Es un despropósito que la multinacional Amazon, en vez de tributar los impuestos correspondientes, utilice los recortes educativos que ha contribuido a provocar también con la evasión de impuestos, para incitar a las familias y a los centros educativos a que compren sus productos y así “donarles” una limosna a quienes le sean fieles como consumidores de su marca con la campaña “Un clic para el cole”.
La multinacional Amazon ha lanzado en septiembre de 2020 una campaña de marketing y publicidad denominada «Un clic para el cole», donde promete hacer donaciones de los materiales que le sobran a los colegios que se lo pidan. Con truco. Esta multinacional, que ha provocado el cierre de innumerables comercios y distribuidores de cercanía, y cuya cifra de negocio en 2019 ha sido de más de 79.220 millones de dólares, exige para hacer esa “donación” que se le compre previamente. Y, solo entonces, donará “hasta” el 2,5% del valor de las compras al centro escolar que seleccione quien haya hecho la compra. Lo cual impulsará a que sean las familias de esos centros quienes gasten miles de euros con Amazon, para conseguir las limosnas de la multinacional. Negocio redondo. Marketing y estrategia comercial de manual de primero de carrera.
De hecho, así lo han empezado a demandar los avispados “emprendedores” de algunos centros educativos que, más bien, parecen haberse convertido en comerciales de Amazon. Escriben a las familias para animarlas a comprar en esta multinacional porque así “conseguiremos un buen pellizquito con ayuda de todos”. Por supuesto, les agradecen la colaboración en aumentar la riqueza que ha acumulado Jeff Bezos, el dueño de la multinacional, diciendo: “mil gracias por adelantado y confiando en vuestra colaboración”.
Si ya han comercializado los espacios públicos educativos con las máquinas de productos azucarados, y han colonizado los centros educativos con patrocinadores que imponen sus logotipos y sus materiales “didácticos” comerciales, especialmente ahora con la edutech y las plataformas digitales que acumulan datos de nuestro alumnado, esta última versión para comercializar y convertir en negocio incluso las compras de las familias y los centros educativos introduce un “nuevo valor” en la educación de estos centros: la incitación al consumo (por supuesto, al consumo de su marca) para conseguir donaciones.
En el libro de investigación “En los dominios de Amazon. Relato de un infiltrado”, Jean-Baptiste Malet, su autor, habla de la explotación sin límites de las mujeres y hombres que generan la riqueza de una empresa. Una multinacional rodeada de un incomprensible secreto donde no se puede acceder y quien trabaja en ella no puede hablar de su jornada en la cadena de producción, de sus condiciones de trabajo, cuando la legislación laboral les permite hacerlo.
Amazon no paga casi ningún impuesto a los estados donde opera y la compra en esta multinacional no está sujeta al IVA, explica Malet. Mediante un inteligente montaje financiero, Amazon ejerce una actividad comercial cuyos clientes, almacenes y trabajadores se encuentra físicamente y en su inmensa mayoría en los países en los que opera, pero cuyo cajero está situado en Luxemburgo, un paraíso fiscal.
Estamos entregando así nuestro apoyo a este tipo de empresa que crea “zonas de libre procesamiento” o maquilas del sur, pero trasladadas al norte. Zonas “libres” de sindicatos, de derechos laborales, de tributación fiscal y de protección del medio ambiente. Es uno de los extremos de la explotación capitalista, que con Amazon se está generalizando por todo el mundo, implantando de nuevo las condiciones de semiesclavitud del siglo XIX.
¿Es este el tipo de educación que queremos para nuestros hijos e hijas? La educación es un derecho que la comunidad social está obligada constitucionalmente a garantizar, según el Título I, destinando los impuestos públicos a ello, en vez de a rescatar bancos o las autopistas quebradas. Pero han sido los responsables políticos de las anteriores legislaturas los que decidieron recortar en educación pública más de 9.000 millones de euros y echar a más de 20.000 docentes de la educación. Por eso, algunos centros se ven aguijoneados a entrar en estos miserables chantajes que se inventan los equipos de comerciales de los hiperricos para seguir enriqueciéndose.
Los servicios públicos deben sufragarse con impuestos. No con donaciones. Las donaciones son una decisión voluble del rico de turno que busca o bien publicidad o bien desgravación fiscal y publicidad o bien expandir su marca, desgravarse fiscalmente y publicidad. Pero la educación es un derecho que debe garantizarse todos los días. Que no puede depender de la caridad, del humor o la bondad con la que se levanten los multimillonarios, que han acumulado su riqueza explotando a otros seres humanos. Qué educación estaríamos dando entonces a las futuras generaciones.
Un principio fundamental de la Escuela pública es la equidad. Lo cual significa que todos los centros tienen que tener una asignación de recursos equitativa en función de las necesidades del alumnado y los centros. No buscar enfrentar a los centros y competir entre ellos por conseguir donaciones y contar con mejores materiales que otros, porque se les ha recortado la financiación que deberían tener.
En caso de producirse donaciones, éstas deben ser claramente desinteresadas, tener un carácter centralizado y que los responsables educativos establezcan un reparto en función de los criterios de necesidad y equidad que deben regir la política educativa.
Ante la amenaza de una enfermedad transmitida por el aire, potencialmente mortal y aún sin el desarrollo de una vacuna, ¿cómo garantizar el regreso a clase de los niños de forma segura? Este actual dilema también fue enfrentado hace un siglo, cuando la tuberculosis era un mal devastador.
A finales del siglo XIX, esta enfermedad bacteriana mató a uno de cada siete ciudadanos en Europa y Estados Unidos, según datos de los Centros para el Control de Enfermedades de EE.UU. (CDC). La vacuna se elaboró en 1921, pero pasarían muchos años antes de que fuera ampliamente adoptada en todo el mundo.
Para proteger a los niños en las escuelas, una solución fue utilizar los espacios abiertos como aulas: con pizarras y escritorios portátiles, los estudiantes y maestros ocuparon jardines y utilizaron la observación de la naturaleza para aprender sobre ciencia, arte o geografía, por ejemplo.
Las llamadas «escuelas al aire libre» surgieron en Alemania y Bélgica en 1904, y el movimiento avanzó en las décadas siguientes, hasta el punto de ser el tema, en 1922, del I Congreso Internacional de Escuelas al Aire Libre, en París.
También inspiró acciones en EE.UU., Cuando, en 1907, dos médicos de Rhode Island sugirieron abrir escuelas en áreas abiertas, según el diario The New York Times.
Con el éxito de la iniciativa (ya que allí ningún niño se enfermó de tuberculosis), en los dos años siguientes se crearon en el país 65 escuelas más de este tipo, en predios vacíos, techos de edificios e incluso transbordadores abandonados.
En Brasil también se incorporó la idea, aunque hay pocos registros sobre el tema, pero el investigador André Dalben encontró historias sobre escuelas de este tipo desde 1916 en Campos de Goytacazes, Angra dos Reis y Manaus y, más tarde, la llamada Escuela Débeis, en Quinta da Boa Vista, en Río de Janeiro, entre 1927 y 1930.
«La tuberculosis era una gran preocupación, junto con otras enfermedades infantiles, como la anemia y la desnutrición. En general, las escuelas atendían a los niños de familias pobres, lo que muestra una tendencia hacia la higiene: ya que se pensaba que sus organismos eran más enfermos», explica Dalben a BBC News Brasil.
La idea, dice, era sacar a estos niños de lugares insalubres, como viviendas superpobladas, y ponerlos en contacto con la naturaleza, con la intención de fortalecer su sistema inmunológico.
Uno de los programas más duraderos fue el de la Escuela de Aplicación al Aire Libre (EAAL), que operó en el Parque da Agua Branca, al oeste de Sao Paulo, entre 1939 y la década de 1950, cuando la escuela se trasladó a un edificio cercano, en Barrio Lapa.
EAAL fue estudiado por Dalben, ahora profesor de la Universidad Federal de Sao Paulo, en su posdoctorado en la Pontificia Universidad Católica de Sao Paulo.
La escuela de Sao Paulo no encajaba en el perfil de las demás: enseñó a estudiantes de familias influyentes de clase media de esa ciudad que vivían cerca del Parque da Agua Branca, en áreas que ahora albergan barrios como Pompeia y Perdizes.
Dalben explica que la escuela, que contaba con un alumnado de 350, fue considerada un modelo por la administración del estado de Sao Paulo y tenía un plan de estudios diferente e incluso una lista de espera para las plazas.
«Pero no sé cómo era el día a día en la escuela. Se me acercaron algunos exalumnos, hoy en sus 80, que dijeron que tenían maestros muy estrictos. Así que quizás en la práctica no sería muy distinta a las demás.»
Contacto con la naturaleza y protagonismo de los alumnos
Además del control de la tuberculosis, el modelo de escuelas al aire libre floreció en el período entre las guerras mundiales, época de auge de nuevos ideales de sociedad y educación, dice a BBC News Brasil Diana Vidal, profesora de Historia de la Educación en la Facultad de Educación en la Universidad de Sao Paulo (USP).
«Hubo un debate entre los educadores contra la experiencia escolar del pasado, con miras a crear una que fuera más amigable, promoviendo la defensa de la democracia, para crear una generación más pacífica y solidaria».
Aunque el ideal no se materializó – poco después llegaría la Segunda Guerra Mundial – Vidal explica que esta fue la semilla para la defensa de una enseñanza más cercana a la naturaleza, con protagonismo juvenil, que comprometiera a los niños en proyectos prácticos, combinando actividades físicas, desarrollo intelectual y emocional y tenía al maestro como mediador, en lugar de solo un proveedor de contenido.
Son ideas que se mantienen vigentes (y no siempre puestas en práctica) en la educación actual.
André Dalben dice que las escuelas al aire libre de principios del siglo XX ya eran llamadas un «cometa médico-pedagógico», que terminó casi desapareciendo en las décadas de 1950 y 1960.
Primero, porque las enfermedades infecciosas han dejado (al menos hasta este año) de ser tan devastadoras, dice Dalben. Luego, explica Diana Vidal, porque prevaleció el modelo de escuela similar al estilo del régimen de fábrica, que implementa horarios fijos de llegada y salida y trata de acomodar al mayor número posible de alumnos dentro de un espacio físico, con el fin de optimizar recursos y gastos.
Parques, plazas y clubes
Diana Vidal se fijó en las escuelas al aire libre del pasado cuando vio imágenes del regreso a la escuela en Manaus, a principios de agosto, con niños pequeños con mascarillas y sentados en un aula con separadores acrílicos entre ellos.
«Quizás estamos tan apegados a las soluciones empresariales, diseñadas para adultos trabajadores, que no podemos reconocer la insuficiencia de estas medidas para los estudiantes en los primeros años de la educación básica», escribió Vidal en un artículo en el periódico de la USP.
Por otro lado, afirma, «al poner a los niños en mayor contacto con la naturaleza, se crea una discusión sobre las prácticas de enseñanza. (…) Empiezan a explorar otros espacios en la experiencia educativa – con nuevos contenidos y nuevas relaciones «.
Además, los estudios hasta el momento indican que la proliferación del nuevo coronavirus es mucho menor en espacios abiertos y ventilados naturalmente.
«El virus termina diluido infinitamente al aire libre», dijo a la BBC en mayo la profesora de epidemiología Erin Bromage de la Universidad de Massachusetts en Dartmouth, EE.UU. «Entonces, cuando una persona enferma exhala, los gérmenes se disipan muy rápidamente».
Pero, en la práctica, ¿cómo trasladar la escuela al espacio exterior, principalmente en las grandes ciudades, con pocas áreas libres disponibles?
En agosto, la organización brasileña de derechos del niño Alana lanzó, con base en las directrices de la Sociedad Brasileña de Pediatría y la Unión de Directores de Educación Municipal (Undime), un documento con sugerencias para el uso de los espacios públicos para reanudar las clases presenciales.
El texto sostiene que, si bien el tiempo para regresar a las escuelas debe ser definido por las autoridades de salud, la forma en que esto ocurrirá también debe ser discutida por las autoridades que administran las instalaciones públicas de la ciudad, como parques y plazas.
Entre las sugerencias se encuentra la creación de salas temporales en parques, plazas y clubes, dirigidas principalmente a los más pequeños, con el fin de liberar más espacio interno de la escuela para programar el regreso a la escuela de niños mayores y adolescentes.
También sugiere el uso de mesas de picnic o poda de árboles para crear bancos de madera, asociados con materiales livianos (como rotafolios y tableros con sujetapapeles) traídos de la escuela.
Un obstáculo importante, dice el documento, es que solo el 40% de los centros preescolares del país tienen áreas de juego y solo el 25% tienen áreas verdes. E incluso antes de la pandemia, el contacto de muchos niños con la naturaleza ya era raro o insuficiente, un contacto que podría ayudar a promover una infancia más rica, más creativa y más saludable.
Para André Dalben, las escuelas al aire libre del pasado son una inspiración para repensar la arquitectura de las escuelas de hoy. «Cuando comencé a investigar esto, estaba enfocado en la educación ambiental infantil, (como solución) para que esta educación no tuviera que ser un contenido único, sino que pasara por todas las disciplinas. Y ahora también está la pandemia», dice.
«Podemos pensar en las escuelas junto con las ciudades en su conjunto, con más uso de parques y espacios públicos. No vamos a seguir las mismas líneas que la escuela al aire libre del pasado, pero las vamos a reinterpretar».
De California a Cachemira
Al mismo tiempo, desde regiones ricas y desarrolladas hasta áreas más pobres y conflictivas, el uso de espacios abiertos se ha discutido en diferentes partes del mundo.
En los EE.UU., La organización Green Schoolyards (escuelas verdes) creó la Iniciativa Nacional de Aprendizaje al Aire Libre, recopilando estrategias que están siendo adoptadas por las escuelas estadounidenses.
Una de ellas, en California, instaló pizarras portátiles, filtros de agua potable y bloques de heno rectangulares en el patio, que sirven tanto de banco para sentarse como de bloques gigantes para jugar o compartir espacios.
Dinamarca también creó un portal con propuestas de «educación fuera del aula» en medio de la pandemia. Una de las estrategias es mantener a los niños en grupos pequeños durante todo el día, evitando el contacto entre ellos y haciendo un mayor uso de los espacios externos de cada escuela.
En la conflictiva y vulnerable región de Cachemira, ubicada en la frontera entre India, China y Pakistán, otra iniciativa ha llamado la atención. Los niños estudian al aire libre, incluso en condiciones climáticas impredecibles, ya que el «nuevo salón de clases» está al pie de la cordillera del Himalaya.
Los estudiantes y maestros usan máscaras protectoras y pueden instalar carpas para cubrirse, pero toman clases incluso bajo la lluvia.
Diana Vidal, de la USP, dice que todavía ve pocas discusiones sobre el tema en Brasil, pero ve las experiencias pasadas como un tubo de ensayo, para fomentar el debate público.
«A medida que se fueron consolidando los modelos de escuela, también se naturalizaron y nos olvidamos de otras posibilidades», dice Vidal.
Incluida la posibilidad de obviar, cuando sea posible, el aula física.
«El exterior no tiene por qué ser solo para las famosas excursiones escolares. Nos veremos obligados a utilizar el exterior, que es mucho mejor que el cerrado. Es una invitación a pensar en cómo aprovechar mejor los espacios que tenemos«.
Fuente e imagen tomadas de: https://www.bbc.com/mundo/noticias-54070581
El arte urbano ayuda a prevenir la covid-19 en diversas comunidades empobrecidas de todo el mundo, allí donde interpretar un dibujo es más sencillo para las personas analfabetas
A menudo considerado como acto vandálico en las grandes ciudades, el arte urbano se ha convertido durante la actual pandemia en un aliado inesperado a la hora de transmitir las diferentes medidas de prevención. En países como Perú, Senegal o la India, no toda las comunidades y barrios cuentan con acceso a la información sobre las imprescindibles normas de higiene y distanciamiento social, y corren el riesgo de quedar totalmente expuestas al virus. En este caldo de cultivo han nacido alternativas para llegar a todos, como el arte urbano: la creación de murales se ha revelado como una herramienta muy eficaz para fomentar la sensibilización entre las poblaciones más vulnerables del planeta. Estos son algunos ejemplos en tres continentes
Asia: el artista indio que alerta a sus vecinos
Con más de 1.300 millones de habitantes, la India es uno de los países más complicados a la hora de gestionar un estado de alarma nacional. Según datos de la Unesco, el 37% de la población analfabeta del mundo pertenece a este país, mientras que un 50% de la población india no cuenta con acceso a Internet y hasta 1.652 lenguas y dialectos diferentes se distribuyen por toda su geografía. Se trata de un escenario donde numerosos factores dificultan la transmisión de un mensaje, especialmente durante una pandemia en la que tomar distancia, lavarse las manos o concienciar acerca de la importancia de quedarse en casa son normas esenciales para controlar la situación desde cada uno de sus frentes.
En el distrito de Anantapur, en el Estado indio de Andhra Pradesh, vive Somashekar, un joven de 25 años que cada día se dedica a pintar murales en las paredes de su área. En sus diseños se aprecian mujeres con indumentaria hindú luciendo una mascarilla, multitudes tachadas con cruces o mensajes en telugu, lengua oriunda de las zonas rurales de este Estado del sur del país. Su misión es advertir a la población acerca de la llegada de la covid-19 y de las diferentes medidas a tomar para prevenir el contagio.
“El coronavirus me hizo reflexionar sobre los efectos que podría tener en mi entorno, en mi pueblo, donde son muchas las personas que viven en situación de pobreza”, cuenta Somashekar. “Mucha gente sobrevive con lo que gana cada día y en este contexto es muy difícil que la gente se quede en casa. Con estos murales puedo contribuir a la concienciación de todos los vecinos para que se protejan a sí mismos y a los demás por encima de todas las cosas”.
Hijo de jornaleros sin tierras y el séptimo de nueve hermanos, Somashekar fue apadrinado a la edad de siete años por la Fundación Vicente Ferrer, una de las organizaciones internacionales más influyentes de la India y epicentro del que brotan diferentes iniciativas artísticas.
“Los murales de arte urbano son instrumentos de expresión que normalmente asociamos a las ciudades porque allí tienen una connotación negativa. Sin embargo, su relevancia en las zonas rurales es absoluta”, relata Raquel Artiles, técnica de comunicación de la organización. “Desarrollamos los proyectos en aldeas muy empobrecidas donde una parte importante de la población es analfabeta. Ahí es donde la expresión artística es sumamente útil porque informa, sensibiliza y sirve para comunicar y educar acerca de diferentes problemas como la violencia machista, el matrimonio infantil, los abortos selectivos o, en este caso, la pandemia”.
Gracias a estos murales, se puede informar a los vecinos acerca de las medidas que tienen que tomar para evitar contagiar y ser contagiada, al mismo tiempo que se potencia el estilo y liderazgo de unos jóvenes que entablan un diálogo único con su entorno. “La enseñanza artística es muy importante en la India y sus beneficios van mucho más allá de lo que se pueda pensar a priori”, añade Raquel. “El arte es un idioma universal y tiene la capacidad de llegar a todo el mundo, sepan o no leer, hablen o no el mismo idioma”.
Latinoamérica: la reinvención de espacios públicos gracias al grafiti
América Latina es, actualmente, una de las áreas más afectadas del mundo a causa de la covid-19. En concreto, Perú ya cuenta con más de 164.000 infectados y un plan de prevención lastrado por diferentes obstáculos. Pero sus artistas han encontrado en el arte del aerosol la mejor forma de concienciar a la población, especialmente a través de lugares estratégicos.
En uno de los mercados de Magdalena del Mar, uno de los distritos de la ciudad de Lima, un antiguo mural que comenzaba a quebrarse se convirtió en motivo de restauración para el artista Daniel Cortez, conocido bajo el nombre artístico de Decertor. Para cuando la cuarentena fue impuesta en el país, Cortez pensó que en lugar de empezar de cero podría recomponer el ya existente introduciendo una mascarilla en el diseño.
“Salvar un mural a través de una mascarilla pone en cuestión la importancia de las expresiones urbanas como herramienta de sensibilización”, cuenta Daniel. “Ahora, todos los vecinos que se dirigen a este mercado cada semana se cruzan con la imagen, apreciando cómo los murales afectan a nuestra forma de percibirnos y relacionarnos en el espacio público; cómo nos impulsa como sociedad”, relata en su cuenta de Instagram.
El trabajo de Daniel es uno de los muchos que estos días se despliegan a lo largo de toda América Latina, entre ellos las obras del mexicano Salvador EVOC Muñoz, quien pintó un mural en Puebla bajo el lema “Unidos somos México” en agradecimiento a los vecinos que repartieron alimentos durante la cuarentena impuesta en este país; o los murales del famoso artista Eduardo Kobra en São Paulo, epicentro del arte urbano en un país como Brasil, donde la cultura nunca fue una de las prioridades del actual presidente, Jair Bolsonaro.
África: el arte de expandir un mensaje
Infravalorar la importancia del arte urbano es también la tónica en ciertos lugares de África, un continente donde el arte siempre ha tenido un papel crucial para la población cuando el Gobierno no estaba ahí: desde los pueblos Ndebele de Sudáfrica que utilizaban su singular estilo pictórico para comunicarse unos a otros en tiempos del Apartheid, hasta la obra contemporánea de artistas como Salimata Diop. Una tradición que encuentra en la situación actual el mejor lienzo para ir un paso más allá y acogerse al arte como mejor forma de alertar.
A iniciativas como la plataforma de datos de Ushahidi, en Kenia, o el auge de lasstartups en el panorama de la covid-19 en África, se suma la labor de diferentes grupos artísticos. Uno de ellos, Undu Graff, es un colectivo de artistas urbanos nacido en 2018 y que estos días colma de murales las paredes de Yeumbeul, Keur Mbaye Fall, Diamaguène y Malika, cuatro de los barrios más pobres de Dakar (Senegal) a los que el Gobierno nunca llegó.
“El arte urbano cumple el papel que el Gobierno no alcanza en estas zonas”, cuenta Ati Diallo, fundador de Undu Graff. “Muchas de las personas de estos barrios no saben leer y no tienen acceso a radio o televisión”, subraya.
Niños utilizando mascarillas bajo rótulos de «covid-19”, doctores locales y manos frotándose con gel antiséptico. Un microcosmos de símbolos e ilustraciones se expande entre las paredes erosionadas de aquellos suburbios donde, aunque el Gobierno no facilite el espacio para estos trabajos, el reconocimiento del arte urbano es cada vez más evidente. “Recientemente, el ministro de Sanidad vino a visitarnos y se tomó unas fotografías con los murales”, continúa Ati, quien estos días se encuentra inmerso en el mayor objetivo de esta iniciativa: alertar a otros pueblos africanos de la necesidad de tomar medidas.
“Durante estos días estamos conectados con otras organizaciones de arte urbano en Guinea, Benin o Togo para fomentar iniciativas de concienciación”, relata. “Hay mensajes que deberían ser transmitidos a todos los lugares del mundo. Incluso a los más inaccesibles”, concluye.
Los alumnos de la Escuela de Vidiago diseñan el proyecto de la zona de juegos que tanto desean
Saben dónde poner el espacio, cuánto medirá y qué clase de columpios quieren y así se lo trasladaron a Enrique Riestra y Marisa Elviro
Lograr que los niños luchen por conseguir objetivos en los que se sientan implicados, pero siempre con contenidos curriculares de la escuela. Este es el objetivo que se marcaron en la Escuela de Vidiago, dentro del Colegio Rural Agrupado (CRA) 2 de Llanes. Desde los más pequeños, de 3 años, hasta los mayores, de 12, se juntaron para lograr un fin común: un parque para el colegio. «El resto de centros del CRA 2 tienen uno y aquí llevaban tiempo solicitándolo, pero no habían hecho un proyecto serio como hasta ahora», explica Mariana García, una de las tutoras implicadas.
Para incluir sus aspiraciones en el contenido de los cursos, García animó a los más mayores a elaborar un boceto completo de la obra con la selección del espacio exacto, mediciones y planos. Un informe tan detallado que hasta tienen claro los columpios que quieren tener en su parque. Toda la investigación sirvió para que su profesora aprovechara la jugada y les enseñara las unidades de medida y otras lecciones fuera de los libros, como el trabajo en equipo, la comunicación y la organización. Junto al proyecto, los escolares elaboraron una carta explicativa y adjuntaron más de 200 firmas recogidas en Vidiago, Llanes y alrededores.
Con la documentación bajo el brazo, los niños visitaron ayer el Consistorio llanisco, donde fueron atendidos por el alcalde, Enrique Riestra, y la concejala de Educación, Marisa Elviro. «Están muy motivados después de haber hablado con ellos y sienten que van a conseguir su objetivo», explicaba la tutora a EL COMERCIO. El regidor se «comprometió a estudiarlo» y eso bastó para que los alumnos se sintieran satisfechos con el trabajo realizado.
Aprovechar el entorno
La zona de juegos no ha sido el único proyecto que han llevado a cabo en esta escuela. Mariana García y su compañera de profesión Beatriz Rodríguez decidieron exprimir los recursos del concejo para sumergir a los niños en una pequeña vuelta al mundo y en el mar. Por eso, viajaron en tren hasta Llanes y también visitaron la rula. Los de sexto se dividieron en grupos y cada uno estudió la fauna y la flora de un océano. Además, investigaron sobre las profesiones relacionadas con el mar, decoraron los pasillos del colegio con redes de pesca y centraron las celebraciones de Navidad y Carnaval con esta temática. «Están al lado del mar y damos por hecho que saben mucho, pero no es así», señaló García.
El Col.lectiu Punt 6 es una cooperativa de arquitectas, sociólogas y urbanistas que lleva más de diez años reivindicando una transformación social a base de repensar los espacios urbanos para romper jerarquías y discriminaciones.
“La configuración de ciudades y pueblos prioriza un sistema capitalista y patriarcal que no ha tenido en cuenta las necesidades relacionadas con el sostenimiento de la vida. Se trata de transformar la sociedad repensando los espacios para reconfigurar las realidades”, sostiene el Col·lectiu Punt 6, una cooperativa de arquitectas, sociólogas y urbanistas que lleva más de diez años trabajando el urbanismo feminista, o urbanismo con perspectiva de género, en proyectos de ámbito tanto local como internacional. Abogan por reorientar el urbanismo situando como ejes a las personas y su diversidad y analizando la influencia de los roles de género.
El urbanismo feminista, un concepto de tratamiento de las ciudades teorizado en los años 70, que comenzó a aplicarse en los 90 y que ahora, con los nuevos ayuntamientos, empieza a entrar en la agenda de las capitales españolas —Barcelona lo ha incorporado como política pública—, no es, no obstante, algo centrado únicamente en las mujeres. “No nos gusta la idea totalizadora de hablar de las mujeres como grupo social; somos más de la mitad de la población, somos diversas y tenemos privilegios y opresiones diferentes”, explica Blanca Valdivia, socióloga urbana y miembro del colectivo.
“En realidad se trata de visibilizar las tareas del cuidado, de la reproducción, que históricamente han realizado las mujeres, y, a partir de ahí, mejorar la experiencia vital en la ciudad sin perpetuar los roles de género”, anota Adriana Ciocoletto, arquitecta urbanista e integrante, también, del grupo. Es decir, de aplicar una perspectiva interseccional en la que el género se cruza con características como la edad, el origen, la posición socioeconómica o la identidad sexual, para observar cómo se cruzan y, a partir de ahí, trabajar para eliminar las desigualdades.
“En el diseño urbano se pone el énfasis en lo productivo, cuando la ciudad y los elementos urbanos deben ser el soporte para la realización de la vida —añade Valdivia—. Hay que incluir esas necesidades y darles un valor para que cualquier persona pueda realizar labores de cuidado y vida reproductiva”.
Bancos en Gavà y portales en Donosti
Uno de los ejemplos de urbanismo feminista más desarrollados se encuentra en Viena, cuyo ayuntamiento lleva impulsando desde hace dos décadas actuaciones como el programa del distrito Mariahilfer, que, teniendo en cuenta la diversidad de sus habitantes, incluye actuaciones en materias como la seguridad —iluminación—, la movilidad —aceras amplias y eliminación de los aparcamientos en superficie en las más transitadas por peatones— y la socialización, tanto en la calle, con bancos y zonas de contacto para personas, como en las casas, con espacios amplios que facilitan el encuentro en vestíbulos y escaleras. Esta actuación, que incluye una inusual variedad de bancos —de descanso, enfrentados para facilitar la conversación en grupo— repartidos por el barrio, se complementa con tres proyectos de vivienda, diseñados por despachos liderados por mujeres, con espacios flexibles y servicios compartidos, diseñados para acoger a distintos tipos de unidades de convivencia.
“Tienen en cuenta servicios que no existen en la ciudad, como espacios públicos para el cuidado, interconectados entre sí y con las viviendas, o el guardado para elementos que no se suelen tener en cuenta en el diseño como bicicletas o carritos infantiles junto a la escalera —señala Ciocoletto—. Es un pequeño ejemplo de cómo debería ser una ciudad desde esta perspectiva”.
En España, varios ayuntamientos han comenzado a dar pasos en ese sentido. Girona comienza a trabajar la red de espacios públicos desde la perspectiva del cuidado, Gavà (Barcelona) prioriza la conversión de las esquinas del casco histórico como espacio de encuentro para las personas con bancos y zonas de sombre y Donosti aplica en la vivienda nueva una normativa de portales seguros con puertas accesibles y sin zonas oscuras. Palma incluye la formación en urbanismo feminista en el equipo que va a revisar su plan general de ordenación, en Santa Coloma de Gramanet el área de Urbanismo está dirigida desde una visión feminista de la ciudad, y Barcelona ha creado un área de esta especialidad.
Y, antes, entre 2004 y 2011, el fondo económico de la ley de Barrios de Catalunya permitió impulsar proyectos sobre estructuras urbanas con perspectiva de género y con actuaciones en percepción de seguridad en el diseño de los espacios y movilidad cotidiana desde la participación de las mujeres. Sin embargo, más allá de las administraciones, apuntan las integrantes de Col·lectiu Punt 6, las iniciativas en este ámbito vienen de las propias entidades feministas, como ocurre con la auditoria urbana de género realizada en Manacor (Balears) para presentar al Plan General de Ordenación Urbana un paquete de alegaciones que proponen cambiar el modelo de esa ciudad para tener en cuenta la vida de las personas.
Redes cotidianas que favorezcan el cuidado y la autonomía
Sin embargo, ambas son conscientes de las resistencias que encuentran este tipo de planteamientos humanizadores en las administraciones locales. “Es verdad que a priori entra en la agenda política, pero en la práctica hay muchos intereses económicos y lobbies en las decisiones urbanísticas”, apunta Valdivia. “Si no hay cambio de modelo todo esto se quedará en nada, en pinceladas pero no en un cambio de base”, añade Ciocoletto.
Partidarias de la rehabilitación de espacios y tramos urbanos ya existentes más que de la creación de otros nuevos —“se tiene que gestionar bien lo que ya existe, priorizar el detalle para que los recorridos urbanos sean sencillos”, dice Valdivia—, las urbanistas señalan líneas posibles de actuación como dar usos nuevos a las plantas bajas, potenciar los caminos escolares “como parte de esa red cotidiana para favorecer el cuidado y la autonomía, que favorece a otras personas que usan esa red y no van a la escuela”, e implantar nuevos medios de transporte público como el trambús. Y, también, abrir a la ciudadanía “equipamientos públicos infrautilizados como las escuelas, que tienen bibliotecas y espacios deportivos que se pueden utilizar por la tarde”.
Espacios inhóspitos pero mercantilizables
Las urbanistas llaman la atención sobre tres aspectos clave del desarrollo habitual de las ciudades europeas, que condicionan la vida en ellas. Uno es su planificación en polígonos según la funcionalidad, es decir, basada en los usos predominantes en estos, principalmente residencial, productivo, comercial y de ocio. Otro, el diseño de las redes de transporte, realizado “desde el punto de vista productivo, para ir al trabajo, y para conectar las zonas residenciales también con esas áreas de ocio y de comercio”, apunta Ciocoletto, que añade que “las redes de transporte público y las peatonales no están pensadas para el resto de los recorridos cotidianos, como ir a un equipamiento o a un centro deportivo”.
“Esta estructura no favorece a quien no hace un uso productivo”, anota Valdivia, que señala un tercer aspecto: “Se tiende a construir espacios públicos pavimentados, con un fácil y barato mantenimiento, pero que no acompañan las actividades cotidianas. No hay bancos, fuentes o un espacio público que ayude a socializar. Son amplios y asépticos, inhóspitos, e invitan a mercantilizarlos. A veces una terraza es el único sitio en el que te pueden sentar”.
Un proyecto participativo en la escuela Baró de Viver de Barcelona para remodelar su valla permite a los alumnos tomar conciencia del espacio público.
Esta fue una de las iniciativas que se presentó en la jornada Los derechos de los niños y adolescentes en la ciudad celebrada en la capital catalana.
Para llegar a la sede del distrito de Sant Andreu de Barcelona este lunes, los alumnos de quinto de Primaria del colegio Baró de Viver –del barrio que lleva este mismo nombre– tuvieron que atravesar dos muros. El que rodea la escuela, de ladrillos y coronado por un enrejado, y el que rodea el barrio, compuesto por el río Besòs, las vías del tren y el nudo viario de la Trinidad. Sobre el segundo, todavía no les han pedido la opinión, pero sobre el primero, que está pendiente de reformas, los niños y niñas de la escuela tienen claro que sí deben darla. «Queremos que sea también un espacio de juego, para hablar, para compartir momentos», explicaba Mireia Molina, tras encajar junto con sus compañeros de clase la mano de Carmen Andrés, concejala de Infancia, Juventud y Gente Mayor, a quien presentaron su proyecto Juegos y encuentros alrededor de la valla.
Con esa reunión, los alumnos de la clase de Quinto del Baró de Viver ejercían su derecho a ser escuchados en aquello que les afecta. «Es un derecho que está reconocido por las Naciones Unidas desde 1989», reivindica Elena Guim, arquitecta y miembro de L a pell de la ciutat, un colectivo para la transformación ciudadana del espacio público que ha trabajado codo con codo con esta escuela para convertir una simple obra, la remodelación de la valla que rodea el centro, en todo un proyecto comunitario que ha involucrado niños, maestros, familias y vecinos en el replanteo de cuál quieren que sea el uso público de su escuela y de todo lo que la rodea.
Esta experiencia fue una de las muchas que protagonizaron el pasado jueves la jornada Los derechos de los niños y adolescentes en la ciudad, celebrada en el Espai Jove La Fontana de Barcelona. «Nos hace falta una política proactiva, sistemática y transversal para favorecer la ciudadanía activa e incluir las voces de los niños y adolescentes», valora Maria Truñó, directora del Instituto Infancia y Adolescencia de Barcelona, responsable de las jornadas junto con el Instituto Municipal de Educación de Barcelona (IMEB). «El espacio público, y todo lo que hacemos, no es neutro», sostiene Guim, «si los que planean las ciudades tienen en cuenta las necesidades de los colectivos más frágiles, entre los que se cuentan los niños, tendremos una ciudad más amable».
Y la valla del Baró de Viver, ahora mismo, no es la más amable –ni tampoco la máas funcional–. Por la disposición urbanística del entorno, este muro, de tres metros, es el primero con el que te topas cuando llegas al barrio. «No es lo más agradable», constata Guim. A esto se le suma otra carencia, y es que algunos adolescentes del barrio saltan la valla por las tardes para organizar campeonatos de fútbol, lo que preocupa a los más pequeños de la escuela. Con este diagnóstico, La pell de la ciutat inició un proyecto para repensar el muro en el que han participado, «sin prejuicios», sostiene Guim, incluso estos jóvenes que se colaban en la escuela.
«Este trabajo nos ha permitido descubrir los espacios que hay dentro y fuera del colegio, y lo importante que es para los niños que sean abiertos y públicos», reflexiona Mónica Prado, tutora de los de Quinto. Preocuparse por lo que los rodea es una forma de construir ciudadanía, cree Prado, consciente del valor que tiene conocer qué es el ayuntamiento o cuáles son los equipamientos públicos para unos alumnos que viven en un barrio tan aislado que cuando van a la sede de su distrito dicen que van a Barcelona.
La ciudad de los niños contra la ciudad de los coches
«Una ciudad es educadora cuando permite a los niños recorrerla libremente». Con estas palabras desafiaba el prestigioso pedagogo italiano Francesco Tonucci las ciudades del siglo XXI. Entre ellas Barcelona. «Necesitamos que el espacio público lo sea de verdad, y ahora mismo está ocupado en un 60% por medios privados, los coches, cuando además los que conducen son una minoría», criticaba Tonucci en el diálogo que mantuvo en el marco de las jornadas sobre derechos de los niños con la arquitecta barcelonesa Itziar González y el comisionado de Educación del ayuntamiento, Miquel Àngel Essomba. «Si los niños no pueden salir de casa sin un adulto, nunca podrán vivir experiencias que tienen que ver con el juego y que son fundamentales para su desarrollo», se lamentaba.
Creador de la iniciativa La ciudad de los niños –consistente en estructurar las poblaciones teniendo en cuenta la visión de sus habitantes más jóvenes–, Tonucci ha reconocido que siempre que ha presentado este proyecto a alcaldes de grandes ciudades le han respondido lo mismo: «Les encanta, me dicen, pero acto seguido me piden un margen de un par de años para resolver la cuestión de los coches «. Y nunca se resuelve. Una de las ciudades españolas en las que más se ha avanzado en este modelo es Pontevedra, según recuerda siempre Tonucci.
El acto sirvió también para reivindicar un año más los caminos escolares de Barcelona –ideados precisamente por Tonucci y presentes en muchas otras ciudades de Catalunya y del mundo–, y para que alumnos de diversas escuelas e institutos de la ciudad trasladaran a los presentes proyectos educativos relacionados con la mejora de la ciudad. Son experiencias de participación necesarias para avanzar hacia una ciudad que tenga más en cuenta la voz de niños y adolescentes, pero no suficientes. Así lo ve Maria Truñó. «No es suficiente que proliferen experiencias, hace falta evaluarlas para saber que, aparte de los aprendizajes personales, hay ciertos impactos sociales en la ciudad», asegura. Y concluye: «Deberíamos poder respondernos en qué ha mejorado Barcelona gracias a tener en cuenta las propuestas de los niños hasta ahora».
La participación en política de los niños
Más allá de las ciudades, esta semana se celebró en Barcelona otro simposio sobre participación infantil y adolescente en las políticas públicas: Los consejos de niños y el CNIAC. Nuevas formas de participación política y cívica de los niños y niñas de Cataluña , organizado por la Universidad de Barcelona y RecerCaixa, por el que pasaron decenas de chavales, políticos municipales –técnicos, concejales y alcaldes– y expertos internacionales entre los que se se lo contaba también Tonucci. «Hablar de los niños y niñas, sin los niños y las niñas, es hablar de participación sin participación, y el simposio quiere romper esta dinámica», expresaba Asun Llena, una de las investigadoras de la UB que ha organizado el encuentro.
«A los niños y a los adolescentes sólo se nos suele preguntar qué queremos para la Fiesta Mayor y qué pensamos del parque del pueblo, pero nada más», se lamentaba Meritxell Castany, actual presidenta del Consejo Nacional de Infancia y Adolescencia de Catalunya, constituido en 2014 con la intención de canalizar las propuestas de los consejos de infancia que hay en todo el territorio.
Sin embargo, a pesar de los organismos que se han creado, la mayoría de expertos constata la paradoja de una sociedad que considera la infancia como una etapa estratégica y, a la vez, no le concede prioridades políticas. Mecanismos de participación como los consejos de niños deberían nacer de la «necesidad», y no de la «generosidad» o «para tener una buena idea de nosotros mismos», reclamaba Tonucci. Al final de la jornada sobre derechos de los niños, Tonucci participó en un diálogo con el director fundador del diario Ahora Carles Capdevila.
Es ese concepto que siempre nos recordaban los mayores cuando, de niños o de adolescentes, nuestro comportamiento no era bueno, poniendo a la escuela como paradigma de la educación. Inmersos en nuestra sociedad, sin darnos cuenta, vamos asumiendo ciertas pautas sociales que están lejos de una buena actuación educativa y lógica; los ancianos nos la aclaran con la sensatez y el juicio de la experiencia, palabras olvidadas pero implícitas en el razonamiento.
Después de llegar de un viaje allá por el mar del Báltico y convivir con sociedades que las han pasado canutas cuando sus ciudades fueron masacradas en la Segunda Guerra Mundial, y de ver cómo han sido capaces de rehabilitar su patrimonio levantando de nuevo sus casas, conservando y respetando la naturaleza de sus inmensos parques, manteniendo sus praderas, sus jardines limpios…
En un momento de mi transitar por esos caminos de encinas y castaños, observo y leo un cartel que dice: prohibido bicicletas y perros; y lo entendí al ver a cientos de familias en los verdes céspedes que rodean los parques, sentados, paseando sin prevenciones de pisar excrementos o de ser atropellados por gimkanistas. Ese disfrute en los escasos jardines y céspedes de nuestros parques, es hoy impensable. Lo anterior es calidad de vida basada en la educación y el respeto por los derechos de las personas naturales y jurídicas, junto con sus obligaciones.
Si el populismo no se adueñara del razonamiento del derecho y nuestros políticos gobernaran con una visión progresista, muchos sectores de la población que se posicionan con derecho a maltratar los espacios públicos, acabarían entendiendo las normas lógicas por las que se sustenta una sociedad moderna.
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