Entrevista con Alfredo Sánchez, profesor, divulgador y autor del blog Serhumanodigital.com.
Campamentos y extraescolares de robótica y programación, términos como «scratch», robots «WeDo» de LEGO o «BeeBot» (robots-abeja)… La oferta tanto desde el colegio como fuera es enorme y, lo que es más llamativo, para alumnos cada vez más pequeños, incluso para niños a partir de los dos años. Pero para Alfredo Sánchez, ingeniero, profesor de la Escuela Libre Micael y divulgador, «estamos perdiendo un poco el norte. Más importante que aprender a programar es saber qué programar, o qué estructura necesitas para saber programar. Y la respuesta es sencilla: requiere de un procesamiento cerebral muy complejo, para el cual los más pequeños no están preparados». Pese a todo, el autor del blog serhumanodigital.com cree también que es «importante dejar claro que, efectivamente, ningún niño debería salir del sistema educativo sin saber programar»
¿No está de acuerdo con acercar la programación a niños tan pequeños?
Es que el sector educativo está transmitiendo mucho ese mensaje de «aprender a programar, cuanto antes mejor». No comparto esa visión. Hay que centrarse en qué necesitas para saber programar, qué tipo de estructura cerebral necesitas. Hay una diferencia entre aprender programación como algo que te lleva a conseguir objetivos, a utilizar la programación como instrumento dinamizador en el aula. Así sí puede ser interesante. La programación como juego a lo mejor sí que se puede introducir antes, si te ayuda a dinamizar estructuras de aprendizaje más tradicionales… Pero lo que es programar, requiere de un procesamiento cerebral muy complejo.
Ese procesamiento cerebral necesario para programar, ¿a qué edad se produce? ¿Cuál es la mejor edad para introducir esta materia?
En el colegio donde doy clases se introduce a los 14, los 15 años. En ese momento es súper fluido. Lo entienden, cogen la estructura, prueban, a nadie le desagrada… Tienen otra capacidad para enfrentarse con voluntad a las cosas, no desde la postura del «me tiene que divertir». En un tercero o cuarto de la ESO ya tienen un pensamiento más crítico y desarrollado. Les muestras cómo funcionan los algoritmos de Google y enseguida detectan por qué el buscador les enseña unos vídeos concretos y no otros. Tienen un acercamiento a su día a día y, aunque sea intuitivamente, lo comprenden.
Creo que es importante dejar claro que, efectivamente, ningún niño debería salir del sistema educativo sin saber programar. Es muy importante y se debería meter obligatoriamente la asignatura de programación, pero en la ESO y no para que se conviertan en programadores. Deben salir con unas nociones a este mundo, porque al final son usuarios de tecnología y han de saber cómo funciona para manejarla adecuadamente. Pero eso no es adelantarla a Educación Infantil.
Lo que argumentan es, precisamente, que acercan la programación jugando.
Si la estructura de acercamiento es realmente a través del juego, y muy adecuada, creo que es una buena herramienta a través de la cual se pueden aprender muchas cosas. Pero estoy en contra de aprender a programar desde los cuatro años. Un niño tiene que jugar, más que programar.
Usted dice que deben aprender otros aspectos antes de aprender a programar. ¿Cuáles?
Quizá en un primer lugar se puedan aprender habilidades muy necesarias para el aprendizaje de la programación a posteriori, como el ‘aprender a aprender’, tener pensamiento crítico o estratégico, juegos de mesa… La programación tiene más que ver con las matemáticas, para lo cual hay que saber descomponer problemas y acometerlos por etapas y, como digo, eso se da más tarde.
En conclusión…
Mi mensaje es: desde luego que la programación es una herramienta potentísima, y en Ciencias -o incluso en otras asignaturas como la Filosofía- ayudará mucho a fortalecer otros conceptos. Pero a la edad adecuada. Iniciarlo antes… No. Habrá gente que en clase consiga hacer cosas muy potentes, pero se suele perder el objetivo de solo enseñar a programar y acabar convirtiéndolo solo en un juego. «Jugando» a lo mejor enseñas Biología, Sociales…
A los dos años es imposible aprender a programar. Los programadores de hoy a lo mejor fueron precoces, pero seguro que no aprendieron a esa edad. Como tampoco se puede aprender en teoría a montar en moto, y hay gente que compite a los 10 o a los 12. Cada persona es un mundo pero, como principio general, el pensamiento de programación es abstracto, y hasta los 11 años no se empieza a desarrollar bien la estructura mental del pensamiento abstracto, aunque depende mucho del niño a la niña.
Se puede ver en la asignatura de Matemáticas. Hasta los 12 años se hace cálculo numérico, pero el álgebra, que es abstracto, no se explica hasta ese momento porque antes no lo cogen. Y la programación tiene mucho de álgebra.
¿Por qué cree hay tanta presión social a la hora de incluir el aprendizaje de programación cuanto antes?
Esa imperiosa necesidad creo que responde, de alguna forma, al déficit de mano de obra técnica. Las empresas intentan cubrir esos puestos, y son perfiles muy caros o que, directamente, no encuentran cómo cubrirlos. Fruto de esta situación, muchas compañías están destinando energías y recursos a crear programas que incitan a la sociedad a aprender programación. Al final si seguimos por esta senda, a medio plazo habrá más perfiles con conocimientos de programación y la inversión media que una empresa deba asumir será menor. Es muy lógico que hagan esa apuesta pero al final hace que perdamos un poco el norte. En el futuro, si no está ocurriendo ya, los programadores sean una especie de peones. Eso no quiere decir que no haya gente que disfrute con ese puesto. Programar es una habilidad muy buena, pero por sí sola tiene poco valor. Más importante que saber programar es saber qué programar.
Fuente e Imagen: https://www.abc.es/familia/educacion/abci-estamos-perdiendo-norte-cuatro-anos-imposible-aprender-programar-202202090010_noticia.html
La periodista Eva Millet acaba de publicar el libro ‘Niños, adolescentes y ansiedad: ¿Un asunto de los hijos o de los padres?’, En el que hace una radiografía de cómo la ansiedad se manifiesta en los niños y jóvenes y destaca su relación con una crianza sobreprotectora.
Eva Millet es periodista y comenzó a escribir sobre educación en el momento en que se convirtió en madre. En 2016 publicó Hiperpaternidad, que es el término utilizado en Estados Unidos para definir una crianza intensiva y obsesiva basada en la sobreprotección de los hijos y la saturación de sus vidas con múltiples actividades. Más adelante, publicó Hiperniños: ¿hijos perfectos o hipohijos? (2018), donde analizaba el impacto de este tipo de crianza sobreprotectora en el desarrollo de los hijos. Ahora acaba de sacar Niños, adolescentes y ansiedad: ¿Un asunto de los hijos o de los padres? (Plataforma), libro en el que hace una radiografía de cómo la ansiedad se manifiesta en los niños y adolescentes y las causas que la pueden propiciar.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de doscientos setenta millones de personas en el mundo sufren trastornos de ansiedad. La misma organización calcula que entre un 10% y un 20% de niños y adolescentes en todo el mundo experimentan trastornos mentales, el más común es la ansiedad. Según Millet, se trata de un trastorno especialmente alimentado por las vidas frenéticas que llevan. Considera que la hiperpaternidad y la ansiedad van de la mano y, por ello, este último libro que publica supone, en cierto modo, el cierre de una trilogía.
Vivimos en un entorno ansioso. ¿Esto ha hecho aumentar la ansiedad?
La ansiedad es una emoción muy humana, primaria. Siempre ha estado allí. Hay dos corrientes, una que dice que ahora hay más ansiedad que nunca y otra que dice que siempre ha habido, pero que lo que pasa es que ahora se habla más, se diagnostica más y, en definitiva, hay más noción de la ansiedad. Yo creo que es una suma de las dos visiones, pero sí es cierto que hay un ingrediente fundamental que hace que haya más ansiedad, que es el ritmo frenético en el que vivimos. Este no parar, esta híper estimulación, genera mucha ansiedad.
En el libro explicas que la ansiedad, en cierto modo, puede ser positiva. ¿Cuándo esta «ansiedad aliada» se convierte en negativa y se debe tratar?
Bien llevada y en las dosis adecuadas, la ansiedad es importantísima. La necesitamos para alcanzar nuestros objetivos. Pero cuando se desborda te hace la vida imposible. El problema llega cuando no te deja vivir bien. Cuando se convierte en un obstáculo en tu vida y tú ya no funcionas. Puedes tener ansiedad una semana antes de los exámenes, pero cuando ya han pasado los exámenes y sigues sin dormir, con taquicardias, con sudores o dolor de estómago, entonces, esta ansiedad se debe empezar a tratar. La máxima expresión de la ansiedad ocurre cuando se produce un ataque de pánico, esto es un aviso de que algo no va bien.
¿Crees que la precariedad laboral también influye en la ansiedad?
Sí, la idea de que el mundo se acaba y que todo es muy difícil nos crea mucha ansiedad. Estamos en tiempos particularmente ansiógenos, y por este motivo es importante aprender a lidiar con esta ansiedad y tenerla a raya, así como poner en marcha herramientas para no caer en ella. Porque la ansiedad siempre está. Y, además, es muy subjetiva. Lo que a ti te puede crear ansiedad a mí me puede parecer algo sin importancia, y viceversa. Por tanto, no sólo influye el entorno, sino también las características de la persona y la educación que ha recibido. Es una emoción muy misteriosa, muy difícil de definir, es aquello de «no sé qué me pasa, pero no estoy bien». El miedo es causado por una cosa concreta, tangible. Pero, en cambio, la ansiedad es el miedo al miedo. Es mucho más abstracto.
En tus anteriores libros hablas de la hiperpaternidad, los padres que protegen demasiado a sus hijos. ¿Qué relación hay entre hiperpaternidad y ansiedad? ¿Un niño sobreprotegido tiene más posibilidades de tener un comportamiento ansioso?
Uno de los combustibles de la hiperpaternidad es la ansiedad. Esta idea de estar muy encima del niño para que no le pase nada y que triunfe y llegue donde yo quiero es un gran generador de ansiedad. Y esta ansiedad de las familias para que su hijo sea el mejor es transmitida a los hijos. Por un lado, se traduce en unas grandes expectativas. Si tus padres están súper pendientes de ti, lo dan todo y esperan mucho de ti, tienes un peso y una presión importante. Y todo ello genera inseguridad a los hijos. Por otro lado, tenemos el estilo de vida frenético que estos niños llevan, y que es una consecuencia de esta hiperpaternidad. Este no parar, haciendo muchas actividades extraescolares, genera estrés al niño. Porque no paran, igual que no paran los adultos. Los hay que están haciendo vidas de miniadultos y tienen una agenda de ministro. Si gestionar mi estrés ya me cuesta, imagínate un niño de seis años que está todo el día arriba y abajo. La tarea de los padres es criar personas bien educadas, pero si como padre quieres tener un Einstein, esto es imposible.
También es muy interesante ver cómo la ansiedad se está convirtiendo también en un signo de cierto status. En el mundo académico anglosajón, por ejemplo, un niño o adolescente con ansiedad tiene más tiempo para hacer un examen. Hay padres locos porque diagnostiquen a sus hijos con trastornos de ansiedad, porque así tienen ciertas ventajas. Es surrealista. La ansiedad se está convirtiendo en un «bien». Se está convirtiendo casi en un producto capitalista.
¿Cómo debería cambiar la educación que reciben los niños?
Como dice el pedagogo Gregorio Luri, todos los niños tienen derecho a tener unos padres relajados. Estamos en un momento muy ansioso, y lo que yo reivindico es que paremos un poquito, que esto no es una carrera de obstáculos, que la infancia es un momento casi sagrado de la vida de cada uno y que los niños tienen derecho a vivir como niños. Tienen derecho a tener tiempo para hacer las cosas que hacen los niños, como jugar. Jugar es importantísimo y los niños del siglo XXI, del primer mundo, no juegan. No tienen tiempo, sus agendas de ministros no lo permiten.
¿Cómo gestionar y prevenir la ansiedad en los niños y adolescentes? ¿Cuál debería ser el ambiente adecuado para que crezcan?
Hay varias formas. Dormir, por ejemplo, es una manera natural de pulsar el botón reset. También ayuda llevar una buena alimentación, ya que hay una vinculación entre lo que comemos y cómo funcionan nuestro cerebro y nuestras emociones. Y, sobre todo, llevar una vida más relajada, más en contacto con la naturaleza, con unos ‘tempos’ menos enloquecidos. También se puede hacer un trabajo desde las escuelas. Hay algunas que están incorporando la educación emocional, y es una buena manera de prevenir la ansiedad. Está muy bien que se eduque en las emociones, que se explique qué es la ansiedad, pero yo pienso que esto es un trabajo básicamente de las familias. Como familias debemos arriesgarnos a que nuestros hijos se equivoquen, que sufran un poquito de vez en cuando, y educarlos en la responsabilidad, que sepan que son responsables de sus actos. Nosotros hemos de soltar esta ansiedad que llevamos encima y que transmitimos a nuestros hijos. Como no nos repensamos el modelo actual, no vamos bien.
A los niños habitualmente les cuesta más expresar lo que sienten y, por tanto, puede ser más difícil detectar la ansiedad. ¿Cuáles pueden ser las señales de alerta más habituales?
Si a los adultos ya nos cuesta explicar que tenemos ansiedad, para los niños es aún más difícil. No la saben expresar; entonces debemos estar alerta a una serie de síntomas como, por ejemplo, pequeñas enfermedades o molestias continuadas, como padecer dolor de estómago o dolor de cabeza constantemente. Cosas que no tienen una explicación médica clara, pero de la que los niños siempre se quejan. La reticencia de ir a lugares a los que les gustaba ir, por ejemplo, a la escuela o a una fiesta de cumpleaños, son pequeños signos de alerta que como padres debemos tener en cuenta. También el mutismo, dejar de hablar. Esto está relacionado con la fobia social, uno de los trastornos de ansiedad más comunes en los adolescentes. No dormir bien o tener muchos pesadillas también puede ser un síntoma. También puede ser la falta de apetito o, al revés, tener mucha hambre, las exageraciones. En los adolescentes los síntomas ya son más claros, son fobias específicas: tener mucho miedo a equivocarse, a hacer el ridículo… ya se manifiestan de una manera más madura. En definitiva, las señales de alerta pueden ser cualquier cosa que como padres detectamos que no se corresponden con cómo son nuestros hijos. Todo lo que nos haga formular la frase: «No reconozco mi hijo».
¿De qué manera las pantallas y las redes sociales influyen en la ansiedad de los jóvenes?
Las pantallas son grandes generadores de ansiedad. Por un lado, debido a su componente adictivo. Las redes sociales, los juegos de ordenador… están diseñados para enganchar, y cuando no puedes consultar el móvil o no puedes jugar a un juego porque no tienes batería, esto hace que se genere estrés y ansiedad. Hay esta parte puramente biológica, física, y luego está la parte que sobre todo afecta más a los adolescentes, que es la ansiedad por la necesidad de agradar, que te acepten, de no hacer el ridículo, de conseguir más likes. También existe la ansiedad que te provoca ver que los otros se están divirtiendo y tú no, que se lo están pasando mejor que tú. Y es todo mentira, pero claro, para llegar a esta conclusión debes tener una cierta madurez.
¿Qué papel juega la clase social?
Para escribir el libro hablé, por un lado, con adolescentes de una escuela de Barcelona para familias más bien acomodadas, y estaban todos poseídos por la ansiedad. Tenían mucha angustia a la hora de tomar decisiones, por miedo a equivocarse. A una chica con la que hablé, por ejemplo, elegir el tema del trabajo de investigación le provocaba una ansiedad brutal. Estos niños eran un reflejo muy claro de esta crianza fruto de la hiperpaternitat. Por otra parte, también hablé con unos adolescentes tutelados, y estos tenían una concepción muy diferente de la ansiedad. Muchos no sabían qué era exactamente. Pero esto no quiere decir que no tuvieran. De hecho, un entorno socioeconómico complicado genera más ansiedad. Lo que pasa es que esos chicos tenían tantas otras cosas por las que preocuparse, por ejemplo, qué harán cuando cumplan 18 años, que no se podían permitir tener ansiedad. Para ellos, la ansiedad era un lujo. En cambio, los niños de clases más acomodadas podían expresarse sin ningún problema. De hecho, era su principal problema, porque las otras necesidades ya las tienen cubiertas.
¿Es adecuado tratar la ansiedad infantil y juvenil con fármacos? ¿Cuál es el tratamiento más efectivo?
La terapia es mucho mejor que los fármacos, lo que pasa es que es más cara y más larga y, además, supone exponer a tu hijo. La manera más efectiva de superar la ansiedad es enfrentarte lo que te genera ansiedad y ver que eres capaz de superar este miedo al miedo. Las pastillas no se recomiendan para menores, pero se utilizan cada vez más. De hecho, según un estudio del Plan Nacional sobre Drogas de 2018, el ansiolítico es la primera droga de uso de los jóvenes españoles de 12 a 16 años, por encima del tabaco y el alcohol. Es decir, los jóvenes se han tomado antes un diazepam que una cerveza. Los ansiolíticos funcionan bien, actúan directamente sobre el sistema nervioso y te calman, pero son una ayuda puntual. Como tratamiento no es adecuado, es más recomendable hacer terapia, del tipo que sea. También hay ansiolíticos naturales. Por ejemplo, una chica con la que hablé me dijo que cuando tuvo su primer ataque de pánico la ayudó más el abrazo de su madre que cualquier medicamento.
Fuente e Imagen: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2020/01/22/la-ansiedad-en-ninos-y-adolescentes-los-ninos-del-siglo-xxi-no-juegan-sus-agendas-de-ministro-no-lo-permiten/
La psicóloga Viviana Roldán llama la atención sobre el «chupete electrónico», el celular para callar a los bebés.
or qué es importante el juego en la infancia? ¿Qué papel tienen los adultos como promotores de los espacios y momentos lúdicos? Y ¿qué pasa cuando una nena o uin nene no juega? La psicóloga Viviana Roldán recorre estas y otras preguntas alrededor del valor del juego en la infancia, una función que define como natural a los niños y niñas.
Roldán es docente de la Cátedra de Psiquiatría Infanto Juvenil de la Facultad de Ciencias Médicas (UNR), donde también realiza tareas de asistencia. Además, integra el Forum Infancias Rosario, un espacio conformado por profesionales de la salud y la educación. En charla con La Capital, mira con preocupación que desde bebés se les ponga un celular en la mano para callarlos, el famoso «chupete electrónico», que funciona como un dispositivo de adiestramiento al servicio de los adultos.
—¿Por qué es importante que un nene o una nena jueguen?
—El juego es una función natural en los niños. Si pensamos una postal en cualquier lugar del mundo vemos niños y niñas jugando. Incluso en los libros, en los cuentos… siempre hay imágenes jugando. Ahora, ¿por qué es importante que el niño juegue, tenga ese espacio libre de intromisión?, porque cuando juega va recreando un espacio que es propio y se va constituyendo como sujeto. Es importante que tenga esa propia libertad para elegir a qué jugar, cuánto tiempo. A medida que los niños van creciendo van entrando otras variables, pero el juego sigue teniendo esa misma función.
—¿Se puede decir que «se enseña» y «se aprende» a jugar?
—Si tengo que decir una primera respuesta diría que se puede enseñar, pero es mejor pensar en que se promueva y se acompañe al juego, porque el juego es inherente al niño y a la infancia. Claro que hay etapas donde aparecen situaciones como «te enseño a jugar al ludo», «te enseño a jugar a las cartas»…
—¿Qué pasa con los adultos y el juego de los chicos?
—Es común escuchar a los padres y madres que expresan: «Yo no estoy jugando con mis hijos porque no tengo tiempo», «Me doy cuenta de que cuando llego quiere jugar y no tengo ganas ni pilas». Y por todo eso, «ahora me estoy haciendo un ratito en la agenda para estar a tal hora». ¿Sirve esto? No, no sirve. Sirve si lo disfruta y si hay ahí un deseo y comunicación verdaderos. Incluso es mejor si dejamos al niño que juegue espontáneamente. En todo caso, en algún momento hay que hacerse la pregunta sobre por qué no hay tiempo para estar con el hijo. Por otra parte, es importante un llamado de atención a la cantidad de horas que el chico le dedica a los aprendizajes, cuando al tiempo de la escuela primaria se le suman otras actividades extras. Inclusive sería genial que en las mismas escuelas hubiese un tiempo para que puedan jugar de manera libre, a lo que se les ocurra. Un tema muy difícil porque hay disposiciones para controlarlos, para que no se peleen o golpeen, hay temor a los reclamos judiciales. Hay escuelas donde directamente está prohibido correr. Nosotras jugábamos a «Ladrón y policía», corríamos y desplegábamos toda esa motricidad de los 10, 11 años que llega con lo prepuberal. Hay una cuestión lúdica que va procesando, va marcando la realidad, cómo se introducen en la sexualidad, en el juego de conocer a un chico o una chica…
—¿Qué ocurre con el juego y las pantallas?
—Es un tema de preocupación que cada vez desde más pequeñitos estén con el «chupete electrónico». En un restorán o en cualquier lugar donde es natural que el bebé grite, quiera comer con la mano o que «moleste» de alguna manera, es común que los padres les den el celular y se calmen automáticamente. El celular tiene pantallas cada vez más lindas, mejores colores, con videos. Es realmente impactante, inquietante, ver cómo funciona en los más pequeños como una cuestión bien adaptativa y de adiestramiento al servicio de los adultos, porque le dan un celular y se calla. O bien cuando tienen que deambular, y sin embargo están tirados en el piso, quietos con el celular en la mano. Y no deambulan, no gritan, nada. Esto es de atención.
—¿Y con los nenes y nenas más grandes?
—El punto clave aquí es que no pueden estar al margen. El celular se ha convertido en un punto de socialización y si el chico, a determinada edad, no tiene el celular no participa de una juntada, una salida al cine, no se comunica en el grupo de WhatsApp con sus compañeros… prohibirlo no tiene sentido. Es más, cuando son un poquito más grandes hemos asistido en el consultorio a brotes y peleas familiares impresionantes porque les han querido sacar el celular. No se puede sacar el celular, pero tampoco puede haber un corrimiento tan radical de quien está en función materna y paterna. De ninguna manera. Lacan dice que el cachorro humano es aquel más vulnerable de la especie y quien necesita más tiempo de acompañamiento del otro para crecer. Entonces, ¿qué es lo que estamos haciendo? Si cada vez desde más chiquitos les estamos dando un aparato, eso seguramente va a impactar en su subjetividad. Hay un corrimiento del papel del adulto. El papel de padre y de madre es irreemplazable, del otro que acompañe, introduzca en el lenguaje, que haga «upa», que calme, eso es irreemplazable.
—¿Cómo un adulto sabe cuál es el límite con el uso y juegos con las pantallas?
—En general, los padres están muy pendientes y se preocupan: «Uy, cuánto hace que están con la play». Pero a la vez hay padres que dicen: «Apagá eso, te la voy a romper en mil pedazos». Yo he escuchado padres que me han llegado a decir «tuve que cortar la luz, porque me pide «un ratito más, un ratito mas»…». El padre o la madre tienen que quedarse al lado o cerca del niño cuando le dice que corte y vaya a hacer otra cosa. A lo mejor cuando se lo pida el niño le va a decir «bueno, juguemos juntos», «ayudame a hacer la tarea» o «a hacer lo que hace tres meses me dijiste que íbamos a hacer». Es decir, demanda su acompañamiento, que es irreemplazable. La responsabilidad es de nosotros. No podemos como adultos alarmarnos por la cantidad de horas que pasan frente a las pantallas sin hacerles otra oferta o estar ahí presentes, para sostener con nuestro cuerpo esa responsabilidad. Y obviamente que no está bueno que el único plan de un niño o niña en el fin de semana sea sentarse a jugar a la play.
—¿Qué dice un nene o una nena que no juega?
—Un niño que no juega es grave. Como profesionales de la salud mental, podemos pensar en las patologías más graves. Depende la edad, puede tratarse de un arrasamiento de la subjetividad, una inhibición muy importante, algo muy intrusivo de parte del otro que el niño no puede procesar. Que un niño no juegue no es una bandera amarilla, es una bandera de alerta roja. No es lo mismo un niño de dos o tres años que no juega, que no habla, que no fija la mirada y que hace pensar en una patología grave, que otro de 6, 7 años que venía con un crecimiento normal, le ha ocurrido algo y no juega. Aquí sí pensamos en alguna inhibición, que le ocurrió alguna situación traumática, como ser objeto de alguna situación de violencia o también por alguna cuestión muy rígida al interior de la educación de cada familia: como, por ejemplo, que quiera jugar con una muñeca y el padre se lo prohíba. El psiquismo queda conmovido. Que un nene o una nena no juegue no es lo mismo en cada momento, pero siempre es un signo de alerta.
Curso «Clínica interdisciplinaria con niños y adolescentes
El próximo 5 de agosto comienza el curso de posgrado «Clínica interdisciplinaria con niños y adolescentes». Se dicta los sábados, de 9 a 14, en la Facultad de Ciencias Médicas (UNR). Está coordinado por las psicólogas Viviana Roldán, Marcela Salvai y la fonoaudióloga Yanina Romani. El plantel de docentes lo integran profesionales de la Universidad Nacional de Rosario, integrado por Ana Bloj, Ana Rebechini, Martín Varela, Daniel Vaccaro, Esther Tocalli, Angeles Celaya, Marisa Odone y Hugo Melfi. Y como invitados especiales están Enrique Orchansky (pediatra y cirujano), Irene Sobol (fonoaudiologa), Gabriela Dueñas (docente UBA, Usal), Alba Flesler (supervisora Hospital Carolina Tobar García e integrante de la Escuela Freudiana de Buenos Aires). Para más información, consultar en Facebook Desafíos en la Infancia; al correo: desafiosenlainfancia.fcm@gmail.com El cupo es limitado.
Fuente de la entrevista: http://www.lacapital.com.ar/educacion/que-una-nina-o-nino-no-juegue-es-grave-es-una-bandera-roja-alerta-n1429829.html
Fuente de la imagen: http://static.lacapital.com.ar/adjuntos/203/imagenes/020/934/0020934532.jpg
La ingeniera de telecomunicaciones Eva Bailén se puso a recoger firmas el año pasado pidiendo la racionalización de los deberes ante la «impotencia» que decía sentir por ver cómo su hijo, de 10 años, tenía que dedicarle tres horas diarias a hacer todo tipo de ejercicios en casa. Su campaña en change.org fue un éxito de más de 215.000 rúbricas que ha popularizado el debate sobre los tiempos escolares. Acaba de sacar un libro, Cómo sobrevivir a los deberes de tu hijo(Planeta), en el que, como la Ceapa, anima a las familias a no hacer la tarea.
¿Cuál es, en su opinión, el tiempo razonable que se puede dedicar a hacer deberes?
En Secundaria, no más de una hora. En 5º y 6º de Primaria, media hora como mucho. Y en los cursos anteriores no me parece que necesiten hacer deberes, porque con las horas lectivas es suficiente. Son niños y necesitan jugar. Lo que sí creo que es bueno es que lean todos los días.
¿La Lomce ha supuesto más deberes?Eso es algo que yo he notado. El curso 2014/2015, cuando comencé a recoger firmas, fue el primero en el que se implantó la Lomce en los cursos impares. La duración de las clases en el colegio de mi hijo pasó de 60 a 45 minutos. Como eran clases más cortas y la dinámica seguía siendo la misma, no les daba tiempo a acabar los ejercicios en clase. En 5º de Primaria mi hijo empezó a tener una hora más diaria de deberes. Pasó de dos a tres horas diarias con 10 años.Entonces le cambió de colegio…Yo le decía: «No hagas los deberes» y él respondía: «No, no, que, si no, me castigan».Le decía a su hijo que no hiciera los deberes. En su libro llama a otras familias a no hacerlos.
¿No le parece ésta una actitud irresponsable?
Lo que es irresponsable es seguir permitiendo que nuestros hijos lleguen a Secundaria y no quieran seguir estudiando. Debemos posicionarnos y empezar a pedir cambios. Hay padres que me dicen que están objetando a los deberes y han asumido que sus hijos van a sacar menos notas, pero, a cambio, aprovechan mejor las tardes. Esta postura, en cualquier caso, sería aplicable a Primaria. En Secundaria ya deben ser capaces de abordar los deberes.En su libro afirma: «Me he dado cuenta de que ni las extraescolares ni los deberes van a convertir a mis hijos en adultos más felices».
¿Depende de los padres que sean felices o su misión debe ser enseñarles a ser responsables?
Al final, lo más importante es la felicidad. Con eso no quiero decir que no haya que ser responsable. Un niño para ser feliz necesita tener cubiertas sus necesidades básicas y tener tiempo de juego.
¿Hay que hacer los deberes con los hijos?
Eso depende. Con mis dos hijas no he tenido que hacerlo pero con mi hijo, sí. A los padres nos han echado una carga encima con lo de que no acompañemos a nuestros hijos con los deberes, cuando en la escuela están acompañados. El sistema educativo español está muy uniformizado y la escuela pública no personaliza el nivel de cada niño. Yo creo que poner los mismos deberes a los 25 niños de una clase es erróneo, los colegios deberían personalizar los deberes.Cuando los padres no están en casa por las tardes, ¿qué es mejor?
¿Que estén haciendo deberes o que estén viendo la tele o jugando a la consola?
Son dos problemas paralelos. En España los padres tenemos unos horarios que no piensan en los niños. La falta de conciliación es un problema muy grave, pero tampoco podemos solventarla a base de fastidiar a los niños. Yo no prefiero ninguna de las dos cosas.
¿Y si hay que elegir?
Si hay que elegir y mi hijo ya ha estado en el colegio, pues que juegue a la consola.
¿Sirven para algo tantas actividades extraescolares?
Las extraescolares existen por la necesidad de rellenar el tiempo de los padres mientras están trabajando y porque hay padres que quieren que sus niños sepan más que nadie. Es mejor estar en el parque, jugando o dando un paseo.
¿Para qué eran las tardes cuando usted estudiaba?
Soy de Alicante y me pasaba toda la tarde jugando en la calle con mis amigas y el perro.Nos tomábamos un bocata en la calle y a jugar. Mis tardes eran para jugar. Hasta 6º de EGB no tuve ni idiomas, ni extraescolares ni, desde luego, deberes.
Así lo afirma una experta en educación y psicología, quien propone otras técnicas para hacer que un niño aprenda de manera más efectiva y didáctica.
Los niños acaban de volver a clases, donde copiar del pizarrón, memorizar fórmulas y materias, y rendir pruebas escritas son acciones frecuentes en el contexto de una escuela de enseñanza básica y media. Pero, ¿son realmente ésos los métodos más adecuados para que los niños aprendan?
“Hoy en día el colegio dejó de ser el centro de la información. Este tipo de escuela tenía sentido cuando había especialistas centrados en ellas que tenían información, que poseían un bagaje cultural mayor al de los alumnos y sus familias, y que describían o relataban esas experiencias a los estudiantes. Pero hoy la información está en todas partes y las personas acceden o no a ella de acuerdo a la forma en que interactúan con la sociedad. Así, la escuela pierde sentido en la actualidad, porque aún está estancada en unas formas de organización de la clase y métodos que trabajan solamente un dominio de habilidades cognitivas, que le permiten al sujeto recordar la información, pero no operar con ella”, indica Olga Carmelita González, docente de la Escuela de Psicología de la Universidad del Pacífico.
Según la Doctora en Ciencias de la Educación, el sistema educacional chileno está basado en ‘entrenar’ personas para que sirvan en un modelo socioeconómico anterior, y no para crear e innovar, propiciando su perfeccionamiento continuo desde el perfeccionamiento de los aprendices, que somos todos.
“La institucionalización del sistema de aprendizaje responde a los requerimientos de un determinado modelo socioeconómico, es decir, que el fin de la educación es y ha sido formar a un sujeto que sea capaz de responder a las exigencias de la sociedad en la que está inserto. Muchas veces los profesores y padres están felices con que los niños sepan seguir instrucciones, pero lo que hay que preguntarse es si acaso la escuela, en su modelo formativo, o la organización de la clase, ofrece al estudiante la posibilidad de pensar y crear, luego de analizar su entorno con ojo crítico”, cuestiona la Licenciada en Psicología y Pedagogía.
La académica de la U. del Pacífico explica que más allá de las múltiples tareas y urgencia por la memorización de contenidos, las escuelas y los padres deberían preocuparse de que el niño aprenda realmente a través de las experiencias. “La mejor herramienta que existe para poder interpretar la vida, para poder hacer lecturas de los eventos, lo cual es el aprendizaje, es precisamente vivir. El ser humano es un sujeto que, dada su dotación neurológica, continuamente está aprendiendo, por lo tanto la escuela como institución es posterior al aprendizaje; aprender es propio de la condición humana”, señala González.
Por ello, en estas vacaciones de invierno lo mejor sería interactuar con el niño y dejar que experimente nuevos lugares o repasar los lugares ya vistos anteriormente con una nueva propuesta, animarlos a explorarlos, describirlos y construir nuevos saberes.
“Si los padres se están preguntando qué hacer con los niños en vacaciones, la respuesta es vivir y disfrutar la mutua compañía. Sería bueno ofrecer, por ejemplo, un escenario que esté rico en vivencias, ya que no hay aprendizaje que pueda internalizarse al margen de lo emocional. Sería muy beneficioso una salida a la naturaleza (desde el patio de la casa hasta otra ciudad), que visiten entornos donde puedan interactuar con ellos, que el niño pueda ‘ser él’. En realidad, sirve toda experiencia concreta del vivir, como cocinar, amasar, tejer, jugar, cuidar animales o mascotas, seleccionar semillas, sembrar plantas, cosechar frutos, etc.”, asegura González.
“Nada sustituye la experiencia a través del contacto concreto con la vida. El camino del aprendizaje va desde la contemplación y contacto vivo con el elemento como tal hacia la abstracción que soy capaz de hacer, de acuerdo a las representaciones que el contacto con la realidad me ha permitido construir”, complementa Olga Carmelita González, docente de la Escuela de Psicología de la Universidad del Pacífico.
El juego como método de aprendizaje
Lo más recordado del periodo de infancia es la gran cantidad de tiempo libre disponible para jugar con amigos y familiares. Pero, cuando el niño entra al colegio, los cuadernos y largas tardes de estudio llegan a cambiarle la vida. ¿Es correcto alejar el juego de los pequeños?
“Para los niños en edad pre escolar y hasta cuatro básico, el método más favorable de enseñanza y de aprendizaje es a través del juego, ya que es el mismo menor el que concibe jugar como la manera natural en la que conoce el mundo. Lamentablemente hoy en día en la escuela no se juega y se les ordena estar quietos o ‘normalizados’, lo que es muy grave, ya que si a los adultos nos cuesta mucho estar sentados en una reunión durante horas sin movernos, para el niño el esfuerzo es el doble y francamente va ‘contra natura’”, comenta la especialista de la U. del Pacífico.
González asegura que los juegos de mayor o menor complejidad, e incluso los de mesa como las damas o el ajedrez, son excelentes para que los niños comprendan la importancia de las normas, y que las demás formas de interacción y comportamientos de la niñez deben tratarse como normales y los adultos deben ofrecerle posibilidades de adecuarlas a formas más seguras, y no con una prohibición absoluta.
“Un niño que está lleno de prohibiciones como ‘no corras’, ‘no te ensucies’, ‘no grites’, ‘no salgas’, no ha interactuado con su mundo circundante. La recomendación es que por cada ‘no’ debe haber tres propuestas anteriores con entornos o circunstancias más favorables. Por ejemplo, cuando un niño toma un palo filudo de la calle y se pone a jugar con un hermano a las espadas, en vez de decirle ‘suelta el palo que le vas a sacar un ojo a tu hermano’, puedes darle otro palo más seguro, o sea, ofrecer más posibilidades, y si insiste, deja que con su dedo toque la punta. No puedes dar tres ‘no’ sin dar unas posibilidades anteriores”, concluye Olga Carmelita González, docente de la Escuela de Psicología de la Universidad del Pacífico.
Nuestros niños aprenden todo el tiempo. Y uno de los retos que tenemos como educadores, es lograr que ellos utilicen sus recién adquiridas habilidades y conocimientos en situaciones lúdicas concretas. Nunca como un examen, sino como una oportunidad para resolver un problema interesante.
También con el Método Filadelfia, cuando hablamos de lectura temprana, escritura temprana y cultura global, podemos estimular a nuestros niños con actividades que impliquen poner en juego de manera relajada y divertida las capacidades que han desarrollado. Por supuesto, antes de realizar cualquiera de estos juegos, debemos estar seguros que hemos presentado el material (palabras, bits) con suficiente duración, intensidad y frecuencia.
Una oportunidad para resolver un problema es, por definición, opcional. El niño puede decidir si quiere jugar o no, sin temor a represalias. Si no fuera así, se trataría de una “obligación” más que de una “oportunidad”. Eso no es lo que buscamos.
Los juegos nos permiten ponernos a prueba en un entorno seguro y agradable. Los juegos que implican resolver problemas nos dan la oportunidad de sentir la satisfacción del éxito o el acicateo del reto.
Un juego es, para el niño, una actividad en la que se involucra voluntariamente por la única razón del disfrute. Un juego demasiado fácil resulta aburrido, un juego demasiado difícil resulta frustrante. En cualquier caso, el niño abandona el juego porque ya no es divertido.
El reto que tenemos como educadores es el de presentar a los niños oportunidades de juego que sean suficientemente estimulantes sin ser demasiado complejos, que tomen en cuenta sus intereses y que les permitan utilizar sus conocimientos y habilidades. El juego, por supuesto, es aprendizaje, pero antes que ninguna otra cosa, es juego es gozo.
Algunos ejemplos de juegos que sugerimos para fortalecer el aprendizaje sin detrimento del disfrute:
TRES AÑOS:
Localización de palabras. Colocar tarjetas de palabras en el suelo y pedirle al niño que nos traiga la que le solicitamos.
Entrega de materiales. Etiquetar las pertenencias de los estudiantes solamente con su nombre en tamaño mediano, sin colores ni dibujos que lo identifiquen. Después, pedirle a uno de los alumnos que nos ayude a repartir el material a sus compañeros.
Palabras ocultas. Esconder una palabra en el salón. Decir la palabra y pedir a los alumnos que nos ayuden a buscarla. Los alumnos pueden ir leyendo las palabras que encuentren hasta dar con la indicada. También puede realizarse esta actividad con el objeto, por ejemplo, mostrar una pelota y pedir a los alumnos su ayuda para encontrar la tarjeta con la palabra que corresponde.
Mímica. Jugar a actuar el personaje, acción o color que se presenta en la tarjeta. Por ejemplo, mostramos la palabra “tigre”, en la categoría de animales, y todos rugimos y damos zarpazos al aire. O mostramos “llorar” en la categoría de verbos / acciones, y todos nos tallamos los ojos. O mostramos la palabra “verde” y todos buscamos tocar algo de ese color en el salón. Al principio, se puede efectuar este juego cuando se presentan las palabras, y eventualmente, al haberlo hecho ya durante algunos días, la maestra omite mencionar en voz alta la palabra mientras la muestra, y espera para ver si los alumnos hacen el ademán correspondiente.
Galerías de arte. Hacer juegos de clasificación con las imágenes de cultura (en el caso que la maestra los haya impreso previamente), por ejemplo, comentarle a los alumnos que aquí tienen las obras de dos pintores en desorden y que necesitamos ayuda para organizarlas. Puede decir algo como: “De un lado pondremos las pinturas de Van Gogh, y del otro, las de Picasso.”
CUATRO AÑOS
Retomar las actividades de primer grado, e integrar las siguientes:
Jugar a la memoria de palabras / imágenes. En lugar de emparejar dos imágenes iguales, se forman pares de la imagen con la palabra que le corresponde.
Jugar a los duendes traviesos. Se pueden etiquetar con tarjetas de palabras elaboradas por la maestra las cosas del salón, por ejemplo: piso, mesa, silla, ventana, escritorio, pizarrón, puerta y dejarlas ahí por varios días, sin perder la oportunidad de leerlas varias veces durante el día. Una mañana, antes de la llegada de los alumnos, la maestra despega y cambia de lugar las palabras, de manera que las etiquetas ahora no corresponden con el objeto. Cuando llegan los alumnos, la maestra les hace notar que las palabras están desordenadas y pide su ayuda para volver a colocar las etiquetas con las palabras en donde corresponden.
Localización de palabras. Con sus cinco palabras recortables de la semana, los alumnos pueden intentar localizar la que es igual a la que su maestra enseña en la tarjeta: ella presenta tarjeta con la palabra “amigo”, y los alumnos, observando el modelo, intentan encontrar la misma palabra entre las que tienen en su mesa.
Organización de obras de arte. Organizar en grupos las obras de pintores, ahora añadiendo uno más: “Aquí ponemos las pinturas de Van Gogh, acá, las de Picasso, y allá, las de Da Vinci”.
Lotería de arte. Se van “cantando” las tarjetas individuales que contienen obras de los pintores conocidos, conforme se presentan las imágenes.
Guía de museos. Pedir a un alumno que explique a un compañero que se ha ausentado lo aprendido sobre alguno de los países, pintores o compositores.
CINCO AÑOS
Aquí podemos retomar las actividades de tres y cuatro años, y además:
Memoria de palabra/palabra. En lugar de emparejar dos ilustraciones iguales, se forman pares de palabras iguales, sin imágenes.
Lotería de palabras. La maestra muestra y dice una palabra y los alumnos la buscan en sus cartones de juego. Puede hacerse combinando palabras con imágenes o solamente con palabras. La maestra puede, en ocasiones, solamente mostrar la palabra, sin leerla en voz alta, o mostrar la imagen que represente la palabra, sin enseñar el modelo escrito de ésta.
Pares de palabras y frases. Con palabras ya vistas y retiradas, la maestra elabora cartones de lectura un poco más largos, con un tamaño de letra menor, que incluyan pares de palabras o frases cortas. Lee solamente la primera palabra y pregunta al grupo si alguien quiere terminar de leer lo que dice el cartón. Por ejemplo: pelota grande. La maestra lee “pelota….” y espera a que algún alumno lea, “grande”.
Armar pares y frases con pequeñas palabras recortables. La maestra puede presentar un ejemplo escrito y pedir a los alumnos que lo reproduzcan en su mesa. Con el tiempo, puede poner sobre la mesa más palabras que las que son necesarias para el armado de una frase, y también más adelante podrá sólo decir la frase y pedir que la formen.
Jugar al supermercado y entregar a cada niño una lista de compras.Conforme “encuentren” las cosas mencionadas en su lista, las irán marcando. Las listas pueden ser iguales o diferentes.
Hacer juegos de lotería y de memoria culturales. Donde se busque emparejar mapas de países con sus banderas, trajes típicos, compositores o pintores con los nombres de sus obras.
Jugar a ser maestra. Preguntarle a los alumnos si alguno quisiera ser la maestra en alguno de los módulos, y presentar una serie de imágenes conocidas a sus compañeros o a alumnos de otro grupo.
Adivinar el pintor de una obra. Mostrar obras de arte de los pintores que estudiamos, pero que no fueron presentadas dentro del material del programa, para ver si los alumnos pudieran reconocer el estilo del pintor. Podría decir algo como: “Aquí tenemos una pintura que se llama El sueño. No la hemos visto antes, pero la pintó un artista que ya conocemos. ¿Alguien puede decir de quién cree que es?
Estas actividades presentan un reto a los alumnos para utilizar la información que ya conocen y las habilidades que han desarrollado, además de una oportunidad para seguir aprendiendo.
La manera preferida por las maestras para evaluar la habilidad de leer es la lectura en voz alta. Sin embargo, ésta debería solicitarse sólo hasta que el niño ha leído por sí mismo y ha comprendido el texto. Y como el resto de las oportunidades para resolver problemas, la lectura en voz alta debe ser opcional, algo que el niño pueda decidir si hace o no. Esto es igualmente aplicable para la lectura de palabras sueltas como para la de frases y textos completos.
Recordemos que el propósito de nuestro programa no es la acumulación de conocimientos sin sentido para los alumnos. Por el contrario, queremos generar experiencias significativas de aprendizaje que desarrollen las competencias deseables durante la etapa preescolar y deseamos acercar a los niños a la cultura mundial, despertar su interés por el conocimiento y nutrir la semilla del investigador, el científico, el artista y el genio, que está dentro de cada niño o niña.
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