Reseñas/Colombia/Noviembre 2020/Autora: Laura Casamitjana García/eldiariodelaeducacion
“En el territorio hay mujeres que le ponen el alma, que son berracas y que sin duda marcan y marcarán la historia”. Una historia precedida por la violencia sin tregua. En las cordilleras que rodean el departamento del Tolima, Colombia, nació el conflicto armado que ha azotado durante tantas décadas el país: allí surgió la “República de Marquetalia”, el hecho histórico que determinaría el nacimiento de las FARC como grupo armado activo. Una trayectoria de hostilidad que ha afectado directamente a la población civil y que, a día de hoy, con la poca implementación de los acuerdos de paz firmados en la Habana en 2016, sus habitantes siguen pagando.
ecesitamos mujeres berracas, que digan: vamos a salir adelante, entre todas podemos”, señala Ángela Patricia Arias. Es una mujer que, pese a su juventud, vivió una época en la que la guerra le tocó de forma directa. Ha vuelto a su territorio, del que tuvo que marchar —el desplazamiento forzado es la victimización por excelencia que ha dejado la actividad bélica—, y ahora lidera un proyecto de desarrollo productivo para las mujeres de la región. “Sé que de cierta manera he logrado sembrar una semilla. Si en algún momento la fundación se retirara, sé que van a quedar mujeres empoderadas que van a poder empoderar a otras”, dice con orgullo la lideresa. Si bien la reputación del Tolima es la de haber sido la cuna de la guerra, las mujeres víctimas-supervivientes toman el timón para reescribir el presente y el futuro: están decididas a que su región sea reparada, a convertir lo marcado por la violencia en el punto de partida de la paz.
El proyecto “Berracas” recoge a través de cápsulas audiovisuales, perfiles de las mujeres y reportajes de la historia personal de diez lideresas sociales de Tolima que trabajan incansablemente por la reconstrucción social en sus territorios. Con la voluntad de tejer un relato polifónico centrado en la narración de las mujeres víctimas del conflicto armado, el proyecto pone énfasis en la historia de vida de las mujeres, las mayores afectadas por la guerra, y las cuales tienen una memoria particular que nunca ha figurado en los discursos históricamente hegemónicos y machistas. Evidenciar las visiones que existen en la sociedad colombiana sobre su propia guerra es clave para contribuir a que la misma sociedad sea capaz de reconocer —a través de las mujeres como símbolo de fortaleza y unidad social— la multiplicidad de voces y miradas sobre el conflicto armado colombiano. Se trata de exponer la memoria y sus voces para poner de relieve que detrás de las cifras y la historia oficial hay personas que han vivido marcadas por la violencia y que trabajan por construir un futuro mejor. En concreto, esas personas históricamente silenciadas: ellas.
“Las mujeres hemos sido vistas como un botín de guerra”, afirma Ángela Patricia. Las estructuras patriarcales y la cultura machista trascienden las dinámicas bélicas y establecen sus lógicas y mecanismos transversales en los cuerpos de las mujeres, reducidas a unidad territorial conquistable: paralelamente al conflicto armado, existe una guerra particular contra las mujeres. Además de ser víctimas del conflicto, son víctimas de la violencia machista, el daño hacía ellas se menciona como un “asunto colateral”, concibiendo la idea de utilizar a las mujeres para infligir daño al enemigo o generar pánico en la población. Su narración, su dolor, se ven abocados a una trinchera de silencio. Pero esos engranajes bélicos que las instrumentalizan quedan marcados en sus vidas para siempre.
“El tema del género ha sido una lucha constante. Nosotras nos vamos ganando los espacios, vamos ganando a través de hacer. Las mujeres son muy capaces de emprender procesos productivos, sociales, educativos. Así que seguiremos con eso, empoderando a más mujeres. Somos las que tenemos mayor capacidad de gestionar y contribuir en el desarrollo municipal, regional, encabezando la construcción de una paz estable y duradera”, concluye la lideresa.
Sus historias y la lucha de las colombianas por la paz inician hoy un recorrido en Catalunya Plural y El Diario de la Educación. En el primer capítulo de sus vidas, Leonoricel Villamil, concejala y lideresa de Gaitania, explica sus pérdidas y su dolor, pero sobre todo, su fortaleza para reconstruir un proyecto productivo con sabor a café tolimense.
Al mismo tiempo, presentamos la primera parte del reportaje “El papel de las mujeres en la construcción de la paz en Colombia”, que detalla la lucha histórica de las mujeres para ser parte de los acuerdos de paz firmados en el país.
“Mujeres víctimas-supervivientes del conflicto armado en Colombia: un modelo de perdón, empoderamiento y reconciliación nacional” es un proyecto de investigación periodística financiado por el Instituto Catalán Internacional para la Paz (ICIP) y en el que han participado investigadoras y periodistas de la Universitat Autònoma de Barcelona, de la Universidad del Tolima (Colombia) y de la Corporación Unificada Nacional de Educación Superior (Colombia). Hoy inicia su difusión periodística a través de la cooperación con la Fundación Catalunya Plural, colaboradora del proyecto desde su presentación para financiación, en 2018.
Fuente e imagen tomadas de: https://eldiariodelaeducacion.com/educacion-por-la-paz/2020/11/25/berracas-las-mujeres-colombianas-victimas-del-conflicto-armado-que-construyen-la-paz-en-sus-territorios/
Mundo/22-11-2020/Autor(a) y Fuente: www.republica.com.uy
Un estudio de la campaña #LaViolenciaEmpiezaEnLasPalabras.
Un equipo de lingüistas relevó las frases más comunes que utilizan las personas que ejercen violencia de género en distintas partes del mundo. «Sos mía, de nadie más», «si no estás conmigo, no estás con nadie», «calladita te ves más bonita», «acá se hace lo que dijo yo», son algunas de las expresiones machistas más utilizadas en todo el mundo.
El análisis fue elaborado por especialistas de la aplicación para el aprendizaje de idiomas Babbel, en coincidencia con el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, que se conmemorará el 25 de noviembre.
«Si consideramos que el lenguaje es el filtro principal a través del cual percibimos el mundo, es evidente que afecta a la forma en que nos relacionamos y hacemos juicios sobre los demás», explicó la doctora en lingüística Rita Santoyo Venegas.
La experta del departamento de Didáctica de Babbel señaló que «la palabra tiene un gran poder, y lamentablemente hay muchas expresiones cotidianas que confirman el sesgo subconsciente de que los hombres son intelectual, física y moralmente superiores a las mujeres, y erosionando su libertad y autoconfianza».
En la Argentina y el resto del mundo, el análisis de cómo los hombres violentos hablan a sus parejas demuestra muchas similitudes, aseguró el equipo de lingüistas. Se ejerce una violencia psicológica haciéndose pasar por expresiones de amor o halagos, «cuando en realidad revelan la intención de tener control sobre la otra persona». Aquellos discursos quedan ejemplificados en los siguientes casos: «sos mía, de nadie más»; «si no estás conmigo, no estás con nadie» o «calladita te ves más bonita».
Los especialistas remarcaron, además, las palabras que «degradan la autoestima de la mujer o le impiden creer que puede valerse por sí misma». «Las mujeres atrapadas en una relación abusiva encuentran dificultad en liberarse porque el abusador las humilla y las rebaja hasta aniquilar la fuerza y la autoestima necesarias para salir de la relación», indicaron, y marcaron como ejemplo las frases «callate, a nadie le interesa lo que tenés para decir», «nadie te va a creer», «acá se hace lo que digo yo», «yo te voy a cuidar» y «con ese carácter, nadie te va a aguantar.»
Como ejemplo en otros países citaron: «Sei pazza, non è mai successo, ti inventi tutto» («Estás loca, nunca pasó, te inventas todo» – Italia) y «women say ‘no’ when they mean ‘yes’» («Las mujeres dicen ‘No», cuando en realidad quieren decir ‘Si´» – Países de habla inglesa).
También expresiones que ubican a la víctima como la responsable del maltrato, en cuyos casos la responsabilidad por la violencia sufrida radica en la víctima, absolviendo al agresor: «mirá cómo me ponés», «vos te lo buscaste» o «se lo buscó por andar vestida así». Al respecto, en otros idiomas utilizan «mulher tem de se dar ao respeito.» («una mujer debe inspirar respeto» – portugués), o «Passer sous le bureau» («ven debajo del escritorio» – asociado al acoso sexual en el trabajo – Francia).
Por último, añadieron que el miedo a morir o para proteger a sus seres queridos, son algunos de los motivos por los cuales muchas mujeres permanecen en situaciones de maltrato o evitan denunciar a sus agresores. Dentro de este tópico se hallan frases como «no voy a permitir que estés con otra persona», «si me dejás, me mato» o «si lo contás, te mato».
A modo de conclusión, la doctora Santoyo Vanegas indicó que «la violencia empieza en las palabras. Es tiempo de dirigir nuestra atención hacia el discurso que refuerza muchas veces los prejuicios de una sociedad patriarcal. Expresiones como las manifestadas son los primeros signos que determinan una relación abusiva y deben encender una luz de alerta en las personas para prevenir hechos más graves».
Con el objetivo de reducir la violencia generando conciencia lingüística, la App invita a todas las mujeres del mundo a difundir en redes sociales las frases que hayan escuchado en primera persona por su condición de género a través del hashtag #LaViolenciaEmpiezaEnLasPalabras.
Fuente e Imagen: https://www.republica.com.uy/violencia-de-genero-cuales-son-las-frases-machistas-mas-usadas-id799399/
América del Norte/México/22-11-2020/Autor(a) y Fuente: www.jornada.com.mx
Expertos en derechos humanos de la ONU instaron este viernes a corporaciones policiales de México a cesar las agresiones contra mujeres manifestantes, luego de que policías dispararon al aire para dispersar una protesta en Cancún.
Este llamado, enmarcado en el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres que se conmemorará el 25 de noviembre, resalta la necesidad de que las fuerzas del orden protejan a las mujeres en manifestaciones.
«No hay nada más irónico -e indignante- que el reciente espectáculo de la policía atacando a las mujeres que protestaban contra la violencia y la muerte que las mujeres enfrentan todos los días en México», señalan los expertos en un comunicado de la ONU.
El pasado 9 de noviembre policías de Cancún, el principal receptor de turistas extranjeros de México, hicieron varios disparos al aire mientras manifestantes, en su mayoría mujeres, protestaban al exterior del ayuntamiento, localizado en la zona urbana.
La protesta, en la que manifestantes realizaron algunos actos vandálicos, fue convocada luego del hallazgo del cadáver desmembrado de una joven residente en Cancún.
«El gobierno mexicano, a todos los niveles, tiene la obligación de crear un entorno en el que las mujeres puedan ejercer con seguridad y plenamente su derecho a la libertad de reunión, sin miedo a represalias», añade el comunicado de la ONU.
Al menos tres personas resultaron con heridas leves en la manifestación, inédita en Cancún.
La ONU resalta que la fuerza en manifestaciones debe usarse como «último recurso» y que de ninguna forma se empleen armas letales.
Alberto Capella, quien presentó su renuncia como secretario de Seguridad de Quintana Roo tras el incidente, describió el suceso como una «enorme estupidez» cometida por los policías, a quienes, señaló, «les ganó el pánico».
En México los policías suelen contener manifestaciones equipados sólo con escudos y en situaciones extremas utilizan gas pimienta.
El país es sacudido por una ola de violencia de género que deja un promedio de 10 asesinatos de mujeres por día, lo que ha multiplicado las manifestaciones.
Algunas de estas protestas, sobre todo en la capital, han estado marcadas por actos vandálicos y agresiones contra periodistas hombres.
Durante los últimos 30 años, millones de niñas se han esfumado sin dejar rastro o han muerto bajo la sospecha de haber sido arrancadas del vientre antes de nacer, asesinadas, vendidas, abandonadas, o hechas desaparecer por sus propios padres. El precio de criarlas convirtió su vida en algo inviable
Nadie sabe dónde están las niñas que faltan en la aldea de Mahima, excepto la propia Mahima. La última vez que vio a una de ellas, a la suya, salía de su vientre como el aborto de una hija no querida.
De las demás, nadie sabe.
Faltan niñas en esta remota aldea del Estado de Rajastán, y en el pueblo vecino, y en toda la India, pero nadie las busca. No las conocen. La mayoría están muertas o no han nacido.
Durante las últimas tres décadas, millones de niñas se han esfumado sin dejar rastro o han muerto antes de cumplir los seis años bajo la sospecha de haber sido arrancadas del vientre antes de nacer, asesinadas, vendidas, abandonadas, o hechas desaparecer por sus propios padres.
El precio de criarlas ha convertido su vida en algo inviable.
Asesinato selectivo
Sentada en su despacho, en el exclusivo barrio de Lodhi Estate de Nueva Delhi, una funcionaria de Naciones Unidas dibuja un diagrama con los sectores de la sociedad involucrados en las desapariciones. “Si te fijas, esta línea pasa por las familias de esas chicas, el Gobierno, la policía, los hospitales, la economía. Todos están en esto y a nadie le importa”, dice mientras conecta estos nombres trazando un círculo sin salida.
A finales de los años ochenta, unos informes sobre muertes de recién nacidas, con el cuello partido a las pocas horas de nacer, con leche envenenada o asfixiadas con sábanas empapadas, revelaron que se estaba llevando a cabo un asesinato selectivo de niñas en la India. En 1991, el censo nacional disparó las alarmas. Los datos oficiales mostraron que había 927 mujeres por cada 1.000 hombres, cuando la media mundial es de 952 por cada 1.000.
Con el paso de los años, las brutales muertes parecieron desaparecer gracias a programas de vigilancia sobre las embarazadas hasta el parto, o cunas instaladas en los hospitales para que los padres dejaran a las bebés sin tener que aportar detalles. “Si su bebé es una molestia, déjelo aquí”, se leía en algunos centros. Los casos de bebés asesinadas disminuyeron, pero la población de mujeres siguió cayendo: la llegada de las ecografías a la India había dado inicio a un nuevo sistema de selección de sexo.
El censo de 1991 mostró que había 4,2 millones menos de niñas que de niños con edades comprendidas entre los 0 y 6 años. La situación empeoró en el censo de 2001, que elevó la diferencia a seis millones. En el último, realizado en 2011, el desequilibrio alcanzó los 7,1 millones, según señala el Centro de Investigación Global para la Salud (CGHR) en un estudio publicado por The Lancet. El Ministerio de Interior indio también publicó en junio el registro de nacimiento 2016-2018, el estudio más preciso de ratio de sexo en el país hasta que se publique el censo de 2021, y los datos calculados con base en muestras de todo el país no son alentadores: nacen 897 niñas por cada 1.000 varones.
La selección de niñas se ha propagado por casi todo el país. En julio de 2019, los registros de nacimiento en 132 aldeas del distrito de Uttarkashi, a unos 300 kilómetros al norte de Nueva Delhi, dejaron a la vista la efectividad de la matanza: de los 216 bebés nacidos en tres meses, todos eran varones.
Sangre de mi sangre
Lo que mató a la hija de Mahima fue una mezcla de mifepristone y misprostol, dos medicamentos disponibles en el mercado. Uno es conocido como “la píldora del día después” y el otro es un tratamiento para las úlceras gástricas.
“Era una hembra, y yo quería un varón”, dice Mahima protegida por la privacidad que le da su choza de barro. Morena y enjuta de carnes, la mujer de 26 años tiene los dedos ensangrentados por los piojos de su hijo que se van quedando pegados entre las manos. No se arrepiente de lo sucedido. En un rincón de la casa de una única habitación, en la que no entra la luz, están sus dos hijas mayores, de ocho y 10 años. La escuchan hablar sin saber que el motivo por el que están vivas es porque nacieron primero.
Mahima está convencida de que el sexo de los bebés lo determina un patrón con el que fue configurado el aparato reproductivo de cada mujer, y en su caso comprobó que “los niños nacen después de tener dos niñas”. Por eso abortó el que sería su cuarto hijo, convencida de que era una mujer.
Aunque el uso del ultrasonido está permitido para examinar la evolución de los fetos, la Ley de Técnicas de Diagnóstico de Preconcepción y Prenatal de 1994 prohíbe revelar el sexo del feto a las familias o solicitar ese servicio, con penas que van de los tres a los cinco años de cárcel en caso de reincidencia. Pero la ley propició un nuevo nicho clandestino: médicos o profesionales con experiencia para utilizar los ultrasonidos comenzaron a cobrar bajo la mesa sumas de hasta 300 dólares a cambio de hacer una señal, un gesto, o poner una marca diminuta al borde de la receta para revelar el sexo a los padres.
Mahima tuvo que recorrer 10 kilómetros a pie y subir luego al remolque de un tractor para llegar hasta el hospital público de la ciudad. “¿Por qué quieres hacer esto?”, preguntó el doctor cuando entró a la consulta pidiendo un aborto. “Porque no queremos tener niñas”, respondió la mujer, que jura que el médico no la examinó para corroborar si su bebé era una niña. A cambio de 600 rupias, o unos 8 dólares, le dio la receta con la que le entregaron las medicinas para abortar. No obstante, el médico le propuso continuar con el embarazo y entregar la niña al hospital cuando naciera, pero el futuro de su hija era algo que no quería dejar en manos de nadie. Las noticias de albergues que prostituyen, venden, o esclavizan a las chicas era una idea que torturaba a Mahima más que la propia muerte. “¿Pero cómo iba a entregar a mi hija? Me negué, les dije que no podía abandonarla. Es sangre de mi sangre”, recuerda.
En el nombre del padre
Si hubiera que marcar las casas en las que al menos una niña desapareció, habría que señalar también la de Amisha, la esposa de un campesino con dos bueyes y media docena de cabras, distinguido por todos en el pueblo por su relativa holgura económica. A ella se la ve tres veces al día fuera de casa, cuando lleva a pastar a las cabras, o cuando sale a recoger agua de la bomba manual instalada en medio del campo. Su cuello estirado se mueve con el impulso con el que ondean los 30 litros que lleva sobre su cabeza.
Después de cargar los dos últimos cántaros para fregar los platos de la cena, se habrá ganado el derecho a hacer cuanto quiera, que con frecuencia no es más que desenredar el cabello de su hijo. La melena larga y casi dorada de su hijo Ajay es una promesa que hizo a los dioses si su familia era bendecida con un varón, un delfín para el legado de esta familia que pueda alumbrar el camino de la muerte a su padre. En el hinduismo, el hijo varón, o el marido en el caso de la muerte de una mujer, son necesarios en el rito de cremación para alcanzar la redención.
Para Amisha, tener al menos un varón era la única manera de asegurar el linaje de su marido y la salvación de su alma
La responsabilidad de Amisha con la descendencia de su familia es mucho mayor que la de Mahima. Al estar casada con el hijo único de una familia de granjeros, tener al menos un varón era la única manera de asegurar el linaje de su marido y la salvación de su alma. La esposa de este campesino tuvo dos varones, con tres niñas intercaladas. Solo las dos primeras nacieron. La última se quedó entre un trapo viejo que contuvo la sangre del aborto provocado por la misma mezcla de mifepristone y misprostol que consiguió Mahima. “Sí, lo hice”, contesta con una media sonrisa cuando le preguntan si se deshizo de ella. Su marido cerró el trato con el doctor para que le diera los medicamentos a cambio de 14 dólares por cada mes de embarazo. Estaba embarazada de tres meses.
Si una esposa no es capaz de proporcionar hijos varones “tiene que abandonar la casa”, regresar con sus padres, y así el esposo podrá casarse de nuevo e intentar continuar la descendencia, explica Amisha para referirse a una norma no escrita a la que llama “la presión del matrimonio”. Mientras que las hijas dejan el hogar para ir a vivir con sus maridos, los varones están destinados a quedarse en casa con su esposa e hijos, cuidar de sus padres y los bienes familiares. Tener solo niñas significaría la extinción de la familia.
El precio de las hijas
“Criar a una hija es regar el huerto del vecino”, dicta un popular refrán indio que apunta directo al sistema de la dote, el pago que los padres hacen por el matrimonio de sus hijas. Irónicamente, las mujeres son las depositarias del honor familiar y la dote es una muestra del estatus social que permite a los padres escoger entre los mejores pretendientes y hogares a los que pasarán a pertenecer sus hijas. La dote es una de las principales razones por las que las niñas son vistas como una carga, como una futura deuda.
“Yo reúno la mitad, y el resto lo pedimos prestado a nuestros familiares. Cuando otra mujer de la familia se case, tendré que dar dinero para pagar lo que me dieron”, detalla Mahima para explicar un sistema prohibido y penado por ley desde 1961, pero que supone una práctica corriente.
No hay un monto estipulado, dependerá del estatus familiar. En poblados pobres la puja puede empezar en los 1.500 dólares en forma de ganado, joyas, propiedades o tierra. El pago incompleto de la dote, y las presiones por más dinero por parte de la familia del novio, abren en ocasiones otra puerta a la muerte.
El informe más reciente de la Oficina Nacional de Registros Criminales (NCRB), que recoge datos de 2018, reveló que 7.277 mujeres fueron asesinadas por asuntos relacionados con la dote, lo que representa el 94% de los 7.747 asesinatos de mujeres registrados ese año en la India. “Claro que hay que pagar la dote, si no qué hombre va a aceptar casarse con una hija”, razona una anciana que ha quedado sola después de entregar a su única hija.
La culpa, del agua
“La culpa es del agua”, dice otra anciana de la aldea, que sabe que las niñas tienen más probabilidades de morir si la tierra no es fértil. Con la falta de lluvia, las familias quedan a merced de bombas hidráulicas que apenas cubren necesidades elementales, mientras esperan la llegada del monzón que una vez al año cubre los campos de verde.
El resto del año, los hombres dejan el pueblo para buscar trabajo en la ciudad o como jornaleros en áreas con sistema de regadío. Aldeas como esta quedan habitadas solo por mujeres a las que se les tiene prohibido ir a trabajar por temor a que sean raptadas o que huyan en busca de un futuro mejor. “Si tuviéramos al menos un pozo de agua, las mujeres podrían trabajar en casa cultivando vegetales, y los padres no tendrían ningún problema en tener más hijas”, argumenta Biju, el suegro de Mahima. A Biju le falta una pierna que le amputaron por una gangrena. No trabaja, pero tiene cinco hijos varones que, como dicta la costumbre, cuidarán de él hasta su muerte.
A diferencia de lo que sucede en esta aldea, las tierras fértiles permiten una vida lo suficientemente próspera como para tener hijas. Muchos distritos han visto llegar esa prosperidad en la última década gracias a los sistemas de riego financiados por el Gobierno. Pero lo que parecía una solución, ha agravado el problema. Los hijos de tierras verdes comenzaron a exigir dotes más altas para aceptar propuestas matrimoniales que vinieran de las zonas áridas, haciéndolo cada vez más difícil para las mujeres, explica la autora de Haciendo desaparecer a las hijas, Gita Aravamudan, que ha seguido durante años las pistas que llevan al feminicidio.
Quién controla el exterminio
En 1984, el investigador Sabu George se dio cuenta de que faltaban niñas. Llevaba varios años estudiando en el sur de la India los problemas de nutrición en la infancia y llegó a la conclusión de que las estaban matando con abortos masivos, o justo al nacer, o más tarde, privándolas de alimento. Desde entonces ha dedicado su vida a destapar este exterminio. Durante los primeros años siguió el embarazo de más de mil mujeres en el Estado de Haryana, la región con la peor ratio de sexo de toda la India, donde descubrió un proceso de selección que se gestaba en cada vivienda.
“Históricamente la discriminación de las niñas en la India se debió a la negligencia intencional en el parto, o a que las niñas recibían menos leche, menos alimentos de buena calidad, menos cuidados, menos atención médica. Pero lo que hemos visto en los últimos 20 años es la eliminación en la etapa del feto”, explica.
Regresamos con George a Haryana. Allí intenta conversar con las familias de uno de los distritos con mayor escasez de mujeres, donde niegan de manera rotunda la práctica. George, pragmático, apunta a los médicos y a las ecografías como la causa del problema, lo que es aún más grave, a su juicio, que el hecho de que una niña no sea deseada. Si una madre da a luz sin saber el sexo, “la niña recibe al menos la oportunidad de nacer, y por su capacidad de supervivencia tendrá otra oportunidad”. Si la eliminas en la etapa fetal no hay oportunidad ni resistencia, subraya. Esto descubrió a algunos médicos que “determinar el sexo de una niña y eliminarla era una mina de oro”.
El secretario general de la Asociación de Radiología de la India, Rajeev Singh, aborda el tema sin tapujos y asegura que el país ha diseñado un sistema para culpar a la persona equivocada. El problema, asegura, es que “todos, incluido el Gobierno, dicen que se están ocupando del problema, pero en realidad no quieren y no llegan a la base del problema”. “La pregunta es: ¿quiénes son estos médicos detrás de la selección de niñas?”, al tiempo que recuerda que al mismo tiempo que se prohibió revelar el sexo en los ultrasonidos, el Gobierno permitió a los ginecólogos practicar ecografías. Así que “a un ginecólogo se le da el poder de hacer ultrasonido, y también tiene la capacidad legal de practicar abortos. Todo se vuelve muy fácil”, lamenta. El Gobierno indio ha declinado la invitación de Efe para hablar de esta situación.
Un país sin mujeres
En sociedades como la india, la desproporción en el número de mujeres plantea un futuro incierto. Tiene consecuencias a largo plazo, “conduce a más violencia sistemática contra ellas” y, entre otros aspectos, a una mayor competencia para encontrar pareja, explica la socióloga e investigadora Katharina Poggendorf-Kakar.
La autora de Mujeres en la India, que dedica un capítulo a “las niñas perdidas”, cita como ejemplo su tráfico hacia otras regiones para ser vendidas. Según esta investigadora de origen alemán, radicada en la India, “las esposas compradas a veces se comparten con otros miembros masculinos de la familia del esposo”, lo que agrava la violencia hacia unas mujeres que están lejos de su hogar y dependen exclusivamente de su “familia política”.
A ello se suma su explotación como esclavas sexuales. “Se les llama novias esclavas. Los zaminders (propietarios de tierras) generalmente las casan con uno de sus trabajadores, pero también son explotadas sexualmente por el propietario de la tierra”. Así, insiste la socióloga, aunque la muerte de muchas mujeres comienza en el vientre materno, el riesgo de que las hagan “desaparecer” les persigue hasta su vejez. Es una “negligencia sistemática” contra ellas.
Tráfico de novias
Cuando se publicaron los datos del censo nacional de 2001, Hasina iba de camino a Haryana, un Estado agrícola al norte de Nueva Delhi con la peor ratio de sexo de todo el país: 861 mujeres por cada 1.000 hombres. Su llegada y la de otras muchas niñas fue una consecuencia directa de estos números. Todas viajaron para suplir la falta de mujeres, para convertirse en esposas. Todas eran de Estados pobres como Bihar, Assam o Bengala. Hasina se refiere a ellas como “las hermanas traficadas”. Ante la falta de mujeres, las familias comenzaron a pagar a quien pudiera traer alguna. La necesidad abrió un nuevo mercado: el tráfico de novias.
Según el último informe de la Oficina Nacional de Registros Criminales, al menos 34.923 mujeres fueron secuestradas en 2018 para ser casadas a la fuerza, más de 95 al día. Hasina le costó a su marido 12.000 rupias, unos 170 dólares.
“Te compré. Te compré de la misma manera que habría comprado un búfalo”, le grita su marido en cada pelea para recordarle que no es más que una paro, una molki, lo que se puede traducir libremente del dialecto regional haryanvi como “una mujer comprada”. Paro fue la primera palabra que aprendió del haryanvi.
Es bueno comprar una novia si un hombre la necesita. Si no fuera así ¿qué habría sido de mí?
BASANTI, MUJER BANGLADESÍ
Su marido no había sido el primer comprador. Llegó a Nueva Delhi con 12 años de la mano de un “intermediario”, un hombre que la convenció de que la llevaría a la capital de paseo y que sus padres le habían dado permiso. “Cuando me di cuenta ya estábamos en Delhi”, recuerda la mujer de 32 años. La puerta está abierta y nadie la detiene, pero para ella ya no hay vuelta atrás. No se puede rescatar a una paro, dice. De hecho, su padre la encontró hace 15 años, pero como ya estaba casada, regresar a su hogar supondría un deshonor para la familia.
“Es bueno comprar una novia si un hombre la necesita. Si no fuera así ¿qué habría sido de mí?”, explica otra mujer, la bangladesí Basanti, a la que compraron hace más de 20 años para cuidar a un anciano enfermo en Haryana. A ella la secuestró una amiga de la familia que acostumbraba a visitarles para ver la televisión. La vendió por 6.000 rupias, unos 84 dólares. Esto le salvó la vida, dice. En aquel momento había enviudado y tenía cinco meses de embarazo, un estado que podía haberla condenado a vivir en la miseria.
La superviviente
En el principal crematorio de Bareilly, en el Estado norteño de Uttar Pradesh, eran las seis de la tarde cuando se escuchó un llanto que salía de la tierra. A esa hora ya se habían ido los trabajadores y Babu Ram, el vigilante, pidió a un vecino de la zona, Aakash Kumar, que cavara una tumba para que un matrimonio pudiera enterrar a su bebé, nacida muerta. “Estaba cavando cuando la pala tocó una vasija de barro y entonces comenzamos a oír el llanto”, dice el improvisado enterrador, de 17 años, junto a la pequeña fosa todavía abierta.
El joven se asustó, pensó que eran los espíritus del crematorio que no lograban conseguir el descanso. El matrimonio miró el cadáver de su hija en brazos, pero no, el llanto venía de la tierra, de una vasija de barro tan pequeña que cabía en una bolsa de la compra. “Cuando sacó la pala y arrastró hacia afuera la bolsa con la vasija, el llanto volvió a empezar y el chico escapó corriendo”, recuerda el guarda. “Era una bebé”, explica el vigilante, que abrió la vasija y encontró a una niña que apenas superaba los 1.200 gramos.
Los crímenes contra niños pasan con cierta frecuencia, admite un jefe policial que no quiso revelar su nombre. “Apenas hace una semana encontramos un bebé muerto dentro de un inodoro”. La policía ha acudido varias veces al terraplén detrás de las pilas de cremación donde la bebé fue encontrada. El lugar es fácil de reconocer porque los trozos de la vasija continúan allí.
“Mientras no sepamos quién es la madre, será difícil saber por qué alguien hizo esto”, dice uno de los agentes. “Yo creo que fue enterrada viva porque es niña”, dice Aakash, que no precisa de una investigación policial. Tras dos semanas en el hospital, las enfermeras han comenzado a llamarla “bebé Sita”, como la abnegada esposa del dios Rama, una de las principales figuras femeninas dentro del hinduismo.
Un, dos, tres, cuatro, cinco, repite hasta en cuatro ocasiones el doctor Ravi Khanna para contar las veces que unta y frota el antibacterial con el que esteriliza sus manos antes de levantar el plástico que cubre la incubadora de Sita. “Es una luchadora. Estuvo bajo tierra entre dos días y medio y tres días”, dice el pediatra. La bebé pudo sobrevivir a casi un metro de profundidad porque en la vasija quedó acumulado oxígeno y permaneció en un estado de semihibernación, “como un oso”. El “milagro” fue que viviera sin agua.
El doctor descarta la selección de varones y asegura, mientras repasa una veintena de incubadoras, que allí “hay niños de ambos sexos”. “Aunque, espera”, dice. “Bueno en este momento, sí, Sita es la única niña”.
Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/planeta-futuro/2020-11-12/las-hijas-perdidas-de-india.html
Chus Gutiérrez es jurado del Festival Cine por Mujeres y reflexiona en un documental sobre el papel que cultura y medios de comunicación desempeñan en la desigualdad de género
“Las directoras de cine ruedan con la mitad de presupuesto del que disponen los hombres. Eso, además de una falta de confianza en el talento femenino, es una falta de respeto”, opina Chus Gutiérrez (Granada, 1962), que lleva casi tres décadas haciendo películas. Ella, junto Icíar Bollaín, Gracia Querejeta e Isabel Coixet, lograron que los nombres de mujer dejaran de ser una rareza en la cartelera del cine español de los años noventa. Y no solo lo lograron en el apartado dedicado a la dirección, también nutrieron a la industria de mujeres protagonistas que desempeñaban sólidos y complejos personajes femeninos.
Para Gutiérrez, la mayor presencia de mujeres dirigiendo películas en los últimos años puede arrojar un dato engañoso. “Si solo lo hacen en el género documental o en ficciones independientes de bajo presupuesto, su presencia en las salas sigue siendo muy minoritaria”, advierte.
La directora y guionista de Sublet (1992), Alma gitana (1996), El calentito (2005) y Retorno a Hansala (2008) es durante estos días jurado de la tercera edición del Festival Cine por Mujeres, que se celebra en distintas sedes madrileñas hasta el 15 de noviembre. Se trata de una vuelta al mundo por el talento femenino. Este año compiten países como Chile (Maite Alberdi), Afganistán (Shahrbanoo Sadat), México (Fernanda Valadez) y Corea del Sur (Yoon Ga-eun). El certamen, además de recordar que las directoras hacen todo tipo de películas, y no solo dramas pensados para el público femenino, cuestiona el papel de la mujer que las pantallas y los medios de comunicación muestran al espectador. Esa es precisamente la propuesta de Rol & Rol, el documental de Gutiérrez que se proyecta este jueves en la Sala Berlanga como parte de la programación paralela del festival.
Chus Gutiérrez, jurado del Festival de Cine por Mujeres y directora del documental Rol & Rol, en la Fundación Telefónica de Madrid. / Kike Para
“Si puedes verlo, puedes llegar a serlo”, es el mensaje que lanza Gutiérrez a las mujeres (y a los hombres) a través de su nueva película. En otras palabras, si la sociedad prestara más y mejor atención a los logros femeninos, alumbraría nuevas aspiraciones entre las más jóvenes. Para ello, ha recogido los testimonios de la artista Yolanda Domínguez, la presidenta de la Asociación de Mujeres emprendedoras de Marruecos, Asmâa Morine Azzouzi, y su compañera y amiga Icíar Bollaín, entre otras.
Mientras recopilaba información para defender esta tesis, la cineasta se enfrentó a varios datos que, a pesar de su propia experiencia, no esperaba encontrar en 2020. “Uno de ellos es que la presencia de las mujeres en la prensa mundial apenas ha aumentado en los últimos años”, dice en referencia a un estudio de The Global Media Monitoring Project. “Por eso son importantes proyectos como el Festival Internacional de Cine hecho por Mujeres, que nos abre la mirada a la diversidad”, defiende.
El otro dato que sorprendió a Gutiérrez fue la presencia de alumnas universitarias estudiando carreras relacionadas con la ciencia y la tecnología, consideradas la cantera de las profesiones del futuro. Según la Unesco, las mujeres solo ocupan el 35% de las plazas en las facultades de todo el mundo dedicadas a estas disciplinas. La cifra ha descendido en algunos países con respecto a décadas anteriores. “Eso ocurre por la percepción negativa que las mujeres y niñas tenemos de nuestras propias habilidades”, apunta la directora.
Pero su documental Rol & Rol no busca una guerra de sexos, sino apelar a la responsabilidad de la industria cultural a la hora de proyectar una imagen adecuada de la mujer: “Creo que la mayor parte de la sociedad desea la igualdad, pero si casi todas las grandes historias las narran hombres, esos relatos casi siempre los van a protagonizar hombres y van a contar con un punto de vista masculino. Es una cuestión incluso de lógica, sin que haya una mala intención por parte de esos autores”.
Cuando esos personajes femeninos ideados por hombres, además de ser secundarios, están desdibujados o representados con estereotipos negativos, es cuando el problema se agrava. “Los carteles de películas, series u obras de teatro son la primera información que recibimos de un producto cultural. Si los analizamos, encontramos a menudo esos papeles despectivos que se dedican a las mujeres. Y el reflejo que recibimos de nosotras mismas a través de ellos es que somos seres secundarios o unidimensionales”, lamenta la cineasta.
Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/cultura/2020/11/10/doc_and_roll/1605024595_320078.html
Autora: Carmen Domingo
Prólogo: Almudena Grandes
Presentación: Pascual Serrano
Ediciones: Akal 2020
ISBN: 978-84-460-4901-2
Una nueva misogínia nacida del calor de las doctrinas ultraliberales que campean en la jungla del mercantilismo salvaje, aplica al cuerpo de las mujeres señala Almudena Grandes
Aquel grito feminista del siglo pasado, el derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo, ha terminado en manos del mercado, convertido en un bumerán sobre las mujeres… Lo que denuncia Carmen Domingo es que parece que, cuando se trata del cuerpo de la mujer es cuándo los límites del mercado dejan de existir y ya todo se puede comprar o vender dice en la presentación del libro Pascual Serrano
En los últimos años ha aumentado de forma significativa la reflexión sobre los problemas que atañen a las mujeres, los dilemas que asedian sus cuerpos y, como consecuencia, las demandas feministas para tratar de solucionarlos. Así ha sido como, en la actualidad, vivimos un nuevo ciclo de movilizaciones y una diversificación de los discursos feministas, en especial de aquellos relacionados con un tema que parecía superado ya en el siglo XXI: «El derecho de las mujeres a decidir sobre nuestro cuerpo». Un derecho a decidir ⎯asumida ya la legitimidad del aborto⎯ que atañe a muchos dilemas: la abolición o regularización de la prostitución; las prohibiciones e imposiciones religiosas; las tiranías estéticas que viven muchas mujeres en Occidente para poder acceder a realizar trabajos de distinta índole, o la ilegalidad, que quieren convertir en legalidad, de alquilar a una mujer con el propósito de dejarla embarazada y acabar comprándole el hijo tras dar a luz.
Temas que, sin duda, ponen el foco en la condición, todavía subalterna y vulnerable, que viven las mujeres y señalan sus cuerpos como objetos, depósitos del placer, susceptibles de ser comprados, alquilados y vendidos por los hombres. Asuntos acerca de la dignidad y hasta el orgullo de «otros» que, por extraño que parezca, les dejan, en no pocas ocasiones, escaso margen de maniobra para decidir qué hacer al respecto.
Temas ⎯los cuatro⎯ a través de los que se evidencia cómo, en la mayoría de casos, la clase política huye del debate, de uno o de todos, porque ⎯sin importarle demasiado la situación en la que se debe encontrar una mujer que llega a ese escenario⎯ va de la mano de grupos de presión y lobbies que se desenvuelven con soltura y sin complejos en el marco de democracias despolitizadas y preocupadas sólo por los beneficios económicos.
Parece que no debería generar ninguna duda que, cuando existe una necesidad básica, lo que decide cualquier mujer para conseguirla no es una reacción fruto de su libertad, sino condicionada, precisamente, porque no la tiene. Así pues, en realidad, no siempre tienen el «derecho a decidir sobre nuestros cuerpos», tal como sería deseable en pleno siglo XXI. Ya lo decía con claridad Rousseau en el lejano siglo XVIII, en El contrato social: la auténtica libertad surge de las condiciones materiales. Quizá la solución pasa por que «nadie sea tan pobre como para querer venderse y nadie sea tan rico como para poder comprar a otros»; sólo así la mujer conseguirá , de verdad, poder decidir sobre su cuerpo.
Encapuchados, con chalecos antibalas y armas largas, alrededor de 50 policías municipales dispararon durante varios minutos frente al Palacio Municipal de Cancún para dispersar una protesta de mujeres, quienes exigían justicia por tres feminicidios registrados el fin de semana en Quintana Roo.
Al menos dos periodistas que cubrían la manifestación resultaron heridos por las balas, las cuales fueron disparadas a mansalva por los uniformados que aparecieron repentinamente cuando las mujeres se aproximaban a entrar al edificio principal del Palacio Municipal.
Los policías abrieron fuego a tiro limpio y persiguieron y golpearon a quienes trataban de grabar la agresión, así como detuvieron e intentaron quitar teléfonos y cámaras a los periodistas en la protesta.
De acuerdo con la periodista Paola Chiomante, del periódico Novedades, los policías dispararon desde la azotea del Palacio Municipal y gritaron “ahora si van a valer madres las pinches mujeres” cuando entraron en la plaza.
La protesta fue convocada por la Red Feminista de Quintana Roo y congregó a alrededor de 2 mil jóvenes que exigían justicia al fiscal Óscar Montes de Oca, al gobernador Carlos Joaquín González y la alcaldesa “Mara” Lezama, acusados de dedicarse al “cuidado de la imagen” de Cancún y no a la seguridad y protección de las mujeres.
Las autoridades de Cancún y del estado se deslindaron de los hechos, por lo que nadie asumió la responsabilidad de la brutalidad policial. Sin embargo, Lezama informó que fue separado de su cargo el director de Seguridad Pública de Cancún, Eduardo Santamaría, para proceder con la investigación oficial de los hechos.
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