Ser un gran maestro pero no un buen padre

Por: Andrés García Barrios

 

En esta nueva entrega de “La educación que queremos”, Andrés García Barrios examina la vida del filósofo francés Edgar Morin, quien a sus casi 102 años de vida, reconoce no haber sido un buen padre.

Edgar Morin ─el creador de ese enorme sistema conocido como pensamiento complejo─ nació muerto. Así lo dice él mismo cada vez que habla sobre el tema. También narra que unos años atrás, durante la famosa pandemia de gripe española, su madre había sobrevivido a la enfermedad, con lesiones en el corazón por las que se le había recomendado que no tuviera hijos. Así, tras un parto en el que el niño llegó asfixiado al mundo, el médico lo revivió sosteniéndolo boca abajo durante media hora y palmeándolo con fuerza en todo el cuerpo.

Morin tenía 10 años cuando su madre murió, a consecuencia de aquella afección. Edgar solo recuerda unos días misteriosos en que todos guardaban silencio y tras los cuales tuvo que deducir, sin ayuda de nadie, la muerte de su madre. Una tía le dio señales ambiguas y angustiantes: “Tu mami se fue a un paseo por el cielo, pero tal vez va a regresar”. Morin cuenta que odió a su padre y a todos los adultos por aquella forma de silenciar la tragedia.

Innumerables preguntas quedaron abiertas para el pequeño: el amor, la vida y la muerte; el vacío y la soledad; la educación y la paternidad; la culpa; la presencia de una enfermedad de origen desconocido… Compleja red de acertijos que lo lanzaron al mar de la incertidumbre que lo rodearía siempre.

Al llegar a la edad universitaria, ingresó a cuatro carreras al mismo tiempo; después, durante la Segunda Guerra Mundial, se integró a la militancia francesa anti-nazi, que no excluyó acciones armadas y la pérdida de amigos y compañeros de lucha. Su intensa actividad intelectual, social y política lo llevó a la publicación a lo largo de su vida de más de 60 libros, a recibir numerosos premios y doctorados honoris causa, a correr riesgos mortales más de una vez, y a pasar días y días en fiestas y excesos, rodeado de grandes amigos, escogidos entre lo más selecto de la ya de por si mundialmente selecta intelectualidad francesa de los años cincuenta, sesenta y setentas.

A sus casi ciento dos años de vida, alguien ha descrito la vida de Morin como “una vida plena”. Yo continuamente dudo de esa plenitud debido a un dato que el pensador francés omite casi por completo en sus numerosos textos y entrevistas autobiográficos: Morin es padre de dos hijas, de las que prácticamente nunca habla. Dedica mucho espacio a la evolución de sus ideas, la redacción de su obra, sus acciones políticas, sus esposas, sus amantes, sus amigos… pero a Véronique e Irene sólo las menciona un par de veces y en párrafos breves. En su libro Lecciones de un siglo de vida, el filósofo centenario reconoce no haber sido un buen padre.

En lo personal, me siento profundamente conmovido por el dolor desquiciante de su infancia y quedo petrificado por lo que él mismo llama su negligencia en la paternidad. Finalmente, me vuelven a ablandar y a conmover sus confesiones de nostalgia y culpa. Con todos estos sentimientos a flor de piel, me he visto impulsado a escribirle la carta que publico aquí, consciente de que él no va a leerla, pero justamente por eso más libre para expresar tanto mis reproches como mi admiración y compasión.

CARTA A EDGAR MORIN, GRAN MAESTRO PERO NO BUEN PADRE

Maestro, le escribo un poco a las prisas porque si me detengo a pensar lo que quiero decirle, probablemente acabaré arrepintiéndome. Junto a usted, sabio centenario, soy solo un joven escritor de sesenta años que no sabe aún guardar ciertos protocolos y comete atrevimientos como éste de escribirle para hacerle algunos reproches. Lo siento de verdad, pero no puedo contenerme, aun cuando tampoco he encontrado el tono exacto en que debo dirigírmele.

Lo diré llanamente: ¿maestro, cómo puede un filósofo de su talla no haber sido un buen padre? Aquí peco de lo que muchos van a reprocharme: emparentar a la persona con su obra. Sin embargo, soy de los que encuentra en la biografía de la gente algunas huellas para entender sus actos y palabras.

Confieso que hace unos días me puse a hacer cálculos en torno a algunos momentos de su vida y descubrí que el año en que nació su hija mayor, y el siguiente, usted los dedicó enteramente a investigar y escribir sobre la muerte. “Pasé 1949 y 1950 en la Biblioteca Nacional. ¡Qué maravillosa embriaguez pasar los días en esa biblioteca! Llevé una vida prácticamente monacal. Leía los libros que me traían, salía a fumar un cigarrillo; comía, volvía.”

En múltiples autobiografías y entrevistas, habla con esta misma pasión de innumerables lugares, personas y episodios de su vida: la resistencia francesa, el arte cinematográfico, los Rolling Stones, Greenwich Village, sueños en que se despide de su madre y de su padre fallecidos…, pero no menciona a sus hijas. Diserta sobre el bien y el mal, el diablo y Dios, el amor y la amistad; nos cuenta sobre su relación con Barthes, Durás y al menos dos centenas de amigos famosos con quienes cantaba, bailaba, se emborrachaba y a veces consumía mariguana y cocaína, aunque sólo como pequeños coadyuvantes de la fiesta. Nos confiesa todo, pero en ninguno de esos recuerdos están Véronique e Irene.

Habla de América Latina, de Asia y de África, de la creciente acogida que le han dado al pensamiento de usted en todo el mundo, y de una universidad en Hermosillo, México, que lleva su nombre. También habla de la era planetaria y de que probablemente vamos hacia el abismo; de que, como decía el autor de El Principito, “En cada niño hay un pequeño Mozart asesinado”. Habla de la muerte del universo e incluso de su propia muerte, pero ni siquiera ahí, junto a la tumba que le aguarda, están sus hijas.

Dice fraternidadeducación del futuro, denuncia que “no habrá progreso humano si no hay progreso de la comprensión”; cuenta que usted mismo ha llegado a sentir “místicamente el momento en que el saber desemboca en el misterio”, y repite comuniónvivir poéticamenteamoramoramor… pero en ninguno de esos párrafos están Irene y Véronique.

No estoy diciendo que usted no las amara, sino que no están en su recuento ni en la expresión de sus recuerdos. ¿Dónde están, maestro? No puedo concebir un padre para quien sus hijos no sean lo primero que viene a la mente, sobre todo cuando se expresa sobre el mundo y la humanidad como usted lo hace. Sus hijas no aparecen ni siquiera cuando habla de sus genes y de la odisea de siglos que éstos emprendieron para finalmente coincidir en usted. Y cuando le preguntan ¿en definitiva, quién es Edgar Morin?, responde: “Ante todo, soy hijo. Hijo huérfano de mi madre que murió durante mi infancia, hijo hasta los sesenta y tres años de un padre que murió en 1984, hijo de mis actos que me hicieron Morin, hijo de la Tierra…” ¿Lo ve, maestro? Parecería que nunca es padre. ¿Se da cuenta de que menciona a quienes le antecedieron pero no a esas dos mujeres que usted trajo al mundo? ¿Sabe, maestro, que al no incluirlas, usted mismo se borra de la secuencia de los siglos en la que con tanta euforia dice participar?

Quiero contarle que un día me sorprendió un famoso dramaturgo cuando afirmó que ─sean cuales sean las delicias de escribir teatro o de dirigirlo─ el mayor placer de la vida teatral es actuar, subirse al escenario e interpretar un papel frente al público. Creo que lo mismo ocurre cuando se es padre: si uno tiene hijos, se pueden hacer muchas cosas, pero no hay nada como enfrentar cara a cara ese “amor insoportable” (como dijo no recuerdo quién) y hacerse merecedor de la responsabilidad única de criar a otro ser humano.

Pregunto al vuelo, ¿llegada la paternidad, tuvo usted que escoger seguir criándose primero a usted mismo, como aprendió en la infancia? Repito sus palabras, expresadas ya en la vejez: “Padre de dos hijas, no intenté educarlas, pues pensé que no había nada mejor que educarse a uno mismo, como fue mi caso”. Gran viajero de la complejidad, aventurero de la certeza y la incertidumbre, usted cita con frecuencia a Antonio Machado: “Se hace camino al andar”. Y es cierto. Sin embargo, todos sabemos que para eso primero hay que saber andar; y es obvio que nadie nos puede enseñar a hacerlo mejor que nuestros padres, sobre todo en ese mundo que usted describe, donde habitamos islas de certezas rodeadas de océanos de incertidumbre.

Pero no sólo ellos aprenden de nosotros; los hijos también son fuentes de conocimiento. Clase magistral, curso intensivo, podríamos decir. Quien es padre encuentra en serlo la mejor oportunidad de su vida para conocer el mundo. La paternidad nos confronta en nuestra esencia: si buscamos el poder, los hijos se convierten en nuestros detractores invencibles. Si buscamos el amor, son nuestros guías. Ante la paternidad no hay actitud neutra: a ella no se le acepta, se le persigue; no se le abandona, se huye de ella.

No obstante todo lo anterior, quiero decirle, maestro, que como padre no lo ha hecho del todo mal. Huyendo de su paternidad biológica (pero también de la soledad, que es el extremo opuesto), usted eligió algo que estuviera más a su alcance: adoptarnos a todos los demás seres humanos como sus hijos. Y se lo agradecemos: ¡le agradecemos el habernos educado en tantos aspectos! Al ser usted profundamente libre e independiente, al alejarse de los encasillamientos y negarse a cualquier maniqueísmo, nos mostró cómo puede converger una incesante búsqueda de amor con una mente clarificada. Y al descubrir y describir el mundo como una infinita cantidad de hechos y variables, nos permitió entender al conocimiento como una conjunción de saberes y nos ayudó a admitir el inevitable misterio.

Sin embargo, con todo y esa sabiduría que usted halló y compartió, creo que existe, para quienes abrazan de veras su paternidad, una oportunidad mucho más directa, mucho más perfecta y útil. Nuestra filosofía otros la pensaran, se lo aseguro. Tan bien o mejor que nosotros. Pero a nuestros hijos nadie les dará el amor y la educación que podemos darles. Y nadie nos enseñará como ellos lo que es importante.

Maestro, si me he atrevido a hablarle así es porque usted mismo nos ha dicho que “es necesario, educar y reeducar a los educadores” y estar atentos al error más grave de todos: el error de subestimar el error. En años recientes, ya rebasada la edad de cien, usted le ha hecho frente a ese error y ha conseguido reconocerlo: “Estos últimos años ─dice─ me habría gustado recuperar una vida de familia con mis hijas. Soy como el personaje de Mula, encarnado por Clint Eastwood, que se ha pasado la vida dedicado a la jardinería y a participar en concursos florales, y que ahora solo aspira a recuperar su cálida comunidad. Las aventuras de mi vida, mis pasiones amorosas e intelectuales, unidas a mis negligencias, me han privado de esa maravilla que es una familia unida”.

Es valiente al decirlo. Supongo que tal confesión conmoverá a sus hijas y que éstas encontrarán en ello una oportunidad más para el perdón. A mí lo que sus palabras me recuerdan es aquella vieja historia del hombre que emprendió una larga y fatigosa travesía en busca de un tesoro, que al final ─fracasado y de vuelta en su hogar─ halló enterrado en su propio patio.

Muchas gracias, maestro. Seguimos celebrando su larga vida.

Siento mi sueño de una fraternidad humana, de una comunidad humana, de la dimensión poética de los seres y de las cosas.

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El amor es el colmo de la unión de la locura y de la sabiduría, su conjunción suprema: en él ambas se revelan como inseparables y se generan una a otra.

*

Cada uno de nosotros es un microcosmos que lleva ─dentro de la unidad irreductible de su yo─ los múltiples todos de los que forma parte en el seno del gran todo.

Edgar Morin

Fuente de la información e imagen: https://observatorio.tec

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Lecturas para la Educación | El futuro de la educación: Edgar Morin

Por:

En esta nueva entrega de “Lecturas para la Educación”, Andrés García Barrios reflexiona sobre tres grandes conceptos: futuro, complejidad e incertidumbre, a través de las ideas de Edgar Morin. 

“Para el espíritu es tan mortal tener un sistema como no tener ninguno.
Debe, pues, decidirse a tener los dos”.

Friedrich Schlegel
(citado por Edgar Morin como epígrafe en La vida de la vida)

“Lo complejo no es otra cosa que «lo que está tejido en conjunto»”.

Edgar Morin

Hace unos meses, el que era el Observatorio de Innovación Educativa se convirtió en el Observatorio del Instituto para el Futuro de la Educación. Lo anterior fue no sólo un reacomodo administrativo sino un cambio de fondo. Recordemos que el concepto de futuro abarca más que el de innovación (pese a la gran amplitud de éste). Explicar ambos términos es importante en un mundo que tiende a confundirlos. La innovación tiene el valor de lo fresco, de lo original; implica un esfuerzo transformador y puede ser siempre el inicio de algo diferente, por lo que admite la esperanza. Sin embargo, sin una estrategia a futuro, lo innovador corre el riesgo de convertirse en obsesión por el cambio y volverse rutina, de tal forma que las cosas, a fuerza de renovarse, acaban por permanecer siempre igual. Vertiginosa inmovilidad, le llamaba el filósofo Horst Kurnitzki. El futuro implica empeñarnos por conseguir que los cambios construyan una realidad diferente.

A finales del siglo pasado, la palabra futuro había perdido gran parte de su fuerza comunicativa. Habíamos caído en el error de hacer del futuro un tiempo ideal, en el cual alcanzaríamos el mejor de los mundos y por el cual valía la pena abandonarlo todo, hasta el presente. “Igual que a un Dios ―decía la filósofa María Zambrano―, no hay sacrificio que el hombre de hoy deje de ofrecer al futuro”.  Pero a la realidad no se le puede posponer indefinidamente a riesgo de que se nos vaya de las manos sin darnos cuenta. Un chiste político se burlaba de esto con amargo humor: “Lo malo es que el futuro de nuestro país ya pasó”. Por fortuna, no hemos logrado que el verdadero futuro desaparezca aún: ideas y acciones siempre frescas llegan una y otra vez para renovarlo. Gracias a ellas, hoy el futuro resulta mucho más modesto, y su utopía ya no es la de alcanzar un mundo perfecto sino la mucho más humilde de crear simplemente un mundo mejor.

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Creador de la idea de pensamiento complejo, el francés Edgar Morin recibió, en 1999, el encargo de la UNESCO de escribir un libro sobre educación que diera la bienvenida al nuevo milenio. Morin respondió con un pequeño texto que sintetiza de alguna forma su filosofía entera: Los siete saberes necesarios para el futuro de la educación. Es difícil describir la proeza de este pensador francés que en apenas un centenar de páginas se aventura a explicarnos lo que hay que hacer, deveras, si queremos un mundo mejor. En este libro (especie de Indice Comentado de su pensamiento), Morin presenta un inmenso andamio de ideas en el que reúne desde observaciones concretas (casi prácticas) sobre, por ejemplo, el riesgo de cometer errores intelectuales, hasta otras tan complejas y paradójicas como la forma de hacer frente a eso que, por definición, no se puede enfrentar: la incertidumbre. Nuestras certezas ―nos explica― son islas en las que hacemos tierra para volver a emprender el viaje por el océano de lo incierto.

La complejidad de Morin es un intento por dar coherencia a la experiencia humana con la condición de admitir que, en el centro de todo conocimiento (como en el de toda galaxia), hay un hoyo negro donde es mejor no aventurarse a riesgo de caer. El conocimiento tiene límites y la proeza humana está en acercarse a ellos sin despeñarse. Morin intenta, pues, identificar y ofrecernos la mayor cantidad de recursos ante la proximidad de la incertidumbre, sabiendo que lo mejor es que los imprevistos nos agarren bien equipados. En Los siete saberes nos entrega un libro complejo, sintético y bien ordenado, que es a la vez pedagógico y didáctico: didáctico en el sentido de presentar sus ideas de forma simple y accesible a un vasto público, y pedagógico en el de ser un confiable interlocutor en nuestra comprensión y aceptación de la realidad.

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Una advertencia: así como en un tiempo se banalizó la palabra futuro, en nuestra época se corre el riesgo de creer que la palabra incertidumbre señala algo demasiado cierto. Al familiarizarnos con el término, podrá parecer que empezamos a entender a qué se refiere. Pero no es así. Mucho mejor será respetar siempre el hueco de lo que no podemos ver, sabiendo que éste es quizás (como nos dice María Zambrano) el poro por el que respira la piel de lo visible.

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Sólo una acrobacia cómica intentaría resumir lo ya sintetizado por Morin en esa destilación de saberes que es el libro que aquí comento. Por eso, sólo me atreveré con algunos extractos para dar al lector una probada y motivarlo a la lectura. Antes de pasar a ellos, quiero invitarlo también a encontrar en las ideas de Morin muchos de los principios que animan al Instituto para el Futuro de la Educación y en general a la escuela global contemporánea: educación para toda la vida, multidisciplinariedad, límites a la especialización, conocimiento adecuado al contexto y al mundo, comprensión de lo humano, y por supuesto, conciencia de que el saber se ha vuelto planetario y concerniente a la humanidad entera.

Por último, aprovecho la oportunidad para celebrar al maestro Edgar Morin que, nacido en 1921, cumplió cien años el pasado 8 de julio.

EXTRACTOS

Del capítulo 1: Las cegueras del conocimiento: el error y la ilusión

Necesitamos intercambios y comunicaciones entre las diferentes regiones de nuestra mente, y estar alertas permanentemente para tratar de detectar cuando nos mentimos a nosotros mismos.

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Un racionalismo que ignora la vida es irracional. La racionalidad debe reconocer el lado del afecto, del amor, del arrepentimiento. La verdadera racionalidad conoce los límites de la lógica; sabe que la realidad comporta misterio. La verdadera racionalidad es capaz de reconocer sus insuficiencias.

Del capítulo 2: Los principios de un conocimiento pertinente

Como nuestra educación nos ha enseñado a separar, compartimentar, aislar y no a ligar los conocimientos, el conjunto de estos constituye un rompecabezas ininteligible.

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No se trata de abandonar el conocimiento de las partes por el de las totalidades, sino de comprender que el pensamiento que separa y el pensamiento que religa están juntos.

Del capítulo 3: Enseñar la condición humana

Estamos en la era planetaria; donde quiera que se hallen, los seres humanos viven una aventura común.

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El ser humano de la racionalidad es también el de la afectividad, el mito y el delirio. El ser humano del trabajo es también el del juego. El ser humano empírico es también el de la imaginación.

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El hecho mismo de considerar racional y científicamente el universo, nos separa también de él.

Del capítulo 4: Enseñar la identidad terrenal

Debemos abandonar el sueño prometeico del dominio del universo para alimentar la aspiración de la convivencia en la Tierra.

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El planeta no es un sistema global sino un torbellino en movimiento, desprovisto de centro organizador. Este planeta necesita un pensamiento policéntrico.

Del capítulo 5: Enfrentar las incertidumbres

Conviene ser realista en el sentido complejo de comprender la incertidumbre de lo real, saber que aún hay algo invisible en lo real.

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El conocimiento es navegar en un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de certezas.

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La “estrategia” debe prevalecer sobre el “programa”. El programa establece una secuencia de acciones que deben ser ejecutadas sin variación en un entorno estable; pero cuando se enfrenta a un entorno inestable e incierto, el programa se bloquea. En cambio, la estrategia elabora su escenario de acción tomando en cuenta las certidumbres y las incertidumbres, las probabilidades y las improbabilidades. La estrategia debe privilegiar tanto la prudencia como la audacia y si es posible las dos a la vez.

Del capítulo 6: Enseñar la comprensión

La comunicación triunfa; el planeta está atravesado por redes, celulares, modems, Internet. Y sin embargo, la incomprensión sigue siendo general.

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Ninguna técnica de comunicación, del teléfono al internet, aporta por sí misma la comprensión. La comprensión no puede digitalizarse.

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La comprensión humana sobrepasa la explicación. La explicación es suficiente para la comprensión intelectual u objetiva de las cosas. Es insuficiente para la comprensión humana.

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Comprender incluye necesariamente un proceso de empatía, de identificación y de proyección. Siempre intersubjetiva, la comprensión necesita apertura, simpatía, generosidad.

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Si sabemos comprender antes de condenar estaremos en la vía de la humanización de nuestras relaciones.

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Es sólo en el siglo XX cuando el arte africano, las filosofías y místicas del Islam, los textos sagrados de la India, el pensamiento de Tao, el del Budismo se vuelven fuentes vivas para el alma occidental encadenada en el mundo del activismo, del productivismo, de la eficacia, del divertimiento… (Un alma) que aspira a la paz interior y a la relación armoniosa con el cuerpo.

Del capítulo 7: La ética del género humano

Ya decía Kant que la finitud geográfica de nuestra tierra impone a sus habitantes un principio de hospitalidad universal, reconociendo al otro el derecho de no ser tratado como enemigo.

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La regeneración democrática supone la regeneración del civismo, la regeneración del civismo supone la regeneración de la solidaridad y de la responsabilidad, es decir el desarrollo de la antropo-ética.

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Podríamos preguntarnos si la escuela no podría ser prácticamente, concretamente, un laboratorio de vida democrática.

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(El aula) debe ser el lugar de aprendizaje del debate argumentado, de las reglas necesarias para la discusión, de la toma de conciencia de las necesidades y de los procesos de comprensión del pensamiento de los demás, de la escucha y del respeto de las voces minoritarias y marginadas.

Fuente: https://observatorio.tec.mx/edu-news/lecturas-para-la-educacion-edgar-morin

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Reseña OVE: Enseñar a vivir. Manifiesto para cambiar la educación. Libro (PDF)

Por: Selene Kareli

Enseñar a vivir. Manifiesto para cambiar la educación, es un texto escrito por Edgar Morin, quien este año cumplió cien años. Dicho escrito forma parte de una trilogía que nos lleva, no sólo a cuestionar el sistema educativo sino a repensar la función de la enseñanza. Morin refiere que es necesario detectar las carencias y lagunas de nuestra enseñanza actual para afrontar problemas vitales como los del error, la ilusión, la parcialidad, la comprensión humana, así como las incertidumbres que se encuentran en toda existencia. En este sentido, el presente libro nos lleva a poner particular énfasis en lo que significa enseñar a vivir en nuestro tiempo, mismo que es atravesado por la era digital.

De tal manera, Enseñar a vivir. Manifiesto para cambiar la educación, consta de 146 páginas y número ISBN978-950-602-668-4. La primera publicación bajo la editorial Nueva Visión sale a la luz en 2015, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.  De igual modo, se estructura en seis capítulos, I) ¡Vivir!, II) Una crisis multidimensional, III) ¡Comprender!, IV) ¡Conocer!, V) ¡Ser humano!, y, VI) Ser francés, junto con una conclusión titulada Regenerar el eros.

Sin lugar a duda es una lectura necesaria en tiempos convulsos, en los cuales es urgente repensar la educación desde los centros escolares. Desde la educación inicial hasta los más altos niveles de formación. A través de la pluma y del agudo pensar y reflexionar de Edgar Morin, nos adentramos en lo complejo y lo cotidiano que envuelve los diversos procesos de enseñanza – aprendizaje.

Enlace para descargar: https://drive.google.com/file/d/0ByHxrFrweLrkaFFValBPVTJ4eEk/view?usp=sharing&resourcekey=0-IPzNf_fCE-lYIymFFLtawQ

 

 

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Edgar Morin 100

Por: León Bendesky 

 

Edgar Morin cumplirá 100 años el 8 de julio. En ese largo y fructífero tiempo ha podido, indudablemente, afianzar su siguiente meditación: “La certeza de la muerte y la incertidumbre de la hora de la muerte es una fuente de aflicción durante nuestra vida. La angustia de la muerte se cierne sobre el espíritu humano y lo guía a maravillarse de los misterios de la existencia, el destino del hombre, la vida, el mundo.” Sigue sorprendiéndose.

Con su prolífica obra, vasta cultura, fiel compromiso con el pensamiento, el saber y el conocer, ha sido muy influyente en muchas generaciones y su obra se extiende por muy diversos derroteros. Es un pensador de amplios horizontes, no está sujeto a moldes, es ajeno a los estereotipos y los clichés, a las exigencias académicas –rígidas muchas veces–, a las modas; no se le puede encasillar.

Su extenso trabajo exhibe a las claras la paradoja de que en la era global el conocimiento se ha hecho más especializado; mientras que el suyo es diverso y entrelazado. Su obra discurre, entre otros asuntos, y aquí señalo apenas una muestra, los que pasan por la reflexión acerca de la existencia ( El hombre y la muerte); las relaciones humanas ( Amor, poesía, sabiduría); el pensamiento ( La mente bien ordenada); la política y la sociología ( Pensar Europa o Una política de civilización –escrita con Sami Naïr–); la consideración intelectual a su propia vida ( Mis demonios) o la propuesta acerca de la complejidad del tejido que conforma el pensar y conocer ( Introducción al pensamiento complejo).

Existen unos pensadores “ancla” y otros “vela”; ambos son útiles y necesarios, pero cumplen una función distinta que y me parece que conviene tenerla clara. Los primeros sientan bases, fijan cimientos de muy distinto orden y naturaleza, por eso muchos de ellos son clásicos o una referencia imprescindible en muchos campos del saber. Morin es un pensador vela que impulsa, provoca, extiende los horizontes, abre paso a lo incierto y lo exhibe como lo que es: una condición crucial en la vida de los seres humanos, una fuente constante de la exigencia por inquirir, razonar y, también, actuar. Se asienta en Heráclito, quien propuso que: “Si no esperas lo inesperado, no lo encontrarás”.

Con respecto a la cultura (y la educación), hoy tan pospuesta, aminorada en los presupuestos públicos y denostada sotto voce, sostiene Morin que ésta: “No es acumulativa, sino autorganizadora, aprehende las informaciones principales, selecciona los problemas principales, dispone de principios de inteligibilidad capaces de aprehender los nudos estratégicos del saber”. Y advierte que: “La ceguera de los espíritus parcelarios y unidimensionales se debe a su falta de cultura”, y más: “Ciertamente la cultura sólo puede ser lagunar y agujereada, inconclusa y cambiante”. El hecho que esto haya sido señalado en 1994 y que hoy suene tan actual y claro es bastante significativo.

La relación entre esta concepción de la cultura y el pensamiento complejo es comprensible. Una noción actual de la complejidad la concibe no como una descripción de objetos con muchas partes interconectadas, sino como campo científico con muchas ramificaciones. Un ejemplo claro de un sistema complejo es, por ejemplo, el del bosque tropical, con la enorme variedad de especies que lo conforman. Pero esa noción no puede apropiarse por una determinada perspectiva científica. Morin, la concibió hace más de 30 años como un tejido de elementos constitutivos heterogéneos y relacionados que se expresa como una paradoja de lo uno y lo múltiple. Para él es la interrelación de eventos, acciones, interacciones, determinaciones, azares que conforman los fenómenos que nos confrontan. Consiste en aquellos rasgos que inquietan en lo enredado, inextricable, desordenado, ambiguo e incierto. Nos advierte y previene de que, usualmente, las pautas para acceder a lo inteligible tienden a eliminar los aspectos de lo complejo en detrimento del entendimiento.

Un aforismo planteado por Morin dice de manera lapidaria que: “Hay la inteligencia artificial, también hay la estupidez natural.” Es necesario percatarse de larga estela deja esta escueta meditación en la actualidad, fascinados como estamos con los ordenadores (me parece útil esta denominación de las computadoras), los procesadores de gran velocidad, las enormes bases de datos compiladas con todo lo que se pueda reunir y manipular, la sofisticación de los algoritmos cada vez más invasivos de la privacidad, las “apps” que nos incitan a comprar, comunicarnos, exhibirnos, ver las rutas a seguir, pedir alimentos o un transporte y mucho más y seguir a los “influencers”. El poder de la mercadotecnia. El individuo y la masa.

Fuente: https://www.jornada.com.mx/notas/2021/07/05/economia/edgar-morin-100-20210705/

Imagen: https://es.unesco.org/

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Entrevista a Carlos Delgado: el pensamiento complejo es una estrategia general de orden epistemológico

Por: Y. Barrios Hernández 


Como cuando lo conocí en aquel módulo de Teoría del Conocimiento que cursé en la Maestría en Ciencias Sociales, por el año 2014, asimismo se nos presentó en esta ocasión. Interesante, auténtico. Como nadie, dotado de la información más reciente y fidedigna en el ámbito científico y una de las personas con mayor inteligencia que haya conocido. De esta manera accedió humildemente a conversar con SicologíaSinP.

Doctor en Ciencias Filosóficas y profesor titular de la Universidad de La Habana, de igual modo fungió como decano de la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología de la Universidad de La Habana. Reconocido nacional e internacionalmente. En su haber cuenta con la autoría de artículos y libros relacionados con el tema de la bioética, la filosofía y el pensamiento complejo.

A continuación presentamos la entrevista:

¿Qué opinión le merece el desarrollo que ha alcanzado el pensamiento complejo a nivel internacional?

El pensamiento complejo, tomado en su sentido más amplio, es decir, la concepción que viene de la obra de Edgar Morin y la que viene de los estudios de la complejidad en varias áreas de la ciencia, con una larga historia y antecedentes en el pensamiento sistémico y todo el pensamiento de ruptura con la racionalidad clásica moderna, es en la actualidad una de las formas más efectivas para pensar los problemas de naturaleza global.

No estoy seguro si la palabra “desarrollo” sea la más adecuada para referirnos al impacto de las estrategias que podemos ubicar en el marco general de pensamiento complejo antes esbozado. Pero tomándola en el sentido de crecimiento, extensión, conocimiento, amplitud de la divulgación de estas ideas, creo que es algo positivo, porque el pensamiento complejo es una estrategia general de orden epistemológico, si quieres una filosofía, que orienta al reconocimiento de la diversidad, de la multilateralidad, de la necesidad de identificar, distinguir las relaciones, las interconexiones, las tramas y pautas o patrones de relacionamiento, que no agotan, pero se acercan más a la dinámica del mundo en que vivimos, que aquel pensamiento que suponía la linealidad y las relaciones directas como su finalidad explicativa.

¿Se encuentra Cuba en el momento actual a tono con las visiones más contemporáneas y formas de hacer en el mundo en cuanto a pensamiento complejo se refiere? ¿Por qué?

En Cuba la ciencia avanzó mucho desde la década del sesenta, y el pensamiento complejo hace parte de las estrategias de pensamiento científico. Digamos que acompaña el avance científico y está incorporado en el quehacer de campos muy destacados, donde la modelación y la interdisciplinariedad se han abierto paso con el avance mismo de las investigaciones y las novedades tecnológicas que se introducen. La biología, las biotecnologías, la física, la informática y las neurociencias lo tienen incorporado a su quehacer diario.

En las ciencias sociales, hay esfuerzos importantes de grupos de investigadores y profesores en diversas instituciones. Hay grupos avanzados, como la Cátedra para el Estudio de la Complejidad que hizo una labor muy significativa desde los años noventa, con rigor teórico y conceptual, que se está retomando en la actualidad. Pero también hay colectivos a los que la complejidad y el pensamiento complejo les viene de origen, como la educación popular, donde viene de la mano de Paulo Freire, y tiene gran arraigo en sectores sociales y de investigación. También viene de la mano con la apertura a formas de pensamiento descolonial y que busca alternativas en América Latina. Un buen ejemplo de este último caso es el grupo GALFISA en el Instituto de Filosofía. Otro tanto ocurre con la presencia de la bioética global, que introduce las ideas del pensamiento complejo desde el pensamiento de V.R. Potter, en este caso es importante la obra que se realiza en la Universidad de La Habana y Victoria de Girón. Son muchos grupos de trabajo y formas en diversas partes del país.

No es posible enumerarlos todos, pero creo que lo más importante es trabajar el concepto, e identificar a partir del concepto, no de los términos que se utilizan. Lo de menos es que se utilice una terminología “compleja”, o que se cite a este o aquel autor. Lo importante es que se encauza la investigación por la vía del reconocimiento de la diversidad, del diálogo de saberes, y que se construye conocimiento desde una epistemología que reconoce la diversidad de los sujetos del cambio, y que es compleja en si misma.

¿Podemos hablar entonces de una crisis en el pensamiento complejo cubano?

Los occidentales usamos la palabra crisis con sentido trágico. En ese sentido no hay crisis. Han existido altibajos en la labor de diferentes colectivos, no más que eso. Pero si tomamos la palabra crisis en su sentido más oriental, de momento de ruptura y oportunidad de cambio, si hay una crisis, porque la complejidad en sí misma lo incluye. No hay modo de que podamos asumir los presupuestos del pensamiento complejo y quedarnos en la complacencia de que el mundo está ordenado. La complejidad incluye entre sus nociones clave la idea de que el orden no es algo preestablecido, sino que emerge de las dinámicas y el cambio. Así pues, la “crisis” tiene una constancia o presencia permanente si lo vemos desde este ángulo.

¿Podemos decir entonces, que el pensamiento complejo en Cuba está en un momento de máximo esplendor?

Tampoco creo que podamos hablar de “esplendor”. Se trabaja y ya es un modo de pensar que se reconoce valioso y se incorpora al arsenal para pensar el mundo en que vivimos y hacer ciencia.

Como mismo se habla en el ballet de la presencia de una escuela Rusa, Danesa, Italiana, Francesa y Cubana a partir de la forma de asumir y hacer suyos los presupuestos teóricos y metodológicos de la enseñanza del ballet. En su opinión ¿podríamos hablar del inicio de una escuela cubana de pensamiento complejo?

Creo que no, pues me resulta difícil concebir una escuela que intenta lidiar con la globalidad. Hay por supuesto formas que son locales, puntos de partida que son originales desde las fuentes que nos nutren, como la filosofía electiva, por ejemplo. También por los autores y los temas que se trabajan, pero el pensamiento complejo tiene una vocación de diálogo y globalidad que es difícil para mí concebir la idea de una “escuela” más o menos local. Tiene formas más reconocibles por el modo de hacer en ciencias específicas como la física, o la biología, pero me cuesta pensar que pueda tener una forma “cubana” en el sentido de escuela. Por sus asuntos y modos de hacer, ciertamente hay temas más “cubanos” que universales, pero eso no es suficiente para hablar de una escuela.

Recientemente tuvo la oportunidad única de participar como ponente en el Congreso Mundial por el Pensamiento Complejo y estar muy cerca de Edgar Morin. ¿Cuáles fueron las principales experiencias que se llevó consigo de ese evento? ¿A partir de ahí cambiaría algo en la forma actual de enseñar complejidad?

El congreso de diciembre en París fue una experiencia única en muchos sentidos. París por sí misma impone como ciudad. El invierno parisino también, sobre todo a los que venimos del trópico. Morin, a su vez, amable, dinámico a sus 95 años entonces, 96 ahora, su capacidad para dirigirse a un auditorio durante 45 minutos, de pie, con toda la gestualidad de un orador extraordinario como es.

Fueron jornadas intensas con muchos autores contemporáneos de reconocido prestigio, como LeMoigne, y Touraine, Pomposo, Solana, Vallejo Gómez, Motta, Carrizo, autoridades francesas y de la UNESCO, que acogieron y participaron en el congreso. Los investigadores y docentes que participamos y compartimos experiencias en las sesiones y fuera de ellas, en esos espacios intensos que reserva para los interesados cada congreso.

Las consecuencias para la enseñanza inspirada en la complejidad y el pensamiento son inevitables, pues los congresos contribuyen a formar y reforzar vínculos académicos, a debatir ideas que se han leído antes, y algunas completamente nuevas. Sobresalió la autocrítica de quienes trabajan el pensamiento complejo en la vertiente que emana de la obra de Morin; el diálogo intenso con la bioética y otras perspectivas que reclaman multilateralidad y pensamiento crítico; la educación como problema macro que interesa y se plasma en cada una de las personas en la sociedad contemporánea. Lo más directo digamos, ha sido la necesidad de una autocrítica de las prácticas educativas en complejidad, y un diálogo crítico más intenso con las ciencias de la complejidad. Esto acaba de reiterarse en el recién concluido congreso Todos los saberes, realizado en Bogotá a principios de agosto.

¿La forma de pensar desde la complejidad en Cuba, de manera general, se acerca al pensamiento complejo que como filósofo usted soñó y desarrolla?

Si los sueños fueran plenamente realizables, seguramente no serían sueños. Creo que falta mucho para alcanzar un acercamiento más pleno a la obra de Morin, que sigue siendo parcialmente conocida, o superficialmente conocida, y otro tanto ocurre con las ciencias de la complejidad. No es posible hacer avanzar un pensamiento complejo solo con una de estas vertientes. Es necesario que se produzca un intenso diálogo entre ellas, pero hay obstáculos importantes en ese camino: falta de conocimientos y habilidades para trabajar la modelación y las nuevas herramientas que ofrecen las matemáticas y las lógicas no clásicas; incomprensión de la autenticidad del conocimiento social y sus formas de configuración (ninguna ciencia es idéntica a otra ni debería aspirar a parecerse a otra); aires de pseudociencia holística disfrazada de complejidad, y muchas confusiones.

Y que bueno que así sea, pues sería muy aburrido y falso, que todo estuviera ordenado, definitivo y llano, como en un sueño con final feliz.

Fuente e imagen: https://www.sicologiasinp.com/entrevistas/carlos-delgado-pensamiento-complejo-una-estrategia-general-orden-epistemologico/

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