Desde que los talibanes recuperaron el poder de Afganistán en agosto de 2021, miles de familias han encontrado refugio en el vecino Pakistán. Muchos afganos decidieron huir de su país para que sus hijas tuvieran educación, ya que los talibanes prohibieron el acceso de las niñas a instituciones educativas. Pakistán no ofrece perspectivas reales de integración o empleo a los refugiados, sin embargo, muchas familias afganas se han asentado en el país, como lo informan nuestros corresponsales.
Sólo el 38% de las personas que estudian carreras en ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas en México son mujeres (35% a nivel mundial).
9 millones de mujeres mayores de 12 años han sufrido acoso cibernético en el país (insinuaciones, propuestas sexuales, etc.)
Incorporar la perspectiva de género en esfuerzos científicos y tecnológicos de educación digital es vital para alcanzar la equidad de género en México y el desarrollo sostenible del país, señaló UNICEF, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, en vísperas del Día Internacional de la Mujer, resaltando que escuelas, personal docente, familias, medios de comunicación y la sociedad mexicana en general continúan reproduciendo estereotipos que impactan negativamente la educación recibida por niñas y adolescentes y contribuyen a su exclusión de la esfera profesional científica y tecnológica en particular.
Las mujeres, niñas y adolescentes han sido histórica y sistemáticamente subrepresentadas en México y el mundo en el estudio de las ciencias, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas. Actualmente en el mundo sólo 35% de las mujeres estudian carreras relacionadas; en México, la cifra es del 38% — ligeramente superior, pero no significativamente, en especial si se considera que esas disciplinas cuentan con mayor demanda laboral y ofrecen mejores salarios a nivel nacional. (IMCO, 2021)
“Los prejuicios y la desigualdad en torno al acceso a tecnologías y habilidades digitales clave para el aprendizaje y el futuro desempeño profesional están dejando atrás a millones de niñas y adolescentes en México”, señaló Fernando Carrera Castro, Representante de UNICEF en el país. “Ponerle fin es una meta clave para el futuro de las niñas y las adolescentes y para el desarrollo sostenible del país”.
Por otro lado, el acceso a nuevas tecnologías sin políticas de protección adecuadas resulta en mayores riesgos para las mujeres, las niñas y las adolescentes: entre las mayores de 12 años, nueve millones han sufrido acoso cibernético en el país, con mayores niveles de exposición entre las adolescentes y las más jóvenes. Insinuaciones y propuestas sexuales (36%) son las situaciones más frecuentes. (INMUJERES, 2022)
UNICEF señala que promover la igualdad de oportunidades educativas y profesionales, con especial enfoque en las niñas y las adolescentes, es un proceso justo, en materia de derechos, y esencial para la construcción de una sociedad mexicana educada y productiva, libre de pobreza y en la que toda la población pueda contar con el cumplimiento cabal de sus derechos desde el nacimiento hasta la edad adulta.
“Muchas voces se alzarán en México y el mundo este 8 de marzo para recordar que los derechos humanos son también los derechos de la mujer, pero en cada futura mujer hay una niña y, por ello, los derechos humanos, los derechos de las mujeres son también los derechos de las niñas, los derechos de cada niña que enfrenta obstáculos para desarrollar todo su potencial”, resalto’ Carrera Castro.
“Este 8 de marzo, hagamos un compromiso. Identifiquemos qué podemos hacer para combatir en nuestros hogares, nuestra comunidad y nuestro sistema educativo, los prejuicios y estereotipos que nos hacen creer que las niñas no pueden llegar a ser grandes científicas o matemáticas. Qué podemos hacer para que nuestras niñas superen el obstáculo que les impide ser los que quieren y pueden ser. Sea lo que sea. Se los debemos a ellas y al futuro de México”, concluyó el Representante.
El Gobierno talibán anunció este sábado que con la reapertura de las escuelas el miércoles en Afganistán tras el parón invernal, todas las niñas podrán regresar a las aulas, después de que se prohibiera el regreso a las estudiantes de secundaria tras la llegada al poder de los islamistas el pasado agosto.
«Es un placer anunciar que todas las escuelas para niños y niñas comenzarán el 23 de marzo, según el nuevo procedimiento de acuerdo con la ley islámica», afirmó a Efe el portavoz del Ministerio de Educación, Aziz Ahmad Rehan.
El portavoz talibán recordó que «la razón por la que se detuvo la educación de las niñas (durante los últimos siete meses) fue la de trabajar en un procedimiento para que las niñas continuasen su educación de acuerdo con la ley islámica» o sharía.
Así, explicó Rehan, según las nuevas indicaciones aprobadas por la cúpula religiosa y gubernamental de los talibanes, el nuevo procedimiento se resume en cuatro puntos:
1) Alumnos y alumnas estudiarán en diferentes escuelas segregadas por sexo. 2) Las alumnas serán instruidas por maestras. 3) Las estudiantes de educación secundaria deben llevar velo. 4) Si no hay escuelas suficientes, niños y niñas asistirán a las aulas en diferentes turnos.
Con la reapertura de las escuelas de primaria y secundaria la semana que viene, el Ministerio de Educación detalló que unos 9,5 millones de alumnos estudiarán en 16.000 centros gubernamentales y 4.000 privados. Las clases serán impartidas por 194.000 maestros, de los cuales el 36 % son mujeres, con el mismo porcentaje de alumnas.
Este era uno de los anuncios más esperados en Afganistán, tanto por las jóvenes que habían visto interrumpida su educación con la llegada de los talibanes, como por la comunidad internacional, que reclamaba a los islamistas que garantizaran todos los derechos a los afganos, en especial a las mujeres, para reactivar el flujo de ayuda humanitaria.
El mes pasado los islamistas ya dieron un primer paso para la integración de las mujeres en el sistema educativo con la reapertura de las universidades, permitiendo también el acceso a las alumnas.
Pero aunque las universidades públicas y privadas afganas eran mixtas antes de que los fundamentalistas llegaran al poder, con hombres y mujeres estudiando en las mismas aulas, ahora los varones asisten antes del mediodía y las alumnas por la tarde.
La comunidad internacional ha seguido de cerca los primeros meses del Gobierno talibán, con la esperanza de que se distanciaran de la línea dura que impusieron durante su primera estancia en el poder entre 1996 y 2001, cuando a las niñas se les prohibió asistir a la escuela y se recluyó a las mujeres en el hogar.
En esta segunda etapa, los fundamentalistas islámicos, siguiendo una rígida interpretación del islam, se han mostrado algo más aperturistas, permitiendo, además de la educación femenina, el regreso de las mujeres al trabajo en sectores como el sanitario, pero las restricciones aún son amplias, como la obligatoriedad de viajar acompañadas por un varón de su familia.
En 2019, Sierra Leona convirtió el delito sexual contra menores de edad en emergencia nacional, tal era su frecuencia en este Estado, uno de los más pobres del mundo. Tres años después, las nuevas leyes no han logrado eliminarlo.
En 2019, Sierra Leona convirtió el delito sexual contra menores de edad en emergencia nacional, tal era su frecuencia en este Estado, uno de los más pobres del mundo. Tres años después, las nuevas leyes no han logrado eliminarlo.
Asegura Emanuel (nombre ficticio) que es inocente. Que antiguos enemigos de su familia lo orquestaron todo para que él acabara en la cárcel. Que el cargo por el que fue declarado culpable, abuso sexual a una menor, le parece abominable. Y que le resulta una injusticia manifiesta su condena: 14 años encerrado en la prisión de Pademba, el correccional central de Freetown –y un infierno en la tierra– situado en la capital de Sierra Leona, país africano de apenas ocho millones de habitantes y uno de los más pobres del mundo. “Mi casa estaba abierta para todo el mundo siempre. Por eso vieron a la chica varias veces entrar allí. Pero yo no hice nada malo. Fue una trampa, una venganza”, justifica.
Los casi 2.000 presos de Pademba repiten ese “soy inocente” hasta la saciedad. Pocos admiten haber cometido las fechorías por las que permanecen encerrados. Asesinatos, robos, tráfico y trata de personas, secuestros… Pero en la cárcel, como ocurre en el país, un delito destaca sobre todos los demás. El presidio está lleno de violadores y de agresores sexuales que encuentran en niñas a sus principales víctimas. Y Sierra Leona también. Según informes recientes de la policía local, en los cuatro primeros meses de 2021 se denunciaron 974 delitos de esta naturaleza. No es una media demasiado alta si se tiene en cuenta que, en 2018, las autoridades registraron unos 8.500 casos. En febrero de 2019, tras una brutal violación grupal a una pequeña de cinco años, el presidente Julius Maada Bio declaró emergencia nacional “por violación de niñas”.
Yusuf (nombre ficticio) tiene cicatrices en la cabeza, un cuerpo extremadamente delgado, marcas que parecen picaduras de insectos mal curadas en piernas y brazos, las cuencas de los ojos hundidas y unos pocos dientes amarillentos y ennegrecidos. Ronda la treintena, aunque aparenta bastantes más porque su salud es frágil y parece castigada. Dice que lleva en Pademba casi cinco años. Y que todavía le quedan otros cinco para cumplir la pena de diez que un juez le impuso por violar a una menor de edad en 2015. Él ha dejado de entonar la cantinela de que es inocente y admite que tuvo sexo con aquella niña. Pero opina, rotundo, que la justicia no ha sido proporcional y que el delito que cometió no merece tanto tiempo de privación de libertad.
―¿Por qué dices que el juez fue injusto contigo?
―Porque mi delito duró 30 minutos y mi condena, diez años.
―¿Y la muchacha? ¿Sabes qué ha sido de ella?
―No… No quiero saber nada. Esa niña me destrozó la vida.
La cultura de la violación
Amida Aminata Sandy tiene 14 años. Nació en Bo, la segunda ciudad en tamaño y población de Sierra Leona tras Freetown, pero pronto se trasladó a Lakka, un distrito de la capital, donde reside desde que tiene memoria. Su vida, en realidad, no distaba mucho de la de otras chicas y chicos de su país. Sus padres se separaron siendo ella una chiquilla y se quedó con su madre. Pero un día, la mujer, que padecía diabetes, se desmayó. Amida cuenta que estuvo tres meses en coma en el hospital y que ella se mudó a una vivienda familiar habitada por su tía. Las primeras semanas llevaba una rutina muy normal. “Mi padre me pagaba el colegio, así que iba, estudiaba y después regresaba a casa, donde ayudaba en lo que me pedían. La relación con mi tía no era buena, pero al principio todo fue bien”, dice.
Al poco de llegar, prosigue Amida, su tía trajo a dos amigos para que trabajaran en algunas labores, dos chavales que no tenían dónde pasar las noches, por lo que usaban la propia vivienda. Algo que no resulta raro en un país en el que ni siquiera trabajar te libra de la pobreza más absoluta; casi el 53% de la población sierraleonesa debe vivir con menos de un euro y medio al día. Aquí, la falta de recursos es algo natural y presente en cualquier hecho cotidiano. “Ellos solían dormir en el salón y nosotras en un dormitorio, así que no nos veíamos mucho”, explica la niña.
El 22% de las violaciones denunciadas llega a la Fiscalía General del Estado. Y solo el 1% acaba en una sentencia condenatoria para el acusado
Un día, cualquiera de los vacacionales de junio de 2020, uno en el que la tía de Amida había abandonado temprano la casa y la muchacha, ya con 13 años, descansaba tranquilamente en su cama, sola, todo cambió para siempre. Ella lo recuerda así: “Uno de aquellos hombres entró en la habitación. Yo le dije que se fuera, pero él solo contestó que si gritaba me iba a matar. Entonces me cogió de la mano y del brazo, tapó mi boca y abusó sexualmente de mí. Yo luché, luché y luché. Pero él me sujetaba y yo no era capaz de protegerme ni de hacer nada. Cuando acabó, vi mi propia sangre en las sábanas. Entonces me enseñó un cuchillo y me dijo que acabaría conmigo si contaba algo”.
Amida hizo caso a la amenaza y no habló de aquella violación con nadie. Ni siquiera con su tía. “Pensaba que, aunque le prometiera que era cierto, ella no me iba a creer. Incluso pensé que me echarían de aquella casa por mentirosa”, dice. No fue hasta que volvió a ver a su padre y a la mujer de éste cuando la niña se atrevió a hablar. Era septiembre del 2020. El siguiente paso fue ir a la policía y denunciar. Los agentes la derivaron a un refugio que la ONG Salesiana Don Bosco Fambul tiene en Freetown para chicas que han pasado por situaciones parecidas, donde se quedará al menos hasta que se esclarezca su caso. “Ahora estoy esperando el juicio, aunque nadie sabe dónde está el hombre. Ha huido. Yo me encuentro bien; solamente quiero que se haga justicia”, finaliza Amida.
Una rutinaria impunidad
Los casos de violadores o abusadores sexuales que huyen o que resultan imposibles de localizar tras cometer estos delitos no suponen una excepción en esta nación. Un estudio interno que Don Bosco Fambul realizó en 2019 tras visitar todas las Unidades de Apoyo Familiar del país –la unidad de la policía local encargada de las infracciones que tienen como víctima a los menores de edad– arrojó que únicamente el 22% de los casos denunciados llegaban a la Fiscalía General del Estado. Y, que de ese porcentaje, apenas el 1% acababa en una sentencia condenatoria para el acusado. “Sierra Leona debería haber reconocido ese estado de emergencia hace muchos años. A mi parecer, la declaración fue positiva porque llamó a la población a abrir los ojos y a decir: ‘Algo pasa”, expresa el misionero salesiano Jorge Crisafulli, director de la ONG.
Explica Crisafulli que niñas como Amida, menores de edad en general, son la parte más vulnerable de la sociedad sierraleonesa. Que los problemas suelen golpearlas a ellas con más virulencia. Eso explicaría, por ejemplo, las estadísticas que afirman que el 28% de las jóvenes de entre 15 y 19 años tiene algún hijo o está esperándolo o que el 39% de las niñas se casa antes de cumplir los 18 y un 13% lo hace antes de los 15. También habla el salesiano de las secuelas psicológicas, de esas heridas profundas pero invisibles a simple vista. “El trauma de la violación permanece para siempre. Cuando ocurre es importante crear un ambiente de resiliencia donde la niña vuelva a tener confianza en sí misma, en los demás, donde pueda tomar decisiones, hablar delante del grupo…”.
Los casos que han encarado Crisafulli y su equipo en los últimos años son múltiples, tanto como su naturaleza y procedencia. Él menciona alguno: “Hay una niña que vino con su bebé, de la que abusó su profesor. La reunificamos con su abuela, pero ha tenido que cambiar de colegio porque el maestro ha vuelto a dar clases en la escuela donde agredió sexualmente a la nena. El hombre ha reconocido que el chico es su hijo, pero ella me dice que tiene que ir por las mañanas al mercado, a vender, para darle de comer al niño”. Y está también el caso de una adolescente a la que agredió sexualmente un conocido político de su ciudad, por lo que la muchacha no podrá regresar nunca a su casa. Y el de otra a la que violaron entre tres jóvenes, aunque dos de ellos escaparon y nadie ha podido llevarlos a la corte. Así un largo y doloroso etcétera.
“La corrupción juega un papel muy negativo. Hay expedientes que, simplemente, desaparecen. Algunas víctimas denuncian casos de violaciones incluso dentro del ambiente de la policía, lo que pasa es que tratan de cubrirlo. Las niñas son capaces de señalar a los agentes en concreto, de ubicar los lugares, pero, claro; ¿cuál es la voz de un pobre aquí, en Sierra Leona? Ninguna”, finaliza el salesiano. Y esa desconfianza hacia las autoridades y políticos locales no resulta injustificada. De nuevo, las muestras vuelven a ser tan claras como numerosas. Quizás, la más sonada se diera en octubre de 2020, cuando el presidente del país suspendió a su ministro de Agricultura y al secretario de la Vicepresidencia por aparecer en unos informes internos sobre corrupción y exigió la devolución de miles de euros a otro centenar de personas, a los que acusaba de haber robado durante los últimos diez años.
Cambios en las leyes
“No es que Sierra Leona se produzcan más violaciones que en las naciones vecinas, sino que aquí la determinación de acabar con este problema es mucho mayor”, justifican fuentes de la Unidad de Apoyo Familiar de la comisaría de Ross Road, encargada de la mitad oeste de la capital. Y ponen como ejemplo todos los cambios que se han producido en las leyes locales desde la declaración de aquella emergencia nacional. Cambios como la aprobación de una nueva ley, la Sexual Offence Act 2019, que sustituye a la 2012 y establece penas mínimas (antes no las había y dependía de lo que decidiera el juez de turno), nuevas circunstancias agravantes para violadores y abusadores e incluso la cadena perpetua. O la creación de una unidad en la policía exclusiva para crímenes de naturaleza sexual. O la implantación de ocho nuevos magistrados que se encargan únicamente de juzgar estos delitos, lo que contribuirá a acelerar los procesos.
Pero los cambios sobre papel no siempre llegan a las niñas de a pie. Anna (nombre ficticio) llora desconsolada sentada en un banco de madera de la comisaría de Allen Town, otro de los distritos de Freetown, a una media hora en coche de la de Ross Road. Tiene 13 años y ha acudido sola hace unas horas a denunciar que un hombre la ha violado. Mientras cuenta su historia, un agente vestido de paisano le toma declaración a mano, para lo que usa un bolígrafo y un par de folios. Poco sabe Anna de leyes, de emergencias nacionales y de penas privativas de libertad. Ella está a punto de empezar su propia batalla: la de asimilar lo que le ha pasado, la de escuchar y empatizar con otras víctimas y la de comprender que, en su país, su historia no es algo aislado, que hay demasiadas Annas en las calles de Sierra Leona.
Audrey Azoulay, directora del organismo, apuntó que el futuro de Afganistán depende de las mujeres y niñas.
Audrey Azoulay, directora general de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), frente a la toma de poder de los talibanes en Afganistán, sentenció que “nada debe obstaculizar el derecho fundamental a la educación, en particular para las niñas y las mujeres“.
En esta línea, hizo un llamado para que no exista discriminación, que tanto docentes como estudiantes puedan llevar a cabo sus actividades con seguridad y que las mujeres y niñas continúen aprendiendo “sin restricciones”.
Resaltó los logros en materia de derechos para mujeres y niñas que se han alcanzado en 20 años en la mencionada nación, sobre todo en el ámbito de la educación.
Apuntó que el organismo internacional que encabeza realizará esfuerzos para que la ciudadanía afgana tenga garantizado el derecho a la educación, el cual, señaló, es “indispensable para el ejercicio de los otros derechos humanos y para el desarrollo de Afganistán”.
Entre 1996 y 2001 los talibanes controlaron Afganistán, imponiendo diversas restricciones que vulneraron sobre todo los derechos del sector femenino, pues no se les permitía estudiar, ir a trabajar, ni salir sin estar acompañadas de un hombre.
Los castigos al no acatar las normar que impuso la facción extremista eran tan graves como la lapidación pública, sentencia que consta en lanzar piedras a la persona acusada hasta su muerte.
En la víspera los talibanes realizaron una conferencia de prensa en la que aseguraron que se respetarían los derechos de las mujeres en los límites de la ley del islam, sin embargo las afganas no tienen garantía de que eso en realidad vaya a cumplirse.
El Ministerio de Educación afgano prohibió a las niñas mayores de 12 años cantar en coros escolares. La movilización, con más de un centenar de mujeres compartiendo vídeos de canciones infantiles, logró que el Gobierno diera marcha atrás, pero la educación de las niñas sigue estando llena de obstáculos.
La guerra en Afganistán no ha perdonado al sistema educativo del país. Las escuelas se han ido politizando, tanto por el extremismo religioso como por la búsqueda del poder político en este país islámico, en donde algunos intentan introducir una dimensión ideológica en el sector educativo. En teoría, el Gobierno afgano fomenta el acceso de las niñas a la educación, pero en la práctica, las niñas de algunas zonas del país siguen siendo limitadas para asistir a la escuela.
Aunque la igualdad de género figura en la constitución afgana, la brecha existe y es grave. Najiba Arian, portavoz del Ministerio de Educación afgano, afirma que actualmente hay 9,7 millones de alumnos escolarizados en el país, de los cuales el 42% son niñas. Sin embargo, casi 3,7 millones de niños y niñas en edad escolar (de los cuales 60% son niñas) se encuentran fuera del sistema escolar.
Las dificultades de acceso a la educación son más pronunciadas en las provincias del sur y del este del país, dice Arian, no solo por la inseguridad, sino también por la persistencia de costumbres tradicionales y tribales. La mayoría de estas zonas pertenecen a grupos étnicos y se encuentran bajo el control de los talibanes, que que gobernaron el país en la década de los 90 y que, a pesar de sus recientes declaraciones de cambio, siguen oponiéndose a la educación de niñas y mujeres, por ejemplo destruyendo escuelas que se han construido en los últimos 20 años.
Una de cada tres niñas y adolescentes venezolanas refugiadas en países de la región han abandonado sus estudios tras emigrar, según un informe de Plan International que alerta también de la falta de cobertura de otras necesidades básicas, como la alimentación.
La ONG ha entrevistado en Colombia, Ecuador y Perú a más de 450 niñas y jóvenes de entre diez y 19 años, para elaborar un estudio, ‘Niñas Venezolanas: Voces de la migración. Estudio en Colombia, Ecuador y Perú’, con el que expone que las carencias de los migrantes venezolanos se han agudizado a raíz de la pandemia de COVID-19.
La educación es una de las grandes perjudicadas, por distintos motivos. Un 28 por ciento de las entrevistadas asegura que ha dejado los estudios por la falta de documentos, el 20 por ciento porque «no hay cupo», el 15 por ciento porque ya tiene un hijo y el 13 por ciento debido a la pandemia.
Una de las adolescentes entrevistadas en Quito explica que su intención era seguir estudiando, pero la realidad económica de su familia lo hizo inviable. «Mi mamá no puede sola (…) Tengo que dejar los estudios para ayudar a mi hermana, igual que a mi mamá», cuenta a Plan.
Para otras muchas, el aula es sinónimo de estigma, como advierte una adolescente de 15 años residente en el municipio colombiano de Soledad. Afirma que la primera vez que fue a clase sus compañeros la llamaron ‘veneca’, el término despectivo para los migrantes venezolanos: «Se burlaban de mí y me decían que era una muerta de hambre».
FALTA DE COMIDA
Por otra parte, un 84 por ciento reconoce que se han preocupado en algún momento por la falta de comida y un 44 por ciento señala que se ha ido a la cama con hambre y ha tenido que pedir limosna o comida que se había tirado, recoge el informe, presentado con motivo del Día Mundial del Refugiado este domingo.
Plan International, que trabaja brindando asistencia a la que está considerada la segunda peor crisis migratoria del mundo –solo por detrás de Siria–, ha instado a los gobiernos de Colombia, Ecuador y Perú que adopten políticas públicas que protejan los derechos de las niñas a nivel jurídico y que materialicen la recuperación de sus derechos.
La directora general de la ONG en España, Concha López, ha subrayado que «es necesario que todas las partes implicadas trabajen unidas para proteger los derechos de las niñas y adolescentes migrantes, garantizando su acceso a una educación completa, es decir, gratis, inclusiva y de calidad».
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