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Libro: Comunicación y política Una visión crítica de las Ciencias Sociales desde Nuestra América (pdf)

Cutberto Pastor Bazán
(Coordinador)

El presente libro, Comunicación y política. Una visión crítica de las Ciencias Sociales desde Nuestra América, ha sido posible por el apoyo financiero y académico de la
Dirección General de Planeación y Evaluación Institucional de la Universidad Autónoma de Guerrero. Por ello, nuestro agradecimiento a su Director General, Dr. Víctor Manuel Abarca Ramírez, y al Mtro. Margarito Radilla Romero, Jefe del Departamento de Capacidad Académica. Asimismo, por su incondicional y decidido esfuerzo para la publicación de esta obra crítica, al Dr. Javier Saldaña Almazán, Rector de la uagro, y al Lic. Rubén Leyva Montiel, Director General de Ediciones y Gráficos Eón, por la coedición del mismo.

PRÓLOGO

La antología Comunicación y política. Una visión crítica de las Ciencias Sociales
desde Nuestra América, coordinada por el Máster en Ciencias de la Comunicación y
Doctor en Ciencias Sociales, Cutberto Pastor Bazán, profesor-investigador de la Facultad de Comunicación y Mercadotecnia de la Universidad Autónoma de Guerrero
(uagro), busca enriquecer, aumentar y mejorar los conocimientos teóricos-científicos
de los lectores en Ciencias Sociales y de Comunicación. Esto significa trabajar sistemáticamente por una sociedad más culta, activa y participativa en la realización de los cambios y las trasformaciones económicas, sociales, políticas, culturales, de género y de los pueblos originarios, democráticos y populares en Nuestra América, en aras de una preparación académica, política e ideológica.

Es importante subrayar que el colonialismo e imperialismo europeo y estadounidense han utilizado y siguen utilizando la introducción del eurocentrismo y estereotipos occidentales con el objetivo de destruir la identidad nacional, valores, usos y
costumbres de los pueblos de Nuestra América, para así seguir explotando a los
obreros y campesinos y saqueando los recursos naturales del continente. En otras
palabras, se utiliza un imperialismo cultural, como lo han desenmascarado y argumentado luchadores sociales, estudiosos, académicos, periodistas y revolucionarios de este continente que han combatido tal dominación colonial e imperialista, como Frida Kahlo (México), Haydée Santamaría (Cuba), Ernesto Che Guevara (ArgentinaCuba), Eduardo Galeano (Uruguay) y Aníbal Quijano (Perú) por mencionar algunos.

Se trata de una batalla de ideas entre un pensamiento libertario y progresista contra
los dogmas y manipulaciones coloniales e imperialistas, como lo mencionaron José
Martí, el héroe nacional de Cuba, y Ernesto Che Guevara.

La importancia de la antología, Comunicación y política. Una visión crítica de las
Ciencias Sociales desde Nuestra América, es un esfuerzo colectivo de académicos, escritores y activistas políticos a través de sus ensayos críticos sobre Nuestra América
para combatir la ofensiva política e ideológica, colonial, neocolonial e imperialista
contra los pueblos de la región. Pretende concientizar y preparar a los estudiantes,
obreros, campesinos y pueblos para generar conocimientos críticos, argumentos científicos y convincentes que fomenten condiciones teóricas y materiales que contrarresten la penetración e influencia negativa de este imperialismo cultural, sobre todo, en su forma neoliberal y antidemocrática.

Descargar en: Libro Comunicacion y politica 2021 Coordinador Cutberto Pastor Bazan

Fuente: https://rebelion.org/download/comunicacion-y-politica-una-vision-critica-de-las-ciencias-sociales-desde-nuestra-americacutberto-pastor-bazan-coord/?wpdmdl=696215&refresh=61be9c54b37b21639881812

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Opinión | El ritual escolar: Comunicación – Lo invisible (3ª parte)

Por:

En esta tercera entrega del ‘Ritual Escolar: Comunicación’, Andrés García Barrios relata cómo la comunicación es la misión humana por excelencia que nos ha unido y separado desde tiempos inmemoriales.

En las primeras dos partes de este artículo, me he complacido presentando al lector primero la visión más optimista y luego la más pesimista de los procesos de comunicación que comenzaron a mediados del siglo pasado y llegaron hasta nuestros días. Quise mostrar que es posible tener las dos versiones.

La existencia de una comunicación que nos une y de otra que nos separa, son una constante humana, me parece. Creo que han estado siempre: desde tiempos inmemoriales los seres humanos hemos confiado en que podemos comprendernos unos a otros, y a la vez mantenemos una duda constante al respecto. El sabio griego Gorgias, que afirmaba que el movimiento de las cosas era una ilusión, también negaba que la comunicación fuera posible. Su argumento era contundente: las palabras son herramientas de la conciencia (es decir, subjetivas) por lo que no pueden describir los hechos que ocurren objetivamente; ni siquiera alcanzan a describir nuestras emociones, las cuales también son ajenas a la razón, al menos parcialmente. Finalmente añadía que, para colmo, si acaso pudiéramos expresar nuestros pensamientos, jamás estaríamos del todo seguros de que nuestro interlocutor los entendiera; y es que, no estando nosotros dentro de su conciencia, no podríamos confirmarlo.

Recientemente, Byung Chul-Han, filósofo coreano, ha hecho una crítica feroz contra el tipo de comunicación que se da a través de redes sociales y el supuesto intercambio humano que éstas permiten: dice que se trata de una comunicación vacía, sin comunión, flujo de mensajes sin receptor, sin un verdadero receptor. En oposición a ésta, menciona la existencia de culturas donde la gente no necesita comunicarse para constituir comunidades sólidas; por ejemplo, los japoneses frecuentan rituales que son pura forma, es decir, gestos y actitudes que no dicen nada a nadie y que sin embargo los unen de forma indefectible. Comunidades sin comunicación, les llama (versus comunicación sin comunidad, como hemos dicho).

Francoise Doltó habla de que la comunicación es la misión humana por excelencia. Según ella, el milagro unificador surge desde el vientre de la madre, y menciona que, por ejemplo, en el tam tam del corazón materno tiene su origen nuestra atracción y encanto por el ruido de los tambores, en el que percibimos un llamado ancestral a la acción, a despertar a la vida (como todos sabemos, las percusiones son el primer instrumento musical de la historia).

Y así pasamos a hablar sobre el poder de comunicación del arte. Conozco poetas que afirman que sus textos “comunican”, con lo cual (si no quieren decir simplemente “expresan”) se nos plantea la pregunta de si es posible hacer intercambios a través del tiempo, es decir, con lectores futuros (“escribo hoy para ti que me lees mañana”) y escritores del pasado (“te agradezco tus textos, a ti, que ya no estás”), poniendo en duda la certidumbre científica de que la flecha del tiempo siempre viaja hacia adelante (¡será lo que los filósofos de la ciencia quieran, pero cuando leo Animal de fondo de Juan Ramón Jiménez, tengo la certidumbre de que el autor está escribiendo sus poemas en ese mismo instante y percibiendo mi conmoción!).

Así pues, el concepto de comunicación tiene muchos vértices. Yo, para precisar su importancia dentro de lo que he venido llamando el ritual escolar, elijo empezar por el más sencillo: las primeras formas de comunicación de las que da cuenta la ciencia de la Historia.

Chismosos y crédulos

En su libro Sapiens: de animales a dioses, Yuval Noah Harari menciona tres fases de comunicación que fueron cruciales para que nuestros antepasados no humanos se convirtieran en lo que somos: la primera ―que compartimos con nuestros ancestros monos― es el desarrollo de un lenguaje meramente informativo que sirve para comunicar circunstancias inmediatas y favorecer la subsistencia del grupo: “El león está cerca”, “Hay un montón de fruta a un lado del arroyo”. Algunos individuos humanos y no humanos saben usar estos signos de forma engañosa para sacar ventaja, y por ejemplo, avisan a un semejante de la presencia de un peligro con la sola intención de distraerlo y robarle algo (por ejemplo, su alimento). Tales formas de lenguaje sólo pueden congregar hasta un ciento de individuos, cifra después de la cual se produce el caos y la convivencia se viene abajo. Rebasados los cien, tendrá que formarse otra manada, con la cual la primera no se identificará de ninguna manera y muy probablemente entrará en conflicto.

Para reunir grupos más grandes es necesario que aparezca algo más propiamente humano. La segunda fase, dice Harari, es el tipo de comunicación a la que llamamos “chismorreo”. A través de éste, los seres humanos se enteran (o son engañados) no sólo sobre cosas que pasan más allá de su grupo sino sobre otras muy importantes que ocurren al interior de éste. Ahora se entrecruzan mensajes que hablan de los propios compañeros: “Aquél es un mentiroso”, “Ella me compartió su comida”. Así la manada afina y aumenta su control sobre las situaciones favorables y desfavorables, tanto internas como externas, y puede congregar a más individuos. Estos se identifican entre sí (son semejantes), y comparten recomendaciones y advertencias, se enteran de quiénes del grupo son confiables y quiénes no, y gradúan sus acciones para favorecer la convivencia y mantenerse a salvo.

Sin embargo, explica Harari, el chismorreo permite crear grupos humanos de hasta 150 miembros pero no es suficiente para reunir esas grandes masas donde miles y hasta millones de seres humanos responden al mandato de un solo líder. Para que esto ocurra, es necesario que las personas creamos en entidades invisibles a las cuales adherirnos como si fueran tan confiables como las que sí vemos, y aún más. Esas entidades se despliegan sobre grandes multitudes permitiendo que una persona se identifique con otras a las que nunca ha visto ni verá, y a las cuales considera sus semejantes solo por el hecho de creer en algo común, es decir, en ficciones creadas por el pensamiento y convenidas colectivamente gracias al lenguaje. Así, un dios puede hacer que todos sus fieles se consideren parte de una misma familia multitudinaria, y un país puede agrupar a millones a pesar de que sus límites sean por completo artificiales, fundados en ideas, palabras, deseos… es decir, en actos de comunicación a los cuales puede llevarse el viento.

Los sapiens devenimos semejantes sólo por estar al abrigo de la misma religión, familia, escuela, nacionalidad, sociedad anónima u otras entidades invisibles a las que cuidamos y preservamos como si fueran nuestras, o más bien, como si fuéramos suyos.

La realidad de lo invisible

Las versiones cientificistas como la de Harari, no son las únicas. Según otras, lo invisible no es una ficción sino un hecho contundente. A favor de éstas, me aventuro ahora en una de esas disertaciones a las que en alguna ocasión llamé fantasías filosóficas.

Puedo imaginar que, conforme iba adquiriendo conciencia, cada uno de aquellos primeros seres humanos se daba cuenta de que él mismo era una unidad, un ser en sí, un todo; sin embargo, simultáneamente iba advirtiendo otra verdad: los que lo rodeaban también lo eran. Si lo pensamos bien, la experiencia de ser un todo no combina con la de tener semejantes: un todo, por definición, abarca todo lo existente, por lo que dos todos son un disparate; y un montón de todos, un delirio. El que hubiera muchos todos como yo, era desquiciante.

Por fortuna, aquellos primeros humanos habrán vivido también la experiencia opuesta, es decir, la de reconocerse a sí mismos como parte de un todo superior, del que los demás humanos eran también una parte (convirtiéndose, ahora sí, en sus semejantes). Al desprenderse al menos un poco de su todeidad y participar junto con la comunidad en un Ser más grande, se habrán sentido como restaurados de aquel primer delirio. Pero también en el desprendimiento hallarían grandes riesgos: la sensación de perderse en el todo no habrá sido reconfortante sino fuente de mucha angustia. La única alternativa sería entonces intentar desprenderse de sí mismos sin perder el yo, y desde ahí regresar, un poco más repuestos.

Por desgracia, en el viaje de vuelta inevitablemente se habrán reencontrado con aquella tentación de completud que los embargaba desde el principio. Conscientes ahora ya de la existencia de los otros, habrán hallado una estratagema para lidiar con el peligro: “No soy todo, sólo soy el centro”. Por fortuna, también esta certidumbre egocéntrica (fuente de conflicto con los demás egos) tarde o temprano los volvería a arrojar a una paradoja: “Cada uno de nosotros es un centro, cada uno quiere que se le reconozca como tal”. Y sólo les habrá quedado la humildad para reconocer que en este extraño mundo sí hay un lugar para muchos centros.

Final metafórico

El juego del yo-yo es (desde su nombre) una buena metáfora de todo esto que digo. Ovillado en mi centro―desde el que vislumbro con terror el convertirme en un yo completo y aislado―, intento desprenderme de mi propia inmensa carga y me arrojo en un vuelo que deseo libre y eterno; pero una vez alcanzado cierto límite (en el que mi yo empieza a desvanecerse), regreso empavorecido a aquel centro que dejé atrás. Mi vida entera se desenvuelve, entonces, entre un extremo y otro, sin querer quedarme para siempre en ninguno de ellos. Ciertamente, regresar al centro me sirve para cobrar impulso; y quedarme un rato patinando en el otro extremo me permite realizar numerosas “suertes” (como les llaman los expertos), siempre y cuando no intente permanecer ahí demasiado tiempo.

En esencia soy un ser humano y, como los yo-yos, me realizo en un juego constante, en una promesa y un desafío permanentes.

(Continuará)

Fuente e Imagen: https://observatorio.tec.mx/edu-news/ritual-educativo-comunicacion-parte3

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Opinión | El ritual escolar: Comunicación – La Catástrofe (2ª parte)

Por: Andrés García Barrios

A través del abuso del Like/Me gusta, hemos creado una sociedad de personas juntas, pero no unidas. La escuela también ha seguido esta tendencia convirtiendo el diálogo en un monólogo donde todo lo diferente es expulsado.

El esplendor de comunicación que se impuso sobre el mundo entero desde mediados del siglo pasado, pronto se vio ensombrecido por un radical escepticismo. Las críticas iban en dos sentidos. La primera objetaba que, si se daba a todo mundo el derecho a hablar, es decir, si en la casa, la escuela y la comunidad se promovía un diálogo de verdad libre e igualitario, todas las autoridades perderían fuerza y como consecuencia sobrevendrían la anarquía y el libertinaje (eso se decía en los sesenta contra el movimiento hippie y las escuelas llamadas “activas”).

Por otra parte, en cuanto a los medios masivos de comunicación, se denunciaba que con ellos ocurría justo lo opuesto: no eran libres ni plurales, no eran partidarios de una expresión igualitaria ni facilitaban el intercambio democrático de las ideas: estaban supeditados a autoridades económicas y políticas, y manipulaban los contenidos conforme al interés de éstas: la comunicación de masas no era verdadera comunicación sino sólo transmisión de mensajes de forma unilateral: las únicas diferencias reales entre, por ejemplo, una televisora y otra, eran las necesarias para la competencia comercial: el espectador lo único que podía hacer era prender el aparato, cambiar de canal y apagar el aparato, pero no tenía ninguna posibilidad de participar en un verdadero diálogo.

Sin embargo, este tipo de manipulación era más profunda de lo que expresaba la mayoría de esas críticas. El problema iba más allá de sólo darle la palabra a algunos y quitársela a otros. Imponer sobre la gente la manera de pensar de los poderosos no era lo peor. Mucho más dañino (y mucho más fácil) era repetir una y otra vez sólo lo que el público quería escuchar: es decir, afirmar y reafirmar sin cesar lo que la gran mayoría de los espectadores (la masa) pensaban de sí mismos, de sus familias, de la sociedad y de la vida en general.

Las cada vez más abundantes celebridades que aparecían en la televisión, la radio o la prensa, dando consejos y emitiendo opiniones, no hablaban de sí mismas, no presentaban su verdadera forma de pensar y vivir; estaban obligadas a repetir los guiones que se les asignaban y tenían rigurosamente estipulado (en general por contrato) lo que podían decir y lo que no. Estas “personalidades” de ninguna manera se abrían al diálogo y a la confrontación con las ideas, sentimientos y valores de sus “admiradores”. Se hacían partidarias de creencias y tradiciones populares que en realidad muchas veces menospreciaban, y anunciaban con entusiasmo productos comerciales que jamás habían consumido ni consumirían.

Los medios de comunicación no mostraban un mundo distinto al que el público ya conocía: no incluían otras historias, otros dramas, otro tipo humor, otros problemas ni otras formas de entretenerse y divertirse: no les interesaba hablar de otra vida posible. En una palabra, desdeñaban todo papel educativo. Parece que es cierta la frase de un magnate de la televisión mexicana que un día exclamó: “Si la gente quiere mierda, mierda le voy a dar” (así, con esas palabras).

Al sumergirse en la red, el usuario sólo se está viendo a sí mismo.

Obviamente, al “darle por su lado” al espectador, creaban en éste la sensación de que lo estaban tomando en cuenta, y aquel devolvía el favor depositando en los medios su confianza. Así, éstos ―alumbrados por su cauda de “estrellas”― se iban convirtieron en verdaderos representantes populares (“el cuarto poder” llegó a llamárseles). El público sentía que se expresaba a través de ellos, que en ellos circulaban sus propias ideas, que en lo que los medios decían él misma aprobaba o desaprobaba las acciones de otros, y al consumir los productos que ahí publicitaban, les mostraba y reafirmaba su lealtad. En fin, cada espectador estaba convencido de que a través de los medios participaba activamente de la vida social.

Pero no era así. Esa falta de honestidad ―ingrediente sin el cual toda comunicación es una falacia― dejaba al espectador solo con sus propias ideas, creyendo que el mundo entero estaba de acuerdo con él y que su vida tenía importancia hasta para los más famosos y “ejemplares”. Pero en realidad, sólo se estaba comunicando consigo mismo; sin darse cuenta se estaba quedando solo, cada vez más.

Dicen que el peor mal es el falso bien. Para los que creemos (junto con la psicoanalista francesa Francoise Doltó) que la comunicación es la principal misión del ser humano en este planeta, pocas cosas resultan más crueles y discriminadoras que el hecho de sistemáticamente hacer creer a alguien que te importa su punto de vista cuando no es así.

Redes ¿sociales?

En el contexto de esta falsa “comunicación” mundial, la internet fue bien recibida, como si sólo ella y su red electrónica faltaran para completar la esperada unidad del mundo. El colmo del engaño (engaño a un ser que, creyendo comunicarse, sólo escucha sus propias ideas) se alcanzó con las redes sociales. En esa herramienta que supuestamente facilitaría el encuentro entre todos los habitantes del planeta, muchos vieron ―y ven aún― el mayor enemigo de lo humano en el nuevo siglo.

No exagero. En el famoso documental El dilema de las redes sociales, un verdadero ejército de excreadores de este tipo de plataformas se lanzan contra ellas para denunciarlas: se trata, revelan, de una red donde cada ser humano recibe un paquete de verdades, estímulos y satisfactores especialmente diseñados para él por un sistema poderosísimo que tiene acceso a toda su información y a información de todo el mundo (obviamente sin qué nada de esto él lo sepa). Esa red sólo le ofrece lo que le es afín, no le da nada que lo contradiga, al menos no que lo contradiga seriamente: nada que le exija cuestionarse y cambiar, nada que le comunique, nada que lo eduque en un sentido profundo.

La escuela también ha seguido esta tendencia, donde todo lo diferente es expulsado.

Al contrario, el sistema está haciendo que su estrecho mundo individual se le aparezca como la realidad entera. El usuario de redes cree que tiene acceso a una oferta universal de asuntos y que puede elegir de entre ellos, cuando en realidad le están restringiendo el menú sin decírselo. Al sumergirse en la red, sólo se está viendo a sí mismo. Y ―como ocurre siempre ante el espejo― al sentirse en esa plena confianza, se desnuda libremente, mostrándose a sí mismo tal cual (con todo lo que siente, piensa, lee, mira, desayuna o desea), cosa que el sistema agradece y utiliza para conocerlo mejor y seguir reciclando frente a él exclusivamente lo que, como decimos, le es afín. Gracias a las redes, está destinado a hablar más y más sólo consigo mismo y a convertirse en un entusiasta interlocutor de su propio eco.

¿Qué tipo de comunidad podemos crear todos esos individuos que vivimos así? Como nos explica el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, a través del abuso del Like/Me gusta y de las redes, los seres humanos hemos creado una sociedad de personas juntas, pero no unidas; una pluralidad de individuos aislados donde todos somos “yo” pero no “nosotros”.

¿Y en la escuela?

La escuela también se ha visto amenazada por esta tendencia de las redes sociales a crear parcelas personales de realidad y a convertir el diálogo en un monólogo donde todo lo diferente es expulsado. ¿No es cierto que en determinado momento los alumnos de algunas escuelas empezaron a hablar de que los maestros estaban ahí para atender a sus demandas de conocimiento? Ellos ―los estudiantes― podían elegir lo que querían aprender y los maestros debían aportárselos: “Quiero que usted me enseñe esto. Sí, yo voy a decirle lo que va a explicarme”. A partir de entonces, muchos nos seguimos preguntando si la educación escolar podría ser sustituida por una especie de autodidactismo en que cada individuo elija sólo lo que quiera aprender y que pueda hallarlo en los medios electrónicos (en un contexto así, la escuela o bien desaparecería o se convertiría en un simple proveedor de información, organizada en función de lo que cada quien requiera).

Sin embargo, a la luz de las nuevas críticas, también podemos pensar que en un tipo de “escuela” así los alumnos sólo creerían estar construyéndose a sí mismos cuando en realidad simplemente estarían adquiriendo habilidades para ser más y más parecidos a lo que el sistema espera de ellos. Para “autoexplotarse”, como dice Byung-Chul Han.

¿Podremos de verdad prescindir de un tipo ancestral de escuela donde la comunicación es entendida como un “abrirse al otro”; de una comunidad de aprendizaje donde, en el intercambio con otro, uno va más allá de su personalidad, y donde el diálogo es la forma de fortalecer la identidad individual y la unidad social? Seguiré hablando de ello en este artículo sobre la comunicación en el ritual escolar.

(Continuará)

Fuente de la información: https://observatorio.tec.mx

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Libro(PDF): (Des)iguales y (des)conectados. Políticas, actores y dilemas info-comunicacionales en América Latina

Reseña: CLACSO

*Disponible sólo en versión digital

En este libro nos proponemos trabajar sobre uno de los problemas contemporáneos del campo, que quedó expuesto con crudeza a partir de la catástrofe planetaria que ha significado la pandemia «COVID 19: la desigualdad info-comunicacional, que tiene a la conectividad y a su reverso, la desconexión, como algunos de sus puntos medulares.»

Autoras(es): 

Daniela Monje. [Coordinadora]
Alina Fernández. Ana Laura Hidalgo. [Editoras]

Mariela Baladron. Diego de Charras. Ezequiel Rivero. Diego Rossi. Helena Martins. Ivonete da Silva Lopes. Manoel Dourado Bastos. Elisabet Gerber. Luis Breull. Olga Forero Contreras. Juan Diego Muñoz. Iván Jiménez Cárdenas. Hilda Saladrigas Medina. Beatriz Pérez Alonso. Fidel Alejadro Rodríguez Derivet. Willy Pedroso Aguiar. Álvaro Terán. Angy Mora. José Roberto Pérez. Carlos F. Baca Feldman. Daniela Parra Hinojosa. Erick Huerta Velázquez. Eduardo Villanueva Mansilla. Gabriel Kaplún. Federico Beltramelli. Gustavo Buquet. Daniela Monje. María Soledad Segura. César Bolaño. [Autoras y Autores de Capítulo]

Editorial/Edición: CLACSO.

Año de publicación: 2021

País (es): Argentina

ISBN: 978-987-813-003-3

Idioma: Español

Descarga: (Des)iguales y (des)conectados. Políticas, actores y dilemas info-comunicacionales en América Latina

Fuente e Imagen: https://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/libro_detalle.php?orden=&id_libro=2395&pageNum_rs_libros=0&totalRows_rs_libros=1565

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Opinión | El ritual escolar: Comunicación – Todo comunica (parte 1)

Por: Andrés García Barrios

El lenguaje está siendo sometido a revisión (y a una revolución) para que devenga más inclusivo, más universal, y que contenga elementos de identificación para todas las personas.

Hacia mediados del siglo pasado, millones de personas de todo el mundo (sociólogos, antropólogos, psicólogos, intelectuales, comunicadores, artistas…) se unieron entusiasmados a una nueva corriente de pensamiento que ponía a la Comunicación en la cúspide de nuestras prácticas y conocimientos. Todo comunica era la nueva consigna que regía al mundo. Según ésta, todo lo que los seres humanos hacemos, sentimos o pensamos se traduce en comportamientos que comunican algo a alguien.

Aquella nueva corriente era parte de un momento histórico. Como nos recuerda el periodista y ensayista John Higgs en su libro Historia alternativa del siglo XX, desde finales del XIX se habían venido poniendo en duda, una a una, todas las creencias, prácticas, conocimientos, tradiciones, en fin, todos los ejes culturales que con gran paciencia ―y para su tranquilidad― la humanidad había levantado durante siglos. Así habían ido cayendo Dios, la certidumbre científica, la honra militar, el orden moral, el valor del arte, la esperanza de la educación, lo sagrado de la familia, la dorada materialidad del dinero… En sólo unas décadas se había perdido todo centro, todo “eje del mundo”, y hasta la conciencia individual se sumergía en los abismos del subconsciente y corría el riesgo de perderse.

Por eso, cuando los científicos sociales de Palo Alto, California, anunciaron que todo en este mundo es comunicación, millones de personas se asieron a esa rotunda verdad, encontrando la solución a su creciente angustia. ¡La comunicación! Algo tan cotidiano como ella, tan universal y antiguo, seguía funcionando. El milagro se debía justamente a que la comunicación era una actividad que prescindía de todo centro, que era el reflejo mismo de lo “descentrado”, de lo que va y viene, de lo que pasa de uno a otro, de una mente a otra, en un constante fluir. En 1934, la famosa escritora danesa Isak Dinesen ponía en la mente de uno de sus personajes las siguientes palabras: “¡Qué difícil es conocer la verdad! Me gustaría saber si es posible decir absolutamente la verdad cuando se está solo. A mi entender, la verdad es una idea que nace y depende de la conversación y la comunicación humanas”. La literatura se hacía partidaria de la nueva conciencia.

Los años sesenta dieron el rotundo a esa liberación que ponía como eje del mundo al contacto humano. Con el hippiesmo, hombres y mujeres se soltaron el pelo como primer símbolo de lo que pierde el centro y vuela. Decían que cada uno de nosotros es capaz de desprenderse de su cuerpo individual y “viajar” hacia los demás seres humanos y el cosmos, y sentirse uno con ellos. “Para que pueda ser he de ser otro, salir de mí, buscarme entre los otros. Los otros que no son si yo no existo, los otros que me dan plena existencia”, publicaba en 1960 el poeta mexicano Octavio Paz.

Esta nueva forma de pensar no era propia sólo de aquel movimiento juvenil, popular y espontáneo (quizás el más espontáneo de la historia, según el insigne Arnold J. Toynbee). También en los estrechos círculos de la academia empezaba a imponerse una nueva manera de pensar: desde el punto de vista de la filosofía tampoco existía el centro, ni en la realidad ni en el conocimiento: todo estaba descentrado y lo único que existía era el pensamiento, el habla, la escritura (el discurso, en suma), que no podía fijarse en ningún punto pero que sí podía hilvanarse y deshilvanarse como una madeja, y además permitía extraños “saltos” de encuentro con “el otro”.

Así, los procesos de comunicación (¡y los medios de comunicación!) iban restableciendo la confianza. Se proclamaba que todo mundo tenía derecho a hablar. Pensadores de la altura de Karl Jaspers, Erich Fromm y Ludwig Habermas, veían en ello el medio para resarcir el tejido social, tan convaleciente, tan desgreñado aquí y allá, roto en todos los sitios donde antes había un “centro”. Finalmente, en 1986, la gran psicoanalista y educadora francesa Francoise Doltó aseguraba que la misión humana en este mundo es comunicarnos y presagiaba la inminente llegada de una herramienta mundial de comunicación que pondría a todo el mundo en contacto.

En este contexto, la institución escolar se volcó a experimentar con las nuevas prácticas y a modificar la vieja visión de la educación como una disciplina supeditada al “progreso” (según esta visión, cada generación tenía el derecho y la obligación de transmitir sus logros y conocimientos a la siguiente). Con la nueva perspectiva, todo era intercambio, mutuo entendimiento; las escuelas eran tanto más innovadoras cuanto más fomentaban el trabajo en equipo y renunciaban al control que el maestro tenía sobre el alumno. Éste se convirtió en un interlocutor activo y finalmente en un verdadero constructor de su personalidad y su conocimiento, y eso no en soledad sino mediante herramientas compartidas con una comunidad de aprendizaje.

Finalmente, con la llegada de internet y de las redes sociales, el boom de la comunicación alcanzó al planeta entero. De pronto, todos teníamos a mano una cámara para registrar lo que nos ocurría (a nosotros y a nuestro alrededor). Se le juzgaba una obsesión voyeurista o un mantenerse alejado del entorno, pero en realidad era como si quisiéramos confirmar en todo momento la vieja máxima del filósofo: “Yo soy yo y mi circunstancia”. En efecto, yo no sólo era yo sino también lo que ocurría en torno a mí, lo que veía y me veía, lo que escuchaba y me escuchaba.

No sólo estábamos más interconectados que nunca y teníamos acceso a más información, sino que entrar en contacto con otras personas también adquiría un nuevo valor. Francoise Doltó ―que como vimos predijo la llegada de internet― murió antes de que un alud de selfies inundara el mundo, pero es muy probable que su mente ―tan aguda como generosa― habría visto en ellas no una manifestación narcisista (como tanto se ha dicho) sino una nueva forma de comunicación basada en atreverse, por fin, a compartirse a uno mismo. La idea es atrevida, pero tiene sentido. Como dice John Higgs en su libro arriba citado, esos autorretratos no son pura autocontemplación y autocomplacencia: “… no son meros intentos de reforzar un concepto personal del yo individual, sino que existen para ser observados (por otros) y, de este modo, fortalecer las relaciones que se dan a través de la red. Esas fotos sólo adquieren sentido cuando se comparten”.

Si quisiéramos seguir con la apología de las redes sociales, podríamos hablar de cómo han servido para evidenciar la cantidad de talento artístico que existe en el mundo, y cómo han democratizado la expresión pública de las artes, antes tan elitista. Como nunca, la gente lee y escribe poesía, expresa ideas, canta, baila, hace magia, seduce, cuenta chistes, expresa dolores y temores…

Esta forma tan contundente de experimentar y proclamar que yo soy yo y mi mundo, ha llegado acompañada de movimientos sociales que exigen el inmediato reconocimiento de la diversidad humana y el respeto a las diferencias. Este inédito avance sigue siendo un logro de la comunicación entendida como práctica de identidad. El lenguaje (que es quizás lo más personal y a la vez lo más común que tenemos los seres humanos) está siendo sometido a revisión (podríamos decir a una verdadera revolución, por momentos violenta) para que devenga más inclusivo, más universal, y que contenga más elementos de identificación para todos. En la mayoría de los países la exigencia es incipiente, pero ya hay muchos lugares donde yo puedo al menos reclamar que los demás se dirijan a mi como yo deseo, sin reducirme a una generalidad sino al contrario, abriéndose a mis singularidades (creo que los casos extremos no son sino elocuentes detonaciones de esta tendencia: he escuchado de una persona que pide que se le considere no un él, ella o ello, sino un ellos, así, en plural: “Call me they”, pide).

(Continuará)

Fuente de la información e imagen:

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Comunicarse no es tan fácil: ¿Dialogamos?

Por: Fernando Buen Abad Domínguez

Dialogar es un hecho social que a muchos les indica “civilidad”. Dialogar tiene “buena prensa” y normalmente es la mejor estrategia para dirimir (bien o mal) acuerdos o desacuerdos. Y muy raramente un diálogo verdadero omite la igualdad de oportunidades y, principalmente, la igualdad de condiciones. Dialogar es un hecho humano, exigente, que tiene requisitos concretos y abstractos raramente cumplidos. Otra cosa es mantener “conversaciones” que el viento suele llevarse. Dialogar no significa coloquio de monólogos o soliloquios.

Sabemos que el requisito principal para desarrollar un diálogo, en toda su extensión semántica y práctica, radica en voluntades abiertas, verificables y proactivas para escuchar, nos guste o no, lo que un interlocutor piensa y hace. Que tal voluntad de escucha, en su proactividad, pide también disposición para alcanzar acuerdos pertinentes, concretos y conjuntos, con cambios de actitudes. Que, en igualdad de circunstancias, los dialogantes tendrían equidad en las contribuciones, y en los recursos, para realizar cambios, incluso cooperativamente. Que el siguiente paso de un buen diálogo sería una convivencia armónica. Pero se requiere igualdad (no uniformidad) de posiciones objetivas y subjetivas. ¿Es eso posible en sociedades divididas en clases?  Sólo los pueblos hermanos dialogan honestamente.

Aún en condiciones desiguales, es posible cierto nivel de diálogo, pero será siempre un diálogo determinado por las asimetrías y es de importancia metodológica primordial observar cómo y cuánto influyen tales asimetrías en las características del diálogo, y sus consecuencias, en el corto, mediano y largo plazo. Esto parecería perfecto si no fuese porque, evaluamos porcentajes y resultados de los diálogos asimétricos, se detectan emboscadas generalmente abusivas, que traicionan lo que pudo parecer voluntad civilizada para resolver diferendos. Hemos visto diálogos revestidos con sonrisas y discursos muy promisorios, inmediatamente traicionados con mil y un canalladas originadas por las disparidades de poderes, de economías y de armamentos. Como fueron traicionados los diálogos de Paz por Colombia. Como las farsas dialoguistas del Movimiento (golpista) San Isidro en Cuba. Y miles de ejemplos más.

La historia de los diálogos está plagada por las más diversas experiencias que incluyen el parto de los saberes (en la mayéutica de Sócrates) hasta las falsificaciones en el uso del diálogomanipulado como emboscada ideológica para poner tramposamente, “en pie de igualdad” lo que es simplemente irreconocible, inadmisible e inmoral. Tal como suelen ser los diálogos convocados por el imperio o los diálogos obrero-patronales; los diálogos usados en la televisión como ejemplos de democracia burguesa farandulizada o los diálogos propuestos a la juventud para que se crea el cuento de que “todos somos iguales” bajo el capitalismo. Y muchos caen ingenuamente.

Bajo las condiciones actuales de dominación capitalista, acudir a una mesa de diálogo, o exigirla, implica hacer explícitas las agendas concretas, el currículum de los interlocutores y todas las desigualdades que rodean a la iniciativa. No podemos dialogar sobre la pobreza en el mundo si alguno de los dialogantes acude hambriento. No se puede dialogar sin denunciar las  coacciones, las amenazas o las limitaciones impuestas antes o durante el diálogo. No se puede dialogar sobre la Paz si ellos son dueños de la industria bélica planetaria; no se puede dialogar sobre cultura si ellos son los dueños de las máquinas de guerra ideológica que disfrazan como “medios de comunicación”; no se puede dialogar sobre democracia si ellos mantienen bloqueados a nuestros países. Nada de eso se parece al diálogo ni a la civilización. No caigamos en sus emboscadas. Podemos ir a sus mesas, pero jamás iremos ingenuamente. Iremos a denunciarlos, principalmente. Por método.

No es intransigente exigir condiciones dignas. Lo inaceptable es prestarse a una trampa que nos han tendido miles de veces abusando de su poderío autoritario y clasista. No es arrogancia exigir igualdad de oportunidades e igualdad de condiciones. No es petulancia someter a revisión minuciosa el contenido de las agendas y, especialmente, hacer valer nuestro derecho a incluir en las agendas los temas que nos importan y preocupan históricamente. Necesitamos una metodología social y justa para el desarrollo de los diálogos, sus acuerdos, seguimiento y correcciones. Como lo hacen algunas asambleas populares en no pocos territorios de nuestra Patria Grande.

¿Hay que dialogar con todos? Sólo si respetan a los pueblos, si merecen la confianza de las luchas que tienen bien puestos los en las batallas. Necesitamos instrumentos científicos y ayudas teórico-metodológicas para acudir suficientemente informados a una mesa de diálogo; acudir suficientemente advertidos sobre toda posible triquiñuela burguesa; acudir nutridos por la experiencia que da la lucha desde las bases. Evitar, a toda costa, obedecer cualquier agenda inconsulta, aunque la disfracen de colectiva. Asistir seguros de que hablaremos lenguajes comunes, sin palabrerío “técnico”, sin enredos semánticos que no entendamos o no se nos hubiere consultado. Asistir con la fuerza moral de nuestras historias de lucha y nuestras grandes victorias revolucionarias. Pero jamás asistir ingenuos. “Por el engaño nos han derrotado más que por la fuerza” decía el gigante Simón Bolívar. Que bastante sabía de diálogos.

Fernando Buen Abad Domínguez

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Libro (PDF): Radio comunitaria : participación ciudadana sin límites

Reseña: CLACSO

 

Sin licencia o con ella, la radio comunitaria se ha impuesto en la realidad latinoamericana. Para comunidades rurales, indígenas y urbanas, este medio ha sido la única posibilidad de dar visibilidad a las contradicciones, injusticias y diferencias que padecen. Las radios comunitarias han sido también espacios de expresión, cohesión y lucha por el derecho a la comunicación, a la información y a la cultura. Durante las primeras décadas del siglo xxi el marco jurídico que regula a los medios de comunicación y las políticas públicas hacia la radiodifusión se modificaron y, aunque de manera insuficiente, las nuevas normas reconocen y garantizan condiciones para el desarrollo de la radio comunitaria. Este libro recoge la discusión actual sobre tales cambios. Además, en sus páginas se muestran las coordenadas para pensar a los medios sociales cuando la digitalización ha operado un cambio de fondo en los procesos de producción, circulación y consumo de contenidos, al mismo tiempo que ha afianzado las formas de interacción entre medios y comunidad. En los dos estudios de caso aquí incluidos se describen fundamentales experiencias ciudadanas para el ejercicio de la libertad de expresión. Este libro es una lectura indispensable para comprender el avance de la radio comunitaria que, alentada por ciudadanos de variadas preocupaciones y delante de la hegemonía de la comunicación comercial, de los medios públicos y de los oficiales, construye un perfil propio y ocupa un sitio singular en el nuevo ecosistema comunicacional.

 

Autor(es): Villalba Gómez, Carlos Eduardo – Ortega Ramírez, Patricia – Repoll, Jerónimo – Montaño Rico, Juan Daniel –   Repoll, Jerónimo –  Compilador/a o Editor/a   Ortega Ramírez, Patricia
Editorial/Editor: Bonilla Artigas Editores
Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, DCSH/UAM-X
Idioma: Español
País de Edición: Mexico
ISBN:  978-607-28-1781-4
978-607-8636-58-7
Descarga Libro (PDF): Radio comunitaria : participación ciudadana sin límites
Fuente: http://biblioteca.clacso.edu.ar
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