Investigadores de la Universidad de Cádiz señalan: Los adolescentes con pantallas en el dormitorio estudian menos tiempo

Europa/España/ eldiariodelaeducacion.com

Investigadores de la Universidad de Cádiz, la Autónoma de Madrid y el CSIC confirman que tener materiales deportivos en casa, limitar el número de televisores y evitar los ordenadores en las habitaciones de adolescentes contribuyen a prevenir el sedentarismo. El trabajo, desarrollado con casi 1.600 jóvenes entre 9 y 18 años, analiza las características del entorno físico asociado al tiempo que dedican a ver la pantalla, jugar a videojuegos o estudiar.

Investigadores de la Universidad de Cádiz, la Autónoma de Madrid, y el grupo Inmunonutrición del CSIC han demostrado que los niños y adolescentes con pantallas en el dormitorio pasan más momentos sentados o tumbados y dedican menos tiempo a estudiar. Ésta es una de las conclusiones de un trabajo donde han configurado un mapa preciso de las condiciones del entorno de las familias para determinar qué aspectos pueden intervenir en esta actitud.

Los expertos han analizado variables como el número de televisores en casa, los medios de comunicación dentro de la habitación o tener disponibles juegos que propicien la actividad física como factores que predominan en la adquisición de hábitos más o menos saludables. Por otra parte, han confirmado que los jóvenes con un mayor número de dispositivos electrónicos en el hogar dedican más tiempo a actividades de pantalla y menos tiempo al estudio.

Las investigaciones han incluido a casi mil seiscientos jóvenes entre 9 y 18 años a los que se les ha medido la actividad física a través de un acelerómetro durante una semana. En un estudio publicado en la revista European Journal of Sport Science los expertos muestran la imagen global de los hábitos juveniles según distintos parámetros. Por ejemplo, disponer de jardín en casa hace que los chicos naveguen menos por internet. Tener un vecindario que consideran favorable hace que las chicas jueguen menos a videojuegos. Sin embargo, el disponer de pantallas en el dormitorio provoca que ambos géneros dediquen menos tiempo a actividades educativas.

Uno de los resultados del informe es el referido al tiempo que los jóvenes dedican a distintas formas de sedentarismo y su relación con la disponibilidad de pantallas o de material deportivo. “Las conclusiones destacan que el número de materiales, equipamientos e instalaciones deportivas disponibles en el entorno se relaciona con un menor sedentarismo y con un mayor tiempo de estudio. Al mismo tiempo, hemos observado diferencias significativas entre el tiempo dedicado a los dispositivos tecnológicos y a actividades educativas”, indica el investigador de la Universidad de Cádiz, José Castro, autor del artículo.

El trabajo señala que las chicas son más sedentarias que los chicos y dedican más tiempo a actividades educativas como leer o estudiar. Ellos tienen más ordenadores, consolas o televisores dentro de sus dormitorios, pero ellas pasan más tiempo navegando por internet o hablando con las amigas.

La investigadora de la Universidad Autónoma de Madrid Verónica Cabanas, también autora del artículo, afirma: “De las más de siete horas de tiempo libre que tiene un adolescente cada día de media, dedica tres frente a una pantalla y algo más de dos a los estudios. Esto hace que este sedentarismo influya en el riesgo de padecer enfermedades cardiometabólicas a edades tempranas. Con esta investigación hemos profundizado en los factores que pueden contribuir a reducirlo”.

Un escenario completo

Los expertos han elaborado un mapa preciso de las condiciones en las que habitan los jóvenes. Para ello, tanto los escolares como sus familias, han completado una serie de cuestionarios con información sobre sus hábitos cotidianos y su nivel social, cultural y económico. Así, incluyeron las características básicas de la vivienda, la percepción del vecindario, la cantidad de materiales o equipamientos deportivos disponibles en el hogar y los dispositivos tecnológicos existentes en casa y en el propio dormitorio.

La publicación forma parte del proyecto ‘Up & Down’ orientado a determinar los patrones de hábitos saludables y las interrelaciones con diversos factores en niños y adolescentes. En él participan la Universidad de Cádiz y la Autónoma de Madrid en la elaboración y análisis de los datos obtenidos, y el grupo Inmunonutrición del CSIC, que analiza los riesgos de enfermedades cardiovasculares en las muestras de sangre que se extraen a los jóvenes para conocer su estado de salud y las interacciones entre genética y estilo de vida.

Las investigaciones se han financiado a través del proyecto ‘Condición física relacionada con la salud en escolares y adolescentes con síndrome de Down y su relación con indicadores de salud: Estudio longitudinal de tres años’ del Plan Nacional de Investigación del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades.

Referencia bibliográfica:

Verónica Cabanas Sánchez, Rocío Izquierdo Gómez, Laura García Cervantes, José Castro Piñero, Julio Conde Caveda y Óscar L. Veiga. ‘Environmental correlates of total and domain-specific sedentary behaviour in young people. The UP&DOWN study’. European Journal of Sport Science. 2018.

Esta información ha sido publicada por Agencia Sinc

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/04/17/los-adolescentes-con-pantallas-en-el-dormitorio-estudian-menos-tiempo/

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Seis creencias, sin base científica, sobre el uso de la tecnología en niños

Por: Carolina García

Catherine L’Ecuyer, educadora y autora de varios libros, incide en la importancia del control paterno y de la edad de nuestros hijos en esta era de Internet

Según avanza a pies agigantados la tecnología, así lo hacen las recomendaciones de los expertos. Si en 1970 los menores de Estados Unidos tenían su primer contacto con las pantallas a los cuatro años, ahora, casi 50 años después, son los bebés de cuatro meses los que cuentan ya con un amplio abanico de opciones en los dispositivos digitales, como tablets o smartphones. Con esta realidad, la educadora Catherine L’Ecuyer comienza su artículo dentro del Informe elaborado por CERLALC (UNESCO), patrocinado por la Fundación SM y publicado este jueves, titulado Lectura digital en la primera infancia.

En su artículo, El uso de las tecnologías digitales en la primera infancia: entre eslóganes y recomendaciones pediátricas, la también autora de Educar en la realidad,nombra las distintas recomendaciones del uso de las pantallas por edades, concluyendo que lo más aconsejado por los expertos es que “nada de pantallas hasta los dos años y no más de una hora si el menor tiene entre dos y cinco años”. Y cita las razones que les han llevado a tomar esta decisión, entre las que están, que los niños aprenden de las relaciones humanas y de las experiencias reales, no de las pantallas, o el posible retraso del lenguaje en los niños por la sobreexposición. También se señala en el texto que “las recomendaciones de las asociaciones pediátricas -las citadas son la estadounidense y canadiense- no son meramente educativas, sino que son también por salud pública”.

Adicionalmente hacen hincapié en que el uso siempre tiene que estar supervisado por un adulto, de forma que se controle el contenido; que se priorice el material educativo, y que se establezcan rutinas de uso, incidiendo en la importancia de que los padres den ejemplo. L’Ecuyer recalca en varias ocasiones el hecho de que “ningún estudio apoya la introducción de las tecnologías en la infancia”. También cita la dicotomía que existe en la mentalidad de los padres, que se extrapola de una forma casi automática a los beneficios y los perjuicios que tiene el uso temprano de las tecnologías.

Mitos sobre el uso de la tecnología en niños

L’Ecuyer rebate los principales mitos sobre el uso de la tecnología en la infancia (la explicación de cada mito está extraída del artículo mencionado).

MITO 1. Para educar en el uso responsable de las tecnologías es preciso introducirlas en la primera infancia: «Ante una pantalla, explica L’Ecuyer, el locus (o lugar) de control del niño pequeño es externo, no interno, pues lo que ocurre no es atención sostenible, sino fascinación ante estímulos frecuentes e intermitentes”. Por tanto, no tiene sentido introducir la tecnología en la vida de un niño que aún no tiene consolidadas las funciones ejecutivas, por lo que requerirle control podría ser algo parecido a pedirle que beba de una boca de incendio sin salpicarse, según incide la experta. En este sentido, “seria lo que equivalente a esperar que haga algo que es imposible, traicionando el sentido mismo de la libertad», expone la experta.

MITO 2. Por ser nativos digitales, nuestros hijos tienen más facilidad para relacionarse en el mundo digital. El término nativo digital describe a aquella persona que, por haber nacido en la era digital, está acostumbrado a recibir y procesar la información de una forma que no puede hacerlo el que nació antes de esa era (el inmigrante digital). Según esta “hipótesis”, los primeros tendrían ventajas cognitivas que afectan positivamente a su aprendizaje. Por ejemplo, con relación a la multitarea tecnológica. L´Ecuyer explica que «a pesar de su popularidad, este concepto no tiene base y los estudios consideran que está sobrevalorado». Si bien reconoce que los jóvenes demuestran una gran familiaridad y agilidad técnica con las tecnologías. Un estudio realizado sobre La Generación Google, publicado en 2011 por un grupo de académicos, considera que nuestros jóvenes dependen demasiado de los motores de búsqueda y carecen de las competencias críticas y analíticas para poder entender el valor y la originalidad de la información en la web. El informe concluye que la llamada Generación Google no alcanza el nivel de alfabetización digital que se le atribuye.

MITO 3. Es clave que haya un acceso universal a la tecnología: Durante mucho tiempo, el argumento de la brecha digital ha servido de sustento para fundamentar decisiones sociales, políticas y educativas a favor de un acceso universal a la tecnología tanto en países en desarrollo, como en colectivos socioeconómicamente desfavorecidos. Se daba por hecho que el acceso a Internet reduciría la brecha social entre los estudiantes. Sin embargo, L’Ecuyer cita estudios que indican que, si bien es cierto que el acceso a la tecnología es menor en las familias desfavorecidas, estas tienen un consumo más abusivo de la misma. Por ejemplo, un informe realizado por la Kaiser Family Fundation indica que esos colectivos, aunque tienen menos acceso a la tecnología, la acaban usando más (13 horas diarias) que el resto de los alumnos (unas 8 horas diarias). Por lo tanto, según la autora, «el acceso a la tecnología no reduciría, sino al contrario, podría contribuir a aumentar la brecha socioeconómica”. Por lo tanto, podemos hablar de una “nueva brecha que existiría entre, por un lado las familias que son conscientes de la necesidad de limitar el tiempo de uso de las nuevas tecnologías y capaces de hacerlo, y, por otro lado, las que no».

MITO 4. La lectoescritura digital da mejores o iguales resultados que la lectoescritura en papel. La escritura a mano es clave para el aprendizaje de la lectura. L’Ecuyer cita estudios que confirman que los movimientos específicos realizados en la escritura a mano permiten reconocer visualmente las letras mejor que haciéndolo en el teclado, así como otros que demuestran que la comprensión es mejor en el soporte papel. «Aunque hay un estudio de 2019 que contradice esos resultados», reconoce L’Ecuyer. Así que el debate sobre la cuestión del formato de la comprensión lectora sigue abierto.

MITO 5. La tecnología no es buena ni mala, depende de cómo se usa.Marshall McLuhan dijo que la postura de la neutralidad respecto a la tecnología es la del adormecido idiota tecnológico. «Nos guste o no», dice la autora, «la tecnología tiene efectos que no podemos obviar sobre el aprendizaje de nuestros hijos y alumnos». «La tecnología no puede ser neutra en la infancia porque se trata de una etapa delicada durante la cual el niño está en un momento crítico de su desarrollo. Así pues, su uso tendrá sus efectos y sus riesgos, al margen de lo que pretendemos conseguir con ella”. Una de las razones que cita la autora es lo conocido en la literatura pediátrica como el efecto desplazamiento, que significa que «mientras un niño está delante de una pantalla, está perdiéndose otras actividades que contribuyen a su buen desarrollo, como la interacción de calidad con su principal cuidador, el juego creativo o la lectura».

MITO 6. La tecnología está aquí para quedarse de modo que es inútil retrasar su introducción. “En realidad, si existe algo que no está aquí para quedarse”, explica L’Ecuyer, «es precisamente la tecnología». Según la experta, «sabemos que los dispositivos tecnológicos que usamos a diario tienen un ciclo de vida cada vez más corto, debido a la obsolescencia tecnológica relacionada con los cambios acelerados. Esto lleva al comprador a tener el deseo de algo más nuevo, mejor y antes de lo que es necesario. Si miramos atrás, nos daremos cuenta de que no hay nada más efímero que una innovación tecnológica, desde el VHS, por ejemplo, hasta todo lo que hay hoy. Todo ha ido surgiendo muy deprisa». «El uso o el mal uso de la tecnología es un tema de salud pública», prosigue, «por lo que la actitud lógica debe ser la prudencia y la precaución. No sería razonable exigir la prueba del daño mientras se está experimentando con el niño, la prueba siempre llegará tarde, cuando el posible daño esté hecho y cuando ya surjan nuevas innovaciones que sustituyan a las anteriores y cuyos efectos tardarán también años en probarse», añade.

La autora concluye: “Es clave que las decisiones de los padres y de los otros educadores en ese ámbito estén informadas por las recomendaciones pediátricas y por la aplicación del perenne principio de precaución. Es clave que esa información se divulgue correctamente y que las empresas tecnológicas no contribuyan a la difusión de eslóganes tecnológicos que pueden distorsionar la efectividad de la mediación parental”.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2019/04/03/mamas_papas/1554299919_007200.html

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Canadá: Un nuevo estudio asocia el uso de pantallas con un peor desarrollo de los niños

Los que más tiempo las consumen a los dos y tres años menos capacidades alcanzan con tres y cinco

«Los padres pueden pensar en las pantallas como si les dieran comida basura a sus hijos: en pequeñas dosis no es tan malo, pero con exceso tiene consecuencias», afirma la psicóloga Sheri Madigan. Hoy se ha hecho público su último estudio, en el que se empezó a trabajar hace una década, reclutando a embarazadas dispuestas a que se analizara el desarrollo de sus futuros bebés. En concreto, cómo les afectaría el tiempo que pasan delante de pantallas: televisión, ordenadores, videojuegos, tabletas, móviles… «Este estudio muestra que, con exceso, el tiempo frente a la pantalla puede tener consecuencias para el desarrollo de los niños», resume Madigan, investigadora de la Universidad de Calgary. Además, esta relación podría tener un componente socioeconómico.

El estudio, que siguió a 2.400 niños canadienses, mostró que cuanto mayor era el tiempo pasado delante de pantallas a los dos y tres años, peor era el desempeño de estos críos a los tres y cinco años, cuando se les realizaba un test de desarrollo. Este examen analiza su progreso en cinco dominios clave: comunicación, habilidades motoras (gruesas y finas), resolución de problemas y habilidades sociales. «Para medir la comunicación en un niño de tres años, por ejemplo, preguntamos si un niño puede formar una oración de cuatro palabras o identificar las partes más comunes del cuerpo», explica Madigan. Y añade otros ejemplos, de las 30 pruebas realizadas: «Para las habilidades motoras, observamos si un niño puede ponerse a la pata coja o poner cuentas en una cuerda». Las diferencias dependiendo del uso de estos aparatos eran modestas pero significativas a lo largo de las tres oleadas del estudio, según la psicóloga, que dirige el laboratorio especializado en estudiar los determinantes del desarrollo infantil de la universidad canadiense. Entre los niños estudiados, el pico de uso de pantallas se dio a los tres años, antes de escolarizarse, con 25 horas semanas de media.

El estudio expone que el desarrollo infantil se despliega rápidamente en los primeros cinco años de vida, por lo que es un período crítico de crecimiento y maduración. Y el mecanismo por el que estos aparatos lastran ese despliegue es sencillo: «Cuando los niños pequeños están observando pantallas, pueden perder oportunidades importantes para practicar y dominar las habilidades interpersonales, motoras y de comunicación», explica el estudio. Por ejemplo, cuando están ante la pantalla sin un componente interactivo o físico se hacen más sedentarios y, por lo tanto, no practican habilidades como caminar y correr, que a su vez retrasan el desarrollo en este campo. Las pantallas también pueden interrumpir las interacciones con sus padres y su entorno al limitar las oportunidades de intercambios sociales verbales y no verbales, que son esenciales para fomentar un crecimiento óptimo, según este trabajo.

Los dispositivos digitales y las pantallas son ahora omnipresentes en las vidas de los niños y en los últimos años varios estudios han encontrado asociaciones negativas con el excesivo tiempo de ocio que les dedican, explican los autores de este estudio, que se publica en JAMA Pediatrics (de la Asociación de Médicos de EE UU). Por ejemplo, ya se sabía que el abuso de la tele hace que el habla avance más lentamente entre los más pequeños. Que las pantallas perjudican el sueñode los menores en una etapa crucial. Y que incluso en críos más mayores, alrededor de los diez años, también parecen lastrar su desarrollo cognitivo.

Lo que querían descubrir los científicos canadienses liderados por Madigan es si esta correlación era causal: si son los niños peor desarrollados los que pasan más tiempo ante la pantalla o si pasar más tiempo así es lo que lastra el desarrollo. «Los resultados de este estudio apoyan por primera vez la asociación direccional entre el tiempo de pantalla y el desarrollo infantil», concluyen en el estudio. «Cuando un niño en particular mira demasiado las pantallas, termina teniendo un desarrollo peor en comparación con lo que esperábamos que hiciera», añade la investigadora.

Hace cuatro meses, un estudio comparó el desempeño intelectual de 4.500 niños estadounidenses de entre ocho y 11 años en función de si pasaban más o menos de dos horas de ocio ante pantallas. Y cuanto mayor era el uso de aparatos, peor completaban las pruebas. Pero los científicos no podían asegurar con firmeza que la correlación implicara que ese era el origen: «No podemos establecer causalidad en nuestro estudio», admitía entonces a EL PAÍS su investigador principal Jeremy Walsh. Ahora, consultado de nuevo con motivo de este estudio, Walsh considera que «los hallazgos de este estudio son importantes porque proporcionan una dirección desde el punto de vista de la relación entre el tiempo de pantalla y el desarrollo del niño en los primeros años de vida». «Los resultados sugieren que los niveles más altos de exposición se asocian con un desarrollo más deficiente, y no al revés», resume.

Importancia socioeconómica

Los investigadores del presente estudio controlaron los efectos en función de distintas variables, como el sexo del menor o las condiciones de la madre. Las niñas obtenían mejores resultados en los test y pasaban menos tiempo con pantallas. Los preescolares que recibían más lecturas, que hacían más ejercicio, que dormían más o que tenían madres con menores niveles de depresión también tenían mejor rendimiento. Pero al controlar los datos por todos estos factores, incluidos los ingresos familiares, el resultado seguía siendo el mismo: a más pantalla, peor desarrollo.

«Creo que atraviesa a todos los estratos socioeconómicos, porque vivimos en un mundo saturado de medios», asegura Madigan. No obstante, hay un problema evidente: los menores más pobres pasan más tiempo con estos dispositivos, por lo que esta relación les perjudicaría más a ellos. «Los niños de contextos socioeconómicos comparativamente más bajos pasan mayores niveles de tiempo mirando pantallas y obtienen puntuaciones más bajas en el cuestionario de desarrollo, en comparación con aquellos con una mejor situación económica», señala Madigan.

Una de las principales limitaciones de este estudio, como sus precedentes, es que no se hace ningún tipo de distinción por aparato, contexto o tipo de contenido. Es decir, una hora a solas ante la tableta viendo vídeos online en bucle cuenta igual que una hora viendo un programa interactivo de baile junto a su madre. Para Madigan es probable que cuando se analicen estos detalles aparezcan diferencias mucho más significativas. De este modo, quizá podríamos saber en detalle cuáles son los hábitos realmente nocivos para los pequeños y cuáles completamente inocuos, aunque se hagan mirando a una pantalla igualmente. La Academia de Pediatría de EE UU recomienda limitar el uso de todos estos medios porque «puede significar que los niños no tienen suficiente tiempo durante el día para jugar, estudiar, hablar o dormir». La Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y de Atención Primaria defiende que «los niños menores de dos años no deben ver televisión».

Imagen: https://ep01.epimg.net/tecnologia/imagenes/2019/01/27/actualidad/1548622827_861352_1548624778_noticia_normal_recorte1.jpg

Fuente: https://elpais.com/tecnologia/2019/01/27/actualidad/1548622827_861352.html

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Canadá: Premiar a los niños con tiempo de pantalla es tan malo como darles chucherías

América del norte/Canadá/17 Enero 2019/Fuente: El país

Un estudio canadiense recalca que el castigo tampoco es eficaz, ya que cuanto más deseamos algo, más lo hacemos. El ejemplo paterno es lo mejor para el buen uso de la tecnología

Usar los aparatos electrónicos como castigo o como recompensa con nuestros hijos no es lo más recomendable. Así lo concluye un estudio elaborado por la Universidad de Guelph en Canadá y publicado en la revista BMC Obesity. Es más, los investigadores añaden que utilizar esto como método correctivo hace que los menores pasen más tiempo usando su tableta o smartphone o viendo la televisión, que aquellos niños a los que sus padres no reprenden o premian con estos dispositivos.

“Es lo mismo que premiar o castigar a los más pequeños con chucherías, ya que lo que conseguimos es que aumente su deseo de comerlas, de tenerlas, lo que podría tener un efecto en su estado de salud”, asegura Jess Haines, una de las autoras en un comunicado. “Lo que consigues es que prefieran un pastel a una zanahoria. Pues lo mismo ocurre con el uso de la tecnología y el deseo de pasar más tiempo frente a una pantalla. Si se lo prohíbo, cuando lo tenga, querrá más. Si le recompenso con tiempo de pantalla, estará más tiempo y se podría volver más sedentario”, añade la experta.

Con una muestra de 62 niños entre 18 meses y cinco años y 68 padres y madres, “queríamos investigar el impacto de las prácticas paternas con los dispositivos electrónicos y su efecto en los pequeños preescolares”, sostiene la autora de la investigación canadiense. De esta forma, preguntaron a los progenitores varias cosas, como cómo vigilaban el uso de dispositivos de sus hijos; cuándo les dejaban utilizarlos y si ellos mismos lo hacían delante de sus retoños. “Era importante estudiarlo, ya que a esta edad es cuando los niños comienzan a establecer hábitos y rutinas que continuarán a lo largo de su vida. Además, ha aumentado el uso de estos dispositivos en estas edades en los últimos años”, prosigue Haines.

Los resultados concluyen que de media los niños pasaban casi una hora y media delante de una pantalla durante los días de la semana y un poco más de dos horas, los fines de semana. Por su parte, los padres pasan una media de dos horas los días laborables y hasta dos y media los sábados y domingos. La Asociación Americana de Pediatría recomienda, por ejemplo, que los niños de menos de 18 meses no deberían usar nunca ningún tipo de pantalla. Y según explica la investigadora en el texto, en Canadá “solo un 15% de los preescolares cumplen el protocolo tecnológico de este país, que indica que estos deben pasar menos de una hora al día frente a estos dispositivos”.

Entre los factores que influyen en el uso de los dispositivos está cuando los padres lo usan como premio o reprimenda. “Este comportamiento correctivo o de recompensa hace que los niños pasen 20 minutos más al día frente a una pantalla”, continúa la experta en el texto. “Y este aumenta un poco más los fines de semana y creemos que se debe a que los progenitores pasan más tiempo con sus hijos y también más tiempo con sus dispositivos”. Según sus resultados, si los padres ven la tele con sus hijos, estos ven más tele, por ejemplo. “Esto es algo que ocurre menos cuanto más pequeños son los hijos, ya que los progenitores suelen aprovechar para ver la tele o usar sus dispositivos cuando estos, por ejemplo, están durmiendo la siesta”, subraya Haines.

Además, los autores del estudio son contundentes: no se deben usar pantallas durante las comidas, “sino que tiene que ser un tiempo para aprovechar en familia”. Hacer que los hijos pasen el menor tiempo posible frente a una pantalla es bueno para la salud de los niños, “recordemos que tener una vida sedentaria está vinculada con un mayor riesgo de padecer obesidad, con un menor rendimiento escolar y con habilidades sociales más pobres”. Cabe recordar que la obesidad infantil ha sido reconocida por la Organización Mundial de la Salud, como una creciente epidemia. Es más la prevalencia, según explica esta misma organización, está estimada en 41 millones de niños con sobrepeso u obesos en el mundo.

Y añaden que usar estos dispositivos también les aleja de tener relaciones satisfactorias con sus iguales. “Nuestra esperanza es que estos resultados hagan que los padres sean cautelosos ante de los dispositivos y en cómo educan a sus hijos a este respecto”, concluye Haines.

Consultada en relación a este estudio, la psicóloga infantil Silvia Álava asegura que «efectivamente, es peligroso o inadecuado relacionar el uso de dispositivos con un castigo o un premio. En el primer caso, los psicólogos estamos en contra del castigo, ya que el niño no aprende, no sabe cuál o cómo se corrige la conducta por la que ha sido reprendido. No es un buen uso. Si le prohíbo el uso de pantallas, en cuanto se las ponga delante se volverá loco. Fomentaré su deseo, las ganas. Cuando hace algo mal, es mejor explicarle las cosas, que aprenda a hacerlas bien o cómo tiene que hacerlas, paso a paso, lo que haga falta». «En cuanto a los premios es distinto. Está bien premiar a los más pequeños, que se recompense una tarea que han hecho bien o que les ha ocasionado cierto esfuerzo. Pero hay que premiar de forma coherente, con algo que desee el pequeño. Pero siempre debe ser algo vigilado y con control paterno, no aumentando el tiempo de pantallas, por ejemplo, que hace que el niño no interactúe con otros o que no juegue de forma activa, ambos comportamientos ideales para pequeños preescolares y más mayores», añade la autora de Queremos hijos felices, entre otros títulos.

«Los padres tienen que ser cautelosos con el uso de los dispositivos. Si los usan mucho, el niño percibe que pueden usarlo y que no pasa nada. Dejemos el móvil a un lado cuando estemos con nuestros hijos. El tiempo libre no es para estar más conectados, sino para disfrutar todos juntos y cuando son pequeños por qué no apostar por el juego guiado, por ejemplo», incide la psicóloga.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2019/01/14/mamas_papas/1547465350_234182.html

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Niños y tecnología: de la cultura de la temeridad a la de la precaución

Por: Catherine L’ecuyer

¿Por qué no se pide a las empresas tecnológicas que hagan la prueba de los beneficios educativos de sus productos o de su inocuidad para la salud de nuestros hijos?

Francia quiere proteger a los bebés de móviles, tabletas y televisores con un etiquetado en los embalajes que advierta de los problemas de salud que los más pequeños pueden sufrir por la exposición a estas pantallas. Esa proposición de ley, ya aprobada en el Senado, pero que aún debe ser votada en la Asamblea Nacional, busca obligar a los fabricantes de esos dispositivos a que incluyan un aviso sobre los riesgos para el desarrollo durante la primera infancia (de 0 a 3 años).

¿Medida exagerada? Tenemos pruebas de los riesgos que puede tener el consumo de pantalla en los niños: merma de la atención, aumento de la impulsividad, disminución del vocabulario, etc. Basándose en esos estudios, las principales asociaciones pediátricas recomiendan que los niños de menos de 2 años no estén expuestos a las pantallas, y que los de entre 2 a 5 años no lo estén más de una hora al día. Pero, ¿son suficientes esos estudios?, ¿son exageradas esas recomendaciones? ¿Implica necesariamente que un niño (el mío o el suyo) que usa la tecnología tenga todos esos problemas? ¿Todos los niños que usan tecnología siempre sufrirán esos problemas? Si solo hablamos de riesgos, ¿es un motivo suficiente para prohibir, o para regular a las empresas que diseñan esos dispositivos?

En realidad, de lo que se trata, es mucho más amplio y complejo que de responder a la pregunta de lo que ocurrirá con seguridad si mi hijo usa un dispositivo de forma puntual o continuada. Se trata de entender la diferencia entre la cultura de la temeridad y la de la precaución.

En 1986, el transbordador espacial Challenger explotó 73 segundos después de su lanzamiento al espacio, ante la mirada horrorizada de millones de americanos que seguían el despegue en directo. Fue el accidente más grave en la historia de la conquista del espacio. Murieron siete personas, de las cuales una no era astronauta: Christa, una maestra de primaria que había sido elegida para participar en un programa educativo que consistía en dar clases a los niños americanos en directo desde el espacio. Una idea “innovadora”, que tenía como objetivo la revitalización del interés general por la educación.

Poco después, se creó una comisión Presidencial de investigación para indagar en las causas de la explosión. La comisión estaba formada por personas, o bien afines, o que se debían al Gobierno americano o a la NASA. Solo un miembro era complemente independiente: Richard Feynman, Premio nobel de física. El informe de la comisión fue criticado por ser demasiado complaciente a los intereses de los que lo habían encargado. Algunos ingenieros que estuvieron participando en las pruebas preparatorias de la misión sabían que la explosión no fue un incidente fortuito, sino que fue la consecuencia de varias negligencias serias que se habían identificado antes del despegue. Esos ingenieros intentaron dar fe de esas negligencias durante la comisión presidencial, pero fueron callados, ignorados por los medios, uno incluso fue despedido de su trabajo. Años después, cuenta la verdad en reportajes que ya no son noticias. Y se puede leer la apreciación de los hechos de Robert Feynman en un texto que fue relegado al Apéndice F del informe de la Comisión. Pero, ¿qué es lo que pasó antes del despegue del Challenger?

Los ingenieros ya habían advertido del riesgo de explosión de unas juntas llamadas O-Rings, dada la escasa capacidad de dilatación de esas juntas en presencia de cambios extremos de temperatura. Ante previsiones de temperaturas muy bajas en víspera del despegue, advirtieron del riesgo de explosión, pidiendo un atraso del lanzamiento hasta encontrar una solución al problema de las gomas.

Entonces ocurrió algo inédito. Los altos mandos de la NASA retaron a los ingenieros que recomendaban no despegar, de hacer la prueba de que la nave iba a explotar. Los ingenieros podían proporcionar pruebas del riesgo de explosión de la nave, pero no podrían probar, fuera de toda duda razonable, que la nave iba a explotar. Para entenderlo mejor, es como si la NASA dijera: “Si hay un X % de posibilidades de que explote, no es suficiente para parar el lanzamiento, solo pararemos la misión si nos prueban que el riesgo de explosión es del 100%.” En definitiva, lo que hicieron los altos mandos de la NASA fue, ni más ni menos, invertir el peso de la prueba. ¿Por qué lo hicieron?

Hacía años que el gobierno no había cumplido con una misión espacial y estaba siendo criticado por ello por la prensa. La maestra debía dar clases desde el espacio en días lectivos, retrasar el vuelo hacía caer esas clases en días de fin de semana. El subcontratista de los O-rings no quería quedar mal con la NASA, la NASA no quería quedar mal con el gobierno, y el gobierno no quería quedar mal con la ciudadanía. En definitiva, las expectativas políticas, mediáticas y sociales eran grandes: había presión por cumplir. Y los riesgos eran trabas, obstáculos. Incómodos para los intereses particulares de todos los actores involucrados. La única salida para el despegue: invertir el peso de la prueba.

En su informe, Feynman va más allá y dice que la NASA estuvo sistemáticamente infravalorando los riesgos, que la decisión de incluir a la maestra en la tripulación se tomó con frivolidad, ya que la nave Challenger no era un vuelo comercial, sino una misión experimental. Contrasta la evaluación del riesgo de catástrofe que manejaban los altos mandos de la NASA con la de los ingenieros. Los altos mandos decían que había una posibilidad de catástrofe de 1 sobre cada 100,000 despegues, mientras que los ingenieros hablaban de 1 sobre cada 200. Esa discrepancia de criterio era consecuencia lógica de una cultura en la que no se quería acoger malas noticias, sino solo las buenas -las que beneficiaban a la reputación de la NASA y al Gobierno en la opinión pública-, lo que dificultaba el realismo en la toma de decisiones. Feynman escribe en su informe:

«Es preciso hacer recomendaciones para que los altos mandos de la NASA vivan en un mundo de realidad. Comprender los puntos débiles y las imperfecciones de la tecnología permiten intentar eliminarlos activamente. La NASA se debe a los ciudadanos, de los que pide apoyo, de ser honesto y de dar toda la información, de forma que esos ciudadanos puedan tomar buenas decisiones para la asignación de sus limitados recursos».

Cuando leo sobre esa historia, no puedo impedir hacer paralelismos con la introducción masiva de las tecnologías en la infancia. No porque piense que algún dispositivo tecnológico vaya a explotar en las manos de nuestros hijos, sino por la inversión del peso de la prueba de un experimento a gran escala. No se pide a las empresas tecnológicas que hagan la prueba de los beneficios educativos de sus productos, o de su inocuidad para la salud de nuestros hijos, sino que se exige a los que invitan a la precaución y a la prudencia (llamándolos “tecnófobos”) que hagan ellos la prueba del daño. Y como la ciencia es muy costosa y muy lenta, y la obsolescencia tecnológica es muy rápida, las evidencias siempre llegarán tarde. Llegarán cuando esa tecnología sea obsoleta y dé paso a otra a la que tampoco verán necesario probar sus bondades o su inocuidad. Y el daño, ya estará hecho.

En realidad, lo que ocurre es que somos a la vez sujeto y objeto de la ciencia, somos a la vez juez y parte de la investigación. Si nos estudiamos a nosotros mismos, entonces ¿no hay peligro de carecer de objetividad en enfocar la investigación y en acatar sus resultados? Quizás esa paradoja puede explicar que nos cueste tanto ser objetivos en encarnar la “sana duda” y que nos resulte tan incómodo hacernos preguntas arriesgadas. Quizás explica que nos cueste tanto creernos los resultados de las investigaciones, o nos cueste tanto difundirlos cuando suponen grandes cambios en nuestros estilos de vida o desautorizan nuestras opiniones o nuestras mayores ilusiones. “No me lo creo”, decía aquel tras leer un informe sobre el cambio climático. ¿Cómo llamar al que ignora o no quiere saber, pero, pese a ello, no duda en actuar? Temerario, sin más. Y cuando hay intereses económicos de por medio, todo se vuelve aun más borroso.

El Premio Nobel Feynman apunta a un fallo entre los datos proporcionados por la ciencia y la toma de decisión de los que gestionan los recursos económicos. Concluye su informe con un llamamiento a la cultura de la precaución: “Para que una tecnología sea exitosa, la realidad debe prevalecer sobre las relaciones públicas, porque la naturaleza nunca puede ser engañada.”

Fuente: https://elpais.com/elpais/2018/12/04/mamas_papas/1543913018_274281.html

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