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Las neurociencias no revolucionan la educación

Por: Daniel  Brailovsky

El fenómeno mediático y comercial que explota los valiosos aportes de la neurociencia contemporánea como un hito revolucionario del campo educativo, reedita conservadurismos y asordina una mirada política y propiamente pedagógica sobre los desafíos que enfrenta el sistema educativo.

El impulso de un proyecto de ley sobre Dificultades Específicas del Aprendizaje (1) ha suscitado una oleada de reacciones por parte de educadores, profesionales de la salud y científicos sociales que reconocen en esta iniciativa otra expresión de las miradas cientificistas y reduccionistas sobre el aprendizaje escolar. Si bien la iniciativa se funda en la intención de garantizar derechos, evitar estigmatizaciones y ampliar el compromiso del Estado asumiendo mayores compromisos en materia de salud y educación, tras la apariencia científica de los argumentos, el aprendizaje escolar (y sus dificultades) aparece definido como un problema puramente biológico o neuronal. Esto supone valoraciones sobre la sociedad, la cultura y la educación que van desde el reduccionismo y la falacia, hasta la más pura eugenesia o el darwinismo social. Los portavoces de esta perspectiva asumen que hasta el 10% de los problemas escolares se debe a la falta de diagnóstico temprano de un proceso de índole neurobiológico con base genética. La puesta en segundo plano de las principales dimensiones del fracaso escolar (pedagógica, didáctica, social, cultural, económica y política), convive en el debate amplio con argumentos tan escandalosos como la formulación de una explicación neuronal de la pobreza, descripta en términos de “capital mental” (figura teórica que podría leerse como una caricatura fisiológica del capital cultural de Pierre Bourdieu) y que es presentada en forma mediática y bajo el auspicio de grandes empresas por los principales promotores de esta corriente de pensamiento.

Pero ni el proyecto ni sus promotores constituyen el centro del problema, pues éste es la expresión más reciente de un fenómeno más amplio. En perspectiva, se inscribe en el contexto de iniciativas análogas que han visto la luz en los últimos años. Probablemente una de las más pintorescas sea el proyecto de una ley de “educación emocional” que busca “desarrollar mediante la enseñanza formal las habilidades emocionales” (p.e. autorregulación emocional, motivación o aprovechamiento productivo de las emociones), convirtiendo algo tan complejo, inasible y sanamente ingobernable como la emoción en una especie de currículum afectivo normalizador. (2) Esta mirada neopositivista de las dificultades de aprendizaje se reconoce también en el llamado “Trastorno por déficit de atención con hiperactividad” (ADD o ADDH), que con demasiada frecuencia es lisa y llanamente un eufemismo médico para aludir al hecho de que no todos los alumnos se quedan quietos escuchando cuando las clases son aburridas, están mal pensadas o desconocen la necesidad de construir la enseñanza desde la alteridad y el diálogo. La experiencia con el ADD/ADDH, además, ha mostrado contundentemente lo que sucede cuando los problemas de aprendizaje son sacados de contexto y adjudicados a una patología del alumno: severas situaciones de abuso de los medicamentos, adicciones y situaciones recurrentes de estigmatización.

Hasta aquí, nada nuevo. Neurólogos (o psicólogos, o gurúes del credo que fuere) desbordan de entusiasmo y creen que sus postulados están llamados a revolucionar la educación. Ya ha sucedido muchas veces. Y no es curioso que, como en todas las versiones anteriores, muchos de los textos que hablan de neurociencias y educación se digan portadores de visiones críticas acerca de la escuela tradicional, y hasta se autoproclamen revolucionarios. “La revolución del cerebro”, “la nueva educación basada en el cerebro” o “la revolución de la neuropedagogía”, son algunos de los estandartes que sostienen. Para cualquier pedagogo, sin embargo, es evidente que los hallazgos en materia de neurobiología no aportan a la pedagogía lo bastante como para considerarse revolucionarios. La asombrosa posibilidad de observar mediante complejas tecnologías el funcionamiento de un cerebro vivo, es fascinante. Sólo la buena ciencia ficción ha anticipado este increíble avance. Pero creer que este logro se traduce en revoluciones educativas es un exabrupto que desconoce por completo el sentido del hecho educativo.

Pero ya se ha dicho tanto, y tan bien dicho, sobre estas iniciativas como emergentes de un nuevo conservadurismo educativo, que optaré aquí por entrarle al asunto desde otro ángulo. Me gustaría analizar la cuestión a partir de la pregunta por el autoproclamado carácter “revolucionario” de los enfoques neurocientíficos aplicados a la vida escolar, y esbozar algunos argumentos que podrían ayudar a pensar la cuestión desde una perspectiva más que legítima: la propiamente pedagógica.

La enseñanza se enfrenta a enormes dilemas. Los profesores se aferran a modelos “tradicionales” aun cuando desde hace siglos existen voces críticas que intentan desterrarlos de las aulas. Los manifiestos escolanovistas de principios del siglo XX ya expresaban (mucho antes de las resonancias y las tomografías, y de un modo mucho más ordenado y elocuente) todos los principios que hoy proclama la neuropedagogía. Una excelente recopilación de estas ideas clásicas puede hallarse en el libro más reciente de Philippe Meirieu, el punto de partida es su cólera hacia los panfletos que difunden las tesis clásicas de la educación nueva presentándolas como paquetes fáciles de vender. (3) Y traigo a Meirieu simplemente para mostrar que son muchos en todo el mundo los que observan con preocupación cómo los gurúes mediáticos del momento presentan, simplificadas y vulgarizadas, ideas que ameritan pensarse mejor.

La mayor parte de las prácticas “tradicionales” criticadas tienen que ver con el excesivo centramiento de la enseñanza en la figura del docente, que explica y despliega sus saberes, y con el olvido de los intereses auténticos y las necesidades de los alumnos, que quedan relegados a una posición de espectadores pasivos. Algunos partidarios de los enfoques neuropedagógicos suponen que conocer mejor el cerebro equivale a conocer mejor al alumno y sus potencialidades, y creen que este conocimiento devendrá en una revitalización del olvidado lugar del estudiante en el aula. Sin embargo, en este razonamiento hay una falacia evidente: las razones del olvido del lugar del alumno no pueden buscarse sólo ni principalmente en los misterios del cerebro. No sólo porque el organismo no es el cuerpo, sino porque este dilema educativo tiene explicaciones mucho menos lineales, que es preciso mirar pedagógicamente.

Ensayemos entonces una explicación desde la pedagogía, presentando tres argumentos.

Primer argumento: mirar el cerebro, no es mirar al alumno. La enseñanza es dos cosas a la vez. Por un lado, es una relación que involucra el encuentro (emotivo, intenso, comprometido) de personas que ahondan en algo tan íntimo y profundo como el saber, las creencias, las convicciones y la ideología. Y al mismo tiempo, la enseñanza es un sistema político y social, de proporciones industriales, que distribuye credenciales, habilitaciones y títulos profesionales. A la enseñanza le cuesta mucho ser ambas cosas a la vez, pero necesita imperiosamente ser las dos cosas. Necesita ser una relación, porque sin alteridad, no podría haber aprendizaje profundo y significativo. Y necesita ser un sistema público, porque de otro modo no podría estar al servicio de un proyecto social, y sería un abanico atomizado de experiencias individuales. Cuando discutimos sobre las tareas que la maestra manda para hacer en el hogar, por ejemplo, pensamos la enseñanza como una relación. Cuando opinamos sobre la inclusión en el currículum oficial de la educación sexual, en cambio, la pensamos como un sistema. Ambas cosas son necesarias. Pero –y aquí viene el problema– algunas demandas del sistema influyen fuertemente en las relaciones de enseñanza. El ejemplo más obvio: la existencia de contenidos obligatorios, como la mitocondria, los ángulos consecutivos, el Peloponeso, las dicotiledonias, los anticiclones, los afluentes del Paraná, etc. El programa oficial es necesario, pero hace más difícil para los profesores partir del puro interés de los alumnos, y vuelve a la enseñanza más proclive a centrarse en la explicación del docente. Este antiquísimo dilema, como es evidente, no se resuelve conociendo mejor las bases fisiológicas o neuronales del aprendizaje, sino pensando mejor las relaciones entre las dimensiones didácticas y políticas de la educación.

Segundo argumento: conocer científicamente el aprendizaje no es el único modo (ni el mejor, tal vez) de mejorar la enseñanza. Las neurociencias que miran la educación con la esperanza de revolucionarla, emplean la expresión “enseñanza basada en el cerebro”. El punto de partida, dicen, debe ser un conocimiento más detallado de los mecanismos del aprendizaje. Los argumentos que se utilizan en general son parecidos a los de la psicología evolutiva clásica: “si entendemos cómo funciona la mente, educaremos mejor”. En ambos casos el riesgo es similar: se intentan reemplazar los esfuerzos que demandan las relaciones educativas (complejas, cambiantes, políticas, insertas en instituciones) por fórmulas esenciales sobre “el alumno” o “el aprendizaje”.

Desde un lugar muy diferente, las pedagogías críticas (en plumas como las de Paulo Freire, por nombrar un destacado referente) sostienen que el punto de partida de la enseñanza es el marco cultural, ideológico, político y social de los alumnos. Esta idea se reafirma desde muchos ángulos, incluidas las nuevas visiones psicológicas sobre el aprendizaje, representadas en las lecturas actuales de la teoría sociohistórica de Lev Vigotsky, donde el aprendizaje no es escindido de las relaciones sociales en las que tiene lugar. Desde esa visión, está claro que no hay recetas ni verdades absolutas. Hay que saber mirar, y desarrollar en forma más artesanal que metódica una mirada sensible sobre las relaciones que van tejiendo la trama de lo educativo. Y aunque esta idea es más o menos incompatible con la que sostiene que el punto de partida de la educación es el conocimiento del cerebro, paradójicamente muchos autores de la corriente neurocientífica se dicen afines a las pedagogías críticas, y a la corriente de la escuela nueva. Sin embargo, si uno toma algunos de los principios generales de las pedagogías críticas o del movimiento de la escuela nueva, observará que las coincidencias son pocas, y las diferencias muchísimas.

En lo que sí coinciden es en algunas de las recomendaciones prácticas propuestas. Repasando el artículo 6 del proyecto de ley sobre Dificultades Específicas del Aprendizaje, por volver al ejemplo, pueden leerse ideas tan interesantes como “brindar mayor cantidad de tiempo para la realización de tareas”, “asegurar que se han entendido las consignas”, “facilitar el uso de ordenadores, calculadoras y tablas”, “ajustar los procesos de evaluación a las singularidades de cada sujeto” o “asumirse como promotores de los derechos de niños (…)”. Se agregan otros del orden de: “evitar copiados extensos y/o dictados” y evitarle a los niños “exposiciones innecesarias frente a sus compañeros”. Todas estas recomendaciones, eclécticas herederas de tradiciones tan diversas como la didáctica clásica, la psicopedagogía diferenciada, el escolanovismo, la educación especial y el sentido común, existen todas ellas desde hace muchísimo tiempo en la teoría y en el currículum oficial, que es donde suelen hallarse referencias a recomendaciones tan específicas. En lo que claramente no se basan, es en un crucial conocimiento acerca del cerebro. Todo parece apoyar la idea de Steven Rosede que la dirección de la utilidad es la contraria: “Esto es menos sobre lo que los educadores puedan aprender de nosotros, y más acerca de cómo su experiencia de la enseñanza puede ayudar a enmarcar las preguntas que los neurocientíficos hacen sobre el cerebro”.

Los conocimientos científicos acerca del aprendizaje siempre han sido un insumo del trabajo escolar. Sirven para acompañar hipótesis de trabajo de los docentes y para brindarles una formación amplia y general. Pero no son el único modo de fortalecer el lugar de los alumnos en las relaciones educativas. Y no lo son, porque en lugar de acercar a maestros y alumnos en una relación más libre, más sincera y más comprometida, estos saberes (psicológicos antaño, neurocientíficos más recientemente) ponen al aprendizaje y a la enseñanza en lugares rígidos y supuestamente asépticos. Puede ser útil saber qué límites impone la biología a los tiempos de un bebé, por ejemplo, o cada cuántos minutos la mente debe descansar, o cuán necesaria es la hidratación para prestar atención. Pero lo cierto es que las acciones de los maestros se significan en sus relaciones con los alumnos, y no hay un modo de estandarizar ni medir en forma absoluta sus efectos.

En el caso puntual de la dislexia, puede ser interesante saber que las dificultades para aprender a leer y escribir (que cualquier maestro detecta y reconoce sin un certificado médico) incluyen en su origen componentes biológicos. Pero ello no cambia el hecho de que el trabajo pedagógico para acompañar el aprendizaje de esos niños y niñas no se nutre de (ni se basa exclusivamente en) el diagnóstico. Resulta difícil imaginar en este caso efectos diferentes a los de la misma estigmatización que se pretende prevenir. La experiencia con el ADD/ADDH ha mostrado claramente a qué puede conducir la medicalización de los problemas de aprendizaje. El terreno para construir esta reflexión no es el de la ciencia dura, sino el de la ética. El lugar de la ciencia no es clasificar a los alumnos según su condición sino, en todo caso, formar parte del amplio conjunto de instancias con las que cuentan los docentes y el Estado, para dar forma a los proyectos educativos.

Por último, el tercer argumento reposa en el hecho de que el fenómeno de las neurociencias en educación es uno de orden discursivo, con todo lo que ello implica: tribus que crean y habitan sus jergas, y lenguajes que, al decir de Foucault, tallan los objetos que nombran. En ese punto, el cruce entre ambas disciplinas (neurobiología y pedagogía) se funda en una serie de malentendidos, el primero de los cuales es la visión deformada que cada una de ellas tiene de la otra. Muchos educadores aceptan con demasiada ingenuidad todo lo que proviene de las investigaciones neurológicas, tal vez por la misma razón que aportaron cinco millones de “me gusta” al sitio en Facebook que promueve la ley de educación emocional. ¿Quién va a estar en contra de hablar de las emociones en la escuela, ante tanta tradición racionalista en los sistemas de enseñanza? ¿Quién se va a oponer a tomar aquello que los científicos descubren como plataforma de la enseñanza, con lo serios y asépticos que se ven en sus delantales, igual que en las propagandas de jabón para la ropa? Los expertos en neurociencias, por su parte, tienen en general una visión algo simplificada de lo que significa educar. Los relatos de sus experiencias en la escuela y algunas estadísticas generales suelen ser toda la evidencia que aportan para reconocer en la escuela un recipiente ideal de los avances en las investigaciones. Los reduccionismos a ambos lados de la relación, entonces, no ayudan.

Finalmente, lo que parece haber detrás de esta euforia por los avances neurocientíficos como panaceas capaces de revolucionar la educación es la vieja idea iluminista del progreso, siempre solidaria con los afanes de control. La misma idea que Pablo Minini expresó muy bien en su artículo del 24 de septiembre en este diario: una conducta o una emoción generan cierta actividad neuronal medible, y la expectativa de estos enfoques es lograr que la conducta se adapte a la norma. “Lo que en verdad les importa”, dice Minini, “es lo que las neuronas les hacen hacer a las personas. Y cómo un técnico puede controlarlo”. Por eso, desde una visión crítica parece improbable que los aportes de las neurociencias a la educación constituyan algún tipo de revolución copernicana para la educación, la enseñanza y las prácticas escolares. Los modos de la educación de cambiar de paradigma, de atravesar sus “revoluciones”, en general tienen que ver con cosas pequeñas, pero muy trascendentes: cómo establecemos una conversación entre maestros y alumnos, cuánto y cómo sabemos escucharnos, cómo imaginamos el futuro común, qué permisos habilitamos para ser uno mismo dentro del aula y, por supuesto, cómo conciliamos las demandas que la enseñanza presenta a nivel de las relaciones individuales y a nivel de las utopías sociales.

(1) Se trata del proyecto de ley S-1680/15, presentado por la senadora María Laura Leguizamón.

(2) Puede hallarse más información al respecto en el sitio en Facebook del proyecto:https://www.facebook.com/fundacioneducacionemocional/about/

(3) Philippe Meirieu, Recuperar la Pedagogía: de lugares comunes a conceptos claves, Buenos Aires: Paidos, 2016.

Fuente: http://insurgenciamagisterial.com/las-neurociencias-no-revolucionan-la-educacion/

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Delegación de Ministerio cubano de Educación Superior visitará EE.UU.

Centro América/Cuba/22 Octubre 2016/Prensa Latina
La viceministra del Ministerio de Educación Superior (MES), Aurora Fernández, encabeza una delegación cubana del sector que visitará Estados Unidos del 23 al 28 de octubre próximo, se conoció hoy aquí.
Un informe del Ministerio de Relaciones Exteriores señala que Fernández y la Rectora de la Universidad Tecnológica de la Habana (Cujae), Alicia Alonso Becerra, visitarán las ciudades de Washington y Nueva York por invitación del Instituto de Educación Internacional de Estados Unidos.

El viaje de la comitiva cubana, añade la nota, tiene como objetivo explorar áreas de colaboración y la firma de Memorandos de Entendimiento con la Asociación Nacional de Administradores de Investigación Universitaria y la Asociación de Educadores Internacionales.

Igualmente sostendrá encuentros con entidades gubernamentales de la esfera de la educación y se reunirán con directivos y miembros de asociaciones y universidades.

Fuente: http://prensa-latina.cu/index.php?o=rn&id=35574&SEO=delegacion-de-ministerio-cubano-de-educacion-superior-visitara-ee.uu.
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Argentina: Renovar la educación

Por: Nathalia González Seligra

El Operativo Aprender, generó un amplio debate entre la comunidad educativa. El gobierno, con el apoyo de los grandes medios de comunicación pretendió minimizar el repudio.

Miles de docentes, estudiantes y familias rechazan las evaluaciones estandarizadas que impulsa el gobierno de Macri. El martes hubo paro activo en varias provincias y en las seccionales combativas del Suteba y boicot en el resto del país.

El Gobierno nacional intentó implementar una evaluación estandarizada a estudiantes de sexto grado de la escuela primaria y quinto o sexto año de la escuela secundaria (y en algunos casos de tercer grado y segundo/tercer año), siguiendo las recomendaciones para educación del Banco Mundial (BM).

Esta evaluación busca responsabilizar a los docentes de la crisis educativa y generar una competencia o ranking de escuelas favoreciendo a aquellas que tengan mejor resultado o rendimiento con estímulos económicos, como ya se ha hecho en otros países donde se utilizan las pruebas estandarizadas, como en Estados Unidos o México, y este modelo del BM.

La respuesta de docentes con paro activo en seis provincias, tomas de colegios secundarios, ausentismo y tachaduras en los cuestionarios, el rechazo de docentes, estudiantes y familias fue la respuesta más escuchada.

A pesar de la pasividad cómplice de la conducción de Ctera, que se limitó a emitir pronunciamientos por la suspensión del operativo, el rechazo se extendió por todo el país. En Tierra del Fuego, Santa Cruz, Neuquén y Río Negro hubo paro activo, al que también convocaron Amsafe Rosario y los Suteba opositores en sus provincias. En el resto de las provincias los docentes impusieron por abajo el boicot con renuncias a ser aplicadores y desarrollando una profunda campaña para que las familias y los estudiantes se sumen al rechazo. En el caso de las familias el rechazo también fue masivo. No enviaron a sus hijos o escribieron notas para no autorizarlos a responder los cuestionarios.

Por su parte, los estudiantes también han dado la nota. Por medio de charlas, asambleas y tomas de colegio se han pronunciado contra estos exámenes y se negaron a ser cómplices de esta farsa de evaluación educativa. La modalidad más extendida ha sido la de romper o tachar los cuestionarios, dado que los límites de asistencia dificultaban las otras modalidades de boicot.

La magnitud del rechazo y boicot de docentes, estudiantes y familias, sumado a las filtraciones de los cuestionarios, impiden que el Gobierno pueda utilizar seriamente estas evaluaciones para justificar ataques a la educación pública. Sin embargo, sólo redoblando las campañas y superando la pasividad cómplice de la conducción de Ctera se podrá terminar de derrotar estas reformas vía evaluación estandarizada.

Disponible en: http://www.laizquierdadiario.com.ve/Zona-Norte-El-Operativo-DesAprender-en-jaque

 

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Convocan niños mexicanos a preservar las lenguas indígenas

América del Norte/México/22 Octubre 2016/Fuente: Prensa Latina

Alumnos y maestros de educación indígena en México resaltaron la necesidad de preservar las lenguas originarias, al reconocer que hoy en muchas comunidades son muy pocos los hablantes de esos idiomas.
Cielo Pluma, alumna de la primaria multigrado de la comunidad 1901, en el estado de Tlaxcala, es una de las ganadoras del 17 concurso nacional Las narraciones de niñas y niños indígenas y migrantes.

A diferencia de sus compañeros, no es hablante nativa de una lengua autóctona.

Aprendí náhuatl en la primaria y es muy bonito, expresó a medios de prensa locales.

Por su parte, otro alumno de la comunidad de la Huerta, en Baja California, habla la lengua kumiai, casi extinta.

Recuerda que aprendió de su abuela, una de las pocas habitantes de la comunidad que aún practica el idioma de sus ancestros.

Quiero aprender para enseñar esa lengua cuando sea grande, y no se pierda, porque si no van a desaparecer todas las personas que puedan comunicarse como mi abuela, manifestó.

Algunos de los 50 niños ganadores del concurso retratan la realidad en sus narraciones, como es el caso de Jennifer González, del pueblo mixteco, quien escribió una carta en la que refleja las carencias materiales de su escuela.

En el acto, organizado en la Secretaría de Educación Pública, su titular, Aurelio Nuño, reconoció la importancia de que en la nación azteca se conozcan y valoren las 68 lenguas que hablan más de 14 millones de mexicanos.

Estas lenguas tienen 364 variantes lingüísticas y de ellas solo 185 no están en un riesgo inmediato de desaparecer.

Fuente: http://prensa-latina.cu/index.php?o=rn&id=35432&SEO=convocan-ninos-mexicanos-a-preservar-las-lenguas-indigenas
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Notas para un estudio comparado de la educación superior a nivel mundial

Autor: Francisco Lopez Segrera 

Año: 2006

Editorial: CLACSO

País/Ciudad: Argentina

ISBN: 978-987-1183-61-6

Sinopsis: Los objetivos de este estudio de educación superior internacional comparada son: referirnos al impacto cualitativo y cuantitativo de la globalización en las instituciones de educación superior (IES) y en los sistemas de educación superior (SES) de distintas regiones y países en los últimos veinte años; destacar cómo son necesarios ciertos niveles de equidad social para lograr una educación permanente para todos y para toda la vida mediante políticas educativas adecuadas; y formular conclusiones y propuestas con relación al compromiso social de las universidades y la construcción de la equidad.

Descargar texto en: http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/formacion-virtual/20100719073843/03LSegrera.pdf

 

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Los Retos que enfrenta la educación especial en República Dominicana

Isabel Leticia Leclerc
El levantamiento de información realizado por el Ministerio de Educación en 2013 señala que  cerca de 11,000 escuelas, solo 4,700 (menos del 50%) reportaron estudiantes con necesidades de apoyo especial.
A pesar de los esfuerzos que se implementan para lograr una inclusión sin barreras que garantice a todos los niños y niñas con discapacidad tener acceso a una educación de calidad, todavía no es suficiente. Es la consideración de distintos sectores involucrados con la educación y con las personas que ameritan recursos especiales para el aprendizaje.
El Consejo Nacional de Discapacidad (Conadis), que en calidad de organismo rector de políticas públicas en materia de discapacidad trabaja de la mano con el Ministerio de Educación para promover la integración de estos niños en las escuelas regulares, entiende que hay muchas necesidades de formación que deben ser cubiertas.
¿Qué se necesita?
El director de Conadis, Magino Corporán, especifica que es crucial la reforma curricular para garantizar la transversalidad de la educación inclusiva en todos los componentes del proceso de enseñanza-aprendizaje.
También aboga por transversalizar el enfoque de inclusión educativa en todos los programas y áreas del Ministerio de Educación, adecuar todos los centros educativos que aún cuentan con barreras físicas, sensibilizar toda la comunidad educativa sobre derechos de las personas con discapacidad, contar con los recursos humanos preparados, recursos pedagógicos adaptados, incluyendo los del ámbito de las tecnologías de la información y comunicación.
Unicef
Este año el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y el Ministerio de Educación se aliaron para tratar el tema. Rosa Elcarte, representante de ese organismo en el país, comprende que cuando los niños con discapacidades y sin discapacidades puedan estudiar juntos y jugar juntos y cuando ese escenario ocurra, “estaremos sentando las bases para la generación de sociedades inclusivas”.
A su jucio, el proceso es largo y necesita de toda la sociedad. Esta organización internacional está colaborando con el Ministerio de Educación, por medio de una asistencia técnica especializada a través de apoyo al desarrollo de una normativa curricular inclusiva, así como de las especificaciones pedagógicas para el apoyo al docente que cuente con algún niño con discapacidad en su aula.
La presidenta de la fundación que lleva su nombre, Francina Hungría, considera que aún las escuelas no están preparadas para enfrentar el tema de la inclusión, aunque admite que estamos en un proceso de transición, del que deben formar parte todas las personas afectadas, quienes en su mayoría no conocen las herramientas necesarias para desarrollarse en la sociedad.
Resistencia
Lo lamentable es que al menos un 20% de las escuelas todavía se resisten al cambio porque deben actualizar los modos de enseñanza y de comprender a los alumnos, admite Cristina Amiama, directora del departamento de Educación Especial del Ministerio de Educación, al referir que existen 11,000 planteles a nivel nacional con 18 regionales.
“Se resisten al cambio. No te lo dicen abiertamente, pero uno lo nota. En esas escuelas insistimos y vamos trabajando. Es que el tema de la inclusión conlleva cambios. No es el niño que tiene que cambiar la que tiene que cambiar es la escuela”, alega la funcionaria.
Aunque hay normativas legales que regulan la inclusión, la realidad, según señala, es “que la inclusión es muy difícil hacerla obligatoria porque no es que el niño esté en la escuela físicamente, el problema es que reciba la atención, que aprenda y pueda participar con sus compañeros”.
Alcances
Amiama defiende los “pininos” que da el Ministerio para experimentar avances significativos y a la vez percibe lo que falta por hacer. “Sabemos de dónde partimos, pero lo que si tenemos es puertas abiertas para que traigan sus necesidades”, indicas.
De las 18 regionales que integran el sistema, 13 cuentan con centros de recursos “y estamos apostando mucho por las aulas de recursos y con los centros para autistas”. Actualmente trabajan en la integración de otras 405 escuelas regulares, donde se están promoviendo buenas prácticas en el tema.
En lo formativo, están los diplomados sobre los tipos de discapacidad en varias universidades y los cursos en educación especial que facilita el Centro de Recursos Educativos Para la Discapacidad Visual Olga Estrella.
Disponible en la url: http://www.listindiario.com/la-republica/2016/10/21/439965/retos-en-educacion-especial
 
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El Centro de Tolerancia (Federación de Rusia) recibe el Premio UNESCO-Madanjeet Singh

22 Octubre 2016/UNESCO

El Centro Federal de investigación y de metodología para la tolerancia, la psicología y la educación (Centro de Tolerancia) de la Federación de Rusia recibirá el premio UNESCO-Madanjeet Singh de Fomento de la Tolerancia y la no Violencia 2016 en una ceremonia que tendrá lugar el 16 de noviembre a las 18:30h en la Sede de la Organización en París.

El jurado del premio recomendó otorgar el galardón al Centro de Tolerancia en reconocimiento a sus numerosas actividades que incluyen la investigación y los programas pedagógicos de promoción del diálogo entre religiones y visiones del mundo, y centrado en particular en la juventud.

El Premio UNESCO-Mandajeet Singh para la promoción de la tolerancia y la no violencia, que celebra este año su 20º aniversario, se creó en 1995 con motivo del Año de la Tolerancia y el 125º aniversario del nacimiento del Mahatma Gandhi. Su objetivo es ensalzar la tolerancia en las artes, la educación, la cultura, la ciencia y la comunicación

Dotado de un montante de 100.000 dólares, el premio se entrega cada dos años a personas o instituciones que hayan contribuido de manera excepcional en favor de la tolerancia y la no violencia. Los galardonados son escogidos por un jurado internacional formado por el profesor Nadia Bernoussi (Marruecos), el doctor Marek Halter (Francia) y el también doctor Kamal Hossain (Bangladesh).

Fuente: http://www.unesco.org/new/es/media-services/single-view/news/20th_edition_of_unesco_madanjeet_singh_prize_to_be_awarded_t/#.WApEwOjhDIU

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