Este libro indaga desde múltiples preguntas y perspectivas las transformaciones provocadas por el incremento descomunal del flujo de información generada por el uso masivo e intensivo de las tecnologías digitales. El estudio de las apropiaciones por parte de la sociedad configura un mosaico desigual y combinado de usos y empleos de las tecnologías digitales. ¿Cómo han impactado en los grupos sociales, económicos y generacionales los usos de las tecnologías? ¿Que desafíos entrañan y que problemas nuevos generan las herramientas cotidianas a través de las cuales conocemos y nos comunicamos con nuestro entorno y el mundo?
Autores (as): Ana Laura Rivoir. María Julia Morales. [Coordinadoras]
Ana Laura Rivoir. Oscar Grillo. Susana Morales. Luis Ricardo Sandoval. Esther Angeriz. Roxana Cabello. Roberto Canales Reyes. Juan Silva Quiroz. Olga Casanova Cárdenas. Evelyn Hiller Garrido. Nicolás Iglesias Mills. Francisco Kroff Trujillo. Víctor Saavedra Chandía. Silvia Coicaud. Mónica Elena Da Silva Ramos. Laura Cecilia Díaz Dávila. Sandro Comerci. Silvia Edith Arias. José Manuel Piro. Natalia Moreira Cancela. Christian Iván Becerril Velasco. Marlen Martínez Domínguez. Dulce Gómez Navarro. Mauricio Olivera. Alejandro Artopoulos. Victoria Cancela. Jimena Huarte. Marisa Silvia Dasso. Martín Ariel Gendler. Silvia Lago Martínez. Romina Gala. Flavia Samaniego. Yamil Giralda. Gonzalo Leonel Vilches. José Daniel Britos. Claudia N. Laudano. Anahí Méndez. Josemira Silva Reis. Graciela Natansohn. [Autores/as de Capítulo]
La feminista Selma James nació en 1930 y aún sigue activa al frente de la Huelga Mundial de Mujeres. En 1972, fue coautora —con la italiana Mariarosa Dalla Costa— de un ensayo que revolucionó la visión que existía sobre el papel del trabajo del hogar no remunerado, en el sistema capitalista. Más de medio siglo acompañando las luchas de las mujeres y otros sectores socialmente oprimidos.
Hacia mediados del siglo XV, Kentish Town era una próspera aldea. Para el siglo XIX, se había convertido en una localidad populosa, conectada con Londres por el transporte público. Actualmente, ya integrada como un barrio de la capital británica, está sufriendo los efectos de la gentrificación: se encarecen los alquileres; en la avenida principal hay cada vez más tiendas de productos orgánicos delicatessen y de cadenas internacionales de comidas, mientras los pequeños comercios se ven obligados a cerrar.
A pesar de los cambios, se adivina su pasado populoso, que hizo de Kentish Town el lugar elegido por Marx para establecerse con su familia en 1856. A su esposa Jenny von Westphalen, aquella casa de ocho habitaciones de la calle Grafton Terrace le parecía “una vivienda verdaderamente principesca comparada con los agujeros en los que solíamos vivir” [1]. Muy cerca de allí se encuentra la sede del Crossroads Women’s Centre fundado por Selma James, a quien había conocido más de una década atrás en Caracas [2].
“Estar politizado a los seis años era algo normal”
Apenas entramos, tomándome las manos, Selma me pidió que le hablara en castellano y preguntó por qué queríamos entrevistarla. Creo que tus trabajos sobre feminismo son muy conocidos en inglés. Pero, fundamentalmente, me interesa que nos cuentes de muchas otras cosas que has hecho en tu apasionante vida, que son bastante desconocidas. Sabemos que naciste en 1930, en Brooklyn, Nueva York, en el seno de una familia obrera judía…
Nací después del crack del ‘29, en la época de la Gran Depresión, en la que había un gran movimiento social. Yo no sabía que eso era un movimiento; creía que así era el mundo. Mi padre era camionero; él había emigrado siendo un adolescente, desde Polonia, su lengua era el ídische. Mi madre era norteamericana, tuvo que dejar la escuela a los doce años para ir a trabajar a una fábrica. Mi padre había fundado la seccional del sindicato de camioneros de Brooklyn y era simpatizante del Partido Comunista que, en ese entonces, luchaba por la libertad de los chicos de Scottsboro [3]. Pero mi verdadera experiencia, cuando me involucré en política, fue en 1936, durante la revolución española.
Pensé que había habido un error de traducción. ¡Pero en 1936 tenías seis años!, exclamé para ratificar que no había entendido mal.
Sí. Mi padre hacía repartos con su camión, llevaba cajas y les pedía a los jefes de los lugares donde hacía los repartos, que le regalaran juguetes, carteras y otros objetos que luego rifaba para juntar dinero que enviaba a los combatientes de la revolución española. A veces le daban muñecas y me decía “no son para ti, son para España”. Y yo entendía eso. En los ‘30 no tenías qué explicar qué significaba la palabra “clase”. Sabías quién era el enemigo y tenías que luchar contra ellos. Con otros chicos, juntábamos el papel de aluminio de los paquetes de cigarrillos, con los que hacía bollitos que enviaríamos a España para que los revolucionarios fabricaran balas. Estar politizado a los seis años era algo normal en cualquier lugar del mundo. Pero lo es en todas las épocas en que hay luchas sociales. Mi marido C.L.R. James [4] vivió en Estados Unidos, donde lo conocí. Contaba que cuando viajó al sur de Estados Unidos, para apoyar una huelga de aparceros, el comisario bajó de su auto y preguntó a los niños que estaban en la calle dónde se encontraba Míster Johnson [el seudónimo de C.L.R. James, N. de R.] y chicos de cuatro y cinco años respondieron “No conocemos a ningún Míster Johnson”. Es una fantasía creer que se puede mantener a los niños fuera de la política. Mi infancia fue durante la presidencia de Roosevelt. Un día, mi madre, mientras me tenía de un brazo, con la otra mano rompía el candado de una puerta porque habían desahuciado a una familia por no pagar la renta y habían puesto un candado para que no pudieran volver a entrar. Mi madre me dijo: “Rompo este candado y voy a ir a la oficina de Bienestar Social, porque estamos luchando por la gente que no tiene dinero”. La gente se organizaba, decía “no vamos a morir de hambre” y luchaba.
“¡Pero yo no sé nada de ‘la cuestión de la mujer’!”
Mientras Selma nos ofrecía té, galletitas y frutas, seguíamos conversando y admirando su prodigiosa memoria. Luego, siendo joven, trabajaste en fábricas…
Mi primer trabajo fue de camarera. Para todo el mundo en Nueva York, su primer trabajo era de camarera y cuidando niños. A los diecisiete años entré en una fábrica, en California. Trabajaba en la línea de montaje de radios, televisores, electrodomésticos. Me había anotado para estudiar en la universidad, pero después decidí no ir. Pensé que la universidad me iba a dañar la mente. A los catorce o quince años ya había conocido a un grupo socialista que me sorprendió: ellos hablaban de clases sociales y, dentro de este grupo, había una minoría en la que me interesé rápidamente.
Selma se refiere a la tendencia Johnson-Forest del Socialist Workers Party —un partido trotskista norteamericano— liderada por Raya Dunayevskaya y C.L.R. James, el dirigente marxista caribeño con quien, casi una década más tarde, contraería matrimonio. Antes de eso, Selma se casaría con un trabajador con quien tendría su único hijo, Sam Weinstein. Esa experiencia marcaría su interés por la opresión de las mujeres en la sociedad capitalista. Enseguida nos reímos nuevamente con otra de sus anécdotas, contadas con una simpatía y vitalidad contagiosas.
Fotografía: gentileza Selma James
Un día, unas mujeres me dijeron que debía hablar en un panel con otras mujeres, sobre ese tema. Les dije “¡pero yo no sé nada de la cuestión de la mujer!”. Y me respondieron “¡pero hablas de eso todo el tiempo!” Y dije “¿yo?” –Selma nos actúa la escena que ocurrió hace casi setenta años atrás, haciéndonos reír–. “Sí”, me respondieron. Y cuando me dijeron eso, empecé a entender de qué se trataba. Comprendí que yo hablaba todo el tiempo sobre trabajo del hogar, ser esposa, ser ama de casa, ser madre… todas las cosas que hace una mujer, pero no sabía que a eso se le llamaba “la cuestión de la mujer”.
Y, entonces, pensé que tenía que leer a Engels, su libro El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, que nunca lo había leído. ¡Y todavía no lo hice, pero quiero leerlo! Y cuando estuve allí, una mujer habló de Engels y yo hablé de las amas de casa. La gente salió riendo, porque hablé como estoy hablando contigo. Olvidé todo lo que había preparado y recordé solo una frase: que lo que vivía cualquier mujer era una carrera desenfrenada para sobrevivir. Y todo el mundo se rió, porque pudieron disfrutar de la charla política. Era política placentera. En general, en los debates políticos vas a escuchar a gente seria, que no habla de su propia experiencia, sino de libros… Pero yo dije “así es la vida”. Muchos militantes de la izquierda, particularmente hombres, era la primera vez que oían que alguien les hablara de la realidad.
Fue por sus ideas sobre la opresión de las mujeres que había llamado la atención de C.L.R. James, quien en una ocasión le preguntó qué opinaba sobre el asunto y escuchó atentamente a la joven, casi treinta años menor que él. Cuando Selma terminó su exposición, James le dijo “entonces, lo que acabo de escribir no es bueno. Nunca había oído algo como esto. Quizás había escuchado algunas de estas cosas, pero nunca las ideas tan bien presentadas de esta manera”. Se trataba de las ideas centrales de lo que, luego, fue su primer ensayo, El lugar de la mujer, publicado en 1952, cuando Selma tenía veintidós años.
Durante algunas semanas, le mostraba los borradores a mis vecinas, que no estaban en política; pero me hacían muchos comentarios. Yo no estaba de acuerdo con la mayoría de ellos; pero me servían para desarrollar mejores argumentos para responder a sus planteos. Ese intercambio me ayudó, además, a aclarar mucho más mis propias ideas. Esta se convirtió, desde entonces, en mi forma de trabajar y escribir, colectivamente.
En Sex, Race and Class, publicado en 2012, Selma comenta cómo fue esta experiencia: “Cuando el folleto estuvo publicado, lo llevé al trabajo y vendí algunas copias a las mujeres que conocía de la fábrica. Creo que también vendí un par de copias a las mismas vecinas que me habían hecho comentarios del borrador. […]. Era completamente nuevo, entonces, que las opiniones de una mujer de clase trabajadora, especialmente un ama de casa, fueran publicadas, incluso por una organización socialista. Era la clase trabajadora hablando por sí misma. […]. Se deben haber vendido solo mil o mil quinientos ejemplares; pero se agotó. Y creo que puede haber sido porque los hombres estaban casi tan interesados como las mujeres en descubrir qué se podía decir sobre la vida cotidiana desde el punto de vista de las mujeres. Y nadie me dijo jamás que eso no era ‘marxista’ o ‘políticamente correcto’ [5]”.
Recientemente, alguien me dijo que yo había sido muy valiente al escribir El lugar de la mujer. Pero yo le dije: “No fue una cuestión de coraje. Yo solo expliqué la vida tal como la conocía”. Algunas feministas opinan que hay que concientizar a las mujeres sobre la opresión masculina. Pero sobre eso no hay que concientizar, ¡es absurdo! Eso lo vivimos. Tenía una tía, a la que quería mucho, que cada vez que veía pasar un cortejo de boda, decía –Selma pone un tono de voz más severo y profundo para imitar a su tía–: “ahí va otra mujer a la que van a enterrar”. ¡Siempre decía eso! [risas]. Si tu punto de partida son las mujeres, todas las cosas se comprenden de otra manera. Si estás inmersa profundamente en la situación de las mujeres y la relación de las mujeres con la economía capitalista, con la sociedad en general y con el mundo del trabajo, todo lo demás también se ve diferente. Si te sitúas en el lugar de las mujeres, adquieres una visión enteramente diferente del mundo. No es el único lugar por dónde comenzar, puedes hacerlo por cualquier otra parte. Pero comenzamos por allí y desde allí sacamos conclusiones sobre todo lo demás.
Su reflexión me recordó aquella frase de León Trotsky, que dice que “si en realidad queremos transformar la vida, tenemos que aprender a mirarla a través de los ojos de las mujeres” [6]. El lugar de la mujer trata, con un lenguaje sencillo, de la mujer soltera y la casada, de los chicos, la casa, de las mujeres trabajadoras y los sindicatos. Y termina con el siguiente párrafo: “Las mujeres pasan de estar casadas a divorciarse, de ser amas de casa a trabajar afuera, pero en ninguna parte encuentran el tipo de vida que desean para ellas y sus familias. Las mujeres están descubriendo cada vez más que no hay otra salida que una transformación total. Pero algo ya está claro: las cosas no pueden seguir como están. Cualquier mujer lo sabe” [7].
En este primer escrito ya se perfila su convicción de que los sectores explotados y oprimidos se abrirán paso, por sí mismos, en la lucha por su emancipación. Y esboza su temprana adhesión al autonomismo, que la tendrá como una de sus voces más destacadas en los ‘70, cuando participará en el lanzamiento de la Campaña Internacional por el Salario para el Trabajo del Hogar.
“¡Eso es maravilloso!”
Los años ‘50, durante la juventud de Selma, fueron el período en que EE. UU. se consolidó como la primera potencia mundial, mientras Europa y también Japón vieron elevarse sus tasas de crecimiento y se incrementó notablemente la desigualdad con los países del hemisferio sur. El resultado de la IIª Guerra Mundial había fortalecido a la burocracia estalinista en la Unión Soviética, extendiendo su dominio a nuevos países en Europa del Este y dando lugar a una dictadura bonapartista policial mucho más estable, para finales de los ‘40. Pero ese fortalecimiento también fue una de las razones por las que los Estados occidentales se vieron obligados a robustecer las políticas sociales, el llamado “Estado de bienestar”, para garantizar las condiciones de reproducción del sistema capitalista. Esta compleja situación presionó sobre las filas del marxismo revolucionario que se fragmentó en diversas corrientes y tendencias. Una de ellas –entre quienes se encontraban los fundadores de la tendencia Johnson-Forest– sostuvo que en la Unión Soviética había “capitalismo de Estado”, es decir, nada que defender frente al capitalismo occidental.
Sin embargo, más allá de las diferencias teóricas y políticas –incluyendo la de la necesidad de la construcción de un partido revolucionario–, compartimos con Selma el profundo desprecio por las organizaciones burocráticas que encorsetan las fuerzas y la energía revolucionaria de las masas. La estatización y el fortalecimiento de sus propias instituciones es uno de los elementos fundamentales para comprender el siglo XX. Los capitalistas vieron de cerca el peligro de la revolución proletaria y tomaron las medidas para salvaguardarse: desarrollar los mecanismos de consenso e integración al Estado y, más tarde, profundizar la fragmentación cada vez mayor de la clase trabajadora y entre esta y sus propios aliados en la lucha anticapitalista. La autoorganización es el camino más propicio para superar esa fractura. Pero, según nuestra visión, este no es un camino exento de obstáculos: hay que resolver cuestiones estructurales, superar diferencias culturales y, fundamentalmente, enfrentar a las burocracias de las organizaciones de masas, no solo de los sindicatos sino también las que se recrean en los movimientos sociales, como en la juventud estudiantil o el movimiento de mujeres. Mientras las direcciones de estas organizaciones y movimientos mantengan divididos a distintos sectores de la clase trabajadora entre efectivos y contratados, nativos e inmigrantes, hombres y mujeres, sindicalizados y precarizados, como también a la clase trabajadora respecto de otros movimientos sociales potencialmente aliados, la derecha cultiva esas grietas para hacer su política.
Nina López cita un discurso de Selma James en el que, hace varias décadas, ya se refería a estas divisiones: “La única opción que se nos daba era elegir entre movimientos de liberación nacional, campesinos y estudiantiles por encima y en contra de la clase trabajadora tradicional. Nunca podría dar la espalda a los trabajadores asalariados. Mi padre era un sindicalista. Éramos una familia sindicalizada. Yo había trabajado en una fábrica, como también mi madre y mi hermana. Mi otra hermana era oficinista, algo que no es muy diferente. Pero yo también era una madre y mi hijo un estudiante tratando de escapar al servicio militar obligatorio. Necesitábamos de lo que está a un lado y otro de la división salarial; nosotras no podríamos prescindir de ninguno de estos” [8].
Markus Rediker señala en el prólogo al libro de Selma: “Una de las ideas principales encarnadas en los escritos de James es la que el difunto George Rawick –otro compañero cercano de C.L.R. James– llamó la auto-actividad de la clase trabajadora: esa cantidad de cosas, diversas y muchas veces invisibles, que la clase trabajadora –definida ampliamente– hace por sí misma en la búsqueda de la emancipación. El énfasis está en la acción, la agencia, los nuevos significados y las posibilidades generadas, a menudo de manera impredecible, a partir del movimiento social y el conflicto en el terreno. C.L.R. James siempre enfatizó la importancia de las nuevas formas de lucha que brotan constantemente desde abajo, a menudo junto a y otras veces en contra de las instituciones establecidas de la izquierda, como los sindicatos y los partidos políticos. […] Desde su primer folleto, que discutió con sus compañeras trabajadoras y vecinas, Selma James siempre confió no solo en la decencia de la gente común, sino también en su capacidad para pensar y actuar. “Cada cocinero puede gobernar”, escribió C.L.R. James en 1956. [Selma] James llevó ese mensaje optimista al mundo laboral de la mujer, la cocina, y al hacerlo profundizó y amplió su significado” [9].
Su interés en aquellas experiencias que contienen, en germen y en el presente, las formas sociales que se desarrollarán en la futura sociedad post-capitalista, se trasluce en el comentario que me hizo cuando intentaba halagarla. Le dije que había sido una joven de vanguardia: blanca, judía, casada con un hombre negro del Caribe, un socialista marxista con quien compartió luego la lucha anticolonial en Trinidad, la lucha antirracista en Gran Bretaña, que la doblaba en edad. Selma no comparte mi opinión.
No lo siento de esa manera. Creo que la gente que no está en política es la que siempre está a la vanguardia. Esa gente piensa en forma diferente a quienes están en política. Tienen muchas ideas muy atrasadas, mezcladas con otras ideas que son del futuro. Lo que tenemos que hacer, quienes queremos destruir el capitalismo, es descubrir el futuro en esas ideas y empezar a eliminar el pasado, la basura. Eso es, para mí, de lo que trata la política. Cuando la gente se rebela en una lucha, en una huelga, sale lo que estaba latente. Eso sucede todo el tiempo.
Eso me recuerda las experiencias que vivimos en Argentina, durante la crisis de diciembre de 2001. Le cuento a Selma sobre las obreras de la textil Brukman. Se interesa con la anécdota de una trabajadora hablando ante miles de personas y diciendo “si podemos manejar una fábrica, podemos manejar el país”. Encuentra allí una ratificación de sus convicciones. Le digo que ideas tan avanzadas convivían, como ella misma señalaba, con otras del pasado. Por ejemplo, que las trabajadoras eran una abrumadora mayoría en la fábrica y sin embargo se referían a sí mismas como “obreros de Brukman” hasta que les narré las historias de las obreras textiles de la huelga de Pan y Rosas en 1911 en EE. UU. o la de las que iniciaron la Revolución rusa de 1917, que yo conocía como feminista socialista revolucionaria. Cuando le dije a Selma que, a partir de entonces, hasta los dos activistas obreros que había en la fábrica se empezaron a referir a sí mismos en femenino, lanza una estruendosa carcajada y exclama entusiasmada:
¡Eso es maravilloso! Esa ha sido, siempre, también mi propia experiencia.
“En cada movimiento social, continúa la lucha de clases”
En 1972, Selma James lanza con otras feministas de distintos países, reunidas en Padua (Italia), la Campaña Internacional del Salario para el Trabajo del Hogar, entre las que se encontraba Silvia Federici quien lo recuerda en una publicación reciente: “Coincidíamos con otras feministas en la convicción de que el trabajo doméstico era la raíz de nuestra opresión como mujeres. A diferencia de otras feministas, creíamos que debía ser nuestro principal campo de batalla por esa misma razón y que la forma más eficaz de liberarnos de él era negarnos a hacerlo gratis. Pero pocas feministas de la época entendieron las motivaciones políticas de esta elección estratégica” [10].
La reunión de Padua tenía el objetivo de pensar en un feminismo marxista basado en la clase trabajadora, tomando la experiencia del operaísmo italiano, distinto al que defendían las organizaciones socialistas y el Partido Comunista. Su primera formulación se encuentra en las páginas de El poder de la mujer y la subversión de la comunidad, el ensayo de Mariarosa Dalla Costa y Selma James, que revolucionó el enfoque tradicional sobre el trabajo del hogar y se convirtió, hasta nuestros días, en un clásico en su tema. Allí sostienen la tesis de que la economía de mercado, basada en la explotación del trabajo productivo de la clase trabajadora, se basa en el trabajo no remunerado de las mujeres que reproducen esa fuerza de trabajo a través del trabajo del hogar y las tareas de cuidado.
En 1970, conocí a Mariarosa, que era docente en la Universidad de Padua y necesitaba un hospedaje en Londres durante un corto tiempo. Se quedó en mi casa y nos hicimos amigas. Al año siguiente la visité en Italia y allí hablamos mucho sobre feminismo. Ella me pidió que le explicara de qué se trataba el feminismo y, enseguida, escribió un artículo en base a lo que le dije. Más tarde, trabajamos juntas en el manuscrito y le dije que lo firmara con su nombre para que su publicación la protegiera de la persecución sexista que sufría en la universidad. Pero luego fue publicado en inglés, con la firma de ambas, en una edición que incluía también mi primer ensayo El lugar de la mujer. En 1980, participé de la Segunda Conferencia Mundial en Copenhague. Debía hacerse en Irán, pero hubo una revolución y entonces tuvieron que cambiar la sede –Selma sabe que ha vivido grandes experiencias de luchas sociales, huelgas, guerras, revoluciones, un tesoro de recuerdos que ansiamos que nos comparta–; ¡la que iba a inaugurar la conferencia era la princesa que habían derrocado! [risas]. Allí en Copenhague, las Mujeres Negras por el Salario para el Trabajo del Hogar señalaron que había que incluir el trabajo no asalariado en el documento oficial, en el párrafo 1.0.3. Y cantábamos “paragraph one, o, three… all our work in the GNP” [“párrafo 1.0.3., todo nuestro trabajo al PBI”, N. de la A.]. Allí también salió la consigna que dice “Las mujeres cuentan. Cuenten el trabajo de las mujeres”. Pero entendimos que para que los gobiernos nos escucharan, teníamos que conseguir que lo tomaran las Naciones Unidas. Así que cuando habló una representante de la Organización Internacional del Trabajo, la interpelé. “Vengo de la Campaña por el Salario para el Trabajo del Hogar”, le dije. “Disculpe, ¿podría repetirme de dónde?” –vuelve a sonreír con picardía, mientras imita la parsimonia de la funcionaria– y yo se lo repetí.
Nos hemos pasado toda la tarde escuchando anécdotas como esa, con Selma cambiando los tonos de voz, para representarnos a los personajes de los que nos hablaba. Su risa anticipaba los finales de estas historias de las que está hecha la suya propia, pero también una gran parte de la historia del feminismo. Paramos unos minutos, para tomar otro té y aproveché para regalarle un pañuelo verde de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto, de Argentina. Alejandra le pregunta qué es lo que la mantiene tan joven.
¿Mantenerme tan joven? ¡Hablar así como lo estamos haciendo! ¡Estoy disfrutando mucho esta entrevista!
Ante de irnos, con un tono firme que busca transmitir sus ideas con convicción, pero también buscando palabras sencillas, para que su mensaje sea comprensible, Selma nos dice:
Creo firmemente que la lucha de las mujeres está mal entendida. Las mujeres reproducen toda la raza humana y el capital oculta el hecho de que ese es el trabajo central de la sociedad y, por lo tanto, de la economía. Quieren hacer que el mercado sea lo central; pero nosotras somos lo central. “Without us, nothing!” –dice enfáticamente–. Y luego lo repite en castellano: “Sin nosotras, ¡nada!”. Sobre nosotras recae el trabajo reproductivo gratuito porque hay explotación capitalista. Si no hubiera explotación capitalista, no haríamos ese trabajo de reproducción de la fuerza de trabajo de manera gratuita y no reconocida. Es muy importante que el feminismo sea internacional, que no quede atrapado en un país o en un sector. Y hay un sector que ha monopolizado el feminismo. Eso significa que la mayoría de nosotras ha quedado afuera; porque las gerentes, las políticas, las CEO que administran el capital y se proclaman feministas, no son feministas del 99 %. Ellas nos quieren dirigir y nosotras nos negamos a que nos dirijan y eso va a ayudar a que los hombres nos apoyen. En cada movimiento social, continúa la lucha de clases.
Cuando Selma comenzó a organizar a las mujeres para luchar por el salario para el trabajo del hogar, la mayoría del movimiento feminista estaba centrado en las relaciones de poder entre los géneros, la sexualidad y la discriminación de las mujeres en el trabajo asalariado. Su preocupación porque el trabajo reproductivo de las mujeres fuera tenido en cuenta implicaba una lucha, también, contra las organizaciones sindicales y políticas que no consideraban que esas mujeres constituyeran una gran mayoría invisibilizada de la clase trabajadora. Sus ideas abrieron un inmenso campo de debates, que la nueva oleada internacional de movilizaciones feministas trae nuevamente a la escena y sobre los que hemos dado cuenta en otros artículos [11].
En las últimas décadas, bajo el látigo de la precarización y la flexibilización neoliberales, grandes sectores de masas que eran explotadas sin salario se incorporaron al mercado laboral transformando la fisonomía de la clase asalariada, pero también aumentando su peso social. Actualmente, millones de asalariados, pero también asalariadas, manejan el suministro de energía y las telecomunicaciones, conducen los medios de transporte que permiten la circulación de las mercancías y de la fuerza de trabajo, realizan la limpieza “invisible” de fábricas, empresas y oficinas diariamente. Pueden colapsar las grandes metrópolis, interrumpir el funcionamiento de la economía y afectar las ganancias capitalistas. Pueden también, prefigurar un nuevo orden social, controlando la producción y el abastecimiento al servicio de las grandes mayorías populares que son víctimas de la sed de ganancias de los capitalistas, de la carestía, la inflación, las altas tarifas para sobrevivir.
Por primera vez en la Historia, casi la mitad de esa clase mayoritaria son mujeres que, a su vez, garantizan la vida de millones de seres humanos sin recibir un salario por ello, reproducen gratuitamente la fuerza de trabajo en sus hogares –la suya, la de sus compañeros, la que se prepara para el futuro y la de los ancianos que ya han sido desechados por los capitalistas–. ¡En las movilizaciones, los reclamos, las organizaciones y los movimientos sociales, aparece dividido lo que no está dividido en las vidas de millones de mujeres!
Selma, que abrió sus ojos al mundo durante la revolución española, se acerca a sus noventa años al calor de las revueltas y resistencias que cruzan el planeta desde Chile, Ecuador y Haití, hasta Hong Kong, pasando por Catalunya, Puerto Rico, Irak, Honduras, Bolivia y su querido Caribe. El desafío que tienen las jóvenes generaciones que son protagonistas de este presente, donde el feminismo ha vuelto a emerger como un movimiento en las calles, es articular una política de carácter estratégico que pueda unir ese movimiento donde las mujeres participan individualmente, como “ciudadanas” –sin ejercer toda la fuerza cohesionada de su pertenencia a la clase social mayoritaria–, con la clase asalariada, donde por primera vez en la historia, las mujeres constituyen más del 40 %, para enfrentar al sistema capitalista patriarcal y transformarlo radicalmente. Porque únicamente socavando sus raíces, profundamente, es que podremos tomar el cielo por asalto y ganar, para toda la humanidad, el derecho al pan, pero también a las rosas.
NOTAS AL PIE
[1] Carta de Jenny Marx citada en Rachel Holmes, Eleanor Marx: A Life, Bloomsbury Books, Londres, 2014, p. 10.
[2] Agradecemos a Nina López, coordinadora de Huelga Mundial de Mujeres, por facilitarnos el encuentro con Selma y colaborar, también, con la traducción durante la entrevista y su posterior revisión.
[3] Los chicos de Scottsboro fueron nueve adolescentes afroamericanos acusados sin pruebas, en 1931, de violar a dos mujeres blancas en Alabama (Estados Unidos), mientras viajaban en un tren de carga.
[4] Cyril Lionel Robert James (1901-1989), más conocido como C.L.R. James, fue un historiador, periodista, teórico socialista y ensayista de Trinidad y Tobago. Fue una de las voces pioneras de la literatura poscolonial. Su obra más conocida, Los jacobinos negros, sobre la revolución de Haití, está considerada como un texto fundamental de la historia afrocaribeña. Siendo parte del Socialist Workers Party, lideró la tendencia Johnson-Forest con Raya Dunayevskaya –quien había sido la secretaria de idioma ruso de Trotsky en México–. Luego, sosteniendo que en la URSS se había desarrollado un capitalismo de Estado, abandonaron el movimiento trotskista. Finalmente, fundaron su propia organización, llamada Correspondencia. Para los años ‘40, C.L.R. James había estudiado a Marx y Hegel y había concluido que los partidos de vanguardia oprimían a sus integrantes trabajadores y los impulsos revolucionarios de la clase trabajadora, poniendo a los intelectuales a cargo de los trabajadores, y fundó una organización basada en el auto-activismo, en la cual los intelectuales aprendieran de los trabajadores, y un periódico escrito por los propios trabajadores, en el que Selma tuvo su propia columna quincenal.
[5] Selma James, Sex, Race and Class. The Perspective of Winning, PM Press, London, 2012, p. 14. [T. de la A.].
[6] León Trotsky, Problemas de la vida cotidiana, Edicions Internacionals Sedov, Valencia, 2015.
[8] Nina López, “A Winning Perspective”, en Selma James, op. cit., p. 9.
[9] Marcus Rediker, “A Grateful Preface”, en Selma James, op. cit., pp. 1-2.
[10] Silvia Federici, Salario para el Trabajo Doméstico. Comité de Nueva York 1972-1977. Historia, teoría y documentos, Traficantes de Sueños, Madrid, p. 23.
Asia/China/08-12-2019/Autor(a) y Fuente: spanish.xinhuanet.com
Estudiantes de la parte continental china obtuvieron el nivel más alto en lectura, ciencia y matemáticas en la reciente prueba de educación global PISA realizada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), de acuerdo con los resultados publicados este martes.
Les siguen estudiantes de Singapur y de dos regiones administrativas especiales de China: Macao y Hong Kong. Los primeros lugares de los países no asiáticos de la OCDE fueron Estonia, Canadá, Finlandia e Irlanda.
La prueba PISA de la OCDE 2018 examinó a unos 600.000 estudiantes de 15 años de edad en 79 países y economías en lectura, ciencia y matemáticas. El foco principal fue puesto en la lectura y la mayoría de los estudiantes realizaron la prueba en computadoras.
Los estudiantes de Beijing, Shanghai, las provincias de Jiangsu y Zhejiang, representaron a la parte continental china en esta prueba. En lectura, obtuvieron una puntuación significativamente más elevada que sus pares de otros países.
«La mayoría de los países, en particular en el mundo desarrollado, ha presenciado poca mejoría en su desempeño en la última década, a pesar de que el gasto en educación aumentó 15 por ciento en el mismo periodo», señaló la OCDE al publicar los resultados.
«Uno de cada cuatro estudiantes en los países de la OCDE son incapaces de completar las tareas de lectura aun más básicas, lo que significa que probablemente tendrán problemas para forjar su camino en la vida en un mundo cada vez más volátil y digital», agrega.
En ciencia y matemáticas, alrededor de uno de cada cuatro estudiantes en los países de la OCDE, en promedio, no lograron el nivel básico de ciencia (22 por ciento) o matemáticas (24 por ciento). Eso significa que no pueden, por ejemplo, convertir un precio en otra moneda distinta.
Alrededor de uno de cada seis estudiantes (16,5 por ciento) en Beijing, Shanghai, Jiangsu y Zhejiang de China, y uno de cada siete en Singapur (13,8 por ciento), tuvieron el mejor desempeño en matemáticas, en comparación con sólo 2,4 por ciento en los países de la OCDE.
Respecto a la equidad en la educación, los estudiantes tuvieron un mejor desempeño que el promedio de la OCDE en 11 países y economías, incluidos Australia, Canadá, Dinamarca, Estonia, Finlandia, Japón, la República de Corea, Noruega y Reino Unido, mientras que la relación entre el desempeño de lectura y el estatus socioeconómico fue el más débil.
«Esto significa que estos países cuentan con los sistemas más equitativos en los que los estudiantes pueden prosperar, sin importar su origen», expresó la OCDE.
La prueba descubrió que las niñas superaron de manera significativa a los niños en lectura en promedio entre los países de la OCDE, en el equivalente a casi un año escolar.
En todo el mundo, las brechas más estrechas estuvieron en Argentina, la parte continental china, Chile, Colombia, Costa Rica, México, Panamá y Perú. Los niños se desempeñaron ligeramente mejor que las niñas en matemáticas, aunque un poco por debajo en ciencias.
Tras el éxito de ‘Una odisea’, el profesor y crítico ha reunido en un volumen ensayos sobre la cultura pop en los que se cuela un cierto espíritu clásico.
Sin haber salido aún de la estela del éxito de su Una odisea, el pasado 26 de octubre Daniel Mendelsohn presentó en Washington su nuevo libro: la colección de ensayos Éxtasis y terror. De los griegos a Juego de tronos. El profesor de griego clásico, escritor, ensayista, crítico y editor at large de la New York Review of Books, recopila en este volumen textos autobiográficos, crítica literaria y ensayos para abordar desde asuntos de actualidad (los atentados de Boston) hasta críticas de la cultura pop (Juego de tronos, el ciclo de Mi lucha de Knausgard), en un abanico de piezas cosidas implícita o explícitamente con el hilo de los clásicos griegos: Esquilo, Homero, La Ilíada, Sófocles… Y a veces todo ello mezclado, no agitado, que diría James Bond, como cuando aborda el asesinato de JFK como mito y tragedia.
Su libro anterior fue Una odisea: un padre, un hijo, una épica. Este lleva por subtítulo De los griegos a Juego de tronos. Han transcurrido más de dos mil años y el poso cultural de la antigua griega continúa teniendo una fuerza muy poderosa en la sociedad y la cultura del siglo XXI. ¿Por qué?
Mencionas Una odisea, que es un libro que ha tenido mucho éxito en España… es estupendo y me hace muy feliz; y esto es muy curioso: desde España hasta el Mar Negro, todo ese material clásico es, para bien o para mal, parte de nuestro ADN cultural europeo. Estamos programados para responder a esos estímulos porque eso es lo que ha creado nuestra cultura, las partes malas y las partes buenas de ella, y es por eso por lo que respondemos de manera muy fuerte a readaptaciones, reescrituras… Es algo que al final siempre conocemos, es parte de nuestro pensamiento, algo que, de un modo u otro, todos los miembros de la cultura europea comparten. Hemos sido creados por dos tradiciones, la clásica y la bíblica. Esa tradición siempre está flotando en el ambiente.
Sin embargo, es curioso, y le pregunto esto también como profesor de cultura clásica, que si uno dice: «Estoy leyendo a Esquilo», «Soy profesor de La odisea», «Uno de mis escritores preferidos es Jenofonte», suena a elitista y hasta esnob y, en general, se suele ver como obras que para nada son populares, sino como lecturas difíciles, complejas y para expertos.
Mucha gente dice eso, que los clásicos son elitistas y sofisticados, ¡pero no lo son! Pero, si uno es un buen profesor, si uno sabe cómo hablar sobre ello, la cosa cambiaría completamente. Hay que recordar que muchas de las obras clásicas que actualmente se consideran complejas, en su momento fueron obras muy populares, eran cultura popular. Es una cuestión de explicarlas y enseñarlas de una manera correcta, que es lo que a mí me gusta hacer: contarle a la gente por qué siguen siendo obras interesantes.
Usted también es crítico. ¿Ve una relación estrecha entre su labor de crítico y de profesor?
Absolutamente. Una buena parte de mi labor como crítico cumple una función pedagógica, claro está. Como crítico, trato de explicar un texto, sea una película, libro, una obra de teatro, y creo que a la gente le gusta leer eso. Desafortunadamente, muchos en el mundo de la academia no son grandes explicadores ni enseñantes. Además, la academia se convierte en multitud de ocasiones en una sociedad muy cerrada. Cuando se llega a cierto nivel en una carrera investigadora, la gente acaba hablando de una cuestión solamente entre ellos y renuncia a hablar con las personas de a pie para explicarles: esto es por lo que La Ilíada es maravillosa. Estoy convencido de que a la gente, cuando uno hace eso, le gusta mucho. A eso me dedico.
¿Hay una impronta de los clásicos griegos en Juego de tronos? ¿Por qué ha sido un fenómeno absoluto a todos los niveles, popular, entre la crítica, la academia y el mundo audiovisual?
Juego de tronos es, en cierta medida, una cultura patriarcal muy violenta, que es lo que eran tanto los romanos como los griegos. Pero como escribo en el ensayo recogido en este libro, en cierto modo la serie es más una historia medieval que una clásica. Es la intención también del autor del libro: crear una especie de mundo medieval paralelo. Uno de los elementos que sí pertenece a los clásicos en Juego de tronos, tanto en la serie como en los libros, es que tiene una muy clara y emocional manera de entender cómo funciona el poder y sus entresijos. Es como Tucídides. El poder es despiadado y cuando pierdes, mueres.
Casi siempre aparece el componente de la cultura clásica, de forma más o menos explícita.
Por mi trabajo, contemplo a menudo el ADN clásico que hay en la producción cultural… no siempre está ahí, pero muchas veces sí y esto no tiene por qué ocurrir necesariamente en un producto cultural, como digo en mi libro, sino en un hecho real como el que sucedió tras los atentados de Boston, en el momento en que todo el mundo se opuso a que enterraran en su localidad al autor de la matanza, Tamerlán Tsarnaev. Esa oposición a enterrar el cuerpo de tu enemigo es una historia que aparece en nuestra herencia cultural [en Éxtasis y terror, Mendelsohn recuerda que lo que “obsesionaba a la Antígona de Sófocles es que no enterrar a su hermano, no tratar al criminal de guerra como a un ser humano, habría sido en última instancia, abandonar su propia humanidad”]. Este es el tipo de análisis que disfruto haciendo, aunque mucho del trabajo que hago y he hecho como crítico en los últimos treinta años nada tiene que ver con los clásicos.
Me gustaría conocer su opinión respecto a que, cada vez más a menudo, como sucede en España, las reformas que se plantean y realizan en el sistema educativo es para extirpar del mismo las humanidades –latín, griego, filosofía, historia–, con el argumento de que el sistema educativo tiene que estar más ajustado a las necesidades del mercado y de las empresas, con lo que se asume, por un lado, que estas materias son improductivas y casi, digamos, veleidosas.
Los buenos pensadores y los pensadores críticos serán menos proclives a consumir lo que se quiere que se consuma y del modo en que se quiere que se consuma; por eso se hacen esas reformas. El problema con este enfoque de retirar las humanidades del sistema educativo es que obedece a una mirada muy miope sobre la realidad. Todo el mundo está ahora muy histérico sobre entrenar a los estudiantes en ciencias, tecnología técnica, ingeniería, matemática, lo cual está bien porque vivimos en una sociedad tecnológica y necesitamos tener trabajadores y consumidores bien educados en esos terrenos. No tengo ningún problema con eso, pero la razón por la que uno necesita las humanidades, estudiar humanidades, la razón por la que estas tienen que ser parte del sistema educativo es porque ninguna materia técnica te va a ayudar con tu vida: pueden ayudarte a encontrar un trabajo, pero cuando tu padre se muere no te van a ayudar en absoluto. Son los clásicos y las humanidades los que te van a ayudar. Por eso esas reformas proceden de una visión muy miope de lo que es útil. Las artes liberales, de las que todo el mundo habla sin cesar en las universidades, incluyen desde su origen también las ciencias, no solo es literatura. Es así desde los tiempos medievales: comprendían las ciencias, la literatura y las artes. Era un programa de formación completo y quitando una parte de ello lo que se obtiene son estudiantes que están… podríamos decir mutilados como personas.
Sin embargo, se insiste machaconamente en el argumento de que no son saberes prácticos…
Se dice: «Ah, es que tenemos que formarlos de manera práctica», pero es una manera muy estrecha de considera qué es práctico. Todas las materias que estudias te dan herramientas para la vida y si solo tienes la mitad de las herramientas acabarás teniendo una vida con la mitad de sentido, de significación. Realmente es lo que creo. Porque, como digo, si tu padre se muere o te enamoras o te sucede cualquier acontecimiento de la vida, necesitas herramientas que solo te darán las humanidades.
Es como el título de aquel libro de Lou Marinoff, Más Platón y menos prozac, que tanto éxito tuvo a finales del siglo pasado y primeros años de este.
El prozac es una manera de resolver tus problemas, pero definitivamente no es la más interesante, aunque es el modo al que cada vez más gente recurre para afrontarlos. Seguramente sea una manera fácil de hacerlo, pero no me interesa en absoluto.
Su libro Una odisea es un libro sobre su padre. En las últimos, dos o tres décadas parece que se está produciendo un boom de libros de no-ficción o autoficciones, en general, y aquí incluyo especialmente libros de memorias y, en concreto, libros sobre la figura paterna. Pienso, por ejemplo, desde títulos como Patrimonio, de Philip Roth (1991) hasta el más reciente La muerte del padre, el primero (2009) del ciclo Mi lucha, de Knausgard, que ha sido todo un fenómeno literario.
Antes que nada, hay que hacer una distinción: esto es algo que ha sucedido antes en Estados Unidos que en Europa. En Estados Unidos, este auge de las memorias comenzó en los años 70 del siglo pasado y creo que el fenómeno de la autoficción es un poco más reciente en Europa. Ciertamente, si uno mira en la gran fotografía en la atmósfera intelectual de nuestro tiempo, en parte es una reacción a internet y lo digital, donde la cuestión sobre lo que es real y qué es ficción ha sido problematizada. Esto ha llevado a muchos autores, no tanto en mi caso con Una odisea, a explorar las fronteras entre ficción y hechos reales en sus obras. De un modo general, como crítico, creo que es una reacción ante internet, ante toda esa información masiva, en el sentido de una suerte de impotencia o indefensión ante esa avalancha de información verdadera o falsa. Uno busca hoy en Google y encuentra ocho millones de respuestas a la cuestión planteada y no tienes manera de saber cuál es real y cuál no. Además, esto ha creado también una crisis política, una gran crisis en lo que tiene que ver con las elecciones y la educación de los ciudadanos. La autoficción y la no-ficción son en parte una reacción a estos problemas.
Su libro se titula Éxtasis y terror. Los atentados del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas nos introdujeron, precisamente, en una época de miedo, de incertidumbre, que también tiene que ver con la avalancha de información y desinformación. Y tras el 11S de 2001 vino el 11M de 2004, después la consolidación del cambio climático como uno de los grandes temas de este siglo y en 2008 la crisis financiera. No parece casual el enorme número de exitosos libros, películas y sobre todo series que abordan este miedo, a menudo a través de la ciencia ficción y las distopías. ¿Hay también una relación entre esa erosión de la realidad, la necesidad de anclarse a hechos reales y ese terror del título de su libro?
Estamos ante el colapso del orden surgido tras la Segunda Guerra Mundial, todo el mundo lo sabe. Yo soy mayor que usted [Mendelsohn nació en 1960], pero si usted hubiera nacido en los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial habría crecido con la asunción de que ese orden duraría para siempre y ahora estamos viendo que no, y esto significa que estamos en una crisis. Si uno mira la historia de la literatura, uno podría casi afirmar que todos los grandes movimientos literarios han surgido como respuesta a un momento de turbulencia, a gran crisis, en política, en economía, etcétera. Si uno mira a la novela del siglo XIX también se podría decir que es una respuesta a la revolución industrial, el auge de la burguesía… unos fenómenos que habrían sido impensables apenas cincuenta años antes. Así que, sí, toda explosión de la no-ficción, la autoficción, es una respuesta ante la ansiedad de qué es real y qué no y a la ansiedad ante el fin de una era.
Esto me lleva a plantear si, precisamente por eso, no es más importante que nunca el periodismo, tanto como la narrativa de ficción.
Es una gran cuestión. Pero es un asunto, de nuevo, donde la educación es muy importante porque si como ciudadanos somo incapaces de hacer distinciones entre verdad y ficción, entonces estamos precisamente en el momento problemático en el que nos encontramos en la actualidad.
La buena noticia cuando ciertos políticos, y pienso aquí en Donald Trump, atacan tanto a la prensa es, de hecho, un reconocimiento explícito a la función esencial del periodismo para las democracias.
¡Por supuesto! Si eres capaz de convencer a la gente de que la ficción es realidad, puedes robar un país entero para ti. Por eso ataca a la prensa.
Recuerdo cuando el conservador Michael Gove, en un debate sobre el Brexit, exlamó: «¡La gente está harta de los expertos!». Viene a ser lo mismo: la insistencia en que la realidad, la verdad, ya da igual, hay que guiarse por la emoción y no por los datos, por la razón.
Claro, creo que muchos factores vienen juntos con este problema de la dificultad de discernir la realidad de la ficción. La única respuesta que se puede dar aquí es: ante esto, hay que educar a las personas mejor, porque la educación es la única defensa que tenemos, es la única esperanza. Y fíjate que en esto tenemos el mejor detector de quiénes son los malos: cualquiera que tenga como objetivo recortar la educación, privatizarla, está promoviendo algo que, claramente, no es bueno. Lo peor es que lo estamos viendo por todas partes.
En Una odisea usted describe cómo, tras el semestre dedicado a la obra de Homero, usted y su padre –quien se matricula como uno de los alumnos del curso a sus 80 años– se deciden a hacer un crucero turístico por el Mediterráneo para visitar los lugares descritos en La odisea. Finalmente, por diversos problemas, el barco que los lleva cancela la visita a Ítaca. Usted y su padre se alegran. Sin embargo, no toda la tripulación de turistas lo ve así. Con esto quiero plantear, dentro de la reflexión general sobre el turismo cultural y patrimonial, el dilema de tener el interés lógico por visitar un sitio y al mismo tiempo saber que esa visita, si es muy masiva, acaba por destruir esos lugares, esas ciudades. Miremos lo que sucede con Venecia.
Por un lado, no poder llegar a Ítaca en nuestro crucero me hizo feliz. En parte, lo que planteas es un problema típico que pasa todo el tiempo en Proust, por ejemplo. Cuando uno finalmente consigue la cosa que se propone nunca está tan satisfecho como había imaginado. En el caso del viaje de mi padre y mío, me encantó el hecho de no poder llegar a Ítaca, me pareció muy poético. Como digo en el libro, si no alcanzas Ítaca tienes que seguir viajando, de modo que Ítaca es una especie de muerte. Por otra parte, mencionas Venecia y justo hace unos días que he estado allí. He pensado a menudo en este problema que supone el turismo en ciudades como Venecia. Es básicamente un problema antropológico: no puedes visitar un lugar sin arruinarlo. Si uno tiene la idea romántica que se suele tener de Venecia, las aguas, la decadencia, etcétera… luego uno llega allí y sólo hay turistas, casi nadie vive ya allí, es una especie de Disneylandia, eso sí, un tipo de Disneylandia muy sofisticado, más elitista, quizás. Es un problema evidente porque este tipo de turismo cultural masivo, incluso por la gente más bien intencionada del mundo, acaba destruyendo el lugar que ellos quieren amar, lo cual acaba convertido en una paradoja incómoda, especialmente en el caso de Venecia porque uno va allí y no puede tener la idea ni la sensación de saber cómo vive la gente de allí porque casi nadie vive ya en Venecia. Básicamente estás en un museo lleno de turistas en una visita que carece por completo de la autenticidad que buscabas y por la que has viajado hasta allí. Por supuesto, es mucho mejor que la gente quiera ir a Venecia que a Disneylandia. No se puede criticar tampoco que la gente quiera ver cosas: edificios, obras de arte, lugares hermosos…
Por supuesto y, al fin y al cabo, ¿no es en busca de la autenticidad por lo que la gente quiere ver y visitar sitios como Venecia?
Es una gran cuestión dentro de la civilización del consumo: todo se mercantiliza de manera que todo deviene barato y accesible pero inauténtico, por lo que la gente continúa su búsqueda de cosas y experiencias auténticas. Es el último deseo de la sociedad de consumo del capitalismo tardío, la autenticidad, porque cuando lo auténtico está localizado en el consumo, nada se siente como auténtico. Esto me lleva a las cuestiones iniciales sobre las humanidades: esto es por lo que las personas necesitamos la educación y las humanidades, porque lo que uno obtiene de una educación humanística es auténtico y siempre lo será. La lectura de una obra como La odisea nunca podrá ser mercantilizada, es una experiencia real, esrealidad, y esto es ahora más importante que nunca lo ha sido antes. Por eso hay que fomentar las humanidades como defensa contra esa insípida cultura del consumo, porque de otro modo uno se queda sin cimientos, sin raíces, sin nada. Por eso los políticos la atacan: porque los ciudadanos auténticos son capaces de pensar y más capaces de resistir y no dejarse engañar por la propaganda política.
Termina la entrevista y la conversación gira hacia España y la literatura: “Me encantó Sefarad, de Antonio Muñoz Molina, un libro extraordinario. Casi todo el mundo prefiere Barcelona, pero yo me quedo definitivamente con Madrid. Y Galdós, ¡es excelente! Su Fortunata y Jacinta es una obra mayor”.
Entrevista/05 Diciembre 2019/Autor: Nacho Meneses/El país
La bloguera y crítica literaria explica los beneficios que la lectura tiene en los niños, y de cómo conseguir que esos recuerdos compartidos influyan positivamente en su futuro desarrollo
Apasionada de la radio y la comunicación empresarial, Beatriz Millán (mamá de Martina y Julieta) quiso ser periodista, pero se lo impidió la nota de Selectividad y se embarcó en una montaña rusa que la llevó a licenciarse en Filología Hispánica, primero, y en Publicidad y Relaciones Públicas después, mientras trabajaba en turismo de Madrid, se casaba y tenía una hija. “Nada que no haga cualquier otra madre”, aunque sea inevitable pensar que quizá no siempre en tanto grado. Autora de Una madre en la ciudad (ed. Lunwerg), su propia visión de una maternidad sin complejos, esta bloguera y crítica literaria infantil recibió la semana pasada en la embajada de Italia el reconocimiento en forma de premio especial del Festival Internacional de Comunicación Infantil El Chupete. Otros premiados fueron Save the Children, Caixa Forum y la pasarela de moda infantil Petit Fashion Week.
Con más de 43.500 seguidoresen Instagram, Beatriz Millán comenzó su propio blog a principios de 2012 con la simple intención de recomendar los libros que leía con Martina, su hija mayor, y muy rápidamente empezó a recomendar sitios family friendly en Madrid, ciudad por la que le encanta perderse con sus hijas: “Rutas, cafeterías con tronas o cambiadores, tartas caseras, jugueterías, librerías especiales, etcétera. Y se me empezó a juntar todo con reflexiones sobre la llegada de mi segunda hija, la lactancia materna…” Poco después llegó la cuenta de Instagram, un método que ella considera más rápido, ágil y fácil para compartir sus recomendaciones literarias (agrupadas bajo el hashtag #365bm).
“En 2015, me propuse recomendar (y reseñar) un libro diferente cada día; y lo conseguí. Algunas editoriales contactaron conmigo para que recomendara sus novedades editoriales, y yo les dije que de acuerdo, pero con la condición de recomendar solo lo que me gustara”, puntualiza.
PREGUNTA: ¿Por qué es tan importante leer en familia?
RESPUESTA: Para crear recuerdos. Uno de los que yo tengo desde pequeña es que mi madre siempre me leía por la noche. Yo quería crear esos recuerdos en la mente de mis hijas, y no solo de leer a la hora de dormir, sino a cualquier hora. Ser un adulto y tener esos recuerdos está genial. Así que cuando empecé con las recomendaciones, lo hice con el hashtag #hoyleemos. Es un plural que involucra a un adulto acompañando a un niño en la lectura. Y empecé con libros ilustrados de 0 a 7 años, los que se les leen cuando los pequeños no pueden leer por sí mismos.
Si desde entonces te inculcan ese amor por la lectura, te genera unas inquietudes y tienes acceso a una cultura básica. Mucho se tiene que torcer el tema para que un niño que se ha criado entre libros, con ese amor, no lo lleve a la edad adulta y siga teniendo ese interés por descubrir nuevos títulos. Para mí, ser una persona leída es mucho mejor que ser una persona estudiada.
P: ¿Cuándo es un buen momento para leer?
R: Siempre… ¿Cuándo no lo es? Es verdad que, con los niños, la lectura está muchas veces asociada con el momento de ir a dormir, pero yo tengo muchas amigas que no pueden estar con sus hijos en esos momentos, porque viajan o tienen guardias, así que siempre es un buen momento para leer. Si les hemos criado entre libros, es raro que en algún momento ellos no cojan un libro y te digan: “Mamá (o papá), ¿me lo lees?”
P: ¿Cómo se puede fomentar más la lectura entre los más pequeños?
R: Para mí, se pueden hacer muchas cosas desde que son bebés. Así lo hice yo con Martina: tuvo su primer libro con uno o dos meses… Era un libro de tela con poco texto, pero que sí tenía texturas. Todas estas cosas, aparentemente, no tienen mucha importancia, pero a nivel cerebral, el simple hecho de que el niño esté haciendo la pinza para pasar una hoja le está dando a su cerebro mucha información sobre el espacio, los objetos en tres dimensiones… Cuando pueden interactuar con el libro, pueden pasar la página y ver lo que hay al otro lado; son los protagonistas de esos descubrimientos.
Cuando empiezan a tener más inquietudes, una forma muy asequible [de fomentar el interés por los libros] es sacarles el carné de la biblioteca y dejar que elijan por sí mismos, e incluso dejar que se equivoquen y que aprendan lo que les gusta y lo que no. Llevarlos a una librería y que participen de todas las actividades que se desarrollan en ese entorno, como el caso de los cuentacuentos; que los libros formen parte de los momentos especiales del niño (cumpleaños, navidades…) Y, por supuesto, que te vean con un libro en las manos, porque los niños aprenden con el ejemplo. No solo se trata de lo que estemos leyendo, sino de lo que compartimos juntos, sin distracción, sin el móvil…
P: ¿Libros o pantallas?
R: Los libros. Las pantallas son totalmente prescindibles hasta por lo menos los siete años. Evidentemente, los niños son nativos digitales, pero la lectura de un libro físico nunca se va a poder comparar, en grandeza, a una pantalla. Cuando son pequeños, necesitan leer, ver los desplegables, los colores de las ilustraciones… No es que esté en contra de las pantallas, pero se pierde mucho encanto.
Cuando mis hijas empezaron a gatear, les dejaba cestos por el suelo, en los que a lo mejor tenía libros, pinzas de la ropa, cosas que hacían ruido. Que los libros estén a su alcance durante todas las etapas del crecimiento es muy importante, porque les da una libertad y un acceso directo que tiene un gran efecto sobre ellos.
P: ¿Qué te hace recomendar una historia?
R: El que sean cuentos supersencillos, que a lo mejor tengan una historia desternillante, o donde las ilustraciones a lo mejor acompañen muy bien al conjunto… Son un conjunto de factores. Hay un montón de libros divulgativos, como el Atlas del Mundo (ed. Maeva), que hace dos o tres años fue un éxito y que a los niños de seis o siete años les encanta porque les permite observar. La mayoría de los niños quieren aprender a leer por sí mismos, para saber lo que pasa por el mundo y no tener que preguntárselo siempre a mamá o a papá.
En el caso de los álbumes ilustrados, los recomiendo cuando el texto está bien definido, con una historia que tiene sentido. Se llevan, además, puntos extra si el texto es inclusivo, si las ilustraciones son diversas (desde una perspectiva racial, de género… Como en el mundo actual). En los libros infantiles todavía hay una carencia de diversidad, como de personajes femeninos a los que les pasen cosas y resuelvan problemas; historias con niñas protagonistas… Se está avanzando mucho pero aún quedan muchas cosas por hacer: no solo hay niños blancos, sino de todas las maneras: lo que no se nombra no existe, y lo que les muestras en esa primera infancia va a definir la idea que ellos se crean del mundo en el que viven, y de lo que es “normal”, así, entre comillas. En caso contrario, pueden convertirse en mayores sin una mente tolerante y abierta.
P: Licenciada en Filología y en Relaciones Públicas, crítica literaria, exploradora, organizadora de eventos relacionados con la literatura infantil… Pero ¿quién es en verdad Beatriz Millán?
R: No lo he descubierto aún, sobre todo en esta época en que mis hijas ya tienen seis y nueve años. Cada día puedo ser alguien diferente, y eso está tan bien. Me viene bien descubrirlo sobre la marcha… Y por cierto: tampoco sé lo que quiero ser de mayor. Desde que dejé de trabajar en Turismo de Madrid, supe que quería seguir hablando de mi ciudad. Me gusta perderme por ella, descubrir sitios y ver cómo la ciudad evoluciona, fluye y vibra. Y me gusta comunicarlo.
Una comunicación cercana que Beatriz sigue tomándose muy en serio, como si su audiencia estuviera compuesta de 2.000 y no 43.000 personas, aunque al reflexionar confiesa que no se ve viviendo de Instagram toda la vida. Esas marcas que le piden crear contenido patrocinado, afirma, son las que de verdad le permiten crear un contenido gratuito de manera habitual. “Quizá termine abriendo una cafetería librería donde las familias vengan con sus hijos a leer, y si les gusta que se lo compren”. O, por qué no, quizá monte un pequeño hotelito rural. Para lo de ser azafata de vuelo, igual ya es tarde. O no. Con Beatriz, nunca se sabe.
Las misiones culturales y pedagógicas puestas en marcha a partir de 1917 hunden sus raíces en las misiones evangelizadoras españolas, también en pedagogos como Dewey. Hoy por hoy siguen existiendo en buena parte del país.
Cuando terminó la Revolución Mexicana, en la segunda década del siglo 20, se desató una histórica movilización a favor de la educación de los habitantes más pobres. El documento emblema del desenlace revolucionario fue la Constitución de 1917, ideario para equilibrar los progresos económicos del prolongado gobierno de Porfirio Díaz con las terribles asimetrías sociales.
El decenio que sigue a la Constitución del 17 es uno de los periodos luminosos de la pedagogía en México. Dos instituciones surgieron en esos años, al calor de la época inaugurada por la naciente Secretaría de Educación [el ministerio de educación, como llaman en la mayor parte de los países del continente]: la escuela rural y las misiones culturales.
La Revolución Mexicana encontró al país con un déficit formativo bárbaro, pues solo alrededor del 10 por ciento de la población estaba alfabetizada. Una sociedad empobrecida, rural y analfabeta fue el centro de atención de personajes señeros en la historia de la educación mexicana, ninguno como José Vasconcelos, primer secretario de Educación y rector por un periodo breve de la Universidad Nacional Autónoma de México [UNAM], la máxima casa de estudios del país, una de las primeras en el continente. Su vocación social se cincela en una frase que lo inmortalizó cuando llegó a la rectoría: “Yo no vengo a trabajar por la Universidad sino a pedir a la Universidad que trabaje por el pueblo”.
En la base de una de sus más grandes propuestas, las misiones culturales, se encuentra la concepción católica que trajeron los españoles con el periodo colonial. No es fortuita la asociación: misiones culturales y misiones evangelizadoras; misioneros en la obra evangélica y misioneros en la tarea pedagógica. En la raíz de las misiones que trajeron la palabra divina a las tierras del Nuevo Mundo, se rastrea también la concepción educativa de John Dewey, gracias a las enseñanzas impartidas a mexicanos en Estados Unidos.
Las misiones culturales son una obra pedagógica henchida de fervor, conformadas por equipos multiprofesionales que cubren de la lectoescritura a oficios artesanales. Se concibieron para colocar a la escuela como centro de la vida comunitaria, ejemplo y promotora de la solidaridad social y el amor a la patria, que sirven al mejoramiento material, económico, social y espiritual de las pequeñas comunidades donde se asientan. Además, era vital en la formación de los maestros rurales que atenderían las escuelas en la cruzada contra la ignorancia.
La misión pedagógica de Vasconcelos es contemporánea a la máxima expresión pictórica mexicana: el muralismo, con nombres propios de la estatura mundial de David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y Diego Rivera. Su visión era global, así lo constatan la distribución masiva de obras literarias clásicas en una sociedad iletrada, o las relaciones con personajes clave de Latinoamérica, como el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre o Gabriela Mistral, quien colaboró en aquellas reformas pedagógicas.
Las misiones culturales
Casi 100 años después, las misiones culturales sobreviven con una mística que anuda vocación y una singular propuesta que persiste por la labor de un puñado de educadores populares que convierten la carencia en desafío.
En Colima, el estado más pequeño de México por su número de habitantes, hay cuatro misiones culturales. Elijo una de ellas para adentrarme en su vida cotidiana, entrevistarme con el director y los misioneros. Se ubica en Buenavista, pueblo a 15 kilómetros de la capital, con poco más de mil habitantes, cuya vida económica gira en torno a la agricultura y la ganadería.
La experiencia es inédita para quien peregrina entre centros educativos buscando acontecimientos extraordinarios, prácticas ejemplares o personas que hacen de su trabajo una vocación. En el pueblo pregunto cómo llegar a la dirección que me indicaron, un centro comunitario de mujeres. El edificio atrás de los hombres que me observan es una construcción semiconcluida o en proceso de destrucción. Se miran entre sí, antes de responder a la pregunta. Por su desconcierto afino: busco la misión cultural. Ah, exclaman, es aquí. Son sus misioneros, sentados unos, trabajando con escobas y palas otros, a la sombra de un árbol añoso.
Me reciben el jefe de la misión, David, y el supervisor de las cuatro misiones, Octavio. Nos sentamos en una mesa para ocho personas; la tarde de viernes es fresca. Se avecina una lluvia intensa, porque aquí llueve diario al atardecer. El viento húmedo se cuela por las paredes y entre ladrillos rotos, en huecos que hacen mucho tiempo perdieron la condición de ventanas. Se amontonan alrededor de la mesa todos los artefactos de la misión, que apenas tiene un año en el lugar: cafetera, una vieja computadora, la bandera nacional, equipo de sonido, horno de microondas, un estante que almacena libros y objetos varios; en la otra mitad, sillas arracimadas. Durante el ciclo escolar atienden a 109 educandos, 90 mayores de 15 años.
Sentados los tres, el director, el supervisor y yo, arrancamos la conversación. Preparo mi cuaderno. Ellos van hilando sus comentarios, historias, anécdotas, algunos pesares, mucha ilusión; se nos van dos horas. Cae una lluvia copiosa, cargada de truenos que retumban en ese sitio frágil, con techo de lámina de asbesto, prohibida hace mucho tiempo por sus efectos cancerígenos. Mientras ellos hablan, me esfuerzo para escucharlos, con los sonidos de la lluvia rebotando en el techo, los rayos que cruzan el cielo, cuidando que las gotas que se cuelan no caigan en las hojas del cuaderno y borren mis apuntes.
Escribo en la quinta página: ¿Cómo se puede prometer en la máxima ley del país que la educación será equitativa y de excelencia, para esta clase de sitios, donde la gente hace su trabajo con dedicación, pero es invisible para políticas y presupuestos?
Decadencia y olvido
En esas dos palabras resume el supervisor el trato que reciben las misiones culturales. Ejemplifica. A esta Misión llegaron los últimos apoyos hace tiempo: más de 11 años pasaron desde que recibieron un equipo eléctrico para el taller; en el año 2000, una trompeta, teclado y guitarra para el maestro. Lo más reciente, dicen con una sonrisa resignada, fue un paquete de útiles escolares, que me muestran para no dejar sombra de dudas: un diccionario Larousse, cuatro cuadernos, dos plumas (roja y azul), un borrador y un sacapuntas, entregado a la Misión el 27 de septiembre.
¿Por qué entonces persisten las misiones culturales? La lluvia arrecia, los ojos del supervisor brillan y enciende el discurso: porque es un “proyecto glorioso de José Vasconcelos”; porque en las comunidades hay una percepción positiva de las misiones culturales; porque las misiones culturales atienden necesidades de la comunidad y porque le dan vida a los espacios donde se instalan.
Aquí se enseña con pocos recursos, pero abundante alegría. Es el espíritu misionero, la vocación pedagógica y un contagioso sentimiento social que se concreta entre sus palabras y hechos. Misioneros del siglo 21 tratando de remover una realidad que se estacionó a la mitad del siglo pasado.
Centroamérica/Panamá/05 diciembre 2019/Prensa Latina
Tras nueve años sin aplicarse en Panamá, las pruebas Pisa revelaron el bajo nivel de la educación en el país centroamericano, al relegarlo al puesto 71 entre los 77 evaluados a nivel mundial.
Los exámenes realizados en 2018 por el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA, por sus siglas en inglés) de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) evaluaron los conocimientos y habilidades en matemáticas, ciencias y comprensión de los estudiantes panameños de 15 años.
Según los resultados develados este martes, el 64 por ciento no puede ‘identificar la idea principal en un texto de longitud moderada, encontrar información basada en criterios explícitos, ni reflexionar sobre el propósito y la forma de los textos cuando se les indica explícitamente que lo hagan’.
Al respecto, el estudio refleja que apenas un 34 por ciento alcanza este mínimo de comprensión, o sea, de cada 10 alumnos más de seis no entienden lo que leen, cifra que contrasta con los países miembros de la OCDE, donde el 77 por ciento está capacitado para esta función básica.
En cuanto a la evaluación en ciencias, solo el 29 por ciento es competente a la hora de sacar algunas conclusiones a partir de diferentes fuentes de datos, además de describir y explicar en parte las relaciones causales simples.
Sin embargo, el panorama más crítico está en matemáticas, en las cuales el 81 por ciento de los estudiantes no sabe responder un cálculo simple como comparar la distancia total a través de dos rutas alternativas o convertir los precios a una moneda diferente.
En tal sentido, el informe expresa que en el mundo solo el 24 por ciento no llega a este nivel, en el que los alumnos de Filipinas y República Dominicana están por debajo de Panamá.
Esta es la segunda vez que la nación centroamericana participa en ese examen, el cual evalúa hasta qué punto los educandos cercanos a concluir su educación obligatoria adquirieron los conocimientos y habilidades necesarios para participar activamente en la sociedad del saber.
De acuerdo con los resultados finales, Panamá se ubica muy por debajo de la zona media en lectura y comprensión de un texto escrito, eje principal del más reciente estudio en el que Estonia y Canadá alcanzaron las mejores calificaciones, mientras matemáticas y ciencias fueron dominadas por China.
El programa de evaluación internacional PISA se aplicó por primera vez en el año 2000 con la colaboración de 28 países miembros de la OCDE, entre ellos México.
Recientemente la novena edición anual del Índice de Dominio del Inglés de la compañía Education First, líder mundial en la enseñanza de idiomas en el extranjero, ubicó a la nación istmeña en el lugar 64 entre las 100 de la región evaluadas, lo que refleja un descenso de ocho posiciones con respecto a 2018.
OtrasVocesenEducacion.org existe gracias al esfuerzo voluntario e independiente de un pequeño grupo de docentes que decidimos soñar con un espacio abierto de intercambio y debate.
¡Ayúdanos a mantener abiertas las puertas de esta aula!