Por Emma Rodríguez/ Fuente: Lecturassumergidas
Nuccio Ordine no puede disimular que es profesor y que ama la enseñanza. Lo demuestra al exponer sus ideas de manera diáfana, ayudándose de ejemplos certeros que por sí solos son capaces de eliminar cualquier duda, cualquier brizna de confusión. Nacido en una pequeña localidad de Calabria, en cuya universidad aprendió que los libros le podían llevar muy lejos, y donde actualmente imparte clases de literatura e intenta transmitir esa experiencia a sus estudiantes, este hombre ha removido a los italianos inquietos con “La utilidad de lo inútil”, un ensayo sencillo y directo, un manifiesto altamente combativo y, no nos quepa la menor duda, conveniente, imprescindible, para padres, para educadores, para todo aquel que no se conforme, que no claudique en un momento en el que se nos quiere inocular la idea de que el saber no tiene sentido si no aporta dividendos, en que la cultura está amenazada por la lógica del beneficio, por esa nefasta idea de que en tiempos de recesión el alimento espiritual que proporciona es algo superfluo, un lujo del que se puede prescindir y al que es necesario aplicar la tijera sin ningún tipo de reparo ni remordimiento.
Ordine no está solo al impartir la lección magistral en que se convierte su entrega. Se hace acompañar de los grandes clásicos de la literatura, de pensadores y científicos que a lo largo del camino han demostrado que ni toda la riqueza del mundo es capaz de comprar el conocimiento y la dignidad. Y nos guía a través de obras y discursos que no debemos permitir que sean acallados. En tiempos en los que, como indica en el prólogo, se ha olvidado el valor de lo inútil, de esas actividades que nos conducen a lo sublime y nos hacen apreciar la belleza y la felicidad de los pequeños gestos, Ordine nos regala los versos de Hölderlin: “Lo que permanece lo fundan los poetas” y retoma el horizonte que ya atisbaba Rousseau cuando decía que mientras “los antiguos políticos hablaban incesantemente de costumbres y de virtud; los nuestros solo hablan de comercio y de dinero”.
“Ojalá este libro se convierta en un grito, en una llamada de atención”, señalaba el autor en un reciente viaje a Madrid en el que tuvo lugar la conversación que a continuación se reproduce. Un grito, una pequeña revolución, me atrevo a añadir, en la medida en que los lectores sepan aprovechar su mecha y hacer que su espíritu subversivo, el acto de subversión, de agitación del pensamiento, que supone toda obra reveladora, toda lectura inteligente, les ilumine en sus actos cotidianos, porque por mucho que se nos diga que los libros son “inútiles, inermes, silenciosos, inofensivos”, seguimos las palabras de Ordine en el prólogo, el curso de la historia nos ha demostrado hasta qué punto han sido considerados peligrosos por el poder, consumidos por las llamas, destruidos, censurados.
– Me imagino que el impulso que le llevó a poner en pie este manifiesto fue la constatación de que la cultura está amenazada, de que las actividades que nutren el espíritu y que enriquecen al ser humano cada vez son más ninguneadas.
– Mi punto de partida fue la exigencia de convencer a mis estudiantes de que no se va a la escuela, al instituto, a la universidad, para conseguir un diploma, una licenciatura, sino que se estudia en primer lugar para mejorar como personas. Debemos ayudar a los jóvenes a eliminar esa idea, propia de estas sociedades utilitarias, de que se estudia con el objetivo de conseguir algo material. Para demostrarles que no es así, lo que yo he hecho es recoger, a lo largo de los años, una serie de ejemplos, extraídos de los clásicos, que les permitan entender que nutrir al espíritu puede ser tan importante como alimentar al cuerpo, que, probablemente, necesitamos los conocimientos inútiles, los que no se traducen en un beneficio económico, más que aquellos aparentemente útiles porque sí producen dividendos. En este sentido, el ensayo responde a la necesidad de defender lo que es gratis, desinteresado, en unas sociedades donde la dictadura de la utilidad y de las ganancias, ha llegado a contaminar toda nuestra vida.
No se va a la escuela, al instituto, a la universidad, para conseguir un diploma, una licenciatura, sino que se estudia en primer lugar para mejorar como personas. Debemos ayudar a los jóvenes a eliminar esa idea, propia de estas sociedades utilitarias, de que se estudia con el objetivo de conseguir algo material.
– Pero, ¿cómo enseñar a nuestros hijos esos valores de lo inútil cuando en las escuelas, desde muy pronto, se les impulsa a competir con los otros, a obtener resultados?. Los niños son permanentemente evaluados. Se valoran más las notas que obtienen que la creatividad o la capacidad de pensar por sí mismos, por ejemplo.
– Es muy complicado responder a esto. Yo no desdeño del todo las evaluaciones. Creo que la recompensa que puede ser una nota o cualquier otro incentivo puede tener incluso un efecto de tipo educativo. Pero eso tiene que llegar en segundo lugar, después de que los estudiantes entiendan que hay que estudiar para ser mejores personas. Si el principio de la recompensa, que en términos absolutos podría no ser negativo, se convierte en lo único importante, mal vamos.
– Pero pocos niños escuchan en los colegios que lo primordial es ser mejores personas. Y no digamos en las casas, en los hogares de tantas familias que hoy se preocupan más por tener un buen televisor o el último modelo de coche que por inculcar a sus hijos determinados valores.
– Así es. Mi trayectoria como profesor me ha llevado a constatar que la mayoría de las familias actuales no están preparadas para enseñar a los jóvenes la experiencia de lo gratuito. Lo que yo observo es justamente lo contrario. Nací en un pequeño pueblo en Calabria y, a menudo, cuando voy a ver a mis padres, que siguen viviendo allí, hay gente que se acerca a mí para decirme: “Mi hijo se tiene que matricular en la universidad y quiere hacer letras o filosofía, pero yo creo que está loco. ¿Cómo comerá con letras o filosofía, cómo se va a ganar la vida?”. La lógica de la utilidad, incluso en una acepción no negativa, ya que los padres quieren el bien de sus hijos, conduce al mal, al error. Yo a esas personas les digo siempre que los chicos deben escoger en la universidad las disciplinas que aman, porque estoy convencido de que un médico que es mal médico nunca será feliz, mientras que un maestro de escuela que enseña lo que le gusta seguramente será más pobre, pero también se sentirá mucho más afortunado y pleno como persona. Estoy convencido de que no es dentro de las familias, sino en el seno de las escuelas, donde tenemos que trabajar intensamente para cambiar esta percepción tan dañina, pero para eso hay que evitar esa degeneración de la enseñanza dirigida a obtener resultados como única meta, olvidando que el saber debe llevar a los estudiantes a entenderse mejor a sí mismos y al mundo que les rodea, a amar el bien común, a ser tolerantes, a comprender que la solidaridad es una de las cosas más importantes de la vida de un ser humano.
– Pero, desgraciadamente, eso no es prioritario en los planes de estudio. Los conocimientos que se siguen memorizando están por delante de todos esos valores.
– Sí, lo que está sucediendo es que la dictadura del beneficio ha producido un modelo de comportamiento egoísta en el que las personas piensan solamente en su propio interés, en su propio bien, pero insisto, hay que cambiar eso desde la escuela. Yo suelo poner un ejemplo que me funciona muy bien con mis estudiantes. Les digo que hoy con el dinero podemos comprar cualquier cosa, que en Italia con dinero se compra incluso a los jueces, a los parlamentarios, a las cadenas de televisión y que si se es rico se puede obtener el éxito y el erotismo. Pero, hay algo que, sin embargo, no se puede alcanzar con todo el oro del mundo, el conocimiento. El saber es el fruto, el resultado, de un esfuerzo personal y únicamente quien lleva a cabo ese esfuerzo puede entender el sentido de lo que está aprendiendo. Si el jeque más acaudalado del mundo quiere comprar el saber y firma un cheque en blanco para lograrlo, nadie le podrá vender el conocimiento. Si el jeque no hace el esfuerzo para aprender no aprenderá nunca. Yo estoy convencido de que la universidad es el lugar ideal para que los chicos entiendan que el conocimiento no es un don sino una conquista, una costosa conquista cotidiana. Estoy convencido de que las escuelas y las universidades son el espacio idóneo para demostrar que las leyes del mercado no valen, porque éstas se basan en el principio de la pérdida y la ganancia; en cualquier intercambio de tipo comercial siempre hay algo que sale y algo que se queda. Pero el intercambio entre profesor y estudiante es un proceso virtuoso donde el que da y el que recibe se enriquecen ambos. Nadie pierde. Las escuelas deberían ser ese lugar donde las leyes del beneficio acabaran rompiéndose, naufragando.
Yo suelo poner un ejemplo que me funciona muy bien con mis estudiantes. Les digo que hoy con el dinero podemos comprar cualquier cosa, que en Italia con dinero se compra incluso a los jueces, a los parlamentarios, a las cadenas de televisión y que si se es rico se puede obtener el éxito y el erotismo. Pero, hay algo que, sin embargo, no se puede alcanzar con todo el oro del mundo, el conocimiento.
– Pero en toda esta bella argumentación hay algo que falla, un problema de fondo que no debemos olvidar. En las sociedades actuales el conocimiento no se valora. El creador, el científico, el intelectual, no está valorado en la misma medida que el empresario, el banquero, el futbolista de éxito… En otras épocas no sucedía esto, pero hoy podríamos decir que el respeto ha cambiado de bando. No se admira al que sabe, al que crea, al que lee, sino al que es capaz de acumular lujos y riquezas, incluso al que se lucra de manera amoral y es capaz de eludir a la Justicia.
– Correcto. Es lo que estamos viviendo. Hay un capítulo en “La utilidad de lo inútil” sobre la dignidad del hombre. Es un apartado donde se argumenta en torno a este asunto que viene de antiguo a través de varios ejemplos, desde Platón hasta el Renacimiento. Los filósofos siempre se han planteado la misma pregunta: ¿el hombre vale por el dinero que tiene; es la cantidad de dinero que posee lo que le convierte en una persona digna? La respuesta es no, absolutamente no. La dignidad del hombre no se mide por las riquezas que posee; más bien, a menudo, el que acumula mucho dinero suele ser corrupto. La dignidad del hombre está en el saber identificar y ver los verdaderos valores de la vida, esos valores sencillos de los que hablábamos antes: la solidaridad, la tolerancia, la paz, el diálogo, el respeto hacia los demás. Hay una página, un fragmento precioso de Demócrito, en el que éste se ríe ante la locura de los hombres, a los que ve todo el día corriendo detrás del dinero, persiguiendo el dinero. ¿Para hacer qué?, se cuestiona. Y constata que el dinero que ganan les sirve para ganar más, que el dinero ya no es un instrumento, un medio, sino que se convierte en un fin en sí mismo. Ante esto el filósofo pregunta: ¿es correcto abrirle las venas a la tierra, destruir la tierra, para acumular riquezas? Eso es lo que estamos viendo hoy: no hay respeto por la naturaleza.
– Otro tema crucial, que debería ser obligatorio en los colegios, porque de él, del respeto a la naturaleza, al medio ambiente, dependerá la supervivencia del planeta, de la Humanidad.
– Exacto. Hay que enseñar a las nuevas generaciones el amor a la naturaleza. Enseñarles a razonar que cuando hay grandes inundaciones, por ejemplo, la culpa no es siempre de las fuerzas de la naturaleza, de su carácter violento y agresivo, sino del hombre que ha construido en el cauce de un río. Si talamos los árboles de una colina y ésta se desploma encima del pueblo, ¿la culpa de quién es: de la naturaleza que hace llover o del hombre que ha cortado los árboles?, estas son preguntas sobre las que hay que reflexionar. Yo hablo de Italia porque es la realidad que mejor conozco y en Italia tenemos un problema muy grave: en una zona de Nápoles, la camorra, que es la mafia napolitana, ha comprado muchos terrenos para enterrar las basuras, los residuos tóxicos, de las industrias del Norte, industrias que en lugar de pagar una cantidad elevada por el reciclaje de esos residuos, prefiere financiar a la mafia para que, a un coste menor, los entierre. En esa zona hoy se han elevado escandalosamente las posibilidades de contraer cáncer y otras enfermedades. Hay mucha gente que está muriendo por esta causa. Ésta es una de las consecuencias de los beneficios económicos.
Hay una página, un fragmento precioso de Demócrito, en el que éste se ríe ante la locura de los hombres, a los que ve todo el día corriendo detrás del dinero, persiguiendo el dinero. ¿Para hacer qué?, se cuestiona. Y constata que el dinero que ganan les sirve para ganar más, que el dinero ya no es un instrumento, un medio, sino que se convierte en un fin en sí mismo. Ante esto el filósofo pregunta: ¿es correcto abrirle las venas a la tierra, destruir la tierra, para acumular riquezas? Eso es lo que estamos viendo hoy: no hay respeto por la naturaleza.
– Pero, ¿qué se puede hacer para cambiar esos modelos, para que la gente, los ciudadanos, se conciencien de que no se puede mirar para otro lado y seguir instalados en el conformismo, de que hay que dar pasos para construir otro tipo de sociedades?
– Yo creo que no existe una fórmula mágica para cambiar de golpe las cosas, que no hay recetas, y que la única posibilidad que tenemos como seres humanos es la de educar a las nuevas generaciones no en el egoísmo, no en la avaricia de los beneficios, sino en el amor por el bien común, por el respeto hacia el otro y hacia el entorno en el que se desarrolla la vida. Y la única herramienta que tenemos para hacer esto es la cultura. Estoy de acuerdo en que es difícil conseguir que estas cosas tan sencillas se entiendan, pero hay que seguir intentándolo. Hay un pasaje muy revelador en una novela de David Foster Wallace. Se trata de un episodio en el que se plantea la pregunta de qué es el agua. Y hay dos pececillos jóvenes que nadan en el acuario y no saben nada del medio en el que se mueven. Igual que esos pececillos, hoy nosotros, no comprendemos que la cultura y el conocimiento constituyen el agua en la que nadamos en cada instante de nuestra vida. No es por casualidad que los gobernantes, en todos los países del mundo, sin excepción, lo primero que recortan son aquellas cosas que ellos consideran inútiles y que, al revés, son las más útiles para conseguir que las sociedades sean más humanas.
Yo creo que no existe una fórmula mágica para cambiar de golpe las cosas, que no hay recetas, y que la única posibilidad que tenemos como seres humanos es la de educar a las nuevas generaciones no en el egoísmo, no en la avaricia de los beneficios, sino en el amor por el bien común, por el respeto hacia el otro y hacia el entorno en el que se desarrolla la vida.
– ¿Lo hacen por el principio de la austeridad o porque sin cultura la gente es más manejable?
– Ahí quería llegar. El interés de la clase política hoy en día, al igual que el interés de la clase política de ayer, consiste en mantener a la gente en la ignorancia. No cabe duda de que es más fácil vender todo lo que quieren a personas que no saben, que no tienen herramientas para comprender. Lo que sucede es que en la actualidad la clase política que tenemos es una clase política cada vez menos culta y cada vez más corrupta. Vuelvo de nuevo a Italia, aunque en España cada vez se conocen más casos deleznables. El Tribunal Supremo de Italia, al que corresponde hacer balance del Estado, ha declarado recientemente que en nuestro país se gastan unos 150.000 millones de euros al año a causa de la corrupción. Es muy fácil de comprender: si hay que construir una carretera, la carretera en lugar de costar dos millones vale cuatro y ese dos de más que pagamos es el precio de la corrupción. Con estos números en la mano es evidente que hoy no haría falta masacrar a la clase media; destrozar a los más débiles; eliminar la financiación a los enfermos graves; recortar constantemente los fondos destinados a la educación, a las bibliotecas, a la cultura en general… Pero es que todo lo que significa cultura, saber, es considerado como peligroso por la clase política. Cuando a mí me dicen que estamos en crisis y que hay que recortar en sanidad y en educación, yo me pregunto por qué no en corrupción si el dinero que se gasta en corrupción es muy superior al que se obtiene con los recortes en todas esas partidas que tanto afectan a los ciudadanos en su bienestar, en su día a día.
El interés de la clase política hoy en día, al igual que el interés de la clase política de ayer, consiste en mantener a la gente en la ignorancia. No cabe duda de que es más fácil vender todo lo que quieren a personas que no saben, que no tienen herramientas para comprender. Lo que sucede es que en la actualidad la clase política que tenemos es una clase política cada vez menos culta y cada vez más corrupta.
– Shakespeare ya lo tuvo claro en “El mercader de Venecia”, una de las obras a las que se hace referencia en el libro.
– Sí. La metáfora de Shakespeare es bellísima. Él habla de recortar una libra de carne del cuerpo. El personaje de Antonio para pagar la deuda contraída tiene que dar un trozo de su cuerpo. Eso tiene tanto que ver con lo que está sucediendo ahora mismo… Cuando el hombre se convierte en mercancía, cuando para pagar la deuda es necesario cortarle la carne, quitarle, expropiarle, el derecho de tener derechos, como decía Hannah Arendt, estamos dibujando un escenario atroz, monstruoso. Hoy cualquier derecho de los obreros, de los estudiantes, de los enfermos, se niega en nombre de la necesidad de la crisis y esto es una gran mentira. De nuevo volvemos al mismo punto: la única manera que tenemos para salir de esta situación es la cultura, hacer que la gente entienda cuál es la verdadera raíz del problema, que sea consciente de que si no luchamos contra la corrupción, si no luchamos contra el egoísmo de nuestra sociedad, nunca saldremos de esta situación.
– ¿Cómo combatir la sensación de desaliento, de tristeza, de impotencia ante la visión tan repetida de políticos que se saltan todas las reglas éticas, que roban con total impunidad, que no piensan lo más mínimo en el bien de aquellos a los que representan?. Está claro que hace falta más cultura, más educación, pero volvemos a lo de antes: los que tienen el poder buscan la manera de ningunear, de anular esos ámbitos. La cultura que profundiza, que ayuda a pensar, desaparece cada vez más de la televisión, de los medios…
– Por un lado existe el problema de la conciencia. La gente en Italia, por ejemplo, no acaba de tener conciencia de la corrupción de la clase política. Hay un señor en mi país que ha sido condenado en muchas ocasiones y que no quiere aceptar las sentencias de los tribunales. Pero es que este señor recibe millones de votos. Ese es el gran problema. La gente no entiende que detrás de esa persona hay unos intereses personales, hay un partido que en estos años lo único que ha hecho ha sido salvar sus propias empresas. En ese gobierno precisamente hubo un ministro que tuvo el valor de decir que con la cultura no se come y que si la cultura no sirve para dar de comer, no sirve para nada. Ante esto no hay más respuesta que la toma de conciencia, la preparación de las generaciones venideras a través de las escuelas, las universidades, los círculos de lectura, los teatros, todo lo que sea cultura en su más amplio sentido. Se trata de formar a ciudadanos capaces de decir no a esta gente, a estas maneras de gobierno; ciudadanos capaces de razonar con sus propias cabezas y de no dejarse influir por el poder de los medios de comunicación al servicio del poder. Naturalmente me doy cuenta de lo que me plantea; del círculo vicioso en el que estamos inmersos, de esta especie de pescadilla que se muerde la cola.
– Pongamos algo de positividad en la conversación. ¿Hasta qué punto esta crisis está llevando cada vez a más gente a darse cuenta de que la felicidad no tiene nada que ver con el consumo de bienes materiales? ¿Hasta qué punto se empieza a cambiar el orden de las prioridades, a poner en circulación otras ideas?
– Todo eso es cierto. En cualquier momento de la Historia, las crisis, lo que nosotros llamamos crisis y que en la raíz etimológica significa también oportunidad de debate, son momentos en los que se hace una reflexión sobre las cosas que puede generar un cambio de ruta, una ocasión para entender aspectos que nos resultaban incomprensibles, confusos. Yo también espero que de la gran contradicción de esta crisis pueda emerger la necesidad de volver a valorar las cosas inútiles frente a las cosas útiles. Otro de los placeres que me está dando la publicación de este libro es la posibilidad de dialogar con muchos directivos de empresas. Me ha sorprendido que algunos de ellos estén viendo la necesidad de revisar los modelos porque se dan cuenta de que una empresa que pone en el centro el beneficio, que hace que éste se convierta en el único fin, acaba engendrando un entorno humano inaceptable, invivible, un entorno en el que las personas no colaboran en proyectos comunes sino que ven a los otros como potenciales adversarios que les pueden llegar a quitar poder.
Una empresa que pone en el centro el beneficio, que hace que éste se convierta en el único fin, acaba engendrando un entorno humano inaceptable, invivible, un entorno en el que las personas no colaboran en proyectos comunes sino que ven a los otros como potenciales adversarios que les pueden llegar a quitar poder.
– Los libros son una herramienta magnífica para conseguir esa concienciación. Su ensayo es un buen intento.
– Así es, los libros pueden redimirnos. Si algo me satisface es que con este manifiesto, en su modestia, en su pequeñez, estoy contribuyendo a levantar una alarma. En Italia el éxito del libro fue inmediato. Se superaron las 30.000 copias en pocas semanas, algo extraordinario para un ensayo. Pero lo que de verdad me entusiasma es recibir cartas de estudiantes, de profesores de instituto, de conservadores de museos, de jóvenes músicos que me dicen que lo que he escrito es lo que ellos llevan en el corazón y lo que viven cada día. Son muchos los creadores, los artistas, que siguen su pasión pese a saber que están marginados, que no son escuchados.
– En el libro se alude a un discurso de Víctor Hugo, que tiene que ver con todo esto, y en el que el escritor se refiere a los pobres artistas. Está claro que quien crea no lo hace para enriquecerse, pero también es cierto que se está instalando en la sociedad la peligrosa idea de que el artista, el que genera cultura, debe hacerlo de modo altruista, gratuitamente.
– Sí. Cuando yo hablo de lo gratuito para nada quiero decir que el trabajo de los creadores, el trabajo intelectual, no se deba pagar. En absoluto. Precisamente una de las crisis del mundo de la educación consiste en que los profesores se sienten humillados. En Italia están muy mal pagados. Es posible encontrar hoy a profesores que enseñan con 60 años y que están en una situación precaria, como interinos. Cuando yo hablo de lo gratuito me refiero a que las grandes obras artísticas, los grandes descubrimientos, no se han hecho en principio pensando en el lucro, aunque luego, a posteriori, acaban generando beneficios. Me refiero a que hay cosas que se hacen por la necesidad interior de hacerlas. Cuando vamos a escuchar un concierto lo hacemos porque hay en nosotros una pulsión emotiva, desinteresada, bello concepto al que hacía alusión Kant.
– Si a algo nos conduce “La utilidad de lo inútil” es a la reflexión. Unas cosas, unos conceptos, van llevando a otros. El tema del interés en todo tipo de relación es muy interesante.
– Sí. En el libro pongo un ejemplo para demostrar cómo el amor, que debería ser el campo de lo gratuito por excelencia, también ha llegado a corromperse. El interés también ha entrado en ese territorio. El matrimonio se basa en la exigencia económica de formar una familia y muchas veces se sigue con una pareja a la que ya no se quiere porque la empresa familiar obliga a hacerlo. Aquí también vuelvo a mirar a los jóvenes, a esos jóvenes que han de entender que deberían existir unas esferas de la vida humana en las que no exista el concepto del beneficio, de lo útil. Cuando entra en juego esa lógica se acaban matando, ensuciando, valores básicos, incluso el de la verdad. Ahora mismo podemos hablar de vendedores de verdad, de camellos de la verdad, idénticos a los que venden droga, que nos dicen que los suyos son los principios que hay que seguir. Y poseer la verdad significa matarla. Hay muchas mujeres que son asesinadas en el mundo porque existen hombres que creen que poseen sus cuerpos, sus almas; que están convencidos de que otro ser humano puede pertenecerles. Este es para mí un ejemplo de cómo la idea de posesión puede causar un deterioro de los valores que deberían proteger algunos aspectos esenciales de la vida humana.
Cuando entra en juego la lógica del beneficio se acaban matando, ensuciando, valores básicos, incluso el de la verdad. Ahora mismo podemos hablar de vendedores de verdad, de camellos de la verdad, idénticos a los que venden droga, que nos dicen que los suyos son los principios que hay que seguir.
– Pero esa tendencia es muy minoritaria. En España ese empresario aún no ha nacido.
– (Risas) Habrá que ir hacia ahí. Es el camino. En Italia se ha celebrado recientemente el aniversario de Adriano Olivetti, un empresario que fue en contra de la corriente y nos enseñó algo muy bonito: que una empresa no debe producir únicamente beneficios, sino también belleza y libertad. Él se dio cuenta de que a través de la belleza y de la libertad el hombre aprende a entender cuál es el camino para la felicidad. Olivetti invirtió sus beneficios en bibliotecas, en casas y en guarderías para los hijos de los trabajadores. Se preocupaba de darles una dignidad humana y por ese camino llegó a construir una empresa de competitividad a nivel internacional que ni siquiera existía en Estados Unidos. Su ejemplo debería cundir. Si hoy las empresas no crecen no es solo por culpa de la crisis. En muchos casos tiene que ver con la deshonestidad de muchos de sus directivos: directivos que han falseado las cuentas, se han llevado gran parte del dinero obtenido a paraísos fiscales y han acabado despidiendo a los obreros, diciéndoles que el negocio iba mal. Cuántas veces se ha descubierto que detrás de los despidos masivos hay decenas y decenas de millones de euros, que han sido derivados hacia los bancos de los paraísos fiscales para el exclusivo uso personal de unos pocos.
– Tendrían que crearse otro tipo de escuelas empresariales y tendría que nacer otra nueva clase de empresarios, insisto.
– Exactamente. Hoy una de las limitaciones de la universidad es que ha llegado a ser demasiado profesionalizadora. La gente va a las universidades a convertirse en médicos, abogados, ingenieros. Sin duda hay que aprender esas profesiones, pero en primer lugar hay que aprender a ser personas. Solo cuando se sea mejor persona se llegará a ser un buenísimo ingeniero o médico. Cuando transformamos la escuela y la universidad en una empresa, donde los estudiantes se convierten en los clientes, la cosa varía. Esto es demoledor. En el léxico de las universidades italianas se han introducido palabras como créditos y deuda. Este lenguaje lo ha contaminado todo en la educación y de esto debemos huir. Y el mismo discurso vale para argumentar sobre la investigación científica. Cuando el Estado ya no invierte en la investigación de base lleva a las universidades a buscar los fondos sobre el territorio para poder sobrevivir. Y si se acude a una empresa farmacéutica, ésta nos dará dinero a cambio de un producto de mercado. Es cierto que la ciencia sigue avanzando, pero está claro que por este camino no será la ciencia la que haga las grandes revoluciones a favor de la humanidad. Como apéndice a mi ensayo decidí incluir un texto magnífico de Abraham Flexner [pedagogo, 1866-1959; fundador creador del Institute for Advanced Study de Princenton] para que se entienda que la gran revolución de la ciencia no fue la que realizó Marconi. Marconi hizo una gran revolución, sí, pero si no hubiera tenido los estudios previos de investigadores como Maxwell y Hertz, que no tenían ninguna necesidad práctica en su interés como estudiosos, hoy no tendríamos la radio. Incluso en el campo de la ciencia lo que vale es la curiosidad, dejar libremente al científico perseguir o cultivar sus ideas. El problema es que hoy esto es cada vez más difícil.
– Estamos hablando de la necesidad de la cultura y de cómo se la anula tanto desde el poder. Pero, por otro lado, nunca como ahora, la gente ha tenido tanto acceso a la cultura, más bien al espectáculo.
– Bueno, pensemos en el cine, por ejemplo. Es verdad que hoy hay muchas más salas cinematográficas, pero también que el mercado de la distribución está cada vez más dominado por las películas de efectos especiales. El cine clásico, el de los grandes directores, cada vez se ve menos. Es cierto que en París sigue habiendo muchas salas de películas de autor, pero en otras ciudades como Roma prácticamente han desaparecido y en Nueva York, donde he vivido, quedan muy pocas, frente a unas 50 salas donde se expone el cine comercial, de efectos especiales, con grandes estrellas, pero muy pobre de contenido. Muchas de las cosas que hoy llamamos cultura en realidad son productos de subcultura. Y las librerías siguen existiendo pero, ¿qué es lo que venden?. Hay muchos más libros que antaño, pero, ¿estamos contentos con los libros que interesan al público?. ¿Quiénes están hoy en el “top ten” de las ventas?. Pues abundan esos señores que hablan en la televisión o figuras del fútbol o similares. ¿Qué valor literario tienen las cosas que más se leen?. Sí. es verdad que hay más posibilidades, pero también es verdad que hay muchas cosas que no valen para nada y que hunden, ahogan, todo lo que sí merece la pena, pero que cada vez se ve menos. Y tenemos Internet, una gran revolución, sin duda, pero habría que educar a los jóvenes en su correcta utilización. Cuando mis estudiantes quieren hacer una investigación sobre un autor en concreto siempre les digo que en vez de bucear en Internet se lean un buen libro. De Giordano Bruno, uno de mis filósofos favoritos, existen en Internet decenas de páginas delirantes en las que hay informaciones equivocadas. Hoy en día cualquier persona puede escribir en Internet lo que le parezca, sin ningún tipo de control. El buscador competente, el que sabe, sabrá moverse en esas aguas, pero el joven tiene que ser guiado, porque, paradójicamente, cuando hay tantas informaciones todo y nada es lo mismo. Habría que hacer una guía Michelin de Internet, una guía que indique cuales son las mejores páginas a seguir en cada materia.
– ¿Una etapa de la Historia a la que podríamos mirar para tomar como ejemplo, tal vez el Renacimiento?
– Sí. Si viajamos al Renacimiento nos encontramos con personajes como Copérnico, como Galileo, que no estudiaban los cielos porque hubiese alguien que les pagara un dinero para que hicieran un descubrimiento. Lo suyo era curiosidad, puro deseo de saber. Por otro lado, en el Renacimiento los conocimientos, las distintas disciplinas, no estaban separadas. Leonardo da Vinci fue un pintor, un constructor, un arquitecto, un ingeniero, un escritor. Miguel Ángel también dominaba con brillantez distintas disciplinas. Lo que hoy nosotros separamos, en el mundo clásico y en el Renacimiento estaban juntos. El premio Nobel de química Ilya Prigogine ha escrito un maravilloso libro, “La nueva alianza”, donde señala que si nosotros no mantenemos juntos los conocimientos. la humanidad se deslizará hacia la barbarie.
– Antes hablábamos de cómo los gobernantes buscan pueblos incultos, más dóciles y fáciles de dirigir, pero la ignorancia también conduce a los fanatismos, a los extremismos. Lo hemos visto en el pasado y lo estamos viendo en la Europa actual. Da la impresión de que esos gobernantes no están siendo conscientes de ese peligro.
– Totalmente de acuerdo. Antes hablaba de los traficantes de certezas, los traficantes de verdad, porque justo los momentos de crisis, de incertidumbre, son momentos en los que es fácil la explosión irracional. Surgen líderes que empujan a la gente inculta a abrazar determinados fanatismos porque es en esas etapas de crisis cuando se crea la necesidad de tener puntos de referencia seguros. Por eso el fanatismo religioso, el fanatismo político y otros, encuentran hoy un campo de cultivo muy fértil. En el libro hay un capítulo precisamente sobre el fanatismo y la verdad y, como indico, para abordarlo sería suficiente con leer una impresionante narración de Boccaccio, “Los tres anillos”, donde se le pregunta a un judío cuál de las tres religiones es la verdadera y el judío contesta contando una historia en la que da a entender que el hombre nunca sabrá cuál es la verdad absoluta. Montaigne, también Giordano Bruno, nos enseñan que la mejor manera de encontrar la verdad es buscándola y que toda la vida andaremos detrás de una verdad que no se dejará atrapar, pero que es el camino hacia ella el que nos convertirá en hombres solidarios, hombres que piensan que para acercarse lo más posible a su centro es necesario conversar con otros hombres.
Los momentos de crisis, de incertidumbre, son momentos en los que es fácil la explosión irracional. Surgen líderes que empujan a la gente inculta a abrazar determinados fanatismos porque es en esas etapas de crisis cuando se crea la necesidad de tener puntos de referencia seguros. Por eso el fanatismo religioso, el fanatismo político y otros, encuentran hoy un campo de cultivo muy fértil.
– ¿La lectura, la literatura, no es una forma de buscar la verdad y de estimular el diálogo con los otros?
– Por supuesto. Cuando yo hablo del hecho de que la lectura de un libro, de que el encuentro entre un maestro y un estudiante, pueden llegar a cambiar la vida de una persona no hablo de algo abstracto, es algo que yo he vivido en mi propia piel. Yo nací en un pequeño pueblo del sur, en una casa sin libros, de padres que habían dejado de estudiar a los 12, 13 años. En mi pueblo no había bibliotecas y en esas circunstancias nadie podía imaginar un futuro para mí en la dirección que he tomado. El nacimiento de la Universidad de Calabria en los años 70, en una región pobre, ha permitido a muchos jóvenes como yo ir a la universidad y encontrar allí a buenos profesores leyendo y recomendando libros maravillosos que han cambiado nuestras vidas. Yo he entendido muchas cosas y estoy convencido de que, a pesar de todo, la lectura de un clásico, la literatura, la filosofía, el arte, la música, todos esos conocimientos inútiles que conforman la cultura, pueden crear en nosotros unas reacciones, una conciencia que nos lleve a comprender mejor el mundo en el que vivimos y el corazón del ser humano.
– Si tuvieras que elegir un solo libro, un libro poderoso, ¿cuál sería?
– Es difícil que en el camino haya solo un libro. Hay muchos y cada uno de ellos es importante en fases concretas de la vida. Una de las obras que siempre he amado ha sido el “Orlando furioso”, de Ariosto, pero también me han acompañado las “Memorias de Adriano”, de Yourcenar, o un clásico sobre el que he escrito en mi libro, “Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez. Tampoco me puedo olvidar de los poetas, tantísimos poetas, ni de otros escritores a los que tanto he amado como Cervantes. Don Quijote ha sido para mí una lectura extraordinaria. Mientras trabajaba en este ensayo sobre lo inútil, con esa idea en mi cabeza, me di cuenta de que no existe un héroe más famoso de lo inútil que el Quijote. Sus acciones reflejan sus valores. Él no quiere ganar nada con ellas. Simboliza todos esos actos que pareciendo inútiles pueden llegar a cambiar a veces la vida humana. Pensemos, por ejemplo, en esa famosa fotografía de la plaza de Tiananmen donde un joven se pone delante de los tanques y es capaz de bloquearlos. Esa parecía la acción de un loco y, sin embargo, diez años más tarde, esa imagen fue la portada del “Times”, que vio en ella una de las instantáneas que más han condicionado el siglo pasado.
Fuente: https://lecturassumergidas.com/2014/01/26/nuccio-ordine-la-cultura-es-peligrosa-para-la-clase-politica/