Por: Luis Bonilla-Molina
Al momento de cerrarse el ciclo de los procesos de independencia nacional en Latinoamérica y el Caribe, las Instituciones de Educación Universitaria (IEU) no superaban en número a las treinta y dos. La formación que se impartía en ellas estaba centrada en la cualificación de la élite dirigente y el funcionariado que administraba las colonias.
Los procesos de instauración republicana impulsaron la introducción en las Instituciones de Educación Superior (IES), de las invariantes tecno-políticas inherentes a la primera y segunda revolución industrial. El giro de las IEU hacia el paradigma del mundo industrial se expresó en su alineación con los propósitos modernizantes de la ciencia, el modo de producción capitalista y la episteme democrático liberal. Las narrativas cuestionadoras del nuevo orden emergieron desde los bordes hacia el centro, en un intento por desbordar la nueva institucionalidad.
La tercera revolución industrial se inicia en la década de los sesenta del siglo XX. El mundo universitario reaccionó ante la vorágine de este arribo, valorando lo nuevo como una simple época de innovación informática y entretenimiento digital, manteniendo intactas las correlaciones entre objetivos de aprendizajes y cotidianidad argumentativa, sosteniendo sin variar los soportes y dispositivos del saber, incluso incrementando el volumen de los contenidos del ayer, los métodos de enseñanzas y el performance pedagógico heredado del periodo post independentista.
El propio pensamiento alternativo se concentró en construir discursos e imaginarios para otra sociedad y mundo posible, desde el terreno de lo político ideológico, económico y social, eso sí dentro de los cánones conceptuales de los dos primeros ciclos de las revoluciones industriales.
La globalización económica y la mundialización cultural de la década de los ochenta del siglo XX, relocalizó la actividad investigativa de los distintos campos de las ciencias, en las periferias del mundo universitario. Cada vez más, el complejo industrial cultural-científico, se convirtió en el epicentro de los nuevos conocimientos, algo que aún formalmente seguía siendo atribuido al mundo de la educación superior. Esta disfuncionalidad fue rápidamente percibida por las clases dominantes y los sectores populares, aún antes que el propio mundo de la academia. La universidad comenzó a ser increpada respecto a su pertinencia y calidad.
En el año 2011 la feria tecnológica realizada en Hanover, Alemania, anuncia el inminente desembarco de la cuarta revolución industrial. La tercera década del siglo XXI es la fecha prevista para el inicio de este nuevo ciclo de innovación, con su impacto en el modo de producción global, la gobernabilidad, las relaciones sociales y, por supuesto, en el campo científico tecnológico.
La universidad debe entonces, no solo ponerse a tono respecto a las implicaciones en los distintos campos del conocimiento de las innovaciones que nos trajo la tercera revolución industrial, sino, atreverse a pensarse y situarse, en el marco de un cuarto giro tecnológico global.
La velocidad de la aceleración de la innovación, es hoy en día, miles de veces más rápida que la que mantuvo en las décadas y siglos precedentes; en contraposición, las instituciones de educación superior piensan el cambio en tiempo de vals, con un formato temporal que les lleva a ocupar décadas para analizar lo nuevo y otras más para comenzar a generar un cambio radical.
Es urgente imaginar el mundo universitario en el siglo XXI con el dinamismo y la celeridad que impone el presente o seremos acompañantes del sepelio de hecho, para una de las instituciones que más esperanzas generó en la humanidad.
Una transformación de estas magnitudes es una tarea que nos ocupará por lo menos dos décadas, por ello es urgente comenzar ahora, con una planificación que contenga metas e indicadores anuales, interanuales y de sexenio, antes que nos devore la parálisis paradigmática.
Transformar las IES para que empalmen de manera libertaria con la cuarta revolución industrial, implica de manera urgente, la construcción de una “agenda del decisor” en políticas universitarias, que contenga un conjunto de premisas básicas asociadas al actual momento civilizatorio. Algunas de ellas son:
- El mañana comenzó ayer: cuando se piensa la transformación universitaria, se suele descalificar a quienes planteamos la convergencia de la innovación tecnológica con las tareas de la academia, señalando que somos aprendices de futurólogos o imitadores de Julio Verne.
En contraposición se generan análisis fundamentados en documentos y libros publicados en los últimos diez años, en los cuales se habla del mañana. Ojalá y ese fuera el camino para resolver el creciente ruido de fondo, pero la cuestión es mucho más compleja. La mayoría de publicaciones que hacen referencias a tendencias futuras, en realidad se están refiriendo al ayer. La aceptación como cierta de esta literatura obsoleta proviene del nivel de atasco paradigmático en el cual se encuentra sumergida la universidad en las últimas décadas.
Ese es el drama de no entender el impacto de la actual aceleración de la innovación y el conocimiento. La clave para avanzar pareciera estar en la conformación de equipos transdisciplinarios de cientistas, epistémicamente ubicados en el centro de la turbulencia actual, que piensen desde allí, la universidad del siglo XXI.
- El retorno de la Universidad a su rol de generador de conocimientos: todos estamos de acuerdo en forjar los cambios necesarios para que la universidad latinoamericana y caribeña se ubique en el vértice central de la innovación, sin que ello implique descuidar la agenda social transformadora. Pero es más fácil anunciar el cambio que iniciarlo.
Nuestras universidades fueron construidas sobre la lógica estructurante de la docencia, conteniendo rituales anexos de extensión e investigación. Se pretendió resolver el problema de la distancia entre producción y reproducción de conocimientos, apelando a las investigaciones para los asensos de categoría de profesores y aprendices. Para ello, se construyeron rutinas de premios, incentivos, financiamientos y becas, que lejos de abrirle las puertas a lo nuevo terminaron convirtiéndose en el camino para hablar del cambio sin cambiar, para citarnos de manera inacabable entre académicos. Algo tendría que cambiar de manera radical en la estructura funcional de lo que llamamos universidad.
Por ello, considero que es urgente focalizar la agenda transformadora de la IES en la conformación de potentes centros de investigacióna su interior, que piensen los cuellos de botella en los campos de la(s)
a) informática, conectividad, inteligencia artificial, metadatos, programación, robótica;
b) la física que trabaje las máquinas de la tercera y cuarta revolución industrial, desde, pero más allá, del mundo cuántico;
c) implicaciones del desarrollo de la neurociencia, la arquitectura cerebral, el ADN humano y la química molecular en la vida y la evolución de la especie humana en ciernes;
d) industria cultural y su impacto en los imaginarios, narrativas y modos de pensar de las nuevas generaciones. Es decir, como el mundo digital, la interactividad, los video juegos, la imagen y el color están modificando los procesos cognitivos y de sociabilidad humana;
e) nueva dinámica socio política propia de un mundo impactado por la democracia de la toma de decisiones en tiempo real, gracias a la comunicación y el diálogo 4.0;
f) la crisis civilizatoria de dialogo inter generacional, derivada de nuevas formas de analfabetismo y arcaísmo cultural, que crean barreras en el dialogo y comprensión, al interior de clases sociales y grupos humanos, que antes se consideraban culturalmente vinculados;
g) libertad, solidaridad, emancipación, soberanía e independencia en la nueva realidad de control y dominación global;
h) resolución de los viejos problemas de exclusión con el nuevo desarrollo científico tecnológico;
i) producción industrial en el modelo 4.0;
j) materias primas, extracción y producción a partir de los nuevos materiales que demandan los procesos productivos;
k) nueva arquitectura financiera derivada del mundo digital y las nuevas formas de reproducción del capital en el siglo XXI;
l) crisis ecológica global, calentamiento planetario y cuenta regresiva para la vida humana en un contexto de singularidad tecnológica y de innovación.
Estos son solo algunos de los temas que serán determinantes para la reestructuración que debe tener en el cortísimo plazo la formación profesional universitaria.
- Campos del conocimiento: del numeral anterior se desprende una interrogante ineludible: ¿Qué profesiones requiere este drástico cambio en la producción científico tecnológica?Responder esta interrogante pasa por analizar previamente, las posibilidades reales de transformación acelerado de una institución que durante más de ocho siglos se ha considerado así misma, como el lugar de enunciación del conocimiento.
Mi lectura es que son limitadas sus posibilidades de transformación radical. No obstante, el tema central de este artículo no es ese; en otro momento abordaremos una estrategia integral para promover y acompañar la revolución institucional que demanda el presente.
Desde mi punto de vista, los formatos y performances profesionales y la titulación actual están en proceso acelerado de obsolescencia. En consecuencia, pareciera que las nuevas carreras deberán ser transdisciplinarias e integrar campos que antes eran estancos profesionales.
Para no golpear certezas cognitivas ni despertar susceptibilidades, no hablaré de profesiones sino de campos profesionales. Considero que la universidad del siglo XXI debe atreverse a pensar en fusiones de profesiones que ya no tienen razón de ser separadas de las otras, e intentar construir campos paradigmáticos emergentes.
Así como hoy es imposible pensar las ingenierías sin informática, animación 3D y estética digital, tampoco estas últimas innovaciones pueden estar desconectadas de los avances en investigación sobre sociabilidad, integración y aprendizajes compartidos. La ciencia médica hoy tiene un componente esencial en la prevención y la resolución anticipadas de problemas mediante el conocimiento del genoma humano y las nuevas dinámicas del futuro. Las ciencias sociales tienen que atreverse a integrar procesos que antes podían tener algún fundamentado para estar separados, pero que hoy carece de utilidad su fraccionamiento. La comprensión de la interacción humana liberadora en el presente pasa por conocer y desarrollar estrategias emancipatorias de dialogo entre tecnología y vida humana.
No pretendo hacer en este breve artículo un tratado de los procesos de integración y disolución de campos profesionales derivados de la primera y segunda revolución industrial, sino contribuir a generar un ambiente de reflexión al respecto. Lo que si debo anticipar es que considero que los campos profesionales requeridos para la cuarta revolución industrial parecieran no exceder de una docena, lo cual es una buena noticia para quienes hemos venido planteando las limitaciones de los enfoques disciplinarios.
Muchas de las profesiones de hoy, parecieran que van a tener mañana, el estatus de oficios. Esto no es peyorativo ni implica una degradación, sino sería una realidad que forma parte de mutaciones cíclicas, como las que ya hemos vivido en otros tiempos históricos.
- El arte de enseñar: Ser docente en el siglo XXI es una aventura que requiere apertura paradigmática y plasticidad cognitiva. Ya es imposible partir de la premisa que indicaba que el docente tenía el monopolio del saber.
En la sociedad de la información los estudiantes pueden saber más que el docente en un determinado tema. Ello no es bueno ni malo, simplemente es una nueva realidad epocal. En consecuencia, ello moviliza la certeza del docente hacia el campo contingente de un armonizador de saberes, quien garantice pensamiento crítico y direccionalidad estratégica.
Esta dinámica es alucinantemente hermosa, porque disuelve el viejo esquema de la enseñanza reproductora, pero puede abrir las puertas a formas mucho más acabadas de inmovilidad de los saberes, lo cual debe ser anticipado y abordado con nuevos esquemas creativos por parte de los y las docentes universitarias. Pensamiento crítico y episteme dialéctica contribuyen a disminuir la incertidumbre cognitiva ante lo nuevo.
Abordarlo demanda un repensar la formación docente inicial y continua, ya ninguna reforma puede dejar de iniciarse en el mundo universitario. El problema sigue estando en la gobernabilidad política de ello. En consecuencia, la habilidad política para construir apertura al cambio y consensos debe ser un rasgo de los futuros decisores y líderes de los sistemas educativos, así como de los líderes de las universidades.
- Variaciones en los tiempos de los procesos de enseñanza – aprendizaje: Hoy el aula deja de ser un espacio donde una persona enseña y otros aprenden. Las escuelas, liceos y universidades deben convertirse en espacios donde todos comparten sus saberes en una determinada área del conocimiento y el docente es el encargado de llenar vacíos, trabajar la mirada crítica garantizando que emerjan todas las posiciones sobre un mismo tema y quien le dé sentido y direccionalidad a lo que se construye de manera compartida.
Las tareas no pueden ser ya más para verificar el aprendizaje pasado, sino para recorrer anticipadamente el desafío que para el conocimiento significará integrar todos los aprendizajes que se tienen sobre un mismo tema.
Eso potencia las seguridades de los estudiantes y del profesor, respecto al aprender haciendo, que no es un ejercicio de neo empirismo, por el contrario, de armonización dialéctica entre teoría, praxis y reflexión crítica que posibilite volver al conocimiento con renovadas miradas derivadas del debate y la experiencia.
- El oficio de aprender a lo largo de la vida: la universidad del pasado titulaba para ejercer profesionalmente. La universidad del futuro deberá titular para aprender a aprender a lo largo de la vida. Eso no es una simple combinación de letras y palabras, sino una revolución paradigmática.
Ello pasa por abrir espacio a lo nuevo sin quebrar la memoria histórica institucional. Una forma de avanzar en esta ruta es construir caminos de encuentro entre los centros de investigación y los egresados, para hallar puntos de contacto entre las prácticas de ambos mundos.
La lógica que emerge es la de aprendizaje continuado. Para ello resultan útiles las experiencias pilotos, los ensayos donde todos estemos plenamente conscientes que estamos innovando, errando y corrigiendo.
Por eso, he insistido en varias oportunidades respecto a que los docentes y las instituciones educativas aprendemos más rápidamente si vemos una experiencia en construcción y, a partir de ella, movilizamos nuestras percepciones y paradigmas. Considero que en cada país se debe constituir de emergencia, una universidad experimental que modele y anticipe el futuro en sus procesos. Intentar cambiar todo de una sola vez, puede generar resistencias irreflexivas que obstruyan innecesariamente la auténtica transformación.
La propia universidad debe entenderse y construir sus dinámicas, como un ser colectivo que aprende de manera permanente y continua, a través de todo tiempo histórico.
- El texto en un mundo digital que se expande con la big data, los metadatos y la conexión 5G: el libro es parte inmanente de la cultura universitaria y seguramente lo seguirá siendo.
Pero el libro también cambia conforme se transforman los modelos de comunicación. El libro interactivo y cambiante, conforme muta la realidad, con formatos que combinan lo físico y lo digital, lo lineal y lo difuso, las narrativas estables combinadas con la opinión del lector, son solo algunas de las expresiones que tendrán impacto en las viejas lógicas de revistas arbitradas y publicaciones científicas.
El cambio es también editorial y no tiene que ver solo con los limitados conceptos de virtualidad y colocar los textos en una web; el cambio es mucho más profundo.
- El tamaño importa: la lógica del periodo colonial y republicano ha sido el de conformar grandes universidades con núcleos y extensiones. La gobernabilidad del sistema así lo demandaba. Ese modelo está agotado.
Hoy cada país debe construir su propio sistema que tienda a la reducción del tamaño de las universidades. No significa privatizar, ni cerrar universidades o dejar fuera de ella a estudiantes, sino relocalizar su formato. Es el momento de la mayoría de edad de los núcleos, extensiones y capítulos.
Las universidades del futuro tendrán que ser pequeñas y ancladas a territorios concretos. Solo de esta manera estarán en la capacidad de construir dinámicas flexibles e interactivas de cambio incesante.
- Hacia un nuevo modelo de gestión universitaria: la forma como se gestionó la universidad correspondió a un modelo colonial, sostenido y ampliado en el periodo republicano. La necesaria autonomía universitaria debe fortalecerse, pero también redimensionarse hacia el encuentro con lo comunitario, con lo territorial.
Ello pasa por pensar un co-gobierno universitario con el pueblo, con los ciudadanos del territorio en el cual se encuentra inserta la universidad. Es como diría Cortázar, un modelo por armar.
- Las nuevas representaciones en la democracia del siglo XXI: si la democracia cambia, si la democracia digital se impone, las universidades no pueden estar ajena a ello y anclada al viejo paradigma democrático.
La democracia universitaria tiene que dar el salto a la toma de decisiones colectivas diarias en tiempo real, como cotidianamente lo hacen las nuevas generaciones. Ello tendrá un impacto profundo en lo social y la gobernabilidad, proceso en el cual la universidad está llamada a tomar la iniciativa y ponerse a la vanguardia para modelar y re-conceptualizar al mundo.
- La justicia social: todo el cambio que demanda en el presente el concurso de la inteligencia colectiva universitaria, debe servir para fortalecer el compromiso de las universidades latinoamericanas y caribeñas.
Esta es una afirmación que es propia de nuestra memoria histórica y que adquirió un espacial énfasis a partir de la rebelión universitaria del Cuzco y la Reforma de Córdoba.
Una universidad comprometida con la transformación de la sociedad, con el cambio radical, tiene como columna vertebral la justicia social y ello adquiere especial relevancia en el presente.
La segunda revolución industrial dejo al margen, en la exclusión, a más de 1300 millones de seres humanos, a la par que generaba una concentración de la riqueza en un 1% de la población y formas diversas de exclusión al 99% de la población.
La cuarta revolución industrial amenaza con iniciar el giro de sus mecanismos con más de 5000 millones de excluidos, no solo de sus beneficios sino de su forma de vida, a la par de promover una concentración aún mayor del capital en menos personas.
De nada valdría una reforma estructural, un cambio radical de la universidad, si esta movilización cognitiva, paradigmática, estructural y funcional no tiene como teleología el trabajo por la inclusión y la justicia social.
Estos son solo algunas ideas sueltas que aspiramos reflejar en el libro que al respecto estamos escribiendo
Ciudad de Panamá, Panamá.
Notas:
[i]En este trabajo las denominaciones: Instituciones de Educación Universitaria (IEU) e Instituciones de Educación Superior (IES) se consideran equivalentes u homologadas