Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y estado republicano.
Decías que es absurdo y alocado pretender elaborar pensamiento für ewig, para la eternidad. ¿»La lucha de clases es el motor de la historia» no sería un ejemplo de este pensamiento für ewig? La filosofía de la praxis a la que has hecho referencia, ¿no está llena de estos pensamientos «para la eternidad?
Sí, es así; pero no porque el ser humano no posea regularidades ontológicas: su regular plasticidad e historicidad por ejemplo, es decir, su regular falta de naturaleza fija –no es paradoja-; su regular comunidad o socialidad. Su regular, desde el Neolítico y hasta la fecha, explotación del hombre por el hombre. Regularidades, todas ellas, registradas por el saber. Tampoco porque no haya pensamiento valioso que nos interpela desde otras épocas y muestra ser fuente perenne de inspiración: Aristóteles, Hegel, Marx, Gramsci. Los clásicos. El asunto está en la creatividad. Y en la praxeología. O sea en la historicidad humana. La praxeología para ser útil debe ser capaz de aferrar en concreto, en su singularidad, la totalidad del mundo en que se encuentra. Y debe ser capaz de transmitir ese saber. También debe ser capaz de explicar que la alternativa está en la capacidad de hacer de los activistas, de los sujetos que se organizan, en el concreto hacer, singular e histórico, que generan en esas concretas circunstancias. La alternativa práctica misma surge del proceso de lucha singular, histórico, desarrollado por el movimiento concreto, histórico, que exista en un determinado momento. El mismo programa, tal como dice Gramsci debe surgir elaborado dramáticamente, debe surgir desde la propia «entraña» de ese movimiento concreto, «que está ante nuestros ojos», de la voluntad colectiva, que el intelectual colectivo, orgánico, ha ayudado a construir, que el intelectual colectivo es él mismo.
Como por ejemplo…
Como por ejemplo la exigencia del lote de tierra y de la «paz ahora», de los millones de campesinos rusos en 1917. Pero se trata de eso, dada una singular situación, específica, única, es decir, histórica –ahora, por ejemplo- ayudar a que un sujeto, una comunidad sujeto sea capaz de adoptar la actividad adecuada al logro de un fin, histórico también. Será un hacer que tiene que ser singular, específico, concreto, histórico. Pensado para el ahora y aquí. Que si es adecuado produce cambios reales, cuyas consecuencias inmediatas, nuevas, son impronosticables a priori, por su singularidad, porque producen la emergencia, el surgimiento de nuevas capacidades y facultades activas, y de nuevas exigencias y problemas no previsibles: historicidad. Y vuelta comenzar la praxis a partir de esa emergente singularidad. La reflexión sobre la actividad y para la actividad debe ser sobre lo concreto, y proponer cosas concretas. Es lo de Milón, y el comer bien, que nos explica Aristóteles al comienzo de su Ética nicomáquea. Comer bien es algo que resulta un ideal para todo el mundo. Pero Milón, el gran atleta, tiene una especificidad que le exige una alimentación que a otros nos mataría. Todos nos orientamos según el mismo fin –»premisa mayor»-, tenemos en cuenta nuestra singularidad -premisa menor- y adoptamos una decisión que es «particularidad», un hacer singular que tiene en cuenta la orientación y nuestra constitución singular, las concretas, por singulares y por históricas, condiciones de posibilidad. La praxis tiene como fin intervenir en la realidad, y su intervención sobre una realidad singular debe ser un singular pensado conforme al fin –premisa mayor-, surgido también en la historia, surgido también en el proceso histórico.
Suena de nuevo a Aristóteles
Todo esto es Aristóteles. Aristóteles piensa su época singular. Y también Hegel. Hegel, como Marx, como todos los hegelianos, piensa que la reflexión para la acción «va de lo abstracto a lo concreto», y que lo «perfecto», se entienda por este término lo que se entienda –por ejemplo: «lo logrado, lo acabado»- , se define por ser modificación concreta, efecto concreto sobre lo real. Un hacer singular que produce un cambio singular, ambos concretos, gracias a haber comprendido la totalidad de circunstancias históricas que son, por ello, irrepetibles, únicas, ahora, aquí. Así reflexiona y propone actuar, también, Gramsci, como hegelomarxista que es: ese mundo, Italia. Conocer la especificidad de la totalidad concreta de Italia, incluida la singular historia de los territorios que confluyen a la construcción de la misma, y de las diversas capas sociales y sus respectivos proyectos históricos anteriores. Por ejemplo, las de sus intelectuales, y su específica historia en una península donde estaba Roma y podían tener especiales opciones de buena vida dejándose reclutar como miembros de la iglesia; de ahí su cosmopolitismo y su no interés por un estado propio fuerte. Un norte industrial y un sur agrario latifundista, y además organizado en ciudades, con vida urbana –el «centocittà»-. Un sur conquistado y absorbido….precisamente lo que da validez y potencia al pensamiento de Gramsci, sin duda el mayor pensador político del siglo XX, es este enseñarnos a reflexionar sobre la totalidad singular concreta
Precisamente su valor, su riqueza está en que los escritos de Gramsci nos enseñan cómo se debe pensar, cómo se elabora el pensamiento de la Filosofía de la Práctica; en realidad, todas mis respuestas, que insisten en la singularidad histórica y en la concreción de la práctica, se inspiran en su pensamiento. Pero por eso, vuelvo a la misma tecla –si me permites la expresión-: si alguien quiere pensar para la eternidad, no estará pensando nada sobre ningún mundo real, su pensar será vacuo, «buoto». Tanta cosa posmoderna, tanta deconstrucción que es discurso para todo mundo, vademécum de prescripciones universales para todo mundo, nunca aplicables en uno concreto…
Para terminar: supongo que me he metido en un jardín, al utilizar una frase reconocible de Gramsci. Es una de esas 10 o 12 frases de Gramsci que se reiteran constantemente. Abres Google, la escribes y ¡pum!, sale un repertorio interminable de referencias sobre la misma. Esa frase se encuentra en una carta suya de 1926, escrita a su cuñada. Procede de un libro accesible, al menos en su antigua versión: el epistolario de Gramsci que se titula Cartas de la cárcel; el tradicional, no el exhaustivo actual que es un tomazo más que gordezuelo.
Pero no es esa la única reflexión sobre el trabajo «per l’eternità» –o «Für ewig»- hecha por Gramsci. Hay otra posterior.
¿Cuál es?
Hay que adentrarse en los Quaderni del carcere, claro. Y allí critica claramente ese estilo de trabajo intelectual abstracto que busca pasar a la eternidad; es del cuaderno 8, de 1931 a 1932, párrafo 57: «Cuando, por el contrario el motivo de la crítica es único, es preciso reflexionar: 1) porque puede tratarse de una deficiencia real, 2) porque se puede estar equivocado sobre la «media» de los lectores a los cuales se interpela y en consecuencia, se trabaja en el vacío, «para la eternidad»…» Para Gramsci, aquí, trabajar «para la eternidad», así, entrecomillado, es sinónimo de trabajar «en el vacío», ser estéril; es trabajar sin tener en cuenta que se debe elaborar para interpelar en concreto a una gente, aquí y ahora, lo que exige compartir sus problemas concretos, entender el mundo singular, histórico, compartido.
Creo que la misma carta de 1926 de Gramsci en que éste cita esa frase de Goethe –»für ewig»/para la eternidad- que según Gramsci había ya atormentado a otro intelectual italiano, debe ser entendida como una reflexión distanciada sobre sí mismo en tanto que preso; como autoironía sobre el tormento que él siente. Gramsci explica que ese deseo o imperativo atormentador le surge en la cárcel. A lo largo de su obra posterior insistirá en esto, en reflexionar sobre sí mismo y sobre los cambios «moleculares» que la cárcel produce en la personalidad. Las frustraciones, la impotencia, y los fantasmas, las neurosis, que genera: el hundimiento moral de la personalidad. A veces compara al preso con el hambriento que se jura no comer carne humana, pero al que la hambruna lo asedia y lo transforma poco a poco hasta ya no ser aquel que sentía horror ante el comer carne humana. Yo interpreto esa carta en esta línea, como autoironía, como comentario un poco sarcástico sobre sí mismo y sobre los efectos que produce en él la cárcel, las neurosis, la impotencia y el deseo de poder incidir sobre la realidad, de hacer algo que sea valioso…. Pero puedo estar equivocado, desde luego.
Creo que Paco Fernández Buey, hablo de memoria, tenía una interpretación parecida. ¿A qué otro intelectual había atormentado el tema? ¿Te estabas refiriendo a Pascoli?
Sí, era Pascoli.
Voy finalizando este apartado del libro. Señalas, cuando reflexionas sobre nuestra experiencia, nuestras astenia, nuestra carencia de fuerzas. Tal vez pero, querido amigo, ¡no han sido pocas las revoluciones hechas en este último siglo que han vencido o cuanto menos lo han intentado a las clases dominantes, a ese capitalismo que no ha impuesto formas de vida individualizadas y aisladas. ¿Me equivoco de mucho?
Por entero de acuerdo. Este siglo XX ha sido un siglo, un tiempo, un «mundo trastornado» y tras–tornado, por las luchas. Lo contrario es apariencia: generada por la provisional desmovilización social que recogemos en nuestra experiencia –todos desearíamos poder ver resultados, y nos cuesta reconocer que algunos debemos ser estiércol, material que prepare lo que puede llegar a ser- y la propaganda enemiga que declara todo levantamiento como imposibilidad y proclama el advenimiento de su Reich de Mil años.
Estiércol entendido como abono, no como algo a desechar, menospreciable. Nadie lo es si no he entendido mal tus reflexiones.
Exacto. Todos somos necesarios. Y todos tenemos, en potencia, una tarea; en determinadas épocas, la de preparar el suelo social para que fructifique posteriormente. Esto es tan necesario y tan noble como cualquier otra tarea humana en favor de la liberación humana. Es la más noble, cuando eso es lo que toca hacer.
Por lo demás, si tú mismo admites, que la gente percibe, percibimos, la enorme dificultad de elaborar otra alternativa empírica de vida, ¿no hay aquí una paradoja marcada y difícil? ¿Cómo entonces, admitido lo anterior, salir, superar nuestra situación si tenemos pocas fuerzas y es tan difícil elaborar una alternativa de vida?
Creo que la confianza en la humanidad, en nosotros mismos, es algo que constituye el fundamento del pensamiento de la izquierda. Junto a las mayores atrocidades vemos actos constantes, numerosos, cotidianos, de generosidad humana: una madre con su hijo; un desconocido que atiende a un emigrante ecuatoriano que acaba de ser desvalijado por un desaprensivo en una estación de tren; el que clava papeles en el corcho de información para sus compañeros trabajadores en un centro de trabajo,… Mil generosas actitudes cotidianas de miles de personas. A partir de ahí, recordemos que si el mundo humano existe es porque, a cada instante, millones de personas lo crean, lo producen y lo reproducen, con su hacer: el mundo es producto de la actividad de los subalternos. Y que cada individuo más que se suma a la actividad por cambiar la sociedad tal como es hoy, es un individuo menos, uno menos que la apoya, uno más que la socava: «somos» una «suma cero». Toda sociedad, en consecuencia, aún la aparentemente más sólida, se fundamenta sobre un suelo formado por millones de granos de arena suelta, granos conscientes, los seres humanos. Seres humanos cuya consciencia se desdobla, se extraña, percibe como ajeno, extrañado y no propio este mundo que ellos hacen; lo prueba el hecho de que en todos los tiempos históricos, las clases dominantes han tenido que emplear muchos recursos para tratar de convencer a los subalternos de que no se puede anhelar cambiar el mundo -o que anhelar eso, no está bien, es «pecado», es «el» pecado de la «consciencia desgraciada» medieval, cristiana.
Muy bien visto.
Porque todo ser humano, todos, generamos reflexión sobre nuestro propio vivir, sobre la actividad generada por nosotros desde nuestra consciencia y sobre las expectativas, las necesidades conscientes que tenemos, como resultado de nuestra formación dentro de un ethos. Esta consciencia reflexiva, esta autoconsciencia, es ya un poder pensar y considerar evaluativamente, en perspectiva, desdobladamente, nuestro vivir y el mundo que lo produce. Toda autoconsciencia ejercida sobre nosotros mismos, nuestro vivir, nuestra comunidad, es un vernos como entidad distinta, separada, enfrentada, extrañada, con el mundo que nos ha construido; como en potencia capaces de vivir de otra forma, de hacer otra cosa que reproducirlo. Esa autoconsciencia es, solo por el hecho de operarse, negatividad: estudia su mundo, o sea, lo pone frente a sí. Pero todo esto es algo que toda mente humana hace cotidianamente; por eso necesitamos del arte, porque anhelamos mejorar nuestra autocomprensión de nosotros y nuestro vivir, expresándonos por medio de un objeto artístico y porque nos sabemos capaces de otras vidas… Y, bueno, el mundo humano siempre cambió, nunca ha dejado de ser «histórico».
Bueno, me he puesto a rebuscar argumentos y me han salido bastantes. Está claro que la skepsis vale tanto contra el optimismo como contra el pesimismo…
Seguramente, pero tu defensa del esperancismo es muy hermosa, muy machadiana. Sacristán citó en una conferencia unos hermosos versos de Guillevic sobre esta esperanza. Por hoy no te molesto más, seguimos en la próxima.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=219441&titular=%93la-confianza-en-la-humanidad-en-nosotros-mismos-es-algo-que-constituye-el-fundamento-del-