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La ética de la violencia feminista

Ser hombre y pensar, escribir o articular un discurso cualquiera en torno del género, y sobre todo acerca del feminismo, suele ser difícil porque siempre (o por lo menos la mayoría de las veces) conlleva intrínseco el riesgo de apelar a cualquiera de las siguientes posiciones (todas ellas políticas, en el más extenso sentido de la palabra):
  1. Juzgar las formas y los contenidos de la lucha ajena partiendo de la total incomprensión de lo que significa, por ejemplo, que la sexualidad y el cuerpo de las mujeres se encuentren, en cada espacio de la cotidianidad, a todas horas, en disputa y en cuestión por la propia masculinidad; es decir, partiendo desde la invisibilización y el no-reconocimiento de la identidad en resistencia.
  2. Recentrar los ejes y las articulaciones de la resistencia femenina en rededor de los márgenes de acción de la masculinidad, sin importar qué tan progresista ésta última se autoafirme.
  3. Anular el ejercicio de la subjetividad femenina, desplazándola como el centro de gravedad del movimiento mismo, para vaciarla de sus contenidos concretos en simples abstracciones y tipos ideales.

Por supuesto, estos y otros tantos recursos se configuran y nutren, en principio, en el seno mismo de una posición de enunciación y de intervención en la vida pública y en los imaginarios colectivos compartidos que es a todas luces privilegiada respecto de aquellas identidades que históricamente han sido excluidas, dominadas y explotadas (cualquier otro adjetivo es derivado de estos tres) por las estructuras y los procesos sociales que históricamente surgieron —y se han mantenido vigentes hasta el presente— atravesadas por una lógica de género jerárquica en las que múltiples masculinidades subordinan a múltiples feminidades (y a otras masculinidades) para asegurar la reproducción sistemática y ampliada de sus condiciones de posibilidad y de su propia existencia en cuanto tal.

Hoy día, inclusive, reconocer ese privilegio praxeológico y discursivo es ya un espacio común, al que cada vez se recurre con mayor frecuencia por una diversidad de masculinidades, para intentar abstraerse de la lógica de operación del patriarcado y asumir una posición de exterioridad respecto de los ejercicios de poder y de las prácticas de violencia de las que aquel se vale para parasitar las relaciones intersubjetivas entre los géneros, tanto los binarios como los no-binarios.

Ello, en este sentido, da cuenta de que si bien los esfuerzos por pensar a la propia masculinidad desde el ser-hombre es algo que en efecto se está llevando a cabo (no solo para desmontar las lógicas patriarcales en todas sus contingencias, respecto de la falsa oposición hombre/mujer, sino también como una estrategia de supervivencia desde las coordenadas de otras formas de experimentar la masculinidad); es cierto, asimismo, que la tarea se encuentra aún muy lejos de ser capaz de fundar dinámicas de acompañamiento horizontales que no reifiquen a las feminidades y que no terminen, por lo demás, reproduciendo el sistema vigente bajo el velo de la corrección política y la infantilización de las agraviadas —con tal de no ser objeto de sus críticas y denuncias y exigencias.

Afirmarse, pues, como una identidad (o mejor: como una masculinidad) exterior a la tensión que la lucha feminista abre en su resistencia a las lógicas patriarcales de la sociedad moderna capitalista contemporánea no es, por ninguna razón, un acto menos atroz que el sojuzgar, el condenar y el criminalizar eventos como los ocurridos el pasado fin de semana en la Ciudad de México, con motivo de la digna rabia que despertó entre las mujeres el más reciente (y la expresión no es azarosa) caso de violación a una de ellas; esta vez, por una manada de Porkys adscrita a una de las instituciones policiales capitalinas.

Y es que, en efecto, lo primero significa cerrar el diálogo y el cuestionamiento tan necesarios que las compañeras ponen en juego, para el conjunto de la sociedad, cada vez que toman el espacio público y se manifiestan. Implica, por lo tanto, fundar unilateralmente un monólogo en el que se encapsula a la lucha feminista para mirarla (y no reconocerla ni aceptarla) sólo a la distancia, como algo a lo que se es ajeno y que, en consecuencia, no supone ninguna interpelación. Lo segundo, por su parte, no tiene otra cara que la del más profundo y reaccionario conservadurismo que, enquistado como está en su posición de poder, no hace más que responder con grados cada vez mayores de violencia, de dominación y de explotación ante aquello y aquellas que lo desnudan en toda su falsedad.

Y así lo demostraron, de hecho, las dos tendencias que dominaron la discusión (por lo menos en redes y medios similares y derivados, pero no sólo) que se desprendieron de las últimas protestas: la ampliación y la profundización del machismo y el falocentrismo, por un lado; y las exigencias (veladas o no) de una despolitización del feminismo, por el otro. Es decir, simultáneamente: la radicalización discursiva del imaginario y los sentidos comunes que en este país alimentan la desaparición, la violación y el feminicidio en escalas cada día más grandes y por medios crecientemente más sanguinarios; y la desarticulación del dolor, la rabia, el temor y la angustia que nutren a la resistencia colectiva e individual a través de la exigencia en pos de su institucionalización y pacificación.

Los cristales rotos en edificios públicos, las pintas en estaciones de transporte público (concesionado a privados con el capital y las capacidades técnicas y logísticas suficientes para echar a andar de nuevo esas estaciones seis horas después de suintervención política por parte de las feministas), y las consignas escritas en monumentos históricos, por supuesto coadyuvaron a que esas dos tendencias se magnificasen (con la ayuda de la narrativa particular de las cadenas televisivas y la prensa) en proporciones tales que, durante dos días, no sólo fueron los eventos protagonistas de las discusiones en el debate público nacional, sino que, además, llevaron al extremo de lo absurdo la necesidad de visibilizar y concientizar a la sociedad sobre el valor supremo de una vida humana frente a un mundo material superfluo, banal y venial: construido, en estrictos términos benjaminianos, como un vestigio de barbarie (y la barbarie también tiene género).

Las agresiones a periodistas (hombres y mujeres, por igual) se sumaron a la ecuación. Pero quizá habría que pensar, por lo menos como una problematización seria y legítima, que la similitud de la narrativa entre distintos medios que cubrieron los hechos ofrece mucho material para pensar en términos de lo que supondría una estrategia de comunicación que busca relegitimar el rol central de las corporaciones y los capitales privados en la definición de la agenda política en este país (luego de poco más de once meses de gobierno de una administración que no se cansa de acicatear a la prensa y a las televisoras por sus claras filias y fobias en las redes del poder político mexicano).

Pero más allá de eso (que en los márgenes de lo absurdo podría parecer una conspiración de los medios para victimizarse frente a la sociedad), un tema de mayor trascendencia es que esta sociedad sigue sin comprender el contenido profundamente ético que se encuentra en juego en la violencia que se desdobla en cada nueva manifestación feminista. Violencia que, para desgracia del conservadurismo nacional, no tiene punto de comparación con la violencia sexual, de género y feminicida que se vive como cotidianidad en el país. Porque, por más que se la quiera emparentar o asimilar con estas formas que tienen al país sumido en un abismo de desaparición y ahogado en cadáveres de mujeres mutiladas, ésta, es decir, la violencia de la protesta, se distancia cualitativamente de aquella en el reconocimiento que hace de la necesidad de resistir y enfrentar estructuras, relaciones y dinámicas sociales que se sostienen sobre la muerte y la desaparición: hechos que ni en este espacio-tiempo ni en ninguno otro son desmontables por la vía pacífica.

Por eso, quizá, la indignación colectiva frente a la intervención política del Ángel de la Independencia causa tanto desconcierto a cualquier criterio que tenga un respeto ético mínimo por la vida de hombres y mujeres por igual, como condición de existencia colectiva e individual. Porque no es sólo el absurdo de la incomprensión de que el espacio público está ahí para ser tomado y apropiado por la sociedad, para ser intervenido de manera que refleje, con la mayor fidelidad posible, los problemas que la aquejan y recobrar, así, por cuanto monumento, su función mnemotécnica. Es, también, la farsa que se halla de fondo en la propia indignación de amplios sectores de la sociedad que no tuvieron empacho en expresar su más hondo racismo, clasismo y sexismo; aunque esos mismos sectores sean objeto, ellos también, de las dinámicas contra las cuales se protestó el fin de semana.

Y es que, por supuesto, no faltaron quienes buscaron obtener dividendos políticos desde el momento en que se supo de la violación hasta que las manifestaciones terminaron (lo cual, de ninguna manera, excusa a la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México por la serie de respuestas que ofreció: desarticuladas, expresadas más como reacciones tardías, descalificaciones y criminalizaciones que como proposiciones).

Lo más probable es que el resto del sexenio esa dinámica domine el debate y atraviese a toda protesta social que se genere porque en ello se juega la legitimidad de agendas que, si se quiere, se perfilan reformistas, pero que al final del día son alternativas a las dinámicas que han venido dominando el desarrollo de la convivencia colectiva en este país, los últimos años. Después de todo, a diferencia de lo que ocurre con la derecha en el gobierno, cuando es la izquierda (o algo que se pretende a sí mismo izquierda) la que gestiona la estructura estatal y el andamiaje gubernamental, todo está por disputarse, pues nada está, por principio de cuentas, definido de antemano —al menos no más allá de ciertas concesiones al capital que le permitan administrar el gobierno. Es la pugna por esos múltiples sentidos y direcciones políticas aún por definir lo que se está colando en cada movilización y descontento, aún si los eventos que atraviesa, en cuestión, en apariencia tienen poco o nada que ver con el programa de gobierno en turno.

Por eso, algunas lecciones que tendrían que quedar abiertas para trabajarlas en lo que sigue, por lo menos desde la trinchera de este privilegio genérico desde el cual se discurre, quizá tendrían que ver más con la necesidad de no renunciar a ser interpelados, siempre partiendo del imperativo de corresponder a esa interpelación con creatividad y desde una perspectiva de horizontalidad para no profundizar la barbarie en la que ya vive esta sociedad.

Lo primero, porque es claro que no basta con desmontar el patriarcado sólo dentro de las prácticas de convivencia entre mujeres: no es desde ahí desde donde se organiza la desaparición, las violaciones y los asesinatos. Y lo cierto es que, para hacer de esta lucha algo totalizante, no basta con invitar al universo de masculinidades a hacer conciencia de género, de raza y de clase por sí mismas, como un ejercicio autocrítico de su toxicidad. La lógica de ordenamiento de la vida cotidiana del machismo requiere de un tipo de cuestionamiento, de un tipo de violencia (ética) sistemática, que se le enfrente y sea capaz de penetrar a las capas más profundas de interiorización y normalización de la exclusión, la dominación y la explotación de la mujer.

Y lo segundo, por su parte, porque es un hecho que, ante el cuestionamiento femenino, la respuesta primordial del varón ha sido sostenidamente la misma: la negación de la sujetidad de las mujeres. Por eso no es casual que, ante el reclamo en torno del ejercicio de su sexualidad, hoy las mujeres estén experimentando un recrudecimiento, un incremento cualitativo y cuantitativo de la violencia feminicida justo en el momento en que ellas reclaman para sí la total soberanía de su cuerpo: la manera que tiene el machismo de demostrar que su cuerpo no les pertenece es desapareciéndolo, violándolo y asesinándolo. La respuesta de éste es proporcional a la resistencia de aquellas.

Desarticular dicha respuesta no es sencillo. Pero por ello es importante no desconocer que, para conseguir dicho objetivo, la lucha debe tener como su condición de posibilidad el ejercicio de la violencia feminista. Después de todo, nada cambió nunca, en la historia de la humanidad, sin que antes ciudades e imperios enteros fuesen llevados a las ruinas. Y este imperio, en particular, avasalla y satura la experiencia de la vida cotidiana.

– Ricardo Orozco, Consejero Ejecutivo del Centro Mexicano de Análisis de la Política Internacional, @r_zco

Fuente: https://www.alainet.org/es/articulo/201750

Imagen tomada de: https://periodicotribuna.com.ar/17595-la-violencia-del-feminismo-llega-a-rosario.html

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Las luchas por el feminismo campesino y popular

Por: Francisca Rodríguez

La evolución en la participación política de las mujeres del campo en América Latina está íntimamente relacionada con la rebeldía expresada en el levantamiento indígena, campesino y popular y la unidad de lucha que se construye para hacer frente al intento de celebrar, por los conquistadores, los gobiernos aliados y/o sometidos, los 500 años del descubrimiento y saqueo a nuestra América.

Durante los cinco años en que se lleva a cabo la campaña de resistencias y unidad continental de los sectores del campo y los pueblos indígenas, las mujeres marchamos a la par en este proceso que nos convocó a mirar en la historia el camino recorrido en las luchas y resistencias de nuestros pueblos, por la defensa de la tierra y los territorios como un baluarte esencial para el desarrollo de nuestra vida campesina. Esta gigantesca travesía fue ganando y levantando el espíritu de rebeldía para hacer frente a los críticos momentos que vivíamos en cada uno de nuestros países; las organizaciones fueron recuperándose y ganando la conciencia, lo que elevó su capacidad organizativa y con mayor fuerza enfrentaron la arremetida fascista de la época, que pretendía avasallarnos bajo la bota militar.

Esta etapa del proceso de lucha cuenta con el pleno accionar de las mujeres, que marcan una ruta que se va potenciando y que conlleva a que, en el segundo Congreso de la CLOC, nuestra participación y acción se hacen más visibles y nuestra voz se eleva con mayor fuerza, y adquiere mayor relevancia política, nuestras demandas y propuestas que son claras y certeras. En justicia demandamos una mayor participación en los espacios de dirección, estábamos ciertas que a esta coordinación de los movimientos del campo la paridad de género le daba una mayor connotación política y a la vez se enlazaba al proceso internacional de la Vía Campesina que se iba constituyendo como el mayor referente de sectores campesinos y de las y los trabajadores del agro.

La eficacia mostrada en la acción política de las mujeres en todo el ámbito va dando una dinámica mayor a su actuar, y no solo de las organizaciones nacionales. También se va expresando en el surgimiento de nuevas organizaciones de mujeres, que buscan desde nuestra identidad actuar conjuntamente con el movimiento campesino, generando una nueva cultura organizacional que, dando pasos significativos, vaya rompiendo con las antiguas estructuras masculinizadoras y machistas del movimiento.

El elevar la participación de las mujeres al ámbito dirigencial del movimiento en igualdad de condiciones marca un hito en la historia de los procesos organizativos. Esto nos llevó a avanzar en la construcción necesaria de una articulación continental de las mujeres del campo, con apuestas propias que se articulan con las luchas campesinas y van desarrollando y visibilizando todas sus capacidades para actuar en la política y en el ejercicio de nuestros derechos. Los procesos de formación política que hemos desarrollado desde nuestras escuelas continentales y subregionales nos han allanado el camino de la comprensión más amplia y hemos ido desde lo simple a los más complejo, en esta construcción propia de una propuesta feminista, campesina y popular encaminada a la lucha por una sociedad socialista.

Muchas y muchos aún se preguntan ¿por qué esto del feminismo campesino y popular? Para la elaboración y formulación política de nuestra concepción feminista, no podríamos afirmar que hay un convencimiento unánime en todo el movimiento, aun cuando es un acuerdo de congreso que nos compromete a todas y a todos. Pero es importante señalar que en la medida que vamos avanzando en esta construcción política, han sido muchos más los compañeros y también las propias mujeres campesinas y hermanas indígenas que van validando este pensamiento, encaminando la lucha por alcanzar una sociedad entre iguales, una sociedad sin violencia, donde la exclusión, la sumisión, la discriminación y la pobreza sean cosas del pasado y podamos vivir este paso por la vida en plenitud transitando por los caminos del buen vivir.

Nuestra identidad de mujeres del campo

Ya se cumple una década que la CLOC, el 30 de abril 2009 en Cuba, asumió que nuestra ruta política avanza por la construcción de una sociedad socialista, y nuestra advertencia desde las mujeres fue que “Sin feminismo NO habrá Socialismo”. El reto era cómo esta concepción feminista emergería desde un sector de mujeres que históricamente nos situábamos tan lejos de las posiciones feministas pero al mismo tiempo tan interpretadas por ellas.

De este modo, nuestro feminismo campesino popular se va impregnando de nuestras historias y vivencias, dándole sentido a todo el acumulado político que las mujeres hemos desarrollado y, como lo señalara en nuestra escuela continental de mujeres la compañera Iridiani Seibert, “no estamos inventando algo nuevo, sino reafirmando y profundizando nuestro caminar, el accionar histórico político, social y cultural desde nuestra identidad, desde la realidad de vida y de trabajo para la construcción de una nueva sociedad, rescatando y valorizando nuestra identidad de mujeres del campo, indígenas, afrodescendientes, pescadoras, trabajadoras rurales. Identidad que ha sido negada y desvalorizada histórica y socialmente por el patriarcado y el capitalismo”.

Desde esta mirada, vale significar estos años de debates y estudio que han sido prácticos y teóricos, donde hemos reflexionado sobre cómo el desarrollo de la conciencia social en este sistema económico, patriarcal, opresor, violento y explotador, va debilitando en todos los aspectos la conciencia de los pueblos para impedir que la luchas de clases y de masas, como un principio histórico conductor de las luchas anticapitalista y de liberación de los pueblos, sea el eje principal que una la lucha política y social de los movimientos por una sociedad solidaria, con justicia social e igualitaria, una sociedad socialista. Buscamos que los diferentes aspectos, que van rodeando nuestras formulaciones políticas y que nos van devolviendo identidad, nos lleven a valorarnos como mujeres con derechos; y ello también implica la valorización de nuestro trabajo, de nuestros saberes y cultura y del valor social y económico que esto significa para el desarrollo y el bienestar en la sociedad.

Nuestra apuesta feminista campesina y popular tiene, por tanto, una clara identidad de clase; emerge de nuestras raíces históricas y culturales, de nuestra identidad de mujeres del campo ligada profundamente a la tierra; de ahí hemos hecho el caminar trayendo al presente las luchas y a las luchadoras que nos han precedido, la elaboración teórica de las pensadoras socialistas de ayer y su acervo emancipador, antesala del feminismo histórico, de los procesos acumulados en las innumerables luchas feministas en la región y en el mundo. Se ha ido también forjando la apuesta política de la Vía Campesina por la Soberanía Alimentaria de nuestros pueblos y el pensamiento socialista con miras a las nuevas relaciones que conllevan la construcción de esta propuesta feminista desde nuestra diversidad e identidad de mujeres del campo, que es de clase y de carácter popular enfocada a la sociedad socialista a la que aspiramos.

Recorrer la historia y descubrirnos en ella desde el surgimiento de la agricultura nos ha ido entregando los elementos necesarios para el juicio político del actuar histórico del capitalismo y su instrumento clave, “el patriarcado”, cuyo poder sobre nuestras sociedades y los elementos perversos que va poniendo para obstaculizar e interrumpir los avances en la luchas de los pueblos y particularmente las luchas de las mujeres, hoy vivimos momentos intensos. Nos animan y regocijan las grandes movilizaciones de las mujeres, de las que somos parte, y que bajo las banderas feministas van ampliando el camino de las luchas emancipadoras. Nuestro reto es no perder la ruta ni nuestra identidad de clase. Derribar el capitalismo, acabar con el imperialismo ciertamente es una larga lucha que nos llama sin desmayo a continuar avanzando en la propuesta política e ideológica por un feminismo campesino y popular que nos lleve a conquistar esa sociedad socialista que anhelamos, con la certeza de que con feminismo construiremos socialismo.

Fuente: https://www.alainet.org/es/articulo/200518

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Voto, educación y aborto: más de 150 años de lucha feminista en Argentina

Redacción: El País

La muestra ‘Emancipadxs’ de la Biblioteca Nacional traza el camino recorrido por las mujeres: de ser consideradas incapaces respecto del hombre a las últimas marchas de Ni Una Menos.

En 1830, Argentina hacía sólo 14 años que era un país independiente cuando desde La aljaba lanzaron las primeras flechas feministas contra una sociedad profundamente patriarcal. Esta primera revista escrita por mujeres en Argentinadefendía el derecho a la educación femenina y la igualdad entre géneros, pero sus autoras la veían tan lejana que sacaron la publicación con el subtítulo: «Nos libraremos de las injusticias de los hombres solamente cuando no existamos entre ellos». En ese momento la mayoría de mujeres estaban confinadas al hogar, como amas de casa o criadas, bajo la potestad masculina. La Biblioteca Nacional Argentina parte de esos pasos iniciales de la lucha feminista para llegar hasta la actualidad en la muestra Emancipadxs, que abre hoy sus puertas al público.

Ejemplar de la revista La aljaba.
Ejemplar de la revista La aljaba. MARCELO HUICI / BIBLIOTECA NACIONAL

Otros títulos de la época que figuran en la exposición, como Álbum de señoritasLa Flor del Aire y Siempre-Viva, también pusieron el énfasis en la educación de las mujeres, lideradas por la escritora, traductora y maestra Juana Manso. En 1885 la argentina Élida Passo se convirtió en la primera mujer de América del Sur en terminar una carrera superior, Farmacia, pero le negaron el acceso a Medicina. Ese muro lo derribó Cecilia Grierson, quien se licenció cuatro años después.

A caballo entre el siglo XIX y XX, en plena efervescencia de las ideas anarquistas y socialistas traídas por los inmigrantes, el diario La voz de la mujer defendía la necesidad de mejoras laborales a la vez que predicaba el amor libre y el placer sexual. «Hastiadas de ser el juguete, el objeto de los placeres de nuestros infames explotadores o viles esposos, hemos decidido levantar nuestra voz en el concierto social y exigir, decimos exigir, nuestra parte de placeres en el banquete de la vida», escribieron las autoras de esta publicación anarquista en 1896.

La Biblioteca Nacional rinde homenaje a las primeras universitarias argentinas, pioneras del movimiento por la conquista de derechos de la mujer. Feministas como la médica Alicia Moreau de Justo redoblaron la exigencia de emancipación civil e iniciaron la campaña para el voto femenino. Su colega Julieta Lantieri «buscó vacíos legales para burlarse de las leyes y fue la primera mujer en votar en Argentina», explica Jorgelina Nuñez, una de las coordinadoras de la muestra. Lantieri ejerció ese derecho cívico en 1911 autorizada por un juez, pero el Gobierno modificó después la ley para impedir que lo repitiese u otras copiasen su ejemplo. El veto se mantuvo hasta 1947, cuando el peronismo aprobó el voto femenino por iniciativa de la primera dama, Eva Duarte de Perón.

«Hay excepciones, pero en general los hombres no acompañaron, no es como ahora. Ante cada avance hubo muchos hombres que escribieron en los medios en contra, en algunos casos con notas muy machistas y ofensivas», dice Evelyn Galiazo, una de las investigadoras de la Biblioteca.

Los diarios y revistas de mayor circulación no salen muy bien parados y menos aún la industria publicitaria. La mujer se incorporó de forma masiva al mundo laboral, en 1987 se aprobó el divorcio, en 1991 la ley de cupos, en 2007 asumió la primera presidenta electa, pero la publicidad quedó rezagada respecto a esos grandes cambios sociales.

«La publicidad reproduce los estereotipos y sorprendentemente los mantiene pase lo que pase. No encontrás hombres en avisos de productos de limpieza hasta hace muy pocos años y el cuerpo femenino se usa aún para vender productos», denuncian las organizadoras de la exposición. En una sala que emula una peluquería pueden verse revistas destinadas a un público femenino con títulos como «Lo que las novias inteligentes nunca hacen», «Tratamientos y cirugías para hacer ya» y «Es feo sentirse gorda todo el tiempo». Hay también anuncios de maquillaje y trucos de belleza.

El tramo final de Emancipadxs está dedicado a luchas emblemáticas lideradas por mujeres y movimientos LGBT+ en las calles de Argentina. Entre ellas destaca la que encabezaron Madres y Abuelas de Plaza de Mayo en plena dictadura para denunciar la desaparición de sus seres queridos, la que culminó con la aprobación del matrimonio igualitario en 2010 y la ley de identidad de género en 2012, la campaña por el aborto legal, seguro y gratuito -iniciada hace tres décadas y ahora abanderada por las más jóvenes– y el movimiento Ni Una Menos contra los feminicidios.

En 2019, una mujer argentina es asesinada en promedio cada 31 horas. Miles sufren otras formas de violencia machista como abusos sexuales, humillaciones y acoso. Casi medio centenar muere por abortos realizados en la clandestinidad con métodos inseguros. Las mujeres cobran menos que los hombres en sus trabajos. Ocupan menos cargos directivos. Dedican más horas a tareas no remuneradas de cuidados y en el hogar. Quedan grandes obstáculos por superar, pero empequeñecen al mirar el largo camino recorrido.

Fuente: https://elpais.com/cultura/2019/06/06/actualidad/1559826755_889728.html

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Argentina: Las docentes ante la crisis y el ajuste del FMI

Redacción: La Izquierda Diario

Vidal ataca a la escuela pública y a las docentes. Las mujeres trabajadoras resistimos el ajuste digitado por el Fondo Monetario. Las mismas problemáticas atraviesan a alumnas y sus familias. Mientras Cambiemos y la oposición se pelean por pagar la deuda, desde Pan y Rosas en el FIT convocamos a un acto el 30A llamando a romper con el FMI.

Haciendo malabares

En las escuelas crece la bronca porque se siente cada día más la crisis. La situación no da para más, el ajuste generalizado al calor del pago de la Deuda Externa tiene implicancias sobre nuestras vidas. En nuestro trabajo el 80% somos mujeres, muchas sostén de familia porque viven con sus hijos o porque la pareja se quedó sin trabajo o solo consigue changas. Sin embargo, María Eugenia Vidal nos cerró una paritaria de miseria en acuerdo con la conducción kirchnerista de Suteba, que condena a la docencia a salarios debajo de la línea de pobreza.

Karina, docente de La matanza: “Trabajo tres cargos porque mi marido es albañil y no consigue trabajo

https://www.facebook.com/PTS.OesteGBA/videos/339611966675637/

Pero a la par de nuestras historias están la de nuestros alumnos y sus familias. En muchos casos nuestros alumnos salen a trabajar con 16 o 17 años, o se encargan del trabajo de la casa porque sus padres trabajan todo el dia. Madres que nos cuentan que sus hijos no van a la escuela porque si pagan el boleto no llegan a pagar el alquiler. Familias empobrecidas por la desocupación que reciben un plan social de migajas, precarizadas o en negro.

Ese trabajo no reconocido llamado hogar

Pero el trabajo no termina en las escuelas. Cocinar, lavar, revisar los cuadernos de los chicos, ir a comprar, son tareas que se recrudecen al calor de la crisis económica y social. Esta semana, el dólar otra vez por las nubessignifica la devaluación de nuestros ingresos, cada dólar que se fuga al exterior o va al FMI, se traduce en nuestras vidas: recortes de gastos, bajar la calidad de la comida, ir buscando los lugares que mejores ofertas ofrecen, y desde ya el padecimiento de negar a los chicos gustos elementales que ya son un lujo en esta época. De disfrutar, salir, pasear: no hablemos.

¿Cuántas docentes cuentan que parecen Capitana Marvel con superpoderes haciendo mil tareas al mismo tiempo?
¿Cuántas de nuestras alumnas no van a clases porque se tienen que quedar en la casa con sus hermanos y hacer las tareas del hogar?
¿Cuántas madres de nuestros alumnos luego de limpiar otras casas vuelven a su hogar a seguir trabajando?

La crisis económica y el pago al Fondo, tiene consecuencias directas aumentando no solo las jornadas laborales y la pobreza, también multiplicando nuestras tareas en el hogar.

Golpear con un solo puño

Las mujeres en Argentina venimos protagonizando en las calles, la lucha por nuestros derechos. Bajo el gobierno de Cristina gritamos “Ni Una menos”, donde saltó a la luz la enorme desinversión y abandono en la política contra la violencia a la mujer, que profundizó el macrismo.
Durante los 12 años de gobierno kichnerista siguieron muriendo casi 300 mujeres por la ilegalidad del aborto, mientras se consolidaba la alianza con la Iglesia. La precarización laboral fue la regla. Las docentes fuimos “las vagas”, porque según la ex presidenta trabajamos solo 4hs.

Bajo el gobierno de Cambiemos, protagonizamos movilizaciones de más de 1 millón de mujeres en todo el país, exigiendo aborto legal, seguro y gratuito. Defendimos la aplicación de la ILE y en cada escuela peleamos por impulsar Educación Sexual Integral. Enfrentamos el vaciamiento en política de género. Fuimos parte de movilizaciones y acciones contra los despidos, en el ámbito privado y estatal. Somos las que defendemos la escuela y la salud pública, porque sin nosotras no se sostienen. Las mujeres desocupadas que salen a pelear mientras la pobreza avanza.

Pero no podemos seguir peleando divididas, cuando el FMI llegó para quedarse y públicamente nos dicen que ajustaran las tuercas, hablando de Reforma Jubilatoria y Laboral, aumento de tarifas, combustible y alimentos, cuando cualquier analista habla de que vamos al default porque no hay plata para pagar la Deuda Externa. La fuerza de las mujeres que ganamos las calles, unida a la juventud y los/as trabajadores, es la que debemos unir para pegar con un solo puño contra el FMI y unir por abajo lo que dividen por arriba conducciones sindicales, estudiantiles y del movimiento de mujeres.

Las mujeres rompemos con el FMI o el FMI rompe todo

Desde Pan y Rosas en el Frente de Izquierda planteamos que la única salida real es romper con el FMI, Macri y los gobernadores. El kichnerismo en alianza con la burocracia sindical, la Iglesia y los gobernadores del PJ no son una alternativa. Para que esta vez la crisis no la paguemos nosotros, planteamos que la paguen los grandes empresarios, banqueros y terratenientes.

Macri se arrodilla ante el FMI pero la oposición habla de reestructurarla y negociar con el Fondo siguiendo el modelo portugués que no significó más que un ajuste brutal con rebajas de sueldo, reformas estructurales y salto en la desocupación, esas fueron las “condiciones de negociación con el FMI”.

Mientras que la CGT mira para otro lado, los sindicatos nucleados en el Frente Sindical del Modelo Nacional, junto a la CTA-Suteba en conferencia de prensa, llamaron al paro del 30 con movilización, pero como nos tienen acostumbrados, sin asambleas, sin proponerse movilizar a los miles de trabajadores que nuclean como parte de un plan de lucha, para derrotar al FMI. Hace meses que están inmovilizados, son los mismos que no han llamado al paro nacional activo los 8 de marzo o para las enormes movilizaciones de la marea verde.

Por eso, levantamos el único programa realista, que es romper con el FMI y destinar esos recursos a que no haya una sola familia pobre, ningún trabajador ocupado o desocupado con ingresos por debajo de la canasta familiar. Aumento inmediato de presupuestos de salud y educación. Trabajar 6hs, 5 días a la semana para repartir las horas de trabajo.

Que el Estado y los empresarios se hagan cargo de las tareas de reproducción que cumplimos mayoritariamente las mujeres, ni un peso para la deuda: jardines y centros de recreación gratuitos para nuestros hijos, centros de cuidado de personas mayores gratuitos, lavanderías y comedores de calidad gratuitos para tender a reducir la opresión en el hogar que significan las tareas domésticas.

Desde Pan y Rosas y el PTS en el FIT que junto a la Marrón somos parte de las comisiones directivas de los SUTEBA Multicolor, donde dimos grandes peleas por poner en pie Secretarías de la Mujer abiertas a toda la comunidad, y comisiones de mujeres en las escuelas, el martes 30 seremos parte de una columna independiente, exigiendo asambleas y paro activo de 36hs en perspectiva de organizar la huelga general, que se proponga derrotar el plan de ajuste del FMI, Macri y los gobernadores. No alcanza con desfiles electorales como hacen Baradel y la burocracia de Moyano y los K. Hay que fortalecer la única fuerza política que plantea una salida a la crisis, el Frente de Izquierda. Ese mismo día te convocamos a participar del acto que realizaremos en Plaza de Mayo 17:30hs, donde participarán Myriam Bregman y Nicolás del Caño, allí estarán miles de jóvenes de la marea verde, trabajadoras que enfrentan los despidos como las del Hospital Posadas, SIAM, la comisiones de mujeres de Coca Cola, FATE y las trabajadoras de la alimentación como las de Kraft. Las docentes tenemos un gran desafío: sumarnos a construir una gran fuerza política que impulse la movilización de los trabajadores, las mujeres y la juventud, para que la crisis la paguen los capitalistas. Sumate!

Fuente: http://www.laizquierdadiario.com/Las-docentes-ante-la-crisis-y-el-ajuste-del-FMI

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Entrevista: Somos marea, las luchas feministas.

Por: 

Conversamos con Natalia Martínez sobre la metáfora de las olas del feminismo en Argentina y el mundo. La doctora en ciencia política, investigadora asistente del CONICET e investigadora del área FemGeS (Feminismos, Género y Sexualidades) del Centro de Investigaciones María Saleme de Burnichón de la Facultad de Filosofía y Humanidades realiza un repaso por la historia de los feminismos.

Por Redacción La tinta

Para ella, la metáfora de las olas del feminismo, si bien ordena, al mismo tiempo, hay que mantenerla siempre abierta. En la historia de los feminismos y hacia el interior del movimiento, hay límites difusos, porosos, siempre hubo tensiones, contradicciones y debates que van y vuelven como la marea.

“La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos”. 
Olympe de Gouges (1748-1793)

“No deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre ellas mismas”.
Mary Wollstonecraft (1759-1797)

—¿Por qué se habla de las olas del feminismo y cuáles fueron las principales demandas de cada una?

Las feministas “de la primera ola” no se reconocieron así, fueron las feministas “de la segunda ola” las que comenzaron a nombrarse como tal, como un reconocimiento al legado de las primeras. Se reconocieron a sí mismas como parte de una historia, pero, a su vez, distintas a las de la primera ola. Como referencia, se suele citar a los ’60 en Estados Unidos: un artículo, en el New York Times del año 1968, se tituló “La segunda ola feminista”, es decir, el término ya circulaba en ese momento. Hay otra referencia también, menos conocida. Una activista irlandesa, Frances Power Cobbe, a fines del siglo XIX, ya habló de las olas del movimiento de mujeres. Dijo que la articulación de las distintas luchas, al igual que las olas, comenzaban separadas, pero terminaban acoplándose unas a otras, se iban sumando y la ola se iba haciendo cada vez más grande.

Luego, con la complejidad de las demandas y las agendas de los feminismos, lamentablemente, la referencia a “las olas” en los feminismos comenzó a tomar un cariz progresivo. Es decir, se instaló la noción de que las olas sucesivas eran superadoras de las precedentes, que cada ola era mejor que la anterior. Las olas venían a mostrar un cambio que excedía los límites de la anterior. Ahora, afortunadamente, comenzaron a aparecer lecturas revisionistas sobre este sentido progresista de la metáfora, porque uniformiza períodos históricos que son re distintos y opaca los conflictos, la variedad y diversidad que hubo en cada ola. Se termina contando un cuentito que dice: “La primer ola hizo tal cosa, la segunda, tal otra…” y así, cuando, en realidad, en todas las olas hubo de todo.


A mí me gusta la referencia a las olas del feminismo, pero entiendo que las olas van y vienen, como la marea, las olas nunca se van, sino que se mezclan y una nunca sabe cuál es cuál. Por ejemplo, creo que seguimos muy enganchadas, pensando, luchando y saliendo a la calle por problemas que escribieron y dieron cuenta las feministas de la primera ola.


Y, en relación a las demandas y agendas de cada ola, se suele englobar a las sufragistas como la primera ola, pero también hay una referencia anterior que se encuentra en la Revolución Francesa con Olympe de Gouges que escribió la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791) en respuesta a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789). Los jacobinos la guillotinaron en 1793. En la misma época, en 1792, en Inglaterra, Mary Wollstonecraftescribió un hermoso libro llamado Vindicación de los derechos de la mujer, fue la primera publicación que realizó una reflexión sistemática sobre la opresión femenina. Ella le discute a Rousseau que el maravilloso discurso de la ciudadanía, la igualdad y la libertad se caía a pedazos cuando había que pensar en la mujer.

Olympe de Gouges y Mary Wollstonecraft son individualidades. A mediados del siglo XIX, se comienza a ver más lo colectivo con la Declaración de Séneca Falls (1848) en el estado de New York. Tiene 12 puntos que hacen explícitas las demandas del período: inclusión de derechos civiles, acceso a la educación, al trabajo rentado, a la salud y, como aspiración última, los derechos políticos. Esta primera ola estadounidense estuvo muy vinculada con la lucha antiesclavista.

Para la segunda ola, las limitaciones que tuvo esta primera ola pasaron por creer que se iba a encontrar la igualdad en la ley, sin llegar a reconocer la importancia de la cultura o de la propia sexualidad, sin llegar a comprender los efectos de las diferencias raciales o de clase entre las mujeres, diferencias que hacían que la opresión fuese vivida de una manera muy distinta. Por eso, la primera ola suele caracterizarse como protagonizada por mujeres de clase media alta, blancas y educadas. Aunque eso no fue del todo así. Las increíbles declaraciones de Sojourner Truth en la Convención de mujeres de Akron, Ohio, donde interpela a lxs presentes con la pregunta: “Acaso no soy yo una mujer”, es una referencia ineludible de esa primera ola también.

Las feministas de la segunda ola son las feministas de los sesenta, en particular, reconociendo a las yanquis, aunque todas estuvieron muy inspiradas en la obra de Simone de Beauvoir, referente del feminismo francés quien escribió su obra más conocida en el ’49 (El segundo sexo). La segunda ola fue enorme, con múltiples activismos y grandes obras que han terminado siendo nuestras “clásicas”, obras increíbles -pensemos en La política sexual de Kate Millet, Dialéctica del sexo de Shulamith Firestone o Enemigo Principal de Christine Delphy-. Pero, lamentablemente, las referencias que pasaron con la tercera ola, en general, terminaron simplificándolas, reconociendo, por un lado, al “feminismo de la igualdad” y englobando ahí a las radicales, liberales, socialistas y marxistas, y, por otro lado, al “feminismo de la diferencia”, también conocido como “feminismo cultural” en EE.UU. El primero (de la igualdad) aspirando a la igualdad con los varones (por vías muy diferentes entre sí) y el segundo, a la valoración social y cultural de las diferencias que serían propias de las mujeres.

Pero, si te detenés a analizar las obras y los activismos del período, te das cuenta, rápidamente, que las fronteras no son tan nítidas (entre esos dos feminismos). Las demandas, en general, las unificaban y los análisis abrían múltiples aspectos, algunos complementarios entre sí y otros contrapuestos. Por ejemplo, si se reconocía que el rol principal de las mujeres en nuestras sociedades era su identificación como “madres” y que trabajaban de forma gratuita, invisibilizadas, en condiciones precarias, explotadas. Para cambiar esta situación: ¿se pedía al Estado reconocimiento público, licencias y beneficios sociales por maternidad? ¿o una repartición equitativa de la crianza y el cuidado de hijes entre padres y madres, o guarderías públicas? Ambas propuestas salieron de la mano de esas feministas y ambas dan cuenta de los diferentes planteamientos entre feministas de la igualdad y de la diferencia. Son planteamientos contrapuestos entre sí, que parten de premisas muy diferentes, pero que, sin embargo, conviven en sus efectos, digo, en las prácticas políticas que posibilitaron.

Y la tercera ola que, a grandes rasgos, aparece a mediados de los ’80 y llega a nuestros días, comenzó a partir de las críticas que se hicieron a esos feminismos. Se plantea que la atención se focalizó demasiado en la opresión de las mujeres por sus múltiples causas, pero no vieron que, en esta equiparación de la opresión, terminaron invisibilizando las diferencias al interior de las mujeres. Las críticas las hacen, sobre todo, feministas lesbianas, negras, feministas chicanas. Y son críticas que vienen de la mano de la crítica poscolonial y posestructuralista que ya se estaba dando en gran parte del pensamiento político y filosófico del período. Una crítica centrada en la mirada esencialista que se había filtrado cuando se definía “la opresión común” de las mujeres. ¿Quiénes eran las que definían esa opresión? ¿qué experiencias, de qué mujeres era la opresión que se privilegiaba en las perspectivas feministas?

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

“La liberación de las mujeres deberá ser encarada por ellas mismas en una lucha que arrastrará todos los vestigios anacrónicos de una vida cotidiana deshumanizada y sin alicientes. La acción revolucionaria de las mujeres, su ingreso a la historia, significará la ‘humanización de la humanidad’, por eso es la revolución más profunda, auténtica y necesaria para la realización de la especie humana”. 
(Mirta Henault, Las mujeres dicen basta, 1972)

“Somos el grito de las que ya no tienen voz”. 
(Movilización Ni Una Menos)

—¿En qué contextos históricos se fueron situando las olas del feminismo en Argentina? ¿Cuáles fueron los principales debates que han generado diferencias al interior del movimiento feminista argentino?


—En la Argentina, la primera ola se suele ubicar a principios del siglo XX, aunque también se reconoce que, antes de eso, hubo producciones literarias y algunas organizaciones femeninas, no “feministas”, que tenían sus revistas como La Camelia o el Álbum de señoritas de Juana Manso. Pero la organización colectiva y la identificación con el “feminismo”, con esa palabra, se da recién en 1900.


Aunque, antes de esto, se suele englobar, dentro de nuestra primera ola, a las anarquistas que escribieron el periódico La Voz de la Mujer -entre 1896 y 1897-. Pero, en realidad, las anarquistas estaban en la vereda de en frente de las feministas porque, para ellas, el feminismo era burgués y contrario a sus objetivos. Propugnaron la emancipación de las mujeres desde una concepción anarquista más que feminista. No les interesaba el sufragio ni cualquier otro “derecho” porque la ley era un instrumento de la burguesía. De todas formas, el feminismo argentino se ha nutrido de esa tradición, en la actualidad, está muy presente en sus orgas. Por ejemplo, el lema: “Ni dios ni patrón ni marido” viene de las anarquistas. Ellas pensaban que las mujeres obreras eran “doblemente esclavas” por su explotación en las fábricas y en el hogar como madres y esposas. Muchas de ellas pasaron a la historia del feminismo, pero, en ese momento, el feminismo estaba representado, más bien, por socialistas como Elvira López. Ella formaba parte del Partido Socialista, junto a su hermana Ernestina y otras referentes como Alicia Moreau, y fueron las que participaron en el primer Consejo Nacional de la Mujer, en alianza con las matronas, mujeres de la alta sociedad que hacían caridad desde el Estado. Desde este sector, el feminismo era un movimiento que aspiraba a la “elevación de la mujer”, en particular, desde la educación. Decían que no aspiraban a la igualdad con los varones, porque eso era imposible. Había diferencias naturales, centradas en la posibilidad de gestar, sobre todo, y en el lugar “natural” de las mujeres en el cuidado del hogar, que impedían que las mujeres hicieran lo mismo que los varones en la sociedad.

Los límites -y la potencialidad- de este primer feminismo, quizás, tengan que ver con esta visión gradualista que le imprimió el propio ideario socialista. Las transformaciones más importantes llegarían de la mano de reformas graduales, muchas de las cuales fueron posibilitadas por su militancia. Lo interesante de nuestra historia es que, a la par de este ideario, las anarquistas clamaban por la destrucción del hogar y el amor libre.

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Después de esta primera ola, que podríamos decir que termina en el ’47 cuando accedemos al sufragio, los feminismos se sostienen y diversifican. El peronismo las va a unir, aunque como opositoras. Desde el socialismo, el comunismo e incluso el anarquismo, las feministas van a salir juntas en contra del peronismo. Lo vieron, y algunas lo vivieron, como una dictadura. Pensemos que algunas fueron detenidas y otras exiliadas por el gobierno peronista. En ese sentido, el feminismo de ese período fue muy gorila -recordemos a Victoria Ocampo como una de sus principales referentes-. Por otra parte, para muchas mujeres que entraron a la política de la mano del peronismo, el feminismo era oligárquico e, incluso, imperialista. Era una moda que venía de EE.UU. Esta concepción también afectó a las feministas comunistas. Les costó mucho que sus partidos apoyaran su feminismo.

Nuestra segunda ola, que se suele ubicar en los 70’s, mantuvo bastante esta tensión, de hecho, se hizo más fuerte. Aparecen agrupaciones feministas antes de la dictadura. En 1970, la Unión Feminista Argentina (UFA) y el Movimiento de Liberación Femenina, luego Movimiento de Liberación Feminista (MLF), se formaron con activistas de clase media alta, intelectuales que viajaban y trajeron libros del feminismo radical de EE.UU sobre todo. Los traducen, los leen acá y comienzan a organizarse. La UFA replica los grupos de “consciousness raising”, que acá se traducen como “grupos de autoconcienciación”. Se juntaban de 8 a 10 mujeres a hablar de sus problemas cotidianos, para, entre todas, visibilizar su dimensión “común”, lo común de la opresión femenina.

Otros grupos también se arman desde las izquierdas, como la editorial Nueva Mujer que viene de Palabra Obrera(publicaron el libro: Las mujeres dicen basta), y, después, otra agrupación que se llamaba Muchacha que era del Partido Socialista de los Trabajadores. Todas estas grupas tienen diferencias, discusiones y rupturas en torno a un gran debate del momento: la relación entre la política y el feminismo. Así, se habla de la “doble militancia” (las que venían de partidos políticos y también eran feministas) y del “feminismo puro”. Esta división veía, en la política, una práctica patriarcal y criticaba fuertemente la jerarquía de los partidos y su injerencia en una agenda que aspiraba a ser “puramente feminista”. De todos modos, todas están cerca y se van a acompañar en un montón de iniciativas. El terrorismo de Estado tuvo sus efectos desmovilizadores en estas agrupaciones, pero, en algunas, las reuniones se van a mantener como grupos de estudio.


Ya después, en los ochenta, reaparecen algunas grupas y se arman muchas nuevas, con demandas específicas al Estado. En un clima que veía que la democracia iba a solucionar todos nuestros problemas, las feministas irrumpieron participando en política desde una concepción muy diferente a la que se tenía en los ’70.


Se multiplican los frentes con activistas peronistas, de las izquierdas y las feministas de antes (el MLF pasa a llamarse Organización Feminista Argentina OFA). Una demanda importante fue la patria potestad compartida, se hace una comisión en 1980 y, en el ’83, se forma el Tribunal Contra la Violencia hacia la MujerLa mítica Multisectorial de la Mujer encuentra a feministas, políticas, sindicalistas, amas de casa y a las Madres de Plaza de Mayo. Luego, todas ellas son las que van a organizar el primer Encuentro Nacional de Mujeres en el ’86, inspirado a nivel internacional por los procesos que se fueron abriendo desde la primera Conferencia Internacional de la Mujer que se hizo en el ’75 y la segunda que se hizo en el ’85. También por los Encuentros Feministas Latinoamericanos y del Caribe (EFLAC) que comenzaron a hacerse desde 1981. Todos estos eventos tuvieron mucha influencia en los feminismos latinoamericanos y en Argentina también.

Nuestra tercera ola empezaría a verse en los noventas, con un fuerte quiebre tras el 2001. O, quizás, el 2001 fue la precuela de nuestra cuarta ola. Todavía faltan análisis que den cuenta de cuáles fueron los ejes principales de nuestra tercera ola y si llegamos a estar ahora en presencia de una cuarta. A modo de hipótesis, algunas aproximaciones dicen que la irrupción de lo popular en los feminismos marcaría una cuarta ola, pero esto ya sucedió en el 2001.

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Recordemos que, en los 90’s, uno de los ejes del gobierno neoliberal fue recortar la gestión pública y tercerizar las políticas sociales desde las ONG’s. En ese período, se multiplicaron las ONG’s feministas con financiamiento de organismos internacionales que sostuvieron políticas públicas dirigidas a las mujeres. Esto fortaleció y amplió la agenda de los feminismos. Se organizaron un montón de redes, se financiaron muchos eventos que conectaron a los feminismos en la región. Muchas demandas llegaron al Estado, incluso, de la mano de feministas que se comprometieron en la gestión de gobierno. Pero muchas fueron críticas de este proceso. Sostuvieron la necesidad de autonomía frente al Estado y los financiamientos internacionales porque llegaron a tener mucha injerencia en las agendas feministas y en la propia militancia. Criticaron que, en las ONG’s, el activismo se transforme en un trabajo rentado y que sus “directoras” tomen la voz por todo el movimiento sin mediar instancias de representación democráticas. Este proceso se dio en toda la región y llegó a ser un eje de discusión que opuso a los feminismos entre sí y los desmovilizó bastante. En otro punto, habilitó un cierto cuidado y una llamada de atención, tanto para pensar el modo en que los feminismos se vinculaban con el Estado así como sobre los modos en que se gestionaban sus recursos y se organizaban sus activismos.


Y la crisis del 2001 fue un sismo para todo el país y para los feminismos también. En particular, en el Encuentro Nacional de Mujeres 2003, que se hizo en Rosario, se llenó de organizaciones populares, de mujeres piqueteras y se hicieron visibles las diferencias de clases y las prioridades entre los feminismos. Frente a la disputa entre autónomas e institucionalizadas de los noventa, apareció la potencia de lo que se venía nombrando como “movimiento amplio de mujeres” y la necesidad de que el feminismo abriera su agenda a los problemas estructurales que estaban afectando al país. Fue un proceso que no sólo afectó a los feminismos, sino a muchos movimientos sociales.


En este sentido, los gobiernos de Néstor y Cristina, y el modo en que se abrieron e implicaron en la agenda de los movimientos sociales, también afectó a los feminismos. En particular, desde su vínculo con el movimiento de Derechos Humanos. Desde entonces, se han producido grandes cambios, otras sensibilidades y articulaciones entre activismos -políticos, populares, barriales, sexuales, académicos, institucionales- y se ha fortalecido un montón la movilización feminista en las calles. Aunque no se puede negar la masificación increíble que se generó desde el 2015 con el #Ni Una Menos y, más recientemente, con la reactivación de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, se trata de un proceso que es necesario comprender desde sus condiciones de posibilidad.

Los feminismos tienen más de un siglo de historia en nuestro país. En este marco, hablar de una cuarta ola, quizás, tenga sentido para entender una nueva dimensión que está dada por el increíble ingreso de pibas, pibes muy jóvenes, al feminismo, un ingreso que no sólo retoma lo que ya estaba sucediendo en los feminismos, sino que le imprime una potencia y vertiginosidad muy particular. Las redes sociales son un aspecto central (quizás, también, un límite). Pero también lo es la pregnancia, la facilidad con la que se reconocen como feministas, como si ya no hubiera necesidad de recorrer todas las olas porque ya las llevan puestas y van para adelante. Y acá, aunque se me pone la piel de gallina con todo esto que está pasando, no dejo de ver que hay un riesgo, porque, por ahí, lo difícil es habitar al feminismo en toda su complejidad, reconociendo sus antecedentes, su pluralidad constitutiva y, al mismo tiempo, hacer frente a sus múltiples implicancias, que no sólo afecta a las mujeres, ni siquiera a “las mujeres, tortas, travas y trans”.

Abre un horizonte emancipatorio radical y, acá, no me refiero a la UCR ni a las feministas radicales yanquis. Digo “radical” en el sentido de una transformación de toda la sociedad, desde la raíz, en lo personal y en lo político. De eso se trata cuando se dice que: “La revolución será feminista o no será”. No es soplar y hacer botella. El feminismo nos atraviesa desde todas las fibras, a su tiempo, y requiere una atención y un cuidado especial. De ahí es que creo que está bueno prestar especial atención a todas sus olas, aprender de sus vaivenes. Si la marea feminista nos alcanzó, será momento de zambullirse y disfrutar.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

*Por Redacción La tinta / Imagen de portada: Eloisa Molina para La tinta.

Fuente: https://latinta.com.ar/2019/02/somos-marea-las-luchas-feministas/

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Entrevista a Claudia Korol de Pañuelos en Rebeldía: Educación Popular y Pedagogías Feministas: Un movimiento que busca e intenta revolucionar al mundo

Presentación

Uno de los sujetos históricos, pedagógicos y revolucionarios más relevantes del último tiempo ha sido el movimiento feminista, no solo por su impacto en los espacios públicos y políticos, sino también porque ha sido capaz de irrumpir profundamente en las formas en que nos relacionamos, sentimos y vemos el mundo cotidianamente. Por ello, aprovechando que como Escuela Pública Comunitaria del Barrio Franklin (Santiago de Chile)1 se nos hizo llegar una invitación para participar del XIV Encuentro de la Red de Redes de Educadorxs Populares2, nos reunimos con diferentes compas para nutrirnos de los saberes que nos pudiesen compartir respecto a este tema. Entre ellas/os estuvo Claudia Korol: educadora popular, feminista, integrante del Equipo de Educación Popular Pañuelos en Rebeldía, quien ha participado de la publicación de varios textos sobre las Pedagogías Feministas y los vínculos entre la Educación Popular y el Feminismo3. La conversación que tuvimos con ella es la que a continuación compartiremos con ustedes.

Entrevista

Escuela Pública Comunitaria (EPC): Claudia, queríamos primero agradecerte el espacio para poder hacer la entrevista. Te queremos hacer tres preguntas. La primera es cómo desde Pañuelos en Rebeldía comprenden el Feminismo y las Pedagogías Feministas, y cuál es el diálogo que establecen entre el Feminismo con la Educación Popular.

Claudia Korol (CK): Sí, nosotros y nosotras fuimos comprendiendo a través de los años de Educación Popular que hay que desmontar todas las opresiones: la opresión del colonialismo, del capitalismo, y también del patriarcado. No se puede hacer Educación Popular emancipadora sin pensar que una de sus dimensiones importantes es la dimensión feminista, antipatriarcal, anticolonial. Por eso es que lo fuimos asumiendo y lo fuimos tomando. Además, eso se combinó con el crecimiento del movimiento de mujeres, del movimiento de las diversidades sexuales, del feminismo. En la Argentina hubo una ampliación tremenda de la lucha feminista que es muy evidente. Lo que tal vez no sea evidente, es que esta situación nos exige un nivel de trabajo organizativo, político y pedagógico y nos demanda multiplicar los procesos en Pedagogía Feminista. Hay puntos de coincidencia entre nuestra interpretación de la Educación Popular y de la Pedagogía Feminista, como son: la idea de un diálogo de saberes, que trata de romper con que hay unas personas que tienen todo el saber y que lo tienen que bajar a quienes supuestamente no lo tienen; también cierta horizontalidad en la creación y construcción de los procesos de enseñanza y aprendizaje, que parte del hecho concreto de que todas las personas tenemos saberes y podemos compartirlos; por otra parte, el lugar de nuestros cuerpos como fuente de lugar de reconocimiento de las opresiones y dominaciones, pero también de las posibilidades que tenemos de lucha y emancipación.

EPC: ¿Cómo esta forma de entender el Feminismo, las Pedagogías Feministas, la Educación Popular y sus cruces se materializa en experiencias?

CK: De distintos modos. Al arrancar cualquier proceso de Educación Popular, en general, tratamos de identificar las opresiones en nuestros cuerpos, en nuestras comunidades, en nuestros territorios. Si son cuerpos de mujeres, las opresiones tienen que ver en gran medida con la opresión patriarcal enlazada, entramada, trenzada con la opresión colonial racista y con la opresión y explotación del sistema capitalista. Tratamos de hacer momentos diferenciados. La Pedagogía Feminista tiene que sostener y partir del sujeto mujer; no trabajamos todo el tiempo en grupos mixtos; sí establecemos diálogos entre mujeres, varones, lesbianas, travestis, trans, pero tratando de que cada cuerpo pueda expresar su palabra, su vivencia, su memoria, reconocer sus heridas. Ahí hay un esfuerzo grande de lectura y de interpretación en nuestra propia situación y de las relaciones de poder que se puedan dar en las comunidades.

EPC: Una última pregunta ¿Por qué hablan de Pedagogía Feminista y no de educación no sexista

CK: Nosotras hablamos de Pedagogía Feminista, porque el término ‘no sexista’, cuando ven los temas de género, son categorías de análisis de las relaciones de opresión y de cómo se manifiestan. En ese sentido, nos parece interesante que se plantee en ámbitos como de la Educación Pública, que los contenidos de la educación no reproduzcan estereotipos sexistas. Pero la Pedagogía Feminista es la pedagogía de un movimiento revolucionario, y en ese sentido entendemos y creemos que es una herramienta de la lucha del feminismo. Tiene que ver con un movimiento revolucionario, tiene que ser revolucionario, el feminismo no es simplemente un análisis de las relaciones de género. Para poner una comparación: una cosa es el análisis de las clases y otra es la lucha socialista ¿no? Estamos hablando de un movimiento revolucionario. La Pedagogía Feminista es la pedagogía de un instrumento revolucionario que es el feminismo, que queremos que siga siéndolo, que no se licúe, que no se lave. Pero la educación no sexista puede ir a todas las escuelas. No creo que en estas etapas de la lucha sea la Pedagogía Feminista lo que irrumpa como Educación Pública porque, bueno, el sistema es patriarcal, por más que hayan ‘bachis’4 y espacios que lo disputen. Nuestro movimiento de mujeres lo vamos a tratar de formar y de educar desde la Pedagogía Feminista.

EPC: Entonces, en definitiva, el sujeto educativo es el movimiento feminista y todo su desplegar educativo es la Pedagogía Feminista.

CK: La pedagogía de un movimiento que busca y que intenta revolucionar al mundo.

Entrevista realizada el martes 18 de septiembre del 2018 en Radio La Tribu, Buenos Aires, Argentina.

– Cristian Olivares Gatica, chileno, es educador popular de la Escuela Pública Comunitaria del Barrio Franklin (EPC). Profesor de Historia, Geografía y Educación Cívica y Licenciado en Educación con mención en Geografía egresado de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE). Magíster en Historia de la Universidad de Chile. Docente e investigador del Departamento de Educación Básica de la UMCE. Integrante del Grupo de Trabajo CLACSO “Educación popular y Pedagogías Críticas” y de la Red Trenzar. Registro ORCID: 0000-0002-6281-2034. Mail: cristian.olivares.gatica@gmail.com

Victoria Garcés López, chilena es educadora popular de la Escuela Pública Comunitaria del Barrio Franklin (EPC). Profesora de Estado en Matemáticas y Física y Licenciada en Educación egresada de la Universidad de La Serena (ULS). Profesora de Matemática del Colegio Raimapu. Mail: victoria.garces.lopez@gmail.com


1 La Escuela Pública Comunitaria del Barrio Franklin es una experiencia ubicada en el límite sur de la comuna de Santiago de Chile que, posicionada desde las Pedagogías Críticas y la Educación Popular, sostiene junto a varias organizaciones la propuesta de que la educación sea financiada por el estado y esté bajo el control de las comunidades educativas, desde lo cual se podría fortalecer y resignificar la educación pública para que contribuya a los procesos de emancipación social. En cuanto proyecto surge en el contexto de movilización social por una ‘educación pública, gratuita y de calidad’ en agosto del 2011 y como experiencia se materializa desde el 2013 a la fecha, particularmente mediante nivelación de estudios, clases de español para personas migrantes haitianas y brasileñas, diversos espacios de autoformación, asambleas de educadoras/es, asambleas comunitarias, talleres y múltiples actividades comunitarias.

2Celebrada el 14 y 15 de septiembre del 2018 en la ciudad de Buenos Aires, Argentina.

3Dentro de los textos que en esta oportunidad podemos destacar están: Hacia una pedagogía feminista (2007), Feminismos populares: pedagogías y políticas (2016), Feminismos populares. Las brujas necesarias en los tiempos de cólera (2016) y el último libro Educación popular, diálogo de saberes y pedagogía feminista (2017).

4‘Bachi’ es la referencia abreviada a Bachillerato Popular, el cual es un espacio de educación donde personas jóvenes y adultas asisten para terminar su escolaridad, basado en los planteamientos de la Educación Popular e impulsado por organizaciones sociales, territoriales o sindicales.

Fuente: https://www.alainet.org/es/articulo/198382
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Claudia Korol, activista por el socialismo «Me hice feminista para profundizar en la revolución, no para desviarme de ella»

La Tizza

 

“Lo que está en curso es una guerra contra los pueblos (…) contra las disidencias sexuales”

 

Dayron Roque (DR): Si tuviéramos que presentar a Claudia Korol a nuestras lectoras y lectores de La Tizza, ¿cómo lo haría?

Claudia Korol (CK): Me presentaría, en primer lugar, como una mujer que, desde jovencita, milita en distintos espacios de lucha política, en lo que aspiramos a que sea lucha revolucionaria por el socialismo. Soy también mamá de una hija que vive conmigo y todavía está creciendo, revolucionándose y revolucionándome. Hago el aporte a esa lucha desde la educación popular. Participo hace muchos años de un espacio que es el equipo de educación popular “Pañuelos en Rebeldía”. Soy feminista, integro Feministas de Abya Yala, una articulación de colectivas del feminismo popular, indígena, negro, campesino. Una red de organizaciones y compañeras de varios lugares del país y del continente. Hago radio en varios programas, y escribo en la medida que puedo.

DR: El momento actual es muy complicado en América Latina y el Caribe. Pasamos de la “época de cambios”, al “cambio de época” y ahora mismo no sabemos en dónde estamos. Todo eso en veinte años, más o menos. ¿Qué lectura hace del momento actual, de sus desafíos, complejidades?

CK: Creo que hubo un apresuramiento en hablar de “cambio de época”, al nombrar a los gobiernos llamados “progresistas”. No se advertía -con esa generalización- las diferencias que había en ese gran paraguas entre todos esos gobiernos. ¿Había cambios estructurales? ¿En qué se alteró la estructura del poder? No se veían los límites de muchos de esos proyectos, sus complejidades, contradicciones. Había un cierto triunfalismo que estimulaba un pensamiento acrítico, en el que las diferencias se estigmatizaban. Se creía que eran procesos irreversibles. Bajo ese nombre, “gobiernos progresistas”, había experiencias muy diferentes, desde la revolución bolivariana de Venezuela -con todas sus contradicciones- pasando por gobiernos capitalistas neodesarrollistas, con alguna propuesta distributiva asistencialista financiada por políticas extractivistas, como el de Kirchner o Lula, procesos con impronta descolonizadora, como el de Evo, y gobiernos fuertemente autoritarios como el de Ortega-Murillo.

Es lamentable esto que ha sucedido, porque todos, todas, hubiéramos querido un cambio de época. Ahora se ve con mucha crudeza que no fue así, cuando con procesos electorales caen algunos de estos gobiernos como castillos de naipes; o con procesos no electorales como intervención, fraudes, golpes de estado -como el caso de Brasil-; y donde la respuesta del movimiento popular muestra una debilidad muy grande. Una se pregunta ¿cuál fue el proceso de cambio? ¿Cuál fue el proceso de transformación, que fue tan débilmente defendido en algunos casos y en otros fue rechazado mediante procesos electorales?

Algunas compañeras nos preguntábamos, cuando asumían estos gobiernos, si lo que estaba sucediendo era resultado de la acumulación de fuerzas de los movimientos populares, o si no era sobre todo un voto castigo a las políticas neoliberales que tanto nos golpearon a los sectores populares, y pensábamos -incluso lo debatimos en otros encuentros de Paradigmas– que así como hubo un voto de castigo contra aquellos gobiernos neoliberales, podría haber luego un voto de castigo hacia los gobiernos “progresistas” que no cumplieran con las expectativas populares; sobre todo -esto es muy importante- si estos gobiernos enajenaban el protagonismo popular y el rol de las organizaciones sociales y políticas. Hay mucho para seguir pensando y aprendiendo entonces de estas experiencias, y es necesario apostarle siempre al pensamiento crítico, ese que permitió experiencias que resultaron tan profundas como la Revolución Cubana.

Yo creo que estamos viviendo un momento muy duro. Podemos caracterizar la etapa como de avance de la derecha conservadora, fascista en algunos casos. Se busca disciplinar a los movimientos populares a través de la represión, del militarismo, del control, del accionar ideológico de las iglesias fundamentalistas, y de un conjunto de medidas que tratan de hacer retroceder a los sectores populares más dinámicos: a las mujeres, a las disidencias sexuales, a los pueblos originarios, negros, afrodescendientes, a las y los migrantes, a movimientos campesinos, de la economía popular, y a quienes sostienen en general su capacidad de lucha, conciencia y movilización.

La actual situación genera una lógica donde las elecciones tienen cada vez menos sentido para la derecha, no así para las izquierdas. Las izquierdas en una gran parte creen en mecanismos de democracia, representación y de gobernabilidad, que las derechas enuncian pero en los que no creen, y utilizan a su antojo desde la hegemonía política del poder.

Lo que está en curso es una guerra contra los pueblos. Hay una guerra contra las comunidades, hay una guerra contra las mujeres, hay una guerra contra las disidencias sexuales.

Las nuevas políticas neoliberales le están arrebatando a los sectores populares organizados los derechos históricos de los trabajadores y trabajadoras, de los pobladores y pobladoras: el derecho a la salud, a la educación, a la vivienda… hay un conjunto de derechos perdidos, muy rápidamente además. Hay un crecimiento de la pobreza, muy rápido también… Están avanzando sobre los cuerpos de las mujeres, a través de la violencia de género, de los feminicidios, del incremento de la violencia sexual como forma de control. Se pretende la subordinación y el control de los cuerpos y de las subjetividades a través de la violencia. Nos quieren aterrorizar y disciplinar.

Ese es el cuadro que veo en casi todos los países. Al mismo tiempo, hay espacios donde la gente está resistiendo. Lo vemos por ejemplo en Venezuela. Hoy la gente está en las calles defendiendo no a un gobierno, sino a su revolución. Eso es resistencia. Celebramos que haya resistencia, porque es lo que no hubo en otros procesos; vemos que en Bolivia se está resistiendo, y tenemos esta fuerza que es la Revolución Cubana, que sabemos que tiene dificultades, y complejidades, pero que es un aliento para los pueblos del continente.

Tenemos, sin embargo, que estar claras, claros, ya que estamos en una guerra, y nos encontramos en una situación muy difícil donde están en juego nuestras vidas, nuestros proyectos y nuestros sueños. Por esas razones, la tarea más importante en este momento creo yo, junto a la resistencia en los territorios y en las calles, es hacer una mirada autocrítica de las experiencias que hemos vivido. La otra tarea es sostener la esperanza, porque un pueblo sin esperanza deja de luchar -como nos dijo Paulo Freire-. Eso implica ejercer la crítica, la autocrítica, hablar de todos los problemas y dificultades que tenemos, y esclarecernos hasta donde podamos y sepamos, porque tampoco es que tengamos todas las respuestas; pero hacerlo con total honestidad, porque no puede producirse -y es un riesgo latente- que intentemos reglamentar el pensamiento crítico y lo que puede decirse y no decirse: tenemos que ser consecuentes con lo que los compañeros y compañeras nos enseñaron cuando inauguraron la revista Pensamiento Crítico: mostrar todas las realidades y los debates todos. Eso necesitamos ahora, porque si no vamos a llegar a nuevos procesos, con las mismas lógicas ideológicas, sin pasar revista de estos. Sería empezar siempre de nuevo.

Por ejemplo: se abre en México la opción política que significa el gobierno de AMLO. Muchos y muchas, incluso dentro de la intelectualidad de izquierda, lo miran con la misma ingenuidad o falta de crítica con que se miró el gobierno de Lula o Correa. Sin profundizar un análisis concreto de las lógicas del poder, las alianzas, las relaciones de fuerza, incluso de la voluntad personal de los liderazgos de abrir nuevos caminos para el pueblo o de cuidar de modo autorreferencial su gestión política. No se trata de desconocer las oportunidades que abren determinados gobiernos a la irrupción política de las experiencias acumuladas de poder popular. Pero necesitamos también advertir los riesgos que hay en estos procesos, su relación con los sujetos sociales y políticos organizados, los proyectos que están detrás. ¿Por qué privilegiar proyectos extractivistas, que en nombre del desarrollo, enfrentan a las comunidades indígenas y campesinas? ¿Por qué atacar los espacios territoriales organizados?

Si desde el activismo popular queremos sostener la esperanza, no lo podemos hacer si no es aprendiendo de las experiencias. Entendiendo que “esto es lo que nos estuvo pasando, estos son los problemas que tenemos, esto es lo que queda también como dificultad…”. Se pudiera mencionar, como ejemplo de las dificultades, de modo muy superficial y rápido: la cooptación, por parte del Estado, de una gran parte de las organizaciones sociales y sindicales. En el caso de Argentina, una gran parte de lo que fue el movimiento autónomo en el 2000, 2001, el movimiento piquetero, el movimiento de las asambleas barriales, las fábricas sin patrones. La cooptación de algunos de esos movimientos debilitaron al campo popular en los gobiernos kirchneristas. A través de los planes sociales, teníamos un modo de vida más aliviado, porque había recursos que se le daban a esas organizaciones, pero cuando había que pararse a luchar, con autonomía, dependías de esos recursos. Hoy hay que rehacer el debate sobre la autonomía.

En el debate ha sido castigada la idea de autonomía y ha avanzado la idea de una “revolución desde arriba”, desde el Estado. Yo pienso que donde hay un Estado que puede aportar recursos, debe hacerlo, pero sin condicionar la autonomía de los movimientos populares. Eso no puede implicar que el movimiento quede sujeto y subordinado a esa lógica y, mucho menos, las revoluciones. Sabemos que son Estados en tránsito, Estados burocráticos, Estados cooptados por sectores del poder, en fin, Estados en disputa. Tenemos que ser capaces de ser parte de esa disputa, pero sin quedar atrapados o subordinados a ellos y a sus lógicas de poder.

DR: En su presentación, colocaba como un asunto central la militancia feminista. También da la impresión de que en el momento actual el feminismo está en el centro de no pocas luchas en América Latina y el Caribe, y en el mundo en general. Creo que es válido preguntarle entonces cómo ve el movimiento feminista hoy, cuánto ha avanzado, en qué direcciones, qué deudas tiene pendientes.

CK: Yo empecé diciendo que mi vida está ligada al feminismo, pero al principio de mis luchas políticas no era feminista. En los años 70, las izquierdas y los feminismos por lo general caminaban desencontrados.

Si me hice feminista fue porque asumí que era imprescindible la dimensión feminista en la lucha revolucionaria. Todavía hoy, incluso aquí mismo -en espacios como Paradigmas-, hay voces que dicen: “el feminismo puede ser tomado por el enemigo”, o que “el feminismo puede actuar como distractor de las luchas populares, clasistas, revolucionarias”. ¡Claro que sí! pero es un riesgo que está en todos los movimientos revolucionarios. Que algunos movimientos pueden ser tomados por el enemigo es una historia que en América Latina y el Caribe la conocemos demasiado. Sin embargo ¿por qué poner la sospecha en el feminismo? Se está así generando desconfianza en uno de los movimientos más dinámicos en la transformación social en este siglo XXI, en el que el feminismo tiene una enorme vitalidad en la interpelación de la cultura patriarcal, sino capitalista y colonial que no la tienen otros movimientos. El feminismo es también una experiencia masiva, que integra la presencia de los cuerpos, de las comunidades y de los territorios en el desafío del poder.

Un ejemplo muy concreto: el primer paro general a Macri, en Argentina, lo hicimos las feministas. Mientras los sindicatos estaban discutiendo y no convocaban, nosotras hicimos un paro que fue internacional y paralizamos el país ese día… nos movilizamos y salimos a las calles, hicimos asambleas -porque somos un movimiento asambleario, con democracia de base- con debates y lucha territorial. En ese proceso reinventamos las herramientas de lucha como las asambleas, el paro, la huelga general. Hay compañeras que nos dicen -ahora que estamos preparando un nuevo paro internacional de mujeres, lesbianas, travestis, trans para el próximo 8 de marzo-: “no podemos parar, porque somos desocupadas”. Lo escuchamos, y nos preguntamos colectivamente: “¿cómo para una desocupada?” y “¿qué es ser desocupada?”. Porque no eres desocupada en tu casa, por ejemplo. Debido a la división sexual del trabajo, trabajo tenemos siempre. Ser trabajadora no es tener empleo en el sistema formal -la mayoría no está en el sistema formal-. Nos hacíamos la pregunta “¿cómo paramos en el barrio?”, “¿cómo trabaja una mujer precarizada, que vive ella y su familia de lo que hace cada día?”. Ese fue un gran debate, muy interesante y necesario, que nos excedió y superó a todas las que habíamos pensado el feminismo en otros momentos y con otras mujeres. Tuvimos que hacer una dinámica de autoformación, diálogos, talleres, y debates enérgicos con los líderes de los sindicatos, y en algunos casos con las mujeres sindicalistas. Muchos dirigentes sindicales nos decían: “ustedes, las mujeres, no pueden convocar a un paro nacional o internacional, tienen que ser los sindicatos”. Nosotras les respondimos: “muy bien, convoquen, e incluyan nuestras demandas en sus convocatorias, pero si no lo hacen, lo hacemos nosotras”. Y se hizo un año, se hizo otro año, y vamos ya por el tercer año. Hicimos esos paros y al mismo tiempo debates teóricos, políticos, ideológicos, discusiones de todo tipo.

El aborto no fue legalizado, pero fue legitimado

La lucha por el aborto fue una movilización que no nació espontáneamente. Fue precedido por treinta y tres encuentros nacionales de mujeres, autoconvocados -y en eso discuto también con quienes piensan al feminismo y al movimiento de mujeres como una suma de ONGs-. El movimiento de mujeres en Argentina, es parte de movimientos populares mixtos en algunos casos, o son organizaciones de mujeres barriales, territoriales, autónomas. También hay ONGs, pero no es lo decisivo. El Encuentro que se hizo en la ciudad de Rosario, en 2016, reunió a ciento veinte mil mujeres. Cada año cambia la sede y cambia la Comisión Organizadora -que la integran el conjunto de las organizaciones de mujeres, de lesbianas, de trasvestis, de trans… de la provincia donde se hará el Encuentro-. Los talleres se autorregulan. Hay compañeras que para ir a esos encuentros hacen actividades para reunir el dinero durante todo el año, hay organizaciones que ocupan ministerios para exigir los autobuses. Esos días en la ciudad se utilizan todas las escuelas de la ciudad para los talleres y como alojamiento. Es un momento con una gran potencia histórica. En uno de esos encuentros se creó la Campaña por el derecho al aborto seguro, legal y gratuito, hace ya más de quince años. Esa campaña ya presentó siete proyectos de ley. La movilización no comenzó el año pasado.

Hay una acumulación detrás de esa lucha y, la verdad, es que el último año fue maravilloso, porque se produjo una irrupción de una generación joven, incluyendo adolescentes. Venían a las asambleas y a las marchas las chicas del colegio secundario con su pañuelo verde, el símbolo de la campaña por el aborto, que como ellas dicen, se volvió parte del uniforme de la escuela.

Yo sé que tanto entusiasmo y optimismo puede generar escepticismo en algunos sectores, pero lo que vivimos fue maravilloso.

Estamos hablando de un millón de mujeres, lesbianas, trasvestis, trans, llenando las calles por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito, enfrentándonos a los fundamentalismos religiosos, no en debates teóricos, sino en cada barrio, escuela, universidad, lugar de estudio o de trabajo.

Quiero rescatar el trabajo como feministas en los territorios. No solo fue contra los fundamentalismos religiosos. También hubo sectores de la iglesia de los pobres que salieron a hablar en contra, salieron a decir que las mujeres pobres no abortaban, o que no estaban de acuerdo con el derecho al aborto. Tuvimos que debatir fraternalmente con ellos. Sabemos que en muchas otras luchas vamos a coincidir, pero no estamos dispuestas por ello a silenciarnos, o a negociar nuestros cuerpos y nuestro derecho a decidir.

Este momento de la lucha por el aborto tuvo un golpe en la Cámara de Senadores, a donde había pasado la ley desde la Cámara de Diputados. Sin embargo persistimos. Ya hay un nuevo proyecto de ley para ser presentado otra vez al Congreso este año. No nos hemos desmovilizado. Y con la movilización, superamos lo que imaginábamos que podíamos alcanzar. Logramos que en los barrios populares se pueda hablar de manera abierta del aborto. No fue legalizado, pero fue legitimado. Además, las feministas ya hace año que estamos acompañando prácticas de aborto. Hay una red de socorristas y otra red de profesionales de la salud que hace abortos o los acompaña. Las mujeres que lo necesitan, tienen el acompañamiento de las feministas. Somos feministas compañeras.

El feminismo frente a sus desafíos

Hay una intensa disputa de sentidos en todos los espacios. En el último encuentro nacional de mujeres hubo un debate muy importante por dos temas. Se propuso cambiarle el nombre en dos aspectos: que no fuera más “encuentro nacional”, sino “plurinacional”. Esto lo propusieron las hermanas mapuches y de pueblos originarios que, si bien venían participando en los encuentros anteriores, como esta vez fue en la Patagonia, tuvieron mayor fuerza y presencia. También han profundizado sus debates sobre cómo afecta el patriarcado a las comunidades originarias. Son territorios donde no solo funciona el Estado-Nación.

Hay comunidades de pueblos y naciones que en algunos casos viven ancestralmente en esos territorios, y han resistido a una historia particular de colonización que tiene que ser asumida por el movimiento feminista, porque nos interpela. Nosotras dijimos: “es así, el encuentro tiene que ser plurinacional”, pero no se resolvió en ese encuentro, no se pudo saldar ese debate. Y el otro sentido es que no puede ser solo de mujeres, sino que tiene que ser también de lesbianas, travestis, transgénero; es decir, el Encuentro tiene que integrar también –aunque de hecho ya están participando– a las disidencias sexuales que están siendo parte de la lucha feminista, de la lucha antipatriarcal. Esperamos que en el próximo encuentro, que es este año en octubre, en La Plata, se pueda producir ese cambio de nombre. Esto significa fortalecer la dimensión anticolonial y antirracista del feminismo, sobre todo en Argentina -un país sumamente racista, donde el feminismo históricamente ha tenido una hegemonía blanca, y ha estado alejado de la vida de las comunidades indígenas y negras, así como de territorios de exclusión-. Es cierto que recién ahora comienzan a participar hermanas mapuches o negras que se identifican como feministas. Esto en sí mismo constituye una revolución. Pasa lo mismo con las feministas travestis, transgéneros. Yo creo que tenemos que profundizar el debate antirracista en el feminismo.

El internacionalismo es otro aspecto a profundizar. Si bien está fuerte en el discurso, tenemos que ver cómo rompemos los límites de las fronteras, más en un tiempo donde el tema migratorio es tan fuerte, y sin embargo, hay una adhesión en sectores populares al nacionalismo. El debate sobre el Estado-Nación lo tenemos que hacer, porque el impacto del populismo, muy ligado al Estado-Nación, ha sido fatal para estas personas, que son víctimas también de la creciente xenofobia.

Otra idea a profundizar es la del feminismo, no como una identidad biologicista -encarnada en el cuerpo de la mujer y sus genitales- sino como una ideología y una experiencia política. Hay feminismos que son construidos desde los cuerpos travestis, trans, desde el deseo lésbico Hay compañeras que nos abrieron el camino muy claramente, como Lohana Berkins, feminista, travesti, comunista, como Diana Sacayan, también como Lohana feminista travesti, que fue asesinada hace dos años en un violento crimen cuyo autor fue juzgado y condenado por la figura de travesticidio –un juicio histórico en ese sentido–.

Creo que hay otros desafíos de los feminismos populares, en esta etapa, para actuar en la vida cotidiana. Nos planteamos cómo enfrentarnos a los movimientos neoliberales que nos dejan sin salud, sin alimentos, sin educación. Así nació el feminismo popular en la última etapa en Argentina: eran los espacios de mujeres de los movimientos piqueteros, que eran las responsables de las ollas populares, de las huertas comunitarias, de los comedores. Hoy vamos a regresar a esas iniciativas, y sostener el acompañamiento en situaciones de violencia -porque cuando crece la violencia económica, crece también la violencia en la familia-.

También debemos incorporar en nuestras prácticas otras dimensiones. Decíamos: “haremos olla popular, sí, y ¿qué tiramos a la olla?”. Podemos pensar, por ejemplo, en no tirar alimentos contaminados con agrotóxicos, que nuestras huertas comunitarias produzcan de otro modo. Ello nos ha llevado a que realicemos intercambios con el movimiento campesino, que nos permiten discutir la soberanía alimentaria y no solo la sobrevivencia. Pensamos también en la soberanía energética, el cuidado de los ríos y, con ello, replanteamos nuestra mirada a la naturaleza, no desde una idea de dominación, sino desde la idea y el sentir que somos parte de ella, la cuidamos y la defendemos. Hay una enorme cantidad de temas que rozan problemáticas ecológicas, que los pueblos originarios lo han hecho siempre. ¿Cómo aprendemos a escuchar la historia de lucha por la defensa de los territorios y los cuerpos, los bienes comunes y la naturaleza, en la experiencia de esos pueblos? ¿Cómo enfrentamos la violencia que va desde el feminicidio hasta la violencia cotidiana en las casas y, en particular, la violencia sexual, que es un arma de guerra contra las mujeres?

Una de las grandes novedades que sucedieron en los últimos meses en el feminismo argentino fue decir “¡No nos callamos más!”. Hubo algunas situaciones que detonaron esto, por ejemplo: una actriz denunció haber sido abusada por un actor famoso; esa denuncia, la hizo acompañada del colectivo de actrices argentinas… de las cosas nuevas ¡el colectivo de actrices argentinas se asume feminista! Aquellas actrices que vemos en televisión todos los días, las que jamás una imagina que puedan participar en este movimiento, se pronuncian como feministas y acompañan esa denuncia. Denuncia que, además, se hace en Nicaragua -donde el presidente está acusado de la violación de la hija de su mujer, adoptada por él-.

A partir de eso hubo una ola de denuncias imparable. Se destapó una de las ollas en las que se cocinaba el dolor de miles de mujeres. Pero tenemos que preguntarnos ¿dónde nace la violencia sexual? y ¿cuánto de esa violencia sexual se generó durante la infancia, en las casas, y cuánto hay de acostumbramiento y naturalización a la no denuncia y al silencio? Porque por lo general los abusadores eran los padres, los hermanos, los tíos, los abuelos. Esta nueva realidad implica para nosotras romper todos los “pactos de silencio”, incluso los que puedan afectar a funcionarios, como el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega y su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo.

DR: Una de las cuestiones problemáticas para el movimiento revolucionario mundial ha sido el de las relaciones entre los distintos sectores que luchan contra el capitalismo. La dificultad para distinguir entre el diferente y el contrario, o para articularse con otros movimientos que estamos en el mismo lado de la confrontación contra el Capital parece ser el tema de nunca acabar. A propósito de su respuesta anterior, ¿qué valoración hace de las relaciones del feminismo con otros sectores o movimientos, algunos de ellos muy tradicionales como el de los sindicatos?

CK: Uno de los éxitos que hemos alcanzado las feministas es haber roto varias de las barreras que aparentemente separan a los revolucionarios y revolucionarias. Te pongo un caso por ejemplo: en el movimiento feminista y en la lucha por el aborto en Argentina, participaba gente de todos los partidos, de distintos sindicatos. El feminismo es transversal a una buena parte de esos movimientos. Otro ejemplo: hay espacios feministas en todas las centrales sindicales argentinas. Dicen que nosotras, las feministas, dividimos, pero la realidad es que las centrales sindicales están divididas y, sin embargo, nosotras tenemos compañeras que están actuando juntas, de manera articulada, y pertenecen a distintas centrales, que entre sí no coordinan luchas.

Lo que sí es cierto, es que el feminismo problematiza a determinados sectores sociales, sobre todo organizados, pero no lo hace porque seamos “otra lucha”. Nosotras defendemos a los obreros y obreras organizados en sindicatos, somos parte de los sindicatos, somos parte de los movimientos territoriales en los barrios, de los movimientos por la salud y la educación. ¿Cuál es el problema? Si en el sindicato hay un dirigente patriarcal, violento, misógino, o racista … nosotras lo vamos a señalar. ¿Es eso lo que divide? ¿o divide ese dirigente cuando está violentando a las compañeras?

Por otra parte, hemos aprendido a no irnos de los espacios y movimientos organizados de lucha. En otros tiempos, si en el partido, o en el sindicato nos maltrataban, nos marchábamos. ¿Por qué? Porque pensábamos que no podíamos sobrevivir ahí en esas condiciones, donde tenía tanta fuerza la cultura patriarcal, incluso en la organización sindical y política. Ahora, el cambio es que no nos vamos; o intentamos no hacerlo y fortalecernos entre nosotras. Nos quedamos a denunciar su actitud patriarcal y ellos se sienten amenazados, expuestos.

Creo que nosotras, como movimiento feminista, debemos interactuar cada vez más con diversos sectores populares. Es verdad que hay compañeras que no lo hacen. Es una de las razones por las que nos identificamos como feministas populares. ¿Por qué “populares”? Porque si fuéramos todas lo mismo, ya no tendríamos necesidad de ponerle apellido. Nosotras hemos enfrentado a sectores del feminismo que tenían solo una agenda de género y de esos temas no trascendían; o que asumieron posiciones, aun dentro del feminismo, que en nuestra opinión resultan muy funcionales al capitalismo, al neoliberalismo y al individualismo.

Es una polémica que hacemos dentro del feminismo, porque nos diferenciamos, pero también actuamos en unidad cuando se hace necesario.

Como feministas populares estamos organizadas de maneras diferentes. Somos campesinas, negras, indígenas, villeras, trabajadoras precarizadas, estudiantes. Las compañeras del feminismo villero, al principio se enfermaban cuando venían al encuentro de mujeres, porque no se sentían escuchadas por muchas otras; sin embargo, nos logramos articular. En la lucha por el aborto vamos todas. No pensamos “ésta no, porque es burguesa; ésta no, porque es esto otro”. Decimos “¿quieres venir? ¡vamos!”. Más que dividir, hemos logrado encuentros alrededor de determinadas temáticas que son transversales.

DR: Con el medio Desinformémonos quisiéramos preguntarle, ¿por qué no se dio en el kirchnerismo este auge de las luchas feministas? ¿Qué papel ocupa la calle?

CK: Hemos presentado siete veces el proyecto de ley sobre el aborto; sin embargo, durante el gobierno de Cristina Fernández, sus diputados no lo avalaron. Eso hay que recordarlo. Ahora, ella votó a favor del proyecto en el Senado, durante el gobierno de Macri, porque está en la oposición. Incluso hizo un discurso, en el que dijo qué le gustaría responder si su hija y sus nietas le preguntaran sobre ese proyecto de ley que se discutía en el Congreso, y ella decir que lo había apoyado. Pero también podríamos decirle: ¿qué sucede si tu hija y nieta te preguntan, además, por lo que hiciste en los anteriores diez años?” en que podía haber salido la ley, porque tenían mayoría en el Congreso. Hay que pensar no sólo en términos de oficialismo o de oposición. Podemos mirar las políticas concretas.

Y tenemos que decir que con Cristina como presidenta se puso una camisa de fuerza a la movilización por el derecho al aborto.

Quiero destacar, no obstante, que hubo compañeras kirchneristas que sí han estado participando en esta batalla, pero solo una parte. Otra gran parte del movimiento de mujeres kirchnerista dijo “si la jefa no… nosotras no”. Eso generaba un gran condicionante y ellas mismas, al modificarse la posición de Cristina, se sintieron liberadas de cualquier compromiso.

Otra condicionante para el aumento del movimiento, desde 2015, cuando llegó Macri, es la emergencia del movimiento a través del “Ni Una Menos”. Fue una irrupción de cansancio, por el aumento de los feminicidios.

DR: ¿Es que nos están matando más o nos están viendo más?

CK: Hay de las dos cosas. Por un lado se ve más. Hay una cantidad de periodistas feministas que lo comunican, antes no se comunicaba tanto… en ello ha influido que haya comunicadoras feministas en todos los medios, incluyendo en la televisión. El paro internacional de mujeres comenzó con las mujeres del noticiero adheridas al mismo anunciándolo por la TV y la radio.

DR: Algunas, incluso, salieron con sus hijos en la televisión.

CK: ¡Exacto! Son hechos muy impactantes. Pero la reacción patriarcal es violenta. Por eso digo que, también, nos están matando más. Nosotras tenemos debates, en nuestro movimiento, sobre cómo visibilizar el tema. ¿Cómo se comunica el feminicidio sin poner en riesgo la vida?

En cada feminicidio que se denuncia, por lo general hay una complicidad muy evidente de los poderes del Estado o de grupos del crimen organizado que están atravesados por relaciones con las fuerzas policiales. El año pasado, hicimos un proceso llamado “Juicio a la justicia patriarcal”, en el que procesamos más de ochenta denuncias de violencia, señalando cómo el sistema de justicia actuó para legitimar esa violencia; desde el feminicidio territorial de Berta Cáceres, el de Marielle Franco, hasta feminicidios de jóvenes y adolescentes. En todos, incluso en los que parece que no tiene nada que ver, está la justicia del Estado en complicidad. Eso significa que al denunciar corres riesgo de vida, porque nadie se mete con los amos. ¿Cuántas periodistas amenazadas, asesinadas o maltratadas hay? Y nos preguntamos ¿Qué redes tenemos que crear, para que no corra riesgo nuestra vida solo por denunciar estos crímenes? Sabemos que siempre hay riesgo.

Son muchos los temas a debatir. Qué hacer frente a la violencia patriarcal cotidiana. Porque no alcanza con miles de refugios. Hay políticas públicas que son miserables, porque no podemos encerrar a todas las mujeres amenazadas. La respuesta no puede ser solo el refugio, porque eso lleva al aislamiento de las mujeres violentadas, y eso refuerza su vulnerabilidad. ¿Cuál es la red poderosa que debemos crear desde el movimiento de mujeres? Sabemos que no es estatal, porque el Estado está detrás de esto.

Otras preguntas: ¿cómo apoyamos la revolución de las mujeres kurdas? que es nuestra revolución también. ¿Qué hacer si nos están matando gobiernos que gozan de la simpatía de nuestros gobiernos amigos acá en el continente? El gobierno de Turquía está masacrando al pueblo kurdo. Nosotras decimos “esa es nuestra lucha, porque es la revolución de las mujeres”, y es una revolución que interpela el capitalismo, el patriarcado y el colonialismo… ¿Cómo hacemos para defenderla? ¿Cómo no quedarnos sólo en la réplica de políticas de Estado que nos llevan a callarnos frente a esas masacres que se siguen viviendo? ¿Qué hacemos en solidaridad con las mujeres zapatistas amenazadas en sus comunidades? ¿Cómo acompañamos a las mujeres del Movimiento Sin Tierra de Brasil, que ahora van a sufrir una ofensiva brutal desde el gobierno fascista? Habrá quien diga “no se trata solo de solidaridad con las mujeres, es con todo el movimiento, con todo el pueblo”, y por supuesto que sí, es así. Pero sabemos también que en esos momentos de violencia, hay formas específicas de violencia contra las mujeres que se acentúan. Por eso es que necesitamos crear esas redes, no solo locales y territoriales, sino en el mundo.

DR: Hemos conocido a la Claudia Korol que ejerce desde la militancia feminista. Esa militancia, intuimos, ha sido posible también gracias a su condición de educadora popular, tal y como se nos presentó al inicio. Desde esa condición, ¿qué lectura hace del estado actual de la Educación Popular en nuestra región como instrumento de la lucha revolucionaria?

CK: Creo que está en un buen momento, aunque parezca muy optimista esto que digo. En Argentina hay una multiplicación de experiencias de Educación Popular que abarcan a muchas organizaciones. Nosotras somos parte de una red de educadores y educadores populares de Latinoamérica, que es bastante potente, que no solo hace procesos de formación política, sino procesos de formación en salud, acompañamiento a luchas territoriales. Tenemos un área de trabajo para pensar en cómo enfrentar a la criminalización de los movimientos; también desde la educación popular promovemos la recuperación de la memoria histórica. Por ejemplo, dialogamos con las experiencias sobre temas que vuelven a ser fundamentales: ¿cómo resiste un preso político o una presa política en la cárcel? Estamos sistematizando esas temáticas y desde la memoria de lucha de nuestros pueblos; buscamos esos aprendizajes. De manera central, seguimos haciendo formación política.

Por otra parte, creo que se amplió mucho el movimiento de la Educación Popular y que tenemos un problema muy grande con eso. La ampliación ha sido buena y mala, porque al ampliarse tanto, al ganar bastante masividad, hay también que enfrentar algunos niveles de despolitización. La idea central de la Educación Popular, que es la construcción colectiva del conocimiento, tiene que ser más trabajada en esas experiencias y es ahí donde yo veo dificultades. En muchos casos, se nombra la experiencia como educación popular, pero termina siendo una clase “más simpática”… de educación bancaria. Tenemos retos de formación política, de formación pedagógica y metodológica.

DR: En Cuba, la Revolución acaba de cumplir 60 años de su triunfo; hecho que ha sido celebrado en este Paradigmas, y en general por muchas personas en el mundo. Claudia Korol desde su historia de vida, ¿cómo mira a la Revolución a esta altura? ¿Cuánto la sigue encantando y cuánto no?

CK: Lo primero es que miro a la Revolución cubana con mucho amor. Es algo generacional. La llamo la “hermanita Revolución”, porque yo nací en noviembre de 1958, tengo casi los años de la Revolución cubana. Eso me pone un lente especial, que la mejora mucho. Tenemos un compromiso especial con la Revolución cubana. Para mi generación, que crecimos con ella, es la convicción de que es posible hacer una revolución. Así como la amo, me duelen sus dolores. Hemos compartido muchos de sus momentos con compañeras y compañeros a lo largo de estos años y sé lo que ha significado -por ejemplo- el período especial, sé lo que ha significado la lucha de un pueblo. A mí lo que me maravilla, de verdad, es el pueblo cubano, lo quiero mucho.

Cuando murió Fidel, se me partió el alma. Todos sabíamos que tenía que partir algún día, pero ese día lloramos todos, todas. Nos preguntábamos como podía ser la Revolución sin Fidel. Volví después a Cuba, y pude ver la vitalidad de la Revolución cubana. Vi cómo Fidel se encarna en el pueblo. Eso me conmueve. Han habido otras experiencias y procesos de resistencia en América Latina y el Caribe que se le dieron nombres de revolución; pero revolución socialista que perdura, solo en Cuba; y eso a mí me dice mucho, sobre todo sabiendo lo que pueblo cubano ha pasado.

Te decía al inicio que me hice feminista para profundizar en la revolución, no para desviarme de ella, no para distraerme de ella.

El feminismo para mí fue profundizar la revolución. Por eso me emociona bastante ver que un tema difícil como fue abrir el camino al feminismo en la Revolución cubana, los temas de identidad de género y la diversidad sexual hoy se están abriendo paso en Cuba y eso es sumamente saludable. Una espera que la Revolución cubana dé todo y explique todo, pero eso es injusto. A veces nos preguntamos “¿Por qué la Revolución cubana no ha explicado tal cosa…?”, pero la parte de nuestra lucha internacionalista es aportarle también a ella, al marxismo de la Revolución cubana y que sea un marxismo abierto, no dogmático, que se pueda permitir dialogar con otras miradas como el feminismo, y creo que se está haciendo.

DR: Esto es una provocación, ¿hay un marxismo de la Revolución cubana?

CK: Yo tengo el privilegio de haber llegado siempre a la casa de Fernando Martínez Heredia, a quien considero mi hermano y amigo. Aprendí el marxismo de la Revolución cubana de Fernando. Sé que hay otras miradas. He visto espacios donde el dogmatismo es fuerte. Sé que hay un marxismo que ha tomado la matriz soviética y a la caída de la URSS se despegó de esa matriz un poco.

Tiene, sin embargo, la Revolución cubana la vitalidad de que en la práctica, en los hechos, sigue dando respuestas revolucionarias: es lo más importante. También hay amenazas de un pensamiento capitalista, un pensamiento neoliberal, que trata de ganar corazones y subjetividades en el pueblo cubano. Yo le tengo sin embargo, mucha confianza a la capacidad del pueblo revolucionario, de no dejar perder la Revolución, y de seguir revolucionándola.

Fuente: http://medium.com/la-tiza/me-hice-feminista-para-profundizar-en-la-revoluci%C3%B3n-no-para-desviarme-de-ella-d81f7a3d1add?fbclid=IwAR1V3rWnQDAs6xcUGV6Db6pGtlg89wjhDKGnFdYhaUmzvuQ_Ici2vVBsrPI

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