Unicef reveló los datos de la Octava Encuesta Rápida en el marco del lanzamiento de la campaña “El hambre no tiene final feliz”. El número se eleva a un millón y medio si se incluye a los que no acceden a alguna de las demás comidas diarias.
Más de siete millones de niños y niñas viven en la pobreza monetaria y un millón se va a dormir sin cenar por falta de dinero, según los datos de la Octava Encuesta Rápida realizada por Unicef y revelados este martes en el marco del lanzamiento de la campaña “El hambre no tiene final feliz”. Si se tienen en cuenta el resto de las comidas, la cantidad de chicos y chicas alcanzadas es de un millón y medio. En el caso de las personas adultas que viven en esos hogares, el número llega a cuatro millones y medio porque priorizan el alimento de los más pequeños.
Los datos reflejan que en un 48 % de los hogares con niñas y niños los ingresos mensuales no alcanzan para cubrir los gastos mensuales corrientes. Indican, también, que las familias despliegan múltiples y diversas estrategias para hacer frente a estas restricciones de ingresos. En primer lugar, se endeudan de diversas formas (formales e informales): un 23 % de los hogares está endeudado y más de la mitad de ellos pertenece al 40 % de los hogares más pobres. Un 31 % de los hogares con niñas y niños tuvieron que recurrir a algún préstamo o fiado por parte de algún comercio para comprar alimentos. En un 41 % de los hogares tuvieron que recurrir a ahorros para cubrir gastos corrientes y un 45 % de los hogares utiliza más que antes la tarjeta de crédito para la compra de alimentos.
Por otro lado, y como parte de estas estrategias, las familias tienen querestringir consumos, con efectos sobre las condiciones de vida de las niñas y niños: un 23 % de los hogares indicaron que por falta de dinero se dejaron de comprar medicamentos y en un 32 % redujeron los controles médicos y odontológicos. En algunos casos, estas restricciones también tienen impacto sobre sectores medios: un 9 % de los hogares tuvieron que darse de baja de la prepaga o cambiar a las niñas y niños de escuela por no poder pagar la cuota. En los casos más sensibles, lo que se restringe es el consumo de alimentos. En un 52 % de los casos los hogares tuvieron que dejar de comprar algún alimento por falta de dinero, 11 puntos más que en 2023.
Las personas más afectadas son aquellas que viven en hogares con menor acceso educativo y en los monomarentales, con jefatura femenina o cuando están situados en un barrio popular. Lo que da cuenta de la feminización de la pobrezay cómo afecta especialmente a mujeres y a las infancias.
En los tres millones de hogares donde los ingresos mensuales no alcanzan para cubrir los gastos mensuales corrientes, un 65 % de los jefes o jefas de familia tienen empleos informales. Pero la situación también se da en aquellos con empleos registrados, un sector en el que asciende al 30 %. Esto demuestra que tener un empleo no resulta suficiente para salir de la pobreza.
Nutrición y Educación
Las restricciones hacen que se reduzca significativamente el consumo de alimentos centrales para la nutrición de niñas, niños y adolescentes (carne, verduras, frutas y lácteos) y aumenten aquellos más baratos y menos nutritivos (fideos, harina y pan).
La falta e insuficiencia de dinero deriva en la necesidad de buscar ingresos adicionales. De este modo, durante el último año, se registró que aproximadamente un cuarto de las y los adolescentes realizaba tareas laborales y que un 12 % buscaba trabajo. Esta participación laboral tiene efectos negativos en el vínculo de los adolescentes con la escuela; mientras que un 4 % de los adolescentes que trabajan no asisten a la escuela, entre quienes no trabajan cae al 1 %.
El deterioro en la calidad de vida niños, niñas y adolescentes revelado por el organismo tiene correlato con los datos publicados la semana pasada por el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina que indicó que la pobreza trepó del 44,7 % en el tercer trimestre del 2023 al 55,5 % en el primer trimestre de este año, en tanto que la indigencia pasó del 9,6 % a 17,5 % en el mismo período.
Como respuesta a múltiples crisis sociales, las escuelas optan por dar una imagen de solidez cada vez menos sostenible. Motivado por una experiencia personal, Andrés García Barrios nos convoca a abrir un frente comunitario para respaldarlas.
Esta mañana fui a recoger a mi hijo a la escuela. Le dieron la oportunidad de sólo acudir a resolver un examen, y hacerlo fuera de su salón, en la oficina de la directora de inglés, como un apoyo especial para evitarle convivir con sus compañeros de grupo, por quienes hace tiempo que se siente hecho a un lado.
Al llegar, recibí un nuevo disgusto: el pequeño —que está por terminar el sexto de primaria— me contó que había habido otro inconveniente, ahora con la directora del área de Español, y estaba asustado. Tras escuchar sus razones, traté de tranquilizarlo diciéndole que la actitud de la directora había sido “un gran descuido”, todo mientras la directora de Inglés me pedía que, antes de decir eso, esperara a conocer las circunstancias en que se habían dado los hechos. Yo respondí que no podía esperar, y apartándome del niño, le pedí a ella que escuchara mis argumentos sobre la escuela. Ella accedió, conduciéndome a una oficina y dejando de lado ─me dijo─ asuntos urgentes con otros alumnos.
Yo hablé. Ella volvió a pedir paciencia, y un segundo después entró en la oficina la directora que había asustado a mi hijo: “Estoy muy ocupada, pero tuve que venir a aclarar esto”, dijo.
Omito muchos detalles de la charla que tuvimos pues prefiero concentrarme en la gran lección que recibí en los siguientes veinte minutos, y que ─lo confieso─ todavía me hace sentir avergonzado. La directora recién llegada me explicó que la reacción de mi hijo se debía a un comentario que ella había hecho de forma precipitada, casi improvisada, para responder a una pregunta del niño, quien inesperadamente había irrumpido en su oficina para hablar con ella. Yo insistí en que aquella respuesta había sido un error por no considerar las necesidades específicas de mi hijo ni las cosas que a él en lo particular pueden herirlo. Tras algunos vanos intentos de la directora de inglés para que tomara en cuenta la explicación de su compañera, vino el primer sablazo.
— Andrés, estás exigiendo que el contexto se adecúe a todas y cada una de las necesidades de tu hijo.
(Debo aclarar que en la escuela muchos padres, madres y docentes nos hablamos de tú. Quizás es también el momento de decir que hay muchos motivos de confianza entre nosotros: la escuela ha mostrado siempre una total disposición a darnos su apoyo y nunca ha fallado en su trato amable).
— Yo creo ─respondí─ que, con su actitud, la escuela tampoco está haciendo lo suficiente para que mi hijo conozca el mundo real y aprenda a hacerle frente.
No entendí por qué mi respuesta decepcionaba a la directora de inglés. Llevándome las manos a la cabeza, solté:
— ¡Ahora eres tú quien no puede escucharme!
Entonces vino la estocada final, esa que hizo que me levantara apenado y pidiera una disculpa antes de retirarme. Tal lance comenzó con una serie de acertados argumentos por parte de ella, que hicieron que poco a poco me quedara callado. Siguieron revelaciones que me pusieron a pensar, y que concluyeron con esa estocada final (especialmente dolorosa por provenir de alguien que ha mostrado un gran compromiso con nosotros en los últimos meses):
— A veces me siento a punto de tirar la toalla —dijo—. Sí, a veces creo que estoy frente a un imposible.
Esta respuesta, y lo que añadió enseguida, me conmovió. Me quedó claro, entonces, que había muchas cosas que yo no estaba tomando en cuenta, por ejemplo que desde hace tiempo la escuela ha venido realizando reuniones como ésta todos los días, con mamás y papás siempre descontentos por la manera en que se trata a sus hijos; que en ese mismo momento ella tenía a otros niños en su oficina, esperándola para responder exámenes porque tampoco pueden convivir con su grupo; que los padres piden citas continuas para oponerse en lo personal a acuerdos que han aceptado y firmado en reuniones conjuntas; que en vez de poder dedicar el máximo de tiempo a educar a las niñas y niños y a apoyarlos en sus problemas, la escuela está teniendo que ocupar su tiempo en atender a los familiares descontentos que quieren que “las cosas cambien”; que esto es algo que está ocurriendo no sólo en esta escuela sino en todas las del entorno…
— Las madres y padres están pidiendo una utopía. Y están privando a sus hijos de toda resiliencia. Lo hacen cuando les dan toda la razón por sus enojos y sus reacciones, y aplauden su más mínima opinión; cuando les dicen, sin más, que lo que ha dicho la directora de Español es “un gran descuido”, sin intentar llegar a fondo… ¡Las infancias vienen a la escuela con un cero de tolerancia hacia el entorno!
Y concluyó con un aire de tristeza:
— Chicas y chicos cada vez pueden convivir menos con gente fuera de su hogar.
Me di cuenta, claro, de que tenía razón; de que yo —junto con tantos otros padres y madres— estaba exigiendo más de la cuenta, empujando a la escuela —es decir, a la institución, pero también a los estudiantes y a todos nosotros— hacia el borde del abismo. No es que la escuela no estuviera cometiendo errores (por cierto, el de la directora que había asustado a mi hijo se resolvió con unas cuantas palabras de ella hacia él); pero el problema no era ese, el problema es que todos estábamos cometiendo errores a granel pero los padres no estábamos pudiendo reconocer los nuestros, y la presión que ejercíamos sobre la escuela se estaba volviendo intolerable; intolerable no sólo por la carga de acciones que exigíamos de la escuela sino porque nuestra sobreprotección estaba dañando a las infancias, y las maestras —entre la espada y la pared— se sentían con la responsabilidad de evitarlo.
Pero… ¿qué es lo que estaba ocurriendo? ¿Por qué madres y padres reaccionábamos así y porque estábamos todos hundiéndonos en esta grave crisis? Decidí escribir al respecto para aclarármelo. Y lo comenté con mi esposa en cuanto fue posible. De la conversación con ella surgieron muchas de las siguientes reflexiones.
Empezaré por la que me parece el punto crucial. Lamento que ello signifique volver a los años de la pandemia, como si se tratara de un feo dejá vu, una vuelta a un pasado reciente del que no podemos escapar por más que queramos. Sin embargo, creo que es necesario ahondar en ella para poder comprender por lo menos tres cosas: cuánto del dolor que sufrimos en la pandemia seguimos cargando, cómo todavía nos hallamos en la primera fase del duelo, es decir la de la negación, y de qué manera nuestros comportamientos siguen teniendo el sello de esos tres años, el cual se reaviva en todos los ámbitos de nuestra vida diaria, tanto en los hogares como en las calles, centros de trabajo y por supuesto en las escuelas (ya sea como estudiantes, docentes o familias).
No es para menos. Las crisis que se acumularon durante la pandemia —y que nuestra negación cada vez puede paliar menos— fueron demasiadas (por más que quiera uno resumirlas, siempre acaban haciendo una larga lista): aislamiento, soledad, muertes dentro del hogar o fuera de ella, sentimiento continuo de estar en riesgo o de que lo están nuestros seres amados, restricción económica, carencia y pobreza, aumento de conflictos familiares (pleitos entre parejas, entre padres, madres e hijos, entre hermanos), ansiedad, vacío, miedo, desconfianza en el prójimo, esperanza frustrada, culpa por haber sobrevivido mientras otros se han ido… (habrá que mencionar que a este clima de terror constante se unieron también sentimientos de solidaridad y amor, así como nuevos modos de convivencia, los cuales debemos negarnos a enterrar debajo de nuestro luto).
El hecho de que las infancias no estén hoy sabiendo convivir más allá del contexto hogareño, tiene que ver con todos estos terrores, heridas, agonías y muertes, y con el hecho crucial de que a algunos el aislamiento nos creó un sentimiento de resguardo que ahora ya no sabemos cómo quitarnos (a ello se suma la llegada del Zoom, que debajo de sus grandes ventajas oculta nuestra resistencia colectiva a volver a convivir).
Ciertamente, la tendencia paterna a sobreproteger a hijas e hijos —y muchas otras actitudes equivocadas— son viejos asuntos, anteriores a la pandemia, pero sin duda se han recrudecido de forma exponencial después de ésta. Por desgracia, a esta crisis emocional se unen dos factores sociales presentes desde hace pocos años, los cuales hacen mayor la presión sobre las familias y acentúan la vigilancia de éstas sobre lo que ocurre en la escuela. El primero es el legítimo temor de que nuestros hijas e hijos sufran abuso en cualquier contexto, y el segundo —la otra cara del anterior—, el deseo de que sean incluidas e incluidos “tal como son” y que no sufran discriminación. Sin duda, ambos son parte de un despertar de la conciencia social y representan una esperanza dentro del difícil contexto que estamos viviendo, pero no dejan de significar un enorme esfuerzo y una gran responsabilidad para todos; tampoco podemos negar que junto con ellos llegan, de forma inevitable, desvíos y exageraciones. Como nunca, nuestras miradas están puestas sobre la Escuela para que en ella nadie abuse de niñas y niños, y para poder reaccionar ante el menor indicio de que esto esté ocurriendo. Es obvio que nuestra atención se enerva por el hecho de que los “detectores” de abuso son tremendamente imprecisos y subjetivos. ¿Cómo no creerles a las infancias —aunque sea de forma preventiva— todo lo que dicen?
Esta tendencia se repite también en el tema de la inclusión, para fomentar la cual nos hemos hecho de innumerables recursos, entre los cuales destaca el haber ampliado con un detalle casi obsesivo el abanico de motivos por los que pueden ser discriminados: una niña tiene TDA, otro niño también pero con hiperactividad, éste es ansioso e iracundo, los hay neurodivergentes, con discapacidad, con condiciones distintas, éste es obeso, aquella demasiado delgada, otra más es insegura y tímida… La demanda de inclusión y no discriminación, por tanto tiempo descuidada, ha provocado una actitud de sospecha y vigilancia extremas de madres y padres sobre las escuelas. No es mi intención juzgar este hecho, sino señalar su importancia y la forma en que —en el duelo de la postpandemia— tiende a agudizarse. Mi esposa —que es maestra de preparatoria— me hace ver que, como resultado de esta hipersensibilidad e hipervigilancia, las y los docentes sienten desde hace tiempo que carecen de autoridad, sufriendo la dificultad de convocar al diálogo a sus alumnos y preguntándose cada día cuál es su lugar frente a éstos, a la escuela y a la sociedad entera.
Para colmo de los colmos (crisis sobre crisis), todo lo anterior se da en un contexto de hondo cuestionamiento a los sistemas escolares. Éstos —así como su importancia y utilidad— venían siendo confrontados ya antes de la pandemia desde numerosos frentes, teniendo que sortear olas de inconformidad por cosas que hasta hace apenas un par de décadas parecían tradiciones inamovibles. Hoy, toda la didáctica es puesta en duda y hasta la clase presencial es cuestionada, poniéndose gran énfasis en la enseñanza globalizada en línea, e incluso en la autogestión.
Ciertamente, la Escuela siempre ha existido no sólo para formar a nuestros hijos sino para compartir con nosotros la culpa de la “mala educación” de éstos (sí, aunque suene a chiste). Con ello, ha cumplido una importante función como contenedor y paliativo de los problemas familiares. Sin embargo, aunque el equilibrio entre escuela y familia suele fluctuar, pocas veces en la historia ha entrado en crisis como lo hace ahora. Los problemas en ambos terrenos nos están rebasando. Así, las familias ya no sabemos qué hacer con los hijos, e inexpertos en reconocer nuestras limitaciones, recurrimos a lo que si dominamos: echarles la culpa a otros (la escuela, los dispositivos electrónicos, los amigos). Al parecer, la escuela es el “otros” al que con más violencia estamos recurriendo.
Por su parte, para sobrevivir, las escuelas están teniendo que dar una imagen de solidez que en realidad no existe, o que se sostiene a expensas del bienestar emocional del personal docente. Porque lo cierto es que la escuela es sólo un sobreviviente más, como nosotros, y sus recursos han dejado de ser suficientes.
Ciertamente, los sistemas escolares requieren una restructuración en muchos sentidos, una restructuración que como madres y padres no podemos dejar sólo en sus manos, culpándolos de todo y sin hacernos cargo. Si en tiempos normales una restructuración necesitaría tiempo, hoy nos vemos obligados a actuar con rapidez y bajo presión, y por lo tanto con más compromiso y cuidado.
El bomberazo en el que nos puso la pandemia no ha terminado. Por eso es preciso que las familias nos involucremos. Yo, que siempre he soñado con lo comunitario, no puedo más que ver en ello una enorme ventaja. Así, desde estas líneas convoco a las escuelas a contar con nosotros y… Bueno, si la escuela de mi hijo se animara a organizar una reunión para esto, yo pondría como primera oradora a la directora de Inglés que habló conmigo esta mañana, para que nos dijera a todos lo que me dijo a mí y con la misma sinceridad con que lo hizo: “Estoy a punto de tirar la toalla”. Yo entonces me levantaría y caballerosamente le pediría que no lo hiciera, reconociendo mi derrota. Después solicitaría a todos los padres, madres y tutores presentes, que recojamos esas responsabilidades que hemos dejado por ahí tiradas y nos unamos a la escuela para sacar adelante este momento tan difícil, que, como he dicho, no tiene por qué estar exento de esperanza.
Cada uno debe encontrar la modalidad que más se adecue a sus preferencias.
Según Unicef, esto contribuye al desarrollo económico, la prosperidad y la cohesión social.
Invertir en la infancia, en ocasiones con la ayuda del sector privado, mejoraría considerablemente no sólo las condiciones de vida de los niños, sino incluso las posibilidades de América Latina de salir del subdesarrollo, aseguran funcionarios de organismos internacionales y responsables empresariales.
«Sabemos que la inversión en la niñez, aún más si es durante los primeros años de vida, contribuye al desarrollo económico, la prosperidad y la cohesión social de la región«, manifiesta a EFE el director regional de Unicef para América Latina y el Caribe, el haitiano Garry Conille, y en ese sentido «el sector privado puede ser un aliado clave», agrega.
Según la Organización Panamericana de la Salud, en América Latina y el Caribe mueren a diario 255 bebés antes de cumplir su primer mes de vida, riesgo que es 2,5 veces superior al que existe en los países ricos. En muchas ocasiones, las causas de los decesos son evitables.
«La mortalidad infantil, los nacimientos prematuros y muchas enfermedades están directamente relacionadas con la falta de acceso que tienen muchas familias durante el embarazo, el nacimiento y los primeros meses de vida a profesionales y centros de salud, es decir a una atención de calidad», subraya a EFE el presidente de Kimberly-Clark Latinoamérica, Gonzalo Uribe.
Latinoamérica “es una región que necesita de esfuerzos conjuntos entre organizaciones como Unicef y compañías como la nuestra para generar un impacto en la sociedad«, sostiene Uribe. «Hay mucho trabajo por hacer, pero somos optimistas», subraya Uribe.
Su compañía, Kimberly-Clark, referente a nivel mundial en la fabricación de productos de higiene, colabora desde 2019 con Unicef y ahora acaba de renovar una alianza que permitirá destinar cinco millones de dólares en los próximos dos años a programas para la mejora de las condiciones de la infancia en la región.
Los destinatarios de la ayuda son 4,5 millones de bebés, sus familias, los cuidadores y los profesionales de la salud mediante la distribución de pañales en 16 países de la región (Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá, Perú, Paraguay y Uruguay).
El hilo colaborador incluye a los consumidores, quienes, con sus compras, han contribuido en esta iniciativa que tiene como objetivo que más de 1,5 millones de bebés y niños crezcan en un entorno más seguro e inclusivo.
Los primeros mil días
Según los expertos, los primeros mil días en la vida de un ser humano son claves, porque es un período en el que el cerebro se desarrolla a una velocidad de más de un millón de nuevas conexiones neuronales por segundo, y es una oportunidad de crecimiento que ocurre una vez en la vida crea las bases para el funcionamiento físico, cognitivo, emocional y social.
Cuando los niños están bien alimentados, permanecen protegidos de las enfermedades, el abandono y el maltrato, reciben un cuidado cariñoso y sensible, y son estimulados tienen muchas probabilidades de crecer sanos y desarrollar todo su potencial.
Por el contrario, los que carecen de esos cuidados y estímulos suelen presentar bajos resultados en el desarrollo cognitivo, del lenguaje y psicosocial, así como de las funciones ejecutivas, lo que se traduce en un menor rendimiento académico en la escuela primaria y abandono escolar.
Por eso, entre los programas de la agencia de Naciones Unidas figuran el Método Mamá Canguro, el de capacitación de comadronas tradicionales o el Portal de la Crianza (‘Parenting Hub’ Regional), que abarcan muchas de esas áreas de cuidado.
En la primera fase de la alianza entre Kimberly-Clark y Unicef, entre 2019 y 2022, que también se llevó a cabo en una quincena de países, la empresa contribuyó con 7,2 millones de dólares a los programas regionales de Unicef dirigidos al desarrollo de la primera infancia, de los que fueron beneficiados 2,7 millones de niños.
«Alianzas como la que tenemos con Kimberly-Clark permiten a Unicef mostrar buenas prácticas y resultados a favor de la niñez, y además inspiran a otros potenciales aliados a sumarse a nuestros esfuerzos», subrayó el director regional de Unice, Garry Conille. La oficina de Unicef para América Latina y el Caribe suma «aliados del sector privado para que, junto con los Gobiernos, contribuir a la creación de un entorno propicio para la primera infancia», destacó.
Aunque ya haya pasado el Día del Niño, vale la pena tomarse un momento para reflexionar sobre esta etapa de la vida, los derechos vigentes, los que están vulnerados y los que se cumplen por esfuerzos particulares, convicción de padres y cuidadores y desde organismos que trabajan por el cuidado de la niñez. Por eso la convocatoria a la Lic. en Psicología Antonella Gross Aldecoa, para una entrevista en La Nueva Radio Suárez.
Se refirió la profesional consultada a “la complejidad del rol de los papás y las familias, en acompañar estas infancias un poco perdidas en el ciber espacio. El de hoy, es un mundo complicado y los chicos tienen una única brújula, que somos sus adultos. Si nos perdemos los adultos… ¿quién orienta a nuestros niños?”. Por esto, reflexiona Gross Aldecoa que “ser guía, ser brújula en este mundo de tanta información pasa mucho más por enseñar habilidades, por acompañar desde la educación emocional, que desde el lugar de pasarle una información que ellos ya tienen sumamente accesible, por todos los medios digitales que utilizan”.
Por lo que invitó a reflexionar sobre el rol que toca a los padres o cuidadores adultos. “posicionarnos en cómo son estas infancias, cómo acompañar”. Agrega que viró, “la forma de pensar estas infancias hacia un paradigma de derechos; en buena hora”. Por supuesto, dijo “que hay muchos derechos que siguen vulnerados, tanto por parte de los estados, como por parte de las familias, en términos de violencias, sobre todo, o del acceso a la educación, a la salud, a una alimentación saludable y completa”. Por lo que dice, “hay mucho para hacer para cuidar nuestras infancias. A gran escala, y también a pequeña escala. Creo, que hay mucho trabajo por hacer, y en eso nos tenemos que concientizar de que somos nosotros los que tenemos que hacerlo”.
Por lo que invita, a posicionarse desde el espacio de la casa y la familia, preguntándose qué se puede hacer para acompañar estas infancias, en este mundo complicado, se trata de “volver a estar con el otro, volver a mirarnos, volver a compartir, a escuchar, desde una escucha empática”. Lo que es importante para los adultos, no es importante para los chicos”, por lo que invita a tomar en cuenta que eso de lo que hablan, preguntan, dicen, “para ellos, es lo más importante”.
Por lo que los grandes, dice la profesional consultada, “debemos tener la sensibilidad suficiente para sostener una escucha activa, y comprensiva de eso que les pasa, eso también aprenden: a escuchar. Si dejamos de mirar las pantallas, y volvemos a mirarnos, ellos también aprenden a registrar las emociones en el otro. Hay mucho que hacer para volver al encuentro real, genuino, en esas dos personas”.
Consultada en torno a cuándo acudir a la ayuda profesional, en aquellas cosas que los padres se plantean y no saben cómo llegar, pidió, “volver a mirar, volver a escuchar y darme cuenta cuándo mi hijo está sufriendo por algo y si yo me detecto que no tengo las herramientas para acompañarlo en ese sufrimiento, siempre es importante hacer una consulta. Que tal vez no implique un tratamiento extenso, sino que tal vez, es una o dos entrevistas de orientación y ya está”.
Aclara la Lic. Gross Aldecoa que otra cosa es, “cuando yo como papá me doy cuenta que hay cosas que no se manejar, entonces, la consulta la tengo que hacer yo. Porque a mí me están faltando herramientas para acompañar esa crianza. Entonces, está bueno eso. No siempre el problema es el niño/a. A veces, somos los adultos los que nos quedamos sin herramientas, porque el cambio en los modos de crianza ha sido tan fugaz, que hemos recibido una cosa muy distinta a la que tenemos que dar ahora. Entonces, es lógico que no vamos a tener las herramientas, las tenemos que ir construyendo. En esos casos, es el padre/madre, el que tiene que ir a hacer la consulta, no llevar al hijo. Preguntando cómo puede hacer para acercarse a su hijo, como puede hablar con él. Asumir, que uno a veces, no se las sabe todas, y que a veces, puede recibir una mano de alguien, que estudió cosas que le pueden llegar a servir. Construir juntos, con el profesional, las herramientas que necesita esa mamá o ese papá”.
Dos voces de la escena teatral cordobesa conversan en esta oportunidad sobre el fascinante mundo del teatro para las infancias y juventudes. Soledad González entrevista a Laura Gallo, quien da cuenta, en sus recorridos formativos y actorales, el camino que ha ido forjando, sus participaciones en espacios colectivos y su compromiso por construir un teatro que abrace a todes.
—Te conocí en Córdoba, durante los primeros Festivales Latinoamericanos de Teatro, en los años ochenta. Fui conociendo tu poética y tu compromiso con las infancias, los derechos al arte y a la diversidad, y tu activismo en los colectivos de hacedores del teatro independiente, siempre presentando alternativas en relación a las políticas de fomento. ¿Cuál es tu proyecto utópico y cuáles las intervenciones que lo construyen a lo largo de las dos décadas de este siglo XXI? ¿Cuáles son los puntos por iluminar hoy en tu biografía, tus trayectos y tus migraciones biopolíticas?
—Tengo que situar mi palabra atravesada por los años de formación desde la infancia en la esfera de lo público. Todo empezó cuando, un día, nos invitaron a les niñes a un “juego dramático” en el gimnasio provincial del barrio. El espacio se había transformado con telas y luces. De a poco, íbamos entrando a otro mundo, de ficción, siendo espectadores y partícipes de ese juego. Ahí se produjo la fascinación. Asistí a una obra de títeres en la Alianza Francesa de Córdoba y, después, a ver Doña Rosita la soltera, con Telma Biral en el Teatro provincial San Martín. Yo quería habitar ese mundo. Y, en 1978, con 12 años, comencé el taller de teatro para niñes en el Seminario Jolie Libois. Mis maestras fueron Olga Hormaeche, María Rosa Tea y Nora Martínez, quienes lograban conciliar el juego, la libertad, la imaginación con la responsabilidad y el compromiso grupal. Realizábamos producciones como un trabajo integrador para presentar al público sin ningún fin comercial. Las profes se encargaban de la iluminación, el sonido, el vestuario y los trabajos se presentaban en la sala Luis de Tejeda del Teatro provincial San Martín. Era todo disfrute y juego, pero sentíamos que hacer teatro era algo muy serio. La obra que más recuerdo es Monoblok de Ernesto Heredia, que hablaba de la amistad en un vecindario de edificios y tenía muchas poesías. Mi mayor deseo, al finalizar la secundaria, era que terminara la dictadura militar y estudiar teatro.
En 1983, volvió la democracia, pero mi segundo deseo no fue posible, ya que el único lugar en el que podía estudiar era el Seminario de Teatro Jolie Libois y, en el año 1984, el gobernador de Córdoba, Eduardo Angeloz, lo cerró. Llovieron los reclamos y el seminario se reabrió en agosto de ese mismo año. Recordemos que el Departamento de Teatro de la Universidad Nacional de Córdoba había sido cerrado por el gobierno militar. En el Seminario Jolie Libois, estudié durante cinco años la especialidad actoral y la pedagógica. Recuerdo con mucho cariño a la profe Beba Aranda, con quien me inicié en el teatro para niñes y también en la pedagogía teatral para las infancias; ella lograba conciliar la didáctica, la práctica de la enseñanza con la especificidad del juego teatral de una manera magistral. Ricardo Ceballos nos daba lenguaje gestual y sus clases eran un viaje sensorial, en el que todo el grupo se embarcaba, llegando a niveles increíbles de exploración, de profundidad, de conexión. Sus clases eran elaboradas y abordadas con un cuidado minucioso y amoroso. Recuerdo también a Roberto Videla, en un taller que tomé en la sede de la Asociación Argentina de Actores, muy generoso con sus conocimientos y experiencias. En la Escuela Integral de Teatro Roberto Arlt, tuve excelentes docentes en las materias relacionadas a la pedagogía teatral y su práctica, Martha Torres e Inés Funes, quienes, además, llevaron adelante el proyecto de profesorado de Teatro en Córdoba. Más tarde, en la licenciatura en Gestión y Producción Teatral de la Universidad de Cuyo, tuve la materia “Dirección actoral” con Víctor Arrojo y esa experiencia generó confianza y posibilitó que me “habilitara”, me diera permiso para dirigir. El trabajo de esa pequeña experiencia se transformó en la primera obra que dirigí, Vaquitas en la cabeza, versión libre de un cuento, Una vaca en la cabeza, de la querida Silvina Reinaudi, maestra de la vida.
—¿Qué filiaciones poéticas-políticas construiste con otres hacedores y con espacios de formación y producción?
—Hago este relato de mi formación porque ese rito iniciático que fue ser partícipe de un “juego dramático” fue una actividad gestionada por la Secretaría de Cultura de mi provincia y tiene que ver con lo que es “mi proyecto utópico de estos últimos años”. Desde hace 25 años, desde el espacio grupal Ulularia Teatro, junto a Marcela Albrieu, Héctor Luján y Rodrigo Gagliardino, nos dedicamos al teatro para niñes y jóvenes. Aclaro que quizás pase a referirme en plural, me resulta muy difícil hablar en singular, sólo desde mi persona, ya que mi identidad teatral es grupal, colectiva, se constituyó de esta manera. Son años de trabajar juntes desde los procesos creativos, la gestión y la docencia, pensando y vivenciando, articulando saberes, prácticas, teorías acerca del teatro para las infancias. Estas acciones son propulsadas desde un deseo muy potente: un teatro que pueda abrazar a todes.
Sabemos que las artes escénicas pueden ser la puerta y la llave para acercarnos a un mundo que fascina a niñes y, cuando las condiciones mínimas son suficientes, nos permiten compartir momentos de diversión y reflexión, de sensaciones e imaginación, un quehacer de identidad difícil de olvidar. Es así que el accionar del grupo se orienta hacia el acceso democrático a las artes escénicas.
En plena crisis del 2001, nos unimos con otros grupos, La Chacarita, Tres Tigres Teatro, Impresentables, Tañe tein y Piedra Papel Tijera, y conformamos el Colectivo Señores niños: ¡al teatro! Convencides de que las salidas son colectivas, entendíamos que era necesario correrse del centro grupal para aportar al desarrollo del campo escénico para la niñez en Córdoba, era necesario trabajar aunades en lo concerniente a la capacitación, la creación, la gestión, producción y difusión. Recién desde ese fortalecimiento y crecimiento del campo escénico, con esa pulsión colectiva, pudimos comenzar el recorrido de un teatro más ancho, más abarcador, más inclusivo. Llegamos a ciudades, parajes, teatros, comedores, plazas, con obras de nuestra provincia, de Latinoamérica y de Europa. Fue una verdadera usina en Córdoba, que ha permitido generar redes laborales, crecimiento cuantitativo y cualitativo del teatro para niñes, jóvenes y para todo público. Su acción más reconocida fue el Festival anual que realizamos por 20 años, que es una celebración, un acontecimiento inclusivo, de participación, la práctica de un derecho a la imaginación y lo lúdico. Una pequeña batalla en la gran batalla cultural.
Siguiendo este derrotero, intentando ir un poco más allá con el deseo y con la certeza de que los derechos deben ser garantizados por el Estado, en el año 2018, junto a artistas escénicos del país, conformamos el Colectivo ESFERA (Escena Federal de la República Argentina) y, a través de la diputada nacional Gabriela Estévez, presentamos la Ley nacional de Acceso democrático a las artes escénicas Héctor Di Mauro, en homenaje al gran maestro titiritero de Córdoba. Una ley que articula arte y educación, ya que el acceso se propone a través de todo el sistema educativo, en todas sus modalidades y niveles. Puede que este sea el más utópico de todos los proyectos.
Creemos que es necesario y urgente considerar a las infancias como un sector prioritario de las políticas culturales públicas. Con mi compañera de grupo, Marzu Albrieu, también integramos La Pulcinella: Varieté de titiriteras. Una grupa de mujeres titiriteras de diferentes ciudades de nuestra provincia, con diversas poéticas y formaciones artísticas que, desde el año 2019, gestionamos y presentamos varietés en diversos espacios y salas de Córdoba, nos reunimos para ensayar juntas, capacitarnos, brindarnos una mirada generosa y reflexiva sobre nuestras prácticas y nuestras creaciones desde una perspectiva de género. También, participamos con les títeres en las marchas Ni una menos, pañuelazos, el 8M y realizamos acciones performáticas.
En los últimos años, algunas identidades teatrales se han ido autodefiniendo, me refiero a grupos de Artes Escénicas que trabajamos en forma itinerante, llegando con nuestros “teatros móviles”, autos que cargan escenografías, vestuarios, equipos de luces y sonido, a espacios donde no hay salas, a espacios no convencionales. Conformamos el Colectivo ITINERANTES (Colectivo de Artistas de la Escena de Córdoba). Intentamos reflexionar, investigar y definir nuestras prácticas, poner en valor nuestra actividad y tener estadísticas de los espectadores a los que llegamos, los recorridos geográficos, las condiciones en que se realizan nuestras funciones, hasta cómo nos equipamos, cuáles son nuestros públicos.
—¿Cómo se reconoce esta actividad nómade, arrojada, al servicio del público? ¿Y cómo se apoya?
—Quizás haya una falta de conocimiento de la envergadura del trabajo de los grupos itinerantes. Generalmente, no sale en la prensa, ya que las funciones se realizan en plazas, escuelas, cárceles, el monte, lugares en donde no hay internet ni electricidad (en ocasiones, hay que utilizar generadores o iluminar con las luces de nuestros autos). Cuando se hacen estadísticas de públicos, en general, sólo se cuentan les espectadores de las salas. A veces no se reconoce la tarea de generación de público que realizamos, ese público que luego irá a las salas. Es nuestra tarea, poner en valor eso y en eso estamos. Y es un punto relevante poner en consideración o en crisis desde las políticas de fomento. En la pandemia, se profundizó la precariedad del sector, al ser uno de los más castigados; desde les Itinerantes, se gestaron acciones solidarias, de contención y de unión en los reclamos y en la visibilización de nuestra situación.
—En uno de esos Festivales Internacionales de Córdoba, a finales de los 80, conocí a Susanne Lebeau, de Canadá, una referente internacional del teatro para la niñez. Ver la obra Una luna entre dos casas, de su Compañía El Carrusel, fue un punto de inflexión en mi corto recorrido teatral. Fue un impacto fuerte. Pude comenzar a entrever una concepción en torno al acontecimiento teatral para la niñez, desde la dramaturgia, los temas, el pequeño gesto de sentar a les más pequeñes adelante, separades de sus padres, las actrices en escena tocando instrumentos musicales, creando un clima cálido, mientras el público se acomodaba. Luego, pudimos apreciar obras como El ogrito, Cuentos de niños reales, puestas alejadas de toda estridencia, de todo participacionismo, cerca de la poesía y de la intimidad.
Del mismo modo o con la misma intensidad o luminosidad, están siempre presentes el maestro Héctor Di Mauro y la maestra Silvina Reinaudi, guías del arte y de la vida desde un recorrido largo y generoso que nos ha ayudado a entender el modo de vivir y compartir nuestro teatro, como trabajadores de la escena. Y, en lo literario, hay voces que resuenan y acompañan, personalidades de la narrativa argentina para la niñez, como Graciela Montes, Ema Wolf, Laura Devetach, Liliana Bodoc, nuestras cordobesas María Teresa Andruetto, Estela Smania, Silvina Reinaudi. En la actualidad, desde Latinoamérica, Proyecto Perla, Teatro Al Vacío, Alumbra Teatro son grupos que nutren, enriquecen, iluminan. Y, en nuestra provincia, los grupos con quienes interactuamos, trabajamos, reflexionamos, son Tres Tigres Teatro, Teatro de Ilusiones Animadas, KIKA producciones, La Jauja, Chíngaras. Formamos una red sin adentro y sin afuera.
—Y, hoy, ¿qué importa?
—A la luz de un presente de fuertes transformaciones, en relación a la perspectiva de género, a leyes y movimientos sociales, la IVE y Ley de Interrupción Legal del Embarazo ILE, Ley de Identidad de Género, la ESI y la gran marea verde que nos abraza, estamos en constante movimiento, en una dinámica de revisión, cuestionando saberes y prácticas, respecto del acontecimiento teatral con les niñes. Esto se traduce en una mirada atenta a los contenidos y tratamiento de las obras. Hacer teatro para las infancias sigue siendo, hoy más que nunca, un desafío, una responsabilidad. Se ha abierto un amplio abanico de temáticas, antes poco transitadas, temas “de difícil tratamiento” que siempre formaron parte de la realidad de les niñes. Tenemos ahora una información, un conocimiento que se suma a leyes promulgadas y nos permiten abordar estos contenidos bajo el amparo de estas nuevas legislaciones.
Como grupo, nos anima la posibilidad de trabajar para la construcción de un mundo más inclusivo, equitativo e igualitario, desde un proyecto poético y político, acercarnos a un teatro que se haga preguntas, que expanda los sentidos, que interpele a les niñes, que pulse el crecimiento de infancias libres y diversas.
Trabajar para estas edades es una responsabilidad que asumimos con la felicidad enorme que nos da poder vivir ese momento, ese instante irrepetible e infinito en el que se crea un lazo sensible entre el mundo poético del teatro y el mundo interior de les niñes.
Más información
María Laura Gallo (Córdoba, 1966). Estudió actuación y pedagogía teatral en el Seminario de Teatro Jolie Libois. Es profesora en Técnicas Teatrales por la Escuela Integral de Teatro Roberto Arlt de Córdoba y cursó la licenciatura en Gestión y Producción Teatral de la Universidad Nacional de Cuyo. Se ha especializado en el teatro para la niñez y la juventud, en los roles de actriz, titiritera, dramaturga, directora y productora. En el año 1987, comienza su labor en teatro independiente y, en 1997, integra el grupo Ulularia Teatro, desde donde trabaja con el deseo de aportar a la democratización del acceso al arte, sosteniendo la certeza de que el teatro no es exclusivo de nadie ni patrimonio de pocos, es convite al que todos pueden asistir. Desde el año 1990, es docente en diferentes ámbitos educativos formales y no formales. A partir del año 2001, integra el Colectivo y Festival Señores niños: ¡al teatro!, donde gestiona eventos y espacios de reflexión sobre el teatro para la niñez y la adolescencia.
La autora de esta nota se pregunta: ¿qué valor le damos a las experiencias, existencias, percepciones y decisiones de lxs niñxs?
Vamos a comprar un juguete o una prenda de regalo, y quien nos atiende no podrá evitar hacernos la gran pregunta de rigor: “¿Es niño o niña?”. Si le decimos que eso no importa, quedará con una sensación de desconcierto, paseándose entre rosas y celestes, entre robots y bebés de plástico, sin saber específicamente qué ofrecernos.
Las infancias están marcadas por el género y es en ese momento vital, de tanta importancia, que ya, según el sexo asignado, se les exige que se comporten como nenas o varones; asumiendo y esperando “heterosexualidad” en todos los casos.
Según esta clasificación binaria, las infancias tendrán que vestir pollera o pantalón, hacer una fila u otra en los patios de las escuelas y actuar coherentemente con el sexo con el que han sido leídxs.
Si ven a una niña con otra niña, le preguntarán por su amiga y, si la ven con un niño, la interrogarán tal vez por su posible o presumido novio. Esto sigue sucediendo a lo largo de la vida, la “heterosexualidad obligatoria”, lamentablemente, no se acaba con la niñez.
Dirán que exageramos, pero merece especial atención y cuidado que normalicemos dar pistolas a los niños y cocinas a las niñas, naturalizando en ellas, a través del juego, las tareas de cuidado y, en los niños, la violencia. Los juegos refuerzan estereotipos y roles que son determinantes en las desigualdades de género. Sin embargo, pueden ser también herramientas de transformación que acerquen a las infancias a la creatividad, al entendimiento de lo colectivo y lo “común”; aquello que entienden muy bien, pero que lxs adultxs nos dedicamos de manera eficiente y sistemática a que lo desaprendan y lo olviden.
También podemos celebrar algunas victorias que se dan, en gran parte, en el terreno de la literatura. Ya no hay solo princesas en los cuentos que ofrecen las librerías. Proliferan ahora otras narrativas, que pretenden desmontar estereotipos y, muchas veces, visibilizar a las niñas y a las mujeres, otorgándoles un rol protagónico y no secundario como venía sucediendo.
Creemos que hemos avanzado muchísimo con las infancias y, desde luego, algunos pasos necesarios se han dado. A partir de la Convención de los Derechos del Niño, se ha consagrado al niño (y a la niña) como sujeto de derecho, a la doctrina de la protección integral frente a la de la situación irregular, que concebía al niñx como objeto de protección del Estado, de la sociedad y de la familia. Desde este cambio de paradigma, se ha ido progresando, en las legislaciones y en las prácticas judiciales, en darle lugar a las voces de las infancias. No obstante, queda mucho por conquistar y revertir en materia de derechos y de prácticas.
Consideramos que la niñez es la “preparación” para llegar a la adultez, una etapa de aprendizaje, de la cual nosotrxs poco y nada tenemos que aprender. Sin embargo, pese a ser desoídxs y discriminadxs, niñeces de todo el mundo alzan su voz, se organizan y participan de la vida comunitaria. Existen, por ejemplo, sindicatos de niñas, niños y adolescentes trabajadorxs en Perú, Bolivia, Colombia, Argentina, Chile, México, Guatemala, Ecuador y Venezuela, y a nivel regional, el Movimiento Latinoamericano y del Caribe de Niñas, Niños y Adolescentes Trabajadores (MOLACNATS).
Pero, ¿qué ocurre en lo cotidiano? En reuniones, en dinámicas familiares, en espacios públicos y privados, ¿qué valor le damos a las experiencias, existencias, percepciones y decisiones de lxs niñxs? Sus visiones, decisiones y deseos no tienen el mismo peso ni igual “seriedad” que las nuestras.
Vivimos en sociedades marcadas por un adultocentrismo que configura relaciones de asimetría y de poder entre el mundo adulto y las infancias, y a esto le damos muy poco lugar y relevancia a la hora de hablar de desigualdades. Así, se toma como punto de referencia al adulto y, más precisamente, al hombre adulto, blanco, cis, heterosexual y de clase media. Es él quien detenta el máximo lugar de privilegios, dando lugar, por consiguiente, a una serie de opresiones hacia el resto de sujetos.
Aquí (y no solo aquí) es que género e infancias se cruzan una y otra vez. Del mismo modo en que cuestionamos la subordinación de las mujeres a los hombres, debemos cuestionarnos la subordinación de la niñez al mundo adulto. Como decía Monique Wittig, “el pensamiento dominante se niega a analizarse a sí mismo para comprender aquello que lo pone en cuestión”. Es imprescindible y urgente ponernos en cuestión, reconocer el lugar de privilegio desde el cual nos vinculamos con las niñeces y comenzar a desentrañar todo aquello que nos hace ver a lxs adultxs como la única voz y existencia legítima.
Ahora mismo, nos resulta una obviedad que la historia ha sido escrita sin las mujeres, pero no tan evidente que las infancias prácticamente no aparecen en ella. Las niñeces también viven y sufren el cambio climático, la pobreza, los conflictos y las violencias estructurales. Estamos desoyéndolxs en nuestras propias casas, pero también en los lugares de toma de decisiones, perdiéndonos de su valioso aporte a nuestras vidas y al diseño de políticas públicas capaces de atender a sus necesidades.
Imagen de portada: Gentileza Equipo Extensionista UNC.
Conversamos con Flora Sofía Acselrad, de la Red de Judiciales Feministas, sobre las falencias y obstáculos en el sistema judicial con los casos de denuncia de abuso sexual en las infancias. ¿Qué pasa con esta piedra en el zapato de la sociedad que no se quiere ver? No hay estadísticas oficiales ni formación específica para integrantes de la Justicia, tampoco en las carreras y, sobre todo, no se le cree a niñxs y se patologiza y criminaliza a quienes intervienen en favor de la víctima, puntualmente, a las madres protectoras.
Una de las consignas desde Ni Una Menos, hace tiempo, es poner en agenda mediática lo que están trabajando y denunciando las organizaciones de madres protectoras sobre casos de Abusos Sexuales en la Infancia (ASI). Hay momentos en que socialmente algunos de esos casos conmueven, la gente se horroriza, se pregunta cómo puede ser posible y, luego, en general, se duda. Porque en una cultura adultocéntrica, la voz de las infancias siempre ha sido puesta en duda y, en una cultura patriarcal, la voz de la madre que denuncia es cuestionada.Así las cosas, país.
El abordaje institucional en los casos de abusos sexuales está en cuestión en todo el país, si bien solo nos enteramos de algunas historias, quienes están trabajando en la temática observan patrones y lógicas similares. A fines de febrero, se puso en funcionamiento, en el Congreso de la Nación, una Mesa Nacional Contra el Abuso Sexual a las Infancias.
Daniela Rosso, madre protectora, explicó: “Hay 6 casos en Argentina marcados como casos graves: Flavia Saganías, Gilda Morales, la niña Arcoíris, la niña Sol, Michelle y la niña Alicia. En todos los casos que hay ASI, hay una mujer que denuncia, que busca protegerles, prácticas de encubrimiento judicial, grupos antiderechos operando; y en todos los casos, hay respuestas ilegítimas por parte del Estado”.
En La Rioja, la causa de la niña Arcoíris consta de cinco denuncias por abuso sexual -realizadas entre 2018 y 2022- y el relato de la víctima; sin embargo, la niña será revinculada con el entorno del abuelo denunciado. “Suficiente para activar protocolos de cuidado, acompañado por irrefutables pruebas constatadas por organismos pertinentes. La Defensora de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes, Marisa Graham, presentó un amicus curiae en defensa de la palabra de Arcoíris. El Poder Judicial riojano, contra toda prueba y legalidad, desoye a la niña y a su mamá, en un claro intento de encubrir al abusador”, expresaron días pasados desde el equipo de trabajo Justicia por Arcoíris.
El pasado 30 de mayo, la fiscal Nadia Schargrodsky pidió la prisión de Delfina, mamá de la niña Arcoíris, “con argumentos carentes de validez, con el claro objetivo de apartar a la única garante de la integridad física y emocional de la niña”, agregaron desde el equipo, quienes están exigiendo a la ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad, Elizabeth Gómez Alcorta, y a Gabriel Lerner, secretario de Niñez, Adolescencia y Familia, que ejecuten las medidas de protección que correspondan y se constituyan como querellantes.
El pasado 27 de abril, se realizó una conferencia de prensa de apoyo y visibilización para que la Corte Suprema de Justicia revise el caso de Flavia Saganías, condenada a 23 años de prisión por los tribunales de Cruz del Eje. Denunció a su ex pareja por abuso a su hija, la fiscalía de Cosquín archivó la causa, ella hizo un escrache en redes y fue acusada de ser la autora intelectual del ataque que su hermano y madre cometieron contra el denunciado. Mientras Flavia cumple su condena, el caso de su hija sigue esperando.
La abogada de la niña, Marcela Cano, expresó: “La niña sufrió situaciones de revictimización al momento de la denuncia, quien fue trasladada por su mamá desde Capilla del Monte a Cosquín a las 4 a. m., en colectivo para que, luego de una larga espera, la trasladasen en móvil policial a la ciudad de Córdoba donde, sin almorzar ni merendar, a las 17 horas, iniciaron la cámara Gesell tratándose de una persona que no estaba preparada para ello. También queda en evidencia que el Estado contribuye a ello toda vez que las víctimas carecen de los recursos y del acceso a profesionales que asistan de manera integral la situación de violencia y abuso vivida”. Luego de que la primera denuncia fuera archivada en 2017 por falta de pruebas, en 2018, Flavia intentó que se desarchive con nuevas pruebas y constituida ella como querellante, pero le denegaron el procedimiento, que logró recién en 2019.
El estereotipo de la mujer despechada o que busca venganza con sus ex parejas, los argumentos de falseamiento, hipótesis de investigación y métodos o pericias basados en el llamado SAP (Síndrome de Alienación Parental) son estrategias de defensa muy vigentes y preocupantes, que desgastan los entornos de las víctimas. Burocracias, trabas, barreras reales y simbólicas para que se desista de la denuncia y la vía legal. Nadie quiere ni está preparadx para afrontar este tipo de violencias, menos cuando lo que se observa son casos que muestran lo pantanoso del camino.
Para analizar los principales obstáculos y falencias del sistema de administración de justicia en el abordaje de las causas por abuso sexual contra las infancias que existen en la actualidad, conversamos con Flora Sofía Acselrad, exdirectora de la Oficina de la Mujer de la Corte Suprema de la Nación (CSJN) y autora del proyecto que se transformó en la Ley Micaela, integrante de la Red Judiciales Feministas.
—¿Por qué no existen estadísticas que muestren las denuncias de abuso sexual en las infancias y las condenas o tratamientos judiciales de los mismos? ¿Cómo podría el Estado avanzar en dar una respuesta a esto?
En principio, a diferencia de otros países, la actividad judicial no jurisdiccional -esto es el trabajo que no está directamente relacionado con el dictado de decisiones judiciales- no está suficientemente jerarquizada. Esto trae como consecuencia falta de inversión suficiente -en tiempo y también en la dedicación que requiere- y las estadísticas son parte de ese trabajo no jurisdiccional del Poder Judicial. Por otro lado, en nuestro sistema federal, hay una dificultad adicional que se vincula a que cada Poder Judicial provincial elabora sus propias políticas judiciales y, por lo tanto, no es fácil unificar los datos de todo el país. Esto es lo que pasaba hasta hace no tanto con los datos sobre femicidios que eran aportados por la ONG La Casa del Encuentro, a partir de la información de los diarios. La Oficina de la Mujer elaboró un sistema de recolección federal, unificando criterios para la carga de datos que bien podría utilizarse agregando los vinculados a las causas por abuso sexual en las infancias.
—A partir de lo que has podido indagar de algunos casos: ¿qué pasa con los casos que ingresan al sistema de justicia? ¿Qué patrones vinculados a la falta de formación específica, las dificultades en cómo se trata a niñxs, el procedimiento de la cámara Gesell y las revictimizaciones se repiten en el tratamiento de los mismos?
Se sabe que el número de casos que se judicializa es ínfimo. En esta clase de hechos, hay diferentes factores que contribuyen a silenciar a las víctimas: el hecho de que un alto porcentaje de estas situaciones ocurre en el ámbito familiar y son perpetradas por personas de su ámbito de confianza; la enorme vulnerabilidad de las víctimas, que las hace totalmente susceptibles a la manipulación y amenazas del abusador; en ocasiones, la parálisis de la familia ante el impacto que genera el descubrimiento. A todo ello, se suma que, cuando las causas llegan al Poder Judicial, el sistema pretende que niñas, niños y/o adolescentes se adapten a sus tiempos, a sus formas, a sus procesos, a sus lugares construidos desde una mirada totalmente adultocéntrica desde el punto de vista estructural. Esto genera no solo que, en una importante cantidad de casos, el abusador sea absuelto, sino que además se revictimice a lxs niñxs y jóvenes, así como a las personas que lxs acompañan en su petición de justicia.
—¿Por qué no se les cree a lxs niñxs que manifiestan o expresan con palabras y conductas indicios de abusos? ¿Y por qué hay tanto castigo contra las madres que denuncian?
El sistema es adultocéntrico y, por lo tanto, aunque con algunas diferencias mínimas, la exigencia probatoria es comparativamente más exhaustiva que en el caso de los abusos a personas adultas. Así, se pretende que declaren en cámara Gesell y cuenten los abusos frente a una persona extraña, el día que la justicia fija, en lugares que, salvo excepciones, no tiene nada de atractivo para lxs niñxs. En vez de entender que tienen sus tiempos, que tal vez se pueda lograr con alguien que conocen y tienen confianza, a través de juegos, con gestos, con dibujos, y de manera fragmentada decir lo que les ocurrió. Correlativamente, y aunque culturalmente las mujeres aún somos socializadas para ser las principales cuidadoras y, en esta clase de hechos, son testigos privilegiadas del cambio de conducta de sus hijos e hijas, el sistema actúa con prejuicios hacia ese testimonio pues prima el estereotipo de “mujer despechada” que intenta utilizar la denuncia en contra de su expareja.
—¿Por qué este tema es urgente a la vez que presenta tantas resistencias, no solo desde las instituciones del Estado, sino para hablarlo socialmente?
No sé bien la respuesta a esta pregunta, pero entiendo que es porque se trata de situaciones tan aberrantes que nos cuesta aceptar que suceden, preferimos cerrar los ojos, no creer que las personas son capaces de infringir semejante daño a quien debieran proteger. El descreimiento es la reacción inmediata del círculo cercano frente a la develación del abuso. En cuanto a las instituciones, están habitadas por personas que les cabe esas consideraciones y donde evidentemente lxs niñxs no son la prioridad.
OtrasVocesenEducacion.org existe gracias al esfuerzo voluntario e independiente de un pequeño grupo de docentes que decidimos soñar con un espacio abierto de intercambio y debate.
¡Ayúdanos a mantener abiertas las puertas de esta aula!