Pedagogía, colonialismo y psicopolítica. El caso mapuche en Chile

Por Sergio Caniuqueo Huircapan

La pedagogía es un producto cultural, adecuado a las transformaciones históricas de un pueblo, desarrolla aspectos epistémicos y ontológicos de una sociedad a partir de estructuras, en la cual la información, conocimiento y saber se distribuyen en agentes y espacios, estableciendo procesos de veracidad, fiabilidad, legitimación, transmisión y construcción de contenidos. La pedagogía es un sistema amplio, donde el aprendizaje y enseñanza ha sido definido bajo estructuras de poder, para proyectar una sociedad determinada, bajo socializaciones específicas.

La sociedad mapuche construyó sistemas pedagógicos, que se fueron adecuando a sus transformaciones históricas, así los familiares de los niños/as, por línea paterna, eran los primeros educadores, cada contenido era la síntesis de las relaciones sociales y con la naturaleza en un nicho ecológico. La información, entendida como la construcción de datos, el conocimiento, como una forma significativa de integrar datos para a ser utilizados en la vida práctica, el saber, como acción reflexiva y base para construir nuevos conocimientos, se iban desarrollando desde una perspectiva territorial, de acuerdo a los hitos que vivía cada comunidad y su interacción con otras comunidades. La visión de mundo respondía a un consenso de información, conocimientos y saberes, existiendo cosmovisiones fundadas en el dialogo de saberes.

Las sociedades estatales, incaicas e hispanas, no lograron someter ni seducir al mundo mapuche en sus pedagogías. La sociedad mapuche desarrolló conocimientos y saberes diferenciados, a nivel comunidad como de estructuras mayores, complementándolos a partir de una división social del trabajo. La historia muestra como los mapuche se desplazaban por diversas fronteras, indígenas e hispanas, viviendo diversas experiencias. Estas fronteras hispanas no fueron limitante para adquirir nuevos conocimientos, incluso en el siglo XVIII existió la escuela de naturales para los hijos de líderes indígenas.

La invasión del estado chileno al país mapuche, construyó un antagonismo hacia las pedagogías mapuche, instalando una dictadura del conocimiento, estableciéndose la imposibilidad de dialogo, estructurando a la escuela como un mecanismo ideológico de la subordinación colonial, que instalaba el sentimiento de inferioridad en el mapuche. Esto no impidió la socialización de los sujetos mapuche en su cultura, en situación de subordinación y minimizada por las condiciones sociales y materiales que la sostenían.

En estos últimos años, la escuela ha pasado de su función disciplinar colonial, a ser la administradora de los subjetivismos, agenciando la identidad, a partir de la educación intercultural.  De la biopolítica, como control social del sujeto, ha pasado a la psicopolítica, un control de la psique del sujeto, con un reconocimiento a la diferencia, institucionalizando a la cultura, como nueva forma de dominación colonial. Así la impronta zapatista “Es necesario hacer un mundo nuevo. Un mundo donde quepan muchos mundos, donde quepan todos los mundos.” puede ser tomada por el mercado para expresar “United Colors of Benetton”. La capacidad de subjetivar del mercado ha permeado al Estado, la cultura pasa a ser un bien de consumo, generando un reconocimiento al subalterno, con una escuela basada en criterios comerciales, donde un niño es un usuario, un cliente del sistema escolar, que consume su cultura, desprovista de un sentido crítico, pero articulado al mercado.

Sin embargo, hay esperanza en aquellas pedagogías mapuche, hoy marginales, que pueden decir que tipo de niños mapuche socializados quieren para un nuevo proyecto de sociedad, en espacios urbanos y rurales. Las pedagogías mapuche enfrentan la necesidad revitalizar y construir nuevos contenidos, agentes y espacios, con nuevos diálogos de saberes y horizontes utópicos para una modernidad alternativa.

En revista NovAmerica  N° 149, pág. 53. Brasil

[1] Historiador Mapuche. Centro Interdisciplinario de Estudios Interculturales e Indígenas, Pontificia Universidad Católica de Chile. Proyecto CONICYT/FONDAP 15110006.

Comparte este contenido:

Entre la pedagogía freireana y el pensamiento decolonial

Por Inés Fernández Moujan,

Universidad Nacional de Río Negro

Poner en diálogo el pensamiento crítico de Paulo Freire y algunas de las discusiones que viene elaborando el proyecto decolonial en torno a la colonialidad, se torna de primordial importancia, si de lo que se trata es de realizar un debate pluralista de ideas desde el pasado y con el análisis del presente. Siendo que la propuesta freireana es un antecedente y fuente ineludible del pensamiento decolonial[1], estas reflexiones tienen como objetivo principal presentar algunas de las líneas centrales de la discusión que plantea el pedagogo latinoamericano sobre la concepción ético-política de la educación, los desarrollos teóricos y prácticos en torno a la educación, la relación opresor oprimido, la relación poder/saber, la vía de la liberación.

Los desarrollos teóricos de Paulo Freire participan en el contexto de debate del pensamiento latinoamericano y cada uno de ellos constituye hoy un aporte substancial a la corriente crítica de la pedagogía latinoamericana y del mundo en general. Al poner el foco en el cuestionamiento sistemático a las formas de poder que se presentan en el acto educativo Freire señala que este ejercicio del poder paternalista y vertical se encuentra estrechamente ligado a las relaciones sociales y culturales de dominación colonial opresor/oprimido. En este sentido su mirada crítica de la realidad, sus escritos y toda su praxis muestran que las determinaciones de poder que se presentan claramente en la relación educativa no son unilineales ni unidireccionales, sino heterogéneas, discontinuas, conflictivas y que detrás de ellas está permanentemente presente la marca de la condición colonial, el lado oscuro de la modernidad.

Desde esta perspectiva se concluye que el retorno actual al pensamiento freireano asume la condición colonial como el lado oscuro de la modernidad y la entiende como intrínsecamente anudada a ésta. Con la “educación liberadora” se asume la ética y la política dejando atrás la “no-ética colonial”, se transita hacia una praxis de descolonialización, inspirada en una “ética otra”, ética de generosidad humana y la responsabilidad. Es la Ética que restituye la palabra negada y silenciada de los pobres, de los desarrapados del mundo, de los “condenados de la tierra”.

Para sostener lo antes planteado es primordial situar en primera instancia a Paulo Freire como un intelectual crítico[2], que asume con total compromiso la voz de los que no tienen voz. Sujeto que encarna el sufrimiento de los oprimidos, que no se limita a ser un simple profesional sin rostro que únicamente se interesa de cuidar el lugar de privilegio que ocupa. El maestro “es un individuo dotado de la facultad de representar, encarnar y articular un mensaje, una visión, una actitud, una filosofía u opinión”[3] para y a favor de los oprimidos[4], con una misión específica que es hacer públicas las críticas a las situaciones conflictivas, complicadas, oponiéndose a la ortodoxia y al dogma, y con un actuar que subvierte el orden establecido siendo su razón de ser representar a los “condenados de la tierra”[5].

En concordancia con lo expresado Enrique Dussel argumenta: “Desde las ciencias sociales críticas el criterio de demarcación se define desde la comunidad de víctimas, cuando interpelan convocando a la solidaridad, a la re-sponsabilidad de los intelectuales orgánicos a colaborar responsablemente en la critica científica del sistema que los oprime. Dicha interpelación pone a dichos intelectuales en posición de exterioridad […] con respecto al orden social establecido desapareciendo doblemente el espectador desinteresado[6]

Por su parte Freire como pensador crítico realiza un aporte invalorable al pensamiento latinoamericano en todo su sentido, porque es una figura representativa que se compromete con su punto de vista, lo representa y supera las barreras que se le imponen. Es un hombre con “vocación para el arte de representar, ya sea hablando, escribiendo, enseñando”[7] que cree en aquello que expresa, “escribir para mi es tanto un placer como una tarea política que es preciso cumplir[8], no duda en transmitir su experiencia, sus ideas, “no importa por qué razón despertamos un día en tierra extraña. El hecho de experimentarlo trabaja, con el tiempo para que nuevas situaciones nos re-pongan en el Mundo[9], su tarea intelectual es un compromiso con su tiempo, en el dar la cara confronta, se compromete con el conflicto, con la realidad que le toca vivir no tolerando el cinismo que hiere en lo más profundo del ser, por esto subraya en Pedagogía de la Esperanza: “soy sustantivamente político y solo adjetivamente pedagogo[10].

Con su discurso y su práctica Freire interpela y se deja interpelar, se dispone al “Otro[11], subjetiva y objetivamente “salimos para el exterior no para descubrir el secreto de los otros, sino para descubrir el secreto de nosotros mismos[12], tarea ética y política que desoculta, desentraña lo que alguien -el opresor, el poderoso, el rico, el blanco, el europeo, el pensamiento hegemónico del ser- oculta. Recuperar, entonces, la matriz intelectual crítica de Freire es posible si se sitúa en primera instancia la reflexión en el contexto cultural, social, político y económico de surgimiento de su teoría, dado que Paulo Freire -tal como lo describe uno de sus biógrafos[13], Moacir Gadotti[14]– fue un hombre de su tiempo, el pensamiento de Paulo Freire es una teoría del conocimiento de su tiempo, para entender la misma es necesario señalar el contexto social en que surgió, el inicio de su praxis , la cual se sitúa en el Nordeste brasileño, donde en la década de 1960, la mitad de sus habitantes eran analfabetos. Es desde allí donde Freire sostiene que es necesario que el analfabeto pronuncie su propia palabra, la palabra oprimida, para ser dueño de su propio destino, resistir y superar el estado de opresión y sojuzgamiento[15]. La condición de posibilidad de la liberación se encuentra en la exterioridad a la totalidad[16], exterioridad que es encarnada por el oprimido, situación desde la cual es posible elaborar un pensamiento crítico. De esta manera la liberación es posible desde las clases explotadas, es viable si se asume la propia condición, si se la apropia críticamente para generar otros discursos y otras prácticas tendientes a la transformación de un mundo injusto. Esta operación liberadora necesariamente debe reconocer la deshumanización como realidad histórica:¿Quién mejor que el excluido para comprender la necesidad de la liberación?¿Quién sentirá mejor que ellos los efectos de la opresión?¿Quién más que ellos para ir comprendiendo la necesidad de la liberación”[17]. Asumir la inconclusión dentro de un contexto real y concreto afirmarse en la pretensión de libertad, de justicia los oprimidos recuperan “su humanidad despojada”.[18]

Paulo Freire denuncia la colonialidad. Comparte con Dussel y Mignolo el locus de enunciación, participando del reclamo de los oprimidos, de los pobres del mundo. Es así como en continuidad con la línea trazada por Freire, Dussel y Mignolo desde el proyecto decolonial, realizan una crítica sostenida a la modernidad eurocéntrica, e incluyen en su agenda la cara negada de la modernidad, la colonialidad. Desde este lugar de conflicto sugieren caminos alternativos posibles en donde poner en cuestión desde la exterioridad, los supuestos epistémicos que constituyeron la hegemonía europea. En efecto los tres pensadores latinoamericanos comparten la denuncia a la modernidad/colonialidad.

Por ello Dussel en su texto “Sistema –Mundo y Transmodernidad[19], en el marco de la Filosofía de la Liberación sitúa la importancia de la crítica a la modernidad y la contextualiza. Proponiendo como eje una vía crítica de pensamiento de acción ante la globalización eurocéntrica-norteamericana. Señalando que ante el impacto de la modernidad eurocéntrica las distintas culturas irrumpen dando respuestas variadas y renovadas “en un horizonte cultural más allá de la modernidad”[20]. Por otro lado argumenta Dussel la propuesta de un sistema/mundo se afirma a partir del siglo XVIII y se origina con la invasión al continente americano por parte de Europa (1492, tornándose hegemónico mundialmente recién a partir de la Revolución Industrial (Francia, Inglaterra, Alemania), “la visión del sistema-mundo intenta demostrar que desde fines del siglo XV Europa por el descubrimiento de América comenzó a desplegar dicho sistema-mundo como imperio-mundo[21] en este momento nace una “economía-mundo-europea[22]. Junto con Freire, Dussel reacciona proponiendo un pensamiento otro, la transmodernidad, nueva interpretación crítica del fenómeno moderno. Este “más allá” que Dussel va a denominar transmodernidad, interpretando desde la exterioridad el fenómeno de la modernidad para contar lo no contado, “subsumiendo lo mejor de ella pero fuera de ella a los componentes esenciales de las culturas excluidas. Máxima exterioridad, momentos culturales situados fuera de la modernidad[23]. Afirma entonces que la modernidad/colonialidad operó con la exclusión de lo no europeo como criterio civilizador. Por ello se hace necesario un pensamiento crítico desde la exterioridad, la “transmodernidad más allá del mundo y del ser”[24].Transmodernidad punto de arranque desde la exterioridad de la modernidad, desde lo que la modernidad excluyó, ignoró, alteridad opacada, salvaje, incivilizada, negra, india. La transmodernidad de este modo denuncia la exclusión por parte de la modernidad de la mayoría de la humanidad, señalando que a pesar de negación las mayorías resisten y tiene un potencial importantísimo de invención. El “más allá (trans)” indica el punto de arranque desde la exterioridad de la modernidad desde lo que la modernidad excluyó, negó, ignoró, como insignificante, sinsentido, bárbaro, “diversos nombres puestos a lo no humano, a lo irrecuperable, a lo sin historia, a lo que se extinguirá con el avance arrollador de la civilización”[25].Tal como plantea -en la tesis inicial del texto citado- “la modernidad opera hegemónicamente desde hace solo 200 años, poco tiempo para haber penetrado en el “núcleo ético-mítico de las estructuras intencionales culturales milenarias”[26] es por ello que la toma de conciencia por parte de las culturas ignoradas va en aumento, operando el descubrimiento de su identidad negada, esto permite bosquejar para el siglo XXI “un mundo cultural, más allá de la pretensión homegeneizadora de la globalización capitalista actual y de su cultura pretendidamente universal y aún de la afirmación de la diferencia posmoderna a la que le cuesta imaginar otras universalidades culturales”[27]. Se trata desde la transmodernidad asumir lo mejor de la revolución tecnológica, para ponerla al servicio de mundos culturales diferentes “antiguos y actualizados, con tradiciones propias y creatividad ignorada”[28].

Por otra parte en articulación con la propuesta de Dussel, Mignolo –desde la ciencias sociales- en su texto “Paradigma otro, pensamiento fronterizo, colonialidad del poder” nos comunica que se ocupará de “bosquejar un paradigma otro de pensamiento crítico, analítico y utopístico”[29] . Así es como su propuesta tiene sus fundamentos en el grito del sujeto, “en las vidas que gritan a través del sujeto, las miserias a las que fueron llevadas por años de colonialismo y de civilización neoliberal[30]. Por ello argumenta que el paradigma otro es necesario para conectar formas de pensamiento emergente asentado en la experiencia marcadas por la colonialidad. En efecto el paradigma otro se propone denunciar el agotamiento del proyecto moderno. Locus de enunciación que piensa el conocimiento como geopolítica. Lugares de memoria, historia, dolor, lenguas que ya no son lugares de estudio sino de pensamiento, lugares epistémicos. Paradigma otro, argumenta Mignolo, que se conecta con “una experiencia histórica común: el colonialismo; y por un principio epistémico que ha marcado todas sus historias: el horizonte colonial de la modernidad. Esto es, la lógica histórica impuesta por la colonialidad del poder[31].

Desde esta perspectiva la colonialidad que es la cara oculta de la modernidad que con el proyecto neoliberal adquiere nuevas formas de colonización. Por otra parte -continúa Mignolo- “se gestó como relación dialógica y asimétrica de poder en el siglo XVI y sirvió de fundación a la modernidad/colonialidad hasta hoy[32] Pero la colonización europea produjo necesariamente, como resistencia un pensamiento otro que se hizo presente en el “silencio que grita detrás de cada páginas” de autores indígenas , castellanos, y latinoamericanos que denuncian la conquista y colonización de América (Waman Poma, Las Casas, Cesaire, Fanon, Dussel, Quijano, entre otros). Es así como “la geopolítica del conocimiento necesita tener en cuenta las relaciones, por un lado, entre conocimiento y colonialidad y, por el otro, las existencias entre los diferentes “rangos (lengua, epistemología, economía, poder)”[33]. Paradigma otro que tiene en común la crítica a la modernidad desde la colonialidad “no ya la modernidad reflejada a sí misma en el espejo, preocupada por los horrores del colonialismo, sino vista por la colonialidad que la mira reflejase a si misma en el espejo”[34]. Asimismo el Paradigma otro –argumenta Mignolo- se gesta en emancipación de las colonias, de las mujeres de color, en la selva amazónica, que emerge de la colonialidad afirmándose en el conflicto que implica la diferencia colonial que resiste a todo tipo de“globalización localizada y localización globalizada”[35].

De lo que se trata es pensar, discutir, reflexionar las diferencias coloniales y no de diferencias culturales tal como nos fueron inculcadas para enmascarar la injusticia, para ocultar la colonialidad del poder –argumenta Mignolo-. Inscribir a Paulo Freire en la línea de pensamiento crítico, de paradigma otro, se torna de importancia dado que su praxis no pretende transformar la diferencia colonial en objeto de estudio sino de hacerse cargo del grito desesperado de los condenados de la tierra, de los desharrapados del mundo. Por otro lado corresponde ubicar la pedagógica freireana dentro del “pensamiento fronterizo” dado que grita desde “el rumor de los desheredados de la modernidad, aquellos para quienes sus experiencias y sus memorias corresponden a la otra mitad de la modernidad, esto es, a la colonialidad”.[36]

En efecto esta pedagógica surge de la toma de conciencia y del análisis de la colonialidad del poder, dispositivo de reproducción de la diferencia colonial, lugar epistémico de enunciación que describe y legitima un poder atravesado por la dominación, el conflicto y primordialmente como por la idea de raza –como sostiene Anibal Quijano- “clasificación, operación epistémico de los seres humanos en escala de inferior a superior”[37]. Pedagogía crítica que surge desde la subalternidad colonial, que no ignora el pensamiento de la modernidad pero no se somete a él, y coexistiendo y asumiendo el conflicto que ello implica.

En articulación con lo antes dicho la educación liberadora es un acto político, como propuesta pedagógica se inscribe dentro de un paradigma ético-crítico que se piensa desde la exterioridad. Paulo Freire para enriquecer y darle potencia a supedagogía de la liberación recurre a las denuncias que realiza Frantz Fanon[38], quien saca a la superficie la situación de opresión que viven los condenados de la tierra. Fanon refiere a los oprimidos como los condenados de la tierra, los desheredados de esta manera politiza las relaciones sociales. Efectivamente tal como lo advierte Alejandro De Oto, las palabras de Fanon siguen siendo hoy el centro de una fuerte interpelación al colonialismo, el lugar de una voz dura, poderosa, encarnada en la urgencia política y moral y en el proyecto cultural y político”[39] y este Fanon se lee con claridad en la letra de Pedagogía del Oprimido,las formas de ser y de comportarse de los oprimidos reflejan en diversos momentos la estructura de la dominación[40].

Por otra parte alertar, sobre el riesgo que corre el oprimido producto de su alienación en el opresor, y en consecuencia su imposibilidad de ser, de asumirse tal cual es “colonizado” es tarea imprescindible –sostiene Freire – para recorrer el camino de la liberación. En la etapa emancipatoria el colonizado –advierte Fanon- pasa de la inmovilidad a desear el lugar del colono que es el es lugar de la supervivencia con un poder. “No hay colonizado que no sueñe cuando menos una vez al día en instalarse en el lugar del colono[41].Freire también entiende junto con Frantz Fanon que la resistencia a la colonización no es suficiente para recorrer el camino de la liberación y por ello insiste: “en tanto marcados por su miedo a la libertad, se niegan a acudir a otros prefiriendo la adaptación[42].Siguiendo las huellas de Fanon Paulo Freire –insiste- el oprimido debe asumir su lugar en el mundo, hacerlo consciente para transitar a partir de allí el camino y la lucha por la liberación.

De este modo Freire denuncia a través de su teoría y práctica pedagógica la situación de sometimiento del oprimido “Solo en la medida que descubran que alojan al opresor podrán contribuir a construcción de su pedagogía liberadora[43]. Por ello Freire continuando la línea trazada por Fanon politiza las relaciones educativas. El oprimido para ambos es aquel que“emerge del mundo marcado por la colonialidad del ser«[44]. Colonialidad que legitima la violencia moderna, aquella que Maldonado Torres denomina “no-ética”, porque es la negación de la diferencia del otro. El Otro no-es (sujeto) está invisibilizado y deshumanizado, es objeto de la violencia del opresor, del colonizador, del poderoso, del rico. Recorrer el camino de la liberación de la descolonización -afirma Fanon- es “creación de hombres nuevos. Pero esta creación no recibe su legitimidad de ninguna potencia sobrenatural, la ´cosa´ colonizada se convierte en hombre en el proceso mismo por el cual se libera. En la descolonización hay, pues, exigencia de una replanteamiento integral de la situación colonial[45]. De esta manera aparece el Otro como otro entre otros. La justicia pues, crea a partir de la relación vertical entre subjetividad y otredad relaciones horizontales entre yo y otros”.[46] De esta manera lo trans-ontológico sirve de fundamento a lo ontológico, de este modo la Ética precede a la ontología. Freire y Fanon acuden y asumen al grito/llanto del condenado. Efectivamente restauran la ética “dándole lugar humano a las diferencias ontológicas y trans-ontológicas”[47].

Por otra parte la lucha por la liberación no se justifica sólo por el hecho de tener libertad para comer, sino que es necesaria la liberación para crear y construir, para admirar y aventurarse. Tal libertad requiere que todo hombre y mujer, niño y niña, sean creativos, activos responsables, no autómatas. El resultado de la transformación, de la liberación, es el amor a la vida.[48]. ¿Por qué no arriesgar un acto de amor, reconociendo al otro como ser humano?, se interroga Freire. El amor es compromiso con los hombres. Dondequiera que exista un hombre oprimido el acto de amor radica en comprometerse con la causa de su liberación y este compromiso con su carácter amoroso es dialógico, ético y político[49]. Espacio de la ética que se inscribe en el “cara a cara”[50].

De este modo hombres (y mujeres) radicales, comprometidos con la liberación no se dejan aprisionar por la realidad, por el contrario, se insertan en ella para conocerla y transformar y no temen enfrentar, no temen escuchar, no temen el descubrimiento del mundo. No temen el encuentro con el pueblo, no temen el diálogo con éste, de lo que resulta un saber cada vez mayor para ambas partes. No se sienten dueños del tiempo, ni dueños de los hombres, ni liberadores de oprimidos. Se comprometen con ellos, en el tiempo para luchar con ellos por la liberación de todos[51]. En palabras del Maestro “nadie libera a nadie, ni nadie se libera solo. Los hombres se liberan en comunión” [52] Es así como la preocupación de Paulo Friere por la educación y por hacer de ella un espacio de crítica y de resistencia a la propuesta hegemónica, es un tema que lo desvela y pone de manifiesto su compromiso con los otros desde los inicios de su praxis. En este contexto de discusión Freire plantea como punto de partida para pensar su propuesta pedagógica que el espacio educativo se sostiene creando espacios de reflexión y diálogo que permitan al oprimido reconocer su situación de sojuzgamiento para así motorizar la búsqueda de su liberación, reconocimiento que este proceso no puede darse sino es con los otros, hombres y mujeres.

De esta manera la formulación del concepto “educación liberadora”, es un elemento central para poder desarrollar una reflexión en torno a la pedagógica freireana. Cabe en este punto la siguiente aclaración, la referencia a esta denominación –pedagógica[53]– es para afirmar que la propuesta de Paulo Freire se encuentra ligada a la reflexión filosófica. Esta conceptualización amplia y crítica de la pedagogía, es acuñada por Enrique Dussel, quien sostiene que la “pedagógica” es parte de la filosofía, en ella se piensa la relación cara-a-cara del maestro-discípulo, filósofo-no filósofo, político-ciudadano. En ella se asume que el maestro es “solo un sujeto pro-creador”[54]. Desde este punto de vista se argumenta que Paulo Freire como pedagogo nos define las condiciones de posibilidad del surgimiento del nivel del ejercicio de la razón ético-crítica como condición de un proceso educativo integral. Se trata de una revolución copernicana[55] -señala Dussel, enÉtica de la liberación en la era de la exclusión y la globalización– que está lejos de ser comprendida en el campo de la pedagogía. Freire parte del oprimido, del marginal, del analfabeto. Del educando en el límite, en cuanto tal, de aquel que necesita como nadie ser educado. Freire se sitúa en la máxima negatividad posible en la exterioridad a la totalidad, en la exterioridad negada y excluida por la expansión moderna de la Europa hegemónica. Así es como Freire tiene muchas denominaciones para el punto de partida negativo: la conciencia ingenua, la cultura del silencio, la mitificación de la realidad, etc. Se trata, estrictamente del pasaje de una conciencia sometida, masificada o fanática, a una conciencia critica. Desde la conciencia ingenua emerge la conciencia crítica, ante la cultura del silencio el poder hablar, ante la mitificación de la realidad la desmitificación, ante la deshumanización la humanización, ante el racismo el “cara a cara” [56]

En la medida que se descubran -sostiene Freire- que reconozcan que la deshumanización es una realidad histórica, los oprimidos podrán preguntarse por la otra viabilidad, la de su humanización:

“En verdad, si admitiéramos que la deshumanización es vocación histórica de los hombres, nada nos quedaría por hacer sino adoptar una actitud cínica o de total desespero. La lucha por la liberación, por el trabajo libre, por la desalineación, por la afirmación de los hombres como personas, como “seres para sí no tendrían significación alguna. Ésta solamente es posible porque la deshumanización, aunque sea un hecho concreto en la historia, no es, sin embargo, un destino dado, sino resultado de un orden injusto que genera la violencia de los opresores y consecuentemente el ser menos. Ambas, en la raíz de su inconclusión, se inscriben en un permanente movimiento de búsqueda[57]

Humanización y deshumanización, dentro de la historia, en un contexto real, concreto, objetivo, son posibilidades de los hombres como seres inconclusos y conscientes de su inacabamiento. Como así mismo la liberación será posible a través de la praxis de su búsqueda. Por otra parte en el proceso de liberación el sujeto deja de ser objeto de otro, en tanto el oprimido deja de ser emocionalmente dependiente del opresor y puede pasar de un estado de conciencia mágica/ingenua, a una conciencia crítica / política. Se trata de buscar en nuevas palabras, no para coleccionarlas en la memoria, sino para decir y escribir el mundo. De esta manera, el sujeto piensa el mundo, lo juzga, toma la palabra, se percibe testigo de la historia y se hace reflexivamente responsable de su historia.

Así es como Freire se propone realizar una crítica sostenida a la educación bancaria. Desde esta perspectiva la educación moderna ilustrada/eurocéntrica desde sus orígenes remite a una concepción alienante, que inmoviliza. Por otra parte en ella el que enseña tiene el saber que deposita en aquel que aprende y el que se educa recibe pasivamente aquello que se le da. Educación bancaria que es mera narración, discurso y disertación ante un otro pasivo, quieto, silenciado. En ésta el sujeto que narra, transmite una palabra vacía, ajena a la vida real de él y de sus educandos, desvinculada del contexto, con contenidos que son solo retazos de la realidad, “palabra hueca de verbalismos alienantes»[58]. De este modo la subjetividad del que aprende con la memorización, con la repetición, en la mecanización de sus palabras y acciones se somete. Se convierte en un mero depositario de un saber que le es ajeno, que lo deja al margen de la búsqueda, del encuentro con el mundo, con los otros, al margen de la praxis, que lo remite a un espacio vacío, en donde no puede ser ni estar. Asimismo en esta educación alienante y sabionda, en esta educación bancaria, los educadores y los educandos se someten al saber colonizador/colonial quedando al margen de toda posibilidad de una práctica creativa, crítica y comprometida: “En la visión bancaria de la educación, el saber, el conocimiento, es una donación de aquellos que se juzgan sabios a los que juzgan ignorantes. Donación que se basa en una de las manifestaciones instrumentarles de la ideología de la opresión: la absolutización de la ignorancia, que constituye lo que llamamos alienación de la ignorancia, según la cual ésta se encuentra siempre en el otro. El educador que aliena la ignorancia, se mantiene en posiciones fijas, invariables. Será siempre el que sabe, en tanto los educandos serán siempre los que no saben. La rigidez de estas posiciones niega a la educación y al conocimiento como procesos de búsqueda”[59]

Como argumenta -Enrique Dussel-en la visión bancaria de la educación “el maestro dominador tiene como fundamento de su ethos una profunda desconfianza de su discípulo[60]. Por ello no logra instaurar mediaciones educativas en libertad. De esta manera la injusticia se manifiesta en el magisterio por la actitud permanentemente jactanciosa.”Lo más grave es que frecuentemente no existe en la conciencia ideológica la menor culpabilidad por el acto docente encubridor, falso”[61]. El maestro del sistema vigente realiza una operación de ocultamiento de la exterioridad. “Solo lo acepta como no-ser, como nada, como tabula rasa, como huérfano, como ignorante, como materia a ser formalizada: como objeto”.[62]

Muy por el contrario en la pedagogía de la liberación, lo que se funda es escuchar la palabra del Otro, esta praxis de liberación pedagógica se practica como “ethos de amor-de-justicia[63]. De esta manera en el relato liberador de Freire lo que se lee es la intención de refutar supuestos epistemológicos de producción de saber que solo se enmarcan dentro de cánones y paradigmas establecidos por la ciencia occidental, saberes que niegan toda posibilidad de formas de “pensamiento otro[64] siendo que la educación bancaria encarna la colonialidad y tal como argumenta Nelson Maldonado Torres[65] la colonialidad: “se mantiene viva en manuales de aprendizaje, en el criterio para el buen trabajo académico, en la cultura, el sentido común, en la auto-imagen de los pueblos, en las aspiraciones de los sujetos (…) La colonialidad no es simplemente el resultado o la forma residual de cualquier tipo de relación colonial. Esta emerge en un contexto socio-histórico, en particular el descubrimiento y conquista de las Américas (…) relación económica y social que se conjugó con formas de dominación y subordinación, que fueron centrales para mantener y justificar el control sobre sujetos colonizados[66], asimismo la educación bancaria es una herramienta de reproducción de pensamiento colonial que opera como re-productora del conocimiento que es considerado válido por la ciencia europea-norteamericana.

En contraposición a ésta –educación bancaria-, la pedagogía de la liberación propone que educador y el educando, ambos en una relación dialéctica se eduquen mutuamente. Y es la educación liberadora como espacio de diálogo, la que permite la toma de la palabra, y a partir de ella leer el mundo críticamente, rebelarse contra la domesticación y resistir la opresión dentro de un horizonte utópico, horizonte tal que Freire deja abierto, no definiendo ni limitando a la manera de un pensamiento único. El diálogo opera constituyendo una comunidad de comunicación que historiza la intersubjetividad histórica, establece relación con los otros, y en él nadie tiene la iniciativa absoluta. En la dialógica freireana los participantes observan el mundo, se apartan de él y con él coinciden, en él se ponen y oponen.

De esta manera el diálogo no es un mero producto histórico sino la propia historización. Lo dialogal permite cobrar conciencia del ser en el mundo con los otros, con la realidad, como condición indispensable para el proceso de conocer en donde la dicotomía entre objetividad/ subjetividad, acción /reflexión, práctica/teoría, no tiene lugar. De este modo en el proceso reflexivo y crítico se descubre la realidad social como algo que está comenzando a ser, como algo que se está haciendo. La educación para la liberación se ubica así como un acto de conocimiento, como un acto político de aproximación crítica a la realidad, como un acto transformativo en tanto y en cuanto el sujeto consciente de si mismo interviene en la realidad para transformarla, y no toma a la realidad como un dado imposible de cambiar.[67]

La propuesta de educación liberadora es un instrumento conceptual para pensar el proceso de liberación del oprimido, siendo la educación para la libertad un camino posible para junto a otros transitar el camino de la transformación de la realidad injusta, desigual y opresora. La apuesta freireana es un desafío a la renovación de la pedagogía tal como se vino pensando hasta ahora, pues su intención, es interpretar la propuesta moderna ilustrada-totalizadora, eurocéntrica y etnocéntrica desde situarla en el dominio de lo cultural, sometiendo a discusión la relación opresor/oprimido, educando/educador y proponiendo una educación real política, centrada en la acción permanente de transformación de la realidad. Esta educación así pensada es una praxis que se reconoce en la hacer con otros en pos de una transformación creativa de la realidad, en donde el conocer implica búsqueda, descubrimiento, acción y reflexión. El acto de conocimiento puesto en práctica por una educación así concebida se da en la unidad de la práctica y la teoría, de donde resulta, de manera cada vez más urgente, la necesidad de que su fuente sea el trabajo de los educandos y de los educadores.

Con la educación liberadora se asume la ética y la política dejando atrás la no-ética colonial, se transita hacia una praxis de descolonialización, inspirada en una ética otra, ética de generosidad humana y la responsabilidad. Es la Ética que restituye la palabra negada y silenciada de los pobres, de los desarrapados del mundo, de los condenados de la tierra. “Se trata, pues, de una ética de la descolonización o de la liberación, que orienta una política radical de oposición a la colonialidad en todas sus formas”[68]

Tal como afirma Fanon: “La descolonización no pasa jamás inadvertida puesto que afecta al ser, modifica fundamentalmente al ser, transforma a los espectadores aplastados por falta de esencia en actores privilegiados. Introduce un nuevo lenguaje, una nueva humanidad”[69].Se trata de un pensamiento crítico y decolonial pues implica a la deshumanización presente en la colonialidad, considera la resistencia y las luchas en contra de la colonialidad pensando no solo desde su paradigma, sino desde la gente y sus prácticas sociales, epistémicas y políticas[70] y por otro lado asume una ética en donde el sujeto en la posición de esclavo no busca el simple reconocimiento –del opresor- sino que ofrece algo. De esta manera se establece una donación y un reconocimiento entre los oprimidos practica y actitud epistémico- crítica que opera desde la resistencia[71] asumiendo la marca de la experiencia de la herida colonial en toda su complejidad.

Desde lo reseñado precedentemente se puede re-afirmar que Paulo Freire desde la educación liberadora, Fanon desde los condenados de la tierra, Enrique Dussel desde la Filosofía de la liberación y Walter Mignolo desde paradigma otro,comparten la crítica a la modernidad europea desde la periferia de la modernidad, el Sur, y piensan a la colonialidad desde la colonialidad misma. Y tal como afirma Mignolo en el final de su texto “la geopolítica del conocimiento nos ayuda a comprender que no toda crítica a la modernidad y al capitalismo está revuelta en el mismo saco, indistinto y guiado por la marcha triunfante y celebratoria del posestructuralismo[72]

En continuidad con la línea trazada se afirma que: teniendo en cuenta los aportes del pensamiento decolonial, la operación de una pedagogía critica será entonces restituir la identidad negada despojada, que fue reemplazada por una identidad racial colonial y negativa. Denunciar y politizar las relaciones educativas, humanizarlas y contrarrestar la fuerza y legitimidad de un sistema histórico impuesto (la modernidad europea)[73]. Llevar adelante acciones guiadas por deseo de restaurar la ética dándole un lugar humano a las diferencias ontológicas, con el oprimido y no para él tiene que ser el objetivo primordial de una pedagogía que participa activamente en la lucha por la permanente recuperación de la humanidad negada[74], que reconoce la acción pedagógica como lucha por la liberación.

Es así como hoy se puede inscribir y enmarcar la propuesta freireana dentro del giro decolonial dado que su pensamiento crítico recorre las preocupaciones de la colonialidad del poder, del saber y del ser. Operando política y éticamente cuestiona el poder colonial en tanto denuncia que el mismo se impone desde la lógica de la dominación y la opresión. Por otro lado expresa una critica contundente al saber colonial que establece jerarquías (docente/alumno, sabio/ignorante, saber científico/saber cotidiano) y solo permite que algunos produzcan conocimiento. Y finalmente comparte con el proyecto de-colonial su quehacer epistémico tanto como ético- político, porque plantea la necesidad transitar el camino de la liberación a partir del compromiso permanente del oprimido consigo mismo y con los otros en la acción transformadora de un mundo injusto.

Desde esta perspectiva se concluye que el retorno actual al pensamiento freireano asume la condición colonial como el lado oscuro de la modernidad y la entiende como intrínsecamente anudada a ésta. Asumiendo la exterioridad, la interpelación y la construcción conjunta de saberes se integran nuestras vivencias culturales, tanto en lo académico como en lo cotidiano, estableciéndose así un punto de “resistencia semiótica capaz de resignificar las formas hegemónicas de conocimiento[75]. Epistemes de frontera, zonas de contacto, espacio trans-moderno en el cual se conjugan las experiencias geopolíticas y las memorias de la colonialidad, en donde se crean “formas alternativas de racionalidad ética y también nuevas formas de utopía[76].

Bibliografía

Escobar, Arturo. 2003. “Mundos y conocimientos de otro modo”: el programa de investigación de modernidad/colonialidad Latinoamericano. Tabula Rasa. (1): 51-86.

Castro-Gómez, Santiago y Ramón Grosfoguel. 2007. “Prólogo. Giro decolonial, teoría crítica y pensamiento heterárquico”En: Santiago Castro-Gómez y Ramón Grosfoguel (eds.), El giro decolonial. Reflexiones para una diversidad epistémica más allá del capitalismo global. pp. 9-23. Bogotá: Iesco-Pensar-Siglo del Hombre Editores.

De Oto, Alejandro. 2003. Frantz Fanon: política y poética del sujeto poscolonial, México, El Colegio de México. Centro de Estudios de Asia y África.

Dussel, Enrique. 2004. “Sistema mundo y transmodernidad”. En: Saurabh Dube, Ishita Banerjee y Walter Mignolo (eds.). Modernidades coloniales. pp. 201-226. México. El Colegio de México.

Dussel Enrique.2002. La Ética de la liberación. En la era de la globalización y la exclusión. 4ª edición. Madrid. Editorial Trotta .

……………….. 1988. La Pedagógica Latinoamericana en Filosofía ética de la liberación, Buenos Aires, Ed. Megalópolis.

………………….1975. Hacia una Pedagógica de la Cultura Popular en Cultura Popular y Filosofía de la Liberación. Buenos Aires. Fernando García Cambeiro. Pp.141-180

Freire Paulo [(1970)2002]. Pedagogía del Oprimido. Siglo XXI Editores Argentina.

……………. [(1993) 1996]. Pedagogía de la Esperanza. México, Siglo XXI Editores.

……………..1996.Cartas a Cristina. Mexico. Siglo XXI Editores.

Maldonado-Torres, Nelson.2007. “Sobre la colonialidad del ser: contribuciones al desarrollo de un concepto”. En: Santiago Castro-Gómez y Ramón Grosfoguel (eds.), El giro decolonial. Reflexiones para una diversidad epistémica más allá del capitalismo global. pp. 127-167. Bogotá. Iesco-Pensar-Siglo del Hombre Editores.

Mignolo, Walter.2003. “‘Un paradigma otro: colonialidad global, pensamiento fronterizo y cosmopolitismo crítico” En: Historias locales-diseños globales: colonialidad, conocimientos subalternos y pensamiento fronterizo. Madrid. Akal

Quijano, Aníbal. 2000. Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina. Edgardo Lander (ed.),La Colonialidad del saber: Eurocentrismo y Ciencias Sociales. Perspectivas Latinoamericanas. pp. 201-245. Caracas. CLACSO.

Said Eduard. 1996. Representaciones del intelectual. Buenos Aires. Paidós.

Walsh, Catherine 2005. “Introducción. (Re) pensamiento crítico y (de)colonialidad”. En: Pensamiento crítico y matriz colonial, C. Walsh (ed.). Quito, UASB/Abya Yala.



[1] Como referentes teóricos principales podemos situar a Dussel, Mignolo, Quijano, Maldonado Torres, Castro Gómez, Grosfoguel, , Walsh entre otros. Decolonial, refiere al concepto crítico que cuestiona la centralidad epistemológica , del ser y del poder europeo-norteamericana, y recupera en su mismo desarrollo la historia negada de la “América Profunda” y se propone irrumpir con la palabra y el silencio desde un pensamiento otro. Movimiento intelectual que es crítica de la superioridad asignada al conocimiento europeo, conocimiento etnocéntrico que desconoce y excluye los conocimientos subalternos ignorándolos, omitiéndolos y silenciándolos. Es un andar y des-andar la colonización para desde allí asumirla. Es poner la diferencia colonial en el centro del proceso de la producción de conocimiento. Véase Castro Gómez y Grosfoguel (2007, p.20).

[2] Se toma como referencia para desarrollar este punto lo planteado, Edward Said en su libro Representaciones del intelectual, cuando plantea que es primordial afirmar que el intelectual es un individuo con un papel público específico en la sociedad que no puede limitarse a ser un simple profesional sin rostro, que únicamente se preocupa de cuidar el lugar de privilegio que ocupa. Desarrolla de esta manera la línea trazada por Gramsci Véase Eduard Said (1996)

[3] Véase Eduard Said (1996,p.30)

[4] Pobre, excluido/a, sin techo, analfabeto/a, distintos nombres para la exterioridad

[5] Se hace referencia a la expresión acuñada por Fanon para nombrar a los oprimidos.

[6] Dussel Enrique[1998]2002, p.445]

[7] Véase Eduard Said (1996,p.31)

[8] Véase Freire Paulo, (1996,p.17)

[9] Véase Freire Paulo[(1970)2002, p.21]

[10] Véase Freire Paulo, [(1993) 1996, p.5]

[11]Hacemos referencia a la conceptualización de Emmanuel Levinas en relación al sentido del ser que para este teórico solo puede ser hallado en la relación con el otro. La preocupación por la relación sujeto objeto desaparece y aparece la preocupación por la presencia del Otro, el Otro que es irreductible al yo, y que debe ser respetado porque sin el Otro el yo no puede ser Sujeto. Según el análisis de Emanuel Levinas, en el reconocimiento del “Otro en tanto Otro”, la ética precede a la ontología, es una responsabilidad que se origina en el “cara a cara” con el “Otro”, el pobre, el huérfano, la viuda, el oprimido, el niño y la niña hambrientos.

[12] Véase Freire, Paulo. (1986. p.102 )

[13] Véase estas referencias pertenecen al libro Paulo Freire, una biobibliografía cuyos compiladores son Moacir Gadotti y Carlos Torres con la colaboración de Ana María Araujo Freire, Ángela Antunes Ciseski, Francisco Gutiérrez, Heinz –Peter Gerhardt, José Romao y Paulo Padilha, editada en 2001. Allí realizan un pormenorizado recorrido por la obra de Freire teniendo en cuenta su biografía, sus escritos y los escritos sobre él.

[14] Moacir Gadotti fue discípulo de Freire a quien conoce en el exilio del maestro en Ginebra en el año 1967.

[15] Véase Freire Paulo

[16] Dussel, Enrique. 2004, pp.220-221

[17] Véase Freire Paulo , [ (1970) 2002,p. 34]

[18] Véase Freire Paulo, [(1970)2002,p.36]

[19] Véase Dussel Enrique ,(2004,p. 201-226)

[20] Véase Op Cit., (2004p. 201)

[21] Véase Op Cit., (2004p. 203)

[22] Ibid., (2004,p.203)

[23] Véase Op Cit.,( 2004,p. 205)

[24] Véase Op Cit.,( 2004,p. 221)

[25] Véase Op Cit., (2004,p. 222)

[26] Ibid., (2004,p.222)

[27] Véase Op Cit., (2004,p. 223)

[28] Ibid, (2004,p.223)

[29] Véase Mignolo, (2003, p. 19)

[30] Véase Op Cit.,( 2003,p. 20)

[31] Véase Op Cit.,( 2003, p.23)

[32] Véase Op Cit.,( 2003, p.24)

[33] Véase Op Cit.,( 2003,p.26-27)

[34] Véase Op Cit.,( 2003,p.27)

[35] Véase Op Cit.,( 2003,p. 57)

[36] Véase Op Cit.,( 2003,p.27)

[37] Véase Op Cit.,( 2003,p. 39)

[38] Médico y escritor de Martinica (1925-1961). Los Condenados de la Tierra junto con Piel negra máscaras blancas forma parte de los escritos principales de Frantz Fanon. Escrita y publicada en 1961.

[39] Véase De Oto, A. (2003,p.19)

[40] Véase Freire Paulo[(1970)2002, p.57)

[41] Véase Fanon Fantz [(1961) 1974, p. 34], sobre el tema resulta sustancial tener en cuenta lo desarrollado por Alejandro De Oto, Las huellas del sujeto: historicidad y liberación en Frantz Fanon.(2003)

[42] Véase Freire Paulo[(1970)2002, p.38]

[43] Véase Freire Paulo Op. Cit. p.35

[44] Maldonado Torres, Nelson (2007, p.151)

[45] Véase Fanon Fantz [(1961) 1974, p. 31]

[46] Maldonado Torres, Nelson (2007, p.151)

[47] El término “trans-ontológico” Maldonado Torres se refiere a Ética planteada por Emanuel Levinas interpretando que “la introducción de la justicia contiene el exceso de la demanda ética por el Otro y la divide igualmente entre todos los otros”. Véase Maldonado Torres (2007,p.152)

[48] Véase Freire Paulo[(1970)2002, p. 65]

[49] Véase Freire Paulo, ([1970]2002 pp. . 101-110)

[50] Expresión que ocupa un lugar central en el pensamiento de Emanuel Levinas.

[51] En Pedagogía de la Esperanza, Paulo Freire realiza una autocrítica respecto al uso del genérico “hombre” para denominar tanto a hombres como a mujeres. En este libro explicita claramente su postura respecto a las cuestiones de género.

[52] Véase Freire Paulo[(1970)2002, pp. 26-29]

[53]Veáse Dussel, E.( 1988 p. 125)

[54] Véase Dussel, E. (1975,p. 169)

[55] A la manera de un giro porque ya no es solo el maestro el que enseña y el alumno el que aprende. Ambos en una relación dialéctica, educando educador se educan mutuamente. Esto no quiere decir que olvida la asimetría en la relación sino que el educador también aprende cuando enseña. Ya no es más el educador quien deposita en el educando todo su saber y el educando pasivamente recibe aquel saber que se le da. En la propuesta freireana ambos construyen conocimiento. El educador en el mismo proceso de enseñar aprende.

[56] En este punto Enrique Dussel establece una relación entre Freire y el sentido del ser para Levinas que solo puede ser hallado en la relación con el otro. En este sentido la preocupación por la relación sujeto objeto desaparece y aparece la preocupación por la presencia del otro, el otro que es irreductible al yo, y que debe ser respetado porque sin el otro el yo no puede ser si mismo. Véase Dussel Enrique (2002,pp. 430-435).

[57] Véase Freire Paulo [1970 (2000)p. 31-32]

[58] Véase Freire Paulo [(1970) 2000, p. 20]

[59] Véase Freire Paulo, [(1970)2002,p. 73]

[60] Véase Enrique Dussel, (1975, p.161)

[61] Ibid, p.161

[62] Ibid, p. 161

[63] Ibid, p. 161

[64] Esta expresión es una conceptualización acuñada por Walter Mignolo para establecer un posicionamiento crítico al pensamiento eurocéntrico y moderno implantado por el colonialismo; esta actitud asume en toda su complejidad el lado oscuro de la colonialidad y en consecuencia de la modernidad. Véase Mignolo, Walter. (2003 p.19)

[65] Nelson Maldonado Torres, es un filósofo puertorriqueño contemporáneo, que inscribe sus reflexiones teóricas dentro de la corriente de pensamiento decolonial.

[66] Véase Maldonado Torres (2007, p.131)

[67] Véase Freire Paulo, [(1970)2002,pp.71-98]

[68] Véase Maldonado Torres (2007 pp.155-156)

[69] Véase Frantz Fanon ([(1961) 1974, p. 31)

[70] Walsh (2005, p. 23-24).

[71] Véase Maldonado-Torres N. (2007, p. 158)

[72] Véase Mignolo, (2003, p.57)

[73] Véase Maldonado-Torres N. (2007, p.147)

[74] Véase Freire Paulo, [1970]2002 pp. . 34

[75] Véase Castro Gómez, S. y Grosfoguel Ramón (2007,p.20)

[76] Véase Castro Gómez, S. y Grosfoguel Ramón

Fuente: http://www.cecies.org/articulo.asp?id=224

Imagen tomada de: http://www.espaiperformatiu.udl.cat/wp-content/uploads/2016/02/johana16.jpg

Comparte este contenido:

Retazos (para descolonizar la pedagogía)

Por Facundo Ferreiros

Los retazos son pedazos de tela. Desechados, quedaron fuera de los cortes que serán algo alguna vez. Estos Retazos descolonizadores son un esfuerzo por librarnos de las formas egocéntricas y logocéntricas de escritura que nos impone el artículo académico. Estos retazos buscan decir algo, pero no todo, esperando que otros retazos se unan en un tapiz de muchas voces abigarradas.

 

Fuente: http://descolonizarlapedagogia.blogspot.com/
Comparte este contenido:

Pedagogía de la resistencia y de las emancipaciones

Claudia Korol

Quiero realizar algunas consideraciones sobre los temas en debate, a partir de una experiencia teórico práctica: la experiencia de educación popular, concebida como pedagogía de la resistencia y de las emancipaciones, de la rabia y la indignación frente a las injusticias, de rebelión y de revelación de los nuevos mundos que pugnan por crecer y por crear relaciones políticas, culturales, sociales, económicas, de género, opuestas a las que reproducen y refuerzan la dominación.

No voy a detenerme en el diagnóstico de las formas en que se ejerce la dominación, ni en el relato de experiencias sobre ejercicios concretos de autonomía, de resistencia, de creación de una cultura emancipatoria, cuyos protagonistas están presentes y pueden realizarlo de manera mucho más contundente. Quisiera abordar algunos de los aprendizajes y desafíos que surgen de las últimas décadas, en las que se han constituido movimientos populares nacidos fundamentalmente como respuesta a las políticas de exclusión social del capitalismo y del patriarcado, o a partir del reconocimiento de diferentes modalidades con las que se ejerce la dominación, y en las que se han transformado profundamente las prácticas de muchos de los movimientos existentes previamente. Quisiera anclar este análisis especialmente en la Argentina post-rebelión. La Argentina que para muchos intelectuales y políticos pretende ser sepultada con más o menos honores, pero que entiendo que es una Argentina que más allá de los momentos de repliegue de nuestras fuerzas, a partir del restablecimiento de una precaria gobernabilidad, sigue pujando por nacer, e intenta cuidar y multiplicar lo ganado en las jornadas que imaginaron y propusieron el “que se vayan todos”, consigna que configura los alcances y límites de nuestro imaginario rebelde.

Las jornadas del 19 y 20 de diciembre en la Argentina, y la multiplicación de energías que de ellas se desprendieron, permitieron volver a plantear la diversidad de dimensiones emancipatorias de las resistencias, y anunciaron algunas tendencias que -al margen de avances y retrocesos coyunturales- marcan la subjetividad de nuevas franjas de protagonistas sociales y políticos, con señales que hablan de la recuperación de la confianza en las propias fuerzas, la deslegitimación del “orden” que nos condena, la posibilidad de pensar en la necesidad de una nueva institucionalidad y en consecuencia repensar la política, la insinuación de distintas maneras de amasar identidad y proyecto, sobre la base de un esfuerzo colectivo que al tiempo que sueña el proyecto, intenta construirlo en las prácticas cotidianas, modificando las relaciones de opresión y dominación. Es parte también de lo “ganado” en las jornadas de rebeldía, la cotidiana victoria sobre el terror introyectado por la dictadura y la impunidad, el desafío de dar una nueva vuelta en la historia de los vencidos, resignificando el sentido mismo de la victoria y la derrota, y achicando las distancias entre una y otra, en la medida que ambas forman parte del camino de creación de nuevos mundos humanizados por la resistencia y los proyectos fértiles que en ésta van echando raíces. Valorizar lo ganado no significa ilusionarse en que esto ya ha sido integrado “de una vez y para siempre” en la subjetividad popular; pero implica reconocer que estas experiencias, aún en los momentos en que ese impulso retrocede o encuentra un cierre parcial, han atravesado vivencialmente a millones de hombres y mujeres, y especialmente a las generaciones jóvenes que fueron protagonistas de la rebelión, dejando impresa su huella en nuestra historia colectiva.

Sin embargo, vale la pena -pasados algunos años desde el “que se vayan todos”-, reflexionar brevemente sobre la disputa de sentidos que se produjo en la interpretación posterior de esas jornadas. No fue el grito solo del movimiento social organizado. No fue el grito de los piqueteros, o de las “cacerolas” nacidas en esas jornadas como instrumentos de lucha. Fue el punto de encuentro de distintas indignaciones y rebeldías, que por aquellos días lograron realizar una tarea común, que iba más allá de sacarse de encima a un gobierno y a una política. Lograron poner en jaque al sistema de representación política, y cuestionaron el programa neoliberal sostenido por todos los gobiernos en la etapa pos-dictatorial. Se reconoció en los Bancos una de las caras del enemigo: el capital financiero. Se cuestionaron las privatizaciones y el pago de la deuda externa. La Argentina entró en default, y la mayoría creyó que correspondía no pagar al FMI y al Banco Mundial, cuya “confiabilidad” también quedó bajo la desconfianza generada en la crisis de representatividad.

El “que se vayan todos”, no cuestionó solamente a las expresiones políticas de las diversas fracciones del poder. Al tiempo que deslegitimó a los tres poderes, significó también una forma de cuestionamiento de las fuerzas políticas y sindicales pretendidamente populares, que actuando en los marcos de esa institucionalidad, no tuvieron capacidad de interpretar y actuar con eficacia, no sólo en el momento de la revuelta popular, sino en las acumulaciones previas e incluso en las posteriores de resistencias y de búsquedas alternativas. Se criticó la fragmentación de las izquierdas sostenidas en las peleas por mezquinos hegemonismos. Se cuestionaron las modalidades verticalistas de dirección política. Se multiplicaron los esfuerzos por construir maneras de democracia directa. Se puso en evidencia la tensión existente en las fuerzas organizadas de la izquierda que quedaron presas muchas veces de una institucionalidad burocratizada y decadente.

La conciencia social de los argentinos, en esas jornadas, adquirió algunas luces. Entre ellas, la revalorización de la capacidad de resistir, la decisión de no aceptar la condena al suicidio implícita en las políticas neoliberales para franjas cada vez más amplias de excluidos, la necesidad de fortalecer los movimientos y organizaciones que sirvan para la lucha, y de inventar las organizaciones o movimientos, o acciones que no existen, para satisfacer los derechos y expandir las posibilidades de una vida digna.

Se aprendió que “la lucha tiene sentido” (dicho en otras palabras, se reaprendió el sentido de la lucha), después de varias décadas en las que se pregonó desde el poder la imposibilidad de obtener ningún cambio a partir de la participación social. Se rechazaron las formas de representación vaciadas de legitimidad. Se intentaron diversas modalidades de dirección de los movimientos, basadas en prácticas sociales más horizontales y asamblearias, con mayor relación entre palabras y actos, entre teorías y cuerpos.

Es desde esa experiencia, que intento señalar lo que en este momento de reflujo del movimiento queda como algunas de las posibles enseñanzas y desafíos para nuestras prácticas emancipatorias, aclarando que entiendo por ellas a la cotidiana deconstrucción de las relaciones sociales de opresión, basadas en la batalla contra la alienación, que nos impide constituirnos como sujetos históricos. Se trata de la lucha individual y colectiva, contra todas las opresiones derivadas de una cultura que ha impuesto a sangre y fuego un patrón hegemónico “occidental”, blanco, burgués, patriarcal, homofóbico, racista, xenófobo, totalitario.

Un aspecto central de nuestra búsqueda, en la perspectiva de la formación política y de la educación popular, es la de promover la descolonización de nuestros paradigmas y teorías.

La conquista y colonización de América promovió la hegemonía de una cultura racista, legitimadora del saqueo de nuestros recursos naturales, de la devastación de nuestros territorios, del genocidio de nuestros pueblos, y la imposición de una visión del mundo sobre las muchas existentes en estas tierras.

Hasta la actualidad, la fractura entre las clases dominantes y los sectores populares fue profundizando una mirada agresivamente racista hacia las culturas originarias y hacia los descendientes de pueblos africanos. El mito de la Argentina “blanca y europea”, no sólo alimentó el desencuentro de los argentinos y argentinas respecto del resto del continente latinoamericano y caribeño. También reproduce sistemáticamente el racismo y la xenofobia, incluso al interior del movimiento popular. Estos datos de nuestra cultura son eficazmente manipulados a la hora de enfrentar a clases medias y piqueteros, al barrio y a la villa, a trabajadores ocupados y desocupados. Enfrentamiento que se prolonga hoy en el pánico que algunas franjas de las clases medias, e incluso de los trabajadores y de los intelectuales considerados progresistas sienten hacia la “Argentina plebeya”, que periódicamente irrumpe en la escena política y social, alterando las relaciones de fuerzas, desafiando las nociones de identidad forjadas en los períodos de aparente “calma social”, y escandalizando al sentido común construido por la cultura europeizante que promueve la segregación y el ocultamiento de las mayorías.

La cultura de la conquista dejó su huella en la subjetividad popular, instalando algunos núcleos ideológicos que fueron resignificados por las sucesivas dictaduras, y en la última etapa, por la “modernización” realizada bajo el nombre del neoliberalismo, que se sustentó en un nuevo genocidio -la dictadura del 76-83-, y en el despojo de los hombres y mujeres, tanto de la tierra como de las conquistas logradas en las luchas obreras y populares del siglo XX. Entre los núcleos ideológicos que con mayor fuerza golpean a los movimientos de resistencia, profundizados por el impacto del neoliberalismo, se encuentran: la cultura de la sobrevivencia, la cultura de la impunidad, la cultura de la exclusión. Algunos de los rasgos resultantes de estas “culturas” superpuestas son el pragmatismo, el adaptacionismo, la desesperación, el cortoplacismo, el inmediatismo y la corrupción.

En esta dirección, un tema que me interesaría plantear es el del reconocimiento de la historicidad de los procesos sociales y de los movimientos populares, de manera de cuestionar la división tajante que se intenta realizar muchas veces entre movimientos nuevos y viejos, proponiendo entonces que analicemos qué y cuánto de nuevo hay en los llamados nuevos movimientos, y qué y cuánto de viejo contienen; discutiendo esta categorización que inmediatamente entiende lo nuevo como mejor que lo viejo, tema a analizar, cuando verificamos que uno de los movimientos que tienen fuerte impacto en el desafío a la cultura hegemónica del neoliberalismo y a las relaciones de poder que establecen son por ejemplo los pueblos originarios.
Pensar a estos movimientos como nuevos movimientos sociales resulta una falacia que tal vez parta del criterio de que lo nuevo se constituye cuando el intelectual lo nombra, y no en el tiempo en que se producen las resistencias concretas y las acciones que los pueblos van realizando en el camino de su constitución como sujetos históricos.

Esto me lleva a otro tema: la necesidad de repensar colectivamente la experiencia histórica de nuestro país, de nuestro continente y del mundo, como camino para 1- avanzar en la elaboración teórica, a partir de la crítica de los modelos políticos que condujeron a numerosas frustraciones, y de la indagación de nuevas posibilidades políticas, organizativas, teóricas; y 2- crear memoria colectiva de las experiencias en la que se socialicen aprendizajes, se afiancen los símbolos de rebeldía frente al poder, y se pueda aprender del camino recorrido, tanto en sus éxitos como en sus reveses. La necesidad de que esta mirada hacia el camino, se realice de la manera más sistemática posible, y en un diálogo permanente entre los protagonistas de la experiencia, que en la reflexion sobre la misma y en su práctica se van constituyendo como sujetos históricos, con los intelectuales que acompañan el andar del movimiento, no como observadores o jueces, sino como compañeros de militancia. Las batallas emancipatorias, la posibilidad de crear nuevos sentidos a partir de nuestras prácticas, la formación de identidades que conjugan la historia con el proyecto, la rebeldía con la estrategia, nacen de las experiencias sociales de quienes siendo conscientes de su opresión, van buscando e intentando maneras diversas de luchar que apuntan a su supresión.

La constitución de los movimientos en lucha como sujetos históricos, implica una ardua batalla por transformar la cultura de la desesperanza en pedagogía de la esperanza, la desesperación en proyecto, el escepticismo en pasión transformadora, la cultura de sobrevivencia en la invención de nuevas modalidades de trabajo no enajenantes. Significa relacionar las transformaciones sociales a las que aspiramos, con el cambio de las relaciones en nuestros propios movimientos, incluso en las relaciones interpersonales; terminando con las disociaciones entre la esfera de lo público y de lo privado, que conducen a la incoherencia entre un discurso que proclama la solidaridad, y prácticas cotidianas que reproducen el autoritarismo, el egoísmo, el verticalismo, el sectarismo; entre un mundo público hegemónicamente masculino, y un mundo privado sostenido por las mujeres; entre un mundo público en el que no es posible verificar un cambio en las relaciones sociales que intentamos producir, porque en él se potencian viejas y nuevas modalidades de dominar, discriminar, y oprimir; ejerciéndose de manera despótica relaciones de poder autoritarias, en la administración de los frutos de la exclusión.

Otro tema a pensar, es la relación entre la dimensión de la vida cotidiana, y las perspectiva local, nacional e internacional de nuestras batallas, modificando la costumbre de concebir a las emancipaciones como un lugar de llegada futura, y no como camino. Si de lo que se trata es de cambiar las relaciones sociales de opresión por relaciones sociales fundadas en la cooperación y la solidaridad, en la libertad, en el placer; es necesario y posible que empecemos a ejercer experiencias que nos permitan fortalecer la subjetividad y creer en la viabilidad de esos cambios, asumiendo al mismo tiempo –y en experiencias concretas de intercambio, solidaridad y acción común- la dimensión mundial de los mismos. Anclando la batalla cultural en la transformación de la vida cotidiana, es imprescindible experimentar la dimensión internacionalista de las batallas emancipatorias, lo que permite que las batallas angustiantes por sobrevivir no ahoguen en la impotencia de las dificultades cotidianas a los movimientos, y que se puedan superar mejor las dificultades que surgen de la desfavorable relación de fuerzas. Esto al mismo tiempo, es parte de abonar la convicción de que es necesario terminar con todas las opresiones en escala universal.

En esta dirección, el sistemático cuestionamiento a las relaciones de género opresivas, es parte de la batalla necesaria de librar por los movimientos populares, que permita deconstruir las diversas formas de dominación que reproducen al sistema, incluso en las prácticas de nuestros movimientos. Esto es un aporte a la creación de una nueva subjetividad, y también al enriquecimiento de las teorías emancipatorias, sobre la base de prácticas sociales que al realizarse, van acumulando conciencia crítica sobre las formas de ejercer el poder del capitalismo patriarcal.

El manejo del saber como factor de poder se ha vuelto cada vez más evidente para los movimientos que luchan contra la exclusión, también en este campo, y que se han visto precisados de recurrir a saberes populares y a conocimientos ancestrales, para asegurar su sobrevivencia. Al mismo tiempo, estos saberes intentan ser apropiados por el poder, a través de diferentes mecanismos, patentes, investigaciones, etc. Se vuelve necesario establecer una clara alianza entre los intelectuales que trabajan en los diversos campos del conocimiento y los movimientos populares, para elaborar estrategias que permitan recuperar conocimientos existentes, y que los nuevos saberes sean puestos al servicio de las resistencias.

Un eje de los debates emancipatorios, sigue siendo el de la autonomía. Hablamos aquí de autonomía no como un estado a alcanzar en el futuro nuestro, sino como un proyecto a crear en este presente, que apunta a la superación de las situaciones de dependencia, de alienación, a la construcción de espacios propios en dónde se recobra la identidad histórico-cultural. Si entendemos la batalla por la autonomía no desde una lógica estrictamente economicista, sino como un modelo cultural de acción política, los avatares que los movimientos sufren en las políticas ligadas a la sobrevivencia, deben ser considerados como límites pero no como obstáculos insalvables en la generación de nuevas formas de relaciones sociales y en la creación de una nueva subjetividad, no alienada ni alienante.

Es fundamental en este sentido, todos los esfuerzos que se están desarrollando de debate de los modelos de autonomía, de análisis de sus logros y dificultades, de sistematización de prácticas, y de formación de nuevos valores que permitan que quienes sean parte del movimiento no se encuentren en él sólo por la respuesta material a las urgencias cotidianas, sino porque hallan también una manera de reintegrar su identidad, de ser parte de un proyecto, de sentir que su mundo privado es parte de un mundo social solidario, en el que sus pensamientos, sentimientos y acciones, no sólo son respetados y valorados, sino que son necesarios para dar oportunidad a la transformación social duradera.

Es por ello que cobran especial importancia las prácticas políticas concretas con que se constituyen los movimientos. El espacio real que hay en las mismas para que quienes los integran desarrollen, al tiempo que proyectos productivos o acciones de resistencia, diversas actividades tendientes a la formación colectiva de una nueva concepción del mundo.

Las prácticas de autonomía parten de los valores y creencias de la comunidad, como principal componente ético en la determinación de los proyectos y acciones. Tal decisión implica elegir un camino “más largo”, que el que supone una forma de dirección vertical sobre una masa de “necesitados”, que llegan al movimiento por el plan, y allí reciben “la luz” de una conducción que ha predeterminado estrategias, tácticas, y las acciones cotidianas. Este camino “más largo”, parece ser, sin embargo, el único posible a recorrer si lo que se busca es la emancipación

Señalaba el educador popular uruguayo José Luis Rebellato, que “la autonomía no es un dato de la realidad, como tampoco lo es el protagonismo del sujeto y su ejercicio de la iniciativa en las decisiones. En los hechos, somos constituidos como objetos por la sociedad y por las relaciones sociales que predominan en ellas… La imposición de una lógica exterior al sujeto, lo convierte en objeto. El verdadero sujeto pasa a ser el partido o la dirección sindical. Toda decisión que no emane del propio sujeto, lo aliena.”
La posibilidad de ejercicio de la autonomía, es condición para la constitución de sujetos históricos, protagonistas de las batallas emancipatorias. Es por ello que todas las prácticas de dominación intentan cercenar esta dimensión de las organizaciones populares, intentando medrar para ello con la cultura de la desesperación, que emerge de las condiciones de sobrevivencia. “Los modelos de beneficencia -señala Rebellato- no hacen más que prolongar esta situación de objetos, sólo que legitimada bajo la afirmación de que es bueno para nosotros que sigamos siendo así, que la gente no tiene otra alternativa y posibilidad”

Es una batalla cultural de dimensiones gigantescas. Esto requiere ser más conscientes de la dimensión histórica de la subjetividad en la lucha liberadora, que abarca no sólo la creación de lazos solidarios imprescindibles para la constitución de un bloque histórico, sino también la forja de una identidad de resistencia que favorezca el reconocimiento de quienes sufren la opresión en diversas formas, no sólo las que se originan en la explotación económica, sino también las diversas maneras con que se ejerce la dominación. Es imprescindible que la batalla por la creación de una conciencia nueva sea acompañada por una apertura a nuevos sentimientos, a nuevas sensibilidades, que posibiliten superar las rigideces que la cultura de la dominación introyectó en el saber popular e incluso en las organizaciones revolucionarias.

En la búsqueda de respuestas que aporten al desarrollo de una política emancipatoria, se plantea también el debate sobre qué tipo de organizaciones estamos creando. ¿Pensamos el desafío al poder y a la hegemonía capitalista y patriarcal, desde organizaciones o movimientos que reproducen o confrontan en su misma lógica a las políticas de Estado, definiéndose desde el apoyo o la oposición a las mismas?

Si las opciones políticas se achican al punto de reducirse a apoyar a gobiernos o a oponerse, sin creación de un concepto propio de política, de poder, de proyecto, no sería extraño que se reprodujera en estas organizaciones, las lógicas del poder que se creen combatir: autoritarismo, jerarquías, hegemonismo, clientelismo, verticalismo, machismo, homofobia, hipocresía, doble moral, individualismo, marginación de la crítica, pragmatismo, cortoplacismo, sustitución del diálogo por la orden, de la consulta por la voz de mando, de la solidaridad por la competencia. Por este camino, estas organizaciones o movimientos se vuelven tan espejo del Estado, que no resulta compleja su cooptación, su integración, su manipulación; y si esto no es posible, su fragmentación y disolución.

Creo que en los movimientos populares que se están desarrollando en la Argentina, ha habido aprendizajes que permiten pensar la superación de estos límites. Se van sorteando dicotomías establecidas con rigidez entre lo social y lo político, se va imaginando la posibilidad de crear momentos de unidad en un campo fragmentado y marcado por la diversidad, se va proponiendo modelos organizativos que parten de la organización de los excluidos, pero que no se agotan en la esfera de dar respuesta a la sobrevivencia. Se generan experiencias de poder popular, limitadas en el espacio o en el tiempo, pero que permiten acumular fuerzas, capacidad de desafío, iniciativa, protagonismo, ejercicio de la autonomía.

Frente a estos aprendizajes, el poder reacciona, manipulando y comprando conciencias, y avanzando en las políticas de militarización, judicialización de la protesta, combinado con políticas de contrainsurgencia en las regiones donde se encuentran mayores desafíos, y con descargas de asistencialismo para apagar los posibles incendios. Fue aprobada por el congreso la Ley Antiterrorista, vuelve a discutirse la posibilidad de dar inmunidad a las tropas extranjeras, para garantizar la presencia de Bush en la cumbre de Mar del Plata. Se continúa con la entrega de los bienes naturales fundamentales.

En este contexto, vale la pena pensar en una agenda de debates que nos permita pensar en ejes de acción común, que articulen nuestros esfuerzos hoy fragmentados en el terreno de la resistencia, pero que nos permitan también volver a pensar juntos en las posibilidades y dificultades del camino común. En esta dirección, creo que necesitamos conocer mejor las políticas del imperialismo, las modalidades con las que se ejerce la dominación, de manera de actuar cada vez más concretamente en el terreno de la denuncia o de la obstaculización de las políticas de saqueo de nuestros bienes o de militarización del pais.

La batalla cultural imprescindible para subvertir el sentido común y crear nuevos sentidos implica una práctica pedagógica. Éste es el espacio de la educación popular, a la que seguimos considerando como una pedagogía de los oprimidos y oprimidas, como una pedagogía de la resistencia y de las emancipaciones, que concibe a la esperanza como una necesidad ontológica, y que se reconstruye cotidianamente en la invención de los nuevos mundos posibles.

Entendemos a la educación popular, como acción cultural por la libertad. Como una pedagogía del conflicto y no del “orden”, del diálogo de saberes y no del pensamiento único, de la pregunta y no de las respuestas repetidas, de lo grupal y colectivo, frente a las prácticas y teorías pedagógicas que reproducen el individualismo y la competencia, de la democracia y no del autoritarismo. Es una pedagogía de la libertad, frente a las que refuerzan la alienación. Es una pedagogía que hace del acto de enseñar y aprender, una de las tantas maneras de comprender y transformar el mundo. Es una pedagogía del placer, frente a las que escinden el deseo de la razón. Es una pedagogía de la sensibilidad, de la ternura, frente a las que enseñan la agresividad y la ley del más fuerte, como camino para la integración en el capitalismo salvaje. Es una pedagogía del ejemplo, que hace de la relación teoría-práctica una base ontológica fundamental, afirmada en la vida cotidiana y en las resistencias de los pueblos. Es en esa perspectiva, una pedagogía anticapitalista, antiimperialista, libertaria, socialista.

Fuente del articulo: http://www.nodo50.org/americalibre/educacion/korol2_110705.htm

Fuente de la imagen: https://andumarevista.files.wordpress.com/2014/10/pedagogia-emancipadora.jpg

Comparte este contenido:

Por qué los directores no viven en las escuelas

Juan Bernardo Pernalete Camacaro era un Director de Escuela Pública, en Rubio, Estado Táchira, Venezuela. Había sido maestro de primaria y, además de ser Director de la escuela era dirigente sindical. Todas las mañanas cuando yo llegaba al Grupo Escolar, de la mano de mi padre, veía al Director caminando por los pasillos saludando a maestros y representantes.

En casa le conocíamos bien; en varias oportunidades había acompañado a mis padres a la casa del Profesor Pernalete porque el organizaba grupos de estudio y de alfabetizadores. Cada vez que yo iba allí, sentía una alegría similar a la de asistir a clases, porque la casa del Director quedaba en la propia escuela.

La escuela era muy grande, ocupaba dos manzanas o cuadras como le dicen ahora. La estructura estaba organizada al estilo de dos naves de infraestructuras religiosas rodeada de una cerca de enjambre metálico. Por las noches o durante los fines de semana podíamos ver al “Profe” Pernalete trabajando con otras personas pintando la cancha deportiva, podando los arboles o regando las plantas de flores.

De pequeño me inquietaba pensando si al Director no le daría miedo vivir en una casa tan grande. Pero en realidad, la casa del Director -ubicada dentro de la escuela- era una modesta instalación de tres habitaciones, dos salitas pequeñas, una cocina comedor y un baño. La recuerdo muy bien porque un año después de comenzar a estudiar allí, me correspondió ver clases de quinto grado con Lucho, su hijo, haciéndome un asiduo visitante de la biblioteca de su padre. En los estantes de madera gruesa que guardaban los libros, además de textos escolares encontraba mapas, cuentos, esferas, adivinanzas, acertijos y ejemplares que hablaban de un mundo mejor.

Cuando entré al Ciclo Básico como se le llamaba a los tres primeros años de la secundaria o bachillerato, en una oportunidad pregunté por la casa del Director y me la mostraron pero me dijeron que el nuevo director del liceo había decidido no vivir allí. Luego le dieron otro uso a esas instalaciones; si la memoria no me falla para control de estudios. Debo confesar que cuando escribo estas líneas no recuerdo ni el rostro ni el nombre de ese Director.

Cuando llegue al Ciclo Diversificado, o tramo final del bachillerato (3 años), el Director y el Sub Director de la Escuela Técnica Vivian allí. En mi caso, muy activo en la militancia política y social desde los 13 años, era cotidiana la polémica con él; en más de una oportunidad las marchas por mejoras en las condiciones pedagógicas o socioeconómicas de los estudiantes las terminábamos en una toma de la casa del Director. El Prof. Amaya se armaba de paciencia y escuchaba nuestros argumentos hasta muy avanzadas horas de la noche, mientras su esposa preparaba “arepas” para los muchachos. A pesar de las diferencias permanentes que sostuvimos con el Director, es justo reconocer que él siempre estaba en el plantel.

El Pedagógico donde estudié para la profesión docente provenía del viejo Centro Interamericano de Educación Rural (CIER), auspiciado y creado por la OEA en los años cincuenta o sesenta del siglo XX. Sus instalaciones contaban con una casa para el Director, aunque al menos mientras estudie, esta solo era usada como espacio de descanso, porque los directores vivían fuera de la institución.

Cuando me inicie como docente, en un liceo en la frontera colombo venezolano nos correspondió inaugurar e iniciar el uso de una nueva infraestructura que albergaba el liceo donde laboraba. Y una de las cosas por las cuales interrogue rápidamente fue por la residencia del Director. Pero eran otros tiempos y, las instituciones educativas ya no eran construidas con esta dependencia; además los directores –en ese y muchos otros casos- provenían de otras ciudades.

Pareciera que en educación toda apelación al pasado es muestra de obsolescencia. Eso no es correcto; el pasado de la educación pública nos legó excelentes experiencias, una de ellas la cercanía del Director con el plantel escolar. Viviendo el Director en la escuela, la institución escolar se transfiguraba en otra vivienda más de la comunidad, con vida las 24 horas y fundamentalmente con una persona cercana a quien consultar cuando había dudas desde cómo organizar una asociación de vecinos, pasando por problema de conducta con el hijo adolescente hasta la sugerencia sobre una buena obra literaria para regalar a la amada. La escuela o el liceo, grande o pequeño, con el director viviendo allí hacia de la educación escolar un proceso mucho más humano y vinculado a la realidad.

Ello también implicaba un desafío ético respecto al comportamiento social de quien dirigía tan importante institución. El director era como el miembro de un inexistente consejo de sabios, una figura de autoridad moral que mucha falta pareciera hacer en tiempos en los cuales todos hablan de reingeniería social con el nombre de reformas.

La posibilidad que el Director y su familia vivan en la escuela y/o el liceo posibilita construir otro imaginario del espacio escolar más próximo a la gente, a los niños(as) y adolescentes, a los padres. Además contribuiría a reconvertir a las instituciones educativas en lo que fueron en el llamado “tiempo dorado”, centros del que hacer comunitario, de la vida social y cultural de las comunidades donde estaba ubicada. No todo lo hecho en el pasado es desechable, por el contrario algunas prácticas debiéramos por lo menos darnos la oportunidad de pensar si no sería necesario recobrarlas.

Comparte este contenido:

Authoritarian Politics in the Age of Civic Illiteracy

The dark times that haunt the current age are epitomized in the monsters that have come to rule the United States and who now dominate the major political parties and other commanding political and economic institutions. Their nightmarish reign of misery, violence, and disposability is also evident in their dominance of a formative culture and its attendant cultural apparatuses that produce a vast machinery of manufactured consent. This is a social formation that extends from the mainstream broadcast media and Internet to a print culture, all of which embrace the spectacle of violence, legitimate opinions over facts, and revel in a celebrity and consumer culture of ignorance and theatrics. Under the reign of this normalized ideological architecture of alleged commonsense, literacy is now regarded with disdain, words are reduced to data, and science is confused with pseudo-science.

Thinking is now regarded as an act of stupidity, and ignorance a virtue. All traces of critical thought appear only at the margins of the culture as ignorance becomes the primary organizing principle of American society. For instance, two thirds of the American public believe that creationism should be taught in schools and most of the Republic Party in Congress do not believe that climate change is caused by human activity, making the U.S. the laughing stock of the world. Politicians endlessly lie knowing that the public is addicted to shocks, which allows them to drown in overstimulation and live in an ever-accelerating overflow of information and images. News has become entertainment and echoes reality rather than interrogating it. Unsurprisingly, education in the larger culture has become a disimagination machine, a tool for legitimating ignorance, and it is central to the formation of an authoritarian politics that has gutted any vestige of democracy from the ideology, policies, and institutions that now control American society.

“Obsolete Man” Burgess Meredith, Twilight Zone, 1961. Public Domain.

I am not talking simply about the kind of anti-intellectualism that theorists such a Richard Hofstadter, Ed Herman and Noam Chomsky, and more recently Susan Jacoby have documented, however insightful their analyses might be. I am pointing to a more lethal form of illiteracy that is often ignored. Illiteracy is now a scourge and a political tool designed primarily to make war on language, meaning, thinking, and the capacity for critical thought. Chris Hedges is right in stating that “the emptiness of language is a gift to demagogues and the corporations that saturate the landscape with manipulated images and the idiom of mass culture.”[1]The new form of illiteracy does not simply constitute an absence of learning, ideas, or knowledge. Nor can it be solely attributed to what has been called the “smartphone society.”[2] On the contrary, it is a willful practice and goal used to actively depoliticize people and make them complicit with the forces that impose misery and suffering upon their lives.

Manufactured Illiteracy, Consumer Fantasies, and the Repression of the Population.

Gore Vidal once called America the United States of Amnesia. The title should be extended to the United States of Amnesia and Willful Illiteracy. Illiteracy no longer simply marks populations immersed in poverty with little access to quality education; nor does it only suggest the lack of proficient skills enabling people to read and write with a degree of understanding and fluency. More profoundly, illiteracy is also about what it means not to be able to act from a position of thoughtfulness, informed judgment, and critical agency. Illiteracy has become a form of political repression that discourages a culture of questioning, renders agency as an act of intervention inoperable, and restages power as a mode of domination. It is precisely this mode of illiteracy that now constitutes the modus operandi of a society that both privatizes and kills the imagination by poisoning it with falsehoods, consumer fantasies, data loops, and the need for instant gratification. This is a mode of manufactured illiteracy and education that has no language for relating the self to public life, social responsibility or the demands of citizenship. It is important to recognize that the rise of this new mode of illiteracy is not simply about the failure of public and higher education to create critical and active citizens; it is about a society that eliminates those public spheres that make thinking possible while imposing a culture of fear in which there is the looming threat that anyone who holds power accountable will be punished. At stake here is not only the crisis of a democratic society, but a crisis of memory, ethics, and agency.

Evidence of such a repressive policy is visible in the growth of the surveillance state, the suppression of dissent, especially among Black youth, the elimination of tenure in states such as Wisconsin, the rise of the punishing state, and the militarization of the police. It is also evident in the demonization, punishing, and war waged by the Obama administration on whistleblowers such as Edward Snowden, Chelsea Manning, and Jeffrey Sterling, among others. Any viable attempt at developing a radical politics must begin to address the role of education and civic literacy and what I have termed public pedagogy as central not only to politics itself but also to the creation of subjects capable of becoming individual and social agents willing to struggle against injustices and fight to reclaim and develop those institutions crucial to the functioning and promises of a substantive democracy. One place to begin to think through such a project is by addressing the meaning and role of pedagogy as part of the broader struggle for and practice of freedom.

The reach of pedagogy extends from schools to diverse cultural apparatuses such as the mainstream media, alternative screen cultures, and the expanding digital screen culture. Far more than a teaching method, pedagogy is a moral and political practice actively involved not only in the production of knowledge, skills, and values but also in the construction of identities, modes of identification, and forms of individual and social agency. Accordingly, pedagogy is at the heart of any understanding of politics and the ideological scaffolding of those framing mechanisms that mediate our everyday lives.   Across the globe, the forces of free-market fundamentalism are using the educational force of the wider culture and the takeover of public and higher education both to reproduce the culture of business and to wage an assault on the historically guaranteed social provisions and civil rights provided by the welfare state, public schools, unions, women’s reproductive rights, and civil liberties, among others, all the while undercutting public faith in the defining institutions of democracy.

As market mentalities and moralities tighten their grip on all aspects of society, democratic institutions and public spheres are being downsized, if not altogether disappearing. As these institutions vanish—from public schools and alternative media to health care centers– there is also a serious erosion of the discourses of community, justice, equality, public values, and the common good. This grim reality has been called by Alex Honneth a “failed sociality”– a failure in the power of the civic imagination, political will, and open democracy. It is also part of a politics that strips the social of any democratic ideals and undermines any understanding of education as a public good and pedagogy as an empowering practice, a practice which acts directly upon the conditions which bear down on our lives in order to change them when necessary.

George Carlin on government

One of the challenges facing the current generation of educators, students, progressives, and other cultural workers is the need to address the role they might play in educating students to be critically engaged agents, attentive to addressing important social issues and being alert to the responsibility of deepening and expanding the meaning and practices of a vibrant democracy. At the heart of such a challenge is the question of what education should accomplish not simply in a democracy but at a historical moment when the United States is about to slip into the dark night of authoritarianism. What work do educators have to do to create the economic, political, and ethical conditions necessary to endow young people and the general public with the capacities to think, question, doubt, imagine the unimaginable, and defend education as essential for inspiring and energizing the citizens necessary for the existence of a robust democracy? In a world in which there is an increasing abandonment of egalitarian and democratic impulses, what will it take to educate young people and the broader polity to challenge authority and hold power accountable?

What role might education and critical pedagogy have in a society in which the social has been individualized, emotional life collapses into the therapeutic, and education is reduced to either a private affair or a kind of algorithmic mode of regulation in which everything is reduced to a desired outcome. What role can education play to challenge the deadly neoliberal claim that all problems are individual, regardless of whether the roots of such problems like in larger systemic forces. In a culture drowning in a new love affair with instrumental rationality, it is not surprising that values that are not measurable– compassion, vision, the imagination, trust, solidarity, care for the other, and a passion for justice—withers.

A middle school in Lawton, OK. Local News.

Given the crisis of education, agency, and memory that haunts the current historical conjuncture, the left and other progressives need a new language for addressing the changing contexts and issues facing a world in which there is an unprecedented convergence of resources–financial, cultural, political, economic, scientific, military, and technological– increasingly used to exercise powerful and diverse forms of control and domination. Such a language needs to be political without being dogmatic and needs to recognize that pedagogy is always political because it is connected to the acquisition of agency. In this instance, making the pedagogical political means being vigilant about “that very moment in which identities are being produced and groups are being constituted, or objects are being created.”[3] At the same time it means progressives need to be attentive to those practice in which critical modes of agency and particular identities are being denied. It also means developing a comprehensive understanding of politics, one that should begin with the call to reroute single issue politics into a mass social movement under the banner of a defense of the public good, the commons, and a global democracy.

In part, this suggests developing pedagogical practices that not only inspire and energize people but are also capable of challenging the growing number of anti-democratic practices and policies under the global tyranny of casino capitalism. Such a vision suggests resurrecting a radical democratic project that provides the basis for imagining a life beyond a social order immersed in massive inequality, endless assaults on the environment, and elevates war and militarization to the highest and most sanctified national ideals. Under such circumstances, education becomes more than an obsession with accountability schemes, an audit culture, market values, and an unreflective immersion in the crude empiricism of a data-obsessed market-driven society. In addition, it rejects the notion that all levels of schooling can be reduced to sites for training students for the workforce and that the culture of public and higher education is synonymous with the culture of business.

At issue here is the need for progressives to recognize the power of education in creating the formative cultures necessary to both challenge the various threats being mobilized against the ideas of justice and democracy while also fighting for those public spheres, ideals, values, and policies that offer alternative modes of identity, thinking, social relations, and politics. But embracing the dictates of a making education meaningful in order to make it critical and transformative also means recognizing that cultural apparatuses such as the mainstream media and Hollywood films are teaching machines and not simply sources of information and entertainment. Such sites should be spheres of struggle removed from the control of the financial elite and corporations who use them as propaganda and disimagination machines.

Central to any viable notion that what makes pedagogy critical is, in part, the recognition that it is a moral and political practice that is always implicated in power relations because it narrates particular versions and visions of civic life, community, the future, and how we might construct representations of ourselves, others, and our physical and social environment. It is in this respect that any discussion of pedagogy must be attentive to how pedagogical practices work in a variety of sites to produce particular ways in which identity, place, worth, and above all value are organized and contribute to producing a formative culture capable of sustaining a vibrant democracy.[4]

In this instance, pedagogy as the practice of freedom emphasizes critical reflection, bridging the gap between learning and everyday life, understanding the connection between power and difficult knowledge, and extending democratic rights and identities by using the resources of history and theory. However, among many educators, progressives, and social theorists, there is a widespread refusal to recognize that this form of education not only takes place in schools, but is also part of what can be called the educative nature of the culture. At the core of analysing and engaging culture as a pedagogical practice are fundamental questions about the educative nature of the culture, what it means to engage common sense as a way to shape and influence popular opinion, and how diverse educational practices in multiple sites can be used to challenge the vocabularies, practices, and values of the oppressive forces that at work under neoliberal regimes of power.

There is an urgent political need for the American public to understand what it means for an authoritarian society to both weaponize and trivialize the discourse, vocabularies, images, and aural means of communication in a society. How is language used to relegate citizenship to the singular pursuit of cravenly self-interests, legitimate shopping as the ultimate expression of one’s identity, portray essential public services as reinforcing and weakening any viable sense of individual responsibility, and, among other, instances, using the language of war and militarization to describe a vast array of problems we face as a nation. War has become an addiction, the war on terror a Pavlovian stimulant for control, and shared fears one of the few discourses available for defining any vestige of solidarity.

Such falsehoods are now part of the reigning neoliberal ideology proving once again that pedagogy is central to politics itself because it is about changing the way people see things, recognizing that politics is educative and that domination resided not simply in repressive economic structures but also in the realm of ideas, beliefs, and modes of persuasion. Just as I would argue that pedagogy has to be made meaningful in order to be made critical and transformative, I think it is fair to argue that there is no politics without a pedagogy of identification; that is, people have to invest something of themselves in how they are addressed or recognize that any mode of education, argument, idea, or pedagogy has to speak to their condition and provide a moment of recognition.

Lacking this understanding, pedagogy all too easily becomes a form of symbolic and intellectual violence, one that assaults rather than educates. Another example can be seen in the forms of high stakes testing and empirically driven teaching that dominate public schooling in the United States, which amounts to pedagogies of repression which serve primarily to numb the mind and produce what might be called dead zones of the imagination. These are pedagogies that are largely disciplinary and have little regard for contexts, history, making knowledge meaningful, or expanding what it means for students to be critically engaged agents.

The fundamental challenge facing educators within the current age of neoliberalism, militarism, and religious fundamentalism is to provide the conditions for students to address how knowledge is related to the power of both self-definition and social agency. In part, this suggests providing students with the skills, ideas, values, and authority necessary for them to nourish a substantive democracy, recognize anti-democratic forms of power, and to fight deeply rooted injustices in a society and world founded on systemic economic, racial, and gendered inequalities. A as Hannah Arendt, once argued in “The Crisis of Education,” the centrality of education to politics is also manifest in the responsibility for the world that cultural workers have to assume when they engage in pedagogical practices that lie on the side of belief and persuasion, especially when they challenge forms of domination.

Such a project suggests developing a transformative pedagogy–rooted in what might be called a project of resurgent and insurrectional democracy–that relentlessly questions the kinds of labor, practices, and forms of production that are enacted in schools and other sites of education. The project in this sense speaks to the recognition that any pedagogical practice presupposes some notion of the future, prioritises some forms of identification over others, upholds selective modes of social relations, and values some modes of knowing over others (think about how business schools are held in high esteem while schools of education are disdained and even the object in some cases of contempt). Moreover, such a pedagogy does not offer guarantees as much as it recognizes that its own position is grounded in particular modes of authority, values, and ethical principles that must be constantly debated for the ways in which they both open up and close down democratic relations, values, and identities. These are precisely the questions being asked by the Chicago Teachers’ Union in their brave fight to regain some control over both the conditions of their work and their efforts to redefine the meaning of schooling as a democratic public sphere and learning in the interest of economic justice and progressive social change.

Such a project should be principled, relational, contextual, as well as self-reflective and theoretically rigorous. By relational, I mean that the current crisis of schooling must be understood in relation to the broader assault that is being waged against all aspects of democratic public life. At the same time, any critical comprehension of those wider forces that shape public and higher education must also be supplemented by an attentiveness to the historical and conditional nature of pedagogy itself. This suggests that pedagogy can never be treated as a fixed set of principles and practices that can be applied indiscriminately across a variety of pedagogical sites. Pedagogy is not some recipe or methodological fix that can be imposed on all classrooms. On the contrary, it must always be contextually defined, allowing it to respond specifically to the conditions, formations, and problems that arise in various sites in which education takes place. Such a project suggests recasting pedagogy as a practice that is indeterminate, open to constant revision, and constantly in dialogue with its own assumptions.

The notion of a neutral, objective education is an oxymoron. Education and pedagogy do not exist outside of relations of power, values, and politics. Ethics on the pedagogical front demands an openness to the other, a willingness to engage a “politics of possibility” through a continual critical engagement with texts, images, events, and other registers of meaning as they are transformed into pedagogical practices both within and outside of the classroom.   Pedagogy is never innocent and if it is to be understood and problematized as a form of academic labor, cultural workers have the opportunity not only to critically question and register their own subjective involvement in how and what they teach in and out of schools, but also to resist all calls to depoliticize pedagogy through appeals to either scientific objectivity or ideological dogmatism. This suggests the need for educators to rethink the cultural and ideological baggage they bring to each educational encounters; it also highlights the necessity of making educators ethically and politically accountable and self-reflective for the stories they produce, the claims they make upon public memory, and the images of the future they deem legitimate. Understood as a form of militant hope, pedagogy in this sense is not an antidote to politics, a nostalgic yearning for a better time, or for some “inconceivably alternative future.” Instead, it is an “attempt to find a bridge between the present and future in those forces within the present which are potentially able to transform it.”[5]

At the dawn of the 21st century, the notion of the social and the public are not being erased as much as they are being reconstructed under circumstances in which public forums for serious debate, including public education, are being eroded. Reduced either to a crude instrumentalism, business culture, or defined as a purely private right rather than a public good, our major educational apparatuses are removed from the discourse of democracy and civic culture. Under the influence of powerful financial interests, we have witnessed the takeover of public and increasingly higher education and diverse media sites by a corporate logic that both numbs the mind and the soul, emphasizing repressive modes of ideology hat promote winning at all costs, learning how not to question authority, and undermining the hard work of learning how to be thoughtful, critical, and attentive to the power relations that shape everyday life and the larger world. As learning is privatized, depoliticized, and reduced to teaching students how to be good consumers, any viable notions of the social, public values, citizenship, and democracy wither and die.

As a central element of a broad based cultural politics, critical pedagogy, in its various forms, when linked to the ongoing project of democratization can provide opportunities for educators and other cultural workers to redefine and transform the connections among language, desire, meaning, everyday life, and material relations of power as part of a broader social movement to reclaim the promise and possibilities of a democratic public life. Critical pedagogy is dangerous to many people and others because it provides the conditions for students and the wider public to exercise their intellectual capacities, embrace the ethical imagination, hold power accountable, and embrace a sense of social responsibility.

One of the most serious challenges facing teachers, artists, journalists, writers, and other cultural workers is the task of developing a discourse of both critique and possibility. This means developing discourses and pedagogical practices that connect reading the word with reading the world, and doing so in ways that enhance the capacities of young people as critical agents and engaged citizens. In taking up this project, educators and others should attempt to create the conditions that give students the opportunity to become critical and engaged citizens who have the knowledge and courage to struggle in order to make desolation and cynicism unconvincing and hope practical. But raising consciousness is not enough. Students need to be inspired and energized to address important social issues, learning to narrate their private troubles as public issues, and to engage in forms of resistance that are both local and collective, while connecting such struggles to more global issues.

Democracy begins to fail and political life becomes impoverished in the absence of those vital public spheres such as public and higher education in which civic values, public scholarship, and social engagement allow for a more imaginative grasp of a future that takes seriously the demands of justice, equity, and civic courage. Democracy should be a way of thinking about education, one that thrives on connecting equity to excellence, learning to ethics, and agency to the imperatives of social responsibility and the public good. The question regarding what role education should play in democracy becomes all the more urgent at a time when the dark forces of authoritarianism are on the march in the United States. As public values, trust, solidarities, and modes of education are under siege, the discourses of hate, racism, rabid self-interest, and greed are exercising a poisonous influence in American society, most evident in the discourse of the right-wing extremists such as Donald Trump and Ted Cruz, vying for the American presidency. Civic illiteracy collapses opinion and informed arguments, erases collective memory, and becomes complicit with the militarization of both individual, public spaces, and society itself. Under such circumstances, politicians such as Hilary Clinton are labeled as liberals when in reality they are firm advocates for both a toxic militarism and the interests of the financial elites.

All across the country, there are signs of hope. Young people are protesting against student debt; environmentalists are aggressively fighting corporate interests; the Chicago Teachers Union is waging a brave fight against oppressive neoliberal modes of governance; Black youth are bravely resisting and exposing state violence in all of its forms; prison abolitionists are making their voices heard, and once again the threat of a nuclear winter is being widely discussed. In the age of financial and political monsters, neoliberalism has lost its ability to legitimate itself in a warped discourse of freedom and choice. Its poisonous tentacles have put millions out of work, turned many Black communities into war zones, destroyed public education, flagrantly pursued war as the greatest of national ideals, turned the prison system into a default institution for punishing minorities of race and class, pillaged the environment, and blatantly imposed a new mode of racism under the silly notion of a post-racial society.

The extreme violence perpetuated in the daily spectacles of the cultural apparatuses are now becoming more visible in the relations of everyday life making it more difficult for many American to live the lie that they are real and active participants in a democracy. As the lies are exposed, the economic and political crises ushering in authoritarianism are now being matched by a crisis of ideas. If this momentum of growing critique and collective resistance continues, the support we see for Bernie Sanders among young people will be matched by an increase in the growth of other oppositional groups. Groups organized around single issues such as an insurgent labor movements, those groups trying to reclaim public education as a public good, and other emerging movements will come together hopefully, refusing to operate within the parameters of established power while working to create a broad-based social movement. In the merging of the power, culture, new public spheres, new technologies, and old and new social movements, there is a hint of a new collective political sensibility emerging, one that offers a new mode of collective resistance and the possibility of taking democracy off life-support. This is not a struggle over who will be elected the next president or ruling party of the United States, but a struggle over those who are willing to fight for a radical democracy and those who are not. The strong winds of resistance are in the air, rattling established interests, forcing liberals to recognize their complicity with established power, and giving new life the meaning of what it means to fight for a democratic social order in which equity and justice prevail for everyone.

Notes.

[1] Chris Hedges, “The War on Language”, TruthDig, (September 28, 2009)

online at: http://www.truthdig.com/report/item/20090928_the_war_on_language/

[2] Nicole Aschoff, “The Smartphone Society,” Jacobin Magazine, Issue 17, (Spring 2015). Online at: https://www.jacobinmag.com/2015/03/smartphone-usage-technology-aschoff/

[3] Gary Olson and Lynn Worsham, “Staging the Politics of Difference: Homi Bhabha’s Critical Literacy,” Journal of Advanced Composition (1999), pp. 3-35.

[4]. Henry A. Giroux, Education and the Crisis of Public Values, 2nd edition (New York: Peter Lang, 2015).

[5]. Terry Eagleton, The Idea of Culture (Malden, MA: Basil Blackwell, 2000), p.22.

Comparte este contenido: