera poco, 2010 fue el año más húmedo desde que hay registros, según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), otro centro científico de Estados Unidos que trabaja en el seguimiento del cambio climático.
Los niños y las niñas
Me referiré brevemente a «los niños y las niñas», como suelen decir con alguna vehemencia el señor vicepresidente, Angelino Garzón, y tres o cuatro damas bravas de este país atravesado por la retórica de los géneros.
El fenómeno de El Niño, y el de La Niña no son consecuencia del cambio climático, pero se relacionan con éste si ocurren en períodos o muy cálidos, o muy lluviosos, y como el aumento de la pluviosidad y los períodos de calor sí están indiscutiblemente ligados al fenómeno del clima, una de las cosas que habrán de acometer las nuevas ciencias del clima, es la de estudiar conjuntamente ambos fenómenos.
La Niña, un fenómeno periódico que enfría la temperatura en el océano Pacífico, fue en buena parte responsable del mal llamado fenómeno invernal de Colombia durante el 2010, pero el cambio climático está ahí, imbricando sus consecuencias con «niños y niñas», y aumentando la complejidad de las relaciones que establece el hombre con su medio ambiente.
El Niño, que vendrá este año, probablemente será peor en materia de sequías y establecerá un nuevo récord, como se anticipó a decirlo el investigador Phil Jones, del Reino Unido será de sequías, que como se sabe, son otro fenómeno asociado con el efecto climático.
Temperaturas record
Los científicos suelen hacer el seguimiento del problema comparando década tras década. Según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), la década pasada es la más cálida de los últimos cincuenta años, puesto que se presentaron temperaturas 0,46 grados por encima de la media que hubo en el período 1961-1990.
De la misma manera que los fenómenos de «El Niño» y «La Niña» repercuten de manera contraria en aumentos de la sequía o de las lluvias, el cambio climático puede manifestarse con inviernos muy severos (como ocurrió en buena parte de Europa central, Irlanda y Escocia, principalmente), o veranos muy calientes, como el de Rusia, que en 2010 soportó una ola de calor similar a la que en 2003 sacudió a Europa occidental.
– La temperatura media durante el pasado mes de julio en Moscú, fue 7,6 grados por encima de la media. El día 29 de ese mes se estableció un récord en la capital rusa que parecía imposible, pues el registro llegó a los 38,2 grados. Y durante los siguientes 33 días se mantuvo por encima de 30 grados, causando 11.000 muertes.
– En Mohenjo Daro (Pakistán) se alcanzaron los 53,5 grados el 26 de mayo del año pasado, la mayor temperatura registrada en Asia desde 1942.
– El norte de África y la Península Arábiga también registraron picos en 2010 como los 50,4 grados en Doha (Qatar), o los 47,7 de Taroudant (Marruecos), según datos de la OMM, y en el norte del Canadá se registraron temperaturas de hasta seis grados por encima de la media.
Ahora bien, en los primeros nueve años de la década que pasó, las temperaturas mundiales promedio registraron un aumento de 0,7 grados centígrados sobre el promedio que hubo entre 1951 y 1980, según la NASA.
Deshielo y escasez de agua
En los últimos tres veranos el mar Ártico sufrió importantes deshielos. Groenlandia aumentó en un 3 por ciento la cantidad de agua que vierte a los océanos, y la capa de permafrost cedió cada vez más (permafrost es el hielo subterráneo sobre el cual se asientan grandes ciudades de las regiones polares del planeta).
En la década 2000-2010 hubo un enorme retroceso en los glaciares (entre ellos los de Colombia) y se redujeron significativamente las fuentes de agua dulce para millones de indios, chinos y suramericanos. Igualmente perdieron agua los grandes lagos del África debido al aumento de las temperaturas, la evaporación y las sequías.
La ONU sin dientes
En la institucionalidad de las Naciones Unidas sucedieron también cosas importantes en la década que acaba de terminar. Se cumplieron las conferencias de Bali, Copenhague y Cancún, poniendo en evidencia cuán frágil puede ser este sistema para enfrentar los problemas comunes del hombre del Siglo XXI.
La década terminó con la creación de un fondo verde en la última conferencia de las partes del Protocolo de Kyoto, que expira en 2012. No obstante, es evidente que las negociaciones sobre la crisis climática global no avanzan como la humanidad espera. Unas veces fracasan estruendosamente, como en la pasada cumbre de Copenhague, de diciembre de 2009; otras, como en Cancún 2010, entregan victorias pírricas, que en ningún caso reflejan las afugias que la ciencia le ha señalado a la sociedad sobre la verdadera magnitud del problema[1].
Muchos tienen la sensación de que la ciencia va por un lado y los negociadores por otro.
En efecto, si uno revisa el IV Informe de Evaluación del IPCC publicado en 2007, encuentra que los escenarios proyectados para el periodo 2020-2040 resultan más que alarmantes.
Una luz de esperanza
Aunque pueda sonar un poco extraño, al empezar la segunda década del siglo y constatar, como en efecto constatamos que el Protocolo de Kyoto va camino de fracasar y que por un lado sigue yendo la ciencia y por otro la dirigencia del mundo, vamos camino de recuperar la esperanza en la solución de la crisis climática global.
La sociedad, metida entre el sándwich de la ciencia y sus dirigentes, ha empezado a reaccionar. El optimismo sobre la luz que podemos entrever en el final del túnel, se basa en esta paradoja, probablemente cruel: en la primera década de este siglo fracasaron todas las negociaciones entre los países firmantes del Protocolo de Kyoto orientadas a reducir las emisiones de carbono de los países industrializados.
El volumen de las emisiones ha crecido, sobre todo en países como China, Brasil, India e Indonesia; el Protocolo de Kyoto muy probablemente expirará sin haber alcanzado el cumplimiento de la pequeña meta que se propuso: un 5,2 por ciento de reducción de las emisiones globales de carbono, a pesar de que en las cumbres de Bali (2007), Copenhague (2009) y Cancún (2010), tanto los científicos como las organizaciones de la sociedad, abogaron conjuntamente por metas que oscilaban entre un 40 y un 80 por ciento, para los años 2020 y 2050, respectivamente[2].
Una de las principales enseñanzas que hoy nos deja el fracaso de Kyoto es que la humanidad erró el camino de la confianza en el sistema de las Naciones Unidas como organismo idóneo para solucionar sus grandes crisis en general, pero la del cambio climático en particular.
No obstante, si miramos el problema desde otro ángulo, descubriremos la oportunidad agazapada en la crisis, como bien lo señala el ideograma chino: la principal ventaja que puede tener este descalabro de la diplomacia internacional es que podemos poner los ojos en otros esquemas de soluciones que nos permitan plantearnos metas más escalables en áreas que hoy resultan estratégicas y que, partiendo de acuerdos entre pocos países, puedan ser más viables.
En eso estamos.
Postdata
Una nota de actualidad me sirve para cerrar este artículo, pues la considero una buena síntesis de lo que nos deja la década del clima: a Nicholas Stern, autor de un amplio estudio sobre el impacto económico del cambio climático, encargado por el Gobierno británico, le fue entregado esta semana el premio «Fronteras del Conocimiento de Cambio Climático», de la Fundación BBVA.
En el acto de premiación hizo una rectificación esencial: «Estimamos que la mayor probabilidad era un impacto (económico) de un 5 por ciento del PIB mundial y ahora creo que estará más cerca de un 20 por ciento, que era nuestra estimación más pesimista».
Pero al lado de su rectificación deslizó una esperanza, también en forma de enmienda: «Otro error es que no nos dimos cuenta antes de lo atractivas que resultan las economías bajas en carbono, una nueva revolución industrial llena de innovación y descubrimientos, una oportunidad para crecer en tiempos de crisis«.
¿Cómo asumirá la sociedad este desafío? ¿Cómo educar a las nuevas generaciones sobre la necesidad de construir las bases de una nueva sociedad? Esa es la reflexión que aquí les dejo a los lectores.
Fuente artículo: http://www.razonpublica.com/index.php/economia-y-sociedad/1722-la-extrema-decada-del-clima.html
Foto: https://www.google.co.ve/url?sa=i&rct=j&q=&esrc=s&source=images&cd=&cad=rja&uact=8&ved=0ahUKEwjuzsL6v67RAhVHZCYKHUSqAVAQjhwIBQ&url=http%3A%2F%2Fwww.juventudrebelde.cu%2Fmultimedia%2Ffotografia%2Fgenerales%2Fdebaten-sobre-el-clima%2F&psig=AFQjCNEEK0AMiPs_7pnbezJ8AIIB5ohRYg&ust=1483825784170383