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“Malala: mi historia”, notas personales sobre paz y educación

Pakistán / 25 de febrero de 2018 / Autor: Redacción / Fuente: Tras Leer Un Libro

El comienzo del siglo XXI en la pequeña comunidad de Mingora, en Swat (Pakistán) no fue fácil. Por ese entonces, Malala Yousafzai (1997-) asistía al Colegio Kushal de niñas, fundado por su padre, Ziauddin Yousafzai. Esta institución no era como todas las demás, pues les otorgaba libertad de pensamiento y opinión a sus estudiantes, además de albergar las ciencias y la literatura como herramientas para entender el mundo, todo esto sin abandonar la religión musulmana. Toda esta atmósfera recreativa y educacional se va trizando a medida que Fazlullah, la voz radial que defiende los ideales de los talibanes, comienza a declararle la guerra a todo aquel que desobedezca al Corán. Poco a poco, el universo de Malala peligra, lo que va fortaleciéndola para defender lo que ella considera justo. Ya a los once años, comienza anónimamente a dar cuenta de los hechos pasados y presentes en Swat, para luego denunciar de manera pública los atentados a escuelas y los asesinatos en masa. Así, Malala se convierte en un referente y una amenaza al mismo tiempo, una esperanza que casi le cuesta a la vida producto de un atentado. Desde ese momento, renace su gran deseo: todos hablan de ella, se preocupan por ella, toman partido por ella; su causa se hace universal, dará forma a una fundación, emitirá discursos en importantes estamentos y será reconocida por su lucha pro derechos de todos los niños a la educación.

Este es el argumento de Malala: mi historia (I am Malala, 2014) de Malala Yousafzai y Patricia McCormick. Se trata de un relato vivo, una biografía escrita en primera persona que trastoca por la sinceridad característica de una adolescente, porque nadie debería quedarse indiferente ante las manifestaciones de los jóvenes. Es una historia asombrosa, desde el punto de vista de los hechos relatados. Podría ser inquietante que una niña de ocho años sepa la diferencia entre terrorismo y miedo. El roce entre las balas y las constantes amenazas las que llevan a reflexionar sobre el tema.

La autobiografía de la Nobel de la Paz 2014 predica con el ejemplo, es decir, no hay venganza en sus palabras, sino reconciliación con las escenas descritas. En sus propias páginas, Malala se define como una niña curiosa, serena y vanidosa. Estos elementos se conjugan en la historia, evolucionan. No hay rencor en sus ideas, sí mucho asombro ante la brutalidad a la que asiste. Y lo expresa en sus propios términos, con un doble grado de consciencia: por un lado, sabiendo las implicancias que tienen sus opiniones; por otro lado, conociendo el alcance de réplica de sus palabras. Esto vale para sus entradas al blog de la BBC hasta su discurso en la ONU.

El choque cultural entre Oriente y Occidente penetra en la casa de Malala. Todo en ella se convierte en críticas: su ropa, sus libros, su televisión, sus clases, sus dichos y los dichos de su padre. La fragilidad de cada capítulo se presenta con la naturalidad que conlleva el vivir siendo amenazada, cambiando tus pasos para llegar a casa; borrándote de las ventanas para no recibir las balas de la calle; escuchando el virus de la radio, ese que se come la libertad de expresión, ese que conjura versículos religiosos para cercar y oprimir al pueblo. Pero el problema no es la religión musulmana, piensa ella, porque se puede creer en Alá y descubrirse el rostro.

Resulta llamativo que todo lo que encarga Malala sea impulsado por su padre, Ziauddin. Ella indica que su padre no se deja abatir por nada. Siente el temple de su progenitor y guía; por él, ella no puede quedarse atrás. Por eso, post-atentado, él le dice que debió recibir los disparos por ella. La relación entre ambos es recíproca, se complementan sus puntos de vista y comparten las decisiones del otro.

Igualmente, ella se preocupa de agradecer o reconocer a cada persona que estuvo con ella, desde su amiga/rival del colegio Moniba, pasando por sus padres, sus hermanos, sus doctores en Birmingham, hasta Gordon Brown, Selena Gomez y Madonna. Por último, el libro ofrece imágenes del archivo personal de la autora, una cronología de los hechos más destacables de Pakistán y su propia vida, un glosario de palabras y datos sobre Malala Fund, la fundación que recoge sus ideales.

Fuente de la Reseña:

“Malala: mi historia”, notas personales sobre paz y educación.

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Pakistán: Malala,Mi objetivo es que la voz de las niñas sea escuchada.

Malala Yousafzai acaba de dar la vuelta al mundo para hablar sobre educación con decenas de chicas, algunas de las cuales han escapado de grupos terroristas como ISIS y Boko Haram. Ella lo llama el viaje «Girl Power».

Asia /Pakistán/10.10.2017/Autor y Fuente: http://www.un.org

La joven activista paquistaní, de 20 años, compartió después esa experiencia con los líderes internacionales reunidos en la Asamblea General de la ONU, a los que pidió que aumenten las inversiones en educación, sobre todo para crear oportunidades para las niñas.

«Mi objetivo es llevar estas historias a una plataforma global como la ONU y permitir que estas niñas conozcan a los líderes de sus países y a los líderes locales, para que su voz sea escuchada», explicó en una entrevista con Noticias ONU.

Tenemos que creer en nuestras hermanas, en nuestras hijas y permitir que sean lo que quieran ser.

Malala saltó al escenario internacional en 2012 después de que un talibán le disparara en la cabeza por desafiar al grupo y hablar sobre educación para niñas y mujeres. Esa experiencia no le frenó y siguió adelante con su misión. Tras su recuperación y traslado al Reino Unido, Malala recibió el Premio Nobel de la Paz en 2014. A día de hoy, sigue siendo la persona más joven en ganarlo. En abril de 2017, la ONU le nombró Mensajera de la Paz. Ha fundado el Fondo Malala, cuyo objetivo es crear «un mundo en el que todas las niñas puedan aprender sin miedo».

El Fondo ha lanzado la Red Gulmakai, una iniciativa de tres millones de dólares para dar apoyo a activistas locales. «Queremos aumentar la inversión y queremos apoyar a los activistas locales y a las chicas que participan en activismo», explica. «Para ello, tenemos tres millones de dólares y queremos expandir el grupo, redoblar nuestros esfuerzos y asegurarnos de que podemos financiar al mayor número de activistas locales porque ellos son los que realmente generan cambio en sus comunidades y cuando les empoderamos, a través de ellos, podemos llevar cambio».

La joven cree que es fundamental que los hombres se involucren en este movimiento y pone como ejemplo a su propio padre que, al contrario que muchos hombres en su comunidad, quiso que su única hija se educara y nunca frenó sus aspiraciones.

«Tenemos que creer en las niñas, tenemos que creer en nuestras hermanas, en nuestras hijas y permitir que sean lo que quieran ser. Como dice mi padre, no tienes que hacer nada, simplemente no tienes que cortarles las alas, dejarlas volar libre y que consigan sus sueños. Así que los hombres tienen que dar un paso adelante y apoyar a las mujeres», señala.

Asegura que su familia sigue siendo su cimiento y que para ellos es como cualquier otra hija y hermana. «Cuando gané el Premio Nobel de la Paz y regresé al hotel donde nos alojábamos, mi hermano pequeño me dijo ‘Mira has ganado el Nobel, pero eso no significa que puedas ser la hermana mandona’», recuerda.

El próximo paso para Malala está en la Universidad de Oxford, en Inglaterra, donde va a estudiar filosofía, políticas y economía. Asegura no tener claro dónde estará dentro de 20 años, pero sí sabe que su misión es seguir luchando por la educación de las niñas. «Solo vivimos 70 u 80 años, así que ¿por qué no vivirlos con un buen propósito? ¿Por qué no dedicarlos al servicio de la humanidad? Así que yo quiero ayudar a todas las niñas que pueda para que reciban una educación de calidad y cumplan sus sueños», concluye.

Fuente: http://www.un.org/spanish/News/story.asp?NewsID=38202#.WdlfKdLyg1g

Imagen: http://static.un.org/News/dh/photos/large/2017/October/735062-Malala.jpg

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