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Chile: Sexualidad. Una palabra complicada

Redacción: Pousta

Queremos invitarte a la feria sobre sexualidad “Sexpo”, que se realizará este 15 de diciembre en el Cine Arte Alameda.

Hablar de sexualidad siempre ha sido un tema complicado

La política y la religión cada vez nos han alejado más del significado de la palabra entintándola de oscuridad y llenándola de tabú. ¿Por qué un tema tan inherente a nuestra existencia ha sido un tema tan complicado para una sociedad, irónicamente hipersexualizada?

Primero que todo, nuestro mayor error es creer que algo tan complejo como el concepto de sexualidad se basa exclusivamente en algo tan básico como el acto sexual. Para los Taoistas, la fuerza sexual es la base de la creatividad, de la salud, de la vitalidad e incluso de la espiritualidad.

Para los toltecas, la sexualidad va más allá de lo reproductivo y fue vista como una manera de asegurar la marcha del mundo, ya que como humanos manejamos dos grandes fuerzas: una masculina o de penetración que es el amor y una femenina o de atracción llamada sexualidad. Al darle temimos de masculino y femenino no se refiere a hombre o mujer, sino al juego de energías contrarias que poseemos como individuos. Es nuestro propio Ying Yang. Mediante el amor podemos penetrar a las personas con sentimientos y acciones, llegando a generar cambios en ellxs.

Por amor logramos conectarnos con las personas.

Y la sexualidad es la energía mágica que atrae lo que queremos en este plano. Es la capacidad de seducción que tenemos con el universo. Es la energía que sirve para pedir las cosas, ya sean situaciones concretas, oportunidades laborales, o personas a nuestra vida.

Por otra parte, la Organización Mundial de la Salud (OMS) define la sexualidad como: “Un aspecto central del ser humano, presente a lo largo de su vida. Abarca al sexo, las identidades y los papeles de género, el erotismo, el placer, la intimidad, la reproducción y la orientación sexual. Se vivencia y se expresa a través de pensamientos, fantasías, deseos, creencias, actitudes, valores, conductas, prácticas, papeles y relaciones interpersonales. La sexualidad puede incluir todas estas dimensiones, no obstante, no todas ellas se vivencian o se expresan siempre. La sexualidad está influida por la interacción de factores biológicos, psicológicos, sociales, económicos, políticos, culturales, éticos, legales, históricos, religiosos y espirituales”

Tomando en cuenta la definición de la sexualidad por la OMS y por culturas ancestrales, como las mencionadas anteriormente, podemos apreciar que la sexualidad forma parte importante de nuestra personalidad. Aquí hay un punto muy interesante del cual debemos reflexionar.

Cuando exigimos educación en sexualidad, no solo exigimos información sexual para protegernos de los riesgos que el sexo supone, es decir, prevención de embarazo precoz y de infecciones de transmisión sexual (ITS), exigimos educación sexual para constituirnos y formarnos en quién realmente somos, así de importante. Si solo nos enfocamos en una educación biologista de la sexualidad obtendremos como resultado escuelas que intentan dominar y controlar la misma, no dejarla ser, pues no toman en consideración el goce, el placer, la afectividad, el amor, la identidad de género, las orientaciones, etcétera. La idea es que con una educación sexual la gente se forme y se constituya en quien realmente es.

Dentro de este contexto surge Sexpo: un evento que habla de sexualidad en 360 grados y que pretende a través de charlas, workshops, talleres y performance educar a las personas para que puedan ser ellx mismxs, de ahí su slongan: “Por el derecho a ser tu mismx”.

Sexpo entiende que la sexualidad forma parte de cada unx, es personal, por ende su objetivo es entregar herramientas para que las personas la desarrollen como ellxs quieran. Es un evento con harta carga crítica necesaria para que la gente comience a cuestionar cuáles son las creencias y las normativas que la sociedad tiene y cuáles son las propias. Tiene como objetivo que las personas comiencen un proceso de decontrucción de lo socialmente impuesto y comiencen a construir lo que ellxs consideran como correcto, dentro de su propia moralidad, no dentro de la moralidad de una sociedad poco laica.

Buscamos una educación sexual que acompañe y respete, no una educación punitiva y castigadora.

Sexpo es un llamado urgente a que las personas comiencen a tomar conciencia de la importancia que tiene la educación sexual entendida desde el autoconocimiento, autenticidad, afectividad y habilidades sociales. Somos uno de los países de la OCDE, después de Corea del Sur, en donde la tasa de suicidios aumenta en vez de disminuir. Este es un claro reflejo de que la educación actual que reciben niños niñas y adolescentes no está supliendo todas las necesidades que éstxs tienen.

No podemos seguir haciendo vista gorda y naturalizando estas cifras. Si no encontramos la educación que queremos en espacios académicos tendremos que buscarla en otros espacios como el que entrega Sexpo.

Fuente: https://pousta.com/sexualidad-sexpo/

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La didáctica (infalible) de la vejez

Por: Carlos Mármol

Saber envejecer es un arte que, además del permiso del destino, requiere asumir que la vida es un largo viaje donde lo importante no es que las cosas cambien, sino que cambiemos nosotros.

La vejez, que es una de las tres indudables edades del hombre, encierra en sí misma una contradicción: todos queremos conocerla, pues es la única prueba cierta de una existencia longeva, pero al toparnos con ella –en primera persona o por experiencias indirectas– la maldecimos. Hacerse viejo, esa hermosa palabra que odian los que profesan los dogmas de lo políticamente correcto, es un grave inconveniente al que sólo podemos adaptarnos. Ésta es la enseñanza recurrente que la larga tradición de la literatura didáctica viene recomendando desde el origen de los tiempos. Sépanlo: los mejores tratados de autoayuda no son los que nos venden los predicadores y los clérigos contemporáneos, llenos de lugares comunes, sino aquellos que escribieron –para nosotros– los grandes sabios de la historia.

De las mejores obras clásicas sobre filosofía de la vida, De Senectute, el célebre diálogo de Marco Tulio Cicerón dedicado a la vejez, es una rara avis porque en vez de deleitarse lamentando los quebrantos de la última etapa de la existencia elogia la vejez inteligente como si fuera una suerte de segunda juventud. ¿Exagerado? No sabremos nunca si Cicerón era sólo un intelectual optimista, un consumado idealista o quizás, dadas sus conocidas veleidades políticas, ocultara bajo su oratoria a un demagogo irónico, pero lo cierto es que, frente al rosario de calamidades que otros autores vinculan con el crepúsculo vital, el gran retórico romano siempre ve la botella medio llena. Es de agradecer, aunque no se compartan todos sus argumentos, cuya modernidad de cualquier forma resulta asombrosa si se tiene en cuenta que fueron compuestos cuarenta años antes del nacimiento de Cristo por un hombre al que la elocuencia le hizo pasar a la historia pero que, lejos de morir con sosiego en una de las villas agrarias de la élite romana, fue degollado tras una conjura y su cabeza y sus manos fueron expuestas en el Foro, el atrio de sus mejores discursos. A Cicerón le aplicaron en vida un didactismo absolutamente realista.

Cicerón defiende que la desgracia de hacerse viejo no es consecuencia de la vida, sino resultado de las costumbres y la mentalidad con la que vivimos.

Su obra sobre la decrepitud humana, escrita con 62 años, que en Roma era un edad mágica porque la vida se contaba en periodos de siete años (los septenarios), está planteada como una conversación figurada entre Catón El Viejo y dos jóvenes (Escipión y Lelio). A través de la conversación ficticia entre estos tres personajes Cicerón explica en qué consiste el arte del buen envejecer. Básicamente su tesis es que nos hacemos viejos exactamente igual que vivimos. Dicho de otra manera: nuestra vejez depende del destino tanto como de nuestra personalidad y de la capacidad de adaptación que tengamos ante las circunstancias. La literatura clásica que se demora en exceso sobre las miserias de la edad incide en los males de las enfermedades, el abandono, lo efímero del placer, la pobreza y el maltrato del tiempo. Homero incluye en sus grandes epopeyas a ancianos venerables, como PríamoLaertes o Néstor, pero califica la ancianidad como una etapa abominable. La visión negativa de los viejos está presente en Hesíodo, el teatro griego y en la poesía satírica y elegíaca, donde se somete a escarnio a personajes como la vieja presumida o el viejo enamorado. El derecho romano atribuía laureles al hecho de cumplir muchos años, pero los poetas latinos, desde Plauto a Ovidio, pasando por CatuloJuvenal y Horacio, no dudaron en dar una visión cruel sobre los ancianos, víctimas del tiempo y, de igual manera, seres negligentes.

Marc Tulle Ciceron Cicero, from tome 3, folio 603 recto of Les vrais pourtraits et vies des hommes illustres grecz, latins et payens (1584) by André Thevet.

Grabado de Cicerón de André Thevet (1584).

Cicerón, en cambio, recogiendo ideas de los griegos, defiende que la desgracia de hacerse viejo no es consecuencia de la vida, sino resultado de las costumbres y la mentalidad con la que vivimos. El primer error, según De Senectute, es óptico: todos moriremos, con suerte, tras un deterioro biológico que conviene aceptar de partida. Negarse a esta evidencia no cambiará la rueda del destino. Sólo a partir de la aceptación de cuál es el final del camino cabe hablar de los remedios posibles o detenerse en los atenuantes para afrontar el trance. La clave para vivir una vejez virtuosadepende de cómo hagamos este viaje hacia el final de la vida y de la inteligencia con la que compensemos las dificultades del camino. “Siempre ha sido necesario un final, y, como sucede en los brotes de los árboles y en los frutos de la tierra, tras su madurez oportuna, el sabio ajado y caduco debe aceptar con serenidad su final. ¿Qué otra cosa es oponerse a las leyes de la naturaleza sino luchar contra los dioses, como si fueran gigantes?”, escribe Cicerón.

Tras la aceptación, que no es necesariamente una resignación, envejecer con inteligencia implica aceptar sin ira la muerte de las pasiones –que simplemente dejan de serlo– y tratar de sustituirlas por la actividad intelectual, compensando de esta forma el deterioro físico con el enriquecimiento espiritual. Es lo que hacían los grandes filósofos antiguos: no dejar nunca de aprender, incluso cuando parece que el conocimiento carecerá de finalidad práctica. Catón estudió griego en los últimos años de su vida. Sócrates, antes de recibir la cicuta, fue un eterno aprendiz de arpa. Hasta Borges, que es lo más parecido a un escritor clásico que hemos tenido en los tiempos modernos, dedicó los últimos años de su existencia a aprender lenguas escandinavas. “Cada idioma” –decía– “es una forma distinta de sentir el universo”.

Envejecer con inteligencia implica aceptar sin ira la muerte de las pasiones –que simplemente dejan de serlo– y tratar de sustituirlas por la actividad intelectual.

Aprender es seguir viviendo otras vidas. Muchos siglos antes de que en las escuelas de negocios se inventara la idea de la formación continua, Cicerón recomendaba hacer coincidir el curso de la existencia con el estudio perpetuo y la lectura permanente. La vejez, pese a los males del cuerpo, puede ser una edad digna si se mantiene hasta el final la autonomía mental. Incluso cabe la posibilidad de gozar de cierto predicamento social: la autoridad de los viejos, presente en todas las culturas, es una manera de resaltar el prestigio de la experiencia, un atributo que sólo puede obtenerse si se vive hasta el último día. “Si no vamos a ser inmortales es deseable que el hombre deje de existir a su debido tiempo. Pues la naturaleza tiene un límite para la vida, como para todas las demás cosas. La vejez es el último acto del drama de la vida, de cuyo agotamiento debemos huir sobre todo si esto se añade a la hartura. Esto es lo que tenía que deciros acerca de la vejez, a la que ojalá lleguéis, para que las cosas que me habéis oído decir las podáis comprobar por experiencia”.

Marcus Tullius cicero, De Senectute. Wellcome M0013786

Imagen del diálogo ‘De Senectute’ en una edición para bibliófilos/CG.

Parece una evidencia, pero es un monumento al sentido común. Un argumento que se repite tanto en las culturas orientales como en las occidentales. “La cosa más importante en la vejez es tener un buen entierro”, dice un proverbio chino. Los antiguos funerales orientales duraban siete semanas. En ellos se honraba a los ancianos vivos junto a los ancestros muertos. Los católicos, que creen en la vida eterna, no deberían temer a la vejez, antesala del encuentro con Dios. Tampoco los ateos deberían espantarse si piensan que tras la vida no existe nada más. Sin misterio no hay incertidumbre. Los posmodernos, escépticos ante cualquier relato trascendente, contemplan la vejez como una etapa más del sinsentido de la vida. En la era de la cultura digital podríamos hablar de las extraordinarias virtudes de envejecer con flow. Los sabios coinciden: envejecer con sabiduría es aceptar que no hay nada que hacer. Y adaptarse. Las cosas más inevitables de la vida son las que concitan mayor unanimidad.

Fuente:  https://cronicaglobal.elespanol.com/letra-global/cronicas/didactica-infalible-vejez_128288_102.html

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Nuevos tiempos: un nuevo tipo de educación

Por: Leonardo Boff

La realidad en las últimas décadas ha cambiado tanto que ha afectado también a nuestro estilo de educación. Cito algunos de estos cambios:

―Hemos construido el principio de nuestra autodestrucción con armas nucleares, químicas y biológicas. Nada es absolutamente seguro y un accidente cualquiera puede destruir nuestra civilización.

―El calentamiento global crece día a día. Si no hacemos nada, como la comunidad científica norteamericana ha advertido, podemos conocer dentro de algunos años un calentamiento abrupto de hasta 4-6 grados Celsius. Con eso, la mayoría de los seres vivos conocidos no resistirán y desaparecerán. Y parte de la humanidad también.

―La escasez de agua potable (sólo el 0,3% es accesible a los seres humanos y a los animales) puede provocar guerras letales para garantizar el acceso a fuentes de agua dulce. O también alianzas de cooperación.

―La planetización es un hecho nuevo en la historia de la Tierra y de la Humanidad. Salimos un día de África, donde estuvimos durante 4-5 millones de años y por eso somos todos africanos, y después nos esparcimos por los continentes; ahora estamos volviendo y encontrándonos en un solo lugar: la Casa Común, la Tierra.

―La crisis ecológica afecta directamente al sistema-vida y al sistema-Tierra. Estamos destruyendo las bases físico-químicas que sostienen la vida. De continuar la sobrexplotación de la Tierra, ella no aguantará y nuestra civilización estará amenazada.

―Existe el peligro de que superbacterias que perdieron su hábitat por la deforestación puedan invadir ciudades y diezmar a miles de personas, sin que sepamos cómo enfrentarlas con potentes antibióticos.

Estos son datos, no fantasías. La gran mayoría de las personas no tiene conciencia de los peligros que corre. Es como en tiempos de Noé: todos se divertían y se reían del anciano, y vino el diluvio. Sólo que hoy es diferente: no tenemos un Arca de Noé que pueda salvar a algunos y dejar perecer a los otros. Todos podemos perecer.

Todo esto nos obliga a pensar sobre el futuro común de nuestra especie y de la Casa Común. Todo debe comenzar con una sensibilización general. En casa y en la escuela es donde tal nueva conciencia debe surgir.

Veamos qué tareas nuevas se presentan a los maestros y qué nueva percepción deben desarrollar en los educandos. Lógicamente la escuela debe llevar adelante su tarea básica, como la enunció la UNESCO:

(1) Aprender a conocer todo lo que el pasado nos legó. Como escribió Montaigne (1533-1592) en sus Ensayos: «el educador debe tener la cabeza sobre todo bien montada, más que bien llena». Es decir, saber la situación real de la Tierra y trasmitirla a los estudiantes;

(2) Aprender a pensar, sabemos mucho y todo está en Google, pero no pensamos lo que sabemos. El saber es un poder que puede construir una bomba atómica o un antibiótico. El saber no es neutro. Pensar es detectar a quién sirve el saber y quiénes son los dueños del saber;

(3) Aprender a vivir, que es crear un carácter recto, amante de la verdad, es ser un buen ciudadano participativo con un proyecto solidario de vida;

(4) Aprender a convivir, pues hoy vivimos en medio de las mayores diferencias de raza, religión, ideas, opciones sexuales; no permitir que la diferencia se transforme en desigualdad; todos tienen derecho de vivir su modo de ser; importa estar abierto en las redes sociales al destino de los pueblos, muchas veces trágico como ahora en Siria; interesarse por el sufrimiento de los más pobres y excluidos;

(5) Aprender a cuidar. Esto es nuevo pues sabemos que el cuidado es la ley básica de todos los seres vivos y también del universo; si no cuidamos del agua, la basura, de nosotros mismos y de las relaciones sociales, podemos dar espacio a la degradación; todo lo que amamos, lo cuidamos, y todo lo que cuidamos, lo amamos;

(6) Aprender a tener una ética y una espiritualidad. La religión puede ayudar pero no necesariamente, pues muchas hacen guerra y matan; ser ético es orientarse hacia el bien, asumir las consecuencias de nuestros actos, buenos o malos; optar por el bien común, por la verdad contra toda corrupción.

La espiritualidad es una dimensión antropológica, como lo es la razón, la voluntad y la libido; somos espirituales cuando planteamos preguntas últimas: ¿por qué estoy aquí, cuál es el sentido del universo, de la vida y de mi propia existencia…? Ser espiritual es desarrollar lo que neurólogos y neurolingüistas llaman el “punto Dios en el cerebro”:siempre que abordamos aspectos de lo sagrado y del sentido último de la vida hay una aceleración de nuestras neuronas; es el “punto Dios”, que nos permite intuir que por detrás de todas las cosas hay una Realidad amorosa y poderosa que sustenta todo, las estrellas y también nuestras vidas. El “punto Dios” está hecho de amor, de compasión, de solidaridad y de devoción; nos hace más sensibles a los otros, y más humanos; cultivar el “punto Dios” es superar el materialismo actual y nutrir la esperanza sobre el fin bueno de todo.

Los educadores deben imbuirse de estos nuevos desafíos y enseñárselos a sus educandos. Sólo así estaremos a la altura de los graves peligros que se nos presentan.

Fuente: http://efectococuyo.com/opinion/nuevos-tiempos-un-nuevo-tipo-de-educacion

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Libro: Rasgos de la espiritualidad de Fe y Alegría

La identidad en Fe y Alegría está estrechamente unida a una espiritualidad encarnada que refleja en su hacer los valores que proclama. Por ello, formar a los educadores nuevos en identidad implica hacerlo también en espiritualidad pues ambas contribuyen a lograr una mejor comprensión de la historia y a soñar el futuro del Movimiento. La identidad y la espiritualidad se exigen mutuamente, de allí que podemos afirmar que desde la perspectiva de la Educación Popular todos somos educadores: el personal administrativo, personal docente, personal obrero, las y los educomunicadores, las y los acompañantes, las y los voluntarios, etc.
Fe y Alegría es una identidad espiritual, o que la espiritualidad es la raíz de nuestra identidad”
Autor:
Elvis Rodríguez
Nro de Paginas:
90
Año de Publicación:
2015
Español
Fuente:
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Libro: FILOSOFÍA TRANSPERSONAL Y EDUCACIÓN TRANSRACIONAL

Por Amador Martos

La síntesis de saberes mediante la intuición espiritual

Esta publicación es la culminación de 10 años de investigación e incluye a todas las publicaciones anteriores en un esfuerzo de abordar las cuestiones más importantes de la historia del pensamiento, y se agrupan bajo cuatro ejes temáticos:

1 – La teoría de la cultura y la cuestión étíca

2 – La cuestión antropológica

3 – La cuestión epistemológica

4 – La educación como una cuestión de sentido

Esta obra postula la integración del saber científico (epistemología de lo conmensurable) con la perenne espiritualidad (hermenéutica de lo inconmensurable), una síntesis respectivamente de la razón con el espíritu en un ejercicio de trascendencia desde la no dualidad, lo cual conlleva aprehenderse a uno mismo comoconciencia de unidad mediante una auténtica intuición espiritual.

Esos dos modos de saber así aprehendidos mediante la intuición espiritual, posibilitan una síntesis entre la filosofía y la espiritualidad como condición para salvar el abismo cultural de la humanidad. Para tal finalidad, el autor recurre a tres inconmensurables pensadores: Platón, Kant y Wilber. Las Tres Grandes categorías platónicas -la Verdad, la Belleza y la Bondad- que fueron respectivamente diferenciadas por Kant mediante sus Tres críticas (“ello”, “yo” y “nosotros”), requieren imperativamente de una integración entre la naturaleza, la conciencia y la cultura.

La intuición moral básica argumentada por Ken Wilber se constituye como una necesaria cuestión ética para la integración del “ello”, “yo” y “nosotros” y, consecuentemente, en una ética epistémica dentro de un marco de una episteme transracional para salvar así el abismo cultural de la humanidad; dicho de otro modo, se argumenta una antropología filosófica que permita trascender la brecha epistemológica entre la racionalidad y la espiritualidad mediante una renovada interpretación de la historia del pensamiento, su ciencia y la propia espiritualidad pero, eminentemente, desde un revisionismo de la psicología cognitiva y educativa.

Esta obra reivindica una antropología filosófica que contemple a la filosofía transpersonal de Ken Wilber como disciplina que estudia a la espiritualidad y su relación con la ciencia así como los estudios de la conciencia, lo cual implica una reconstrucción epistemológica desde la sabiduría perenne para lograr la sanación trascendental del ser humano mediante una educación transracional que implemente la razón con el corazón. Así, la filosofía transpersonal y la educación transracional se vislumbran como una condición sine qua non para trascender a la crisis de conciencia en la que está inmersa la filosofía occidental.

Descargar aquí

Fuente: http://pensarenserrico.es/pensar/SAutor?PN=13&PE=2&WEBLANG=1&LIBRO=11

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¿Enseñanza religiosa o enseñanza de las religiones e iniciación a la vida del espíritu?

Por: Leonardo Boff

Corre en el STF la discusión de si en las escuelas puede o no puede haber enseñanza religiosa. El término “enseñanza religiosa” lleva a equívocos, pues contiene una connotación confesional. En un Estado laico como el brasilero, que acoge y respeta todas las religiones sin adherirse a ninguna de ellas, lo correcto sería decir “enseñanza de las religiones”. Forma parte de la cultura general que los estudiantes tengan nociones básicas de las religiones practicadas en la humanidad. Dicho estudio tiene el mismo derecho de ciudadanía que el de la historia universal o el de las ciencias y de las artes. Por lo tanto, el término correcto sería “enseñanza de las religiones”.

Lo más importante sería sin embargo iniciar a los estudiantes en la espiritualidad, tal como es entendida hoy por los estudiosos. No se trata de una derivación de la religión, cosa que también suele darse, pero, en principio la religión nodebe confundirse con la espiritualidad ni tiene su monopolio. La espiritualidad es un dato antropológico básico humano, como lo es la inteligencia, la voluntad o la libido.

El ser humano además de poseer una exterioridad (cuerpo) y una interioridad (psique), tiene también una profundidad (espíritu). El espíritu es aquel «momento» de la conciencia por el que cada uno se capta a sí mismo como parte de un todo y se pregunta por el sentido de la vida y de su lugar en el conjunto de los seres.

Tal vez mejor que un filósofo, un escritor pueda iluminarnos sobre el espíritu y la vida del espíritu. Antoine de Saint Exupéry, autor de El Principito, dejó una carta póstuma de 1943, publicada solamente en 1956, y titulada “Carta al General X”, en la dice: “No hay más que un problema, solamente uno: redescubrir que existe una vida del espíritu que es todavía más alta que la vida de la inteligencia, y que es la única que puede satisfacer al ser humano”, (Dar un sentido a la vida, Macondo Libri 2015, p. 31).

Para él, la vida del espíritu o la espiritualidad está hecha de amor, de solidaridad, de compasión, de compañerismo y de sentido poético de la vida. Si se cultivase esta vida del espíritu no se hubiera dado el absurdo de millones de muertos de la segunda guerra mundial. Es lo que hoy necesita nás el mundo. Por estar la vida del espíritu cubierta de un manto de cenizas de egoísmo, indiferencia, cinismo y odio, es por lo que las sociedades se han vuelto inhumanas. Saint Exupéry llega a decir: “tenemos necesidad de dios” (p. 36).

Ese Dios no viene de afuera. Es esa Energía poderosa y amorosa que los cosmólogos llaman Energía de Fondo del Universo, innombrable y misteriosa, de la cual han salido todos los seres y son sustentados en cada momento por ella. Nosotros también. Cosmólogos como Brian Swimme y Freeman Dyson la llaman Abismo Alimentador de Todo, o Fuente Originaria de todos los Seres. Dios debe ser pensado en esta línea.

Es propio de la vida del espíritu poder abrirse a esta «Realidad», dejarse tomar por ella y entrar en diálogo con ella. El resultado es tener una experiencia de transcendencia, que nos hace sentirnos más sensibles y humanos.

Hay una base biológica para la vida del espíritu. Desde los años 90 del siglo pasado, algunos neurocientíficos constataron que siempre que el ser humano aborda temas ligados a un sentido profundo de la vida y a lo Sagrado se produce una gran aceleración neuronal en los lóbulos temporales. Llamaron a esa zona “el punto Dios en el cerebro”. Así como tenemos órganos exteriores como los ojos, los oídos y el tacto, tenemos también un órgano interior –es nuestra ventaja evolutiva– mediante el cual captamos esa Realidad misteriosa que nos envuelve y que sustenta todo.

Detenernos sobre esta Realidad, y entrar en diálogo con ella, nos vuelve más humanos, menos violentos y agresivos. Danah Zohar, física cuántica, y su marido, Ian Marshall, psiquiatra, escribieron un convincente libro sobre el “punto Dios en el cerebro” denominándolo “inteligencia espiritual” (Plaza&Janes 2001). Así, estamos dotados de tres tipos de inteligencia: la intelectual, la emocional y la espiritual. Es preciso articular las tres para ser más plenamente humanos.

Estimo que las escuelas, además de proporcionar una enseñanza de las religiones, ganarían enormemente si iniciasen a los estudiantes en la vida del espíritu. ¿Quién sería apto para orientar esta práctica? Profesores de psicología, de pedagogía, de filosofía, de sociología y de historia. La clase podría dividirse en dos partes: en los primeros veinte minutos pequeños grupos discutirían un tema de alguno de los maestros del espíritu, de distintas procedencias, y procurarían internalizar tales contenidos. En los otros veinte minutos pondrían en común sus reflexiones y se abriría un debate.

Como alternativa se puede también reservar un tiempo para que cada estudiante se recoja, ausculte su profundidad y vea qué buenos y malos sentimientos salen de ahí, conociéndose de esta manera a sí mismo y proponiéndose fortalecer los buenos y poner los malos bajo control. Así sentiría la vida del espíritu, consciente y personal.

Tenemos cómo matar el hambre de pan. Necesitamos matar el hambre de vida espiritual que se nota por todos lados. Ella “es la única que satisface al ser humano”.

*Fuente: http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=856

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Una ética para la Madre Tierra

Por: Leonardo Boff

Hoy es un hecho científicamente reconocido que los cambios climáticos, cuya expresión mayor es el calentamiento global, son de naturaleza antropogénica, con un grado de seguridad del 95%. Es decir, tienen su génesis en un tipo de comportamiento humano violento con la naturaleza.

Este comportamiento no está en sintonía con los ciclos y ritmos de la naturaleza. El ser humano no se adapta a la naturaleza sino que la obliga a adaptarse a él y a sus intereses. El mayor interés, dominante desde hace siglos, se concentra en la acumulación de riqueza y de beneficios para la vida humana a partir de la explotación sistemática de los bienes y servicios naturales, y de muchos pueblos, especialmente, de los indígenas.

Los países que hegemonizan este proceso no han dado la debida importancia a los límites del sistema-Tierra. Continúan sometiendo a la naturaleza y la Tierra a una verdadera guerra, a pesar de que saben que serán vencidos.

La forma como la Madre Tierra demuestra la presión sobre sus límites intraspasables es mediante los eventos extremos (prolongadas sequías por un lado y crecidas devastadoras por otro; nevadas sin precedentes por una parte y oleadas de calor insoportables por otra).

Ante tales eventos, la Tierra ha pasado a ser el claro objeto de la preocupación humana. Las numerosas COPs (Conferencia de las Partes), organizadas por la ONU nunca llegaban a una convergencia. Solamente en la COP21 de París, realizada del 30 de noviembre al 13 de diciembre de 2015 se llegó por primera vez a un consenso mínimo, asumido por todos: evitar que el calentamiento supere los 2 grados Celsius. Lamentablemente esta decisión no es vinculante. Quien quiera puede seguirla, pero no existe obligatoriedad, como lo mostró el Congreso norteamericano que vetó las medidas ecológicas del presidente Obama. Ahora el presidente Donald Trump las niega rotundamente como algo sin sentido y engañoso.

Va quedando cada vez más claro que la cuestión es antes ética que científica. Es decir, la calidad de nuestras relaciones con la naturaleza y con nuestra Casa Común no eran ni son adecuadas, más bien son destructivas.

Citando al Papa Francisco en su inspiradora encíclica Laudato Si: sobre el cuidado de la Casa Común (2015): «Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos… estas situaciones provocan el gemido de la hermana Tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo» (n. 53).

Necesitamos, urgentemente, una ética regeneradora de la Tierra, que le devuelva la vitalidad vulnerada a fin de que pueda continuar regalándonos todo lo que siempre nos ha regalado. Será una ética del cuidado, de respeto a sus ritmos y de responsabilidad colectiva.

Pero no basta una ética de la Tierra. Es necesario acompañarla de una espiritualidad. Ésta hunde sus raíces en la razón cordial y sensible. De ahí nos viene la pasión por el cuidado y un compromiso serio de amor, de responsabilidad y de compasión con la Casa Común, como por otra parte viene expresado al final de la encíclica del obispo de Roma, Francisco.

El conocido y siempre apreciado Antoine de Saint-Exupéry, en un texto póstumo escrito en 1943, Carta al General “X” afirma con gran énfasis: «No hay sino un problema, sólo uno: redescubrir que hay una vida del espíritu que es todavía más alta que la vida de la inteligencia, la única que puede satisfacer al ser humano» (Macondo Libri 2015, p. 31).

En otro texto, escrito en 1936 cuando era corresponsal de Paris Soir durante la guerra de España, que lleva como título Es preciso dar un sentido a la vida, retoma la vida del espíritu. En él afirma: «el ser humano no se realiza sino junto con otros seres humanos en el amor y en la amistad. Sin embargo los seres humanos no se unen sólo aproximándose unos a otros, sino fundiéndose en la misma divinidad. En un mundo hecho desierto, tenemos sed de encontrar compañeros con los cuales con-dividir el pan» (Macondo Libri p.20). Al final de la Carta al General “X” concluye: «¡Cómo tenemos necesidad de un Dios!» (op. cit. p. 36).

Efectivamente, sólo la vida del espíritu da plenitud al ser humano. Es un bello sinónimo de espiritualidad, frecuentemente identificada o confundida con religiosidad. La vida del espíritu es más, es un dato originario y antropológico como la inteligencia y la voluntad, algo que pertenece a nuestra profundidad esencial.

Sabemos cuidar la vida del cuerpo, hoy una verdadera cultura con tantas academias de gimnasia. Los psicoanalistas de varias tendencias nos ayudan a cuidar de la vida de la psique, para llevar una vida con relativo equilibrio, sin neurosis ni depresiones.

Pero en nuestra cultura olvidamos prácticamente cultivar la vida del espíritu que es nuestra dimensión radical, donde se albergan las grandes preguntas, anidan los sueños más osados y se elaboran las utopías más generosas. La vida del espíritu se alimenta de bienes no tangibles como el amor, la amistad, la convivencia amigable con los otros, la compasión, el cuidado y la apertura al infinito. Sin la vida del espíritu divagamos por ahí sin un sentido que nos oriente y que haga la vida apetecible y agradecida.

Una ética de la Tierra no se sustenta ella sola por mucho tiempo sin ese supplément d’ame que es la vida del espíritu. Ella hace que nos sintamos parte de la Madre Tierra a quien debemos amar y cuidar.

*Fuente: http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=823

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