Juzgada por una corte especializada en terrorismo, Loujain al-Hathloul, de 31 años, hizo campaña para que las mujeres de Arabia Saudita tengan derecho a conducir vehículos.
La Fiscalía saudita exigió la pena máxima contemplada en la ley por perturbar la paz en el reino –20 años de cárcel– para Loujain al-Hathloul, activista de derechos de las mujeres actualmente procesada en ese país, informa The Guardian.
Según los documentos judiciales proporcionados por la hermana de la feminista, Lina, el juez dictará sentencia el próximo lunes. No obstante, a los padres de la acusada les pidieron comparecer ante el juzgado el martes.
En declaraciones al referido diario, Lina al-Hathloul resaltó que, aunque inicialmente a Loujain se le acusó por conducir un coche cuando aún estaba vigente para las mujeres la prohibición de hacerlo, hace un mes su caso fue derivado a una corte especializada en terrorismo.
«Mi hermana debe ser liberada […] Todo lo que ha hecho es pedir que las mujeres sean tratadas con la dignidad y la libertad que deben tener. […] Dicen que es una terrorista, y en realidad es una humanista, una activista y una mujer que simplemente quiere un mundo mejor y más justo», alegó Lina.
Según la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OACDH), a Al-Hathloul se le imputa la violación del artículo 6 de la Ley contra el Ciberdelito, relacionado con «la producción y transmisión de material que se considere que atenta contra el orden público, los valores religiosos, la moral pública y la vida privada». En particular, la acusación insiste en que la feminista y otras demandadas «se comunicaron con personas y entidades hostiles al rey», «cooperaron con periodistas e instituciones de medios hostiles al rey», «brindaron apoyo financiero a adversarios extranjeros» y «reclutaron personas para obtener información perjudicial para la seguridad del Reino».
Loujain al-Hathloul, de 31 años, es una de las feministas más prominentes de Arabia Saudita. En particular, ha hecho campaña para que las mujeres del reino tengan derecho a conducir.
Un juicio sobre activistas
Junto con otras nueve activistas, Al-Hathloul fue arrestada en 2018. En marzo pasado se inició el proceso contra todas ellas, acusadas en virtud de una ley de delitos cibernéticos que estipula penas de prisión de uno a 10 años. Se suman a esa otras acusaciones relacionadas con su labor en pro de los derechos humanos y con supuestas comunicaciones con «entidades hostiles».
De acuerdo con el grupo de derechos humanos ALQST, las 10 mujeres procesadas no tuvieron acceso a abogados durante los más de nueve meses de detención e interrogatorios. Ya en el juicio, los familiares de las activistas solo pudieron estar presentes durante escasos momentos de ciertas sesiones.
Previamente, Loujain al-Hathloul, había sido detenida dos veces, incluso durante 73 días en el 2014, después de que intentara conducir desde Emiratos Árabes Unidos a su país.
En ese enclave palestino, las mujeres tienen el mismo derecho que los hombres a conducir, pero la profesión de taxista sigue siendo de hecho masculina.
Al volante de su automóvil blanco, Nayla Abou Jubbah protagonizó esta semana una pequeña revolución en la franja de Gaza al convertirse en la primera taxista del enclave palestino y con un servicio exclusivo para mujeres.
Después de beber un té humeante en su casa, esta mujer, de 39 años, con un pañuelo en la cabeza, se coloca una máscara sanitaria, se dirige hacia su coche estacionado fuera, abre la puerta, pone su teléfono celular sobre un soporte pegado al parabrisas y arranca el motor.
¡Un bocinazo y listo! Su vehículo se lanza sobre el asfalto, a veces en buen estado, a veces roto, del enclave con dos millones de habitantes y controlado desde hace más de 13 años por los islamistas de Hamas.
En Gaza, las mujeres tienen el mismo derecho que los hombres a conducir vehículos, pero la profesión de taxista sigue siendo de hecho masculina.
«Una vez hablé con una amiga que trabaja como peluquera y le pregunté: +¿Qué dirías si lanzamos un servicio de taxi para las mujeres?+. Ella respondió que era una idea loca», cuenta a la AFP Nayla Abu Jubbah, diplomada en trabajo social.
¿Una idea loca? ¿O ingeniosa? En lugar de pasar sus días deambulando en busca de clientes, esta madre de cinco hijos optó por un servicio personalizado.
Más libre
«No vago por las calles. Salgo de mi casa y recojo a mis clientas, para llevarlas, por ejemplo, de la peluquería a una boda», explica.
Cuando su padre murió, usó la herencia para comprar un automóvil. «Me dije a mí misma que había que aprovechar este vehículo, hacer trabajar el coche, de ahí el proyecto de un servicio de taxi totalmente para las mujeres, para que estén cómodas», añade.
Nayla Abu Jubbah recorre las calles de Gaza, la principal ciudad de este territorio controlado por Israel, que ya estaba devastado por el desempleo (50%) antes del inicio de la pandemia de covid-19, para recoger a Aya Saleem, una clienta de 27 años, que va de compras.
«Vivimos en una sociedad conservadora. Así que cuando vi que había una compañía de taxis especialmente para las mujeres sentí una especie de libertad», lanza Aya Saleem, con su larga túnica marrón, pañuelo beige, máscara sanitaria azul pálido y pequeño bolso de mano.
«Cuando estoy con una mujer, me siento cómoda. Me siento más libre y podemos hablar», comenta, afirmando que los servicios de taxi para mujeres están en sintonía con la sharia, la ley islámica, que Hamas promueve en la Franja de Gaza, a diferencia de la Autoridad Palestina secular en Cisjordania.
Aya Saleem espera ver pronto otros taxis para mujeres en las carreteras de Gaza.
Por su parte, Nayla Abu Jubbah asegura que desea hacer crecer su flota. «Una mujer me llamó recientemente para decirme que quería trabajar como taxista a mi lado. Le dije que volveríamos a hablar, pero tengo la sensación de que el proyecto va a crecer», confía.
Durante los últimos 30 años, millones de niñas se han esfumado sin dejar rastro o han muerto bajo la sospecha de haber sido arrancadas del vientre antes de nacer, asesinadas, vendidas, abandonadas, o hechas desaparecer por sus propios padres. El precio de criarlas convirtió su vida en algo inviable
Nadie sabe dónde están las niñas que faltan en la aldea de Mahima, excepto la propia Mahima. La última vez que vio a una de ellas, a la suya, salía de su vientre como el aborto de una hija no querida.
De las demás, nadie sabe.
Faltan niñas en esta remota aldea del Estado de Rajastán, y en el pueblo vecino, y en toda la India, pero nadie las busca. No las conocen. La mayoría están muertas o no han nacido.
Durante las últimas tres décadas, millones de niñas se han esfumado sin dejar rastro o han muerto antes de cumplir los seis años bajo la sospecha de haber sido arrancadas del vientre antes de nacer, asesinadas, vendidas, abandonadas, o hechas desaparecer por sus propios padres.
El precio de criarlas ha convertido su vida en algo inviable.
Asesinato selectivo
Sentada en su despacho, en el exclusivo barrio de Lodhi Estate de Nueva Delhi, una funcionaria de Naciones Unidas dibuja un diagrama con los sectores de la sociedad involucrados en las desapariciones. “Si te fijas, esta línea pasa por las familias de esas chicas, el Gobierno, la policía, los hospitales, la economía. Todos están en esto y a nadie le importa”, dice mientras conecta estos nombres trazando un círculo sin salida.
A finales de los años ochenta, unos informes sobre muertes de recién nacidas, con el cuello partido a las pocas horas de nacer, con leche envenenada o asfixiadas con sábanas empapadas, revelaron que se estaba llevando a cabo un asesinato selectivo de niñas en la India. En 1991, el censo nacional disparó las alarmas. Los datos oficiales mostraron que había 927 mujeres por cada 1.000 hombres, cuando la media mundial es de 952 por cada 1.000.
Con el paso de los años, las brutales muertes parecieron desaparecer gracias a programas de vigilancia sobre las embarazadas hasta el parto, o cunas instaladas en los hospitales para que los padres dejaran a las bebés sin tener que aportar detalles. “Si su bebé es una molestia, déjelo aquí”, se leía en algunos centros. Los casos de bebés asesinadas disminuyeron, pero la población de mujeres siguió cayendo: la llegada de las ecografías a la India había dado inicio a un nuevo sistema de selección de sexo.
El censo de 1991 mostró que había 4,2 millones menos de niñas que de niños con edades comprendidas entre los 0 y 6 años. La situación empeoró en el censo de 2001, que elevó la diferencia a seis millones. En el último, realizado en 2011, el desequilibrio alcanzó los 7,1 millones, según señala el Centro de Investigación Global para la Salud (CGHR) en un estudio publicado por The Lancet. El Ministerio de Interior indio también publicó en junio el registro de nacimiento 2016-2018, el estudio más preciso de ratio de sexo en el país hasta que se publique el censo de 2021, y los datos calculados con base en muestras de todo el país no son alentadores: nacen 897 niñas por cada 1.000 varones.
La selección de niñas se ha propagado por casi todo el país. En julio de 2019, los registros de nacimiento en 132 aldeas del distrito de Uttarkashi, a unos 300 kilómetros al norte de Nueva Delhi, dejaron a la vista la efectividad de la matanza: de los 216 bebés nacidos en tres meses, todos eran varones.
Sangre de mi sangre
Lo que mató a la hija de Mahima fue una mezcla de mifepristone y misprostol, dos medicamentos disponibles en el mercado. Uno es conocido como “la píldora del día después” y el otro es un tratamiento para las úlceras gástricas.
“Era una hembra, y yo quería un varón”, dice Mahima protegida por la privacidad que le da su choza de barro. Morena y enjuta de carnes, la mujer de 26 años tiene los dedos ensangrentados por los piojos de su hijo que se van quedando pegados entre las manos. No se arrepiente de lo sucedido. En un rincón de la casa de una única habitación, en la que no entra la luz, están sus dos hijas mayores, de ocho y 10 años. La escuchan hablar sin saber que el motivo por el que están vivas es porque nacieron primero.
Mahima está convencida de que el sexo de los bebés lo determina un patrón con el que fue configurado el aparato reproductivo de cada mujer, y en su caso comprobó que “los niños nacen después de tener dos niñas”. Por eso abortó el que sería su cuarto hijo, convencida de que era una mujer.
Aunque el uso del ultrasonido está permitido para examinar la evolución de los fetos, la Ley de Técnicas de Diagnóstico de Preconcepción y Prenatal de 1994 prohíbe revelar el sexo del feto a las familias o solicitar ese servicio, con penas que van de los tres a los cinco años de cárcel en caso de reincidencia. Pero la ley propició un nuevo nicho clandestino: médicos o profesionales con experiencia para utilizar los ultrasonidos comenzaron a cobrar bajo la mesa sumas de hasta 300 dólares a cambio de hacer una señal, un gesto, o poner una marca diminuta al borde de la receta para revelar el sexo a los padres.
Mahima tuvo que recorrer 10 kilómetros a pie y subir luego al remolque de un tractor para llegar hasta el hospital público de la ciudad. “¿Por qué quieres hacer esto?”, preguntó el doctor cuando entró a la consulta pidiendo un aborto. “Porque no queremos tener niñas”, respondió la mujer, que jura que el médico no la examinó para corroborar si su bebé era una niña. A cambio de 600 rupias, o unos 8 dólares, le dio la receta con la que le entregaron las medicinas para abortar. No obstante, el médico le propuso continuar con el embarazo y entregar la niña al hospital cuando naciera, pero el futuro de su hija era algo que no quería dejar en manos de nadie. Las noticias de albergues que prostituyen, venden, o esclavizan a las chicas era una idea que torturaba a Mahima más que la propia muerte. “¿Pero cómo iba a entregar a mi hija? Me negué, les dije que no podía abandonarla. Es sangre de mi sangre”, recuerda.
En el nombre del padre
Si hubiera que marcar las casas en las que al menos una niña desapareció, habría que señalar también la de Amisha, la esposa de un campesino con dos bueyes y media docena de cabras, distinguido por todos en el pueblo por su relativa holgura económica. A ella se la ve tres veces al día fuera de casa, cuando lleva a pastar a las cabras, o cuando sale a recoger agua de la bomba manual instalada en medio del campo. Su cuello estirado se mueve con el impulso con el que ondean los 30 litros que lleva sobre su cabeza.
Después de cargar los dos últimos cántaros para fregar los platos de la cena, se habrá ganado el derecho a hacer cuanto quiera, que con frecuencia no es más que desenredar el cabello de su hijo. La melena larga y casi dorada de su hijo Ajay es una promesa que hizo a los dioses si su familia era bendecida con un varón, un delfín para el legado de esta familia que pueda alumbrar el camino de la muerte a su padre. En el hinduismo, el hijo varón, o el marido en el caso de la muerte de una mujer, son necesarios en el rito de cremación para alcanzar la redención.
Para Amisha, tener al menos un varón era la única manera de asegurar el linaje de su marido y la salvación de su alma
La responsabilidad de Amisha con la descendencia de su familia es mucho mayor que la de Mahima. Al estar casada con el hijo único de una familia de granjeros, tener al menos un varón era la única manera de asegurar el linaje de su marido y la salvación de su alma. La esposa de este campesino tuvo dos varones, con tres niñas intercaladas. Solo las dos primeras nacieron. La última se quedó entre un trapo viejo que contuvo la sangre del aborto provocado por la misma mezcla de mifepristone y misprostol que consiguió Mahima. “Sí, lo hice”, contesta con una media sonrisa cuando le preguntan si se deshizo de ella. Su marido cerró el trato con el doctor para que le diera los medicamentos a cambio de 14 dólares por cada mes de embarazo. Estaba embarazada de tres meses.
Si una esposa no es capaz de proporcionar hijos varones “tiene que abandonar la casa”, regresar con sus padres, y así el esposo podrá casarse de nuevo e intentar continuar la descendencia, explica Amisha para referirse a una norma no escrita a la que llama “la presión del matrimonio”. Mientras que las hijas dejan el hogar para ir a vivir con sus maridos, los varones están destinados a quedarse en casa con su esposa e hijos, cuidar de sus padres y los bienes familiares. Tener solo niñas significaría la extinción de la familia.
El precio de las hijas
“Criar a una hija es regar el huerto del vecino”, dicta un popular refrán indio que apunta directo al sistema de la dote, el pago que los padres hacen por el matrimonio de sus hijas. Irónicamente, las mujeres son las depositarias del honor familiar y la dote es una muestra del estatus social que permite a los padres escoger entre los mejores pretendientes y hogares a los que pasarán a pertenecer sus hijas. La dote es una de las principales razones por las que las niñas son vistas como una carga, como una futura deuda.
“Yo reúno la mitad, y el resto lo pedimos prestado a nuestros familiares. Cuando otra mujer de la familia se case, tendré que dar dinero para pagar lo que me dieron”, detalla Mahima para explicar un sistema prohibido y penado por ley desde 1961, pero que supone una práctica corriente.
No hay un monto estipulado, dependerá del estatus familiar. En poblados pobres la puja puede empezar en los 1.500 dólares en forma de ganado, joyas, propiedades o tierra. El pago incompleto de la dote, y las presiones por más dinero por parte de la familia del novio, abren en ocasiones otra puerta a la muerte.
El informe más reciente de la Oficina Nacional de Registros Criminales (NCRB), que recoge datos de 2018, reveló que 7.277 mujeres fueron asesinadas por asuntos relacionados con la dote, lo que representa el 94% de los 7.747 asesinatos de mujeres registrados ese año en la India. “Claro que hay que pagar la dote, si no qué hombre va a aceptar casarse con una hija”, razona una anciana que ha quedado sola después de entregar a su única hija.
La culpa, del agua
“La culpa es del agua”, dice otra anciana de la aldea, que sabe que las niñas tienen más probabilidades de morir si la tierra no es fértil. Con la falta de lluvia, las familias quedan a merced de bombas hidráulicas que apenas cubren necesidades elementales, mientras esperan la llegada del monzón que una vez al año cubre los campos de verde.
El resto del año, los hombres dejan el pueblo para buscar trabajo en la ciudad o como jornaleros en áreas con sistema de regadío. Aldeas como esta quedan habitadas solo por mujeres a las que se les tiene prohibido ir a trabajar por temor a que sean raptadas o que huyan en busca de un futuro mejor. “Si tuviéramos al menos un pozo de agua, las mujeres podrían trabajar en casa cultivando vegetales, y los padres no tendrían ningún problema en tener más hijas”, argumenta Biju, el suegro de Mahima. A Biju le falta una pierna que le amputaron por una gangrena. No trabaja, pero tiene cinco hijos varones que, como dicta la costumbre, cuidarán de él hasta su muerte.
A diferencia de lo que sucede en esta aldea, las tierras fértiles permiten una vida lo suficientemente próspera como para tener hijas. Muchos distritos han visto llegar esa prosperidad en la última década gracias a los sistemas de riego financiados por el Gobierno. Pero lo que parecía una solución, ha agravado el problema. Los hijos de tierras verdes comenzaron a exigir dotes más altas para aceptar propuestas matrimoniales que vinieran de las zonas áridas, haciéndolo cada vez más difícil para las mujeres, explica la autora de Haciendo desaparecer a las hijas, Gita Aravamudan, que ha seguido durante años las pistas que llevan al feminicidio.
Quién controla el exterminio
En 1984, el investigador Sabu George se dio cuenta de que faltaban niñas. Llevaba varios años estudiando en el sur de la India los problemas de nutrición en la infancia y llegó a la conclusión de que las estaban matando con abortos masivos, o justo al nacer, o más tarde, privándolas de alimento. Desde entonces ha dedicado su vida a destapar este exterminio. Durante los primeros años siguió el embarazo de más de mil mujeres en el Estado de Haryana, la región con la peor ratio de sexo de toda la India, donde descubrió un proceso de selección que se gestaba en cada vivienda.
“Históricamente la discriminación de las niñas en la India se debió a la negligencia intencional en el parto, o a que las niñas recibían menos leche, menos alimentos de buena calidad, menos cuidados, menos atención médica. Pero lo que hemos visto en los últimos 20 años es la eliminación en la etapa del feto”, explica.
Regresamos con George a Haryana. Allí intenta conversar con las familias de uno de los distritos con mayor escasez de mujeres, donde niegan de manera rotunda la práctica. George, pragmático, apunta a los médicos y a las ecografías como la causa del problema, lo que es aún más grave, a su juicio, que el hecho de que una niña no sea deseada. Si una madre da a luz sin saber el sexo, “la niña recibe al menos la oportunidad de nacer, y por su capacidad de supervivencia tendrá otra oportunidad”. Si la eliminas en la etapa fetal no hay oportunidad ni resistencia, subraya. Esto descubrió a algunos médicos que “determinar el sexo de una niña y eliminarla era una mina de oro”.
El secretario general de la Asociación de Radiología de la India, Rajeev Singh, aborda el tema sin tapujos y asegura que el país ha diseñado un sistema para culpar a la persona equivocada. El problema, asegura, es que “todos, incluido el Gobierno, dicen que se están ocupando del problema, pero en realidad no quieren y no llegan a la base del problema”. “La pregunta es: ¿quiénes son estos médicos detrás de la selección de niñas?”, al tiempo que recuerda que al mismo tiempo que se prohibió revelar el sexo en los ultrasonidos, el Gobierno permitió a los ginecólogos practicar ecografías. Así que “a un ginecólogo se le da el poder de hacer ultrasonido, y también tiene la capacidad legal de practicar abortos. Todo se vuelve muy fácil”, lamenta. El Gobierno indio ha declinado la invitación de Efe para hablar de esta situación.
Un país sin mujeres
En sociedades como la india, la desproporción en el número de mujeres plantea un futuro incierto. Tiene consecuencias a largo plazo, “conduce a más violencia sistemática contra ellas” y, entre otros aspectos, a una mayor competencia para encontrar pareja, explica la socióloga e investigadora Katharina Poggendorf-Kakar.
La autora de Mujeres en la India, que dedica un capítulo a “las niñas perdidas”, cita como ejemplo su tráfico hacia otras regiones para ser vendidas. Según esta investigadora de origen alemán, radicada en la India, “las esposas compradas a veces se comparten con otros miembros masculinos de la familia del esposo”, lo que agrava la violencia hacia unas mujeres que están lejos de su hogar y dependen exclusivamente de su “familia política”.
A ello se suma su explotación como esclavas sexuales. “Se les llama novias esclavas. Los zaminders (propietarios de tierras) generalmente las casan con uno de sus trabajadores, pero también son explotadas sexualmente por el propietario de la tierra”. Así, insiste la socióloga, aunque la muerte de muchas mujeres comienza en el vientre materno, el riesgo de que las hagan “desaparecer” les persigue hasta su vejez. Es una “negligencia sistemática” contra ellas.
Tráfico de novias
Cuando se publicaron los datos del censo nacional de 2001, Hasina iba de camino a Haryana, un Estado agrícola al norte de Nueva Delhi con la peor ratio de sexo de todo el país: 861 mujeres por cada 1.000 hombres. Su llegada y la de otras muchas niñas fue una consecuencia directa de estos números. Todas viajaron para suplir la falta de mujeres, para convertirse en esposas. Todas eran de Estados pobres como Bihar, Assam o Bengala. Hasina se refiere a ellas como “las hermanas traficadas”. Ante la falta de mujeres, las familias comenzaron a pagar a quien pudiera traer alguna. La necesidad abrió un nuevo mercado: el tráfico de novias.
Según el último informe de la Oficina Nacional de Registros Criminales, al menos 34.923 mujeres fueron secuestradas en 2018 para ser casadas a la fuerza, más de 95 al día. Hasina le costó a su marido 12.000 rupias, unos 170 dólares.
“Te compré. Te compré de la misma manera que habría comprado un búfalo”, le grita su marido en cada pelea para recordarle que no es más que una paro, una molki, lo que se puede traducir libremente del dialecto regional haryanvi como “una mujer comprada”. Paro fue la primera palabra que aprendió del haryanvi.
Es bueno comprar una novia si un hombre la necesita. Si no fuera así ¿qué habría sido de mí?
BASANTI, MUJER BANGLADESÍ
Su marido no había sido el primer comprador. Llegó a Nueva Delhi con 12 años de la mano de un “intermediario”, un hombre que la convenció de que la llevaría a la capital de paseo y que sus padres le habían dado permiso. “Cuando me di cuenta ya estábamos en Delhi”, recuerda la mujer de 32 años. La puerta está abierta y nadie la detiene, pero para ella ya no hay vuelta atrás. No se puede rescatar a una paro, dice. De hecho, su padre la encontró hace 15 años, pero como ya estaba casada, regresar a su hogar supondría un deshonor para la familia.
“Es bueno comprar una novia si un hombre la necesita. Si no fuera así ¿qué habría sido de mí?”, explica otra mujer, la bangladesí Basanti, a la que compraron hace más de 20 años para cuidar a un anciano enfermo en Haryana. A ella la secuestró una amiga de la familia que acostumbraba a visitarles para ver la televisión. La vendió por 6.000 rupias, unos 84 dólares. Esto le salvó la vida, dice. En aquel momento había enviudado y tenía cinco meses de embarazo, un estado que podía haberla condenado a vivir en la miseria.
La superviviente
En el principal crematorio de Bareilly, en el Estado norteño de Uttar Pradesh, eran las seis de la tarde cuando se escuchó un llanto que salía de la tierra. A esa hora ya se habían ido los trabajadores y Babu Ram, el vigilante, pidió a un vecino de la zona, Aakash Kumar, que cavara una tumba para que un matrimonio pudiera enterrar a su bebé, nacida muerta. “Estaba cavando cuando la pala tocó una vasija de barro y entonces comenzamos a oír el llanto”, dice el improvisado enterrador, de 17 años, junto a la pequeña fosa todavía abierta.
El joven se asustó, pensó que eran los espíritus del crematorio que no lograban conseguir el descanso. El matrimonio miró el cadáver de su hija en brazos, pero no, el llanto venía de la tierra, de una vasija de barro tan pequeña que cabía en una bolsa de la compra. “Cuando sacó la pala y arrastró hacia afuera la bolsa con la vasija, el llanto volvió a empezar y el chico escapó corriendo”, recuerda el guarda. “Era una bebé”, explica el vigilante, que abrió la vasija y encontró a una niña que apenas superaba los 1.200 gramos.
Los crímenes contra niños pasan con cierta frecuencia, admite un jefe policial que no quiso revelar su nombre. “Apenas hace una semana encontramos un bebé muerto dentro de un inodoro”. La policía ha acudido varias veces al terraplén detrás de las pilas de cremación donde la bebé fue encontrada. El lugar es fácil de reconocer porque los trozos de la vasija continúan allí.
“Mientras no sepamos quién es la madre, será difícil saber por qué alguien hizo esto”, dice uno de los agentes. “Yo creo que fue enterrada viva porque es niña”, dice Aakash, que no precisa de una investigación policial. Tras dos semanas en el hospital, las enfermeras han comenzado a llamarla “bebé Sita”, como la abnegada esposa del dios Rama, una de las principales figuras femeninas dentro del hinduismo.
Un, dos, tres, cuatro, cinco, repite hasta en cuatro ocasiones el doctor Ravi Khanna para contar las veces que unta y frota el antibacterial con el que esteriliza sus manos antes de levantar el plástico que cubre la incubadora de Sita. “Es una luchadora. Estuvo bajo tierra entre dos días y medio y tres días”, dice el pediatra. La bebé pudo sobrevivir a casi un metro de profundidad porque en la vasija quedó acumulado oxígeno y permaneció en un estado de semihibernación, “como un oso”. El “milagro” fue que viviera sin agua.
El doctor descarta la selección de varones y asegura, mientras repasa una veintena de incubadoras, que allí “hay niños de ambos sexos”. “Aunque, espera”, dice. “Bueno en este momento, sí, Sita es la única niña”.
Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/planeta-futuro/2020-11-12/las-hijas-perdidas-de-india.html
Las sobrevivientes de violencia de género en el ámbito familiar no pueden buscar protección frente a la violencia que sufren debido a la ineficacia de la respuesta del gobierno, ha declarado hoy Amnistía Internacional en la publicación de un informe sobre el problema oculto pero creciente de la violencia de género intrafamiliar y la violencia sexual contra las mujeres de la región.
Basándose en seis misiones sobre el terreno realizadas por Amnistía Internacional, Not a private matter pone de relieve múltiples deficiencias de un sistema concebido para proteger a sobrevivientes, concretamente mujeres, de la violencia de género intrafamiliar y de la violencia sexual. La situación se ve agravada debido a una devastadora crisis social y económica, el acceso a las armas y el trauma creado por el conflicto armado en curso entre el gobierno de Ucrania y las organizaciones separatistas respaldadas por Rusia.
“Es muy grave que las mujeres, cuyas vidas ya están muy afectadas por el trauma y la destrucción causados por el conflicto, se encuentren sin poder recurrir a ninguna ayuda y abandonadas por las autoridades, que tienen la responsabilidad de protegerlas de la violencia de género intrafamiliar y la violencia sexual”, dijo Oksana Pokalchuk, directora de Amnistía Internacional Ucrania.
“Las mujeres que viven en la región oriental de Ucrania, asolada por el conflicto, no se sienten a salvo ni en público ni en el hogar.”
“Las mujeres que viven en la región oriental de Ucrania, asolada por el conflicto, no se sienten a salvo ni en público ni en el hogar.
Amnistía Internacional accedió a los territorios de las regiones de Donetsk y Luhansk, controlados por el gobierno, entre enero y noviembre de 2019. La organización no tuvo acceso, en cambio, a las zonas controladas por los separatistas, que no entran en el ámbito del informe.
Las estadísticas oficiales sobre violencia de género en el ámbito familiar, pese a que son poco fiables y están incompletas, muestran un aumento de casos registrados en los últimos tres años. En 2018, hubo un aumento del 76% de los casos denunciados en la región de Donetsk y un 158% en la región de Luhansk en comparación con la media de los tres años anteriores.
Las iniciativas del gobierno no abordan efectivamente la violencia de género intrafamiliar
En los últimos tres años, Ucrania ha adoptado nuevas leyes y marcos institucionales en relación con la violencia de género, que en general están en armonía con el derecho internacional de los derechos humanos. Estos incluyen la histórica Ley de Prevención y Lucha contra la Violencia de Género Intrafamiliar de 2018, la introducción de las órdenes de protección de emergencia y de albergues, y la creación de unidades especiales de la policía adiestradas para abordar situaciones de violencia de género interfamiliar.
Aun así, las nuevas leyes e iniciativas tienen a menudo una implementación deficiente, mientras el país sigue estando lejos de ratificar el Convenio del Consejo de Europa sobre prevención y lucha contra la violencia contra la mujer (Convenio de Estambul).
La Policía continúa mostrándose reacia a registrar las quejas de sobrevivientes de la violencia de género intrafamiliar, y la impunidad generalizada disuade a muchas víctimas de denunciar.
La Policía continúa mostrándose reacia a registrar las quejas de sobrevivientes de la violencia de género intrafamiliar, y la impunidad generalizada disuade a muchas víctimas de denunciar.
En 10 de cada 27 casos de violencia de género intrafamiliar documentados en el informe, las mujeres no denunciaron a la policía la violencia que habían sufrido porque creían que las autoridades no iban a responder adecuadamente, en el caso de que respondieran.
En un caso, un soldado de servicio propinó una paliza a su esposa embarazada, que no presentó una queja formal porque pensó que no valía la pena, pues el mando militar ya la había presionado para que retirase una queja anterior (cuando su esposo le rompió la nariz), para “no avergonzar a su esposo”.
Sobrevivientes desprotegidas y en peligro
La nueva legislación ucraniana confiere a la policía la facultad de emitir lo que se conoce como órdenes de protección de emergencia, que prohíben a presuntos perpetradores entrar y permanecer en el lugar de residencia de una sobreviviente, así como contactar con ésta durante 10 días. En los casos que documentó Amnistía, rara vez se emplean estas facultades y, cuando lo son, no se hacen cumplir efectivamente.
Pese a los cambios positivos en la legislación nacional, sigue habiendo lagunas en la protección. En Ucrania, la violencia de género intrafamiliar está prevista tanto en la legislación administrativa como en la penal. En la actualidad, no cabe iniciar actuaciones penales salvo que el perpetrador haya acumulado dos penas administrativas por violencia de género intrafamiliar.
Además, los miembros de las fuerzas armadas y la policía están exentos de actuaciones administrativas ante los tribunales de jurisdicción ordinaria, lo que en la práctica sirve para protegerlos del enjuiciamiento penal por violencia de género intrafamiliar.
Además, los miembros de las fuerzas armadas y la policía están exentos de actuaciones administrativas ante los tribunales de jurisdicción ordinaria, lo que en la práctica sirve para protegerlos del enjuiciamiento penal por violencia de género intrafamiliar.
Oksana Mamchenko sufrió violencia física, psicológica y económica de su exmarido, padre de sus 12 hijos e hijas, durante 20 años. Tras marcharse de casa con los niños, el tribunal dictó órdenes de protección temporales en tres ocasiones, prohibiendo a su esposo estar en la misma casa que Oksana y sus hijos y estar cerca de ellos.
Entre enero de 2019 y enero de 2020, Oksana obtuvo tres órdenes de alejamiento y una orden de protección de emergencia contra su exesposo y presentó múltiples quejas ante la policía. Su exesposo ignoró todas las órdenes y las autoridades no las hicieron cumplir adecuadamente. En mayo de 2020 se le impuso un año de condena condicional por no cumplir la orden de alejamiento, pero no se le castigó por violencia de género intrafamiliar.
Violencia sexual
La investigación de Amnistía Internacional indica que las mujeres de la región oriental de Ucrania siguen sufriendo diversos actos de violencia sexual a manos de personal militar, sobre todo en zonas próximas a la línea de contacto.
Amnistía Internacional ha documentado ocho casos de violencia sexual contra mujeres y niñas civiles perpetrada por miembros de las fuerzas armadas: dos casos de violación, uno de intento de violación y cinco de acoso sexual, cometidos por personal militar en 2017-2018 en zonas residenciales.
“Las autoridades ucranianas deben llevar a cabo reformas legales rápidas y amplias que protejan a las sobrevivientes de la violencia de género y de la violencia de género intrafamiliar. Estas reformas sólo podrán tener éxito si se basan en consultas reales con sobrevivientes y organizaciones de mujeres”, concluyó Oksana Pokalchuk.
Las autoridades ucranianas deben llevar a cabo reformas legales rápidas y amplias que protejan a las sobrevivientes de la violencia de género y de la violencia de género intrafamiliar.
“El gobierno ucraniano ha demostrado en los últimos años que está dispuesto a abordar el problema de la violencia contra las mujeres. Este es el momento de redoblar sus esfuerzos. Ucrania debe ratificar el Convenio de Estambul, pues proporcionará a las autoridades una guía clara para la reforma, que incluye seguir mejorando la legislación, instituir programas de educación para funcionarios y el público en general, un mecanismo de denuncia oficial y otros cambios importantes”.
Existen diversas mujeres empoderadas al rededor del mundo que merecen ser reconocidas por el increíble trabajo constante que hacen, modificando conductas, dandole vuelta a los estereotipos sociales, acabando con la desigualdad, revolucionando el empoderamiento femenino, CAMBIANDO EL MUNDO.
Ser mujer siempre resulto un reto muy grande, pero a lo largo del tiempo el poder femenino ha sabido enfrentarlo y superarlo y al día de hoy las mujeres empoderadas se han involucrado en muchas actividades importantes con grandes puestos, eliminando la brecha de género y fomentando la equidad.
Malala Yousafzai
Malala Yousafzai recibió un disparo en la cabeza mientras viajaba en autobús en su regreso de la escuela a casa ¿el motivo? se atrevió a levantar su voz para defender el derecho a la educación de las niñas. Y a pesar de tantas amenazas ella no se dió por vencida, convirtiéndose en la mujer más joven en recibir un Premio Nobel de la Paz. Actualmente es autora de 2 libros y cofundadora de «Malala Fund«, la cuál tiene el fin de asegurar el derecho de las niñas a la educación de calidad rompiendo las barreras que les impiden ir a la escuela.
Jane Goodall
Es una de las primatólogas, etólogas y antropólogas mas reconocidas a lo largo de la historia. Es una de las mujeres empoderadas que han dedicado su vida a la naturaleza, contando con más de 50 años de experiencia en la que ha estudiado y demostrado la naturaleza de los chimpancés, y para comprenderlos más, decidió seguirlos muy de cerca para entender sus juegos y su comunicación (la cuál resultó muy parecida a la nuestra). Al día de hoy es una de las activistas por los derechos de los animales más seguidas y admiradas.
Patricia Ireland
Es una administradora estadounidense y feminista quien fue presidenta de la Organización Nacional de Mujeres (NOW), movimiento que tiene el fin de construir una red efectiva de mujeres fuertes. Es además considerada una de las líderes feministas más influyentes a nivel mundial. Escribió una autografía: «What Women Want» que al día de hoy es uno de los libros más leídos gracias a el nivel de inspiración que ha generado entre las mujeres.
Yusra Mardini
Pasó de ser una refugiada a una atleta olímpica. Yusra nació en Siria y luego de que su casa fuera destruida durante la guerra decidió huir hacia Grecia junto con algunos refugiados más, sin embargo el motor del bote en el que viajaba falló y ella junto con 3 personas más empujaron el bote por más de tres horas hasta llegar a tierra firme. Al día de hoy se ha convertido en miembro del equipo de Atletas Olímpicos Refugiados.
Sabrina Pasterski
Sabina Pasterski es una joven física teórica, la cuál es catalogada como la «Nueva Albert Einstein» gracias a su intelecto y capacidad es considerada como una genio. Ya que a sus apenas 13 años construyó su propio avión de motor y algunos años después se convirtió en piloto de pruebas. El día de hoy sus investigaciones están centradas en la naturaleza de la gravedad y el espacio -tiempo, los cuales podrían cambiar por completo nuestra comprensión del cómo funciona el universo.
Ellen Ochoa
Ellen es una de la mujeres empoderadas más admiradas en la ciencia, pues es una ingeniera y ex astronauta. Realizó al rededor de cuatro vuelos espaciales en transbordadores convirtiéndose en la PRIMERA MUJER hispana en volar al espacio. Entre los muchos premios y reconocimientos que recibió, destaca la Medalla de Servicio Excepcional de la NASA gracias a su creación de ópticos para realizar el procesamiento de información.
Andrea Ghez
Andrea recibió el premio Nobel de Física al haber comprobado junto con dos físicos más la existencia de los hoyos negros y su relación con la Teoría de la Relatividad; hoy su nombre se posiciona en la lista de las 3 mujeres que han recibido este galardón con anterioridad. Este premio lo ganó luego de la explicación más viable acerca del porqué las estrellas de la Vía Láctea se mueven tan rápido.
La historia nos ha enseñado la amarga verdad: el cuerpo femenino como un bien colectivo.
En días recientes Dawn Wooten, enfermera estadounidense, ha denunciado la práctica de esterilizaciones forzadas practicadas contra mujeres migrantes en el centro de detención del condado de Irwin, Georgia. Sus alegatos han levantado polvo: por un lado, acusaciones de quienes intentan desacreditar a la denunciante y, por otro, la exigencia –desde altas instancias en la Cámara de Representantes- de profundas y extensas investigaciones sobre estas posibles violaciones contra los derechos humanos de las víctimas.
Las esterilizaciones forzadas en los cuerpos de mujeres indígenas o de las capas más pobres de los países latinoamericanos y africanos no es novedad alguna. En la década de los años 60, los Cuerpos de Paz estadounidense actuaron como misioneros para imponer por la fuerza el control demográfico en nuestro continente, con la graciosa anuencia de los gobiernos locales. Esa práctica de una crueldad inaudita nunca mereció juicios ni condenas y las mujeres castradas de manera tan salvaje como injusta tampoco recibieron reparación alguna.
La perspectiva oficial generada desde los ámbitos políticos en relación con los derechos de las mujeres sobre su cuerpo, no ha cambiado. Las asambleas legislativas dominadas por el pensamiento hegemónico de una masculinidad mal entendida siguen imponiendo su agenda cargada de restricciones sobre más de la mitad de la población; y, de ese modo, se impide el ejercicio de ese derecho mediante castigos extremos. En la mayoría de nuestros países se condena a mujeres, niñas y adolescentes que buscan asistencia sanitaria para interrumpir embarazos o, simplemente, cuando se presentan en los hospitales con emergencias obstétricas. Es decir, se les veda no solo el derecho de recibir atención sino también de optar por una solución humanitaria a su situación crítica.
Las mujeres, por el hecho de haber nacido como tales, son así declaradas un bien público por sociedades regidas bajo códigos estrictamente patriarcales. Ya avanzado el siglo veintiuno se perciben retrocesos aberrantes en la perspectiva de género, como por ejemplo en Francia, en donde han comenzado a agredir en las calles a jóvenes mujeres por vestir falda. Actos de extremo salvajismo en un país supuestamente igualitario, avanzado, culto y en donde paradójicamente nació el pensamiento fundamental que consagra los derechos de la ciudadanía: Libertad, Igualdad, Fraternidad.
El retorno a prácticas misóginas en países que habían logrado superar esas barreras, dicen mucho de cómo ha persistido, a través de los siglos, esa super valoración de la masculinidad contra la visión de un sexo femenino asociado a la sumisión, la obediencia, la inferioridad y la función subordinada de aportar su cuerpo como instrumento de beneficio social por medio de la reproducción controlada. Los movimientos feministas han alcanzado grandes avances en términos prácticos, pero ni siquiera han llegado a rozar el núcleo mismo del sistema, cuya principal característica es un profundo temor al poder de las mujeres en ámbitos tradicionalmente masculinos como la política, la economía y la justicia.
Las mujeres gozan de iguales derechos y responsabilidades, de acuerdo con tratados y convenciones de efecto obligatorio. Sin embargo, derribar las barreras opuestas a su pleno desarrollo es todavía un tema pendiente que impide la evolución de la sociedad hacia estadios superiores de convivencia y, para ello, será necesario derribar los marcos valóricos obsoletos que nos rigen. A partir de ahí, comenzar de nuevo con una plataforma igualitaria, justa y de mutuo respeto.
El temor por el poder femenino es el mayor de los obstáculos.
Fuente e imagen tomadas de: https://rebelion.org/la-mujer-publica/
Hoy el feminismo es el movimiento social y la lucha política más grande y radical de Uruguay y de América Latina. Como Furtado y Sosa (2020), creo en la importancia de hacer memoria de lucha. Vivimos el presente de una historia que le excede; las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar. Hace tres años que el 8 de marzo es día de paro, pero las mujeres también toman las calles el 3 de junio bajo la consigna Ni Una Menos, el 25 de noviembre contra la violencia de género, y casi semanalmente, ante cada feminicidio, hay una alerta feminista que corta 18 de Julio.
Pero el feminismo no sólo se vive en las calles; permea tanto el espacio público como el privado. Se reeditó El segundo sexo, que hace unos años era difícil de conseguir, se repiensa la heterosexualidad y se cuestiona el amor romántico, se discute sobre la abolición o regulación del trabajo sexual, se populariza la copita menstrual, alguien le dice “no, después de ti” al señor que la quiere hacer pasar primero en el ómnibus, hasta el tío Ruben aprendió a hablar con la ‘e’ y no le parece tan grave como al principio. El feminismo parece estar en todos lados, incluso en el nuevo gobierno.
Beatriz Argimón, Mónica Bottero y Laura Raffo son algunas de las mujeres de la coalición de derecha del nuevo gobierno que se identifican como feministas. Esto, como no podía ser de otra forma, ha disparado nuevas-viejas preguntas: ¿existe el feminismo de derecha?1 ¿Qué es el feminismo? Y ¿cuáles son los intereses de las mujeres? Más que contestarlas, compartiré aquí, desde mi lugar de enunciación, algunas reflexiones, para pensarlas. Soy mujer, joven, uruguaya, socióloga y también me identifico como feminista. Considero importante no sólo analizar las desigualdades sociales, sino también las luchas por la igualdad, y las contraluchas o backlash que estos despliegues de fuerza transformadora generan.
Según Sonia Alvarez (2014), ha habido tres grandes momentos en la trayectoria de los feminismos (entendidos como campus discursivos de acción) contemporáneos en América Latina. En primer lugar, la configuración del feminismo en singular. En segundo lugar, un momento de descentramiento y flujos verticales, que pusieron el foco en la cuestión de género. Por último, el momento actual, que se caracteriza por flujos horizontales, en los que los feminismos se multiplican y crecen. Algunos intentan influir institucionalmente en las políticas de Estado. Otros procuran desafiar el discurso dominante del desarrollo, incluso el de izquierda, ese que ve en la incorporación de las mujeres al trabajo remunerado un medio para el crecimiento económico.
Se han multiplicado los espacios antineoliberales, antirracistas, populares. Los feminismos jóvenes son heterogéneos, plurales y descentralizados, lo que trae consigo ciertos conflictos y contradicciones, propios de un campo feminista más amplio (Alvarez, 2015). Hoy vemos una proliferación de actores que se identifican con el feminismo y disputan el espacio y el poder en él. A pesar de no tener una agenda única, el movimiento feminista se ha destacado por su capacidad de convocatoria y articulación. Esta pluralidad de voces, más que quitarle profundidad crítica, hasta el momento, ha sido su fortaleza (Gutiérrez, 2019).
Esto no debería ser subestimado, ya que por mucho tiempo la izquierda masculinista creyó imposible que radicalidad y masividad fueran de la mano. Menos aún entre mujeres, a quienes se pensaba como seres en competencia. Sin embargo, hoy, en América Latina los feminismos lograron articular la masividad social con la radicalidad política. Yendo más allá de los derechos civiles y la igualdad formal, incorporando una perspectiva decolonial, que entiende el cuerpo de las mujeres como un territorio en disputa. Aquí el feminismo es enorme, plural y profundamente transformador. En este contexto, ¿cómo pensar el posicionamiento de actoras de derecha desde el feminismo?
Las actoras de derecha que se definen como feministas suelen enfocarse en las desigualdades de género que existen en los espacios de liderazgo y poder históricamente masculinos, como el trabajo remunerado y el gobierno. No obstante, estos esfuerzos no siempre vienen acompañados de una valorización de las tareas reproductivas de las que históricamente las mujeres se han encargado. La forma en que se define la igualdad de género trae aparejada diferentes estrategias para conseguirla. Si igualdad significa una equitativa representación de mujeres y varones en los altos cargos de las instituciones poderosas, por más importante que esto sea, los esfuerzos estarán puestos allí y no en otro lado.
Además, en lugar de buscar cambiar las estructuras de dominación que producen la desigualdad, ya sea por medio de cambios institucionales o tejiendo redes por fuera del Estado, se hace énfasis en que las mujeres puedan elegir (lo que se conoce como choice feminism). Pero no hay una preocupación sobre cómo estas decisiones afectan a otras mujeres, ni un reconocimiento de los privilegios que ciertas mujeres tienen en relación a otras. Cada mujer es responsable de promover los cambios para sí misma, ya sea disputando una promoción en su trabajo, o una distribución más justa de las tareas domésticas y de cuidado en su hogar (Sandberg, 2015). Debe hacerse un lugar entre los varones, ser asertiva “como estos”, sobreponerse a las dificultades, esforzarse y lograrlo. Aunque le cueste el doble. Se trata de “empoderarse” y correrse del lugar de víctima. En este modelo, cada una lucha por su lado contra la dominación sistémica y la discriminación estructural. Se trata de un cambio de actitud, y quienes deben cambiar son las mujeres.
Una posible interpretación, optimista, de este fenómeno, es que cada lucha hace su aporte. Que las explicaciones y soluciones que se basan en lo individual son tan importantes y necesarias como las que se basan en lo estructural. Desde esta perspectiva, las necesitamos a todas: a las de la segunda ola, las lesbianas, las trans, las afro, las de la tercera ola y hasta las liberales. Sus intereses no se contraponen; se complementan.
Si entendemos al género como una estructura social con diferentes capas: la de lo individual, la de la interacción, y la de lo institucional o estructural (Risman, 2018), entonces, para revertir la desigualdad, necesitamos cambios en cada uno de estos niveles. Tanto aquellos que apuntan a lo individual, entendiendo al género como algo que internalizamos y se vuelve parte de nuestra identidad, como aquellos que buscan cambiar las estructuras sociales, por ejemplo, poniendo el cuidado de la vida en el centro.
No obstante, podría argumentarse que poner el foco del problema –y consecuentemente, la solución– en lo individual circunscribe nuestra capacidad crítica, impidiendo que las instituciones y estructuras más profundas sean cuestionadas. Si las mujeres cambian, pero no cambian las responsabilidades y posiciones que les son asignadas por ser mujeres –especialmente las tareas reproductivas y el lugar en que estas quedan ubicadas en el orden social–, y si además no cambian los varones, difícilmente alcancemos algún tipo de igualdad.
Otra posible interpretación, más crítica, entiende que el feminismo es la teoría y acción política que lucha por liberar a todas las mujeres: indígenas, afro, de la clase trabajadora, pobres, en situación de discapacidad, lesbianas, migrantes, queer, trans, viejas, así como a las mujeres blancas, heterosexuales y privilegiadas económicamente. Si se cubre algo menos que esto, entonces no es feminismo (Smith, 1980). Desde aquí, el feminismo no es tal sin antirracismo, anticapitalismo y decolonialidad. Quienes se focalizan únicamente en las mujeres privilegiadas en términos de clase, raza y nacionalidad lo hacen a expensas de la realidad de la mayoría de las mujeres (Rottenberg, 2014), desconociendo la alianza entre patriarcado y capital (Federici, 2010). Alianza según la cual género y raza son construcciones sociales funcionales al capitalismo, en tanto fomentan divisiones entre las personas económicamente oprimidas (Federici, 2010; Alesina y Glaser, 2004).
No basta con “lo personal es lo político”, sino que “lo político también debe ser lo personal” (Thompson, 2002). Es necesario un compromiso íntimo con ciertas causas políticas, más allá de que hayamos sido oprimidas directamente o no por estas causas. En otras palabras, no necesitamos ser parte de un grupo oprimido para reconocer una injusticia y luchar contra esta. Así, los feminismos deben reconocer y actuar en contra de otras desigualdades, más allá del género, incorporando una perspectiva interseccional.
De esta mirada, al ubicarse desde el feminismo, estas actoras de derecha disputan su sentido, con el riesgo de circunscribir su capacidad crítica. Ya que cuando se fomenta cierto análisis crítico sobre el estado de las cosas, se delimitan los parámetros de lo criticado. Se dice “es esto lo criticable y no esto otro”.
Por ejemplo, Estados Unidos se presenta, paradójicamente, como modelo en temas de género, a la vez que genera una autocrítica sobre la cuestión en su territorio en relación al “conflicto trabajo/familia”. Esta autocrítica lo hace parecer más abierto, a la vez que neutraliza reclamos emancipatorios de otros feminismos, por ejemplo, de aquellos que incorporan temas raciales (Rottenberg, 2014). Además, la ideología neoliberal (que pone el foco del problema y su solución en lo individual) hace que muchas madres se culpen a ellas mismas (en lugar de al Estado, a los varones, o a quienes las emplean) frente a la dificultad de “balancear” trabajo remunerado y no remunerado (Collins, 2019). De esta forma, instituciones y estructuras continúan sin ser interpeladas y son las mujeres quienes deben adaptarse a un sistema masculino.
En síntesis, la primacía de cierta mirada crítica, que se presenta como la crítica, calla otras miradas, interpretaciones y demandas (Rottenberg, 2014). Así, por momentos, la legitimidad del feminismo liberal ha silenciado otros feminismos. Sobre todo cuando este predomina en espacios de poder, como el gobierno.
En Uruguay, el movimiento feminista ha crecido y tomado cada vez más fuerza; el nuevo gobierno no puede pasarlo por alto. Por ello, en lugar de irle en contra, propone su propia versión: genera una crítica circunscrita. Según Gutiérrez (2019), una forma de contener, limitar o capturar una lucha es generar una imitación deformante e impostora de esta. Como respuesta a la expansión feminista, “como contraefecto de nuestra propia audacia, de nuestra propia fuerza desplegada”, se establece una disputa de sentidos (Gutiérrez, 2019). Esto es lo que hace la derecha con las autopercepciones feministas de Raffo, Bottero y Argimón: disputa la definición del término feminismo y lo reclama para sí, queriendo sacarlo del monopolio de la izquierda. Esto obliga al movimiento a perder energías, que estaban puestas en su expansión y radicalización, gestionando sus diferencias para distinguirse de quienes se presentan como parte de él, coartando su horizonte emancipatorio.
La pluralidad puede ser un arma de doble filo si no se conserva un núcleo de lucha: contra la violencia patriarcal en todas sus formas, lo que incluye violencias capitalistas y coloniales.
El cambio de gobierno es un momento donde el Estado se presenta como “el hecho político legítimo por excelencia”, por lo que es de esperar que avance sobre el movimiento feminista (Gutiérrez, 2019). Ante demandas que crecen en rebeldía y alcance se intenta hacer una síntesis desde arriba, decir: “Este es el objetivo del feminismo”. Esto es, de cierto modo, “ponerle un cerco” a la lucha, decir “hasta acá llegó,” cuando el “hasta dónde” venía siendo abierto. En este sentido, la pluralidad puede ser un arma de doble filo si no se conserva un núcleo de lucha: contra la violencia patriarcal en todas sus formas, lo que incluye violencias capitalistas y coloniales (Gutiérrez, 2019). No alcanza con medidas punitivistas, derechos formales o cambios de actitud. Como señala Di Giorgi,2 no es lo mismo reclamar la igualdad de género dentro de un orden determinado que proponerse desarmar el orden en sí mismo.
En definitiva, la pluralidad de los feminismos tiene la potencialidad de funcionar como impulso, revitalizando ideas y prácticas, o como amenaza, circunscribiendo su fuerza y su capacidad crítica. Tal vez sea una invitación a poner, aún más, el foco en las violencias capitalistas y coloniales que se intersectan con las patriarcales, en soluciones estructurales más que individuales, en cambios sociales más que en las mujeres. Una invitación a reafirmar el compromiso en este núcleo, recordando que no será el último ni el definitivo, que el sentido y la forma de lo que se desea cambiar siempre son maleables e inconclusos, y que hay allí una fortaleza. Una invitación a recordar la potencia que existe en no delimitar los términos de lo transformable, no encorsetar el deseo, y decir que queremos cambiarlo todo.
Inés Martínez es socióloga. Este artículo fue publicado originalmente en Razones y personas.
Referencias
Alesina, Alberto y Edward Glaser. 2004. Fighting Poverty in the US and Europe: A World of Difference. Oxford University Press.
Alvarez, Sonia E. 2014. “Para além da sociedade civil: reflexôes sobre o campo feminista”. Dossiê o Gênero Da Política: Feminismos, Estados e Eleiçoes. Cadernos Pagu (43): 13-56.
Alvarez, Sonia. E. 2015. “Compromisos ambivalentes y resultados paradójicos. Movimientos feministas y desarrollo”. En Verschuur, C., Guérin, I. y Guétat-Bernard, H. (eds.), En desarrollo, género. IRD Éditions.
Collins, Caitlyn. 2019. Making Motherhood Work. How Women Manage Careers and Caregiving. Princeton University Press.
Federici, Silvia. 2010. Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Tinta Limón.
Furtado, Victoria y María Noel Sosa 2020. “Huelga feminista: memoria de lucha, tiempo de rebelión. Notas sobre el feminismo en Uruguay hoy”. En: Horizontes políticos desde nuestra América. Entre el dolor y la esperanza. Servicios para una educación alternativa. EDUCA A.C. y Colectivo Editorial Pez en el Árbol.
Risman, Barbara J. 2018. Where Will The Millenials Take Us. A New Generation Wrestles With the Gender Structure. Oxoford University Press.
Rottenberg, Catherine. 2014. “The Rise of Neoliberal Feminism”. Cultural Studies. 28(3): 418-437.
Sandberg, Sheryl. 2015. Lean In: Women, Work, and the Will to Lead. Ebury Publishing.
Smith, Barbara. 1980. “Feisty Characters and Other People’s Causes”, en The Feminist Memoir Project: Voices from Women’s Liberation, ed. Rachel Blau DuPlessis y Ann Snitow (New York: Three Rivers Press), 479-81.
Thompson, Becky. 2002. “Multiracial feminism: Recasting the chronology of second wave feminism”. Feminist Studies 28(2) 336.
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