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Entrevista a María Jesús Izquierdo: Apunten contra el patriarcado

Por: Marta Dillon.

 

La catalana María Jesús Izquierdo, doctora en Economía y profesora de Teoría Sociológica por la Universitat de Barcelona, reconoce que las tareas de cuidado que quedan sobre las espaldas de las mujeres sin ser reconocidas y tampoco remuneradas son una forma evidente de explotación. Pero plantea a la vez, estratégicamente, que esta división sexual del trabajo desprotege a todas las personas que necesitan ser cuidadas. “Aun cuando no les importen las vidas de las mujeres, sepan que la cuestión del cuidado no está resuelta y es una ilusión breve pensar en individuos autónomos, todos vamos a necesitar cuidados alguna vez”, dice y señala como responsables las democracias liberales de las que “el patriarcado es constitutivo”.

Hay una idea que María Jesús Izquierdo insiste en subrayar: “El patriarcado no es un residuo, un remanente de otras épocas, el patriarcado es constitutivo de las democracias liberales”, por lo que un replanteo de las condiciones de vida de las mujeres, la eliminación de la violencia de género y de las inequidades económicas, políticas y culturales que padecen (padecemos) no pueden pensarse sin hacer una crítica profunda a estas democracias, sin volver a fraguar un pacto democrático que vea a las personas en su fragilidad e interdependencia y no desde la ilusión de la autonomía y la libertad, paradigma sobre el que se paran los hombres -blancos y heterosexuales, agrega esta redactora- aprovechando de la fuerza de trabajo invisible que aportan las mujeres a través de las tareas de cuidado y domésticas. Pero, dice Izquierdo, para eso es necesario que las mujeres reconozcan el lugar de poder que les otorga el ser cuidadoras. Doctora en Economía y profesora de Teoría Sociológica en el Universitat de Barcelona, Izquierdo tiene un discurso provocador fundamentado en años de investigación sobre la división sexual del trabajo. Las12 la entrevistó en Buenos Aires gracias al Ministerio Público de Defensa de la CABA, que la invitó a participar del lanzamiento de la campaña “Cuidar y ser cuidado ¿Quién se hace cargo?”

-Usted habla de la necesidad de un nuevo pacto constituyente como única posibilidad para terminar con la división sexual del trabajo, ¿Podría explicar a qué se refiere?

– Porque el pacto actual se basa en el entendimiento de un individuo autónomo que pacta con otros individuos autónomos las reglas de juego para la vida en común. La idea es de libertad, no de la necesidad del otro, entonces lo que se pone en juego es interés, conveniencia respecto de la relación con el otro, en masculino, porque el pacto constituyente se hace entre varones, las mujeres en este esquema son un objeto de reparto. Pero la autonomía es un deseo, apenas se realiza, y la duración del estado de autonomía es breve, transitoria, en ocasiones somos autónomos, pero lo definitorio en los seres humanos es la interdependencia. Ahora estamos aquí sentadas cómodamente porque hay alguien que ha venido a limpiar, que hace café, tu llegaste aquí porque hay transporte… cualquier cosa que hacemos ocurre con la concurrencia de muchas personas que lo hacen posible; eso da cuenta de que estamos en permanente estado de necesidad. Sin olvidar formas precisas de necesidad, por la edad, por dificultades físicas, psíquicas. Entonces mi planteo es que requerimos un pacto constituyente basado no en la noción de autonomía si no de que somos dependientes, y esto significaría que se sitúa en el centro del escenario la dependencia y no la libertad necesariamente.

-Es un pacto, que como usted dice, se hace entre varones.

-¡Y es delirante! Yo no sé cómo ha podido funcionar tanto tiempo. Pero es que el truco ha consistido en que los fenómenos atribuidos a la dependencia se han enclaustrado en el hogar, de tal manera que ese ciudadano que pacta con otros ciudadanos es en realidad un cabeza de familia: lo vemos en la constitución española, cuando acudimos a los elementos que definirían a la persona que ocupa la posición de ciudadano, en las constituciones liberales se hace a cuenta de la posición respecto de un trabajo remunerado y la defensa del territorio nacional. Si nos vamos a la constitución española, el artículo que se refiere al trabajo dice lo siguiente: los españoles tienen el deber de trabajar, es un deber de ciudadanía, y derecho al trabajo; pero es secundario el derecho al trabajo en relación al deber de trabajar. Tu no puedes ser ciudadano si no produces, es el objeto de ciudadanía. Pero luego plantea elegir libremente ocupación u oficio, y este elemento es muy relevante, para cubrir ingresos suficientes para las propias necesidades y las de la familia.

-Estamos poniendo sobre la mesa el pacto heterosexual y patriarcal.

-No sé si heterosexual, lo que es seguro es que se pone en primer plano a un patriarca. Diríamos que el ciudadano es un patriarca, alguien que encabeza una familia de la cual se ocupa a través de sostener los recursos financieros que le permiten funcionar pero fíjate cómo cabe el artículo: sin que pueda prevalecer discriminacion por razón de sexo. Por lo tanto el pacto constitucional es un pacto que consagra la figura del patriarca, lo cual quiere decir que las democracias liberales no funcionan sin el patriarcado. El patriarcado no es un residuo, un remanente que queda de épocas anteriores si no que es constitutivo de las democracias liberales, no pueden funcionar sin la existencia de un patriarca porque hay que quitar de la escena pública el problema de la dependencia.

-O sea que la dependencia queda adentro de la casa junto las mujeres para que se arreglen ellas.

-Exacto. Pero además de manera perfecta, porque mientras la constitución es transparente en relación a la existencia del patriarca, cuando habla del cuidado de las personas no lo hace refiriéndose a las mujeres o de las amas de casa, lo define en función de la familia, como si la familia fuera una entidad viva. Lo que es llamativo de la Constitución en este artículo es que resulta que el patriarcado es constitutivo de la democracia liberal pero no el sexismo. Es decir que nos da igual que el patriarca sea una mujer o un hombre pero necesitamos establecer un vínculo patriarcal.

-Lo qué pasa es que cuando hay un hombre cabeza de familia cumple un rol pero cuando hay una mujer difícilmente le toque uno solo.

-Está claro. Tal vez no fui fina al decir “da igual”, pero parece que para la constitución no es incompatible la eliminación del sexismo con el mantenimiento de la democracia liberal por lo que acá hay que tener en cuenta que vale cualquier cosa con tal de conservar el patriarcado.

-Y de sostener la idea de familia nuclear, y el encierro doméstico para que allí se oculte la interdependencia.

Las democracias liberales se caracterizan por una falta de responsabilidad y desatención con respecto a la gente. Con todas las críticas que podemos formular a los regímenes feudales, ahí había un vínculo de responsabilidad con los siervos. En cambio en el capitalismo se prescinde del otro. Entonces la familia es un requisito indispensable porque cumple la función antes entendida como colectiva. Estamos hablando de sociedades modernas, y por eso mi insistencia: el patriarcado no es remanente si no que es base fundamental, mira por ejemplo la política tributaria. Ahí te encuentras que la pérdida de ingreso que supone la declaración conjunta de la renta de la típica familia nuclear es de 2.600.000 euros, monstruoso, y esto significa que de otro lado se está financiando a la familia nuclear y también a la figura del ama de casa. Porque tener en casa un hombre que declara y una mujer que no tiene ingresos propios hace que pagues mucho menos impuestos.

-Es una forma capitalista de preservar la división sexual del trabajo.

-Claramente.

-Sin embargo los temas de cuidado tienen visibilidad intermitente en el feminismo a lo largo de los años y ninguna salida parece ser buena: ¿Salario para amas de casa? ¿Socialización de las tareas de cuidado? ¿Usted qué piensa?

-A mí no me resulta satisfactoria la corriente general que considera que se ha de visibilizar, reconocer y valorizar la aportación de las mujeres. Porque el implícito de esa necesidad de valorización y reconocimiento es que las tareas de cuidado que realizan las mujeres las realizan bien, son deseables y deben ser tomadas como modelo.

-Eso se escucha muy esencialista: las mujeres somos buenas porque sabemos cuidar.

-Bueno, pero es muy dominante, no sé acá, pero en España te aseguro que es muy dominante. Entonces creo que hay que trabajar en el sentido opuesto: evidenciando que en condiciones de división sexual del trabajo no se puede cuidar bien. Voy a hablar no de personas empíricamente hablando si no de tipos mentales que nos ayudan a pensar la realidad. Las mujeres son como sean, pero cuando lo digo en singular me estoy refiriendo a un tipo de persona que hace posible el patriarcado y es suficientemente frecuente e intenso como para que sostenga el patriarcado.

-Un estereotipo normativo.

-Normativo, sí, no universal si no propia del patriarcado. Hecha esta aclaración deberíamos pensar que la posición mujer genera una configuración psíquica consistente en desear ser deseada. Mientras que la configuración hombre ejemplifica el deseo de poseer aquello que se desea. Luego habrá personas más cerca o más lejos pero es la disposición propia del patriarcado. Entonces a mi modo de ver, cuando alguien pone en el centro del escenario la necesidad de ser querida significa que instrumentaliza a los demás para conseguir eso. Y esto significa que cuando provee de cuidados lo hace para ser valorada, no para que la gente esté bien. No es lo mismo que un niño o una niña estén bien cuidados que que una persona sea una buena madre. Si aspiro a ser una buena madre es una posición narcisista que requiere de reconocimiento. Cuando me preocupo por las criaturas mi orientación es hacia el objeto de amor, no a mí misma. Si damos por bueno que la orientación de la mujer patriarcal es a ser querida, creo que podemos dar por válida la afirmación de que el cuidado es una actividad instrumental que no está al servicio de las personas dependientes si no al servicio del reconocimiento de ellas mismas. Y eso pondría en discusión, al margen del respeto que se pueda tener por los derechos de las mujeres, aún cuando no interese que sean explotadas, no se tiene suficiente conciencia de que el problema del cuidado, basado en la división sexual del trabajo, es dañina para ambas partes: porque ahoga la posibilidad de su desarrollo personal a quien está al servicio del cuidado -porque no puede plantear su proyecto de vida-  y para quien recibe los cuidados porque es objeto instrumental. Y esa relación es una relación de poder.

-Pero tenemos también en el universo de cuidados tareas de sostenimiento de la vida totalmente invisibles como las que reclama para sí el patriarca.

-Estoy hablando de las relaciones de dependencia. Hay que diferenciar cuidado de servicio, porque el cuidado es a cuando provees de atenciones a quienes no se las puede librar por sí mismas, si la persona puede atenderse a sí misma hablamos de servicio.

-Pero si cuidado y servidumbre quedan dentro de la casa no parece fácil separar las tareas…

-Es que hay que ver la posición narcisista del cuidado, en el sentido de que parece que tienes unas cualidades especiales que yo asocio a la omnipotencia, que las mujeres no quieren tampoco dejar.

-Es un poco complicado cargar las tintas sobre la posición de las mujeres, como decir que les gusta su propia cárcel…

-Yo creo que la pregunta es otra, es cómo se rompe la posición omnipotente. Y se rompe cuando se sale de la idea de qué hay dos posiciones excluyentes: la de quien cuida y la de quien recibe cuidados, señalando que toda persona cuida y toda persona recibe o recibirá cuidados.

-Es lo que sucede entre padres y madres con respecto a hijos e hijas, aunque siempre las que cuidan a todos son las mujeres.

-Bueno, pero por ejemplo, entre una madre que cuida a su hija cómo se rompe la omnipotencia. Pues ella se va al cine con las amigas, por ejemplo, evidenciando que tiene sus propias necesidades y la madre evidencia su posición no queriendo que vuelva antes si no al contrario, diciendo: “¿ya estás aquí? ¡Pero qué pesada! No me puedes dejar en paz un rato”. La dependencia genera hostilidad y da lugar a muchas microviolencias: por ejemplo, si a la persona cuidada le gusta la sopa caliente y se la llevas siempre fría, pues es un daño grande.

-Micropolíticas de la crueldad.

-Sí, que tienen efecto acumulativo. O inversamente, si en lugar de concentrar todas tus demandas en un lapso de tiempo estás todo el tiempo demandando, eso también mina a la persona que cuida. La relación de cuidado puede ser una verdadera tortura. Y esto me hace pensar que las feministas deberíamos contemplar que una de las formas de la violencia de género es el maltrato a las personas dependientes.

-¿Por qué lo piensa como violencia de género?

-Porque se produce en una matriz de relaciones que se funda en la división sexual del trabajo. Es decir, es esperable que una persona encerrada en el lugar de cuidadora y si eso comporta que se la marginalice de la vida social o de sus planes de vida experimente sentimientos hostiles hacia quién cuida. Lo raro sería que no los experimentara. Por lo tanto es constitutivo de la división sexual del trabajo el maltrato a las personas dependientes. Yo pienso que las feministas deberíamos denunciarlo como violencia de género porque pienso que lo es y porque estratégicamente desde el punto de vista político nos conviene: pondría en cuestión la división sexual del trabajo, porque pueden pasar de las mujeres, pero si les preocupa la cuestión del cuidado, el cuidado no está resuelto.

-El tema que aparece aquí es la violencia de género que podrían ejercer las mismas mujeres. Que de hecho la ejercemos, cada vez que se encierra a las hijas para repartir con ellas las tareas domésticas o el cuidado de hermanos y hermanas más pequeñas, por ejemplo. Eso parece que es difícil de hablar..

-Eso tiene que ver con lo que planteo. Además de no reconocer las características del mundo que queremos cambiar, políticamente creo que es un error porque consolida la división sexual del trabajo, porque si no ponemos en cuestión que las mujeres también podemos cuidar mal, cristalizamos esa división.

-Sucede que se produce un encierro: ¿es necesario revisar si cuidamos bien o mal o evidenciar la explotación que significa dar por hecho que las tareas de cuidado son para las mujeres? ¿De dónde surge que cuidamos porque lo hacemos bien? A mí me parece más un destino impuesto que una habilidad.

-Bueno, ha habido todo un proceso de naturalización, de manera que se hace extensivo que si la mujer es fecunda y engendra criaturas hace extensivo el cuidado de las criaturas. Y además tiene una gratificación libidinal muy fuerte y entonces no hace falta forzar a las mujeres para que lo hagan. Donde se rompe la dinámica es cuando lo predominante no es cuidar criaturas si no de las personas viejas o enfermas. Porque claro, acompañar a estas personas es acompañar la decrepitud y acercarse a la muerte y hay una resistencia a asumir que somos mortales.

-Y por eso interdependientes y vulnerables.

-¡Claro! Tanta resistencia hay a pensar que somos vulnerables que cuando te pones enferma te sientes culpable de estar en la cama, te sientes más culpable que mal. Parece que la vulnerabilidad fuera un defecto moral. El componente culpa habla, justamente, de omnipotencia.

-Corriéndonos un poco de la cuestión subjetiva y volviendo a cómo salir del encierro, de si cuidamos bien o mal para ser relevadas de la tarea, este año en muchos países del mundo se hizo un paro, una huelga, que evidenció las tareas domésticas y de cuidado como trabajo. ¿Cómo lo viste vos?

-Creo que pensar en una huelga de mujeres es pensar en un paro en las tareas de cuidado que implicaría una valentía y un estómago muy fuerte. Dejar los niños en la puerta de la comisaría por ejemplo…

-Eso aquí, y supongo que en la mayor parte del mundo, no es una opción…

-Pero hay que encontrar un modo de denunciar la externalizacion de costes de producción de la vida humana a las mujeres. Porque es como lo que denuncian desde los grupos ecologistas, que las empresas externalizan costes al medio ambiente. Significa que sus actividades productivas son más costosas de lo que son para ellos porque son a costa del medio ambiente. Trasladado a las mujeres sería que el mundo funciona porque se carga sobre la espalda de las mujeres el cuidado de la vida humana y esto es una transferencia sistemática de los recursos. Cuando se produce una transferencia sistemática de recursos de quien los ha producido a quienes los han producido eso es una relación de explotación. O sea que las mujeres están en una posición de explotadas, por los hombres, por el Estado y por el mercado. Entonces, claro, esto significa que las relaciones de poder se dan porque el trabajo de las mujeres empodera a los hombres, al mercado y a las empresas.

-Por lo tanto, siendo explotadas, nos merecemos la huelga.

-¡Claro! Desde el punto de vista lógico es muy claro pero emocionalmente es muy complejo. Aunque en términos teóricos, analíticos es evidente: dejar de transferir recursos a los demás. Trabajar para una misma, no para los demás hasta que quede claro.

-Tal cómo está, si reconocemos la explotación que significa el cuidado, aunque es necesario pactar bienestar con quien se cuida y viceversa no parece suficiente; sería como dejar el problema en ese encierro privado.

-El punto de fuga es la eliminación de la división sexual del trabajo. El implícito de la división sexual del trabajo es la relación de complementariedad. Lo que venimos diciendo es el reconocimiento de relaciones de reciprocidad. La primera sería “tu aportas A, yo aporto B”, la segunda es “yo aporto lo que tú me das”, aunque no sea simultáneo. Dicho de otro modo: yo no te doy atención a la familia y tu me das dinero, yo te doy dinero y atención como tú me lo das a mí; relaciones de reciprocidad.

-¿Y qué posibilidades hay de pensar el cuidado por fuera de la familia? ¿Se puede pensar en salidas más comunitarias?

-Yo lo veo difícil porque no hay el nivel de confianza en lo social para que la gente se arriesgue a sacar la patita de la familia. Creo que hay que buscar alianzas con los trabajadores y trabajadoras asalariadas organizadas. Son cuestiones que tienen que ver con el cuidado, con sostener las jornadas de ocho horas, vacaciones pagadas y por enfermedad tiene que ver con el cuidado, cosas de cuidado propio. Lo que yo sugiero como posibilidad y no me parece delirante es que las personas reciban su paga cuando tienen que cuidar a personas dependientes, bueno, hay que generar fondos de reserva para quienes tienen que cuidar. Tiene que haber una elaboración colectiva, esto significa desprivatizar y socializar el cuidado, meterlo en el debate democrático.

-Entonces usted ve como estratégica la alianza entre las mujeres, los feminismos y los sindicatos.

-Es imprescindible, los dos colectivos sometidos a explotación se tienen que poner de acuerdo y estos dos colectivos son los asalariados y las mujeres. Y las mujeres asalariadas doblemente porque son explotadas por los varones asalariados. Los hombres traicionaron a las mujeres en su alianza con los empresarios para dejar a las mujeres en la casa. Es una alianza difícil.

-Resumiendo, podríamos decir que para eso hay que quitar al patriarcado de la base de la discusión democrática.

-¡Es lo que digo! No es residual si no la base de las democracias actuales y por eso no se piensa el cuidado, porque queda dentro de las familias. Fíjate que en Europa, con la sociedad envejecida, se han puesto a preguntar cuál sería la solución deseada para el problema del cuidado de adultos mayores y la respuesta es perversa: que se de recursos a los viejos y viejas para poder pagar a personas que se hagan cargo ellas. Es decir, buscan sostener la relación de poder a través de la posibilidad de pagar para que te atiendan. Pero no se escapa que es más importante tener poder que estar bien, pues es incompatible con estar bien, vamos.

-Esto que vos planteás no es solo sobre la división sexual del trabajo si no sobre los sujetos…

-¿Te imaginas la diferencia de pactos entre sujetos que se reconocen vulnerables, que reconocen la enfermedad y la muerte? ¡Cambia totalmente la noción de democracia!

-Mientras tanto, vamos a la huelga.

-(Se ríe) Y sí, pero ¿qué tipo de confianza social se tiene que generar para que las mujeres puedan poner en práctica una huelga de cuidados? La confianza de que comemos todos o no come nadie, la confianza de que detienen a todos o nadie. No vas a consentir que detengan a un compañero o compañera, no vas a consentir que mientras tú estás comiendo a alguien se le acabaron los recursos. Y esa confianza no se está dando en este momento. No estoy en delirium tremens pero soy consciente también de que solo a través de la huelga general indefinida se resuelve la relación de poder. Solo que emocional y prácticamente es muy difícil. Habría que prepararse con años de tiempo, con cajas de resistencia, mientras tanto es muy complicado porque no hay tejido social. Porque por ejemplo, lo primero que tendríamos que hacer las mujeres es dejar de tener hijos por lo menos por cinco años así ya no habrá bebes cuando empiece la huelga para dejar en la puerta de las comisarías.

Ella se ríe a carcajadas, y al instante siguiente, como se diría en el español ibérico, se la piensa.

Fuente de la entrevista: https://rebelion.org/apunten-contra-el-patriarcado/

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Ecomasculinidades alternativas al patriarcado extractivista

Por: Andrés Kogan Valderrama

A propósito de una nueva conmemoración del día internacional de la mujer trabajadora, el 8 de marzo, se intentará realizar un repaso de como se ha construido una masculinidad hegemónica en todo el planeta, la cual ha sido heredera de un sistema patriarcal, nacido en Mesopotamia hace 10.000 años, que con la irrupción del capitalismo histórico ha colonizado globalmente la sexualidad humana y la manera cómo nos relacionamos con los territorios.

Es así como distintas investigadoras feministas han situado al periodo neolítico como el comienzo de un sistema patriarcal, que construyó una idea binaria de género (hombre-mujer), la cual ha sostenido por siglos unos roles específicos, que responden a la aparición de la agricultura y ganadería, que revolucionó completamente el modo como convivimos en el planeta, ya que al buscar controlar los ciclos, nos comenzamos a separar cada vez más de él. Esto a diferencia del periodo paleolítico anterior, en donde los seres humanos al ser nómades, nos relacionábamos de manera más dinámica e interdependiente con los ecosistemas.

No es casualidad entonces, que a partir de estos roles de género construidos con la aparición de la agricultura y ganadería, la mujer haya quedado reducida a una idea de naturaleza dominable, mientras que el hombre a una idea de cultura dominante, en donde la violencia física y sexual fueron las primeras formas de sometimiento hacia las mujeres. Es por esto que la prostitución aparece en aquel período de tiempo, ya que necesitó de una ontología binaria para sostenerse y justificarse históricamente. En consecuencia, el androcentrismo y el antropocentrismo aparecieron juntos en el periodo neolítico.

Es desde ahí en adelante, que el cuerpo de la mujer pasó a ser considerado un lugar en donde el hombre podía controlar y apropiárselo, así como con la naturaleza a través de la agricultura, pero también domesticarlo, como lo ha hecho con la ganadería, animalizando de esa manera lo femenino. Es decir, el cuerpo de la mujer pasó a ser un recurso natural a poseer y para satisfacer las necesidades de un hombre que poco a poco se fue apropiando de lo común.

A su vez, a partir de ahí se fue constituyendo una masculinidad hegemónica, la cual con el racionalismo griego, se fortaleció con la aparición de un nuevo binarismo, razón-emoción, heredero de la separación cultura-naturaleza, en donde el hombre tendría el privilegio de razonar, mientras que la mujer no. En otras palabras, el hombre pasó a tener el monopolio de la reflexión y la posibilidad de discusión en el ámbito público, en donde se tomaban las decisiones de la polis, siendo un espacio privilegiado solo para ellos.

Posteriormente, con la aparición de las grandes religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e islamismo), la mujer pasó a inferiorizarse desde un punto de vista teológico, en donde Dios tomó la forma masculina hegemónica, así como también sus propios profetas (Moisés, Juan el Bautista y Mahoma). De ahí que por ejemplo con la formación de la cristiandad, se termina por reforzar más aún el sistema patriarcal, a través de un relato bíblico en donde la dicotomía alma-cuerpo volvió a profundizar la lógica binaria proveniente de Mesopotamia y Grecia.

No obstante, no sería hasta la invención de América en 1492, que el patriarcado se globaliza definitivamente, al insertarse en un nuevo sistema mundo moderno colonial capitalista, en donde los procesos de racialización y mercantilización del cuerpo de la mujer fueron claves para inferiorizar a millones de mujeres negras, indígenas, despojando a millones de ellas de sus territorios. Esto luego de la denominada caza de brujas, que significó también un genocidio intraeuropeo a miles de mujeres.

Es así como el patriarcado junto al extractivismo van entrelazados, ya que el cuerpo de la mujer es visto de la misma forma que los bosques, montañas, ríos, mares, al ser todo parte de la naturaleza, por lo que al hombre le da derecho conquistar y explotar sin ningún tipo de límite alguno, en nombre de categorías históricamente androcéntricas y eurocéntricas, como lo son el progreso, el desarrollo, la democracia, la revolución, etc.

Unas categorías que han colonizado incluso a muchos feminismos, los cuales siguen poniendo al movimiento feminista europeo como el más avanzado en la lucha contra el patriarcado, siendo que existen muchos otros tipos de feminismo invisibilizados, provenientes desde el sur global, los cuales entrelazan el patriarcado con el racismo y el antropocentrismo.

No es casualidad entonces que desde estos feminismos coloniales, se sostenga la idea del 8 de marzo como día internacional de la mujer a nivel universal, siendo que si bien responde a una experiencia trágica de muerte de 140 mujeres trabajadoras calcinadas en una fábrica textil en Estados Unidos, deja de lado otras experiencias de lucha fuera de occidente.

Ante este escenario, que los feminismos territoriales, ya sea decoloniales, poscoloniales, anticoloniales, anarquistas, comunitarios, ecológicos, tienen mucho que decir al respecto, al plantear todos ellos una defensa de los cuerpos-territorios. Es el caso de grandes pensadoras y luchadoras como Vandana Shiva, Silvia Rivera Cusicanqui, María Lugones, Silvia Federici, Rita Segato, Yuderkys Espinoza, Donna Haraway, Raquel Gutiérrez, Marisol de la Cadena, Isabelle Stengers, María Galindo, Adriana Guzmán, Alicia Moncada, Esther Pineda, Maristella Svampa, Máxima Acuña, Berta Cáceres, Francia Márquez, Yayo Herrero, Esperanza Martínez y tantas otras que han cuestionado el impacto del extractivismo no solo en los ecosistemas sino en los propios cuerpos de las mujeres, frente al patriarcado minero, patriarcado forestal, patriarcado petrolero, patriarcado energético, etc.

Sin embargo, estos feminismos territoriales no han ido acompañados mayormente de planteamientos críticos desde lo que podría llamarse como masculinidades alternativas, las cuales si bien en los últimos 20 años han tenido un fuerte desarrollo en todo el mundo, en tanto crítica a la construcción de una masculinidad hegemónica, dentro de un sistema hetero-patriarcal, no han cuestionado su relación con el antropocentrismo. En consecuencia, pareciera que en el campo de los estudios sobre masculinidades, se han quedado situados mayormente desde miradas de carácter eurocéntricas, las cuales no han permitido entrelazar la construcción del género con la construcción de la naturaleza.

En otras palabras, su crítica a una masculinidad hegemónica, en donde al hombre se le asocia con características como la agresividad, racionalidad, independencia, protección, éxito, virilidad, liderazgo, compañerismo, entretención, en desmedro de una idea de mujer emocional, frívola, manipuladora, sumisa, tierna, empática, intuitiva, sensible, aburrida, no ha ido acompañada con un cuestionamiento a otros procesos cosificantes, como lo son el antropocentrismo y el racismo, los cuales se vienen generando desde hace siglos también. Por consiguiente, el faloceno no se puede entender de manera separada a procesos cómo el antropoceno y capitaloceno, ya que todos ellos se sostienen de manera articulada.

En definitiva, se hace necesario generar eco-masculinidades alternativas que no solo cuestionen la violencia del género existente, sino también a un proceso patriarcal extractivista en curso No por nada las principales defensoras de los territorios son en la actualidad mujeres y no hombres, muchas de ellas asesinadas, por lo que la despatriarcalización en estos tiempos más que una opción se vuelve una necesidad para preservar la vida entre todas y todos.

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=265381

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«La vida es lucha», el libro de las huelguistas de las residencias de Bizkaia. Cynthia Luz Burgueño

Redacción: Rebelión

“La vida es lucha, si no luchas no consigues nada”, dice una joven trabajadora que ha estado más de un año de su vida en la huelga de residencias de personas ancianas de Bizkaia. Una reseña del libro que relata la larga huelga que ha puesto en el centro la respuesta de las mujeres a la precariedad y a la crisis de los cuidados.

Las trabajadoras de las residencias para personas mayores de Bizkaia están haciendo historia. Y como la historia tiene que quedar registrada con sus fuentes orales, escritas y fotográficas, se ha publicado este libro tan merecido para ellas, en euskera y en castellano con el título “No eran trabajadoras solo mujeres. Testimonios de las huelguistas de las residencias de Bizkaia” (Ed.Manu Roblez-Arangiz Institutua) escrito por Onintza Irureta Azkune con un prólogo de Irantzu Varela Urrestizala. También en catalán por la editorial Tigre de Paper, con el título “El verd és el nou lila», traducido por Oriol Valls.

Se trata de un libro que da cuenta de una de las huelgas más largas de la década en el País Vasco en el año 2016, -junto a la emblemática huelga de Panrico en Catalunya (2013-2014)-, con 378 días de jornadas en los que, asumiendo el riesgo de que el cansancio desgastara sus fuerzas, contrariamente las ha fortalecido dando a conocer en todo el Estado una realidad que no sólo ocurre en Bizkaia: la de los trabajos de cuidados, altamente feminizados, vergonzosamente pagados y precarizados y atravesados por casos de abuso y maltrato patronal. La realidad también de uno de los nichos más mercantilizados del capitalismo que son las residencias para personas mayores y dependientes, cada vez más privatizados y precarios en cuanto a la calidad del servicio.

Esta misma realidad está integrada en las reivindicaciones de las trabajadoras, en sus camisetas verdes, en sus batallas de género en la lucha de clases, de las mujeres, de las trabajadoras que se organizaron hartas de sus condiciones de trabajo y salarios bajos. Hartas de que los trabajos de cuidados altamente feminizados -perpetuados por la duradera e histórica división sexual del trabajo- se infravaloren para justificar la explotación y bajas condiciones laborales. Como explica la introducción del libro, “Nos hicieron saber que la suya no era una lucha exclusivamente laboral, sino que también era una lucha feminista. Denunciaron que estaba en juego la dignidad del trabajo de cuidados y que ellas estaban pagando las consecuencias de la apuesta privatizadora de las instituciones públicas”, por lo que no dudaron en incomodar a la patronal pero también a la Diputación Foral de Bizkaia.

Antes de comenzar con los relatos vivos, el libro comienza dedicando ocho capítulos breves a los precedentes de una huelga “que no surge de la nada”, sino que sienta sus bases en previas experiencias durante la década de los ochenta. En estos capítulos con títulos muy creativos y anécdotas ilustrativas, el libro se propone también explicar el rol del sindicato ELA -el de mayor representación sindical en el sector- en los procesos de huelgas y lucha sindical, dando a conocer importantes triunfos. Desde la pelea por un convenio propio para las residencias de Bizkaia que no se firmaría hasta el año 2003, cuando “trataban a las trabajadoras de una manera totalmente indigna, prácticamente como esclavas”. Y cuando la mayoría de las trabajadoras eran mujeres y negociaban los hombres, ELA se propuso invertir esa pirámide patriarcal de representación sindical y darle peso a las mujeres en la delegación de las negociaciones. Se avanzó además en mayor coordinación entre los centros de Bizkaia.

Ese convenio se firmó tras la primera huelga que arrancó en la residencia de Kirikiño, votada en “Una asamblea de cinco minutos”, tal como lo titula el capítulo en el que la narra, e implicó avances importantes en sus condiciones laborales. Era una época dura para realizar huelgas, las trabajadoras eran consideradas “criminales”, eran insultadas y acusadas de abandonar a las personas ancianas, cuestión que las patronales instrumentalizaban. También fueron duramente criticadas por los familiares de los ancianos. Hasta que éstos se empezaron a organizar y a crear lazos con las trabajadoras, siendo conscientes de que la precariedad y sobre explotación hacia ellas repercutía en la atención a las personas ancianas. Un ejemplo de ello es que sólo contaban con ocho minutos para despertarlas, asearlas, vestirlas y levantarlas por la mañana.

Después de un relato breve e interesante a la vez sobre los precedentes de la huelga de 378 días, el libro nos ilustra con imágenes de periódicos, fotos y carteles que recorren los hitos más importantes en las luchas por los convenios. La última parte del libro está enfocada en las voces de ocho trabajadoras que nos relatan sus experiencias. Una mezcla de mujeres de diferentes edades, generaciones, muchas con experiencia sindical o en el movimiento feminista, otras no.

Además de reflejar las vergonzosas condiciones laborales de las trabajadoras, saca a la luz lo duro y difícil que es su trabajo: “Nosotras somos sus manos, sus piernas, les hacemos todo, y también los escuchamos”, explican dos de las más jóvenes voces del libro, las de Lara y Verónica. Por eso su lucha se resume en: “Un descanso digno para las gerocultoras, una vida digna para los residentes”. Otra crítica importante que se relata en los testimonios de las trabajadoras, es el rol del poder político y sus representantes como el diputado general de Bizkaia o la diputada de Bienestar Social, que se desligaban de su responsabilidad y mandaban a las trabajadoras a negociar con la patronal, cuando los centros son públicos.

Los ataques de la patronal, la implementación de las Reformas Laborales, las luchas por mejoras en los convenios, entre otras cuestiones, han mantenido durante años a las trabajadoras de las residencias de Bizkaia organizadas y luchando. Hasta la prolongada huelga del año 2016 de 378 jornadas. “Tú has hecho oposiciones, ¿o qué? ¿Te piensas que estás en el sistema público? ¡Ni en vuestros mejores sueños! ¿Pero vosotras quién os habéis creídos que sois?”. Así respondía la patronal cuando las trabajadoras, en su lucha por el quinto convenio, reclamaban salario mínimo de 1.200 euros, sueldo íntegro durante las bajas, incremento del plus de los domingos.

Reclamaban un salario que les permitiera ser económicamente independientes y dejar de ser las que llevan el supuesto ’salario complementario de sus maridos’ de 600 euros que cobraban cuando no tenían convenio, tal como muchas veces les decían sus jefes entre gritos y maltratos. El significado es profundo, como explica el libro, “Nos encontramos ante un sector feminizado, ligado al trabajo de cuidados llevado a cabo por mujeres, considerado como una especie de prolongación del trabajo que las mujeres siempre han realizado en sus hogares”.

Los testimonios de las mujeres demuestran con rigurosidad el propósito del libro: dar cuenta de la relación entre una lucha laboral y la “conciencia feminista”, siendo un colectivo de 4.500 mujeres de un sector de 5.000 trabajadoras y trabajadores. Desde el comienzo de la crisis, la extensión de múltiples luchas de la clase trabajadora con las mujeres al frente, han dotado al movimiento feminista de reivindicaciones sociales, políticas y laborales, de combatividad y de reinvindicaciones más integrales como: contra la explotación, la precariedad o el maltrato patronal, insultos machistas, el acoso patronal y el abuso sexual en los centros de trabajo. El 8 de marzo todos estos agravios contra las mujeres se transformaron en pancartas de reivindicaciones que antes no tenían viabilidad en el movimiento feminista de las décadas del noventa.

No obstante, aún para sectores del feminismo institucionalizado, esta realidad ha tardado tiempo en ser reconocida. Y así se desliza la crítica en los relatos de las mujeres, de que el movimiento feminista llegó tarde a apoyarlas y, en especial, el feminismo institucional como el Instituto vasco de la mujer, Emakunde, que, como relata Kontxi, “tampoco se puso en contacto con nosotras, fuimos nosotras las que tuvimos que llamar a su puerta”. Si las trabajadoras muestran un feminismo contrapuesto al feminismo liberal como el de Ana Botín, también han cuestionado al feminismo institucionalizado, muchas veces alejado de la realidad de la mayoría de las mujeres, las trabajadoras, las migrantes y racializadas y jóvenes precarias.

En un reciente libro de la que soy coautora, “Patriarcado y Capitalismo. Feminismo, clase y diversidad” [1] , explicamos cómo, en la actualidad, ya no se puede ocultar la importancia de las tareas de cuidados y su traslación- prolongación de las tareas del hogar al trabajo asalariado, muy precario y cruzado por todo tipo de brechas. Como tampoco se puede seguir ocultando que, dentro de la clase trabajadora asalariada, el 48% somos mujeres y que, como relatan las trabajadoras de las residencias, ya no ocupamos un rol subsidiario en el mercado laboral. El sistema capitalista patriarcal oculta las tareas de cuidados y domésticas ubicándolas en una esfera exclusivamente privada. Y divide el trabajo asalariado del no asalariado, como si las tareas de reproducción del capital (trabajo no remunerado) fueran parte de un sistema aislado.

Las huelgas de las trabajadoras de las residencias de más de 378 días han sido el antecedente de las dos huelgas generales feministas el 8M. Las huelgas generales que han parado los centros de trabajo junto al conjunto de la clase trabajadora por las reivindicaciones más sentidas de las mujeres, ayudaron a superar esa falsa división entre el trabajo doméstico, las tareas de cuidados tan invisibilizadas por las patronales y las burocracias sindicales, y el trabajo asalariado cada vez más femenino y diverso, contra la violencia machista y los feminicidios.

Una generación de trabajadoras han decidido dejar de llorar a la “jaula donde se echa la ropa sucia” y muchas de ellas han transformado su vida. Como relata Marisol, “Me he convertido en una persona sin miedo, que está orgullosa de lo que ha hecho y que si hubiera otra huelga la volvería a hacer”. Y, ¡cuidado!, el 2020 promete más huelgas por la mejora del próximo convenio. Tal vez este libro tendrá un segundo y así lo deja caer en el último capítulo a modo de conclusión, “Vidas que se transforman”.

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=265454

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¿Por qué hay humanos que esclavizan a otros humanos ayer y hoy?

Por: Leonardo Boff 

La existencia y persistencia de la esclavitud o de condiciones análogas a la esclavitud constituye un desafío humanístico, filosófico, ético y teológico hasta los días actuales. ¿Por qué hay humanos que esclavizan a otros humanos, sus co-iguales?

La más antigua codificación de leyes, el Código de Hammurabi, escrito hacia 1772 a.C. en Irán, se refiere ya a la clase de los esclavos. Y así a lo largo de toda la historia hasta los días actuales. La Walk free Foundation, que se ocupa de la esclavitud a nivel mundial, calcula que hoy día hay cerca de 40,3 millones de personas en régimen de esclavitud, debido a tráfico de personas, deudas, trabajos o casamientos forzados etc. La India lidera la lista, con 7,99 millones de esclavizados. Los datos de Brasil en 2018 apuntaban a 369 mil personas en condiciones análogas a la esclavitud o esclavizados. 

Las mentes más brillantes de Occidente la vieron como natural y hasta poseían esclavos. Así Aristóteles, David Hume, Immanuel Kant, Friedrich Hegel. El propio Thomas Jefferson, formulador de la Declaración de Independencia de Estados Unidos, en la cual se afirmaba que todos los seres humanos nacen libres y con iguales derechos, tenía esclavos, así como nuestro Tiradentes, que tenía por lo menos seis. El famoso Padre Antônio Vieira predicaba a los esclavos en un ingenio azucarero: “Sois imitadores de Cristo crucificado porque padecéis de un modo muy semejante a lo que el Señor mismo padeció en su cruz y en toda su pasión” , llegando a llamarlos por eso “bienaventurados” . Una piadosa y, al mismo tiempo, cruel justificación. 

Resumiendo: El gran especialista en esclavitud, el jamaicano Orlando Petterson, profesor de Harvard, afirma: “La esclavitud ha existido desde el principio de la historia de la humanidad hasta el siglo XX (XXI), en las sociedades más primitivas y también en las más avanzadas” (cf. L. Gomes, Escravidão, p.65). ¿Qué razones llevaron a la esclavitud? 

Hasta hoy ninguna explicación se ha revelado convincente. Pero podemos tantear algunas razones, si bien todas precarias. 

La primera habría sido el patriarcado. Hace 10-12 mil años el hombre-macho se impuso a todos, a la mujer, a los hijos, a la naturaleza. Se sobrepuso al otro, haciéndolo su siervo y esclavo. La esclavitud sería hija del patriarcado aún vigente en nuestros días. 

La segunda razón, de naturaleza filosófica, sustenta que el ser humano es un ser decadente. No en un sentido ético sino ontológico. Es decir, su naturaleza es tal que nunca consigue ser lo que debería o desearía ser. Hay en él una amarra interna que le impide dar el salto necesario: controlar e integrar sus impulsos, que no son en sí malos, sino naturales: la cólera, el uso de la fuerza, el poder como capacidad de dominación. El ser humano decae en el sentido de dar rienda suelta a estos impulsos y así se torna inhumano. ¿De dónde le viene esa incapacidad? ¿De la contradicción entre el deseo infinito y la realidad finita? Bien podría convivir jovialmente con el infinito, acogiendo su ser finito. Pero no lo hizo y no lo hace. La herida sigue sangrando y haciendo sangrar. 

Tengo para mí que la sabiduría judeocristiana, tan ancestral, nos trae alguna luz. Habla de pecado original. El término no es bíblico, pues ahí se usa “pecado del mundo”, o “el ser humano es inclinado al mal desde su juventud”. Pecado original es un término creado por San Agustín (354-430) en su intenso intercambio de cartas con San Jerónimo y en polémica con el teólogo Pelagio. 

Pecado original, según él, no tiene la connotación temporal de “desde los orígenes”. Original concierne al núcleo originario, primero y esencial del ser humano. En su interior más profundo existe una ruptura: con la naturaleza, no respetando sus ritmos, con el otro, odiándolo, y con el Definitivamente Importante. Él se considera el más importante por estar dotado de razón. Por ella imagina que puede dar cuenta de sí mismo, como si él mismo se hubiese dado la existencia y no Alguien que lo hace venir a este mundo. Pecado original es esa hybris y arrogancia. Significa: magnificar su yo hasta el punto de excluir a los otros y al Gran Otro que lo creó. 

La consecuencia primera es la instauración de la dictadura de la razón. Ella pretende explicar todo y por ella dominar todo. Propósito vano. El ser humano no es sólo razón. Es principalmente corazón, sensibilidad y amor. Bastante antes de la razón, el logos, en términos de la antropogénesis, vino el sentimiento, el pathos. Esta dimensión ha sido reprimida y hasta negada. Con eso dejó de sentir al otro, de ponerse en su lugar, de alegrarse y sufrir con él. Lo objetivó, es decir, lo hizo objeto de uso y abuso. Surgió la dominación del otro. Comenzó la esclavización de un humano sobre otro humano. 

No sentir a los otros como nuestros semejantes y no tener empatía con ellos es “nuestro pecado original”, origen de la esclavitud de ayer y de hoy y del sistema de explotación sistemática de las personas en función de la acumulación privada, del yo sin los otros. Sin abrazar al otro como co-igual y sin oír el grito de la Tierra, se sigue reproduciendo el pecado original. Pero no habrá futuro para nuestro tipo de mundo y de civilización. Otro mundo vendrá de libres y de fraternos conviviendo alegremente en el corto tiempo que nos es concedido.     

Fuente: https://acento.com.do/2020/opinion/8778440-por-que-hay-humanos-que-esclavizan-a-otros-humanos-ayer-y-hoy/

Imagen: https://www.telesurtv.net/news/esclavitud-moderna-indice-reino-unido-eeuu-cifras-20180723-0028.html

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El otro lado de la moneda: ¿Cómo afecta el sistema patriarcal a los hombres? A propósito del caso de Johnny Depp.

Por: Narescka Culqui Martínez

El patriarcado es un sistema basado en la preeminencia del hombre sobre la mujer, a quien se le coloca en una posición de inferioridad que la conmina a sufrir opresión, violencia y el desconocimiento de sus derechos. En suma, el patriarcado constituye una fuente de desigualdad por excelencia.

La categoría universal de ‘hombre’ utilizada por el patriarcado evoca a lo masculino, en el sentido tradicional de macho dominante y hegemónico. Encarna, pues, la figura de un hombre superior a la mujer. Lo cual la convierte en una suerte de víctima del patriarcado. Nada más cierto que eso. Sin embargo, al rebuscar un poco más, nos encontramos con otra víctima (muchas veces invisible) de este sistema opresor: el mismo varón.

En efecto, el patriarcado postula una figura única del ‘ser y debe ser’ para los hombres. Los condena a un estereotipo y les niega la riqueza de una identidad propia construida por diversos factores. Este sistema ‘sobreexige’ a los varones y los obliga a demostrar hombría y virilidad para generar aceptación y aprobación en los otros. Y esto, a su vez, engendra una ola de machismo y violencia.

Son 166 feminicidios los que se cometieron en el 2019, y a enero de 2020 ya se han registrado 20 casos. Esta es la forma más grave de violencia ejercida hacia las mujeres. Pero si de cruzar el cerco de la violencia se trata, debemos reconocer que son dos las víctimas del sistema patriarcal: tanto la mujer como el varón. Este último si bien lo es en menor medida (o frecuencia), no deja de ser víctima al fin y al cabo. Por consiguiente, ese cerco de violencia debe ser cruzado por todos. El verdadero enemigo es el sistema patriarcal y la educación es el más eficaz antídoto contra ese veneno letal.

Es necesario empezar a mirar esas otras formas de masculinidades que siempre hemos tenido a nuestro lado y que sin ser hegemónicas se han encarnado en los hombres reales –en cada uno de ellos–. Los varones sí lloran y claro que pueden mostrar sus emociones, debilidad y delicadeza al actuar. Una restaurada masculinidad los concibe fuera de libretos, como sujetos iguales a las mujeres, con las mismas capacidades y oportunidades.

Si luchamos contra el sistema opresor, luchamos contra la violencia. Y esta puede provenir de hombres o mujeres. Un caso emblemático es el de Johnny Depp, quien luego de varios años ha demostrado que en su relación de pareja él era quien sufrió violencia y no su esposa, como esta pretendió hacerle creer al mundo entero. Es entendible que frente a esta denuncia el movimiento feminista haya visibilizado la violencia sufrida supuestamente por la esposa, ya que son las mujeres las que viven, a diario, más experiencias de maltrato, acoso y violación sexual. Pero, aun así, es innegable también que hay mujeres que pueden mentir en sus denuncias porque, fuera del género, son seres humanos hechos de emociones. Aunque suene complicado, este es un factor que debe tenerse bajo la mira para no perder el rumbo y cometer injusticias.

Aquí hay una gran lección que sacar: la confusión de las personas respecto del feminismo no procede de su realidad teleológica, pues su fin categórico es lograr la igualdad de las mujeres (nadie en su sano juicio se opone a esto). El descrédito del feminismo se origina, por el contrario, en la realidad palpable. En esa que se construye con las acciones de las personas que, sin intencionalidad, se alejan del sentido común en defensa de la mujer (tal como, al parecer, sucedió en el caso de Depp o del joven argentino que se suicidó tras ser acusado falsamente de violador). ¿Hay que creer en la mujer? Claro que sí. Pero eso no significa que por una sola acusación se deba hacer una lapidación pública del hombre de buenas a primeras.

La consigna global es una sola: demoler el sistema patriarcal que oprime a mujeres y hombres para lograr la igualdad plena. Derruir un sistema que no solo ejerce presión en las mujeres, sino también sobre los hombres y los mantiene en silencio, encerrados en lo ‘masculino’. A tal punto que si una mujer los violenta, el constructo social (tradicional) les impone el silencio porque son machos y aguantan todo. Si se quejan son ‘poco hombres’, ¿no? ¿O me equivoco? Este es un tabú, pues. La violencia es violencia, venga de donde venga. Darle la espalda a los hombres es atacar un problema público a medias tintas.

Las políticas públicas del Estado deben promover medidas que sean omnicomprensivas de hombres y mujeres, si el mensaje que se busca es el de la igualdad. Pensar solo en la mujer nos hace perder la ruta de aquello que en sustancia pretendemos como sociedad. Si actualmente hemos tomado conciencia de los feminicidios es porque los cuantificamos al existir una figura penal. Y ello se lo debemos al movimiento feminista (¡Enhorabuena!). Sin embargo, respecto de los varones no ocurre lo mismo, no hay cifras ni estadísticas. ¿Qué pasa con los hombres violentados? ¿Cómo se tratan esos casos? Hay un vacío grande, ¿verdad? Urge, por tanto, utilizar las experiencias vividas para repensar las cosas porque la igualdad se enseña con acciones reales y no distingue ni sexo ni género.

Fuente: https://naresckaculquimartinez.lamula.pe/2020/02/06/el-otro-lado-de-la-moneda-como-afecta-el-sistema-patriarcal-a-los-hombres/naresckaculquimartinez/

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El nuevo y el viejo “pin parental”

El nuevo y el viejo “pin parental”

  • «Estamos ante una nueva guerra cultural planteada por la derecha y la extrema derecha. Es necesario combatir el “pin parental” con un sólido discurso público»
  • «Lo que esconde esta supuesta “libertad” es la potestad de imponer la ideología a los hijos, para lo que es necesario tener amordazados a los centros educativos»
  • «La lucha coherente contra el “pin parental” pasaría por exigirle al nuevo gobierno también la eliminación de los conciertos educativos»

La política educativa de los gobiernos autonómicos de PP y Ciudadanos con apoyo de VOX contribuye a clarificar la “naturaleza” de los mismos. Encontramos, por una parte, una previsible sintonía en materia económica en el seno del “trifachito”: son gobiernos con una dura agenda neoliberal que conciben los servicios públicos como nichos de negocio. Fijémonos en Andalucía: el recorte de líneas en centros públicos en combinación con medidas anunciadas como la extensión de los conciertos educativos a FP y Bachillerato, por ejemplo, evidencian la inspiración del “trifachito” en tantos años de políticas educativas del PP en la Comunidad de Madrid, anteriores a la emergencia de VOX. Por otra parte, estas agresivas políticas se aderezan con medidas planteadas por la extrema derecha pensadas para contentar al electorado más reaccionario, como la inclusión de la caza en el currículo o la implantación del “pin parental”.

Esta última es objeto de una polémica después de que en Murcia el gobierno de PP y Ciudadanos la hayan aceptado a cambio del apoyo de VOX a los presupuestos. Un chantaje similar se está dando en Andalucía. Se habla de “PIN parental” porque sería, grosso modouna solicitud que permitiría a los progenitores no solo requerir información a la dirección del centro sobre ciertas charlas o actividades, sino evitar que sus hijas e hijos asistan o participen en las mismas. Los contenidos “intrusivos” que pretenden vetar son -obviamente- los relacionadas con la memoria histórica, con la educación afectivo-sexual, con la lucha contra las violencias machistas y la LGTBIfobia, y con el fomento en general de la convivencia y el conocimiento y la aceptación de la diversidad.

Digámoslo claro: ese veto que llaman “PIN parental” es un mecanismo de censura de contenidos curriculares que forma parte de una estrategia más amplia de criminalización de la lucha contra la xenofobia, las violencias machistas o la LGTBIfobia, al tiempo que cuestiona la educación pública y a su profesorado. Para combatirlo hemos de tener en cuenta dos aspectos.

Hay que empezar poniendo sobre la mesa que la implantación del “pin parental” será difícil porque choca con la legalidad vigente. De hecho, cuando el presente curso arrancó en Andalucía, con la amenaza -por una parte- de la implantación de esta medida, y la llegada a los centros -por otra parte- de material de cierta organización ultracatólica defendiéndola, en el sindicato USTEA elaboramos un documento que estamos distribuyendo por los centros en el que se explica la legislación que no solo ampara, sino que obliga al profesorado a trabajar los contenidos que estos censores quieren vetar, con el objeto de informar y, por así decirlo, “tranquilizar” a las y los docentes. Lo ocurrido estos días lo ha puesto en evidencia: horas después de saberse que el gobierno de Murcia daría curso al “pin parental”, la ministra Isabel Celáa amenazaba con llevarlo a los tribunales si no lo retiraba, pues choca con leyes de ámbito autonómico y estatal, empezando por la propia ley de educación. Por su parte, el gobierno de Andalucía ha dicho que está estudiando el “encaje legal” de la medida.

Pero sería un error centrarse en el terreno de la legalidad. Estamos ante una nueva guerra cultural planteada por la derecha en general y la extrema derecha en particular. Es necesario combatir el “pin parental” con un sólido discurso público que, entre otras cosas, cuestione la tópica apelación -de nuevo- a la libertad, en esta ocasión a “la libertad de los padres a elegir la educación de sus hijas e hijos”.

De la apelación de la derecha a la “libertad” de los progenitores para educar a sus hijas e hijos se desprende una triste sensación de cosificación y “pertenencia” que parece “anularlos”, como si formaran parte de su “propiedad privada”. En realidad, lo que esconde esta supuesta “libertad” es la potestad de imponer la ideología a los hijos, para lo que es necesario tener amordazados a los centros educativos. Lo que debemos defender, porque es lo que aquí está en juego, es la libertad y el derecho de las y los jóvenes a recibir una educación integral, que les posibilite conocer y conocerse, también en lo referente a su sexualidad.

Porque no se trata solo de educar al alumnado en la diversidad, convirtiendo así la escuela –por emplear una socorrida metáfora- en una “ventana al mundo”. Las aulas deben ser también espacios desde los que contribuir a la lucha contra las opresiones, porque también hay que pensar en la libertad y los derechos de quienes las sufren. En esa alumna o ese alumno que está descubriendo su identidad LGTBI, a los que la escuela debe proporcionar formación y referentes que le sirvan de herramientas para facilitarle la comprensión y la aceptación (el periodista Raúl Solís escribía este fin de semana que de haber existido el “pin parental” cuando él tenía 16 años quizás se habría suicidado). O en esa alumna que sufre porque, pongamos por caso, su pareja le coge el móvil o la controla en las redes sociales, a la que la escuela pública debe explicar que eso es también violencia machista. Los ejemplos, en fin, podrían multiplicarse. Y vamos incluso más allá de la libertad y los derechos del alumnado: tenemos que luchar desde las aulas contra la opresión del heterocispatriarcado porque está oprimiendo y matando a la mitad de la población mundial, y están en juego la libertad y los derechos de esa mitad, o tenemos que hablar de emergencia climática porque también está en juego nuestro planeta, y no puede ser arrasado por los beneficios de una minoría en el marco de un sistema económico que es incompatible con los límites de la biosfera. De nuevo los ejemplos podrían multiplicarse.

La aceptación, en fin, de que desde los centros educativos debemos trabajar para proporcionarle al alumnado una formación integral y contribuir a la lucha contra las opresiones nos lleva a plantearnos una cuestión: ¿qué hacemos entonces con la educación concertada y privada? Porque lo que ahora llaman “pin parental” es tan solo, en realidad, un nuevo tipo de “PIN parental”. Hay otro muy arraigado al que también hay que oponerse: el que se aplica en las escuelas concertadas y privadas, en manos en su mayoría de la Iglesia. La activación del viejo “pin parental” no depende solo de la solicitud de los progenitores: el ingreso en esos centros educativos conlleva el veto automático a determinados contenidos y enfoques. Y en el caso de la concertada, ese “pin parental” se subvenciona con dinero público. En este sentido, resulta irónico y contradictorio que la ministra Celáa hable del derecho fundamental de las niñas y niños a ser educados, y afirme cosas como que “una familia homófoba no tiene derecho a que los hijos sigan siendo homófobos”, que evidentemente comparto, cuando el PSOE ha amparado y protegido la escuela privada y concertada.

Por eso, la lucha coherente contra el “pin parental” pasaría por exigirle al nuevo gobierno no solo que lleve a los tribunales a las Autonomías que pretendan implantarlo, sino también la eliminación de los conciertos educativos. Y más aún, debe llevar a cuestionarnos la existencia misma de la educación concertada y privada.

Fuente de la Información: https://www.cuartopoder.es/ideas/2020/01/21/el-nuevo-y-el-viejo-pin-parental/

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Razones para levantarse en armas

Razones para levantarse en armas
Crítica de la película francesa La espuma de los días, de Michel Gondry, con enfoque antirracista y anticlasista
Diana Carolina Alfonso
Rebelión
“En 1790, solo unos pocos meses antes del comienzo de la insurrección que sacudió Saint Domingue y llevó al nacimiento revolucionario de la independencia de Haití, el colono francés La Barre tranquilizaba a su mujer residente en la metrópoli sobre la vida tranquila en los trópicos. Escribió: “no hay ningún movimiento entre nuestros negros […] Ni siquiera piensan en ello. Son muy tranquilos y obedientes. Entre ellos una revuelta es imposible”. Y le aseguró otra vez: “no tenemos nada que temer de parte de los negros; son tranquilos y obedientes”.

Y otra vez: “los negros son muy obedientes y siempre lo serán. Dormimos siempre con las puertas y ventanas abiertas de par en par. Para los negros la libertad es una quimera” (Dorsinville, 1965)” 

Michel-Rolph Trouillot

La mano viene más o menos así: Una pareja se casa, la chica enferma y arranca un drama de flores, existencialismo y una batería inusitada de nihilismo. Nada fuera de lo normal. La historia no pasaría de ser un típico drama pluvial francés de no ser por los personajes secundarios.

El «empleado doméstico» es un hombre negro que cumple todas las cualidades del buen hombre negro, conciencia blanca mediante: es hacendoso, bailarín, no se queja y además es un pene negro a disposición del deseo de cuanta mujer blanca le requiera, llegando incluso a prostituirse al compás de divertidos guiños propios de la exotización sexual.

Ya la cosa viene mal cuando se presenta al resto del reparto del «sector servicios». El hombre de la grúa que maneja la maravillosa nube voladora es un latino que trabaja en la construcción. ¿Dónde más si no? La mujer de los ticketes del tren es… negra, obvio. Y así sigue la película, nada fuera de lo normal.

La otra mujer negra de la película es todo lo que tiene que ser una buena mujer negra, conciencia blanca mediante: no solamente parafrasea con gran soltura a Partre (Sartre) sino que además es vestida (pese a su negativa, con nula resistencia) como Simone de Beauvoir. En resumen es bella, delgada, letrada, formal, bien vestida y feminista. Todo viene bien, hasta que un día estalla a razón del desamor de su novio blanco. Con total frialdad, del otro lado del muro que la separa de su amiga, la buena negra se acuesta con el doliente protagonista, quien en medio de un delirio que le torna frágil y depresivo, asume con cierto desgano la tarea de cogerse a la amiga de su esposa. Desespera, pero no enferma. La debilidad corporal es privilegio de la pareja blanca. No, ella sufre de histeria, revanchismo y muere.

El relato de su muerte no existe. Se reduce a un dedo silencioso sobre los labios de su tío, el empleado doméstico.

Sobre la envidia y la histeria de la humanidad colonizada, Fanon escribe:

“La mirada que el colonizado lanza sobre la ciudad del colono es una mirada de lujuria, una mirada de deseo. Sueños de posesión. Todos los modos de posesión: sentarse a la mesa del colono, acostarse en la cama del colono, si es posible con su mujer. El colonizado es un envidioso. El colono no lo ignora cuándo, sorprendiendo su mirada a la deriva, comprueba amargamente, pero siempre alerta: “Quieren ocupar nuestro lugar.” Es verdad, no hay un colonizado que no sueñe cuando menos una vez al día en instalarse en el lugar del colono”.

Una última perlita que termina por romperle la mente a cualquiera que no haya sido anestesiadx por el ego mundial de la intelectualidad blanquecina, o por el mundo atrapado entre las tensiones de dulces y colores, nivel anarquismo high class del Gran La Plata:

Avanzada la enfermedad de la protagonista, el esposo «tiene» que buscar trabajo. La crisis económica golpea la armonía del hogar. Justo cuando se cree que la trama no puede ser más cínica en su elitismo, el «empleado doméstico» empieza a envejecer. Al ser un ajuar más de la vivienda, su cuerpo se deteriora con el derrumbe del hogar. El dilema personal de su empleador se revela cuando tiene que echar al “doméstico”. Porque además de ser sacrificado, sexualizado y prostituído, el buen negro es fiel. Y aun cuando la vida se degrade con el paso de los días, el libre albedrío en esas condiciones se reduce a morir en benévola servidumbre.

Fin de la película.

No hay hedonismo sin un previo proceso de individuación, negación o subvaloración de los conflictos que no constituyen la estructura subjetiva de la tranquilidad blanca.

Después de la revolución haitiana (que es una revolución anti-francesa, jamás una consecuencia de la Revolución Francesa) Napoleón prohibió la divulgación de cualquier acontecimiento ligado al país antillano. Aunque cueste creerlo, tuvieron que pasar casi doscientos años y un terremoto para que un gobernante francés volviera a pisar suelo haitiano. Tras su paso por el país, Jacques Chirac comentó a la prensa que «formalmente, Haití nunca había sido una colonia francesa»(Seitenfus, 2016). En el 2015 volvió a venir otro presidente francés, probablemente a organizar el negocio de la lástima que había emprendido su predecesor con laborioso ánimo salvacionista. Aquel año el pueblo haitiano recibió a François Hollande con la poca amabilidad que distingue a los negros que no son buenos. Le exigieron que formalizara el reembolso de la multimillonaria multa que la Francia imperial habría impuesto a Haití tras la revolución antiesclavista y antifrancesa de 1804.

Al día de hoy la revolución haitiana no existe en los cánones de la historia occidental, mutis por el foro en la historiografía francesa. Lxs pocxs eurocentradxs que han abordado el tema, la tratan como una consecuencia de la revolución francesa, otros escriben, y cuentan con total desfachatez, que fue un eco de la revolución yanki. Lo que desde los tiempos de la colonia han querido silenciar es que la Revolución Haitiana no solo fue la primera en abolir la esclavitud -y no estoy hablando de artículos y leyes al pedo- sino que además encumbró la posibilidad de la emancipación de lxs esclavxs a nivel mundial.

Olvidar esta parte de la historia nos lleva al argumento, nada inocente de Gondry: La libertad es un privilegio del hombre blanco que rompe cadenas o de la mujer blanca que lleva su maravillosa libertad a las mujeres periféricas.

A la película le falta lo que le falta a la conciencia occidental: pensar que lxs sometidxs cuentan con su violencia organizada para cambiar la historia. No hay sometimiento sin resistencia.

Capítulo aparte nos merece la reificación sexual del cuerpo del hombre negro. Para los antillanos el turismo sexual de las mujeres blancas ha motivado ríos de tinta, como lo enuncia el martiniques Édouard Glissant en su libro El Discurso Antillano.

Para avanzar con una lectura del feminismo negro sobre la reificación sexual de los hombres negros, recomiendo también la lectura de El mito del violador negro de Angela Davis.

En síntesis, el hedonismo (nihilista siempre) es como un gran pedo de chicle. Y La espuma de los días es eso: la pompa de la maravillada estupidez neocolonial, violenta en sus conflictos mentolados.

*Léase blanco/blanca como una estructura de sentido basada en los principios clasistas/racistas de exclusión colonial. La cuestión blanca poco tiene que ver con cromatologías o disquisiciones fisiológicas.

Texto original https://historiaygeopolitica.wordpress.com/2020/01/13/la-espuma-de-los-dias-razones-para-levantarse-en-armas/

Fuente de la Información: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=264657&titular=razones-para-levantarse-en-armas-

Autor: Diana Carolina Alfonso
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