Un grupo de estudiantes empapela su facultad contra los abusos verbales de un profesor. La universidad anuncia medidas contundentes
Un grupo de 50 alumnas de Educación Social de la Universidad de Valencia ha empapelado su facultad con los comentarios machistas que un catedrático presuntamente les dirigió de forma reiterada en clase el curso pasado. Entre ellos: «Una alumna se hace daño con la silla durante la clase y grita. El profesor: ‘Buf, cómo me ponen esos grititos» y «Una alumna pregunta en medio de un examen si tiene que enrollarse en una pregunta. El profesor: ‘No hace falta, pero si quieres enrollarte conmigo es otro tema». Las estudiantes han denunciado este jueves el supuesto encubrimiento del caso por parte de la facultad. La universidad anuncia medidas «contundentes» contra el docente, cuyo comportamiento ha sido calificado de «indignante» por la rectora, Mavi Mestre.
El catedrático Ramón López Martín realizaba los comentarios «prácticamente en todas las clases», según una alumna. «Al principio no sabíamos si era una broma aislada, pero luego vimos que se repetía día tras día. Era muy fuerte», afirma.
Este periódico ha intentado sin éxito recabar la versión del catedrático de Teoría e Historia de la Educación, que fue decano de la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de 2006 a 2012 y vicerrector de Políticas de Formación y Calidad Educativa entre 2014 y 2018. López Martín se presentó en marzo a las elecciones de la Universidad de Valencia en una candidatura que fue derrotada por la de Mavi Mestre.
La decana de la facultad, Rosa María Bo, asegura que el profesor denunciado negó inicialmente haber realizado las manifestaciones que le atribuyen, pero después admitió que podía haberlas hecho en tono «de broma». La decana no ha mencionado la identidad del catedrático, confirmada por este periódico a través de tres fuentes.
El profesor realizó los comentarios ante una clase formada en un 80% por mujeres durante el primer trimestre del curso 2017-2018, coinciden varias alumnas, que prefieren no dar su nombre por temor a sufrir consecuencias académicas y judiciales. Las frases ilustran ahora el amplio recibidor de la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación: «Una alumna estornuda. El profesor: «Si ya te dije que ibas demasiado fresca»; «Una alumna dice que es nerviosa. El profesor: ‘Ya me di cuenta anoche»; «Una alumna y un alumno están sentados al lado. Se les cae una carpeta y ella se agacha a recogerla. Profesor: ‘¿Qué haces ahí abajo?’. Alumna: ‘Coger la carpeta’. Profesor: ‘Ah… que ahora lo llaman así». Las mujeres han colgado también mensajes exigiendo el fin del acoso sexual en la universidad.
Las estudiantes presentaron la queja por escrito el 18 de mayo, el último día de clase, justo antes del inicio del periodo de exámenes. Pero el caso ha salido ahora a la luz, explican, por la falta de reacción de la institución académica y por la asistencia del catedrático al acto con el que la facultad celebró el Día Internacional contra la Violencia de Género: «Nos pareció indignante. Es un hipócrita. Esto no se puede permitir», afirma una de las alumnas.
Mala gestión y ocultamiento
Las organizadoras de la protesta han publicado este jueves un comunicado a través de las redes sociales en el que critican la «mala gestión y el ocultamiento» que en su opinión han marcado la actuación de la universidad. Según las estudiantes, en una reunión celebrada este miércoles el profesor presentó sus disculpas añadiendo: «Si tan empoderadas estáis, aprended a distinguir lo que es una broma de lo que es delito». Las mujeres han reclamado que en el futuro la comisión de igualdad de su facultad actúe contra el machismo «dejando atrás el amiguismo y las relaciones de pasillo».
La decana justifica su actuación argumentando que en junio preguntó a las estudiantes si querían transformar su queja en una denuncia, a lo que según Rosa María Bo las alumnas respondieron que les bastaba con que se le diera un «toque de atención» al profesor. La decana añade que la facultad consultó los pasos a dar con el Vicerrectorado de Estudios y los servicios jurídicos de la universidad, e insiste en su compromiso contra el machismo.
«Como mujer y como profesora, nunca pensé que un profesor tuviera hoy día un comportamiento así, que no solo es machista, sino que evidencia un abuso de la posición que tiene dentro del aula. Como rectora no lo voy a consentir», ha afirmado, por su parte, Mavi Mestre. Fuentes de la dirección de la universidad han asegurado que si las alumnas no presentan una denuncia ante la Unidad de Igualdad de la institución académica, el rectorado actuará de oficio contra el profesor.
El 25-N es el Día Internacional contra la Violencia de Género. Muchos centros educativos trabajan durante todo el año en su prevención
De los estudios recientes sobre género en la adolescencia se suelen destacar aspectos poco alentadores: Un 25% de los chicos y un 22% de las chicas de 12 a 24 años está algo de acuerdo en que “el hombre que parece agresivo es más atractivo”, según un estudio del Centro Reina Sofía para la Infancia y la Juventud de 2015, y un 32% de los chicos y chicas de 14 a 19 años ve normal la existencia de celos dentro de la pareja, según otro estudio del mismo organismo de ese mismo año. Mientras, un 21,2% de los jóvenes de 15 a 29 cree que la violencia de género es un tema “muy politizado, que se exagera mucho” y un 27,4% la ve una conducta “normal” dentro de la pareja, según un barómetro del mismo organismo del año pasado.
Sin embargo, no se suele incidir tanto en otros apartados de esos mismos estudios. Así, María José Díaz Aguado ha probado en diferentes investigaciones a lo largo de esta década cómo los chicos y chicas que habían recibido algún tipo de formación en prevención de la violencia de género tenían un menor riesgo de sufrir o ejercer violencia en un futuro. De nuevo, la mirada clavada en el centro educativo.
El ‘Me too’ sí que sirve
Esther Roca es cofundadora del Grupo de Mujeres Sherezade: dialogando el feminismo. También es formadora de docentes. Para ella, el Me too ha sido un fenómeno “superpositivo 100%”: “Se han alzado muchas voces, cada vez más, y esto hace que en contextos educativos se vea atractivo trabajar sobre la violencia machista, antes silenciada bajo el discurso de “Qué exageradas, eso no pasa”. El Me too rompe con esta idea y genera un boom. Tenemos colegios que nos llaman sólo para estos temas, porque quieren acabar con la violencia y generar espacios de diálogo. El curso pasado formamos a 50 centros sólo en la Comunidad Valenciana. Y este estamos formando a otros tantos. Va a más”.
Roca propone que se vaya “Todos a una” en el camino hacia una convivencia feminista, en el posicionamiento activo contra la violencia, sin que nadie perciba que se está imponiendo el discurso dominante de nadie. Si, por ejemplo, se va a crear un Club de Valientes –una actuación que ha demostrado su eficacia para acabar con el acoso de primer y segundo orden, contra la víctima y contra quienes la protegen- se trata de reflexionar conjuntamente cómo llevarlo a cabo en las aulas, cómo se define valiente en función de la edad de los niños, que es un héroe y una heroína en base a los valores y sentimientos que generan respaldo unánime… Solo así se creará un contexto seguro en que si se da una violencia en esa esquina, en el patio o en el comedor siempre alguien alzará la voz por la persona víctima.
Sonia del Barrio es maestra en el CPI Soloarte IPI de Basauri. “Aquí las fechas concretas, como el 25N son casi anecdóticas, apenas importantes. Trabajamos en prevención de la violencia a diario, siempre, y cuando surgen estas fechas o viene alguien de fuera a hacer talleres se ve cómo los chavales ya tienen interiorizada una forma de hacer las cosas, de estar, y el discurso les sale solo”, sostiene. Entre otras iniciativas, allí funciona el club de valientes, pero no solo. Se transmite cómo los conflictos se resuelven mediante el diálogo y las medidas correctoras han de ser, ante todo, educativas. También es habitual la dinámica de coloquios, juntarse todos los niños y niñas y los profesores de todos los cursos para abordar un tema en base a la lectura previa de textos. Por ejemplo, uno acerca de cómo distinguir la violencia y lo que no lo es y otro de la autora Chimamanda Adichie, Todos deberíamos ser feministas. El objetivo es una reflexión global.
La convivencia en esta comunidad de aprendizaje, en un centro catalogado de medio social desfavorecido, ha mejorado mucho. Allí hace tiempo que se abordó el “No es no”, recuerda Del Barrio: “Desde chiquitines tienen muy interiorizado el “Si no me gusta, no me lo hagas”. La ley del silencio ya no existe, y los pequeños forman piña con la víctima de modo natural, sencillo y con mucha lógica. En seguida protegen al que ha sufrido violencia y le dicen al violento “Esto no nos gusta, no vamos a jugar contigo hasta que no te portes como te tienes que portar”. Y se lo llevan a casa. Saben discriminar las relaciones sanas y las que no lo son, reconocer la violencia aunque no lo verbalicen así. También vemos cómo las hijas hablan porque lo han aprendido, dicen cosas que sus madres no se habían atrevido a decir. Tenemos la dificultad de que solemos acoger alumnos nuevos durante el curso. De repente, uno llega de Marruecos en febrero, de Senegal en abril, pero los chavales tienen una forma de estar que hacen ellos solos la acogida. Además, estamos aprendiendo mucho de la trayectoria de los pequeños y nos está sirviendo para adaptarlo a etapas superiores. Poco a poco se van consiguiendo cosas también con los mayores”.
Aparte de por el respaldo de la comunidad científica, que lleva tiempo subrayando la contribución educativa y social de los clubes de valientes, de esos upstanders, de esa bystander intervention de personas que se posicionan siempre ante la violencia como clave para superar las violencias machistas, Esther Roca destaca esta iniciativa porque “la puedes aplicar desde mañana, a nivel de escuela, pero también a nivel de aula”. Otras, como el modelo dialógico de convivencia, pueden resultar más complejas y suponen involucrar al centro entero, pero esta se puede transferir fácilmente desde las primeras edades, lo que explica su buena acogida.
Frente a este ejemplo, puntualiza, existen otras actuaciones no basadas en evidencias que se suelen entremezclar con las que sí lo están en los programas de formación: “Al profesorado a veces se le venden bulos sobre cómo trabajar para eliminar la violencia machista desde el contexto educativo… Bulos que despistan, que quitan tiempo. Este boom conlleva este riesgo, que se cuelen desde la asesoría o desde la política educativa en los centros remedios sin un filtro previo, con la etiqueta de “creativo” o “innovador”, haciendo que lo que es efectivo al final no llegue”.
Las raíces machistas
Si para Roca “Las niñas y los niños son la fuerte esperanza de que otros contextos en que no tenemos estas premisas tan claras acaben transformándose de forma cada vez más generalizada”, la experta Marina Subirats invita a buscar las raíces del fenómeno, de ese insulto o esa agresión directa a una niña, en la transmisión de un determinado modelo masculino, también en la escuela. Ella lo ha recogido con respecto al interior, al aula, en Rosa y azul. La transmisión de modelos en la escuela mixta y al exterior, el patio, en Balones fuera. Reconstruir los espacios desde la coeducación. En el primero, de finales de los ochenta, refleja el desequilibrio en los intercambios verbales de niños y niñas en el aula (a favor de ellos), por ejemplo. Subirats lleva tiempo con la idea de repetir esta investigación para comprobar si algo ha cambiado, pero de momento no ha podido ser por falta de financiación.
En el segundo refleja cómo la batalla por el espacio también la ganan ellos. Los chicos se apoderan prácticamente de todo el patio jugando al fútbol, mientras que los más pequeños o las chicas se quedan relegados por los rincones, mirando. También en este caso, en un principio Subirats se topó con la negación, pero “en el momento en que el profesor empieza a mirar el patio se da cuenta de que sí es así”. “Yo creo que ahora por primera vez en muchos centros se va entendiendo que el patio incluye una valoración de símbolos masculinos y femeninos y se está trabajando con esta premisa [que difundía el libro hace 11 años]. En Andalucía, en el País Vasco o Cataluña tenemos escuelas que están remodelando sus patios…”, apunta.
Para Subirats son clave proyectos de coeducación como el que está llevando a cabo Skolae en Navarra, que defiende frente a la campaña en su contra: “Si consiguen que caiga será muy difícil que en otras zonas se apueste por proyectos coeducativos”. Sabe de lo que habla. Siendo directora del Instituto de la Mujer vio cómo una campaña de educación afectivo-sexual en las escuelas, realizada en colaboración con el colectivo Harimaguada, duraba mientras duraba el gobierno socialista.
También Amaia Ruiz, del CPEIP Virgen del Soto de Caparroso (Navarra), valora el programa Skolae, creciendo en igualdad y el Plan de Coeducación del Departamento de Educación de Navarra en que se inserta. Su centro no solo está dentro de este programa, sino que acaba de terminar un curso en que las “mujeres que mueven el mundo” han sido el eje transversal. Con 6º de primaria como grupo motor, recopilaron biografías de mujeres que no aparecían en el currículum para elaborar un libro de texto y recogieron, además, historias de aquellas “pioneras” del pueblo, Caparroso, -la primera alcaldesa, la primera directora del colegio-, para rendirles un homenaje.
El teatro como herramienta de transformación social
En el IES Rayuela de Móstoles llevan desde el curso 2013/14 valiéndose de las artes escénicas para abordar el fenómeno de la violencia de género. Empezó el jefe de estudios, Jaime Álvarez, y hoy otros compañeros han tomado el testigo. Con Violencia D.E.P. Género, Álvarez, un enamorado del teatro, decidió conectar con el alumnado: “Cuando un ponente venía a hablar sobre esto solía quedar todo en datos fríos y distantes. Me pareció que sería más eficaz presentarlo a través de una serie de escenas cotidianas de violencia de género teatralizadas”. El resultado fue muy potente y surgió una colaboración con el Ayuntamiento para representarlo ante centros educativos de la localidad en la semana contra la violencia de género. En total, unos 3.000 adolescentes desde 3º de ESO han presenciado la obra, a cargo de alumnos de 1º y 2º de bachillerato, y también del propio Álvarez. La catarsis que el espectáculo generaba era importante, y el propio Álvarez necesitó una pausa, pero afortunadamente había contagiado a otras compañeras y compañeros. Estos siguen trabajando, ahora en dramatizaciones con guion de los propios alumnos. Es el caso, entre otros, de José María Pallás, jefe del departamento de lengua, que explica cómo los alumnos del centro –el único de artes escénicas de la zona sur de la Comunidad de Madrid- protagonizaron el año pasado una performance durante la manifestación contra la violencia de género que este año volverán a repetir.
También trabajan sobre canciones, en este caso que se posicionen contra la violencia machista, y elaboran coreografías a partir de ellas. Algunos ejemplos son La puerta violeta, de Rozalén; Ella, de Bebe; María se bebe las calles, de Pasión Vega, o Que nadie, de Manuel Carrasco y Malú. “El grado de implicación y entrega de los alumnos es increíble. No hacen más que proponer mejoras. Demuestran mucha madurez respecto a un drama que desgraciadamente a algunos les ha pasado directa o indirectamente por encima”, reflexiona su profesor.
Del centro a la ciudad
“La alcaldía buscaba dar un giro a la política de igualdad en el ámbito educativo. Sobre todo a los talleres para desarrollar con el alumnado. Se repiten año tras año, pero parece que se necesitaba algo más”, comienza Jorge Antuña, director del Centro del Profesorado de Gijón. El resultado fue Otras miradas, un desarrollo de la Carta Local para la Igualdad de Mujeres y Hombres del Ayuntamiento de Gijón en 13 centros educativos (de primaria, secundaria, FP, 11 públicos, uno privado y uno concertado) con tres patas fundamentales: una intensa formación del profesorado, la formación del alumnado a su vez por este profesorado formado y la elaboración y desarrollo de un proyecto de Aprendizaje Servicio: “Se trataba de salir al barrio, a la comunidad, de colaborar y buscar alianzas con instituciones no solo educativas: la unión de comerciantes, la federación de asociaciones de vecinos, asociaciones y ONG diversas… para sensibilizar a la ciudadanía sobre igualdad”. Así, el curso pasado no era raro encontrarse en un establecimiento de hostelería un menú por los buenos tratos a cargo de niños y niñas de un colegio de la ciudad, o toparse en la marquesina del autobús con un cartel diseñado por alumnos de un instituto.
Los datos de la evaluación han sido positivos: “Reflejan cómo los alumnos han tomado más conciencia de la situación, están más implicados y lo van trasladando a su entorno”, señala Antuña, que entiende que “La desigualdad y la violencia no son un problema solo educativo, sino social, y desde el ámbito social se deben resolver. Toca salir de la escuela, abarcar el barrio, la ciudadanía, los agentes sociales… Era lo que buscábamos y lo hemos conseguido”.
Un alegato contra el feminicidio, una denuncia social que apunta a males sociales que se silencian como el machismo o a otros como el racismo o el clasismo que se practican sin rubor. Todo eso y quizá muchas otras interpretaciones son las que deja el libro ‘Los Divinos’ (Alfaguara, 2018) de la escritora colombiana Laura Restrepo (Bogotá, 1950).
La periodista de eldiarioclm.es, Carmen Bachiller, fue la encargada de conducir ‘La vida duele II: La impunidad del monstruo’, uno de los cerca de 30 actos del festival, en este caso en el Museo San Telmo de la ciudad, a través de una entrevista y un posterior coloquio.
‘Los Divinos’ es una historia de ficción basada en un hecho real: el secuestro, violación y asesinato de Yuliana Samboní, una niña indígena bogotana de siete años, torturada salvajemente por el arquitecto Rafael Uribe, hoy en prisión, y que sacudió a toda la sociedad colombiana en 2016.
Laura Restrepo es periodista, maestra y activista política vinculada al movimiento trotskista en España y Argentina y llegó a ejercer de mediadora en el proceso de paz de Colombia en los años 80 del pasado siglo. Su llegada a la literatura tuvo mucho que ver con la falta de libertad para publicar en su país y que le llegó a costar el exilio.
‘Los Divinos’ es una auténtica bofetada a las conveniencias sociales, al machismo, a los silencios cobardes de la sociedad con la violencia, del tipo que sea. Ella dice que no tuvo más remedio que escribir la novela. Lo hizo en apenas tres meses con el convencimiento de que “la literatura es un puente” que, en este caso, permitiría “escarbar en la raíces y destapar lo que durante tanto tiempo ha sido un secreto: la idea de que para las mujeres es una deshora haber sido agredidas. Ha sido uno de los factores de silencio. Que hoy en día se pueda hablar de ello es realmente un cambio fundamental”.
«Cuento mentiras para decir verdades», comentaba durante la entrevista en Literaktum. ‘Los Divinos’ no es la crónica periodística de un hecho real sino un relato de ficción con personajes y situaciones tejidas por la autora para provocar una determinada reacción en el lector.
¿Qué tipo de sociedad crea monstruos capaces de violar y asesinar a una niña de siete años? Laura Restrepo obliga a hacer examen de conciencia con su novela, incluso en un país como Colombia con décadas de violencia a sus espaldas. «Habíamos sido un país de crímenes de guerra, de narcotráfico, por desalojo de tierras… Este lo fue por placer y lo realizó un tipo encantador, guapo, vestido de Armani y profesional impecable».
«No me interesaba tanto un seguimiento de los hechos porque ya lo había hecho la prensa profusamente, sino que fuera una novela intimista para entender en qué clase de sociedad vivimos para que algo así pueda suceder». La novela no carece de sentido del humor: «Ese humor bogotano, muy cínico, de buscar el doble sentido. Pero no quería hacer caricaturas ni pintar monstruos, que lo son, sino dejar ver esa apariencia de seducción».
El libro es una denuncia social en toda regla. Quizás también una especie de terapia porque hablar cura. Laura Restrepo aborda sin eufemismos la lacra de la violencia sexual. Consigue indignar pero también atemoriza la naturalidad con la que los personajes hacen uso de ella.
«Una vez que ha caído la ética religiosa, no alcanzamos a construir una ética laica, cívica. Hay una falta de códigos para tratarnos los unos a los otros y creo que es grave»
Hablar del mal en el más amplio sentido de la palabra no es algo nuevo en su trayectoria literaria, podemos verlo en ‘Pecado’ (Alfaguara 2016), como ella misma recordaba.
“Como militante política siempre he pensado que faltaba una visión ética de las cosas. Hemos llegado a un punto en la humanidad en que solo la política no nos da respuestas, a menos que la pongamos dentro de un marco ético determinado. Una vez que ha caído la ética religiosa, no alcanzamos a construir una ética laica, cívica. Hay una falta de códigos para tratarnos los unos a los otros y creo que es grave. Es una especie de analfabetismo en términos éticos. De ahí mi obsesión por escribir del mal pero también del bien”, comentaba en Literaktum.
Los «preconceptos» sobre racismo o machismo en el mundo editorial
Con ‘Los Divinos’ vuelve a mostrar su sublime dominio del lenguaje que va mucho más allá de las meras palabras porque si algo caracteriza sus novelas es la idea de luchar contra lo políticamente correcto a través de la literatura. No es una tarea nada fácil dentro del mundo editorial: le ocurrió con los prejuicios raciales cuando escribió ‘La novia oscura’ y su agente literario negociaba su publicación en distintos países del mundo y ha vuelto a suceder con ‘Los Divinos’. “Tienes que estar rompiendo siempre la falsa interpretación sobre el racismo o el machismo, sobre una serie de preconceptos por parte de los editores».
La dureza de la novela radica en que la víctima es una niña. «Los editores norteamericanos me pidieron que cambiase su edad, que fuese una teenager», confiesa Restrepo, quien explicaba que también quiso mostrar distintas situaciones de «desprecio hacia la mujer», curiosamente, desde la perspectiva de un narrador masculino.
«Si lo hubiera escrito desde el punto de vista de una mujer, era tal el odio por quien había cometido el crimen…Hubiera sido una novela en blanco y negro. No tenía interés. La violencia sexual es una abominación, eso ya se sabe».
La autora plantea en su novela «hasta qué punto el desprecio por la mujer se sitúa en una secuencia de situaciones que sí son tolerables para la sociedad. La cosificación, el desprecio, la utilización…” y, sin embargo, el libro no está exento de una crítica implícita a aquellas mujeres tan machistas o más que los hombres al prestarse voluntariamente al papel de mujeres objeto.
“Creo en la fortaleza femenina, en la revolución de las mujeres porque tenemos un papel fundamental en la transformación de la sociedad”, dice, pero no es una mujer de blancos y negros sino más bien de intentar distinguir entre todos los colores, en cualquier aspecto de la vida. Por eso apunta a la necesidad de la autocrítica: “Está muy bien señalarnos como víctimas cuando lo somos pero también somos responsables en buena medida de un machismo que sigue rampante”, para confesar que “no me llama la atención el ‘abc’ del feminismo”.
Habla de la mujer colombiana con orgullo. “Es muy libre porque le ha tocado enfrentarse a toda clase de plagas. Los hombres se han ido a la guerra, al narcotráfico, con los paramilitares…y los pueblos salen adelante porque las mujeres se imponen a criminales, bandidos o políticos ladrones y logran mantener a la comunidad en pie”.
En Colombia apenas el 10% de las agresiones sexuales llegan a juicio, lo reconocía en una entrevista en El Espectador Liliana Bernal, encargada de juzgar al asesino de la pequeña en un país que, dijo, “invisibiliza a sus víctimas”. ¿Por qué entonces este caso llegó a conocerse tanto, a llenar páginas de periódicos y tuvo a una abultada sentencia de 60 años? Laura Restrepo cree que “tuvo que ver con el hecho de que la niña fuese indígena, de una familia desplazada por la violencia y obligada a acercarse a la ciudad, habitando uno de los cinturones de miseria de Bogotá. Los indígenas en Colombia tienen una organización poderosa, una identidad muy fuerte”.
¿Y qué hay de la educación en igualdad en Colombia? “Allí el problema es más bien de clase”, respondía, para alejar la idea de que la mujer colombiana esté “relegada”. En su opinión “no es así porque si hay alguien que está jugando un papel en Colombia son las mujeres. Son tremendas”.
Falta una “brigada conjunta” de hombres y mujeres contra el machismo
Restrepo dedica el libro “al día en que todos los hombres, a la par que las mujeres, se manifiesten en las calles contra el feminicio”. ¿Cómo estamos de cerca para lograrlo?, le preguntaban. “Nos vamos acercando, sin la complicidad de los hombres no vamos a avanzar mucho. Sé de tanto hombre bueno que se horroriza a la par con las mujeres de tanto machismo y tanta violencia contra las mujeres… Han de ser una brigada conjunta”.
Este 2018 se ha caracterizado por la fuerza de movimientos feministas como el ‘Me too’, el 8M en España o ‘Ni una menos’ en Argentina, entre otros. “Todo este tema de la violencia sexual estaba tan tapado, tan reprimido…que ha tenido un momento de estallido muy interesante. En Lima, cuando llegas al aeropuerto, lo primero que ves son fotos de niñas a las que se busca. ¿Por qué tantas?, pregunté. Me dijeron que se las roban para los burdeles de la selva. Al menos ahora hay voluntad de denuncia, de protesta”.
Cree que hay interés en “ponerle fin a todo esto, desde cosas mínimas que nos hemos acostumbrado a tolerar” y se muestra esperanzada en que “ojalá se logre una transformación en la Justicia, tan de carácter patriarcal”.
Fuente de la reseña: https://www.eldiario.es/clm/Laura-Restrepo_0_836417427.html
Narrado en primera persona, el relato procura llamar la atención sobre la responsabilidad colectiva en los casos de feminicidio.
Brasil es un país sumamente castigado por el flagelo del feminicidio, lacra que en nuestro país también campa a sus anchas.
Conmovido por esas muertes cotidianas -trece al día, según las estadísticas- el historiador brasileño Cadu de Castro escribió y compartió en Facebook una conmovedora crónica.
En su breve relato, el autor deja claro que un feminicidio no se produce sólo en el instante en el que un hombre le arrebata la vida a una mujer. Comienza mucho antes, y con la involuntaria y anónima complicidad de todos.
Publicado hace menos de un mes, el relato de Castro fue compartido más de cincuenta mil veces y reproducido en varios medios de prensa brasileños.
A continuación, ofrecemos el texto traducido al español.
Soy machista. Fui criado así. Crecí, me casé y tuve una hija. Siempre sometí a mi mujer, algo que me parecía completamente natural. Al fin y al cabo, el machismo es tan estructural que se naturaliza. Usaba adjetivos como incompetente, idiota, estúpida, para criticar muchas de sus palabras y posturas, y así disminuirla, empequeñecerla. Nunca la agredí físicamente, pero ejercía violencia psicológica. Mi hija fue criada en ese ambiente.
Me reía de los chistes que humillan o descalifican a las mujeres, y los reproducía. Cuando alguna se ofendía y protestaba le preguntaba si no tenía sentido del humor, era sólo un chiste, una broma. Aparte de eso, siempre fui muy moralista, especialmente cuando veía mujeres con ropas muy cortas. Muchas veces dije que estaban pidiendo ser violadas. Recuerdo que una vez me contaron sobre un caso de violación de una chica «modernosa» del barrio donde vivo, y cuestioné si se trataba realmente de una violación. Al fin y al cabo, ella abusaba, lo pedía ¿no? Mi hija escuchaba todo eso.
Defendía que hombres y mujeres son muy diferentes y por eso sus derechos no podían ser iguales. Reproducía las falacias de que el hombre es más racional y la mujer más sentimental, que tener muchas mujeres en un mismo lugar de trabajo no da resultado, que la mujer habla demasiado, que le gustan los chismes, que los hombres son más competentes para gerenciar negocios, que hay mujeres a las que les gusta que les peguen, que los niños mal educados lo son por culpa de la madre, etc. Mi hija aprendió todo eso.
Una vez, un vecino agredió físicamente a su mujer. Mi esposa y mi hija hablaron de llamar a la policía, pero lo impedí. Dije que «en pelea de marido y mujer no se mete cuchara». ¿Quién sabe lo que ella hizo para hacerle perder a él la cabeza? Mi hija incorporó esa idea.
Deshumanizaba la figura femenina. A las mujeres más independientes y despegadas de esas reglas morales que yo defendía, las llamaba vacas, yeguas, cerdas. Decía que el feminismo era cosa de mujeres «mal atendidas», feas, desequilibradas, desubicadas. Me ofendía cuando alguien me llamaba machista, y decía, «ni machismo ni feminismo, nada de ismos». Mi hija llegó a reproducir algunas de mis expresiones.
Recuerdo cuando ella me lo presentó. Estaban empezando a salir. Una vez la oí conversando con una amiga y le contaba que a veces era un poco grosero, pero los hombres son así, ¿verdad? Yo era su referencia.
En otra ocasión hablaba con una prima sobre cómo lo encontró con otra, pero él se disculpó y dijo que era sólo un desliz, que la amaba. Recordó que unos años antes, su madre había descubierto algunas aventuras mías, y que eso era, al fin y al cabo, cosa de hombres.
Él me caía bien. Era un muchacho simpático y trabajador. Reía mucho de los chistes sobre mujeres que le contaba, y hasta aportó algunos nuevos que ampliaron mi repertorio.
Se casaron. Con mi bendición. Una vez ella se quejó con la madre de que él era muy celoso y posesivo, que la agobiaba. Me metí en la conversación y dije que él era el hombre de la casa y que ella tenía que respetarlo, y que los celos eran señal de amor. Ella estuvo de acuerdo. Noté que algunas veces hablaba con ella de manera agresiva. Lo llamé para tener una charla. Me pidió disculpas y dio que procuraría controlarse «pero que la mujer habla demasiado y sabes cómo es eso, a veces hace que uno se ponga nervioso». Terminé concordando con él.
Hace poco ella llegó a casa con un hematoma en un ojo, el rostro hinchado y marcas en los brazos. Le pregunté sobre eso y contestó que se había caído por las escaleras, pero que estaba bien, que no hacía falta que me preocupara. Le pregunté si todo iba bien con su marido y me dijo que sí, que él la amaba.
Ayer recibí una llamada de la policía. Supe que mi hija estaba muerta. Su compañero la había tirado del balcón desde un décimo piso. O la había apuñalado, o baleado, o estrangulado, o golpeado hasta la muerte durante una pelea conyugal.
Los vecinos oyeron sus gritos pidiendo socorro, pero nadie intervino ni llamó a la policía. Al fin y al cabo, en pelea de marido y mujer no se mete cuchara.
Yo caí, o fui apuñalado, o baleado o estrangulado junto con mi hija. Ahora yazgo en este suelo frío, La caída, o el tiro, o el estrangulamiento, o los golpes, o la puñalada que destrozó mi alma, agudizó mis sentidos. Puedo ver, oír. Veo ahora con una claridad y lucidez que me lastiman: el machismo, que siempre naturalicé y reproduje, oprime, hiere, mata. Oigo el grito de los feminismos. Es un grito de dolor. Es un grito ancestral. Es un grito por igualdad de derechos y oportunidades. Es un grito por respeto. Es un grito por la vida. Es el grito de mi hija. Es el grito de tu hija.
Es tarde para mí. Es tarde para ella. Maté a mi hija. En cada acto machista maté a mi hija. Maté también otras hijas, hermanas, madres. Defender y reproducir el machismo es mancharse las manos con sangre. Tú puedes aún salvar a tu hija, hermana, madre y tantas otras mujeres. Actúa antes de que sea tarde.
Debes estar preguntándote si esta historia es verídica. Respondo: sí y no. Sí porque ocurre todos los días, en muchos lugares y a muchas familias. Criamos una serie de feminicidas, y algunos feminicidas en serie. Brasil está entre los países con mayor tasa de feminicidios: ocupa la quinta posición en un ranking de 83 naciones. Mueren 13 mujeres al día en casos de feminicidio, y casi el 80% de ellas a manos de sus parejas.
Y no, no es verídica porque no me ocurrió a mí.
Simplemente escribí esta crónica porque me sentí tocado por un grave problema social: el machismo, al que tenemos que exponer, revelar y combatir todos los días y en todas partes.
Tengo la dicha de estar rodeado de mujeres feministas. Esposa, hija, sobrina, nuera, primas y amigas
Crié una hija feminista. Desde pequeña le enseñé a aceptar un NO sólo si tenía una justificación coherente, proviniera de quien proviniera, incluido yo.
Cuando surgieron expectativas sobre hacerla estudiar ballet, la apoyé para que entrenara taekwondo como ella quería. Ahora es cinturón negro segundo dan. Fue campeona brasileña combatiendo con hombres (en aquella época no había otras mujeres) y campeona panamericana. Está casada con un tipo maravilloso. Y ahora esperamos a Mel, su hija y mi primera nieta, y sólo de pensarlo me lleno de amor y ternura.
Necesito luchar por un mundo mejor para ella. Por un mundo mejor para todas las mujeres. Quiero un mundo mejor para todas las personas.
Y para eso, nosotros, los hombres, tenemos que empeñarnos en una férrea lucha que comienza dentro de cada uno de nosotros, contra el machismo nuestro de cada día. Tenemos que desaprender lo que somos.
¡Sólo los feminismos salvan! Esa lucha es de todos nosotros. Le enseño eso a mi hijo, que es un tipo maravilloso.
Repensando desde donde ubicarse y relacionarse los hombres con el feminismo.
Sí. Un hombre puede –y debe– ser feminista. Por supuesto, debemos serlo en el marco que entiende al feminismo como una lucha por la igualdad para mujeres y hombres, erradicando la opresión, la explotación y el sexismo que ellas llevan sufriendo histórica, social y culturalmente a lo largo de los siglos. Pero debemos hacerlo desde la posición que nos corresponde: un papel secundario en una lucha que jamás debemos liderar ni pretender comprender del todo –porque no hemos vivido en nuestras carnes lo que significa ser mujer–, en la que debemos trabajar de forma activa no para ser vistos ni aplaudidos por nuestra descubierta sensibilidad, sino para reconstruirnos a nosotros mismos desde el feminismo, entendiendo que es un proceso que jamás estará completo, porque estaremos constantemente aprendiendo.
De ahí que el hecho de ser feministas no nos convierte ni de cerca en líderes de opinión ni en cabecillas del feminismo. Sería lo mismo que una persona heterosexual pretendiese liderar las reivindicaciones del colectivo LGTBIQ… ¡Imposible! Primero, porque a pesar de su magnífica sensibilidad y empatía, jamás sabrá lo que es sentir miedo de decir “te quiero” o “me gusta esa persona”, o de ir de la mano por la calle con la persona que quiere sin preocuparse por el sitio, la hora o si hay más gente o no; segundo, porque jamás ha sentido ni vivido dentro de su cuerpo las sensaciones, pensamientos o emociones de una persona del colectivo, que no es que sean distintas, pero muchas se viven de forma diferente; tercero, porque no ha sentido la presión de ocultarse o de esconder sus sentimientos… Y podría seguir, pero creo que queda claro el concepto: podemos ser feministas, pero como aliados de la causa; con la idea certera y convencida de que somos apoyo en una lucha que, si bien nos interesa y nos beneficia como personas y como sociedad, no es nuestra y nunca lo será. Al menos no en exclusiva.
Los hombres tenemos algunas ventajas adquiridas simplemente por el hecho de ser leídos socialmente como hombres, por mucho trabajo de equidad que se esté haciendo desde distintos ámbitos de la sociedad. Todavía recuerdo el impacto que me provocó el testimonio de un hombre trans que, desde que comenzó a hormonarse con testosterona, ya no sentía miedo al ir por la calle de noche, porque el temor a una violación se desvanecía simplemente por el hecho de ser hombre. Eso nos demuestra la inmensa labor que tenemos por delante.
Esos privilegios de los que hablábamos podemos constatarlos en muchas experiencias: más libertades para chicos que para chicas, que ellas deben cuidarse más y ser más delicadas, no porque necesariamente lo sean, sino porque es lo que se supone que deben ser; más peligros para ellas en un sistema que permite sin pudor la cosificación de las mujeres, su explotación sexual, donde la prostitución está instaurada como una institución y que, además, es incapaz de erradicar la mutilación, la violencia, el asesinato sistemático, el acoso sexual, entre otras. Pero también se ve en el entorno laboral, en el universitario, en las salidas profesionales, en las carreras escogidas, en el cine, la televisión, los museos, la literatura… Y también lo palpamos en la sociedad y en esos arraigados estereotipos que persisten pese a todos los esfuerzos.
Sobre todo quedan en evidencia en la negación del machismo vigente, en la simulada ignorancia de quien dice no comprender la importancia del lenguaje, de los comportamientos sociales, de la publicidad y de los medios de comunicación en todo esto. Y más visibles son esos privilegios cuando hay personas que hablan de feminazismo como una corriente real, o de la imposición de la ideología –o últimamente también llamada dictadura– de género, una idea aberrante que no hay cómo cogerla, difundida con la única intención de minar, despreciar y desdibujar el motivo por el que estamos aquí: el fin de la opresión machista y del heteropatriarcado.
¿Suena apocalíptico? Seguro que más de alguien ha sentido correr un sudor frío por la espalda. Pero, si quitamos el populismo barato y la visión terrorífica de este motivo que nos ocupa, nos quedamos con algo que realmente no debería tener ningún tipo de contestación: la igualdad y el respeto a los demás sin importar su origen, su expresión, su ser. Es decir, una sociedad en la que los seres humanos tengamos las mismas oportunidades y derechos. Es así de sencillo.
El primer paso para ser un hombre feminista, entonces, es aprender que la lucha no es nuestra y apoyarla. Después, vendría el largo y eterno proceso de desaprender los estereotipos, deshacerse de los privilegios y de enfrentarse a todo lo que se supone y se espera de nosotros por el simple hecho de ser hombres. Y el camino para conseguirlo está precisamente al lado de las mujeres, aprendiendo de ellas y, a través del cuestionamiento interno y compartido, replantearnos todo el sistema vigente para construir uno más equilibrado e igualitario.
La Universidad de Medicina de Tokio (TMU) admitió hoy haber manipulado los resultados de los exámenes de ingreso de las solicitantes femeninas para impedir su acceso a la institución.
La institución falsificó a la baja durante años las notas de las pruebas realizadas por mujeres para reducir el número de alumnas en las aulas, confirmó hoy un grupo de abogados contratado por el propio centro después de que saliese a la luz el escándalo.
El ex presidente de la TMU dio las órdenes para que los puntajes fueran modificados en beneficio de ciertos estudiantes y mantener alejados a los demás, incluidas muchas damas, señaló la investigación.
También adulteraron los de los hombres que no hubieran superado los test por cuatro años consecutivos o más.
El informe fue presentado este martes al Ministerio de Educación nipón por un comité de abogados contratado por la TMU para investigar las irregularidades en los exámenes de ingreso.
Lo que hacía la TMU solo puede describirse como discriminación severa contra las mujeres, aseguró un miembro del equipo de juristas en conferencia de prensa citado por el diario The Asahi Shimbun.
La revelación de la universidad de Tokio se destapó hace unos meses, cuando una investigación sobre actividades corruptas que involucró a los principales ejecutivos de la casa de altos estudios y un alto funcionario de la cartera de Educación, halló lo que había venido siendo durante años una política discriminatoria contra las mujeres.
Todavía está determinado cuántas damas se vieron afectadas por esta práctica fraudulenta, aunque el rastro de la manipulación se remonta al menos a una década.
La TMU buscaba mantener la proporción de estudiantes femeninas en torno al 30 por ciento con la justificación de que las doctoras a menudo renuncian o toman largas vacaciones después de casarse o tener hijos.
Según una encuesta del Ministerio de Salud japonés, muchas mujeres abandonan el trabajo tras la maternidad debido a factores socioculturales y a las dificultades para conciliar vida familiar y profesional en este país asiático, refiere la cadena NHK.
La aparición de las primeras noticias sobre el escándalo de discriminación contra las mujeres desató una ola de malestar en las redes sociales, donde se generalizaron los mensajes contra el machismo.
El primer ministro nipón, Shinzo Abe, se comprometió a promover una nación ‘donde las mujeres puedan brillar’, pero en la práctica la sociedad japonesa sigue lastrada por la desigualdad de género, también en ámbitos laborales y educativos.
La coordinación zonal 6 del Ministerio de Educación indicó que la entidad tiene hasta finales de este año para entregar el material a las instituciones.
Un plazo de seis meses tiene el Ministerio de Educación para elaborar y actualizar las mallas curriculares para los niveles educativos de educación media.
Así lo indicó el coordinador zonal 6 del Ministerio de Educación, Henry Calle, quien explica que según un decreto emitido por el Gobierno el 19 de julio de este año, se deberán integrar contenidos en la construcción socio cultural sobre los roles de los hombres, “libres de machismo y supremacía hacia las mujeres, incluyendo la prevención y erradicacion de la violencia”.
Entre polémica y aceptación, esta medida ha sido recibida por cuencanos como Marcos Berrezueta, quien tiene dudas sobre “cómo y con qué imágenes se graficarán los libros de sus hijos”.
Ante esto, Calle dice que circulan imágenes de textos de otros países que nada tienen que ver con el contenido que tendrán los libros que utilizarán los estudiantes de las instituciones públicas.
El decreto ejecutivo 460 reemplazó algunos conceptos, como “nuevas masculinidades”, recogidos en el decreto 397, ya suprimido el 19 de julio.
Catalina Mendoza, directora provincial del Consejo de la Judicatura y directora de la Maestría de Género y Desarrollo de la Universidad de Cuenca, sostuvo: “Significa que los hombres pueden desarrollar cualidades, atributos, funciones, que históricamente fueron asignadas a las mujeres. Es posible que las desarrollen también los varones”.
Por su parte, Calle manifestó que en septiembre del 2019, según el régimen Sierra, estos libros estarán disponibles en las aulas.
“Por principio constitucional y moral, erradicar toda forma de violencia y trabajar en los avances de los derechos de las mujeres, va más allá de obedecer estas leyes. Son condiciones éticas”, dijo Calle.
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