09 de Marzo 2018/Fuente: businessinsider /Autor:Chris Weller
- Aquellos que son padres en Silicon Valley pueden comprobar de primera mano, ya sea viviendo o trabajando en el Área de la Bahía de San Francisco (EE.UU), que la tecnología es potencialmente dañina para los niños.
- Muchos padres están restringiendo –o directamente prohibiendo– el tiempo que sus hijos pasan frente a la pantalla.
- La moda sigue una práctica asentada entre los ejecutivos tecnológicos de primer nivel que llevan años restringiendo el uso entre sus propios hijos.
- Esta es la segunda entrega de la serie de artículos Your Brain on Apps, de Business Insider, en la que se investiga el modo en que las aplicaciones más adictivas pueden influir en el comportamiento.
Son las 9 de la mañana en Sunnyvale, California, y Minni Shahi va camino al trabajo en la sede de Apple en Cupertino. Su esposo, un ex Googler llamado Vijay Koduri, se reúne con su socio comercial en un Starbucks local para hablar sobre su nueva empresa, un negocio de producción de clips en YouTube llamado HashCut.
Los dos hijos de Shahi y Koduri, Saurav de 10 años y Roshni de 12, ya están en la escuela, probablemente inmersos en uno de los Chromebooks de Google que se lanzaron a principios de año.
La vida de los Koduris es la de una típica familia Silicon Valley, excepto por una cuestión. La tecnología desarrollada por los empleadores de Koduri y Shahi está prácticamente prohibida en su hogar.
No hay ni rastro de algún videojuego en el interior de la casa de los Koduri, y ningún niño dispone de un smartphonepropio todavía. Saurav y Roshni pueden jugar con los teléfonos de sus padres, pero sólo durante 10 minutos a la semana. Sin embargo, no existen límites para utilizar la biblioteca familiar, repleta de juegos de mesa. Hace un tiempo, la familia compró un iPad 2, pero durante los últimos cinco años ha permanecido en la estantería más alta de un armario de ropa de cama.
«Sabemos que en algún momento necesitarán tener sus propios teléfonos», dijo Koduri, de 44 años, ante Business Insider. «Pero lo estamos prolongando el mayor tiempo posible.»
«La diferencia es que no se consideran peligrosos»
Koduri y Shahi representan un nuevo tipo de padres de Silicon Valley. En vez de decorar sus hogares con la última tecnología, muchos de los padres que trabajan o viven en el mundo de la tecnología hoy en día están limitando –y a veces prohibiendo abiertamente– la cantidad de tiempo que sus hijos pasan frente a la pantalla.
Esta estrategia se debe a que los padres observan de primera mano, ya sea a través de su trabajo o simplemente viviendo en el Área de la Bahía – la región en la que se encuentran las empresas tecnológicas más valiosas del mundo en California– cuánto tiempo y esfuerzo se dedica a hacer que la tecnología digital sea irresistible.
Según una encuesta realizada en 2017 a 907 padres de esta región por la Silicon Valley Community Foundation, a pesar de la alta confianza en los beneficios de la tecnología, muchos padres están verdaderamente preocupados acerca del impacto de la tecnología en el desarrollo psicológico y social de los niños.
«No puedes pasar la mayoría de tiempo frente a un dispositivo y esperar desarrollar una buena capacidad de atención», dijo el ingeniero jefe de inteligencia artificial en la startup de aprendizaje de máquinas One Smat Lab, Taewoo Kim, a Business Insider. Kim practica el budismo y está enseñando a sus sobrinos y sobrinas, de 4 a 11 años, a meditar y a apreciar los juegos no tecnológicos y los rompecabezas. Una vez al año, los lleva a retiros espirituales y sin tecnología en templos budistas cercanos.
Los antiguos empleados de las principales empresas tecnológicas –algunos de ellos altos ejecutivos– han hecho públicas sus condenas a la obsesión de las empresas en la creación de productos adictivos. La polémica ha desencadenado nuevas investigaciones por parte de la comunidad psicológica, las cuales han ido convenciendo paulatinamente a muchos padres de que la palma de la mano de un niño no es lugar para dispositivos tan potentes.
«Las compañías de tecnología son conscientes de que cuanto antes se acostumbra a los niños, adolescentes o adolescentes a su plataforma, más fácil es convertirlo en un hábito de por vida», dijo Koduri a Business Insider. No es una coincidencia, dijo, que Google haya irrumpido en las escuelas a través de herramientas con Google Docs, Google Sheets y la suite de gestión del aprendizaje Google Classroom.
Convertir a los niños en clientes leales de productos poco saludables no es una estrategia novedosa. Algunos cálculos estiman que las principales compañías tabacaleras gastan casi 9.000 millones de dólares (unos 7.250 millones en euros) al año –o 24 millones de dólares al día (aproximadamente unos 19 millones de euros)– comercializando sus productos con la esperanza de que los niños los consuman para toda la vida. El mismo principio permite explicar por qué las cadenas de comida rápida ofrecen comidas infantiles: la lealtad a la marca es lucrativa.
«La diferencia (con Google) es que no se consideran a sí mismos peligrosos», dijo Koduri. «Google piensa sobre sí mismo: «Oye, nosotros somos los buenos. Estamos ayudando a los niños. Estamos ayudando en las aulas». Y seguro que Apple comparte la misma opinión, al igual que Microsoft».
En San Francisco, los padres han detectado un ‘malestar generado por el scrolling‘
Erika Boissiere no tiene ninguna duda de que la tecnología es como un veneno para los cerebros jóvenes.
Esta madre de dos hijos de 37 años en San Francisco trabaja como terapeuta familiar junto con su esposo. Señaló que ambos hacen un esfuerzo por mantenerse al día con la investigación acerca del tiempo que se emplea frente a la pantalla, el cual, a pesar de no contar todavía con los efectos a largo plazo, produce numerosos efectos a corto plazo entre los adolescentes que son grandes usuarios de la tecnología. Éstos incluyen un mayor riesgo de depresión, ansiedad y –en casos extremos– suicidio.
Muchos de los otros padres con los que ella y su esposo han tratado también han experimentado un sentimiento anti-tecnológico. Sólo por vivir en el epicentro tecnológico del mundo, la pareja tiene asientos en primera fila de lo que Boissiere llamó un «malestar generado por el scrolling«.
«Vivimos en una calle muy transitada», le comentó Boissiere a Business Insider. En los 15 años que llevan viviendo allí, ella ha notado «un gran cambio, que todo el mundo está ensimismado con sus teléfonos en el autobús. No sueles ver a nadie leyendo un Kindle, por ejemplo».
Boissiere hará todo lo posible para evitar que sus hijos, Jack de 2 años y Elise de 5 años, tengan interacción alguna con la tecnología. Ella y su esposo no han instalado ningún televisor en la casa, y evitan utilizar sus smartphones en presencia de los niños, una política estricta que la pareja también le pida a su niñera de 28 años, quien Boissiere dijo que ha sido sorprendida haciendo scroll en el trabajo.
La pareja ha ideado una estrategia para ayudarles a mantener su política. Cuando los dos llegan del trabajo a casa, dejan el teléfono móvil junto a la puerta. La mayoría de las noches, revisan los teléfonos una o dos veces antes de irse a la cama, dijo Boissiere. A veces rompe la regla y, más de una vez sus hijos han entrado en la habitación mientras ella está escribiendo un mensaje, de modo que tiene que esconderse en el baño más cercano.
Alrededor de las 22:30, Boissiere y su esposo se acuestan y terminan el día viendo un episodio de Black Mirror en su portátil: una dosis de morbosidad que les reafirma en su enfoque anti-tecnológico.
La educación de los niños alejados de la tecnología ha sido una tendencia silenciosa entre los magnates de Silicon Valley durante años
Los padres de Silicon Valley que apuestan por una renuncia parcial o total de la tecnología en la crianza de sus hijos pueden parecer excesivamente cautelosos, pero en realidad continúan con las prácticas tradicionales de antiguos y actuales gigantes tecnológicos como Bill Gates, Steve Jobs y Tim Cook.
En 2007 el ex director ejecutivo de Microsoft, Gates, quiso limitar el tiempo frente a la pantalla del ordenador cuando su hija comenzó a desarrollar un apego insano a un videojuego. Más tarde, convirtió en una política familiar su prohibición de que los niños tuvieran sus propios teléfonos móviles antes de cumplir 14 años. Hoy en día, el niño estadounidense medio recibe su primer teléfono alrededor de los 10 años de edad.
En una entrevista para The New York Times realizada en 2011, Jobs, quien fue director ejecutivo de Apple hasta su muerte en 2012, declaró haber prohibido a sus hijos utilizar el iPad que se había estrenado recientemente. «Limitamos la cantidad de tecnología que usan nuestros hijos en casa», le dijo Jobs al reportero Nick Bilton.
Incluso Cook, el actual director ejecutivo de Apple, admitió el pasado enero que no permite que su sobrino se una a las redes sociales. El comentario siguió al de otras celebridades tecnológicas, que han condenado a los medios sociales por ser perjudiciales para la sociedad.
Cook aseguró que los productos Apple no están diseñados para un uso constante.
«No soy de la opinión de que nuestro éxito venga dado porque la gente utilice la tecnología todo el tiempo», comentó. «No estoy de acuerdo con esa idea en absoluto.»
Los niños no están necesariamente enganchados de por vida
Hay un resquicio de esperanza para un uso tecnológico constante, y es que los efectos negativos no parecen ser permanentes.
Uno de los estudios más esperanzadores –que a menudo es citado por los psicólogos– fue publicado en 2014 en la revista especializada Computers in Human Behavior. Involucró aproximadamente a 100 preadolescentes, la mitad de los cuales pasaron cinco días en un retiro sin tecnología dedicado a actividades como tiro con arco, caminatas y orientación. La otra mitad se quedó en casa y sirvió como el grupo de control.
Después de sólo cinco días en el retiro, los investigadores percibieron notables aumentos en los niveles de empatía entre los niños participantes. Los del grupo experimental comenzaron a puntuar más alto en sus lenguaje emocional no verbal, sonriendo con más frecuencia ante el éxito de otro niño o mostrándose angustiados frente a una caída desagradable.
Los investigadores concluyeron que «los resultados de este estudio deberían introducir un diálogo social muy necesario acerca de los costes y beneficios de la enorme cantidad de tiempo que los niños pasan frente a las pantallas, tanto dentro como fuera del aula».
La respuesta de las escuelas para los padres que están en contra de la tecnología
No todos los padres que restringen la tecnología de la crianza de sus hijos se esfuerzan por mantener los mismos estándares en lo que se refiere a la educación. Los niños de Koduri, por ejemplo, comparten un Macbook Air para tareas y usan Google Chromebooks en la escuela.
Alrededor de Silicon Valley, han surgido varias escuelas alejadas de la tecnología en un esfuerzo por reintroducir lo básico. En la Waldorf School of the Peninsula, una escuela privada en Los Altos, California, los niños usan pizarras y lápices del número dos. La escuela no utiliza dispositivos basados en pantallas hasta que los niños llegan al octavo grado.
En Brightworks School, una escuela privada de San Francisco, los niños aprenden a ser creativos utilizando herramientas eléctricas, desmantelando radios y asistiendo a clases en casas de árboles.
Mientras tanto, en muchas escuelas públicas, la tecnología se ha convertido en una fuerza muy potente, según los educadores Joe Clement y Matt Miles. En su libro de 2017Screen Schooled, los coautores argumentan que la tecnología hace mucho más daño que bien, incluso cuando se usa para mejorar las notas en lectura y matemáticas.
«Es interesante pensar que en una escuela pública moderna, en la que se exige que los niños utilicen dispositivos electrónicos como iPads, los hijos de Steve Jobs serían los únicos que optarían por no hacerlo», escribieron. (Los hijos de Job han terminado la escuela, así que es imposible verificar qué habría sucedido si eso hubiera sido cierto.)
Comentan que existe un doble rasero. Tal y como escribieron los autores:«¿Qué es lo que estos ejecutivos tecnológicos ricos saben acerca de sus propios productos que sus consumidores desconocen?»
Los padres de niños mayores han observado cambios a través de las generaciones
En la costa occidental de la bahía de San Francisco –en San Mateo– la empresaria tecnológica Amy Pressman vive con su esposo y dos hijos, Mia de 14 años y Jacob de 16 años. Su hijo mayor, Brian, de 20 años, está en su segundo año de universidad. (Business Insider ha cambiado el nombre de los niños a petición de Pressman.)
Aunque ella ya no ejerce ningún control sobre lo que Brian hace cuando está fuera en la escuela, en casa Pressman es estricta. No hay aparatos sobre la mesa. Después de las 22:00, los niños deben entregar sus teléfonos y dejarlos cargando en la cocina durante la noche. Los vieojuegos se limitan de cinco a siete horas a la semana.
Al igual que Koduri, que dijo recordar con cariño los momentos de su infancia en los que jugaba al aire libre y haber criado a sus propios hijos con esa educación en mente, Pressman anhela volver a un mundo más análogo.
«Los niños ya no salen a jugar en la calle», comenta la cofundadora y presidenta de la empresa de software Medalia, Pressman, a Business Insider. «Mi hijo mayor tenía más amigos que venían a jugar con él y que se quedaban a dormir, que los que tienen mis hijos pequeños».
En los últimos años, la familia ha mejorado mucho en cuanto a pasar tiempo juntos, apunta. En vez de que los miembros de la familia regresen a casa y se instalen en habitaciones separadas con los ojos pegados a los aparatos electrónicos, ahora compran abonos de temporada para ir al teatro y mantienen una clasificación de las mejores heladerías de San Francisco.
Hace un par de años, Pressman planeó un viaje a Death Valley durante un puente. La ausencia de puestos de carga USB y de Wifi fueron dos de los principales atractivos del destino.
«La conectividad allí era bastante abismal», recuerda. «Eso fue encantador.»
Las restricciones diarias son duras, pero pueden que valgan la pena
Pressman y otros padres comentaron a Business Insider que a menudo es difícil encontrar un equilibrio para limitar el uso de la tecnología, ya que los niños rápidamente comienzan a sentirse excluidos de su grupo de compañeros. Cuanto más tiempo intentan los padres imponer sus restricciones, más temen estar criando a un marginado.
«No cuento con un modelo a seguir para tratar con este mundo», dice Pressman. «Este mundo no existía cuando yo era niña, y las restricciones que mis padres ponían a la televisión no tienen sentido en el mundo de la tecnología en el que los ordenadores son tu fuente del entretenimiento, de deberes y tu enciclopedia».
Muchos padres que hablaron con Business Insider dijeron que su mejor defensa contra la adicción a la tecnología es introducir actividades de reemplazo o encontrar maneras de usar la tecnología más productivamente. Cuando las sequías de California acabaron con el patio trasero de Koduri, llenó la parcela con cemento y construyó una cancha de baloncesto, que usan sus hijos y amigos. Cuando Pressman notó que su hija se interesaba por los ordenadores, las dos se matricularon para aprender a programar juntas.
Estos padres esperan poder enseñarles a sus hijos a adentrarse en la edad adulta habiendo recibido una instrucción saludable sobre cómo usar –y, en ciertos casos, evitar– la tecnología. De vez en cuando, dicen, resplandece un rayo de esperanza.
En los pocos años que Pressman lleva optando por una forma de vida menos tecnológica, su hijo mayor ha comenzado a valorar los beneficios de reducir el tiempo frente a las pantallas. Brian, un estudiante de matemáticas que prefiere usar libros de tapa dura, le comentó a su madre que siente que las versiones digitales le distraen.
Pressman recordó un momento clave durante un viaje familiar por Navidad. De forma inesperada, su hijo le sorprendió con algo que pocos padres llegan a escuchar: admitió estar equivocado.
«¿Te acuerdas cuando siempre estabas metiéndote contra las redes sociales y yo pensaba que estabas completamente equivocada?», recuerda Pressman que su hijo Brian le dijo entonces sobre las veces que ella le decía que tuviera una interacción humana «real». «Bueno», dice Pressman que su hijo le dijo en ese momento que empezaba a pensar que ella tenía razón.
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