Por FECODE
En el marco de la modernidad se va a construir la idea de que la educación tiene como fin la formación, y por lo tanto, las prácticas educativas se van a instrumentalizar desde consideraciones morales y técnicas de lo que sería la formación como un lugar de llegada fija y determinada.
En este escenario, cabría desde los debates actuales sobre la escuela, retornar a la pregunta por la formación y más específicamente por su relación con las prácticas educativas, ¿no deberían los maestros cuestionar su propio proceso de formación? ¿Qué papel deben jugar los mismos maestros en la elaboración de nuevos modelos de vida para sí mismos y para los estudiantes? Y más aún, si los maestros actúan sobre la formación de sus estudiantes ¿No deberían dirigir muchas de esas prácticas sobre sí mismos como una manera de responsabilidad?, finalmente ¿no deberían los maestros autoevaluar continuamente su propio proceso como una herramienta fundamental para desarrollar la capacidad de formación?
Con el objetivo de abordar estas preguntas a continuación se desarrollan dos vectores analíticos; de un lado, el debate sobre la formación y la autoevaluación docente y de otro, la autoevaluación como una capacidad fundamental para la formación docente.
Si la formación es entendida en los términos propuestos por Gadamer (1977) y Foucault (1996), implicará asumir nuevos procesos de producción de los sujetos desde acciones del mismo sujeto; y en esta coordenada, autoevaluarse se constituiría en técnica de hacerse, de re-inventar los rayados de constitución y de proponer nuevos límites a la materialidad de la subjetividad.
La autoevaluación como técnica para desarrollar la capacidad de formación, no podría ser una agenda distinta al sujeto mismo e impuesto desde fuera, el darse forma a sí mismo será una apuesta ética, una necesidad política y una acción histórica. Además, como lo indica el epígrafe de Butler, la formación como una necesidad también implica una oportunidad de abandonar el yo, de ser interpelado por el otro, por un nosotros, por un ellos.
Es aquí donde la autoevaluación cobra sentido, no en tanto una manera de determinar o situar los fines y propósitos de la acción formativa, sino en la medida que le permita al sujeto cuestionar ese yo autosuficiente al cual se refiere Butler y además, imprima constantemente en el sujeto la pregunta por el nosotros, por el otro.
Frente a lo que vimos, ante la cara de pavor resignado cuando el ultraje sucedía, nuestro idioma tiene una palabra breve y poderosa: no. Es preciso decirlo con toda la fuerza que implica rechazar lo que esos hechos significan: no, de ninguna manera. Hacer escarnio de las y los profesores en Comitán, arrancándoles con el cabello su integridad, imponiendo el castigo de hacerlos andar descalzos, lastimando sus pies, y marcarlos con leyendas amarradas a sus cuerpos es, sin más, inaceptable. Se impone repetir cuantas veces sea necesario: no, así no y nunca. Escarnio significa “burla cruel cuya [nalidad es humillar o despreciar a alguien”. Otra acepción es “mofa cruel y humillante”. Rechazar que ocurra y advertir el pozo de oprobio del que abreva, y el signo que implica, se impone porque sí, como imperativo: no, a nadie y jamás.
De ninguna manera, por ello, se sigue la menor justificación de lo ocurrido en Comitán. Al contrario: en rechazo radical a la relación simétrica y estéril de la afrenta y el escarnio, en la lógica polarizada que impide el diálogo, es menester la denuncia a la arbitrariedad y los errores en las leyes impuestas, reclamar el vacío de cualquier propuesta educativa seria, o criticar el recurso a la amenaza para conseguir que miles se sometan a la evaluación, entre otras cosas, se lleve a cabo desde otra catadura ética: la de la discusión fundada aunque sea ríspida, la discrepancia ruda si se quiere, pero no el descalabro ni el desprecio.
Si la estabilidad laboral indefinida, pese a no trabajar, o hacerlo sin cumplir los compromisos de la profesión, era un lastre, lo es también que, según la ley actual, nunca (y nunca es nunca, en serio) alguna profesora o maestro tendrá seguridad en el empleo. Este aspecto de inseguridad en el trabajo, pese a muestras del buen hacer cotidiano, supone que el riesgo produce esmero, y la incertidumbre calidad: eso es más falso que un billete de 9 pesos. Señalarlo como falla no es proponer que se vuelvan a vender plazas: es un llamado a pensar las cosas y enmendar los errores que, no por legales, dejan de serlo. La ley no es inmutable.







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