“El pensamiento reaccionario idealiza la escuela del pasado y magnifica los problemas del presente”. Entrevista a Jaume Trilla

Entrevista/31 Enero 2019/Autor: Víctor Saura/Fuente: El diario la educación

Hablamos con Jaume Trilla, catedrático de Teoría de la Educación de la Universitat de Barcelona y autor de ‘La moda reaccionaría en educación’ (Laertes), donde repasa y responde a los argumentos más repetidos por aquellos que abogan por una especie de retorno al pasado.

A pesar de que empezó como maestro de primaria, hace más de 40 años que Jaume Trilla es profesor de universidad, la mitad de los cuales como catedrático, lo cual le acredita, según escribe en La moda reaccionaria en educación, “como miembro indudable –e incluso privilegiado, en el peor sentido de la palabra– del gremio contra el que los antipedagogos dirigen sus dardos”. El libro es un compendio de cosas que se han dicho y escrito en los últimos años en relación a aspectos como la disciplina, la necesidad de poner límites, la supuesta falta de autoridad de los maestros, la separación por sexos, la separación por niveles de desarrollo, los uniformes, la recuperación de algunas asignaturas del currículum, la asignatura de religión católica… y que Trilla engloba dentro de una misma tendencia: la moda reaccionaria. Un libro relleno de citas de cada uno de los autores, con nombres y apellidos, a los que va replicando. Un libro, reconoce, con el que no hará muchos amigos.

¿Es reaccionario decir que la educación de antes era mejor que la de ahora porque el maestro tenía más autoridad?

Lo es. De hecho, creo que es una deformación del pasado. Es muy discutible que los maestros de antes realmente tuvieran más autoridad que la que tienen ahora. Tenían mucho más poder, eso sí. El castigo físico estaba al orden del día, y a nadie le parecía mal que un maestro le diera una colleja a un alumno o le pusiera de rodillas de cara a la pared durante un buen rato. Las familias incluso legitimaban este tipo de castigos; pero si hoy un maestro le suelta una colleja a un alumno probablemente al día siguiente los padres irán a quejarse a la dirección. O sea que creo que tenemos que estar de acuerdo que erradicar los castigos corporales de las instituciones educativas ha sido algo del todo positivo.

Pero, si preguntáramos por la calle, seguramente mucha gente estaría de acuerdo que hoy los chicos son más indisciplinados que cuando uno iba a la escuela.

La estrategia argumentativa del pensamiento reaccionario tiene dos partes. Una parte consiste en idealizar el pasado. Parecería como si en las escuelas de antes fuera todo un remanso de paz, y que los maestros disfrutaran de un gran prestigio social. Esto es una clara deformación del pasado; solo hay que leer narrativa sobre la escuela del siglo XIX y de buena parte del XX para ver que esta imagen idealizada de la escuela de antes no tiene nada que ver con la historia real de las instituciones educativas. La otra parte de la estrategia del discurso reaccionario consiste en magnificar los problemas del presente. Ahora oyes hablar a según quién y parecería que las aulas actuales sean, literalmente, un campo de batalla; pero cualquiera que conozca la realidad sabe que esto no es verdad. Hay problemas de disciplina, seguro, pero no al nivel que los describen algunos. Antes había de todo y ahora también, ¿pero alguien puede pensar, seriamente, que en general las escuelas de antes eran mejores que las de ahora?

¿Este discurso es una moda o siempre ha estado ahí?

Seguramente siempre hay estado, pero estaba más escondido. En España, después de la Transición quizás no había mucha gente que se atreviera a cantar públicamente las excelencias de la escuela tradicional y, todavía menos, las de su variante franquista. Ahora, en cambio, parece que hay más gente que se atreve más, lo cual es de agradecer, puesto que es cuando la gente escribe y se posiciona públicamente que puedes entrar a discutir, que es lo que intento hacer en el libro.

Durante un tiempo se decía que se tenía que recuperar la cultura del esfuerzo, que se había perdido. Jordi Pujol lo acostumbraba a decir a menudo. ¿Se tiene que recuperar?

No creo que sea verdad que se haya perdido porque no ha existido nunca. Ha existido el esfuerzo que te sale de dentro. Claro, si te exigían exámenes memorísticos, pues tenías que hacer este esfuerzo de memorizar. Pero aquello no era un esfuerzo real y automotivado. Ahora, con las buenas escuelas y los buenos maestros que son capaces de motivar a los chicos, pues quizás se esfuerzan mucho porque les interesa. Cuando te esfuerzas de verdad es cuando te interesa aquello que estás haciendo. En el libro pongo una cita de Chomsky que viene a decir que cuando la motivación básica es aprobar el examen, una vez que ha desaparecido esta motivación básica desaparece también el aprendizaje. Esforzarse para eso no creo que merezca la pena.

Clasifica a los reaccionarios en tres tipos.

Sí, me parece que hay tres tipos de personas o grupos que defienden posicionamientos reaccionarios en educación. Unos serían los reaccionarios completos; es decir, aquellos que lo son en educación y en otros muchos aspectos: en la política, en la moral, etc. Pero también hay quien, sin ser políticamente reaccionario, en determinadas cuestiones educativas defiende posicionamientos claramente retrógrados. Entre estos hay, por ejemplo, algunos profesionales de la enseñanza (sobre todo de secundaria, más que de infantil o primaria), que ven mal cualquier innovación metodológica que se quiera introducir. Algunos de los que van de antipedagogos estarían en esta línea.

Y en tercer lugar están los compañeros de viaje de estos, es decir, intelectuales, escritores, periodistas, tertulianos… famosos que, por su cuenta o bien haciendo de padrinos a los del grupo anterior (prologando sus libros, por ejemplo), también en educación sostienen posicionamientos bastante reaccionarios. Los hay que lo hacen de forma bastante persistente, mientras que otros solo ocasionalmente. Esto es también propio de las modas: para seguir la moda del tatuaje puede haber quien se haga pintar el 80% de la piel y quien solo se haga dibujar una pequeña flor en el hombro. En el libro menciono concretamente a unos cuantos autores de cada una de las tres tipologías mencionadas.

De entre los ‘antipedagogos’ sobre todo cita a uno: Moreno Castillo.

Seguramente es quien más ha escrito en esta línea.

Este autor y otros acusan a los pedagogos como usted de pontificar desde el pedestal, es decir, sin haber pisado un aula de verdad en décadas.

Lo primero que dicen sobre los pedagogos es que tenemos mucho poder, lo cual no es cierto. Me gustaría saber cuántos ministros de Educación han sido pedagogos [podemos responder a este interrogante: desde la Transición ha habido 20 ministros de Educación y Ciencia, y ninguno estudió pedagogía, la mayor parte han sido juristas. La que más se acerca es la actual ministra, que es catedrática de secundaria]. Pero después, efectivamente, dicen esto del aula, y la realidad es que desconocen bastante nuestro trabajo.

Muchos pedagogos se han dedicado a la enseñanza y conocen por experiencia propia el mundo de la escuela; y, además de esto, por su trabajo y su investigación muchos siguen manteniendo un contacto muy directo con la práctica educativa. En el libro cito unas palabras de Jordi Llovet, catedrático jubilado de Literatura de mi Universidad, cuyos artículos siempre sigo con interés. En este texto dice que nunca se tiene que hacer caso a los pedagogos porque no tienen ni idea de la práctica de la enseñanza; a quien hay que creer, dice, es a los maestros que son quienes realmente saben.

Su argumento sería muy parecido a decir que nunca se tiene que hacer caso a los teóricos de la literatura o a los críticos literarios, sino a los novelistas y poetas, puesto que los otros nunca han sido capaces de escribir una novela presentable. Como que este argumento no me lo creo, yo seguiré haciendo caso de las recomendaciones que hace el profesor Llovet en sus artículos periodísticos.

Además de Llovet no salen muchos catalanes alineados con el reaccionarismo.

Hay más. Por ejemplo, menciono un artículo de Josep Maria Espinàs –a quien también siempre he leído con agrado–, en el que comentaba una idea alocada de Esperanza Aguirre cuando fue presidenta de la Comunidad de Madrid: dijo que reinstalaría las tarimas en todas las aulas de su Comunidad. Aguirre, con razón, recibió muchas críticas, pero Espinàs escribió un artículo donde defendía la idea, aludiendo a la funcionalidad de las tarimas para mejorar la visibilidad. No creo que haya ningún maestro que viva como un problema para su trabajo no poder ver a los alumnos desde más arriba. Las tarimas son funcionales para metodologías didácticas solo transmisivas y en colectivos mucho más numerosos de lo que son los grupos-clase actuales, afortunadamente. Quizás la necesidad de escribir una columna te puede llevar a defender propuestas tan reaccionarias e inútiles como la de la expresidenta de Madrid.

Una parte importante del libro lo dedica al Opus y a los defensores de la educación diferenciada.

Sí, ellos denominan así a la segregación escolar según el sexo.

¿No es cierto, pues, que la separación por sexos ayude al aprendizaje porque elimina distracciones?

Quieren demostrar que la separación de sexos va bien para el aprendizaje. Es decir, como que los niños y las niñas tienen procesos de maduración diferentes, aprenderán mejor las matemáticas, la gramática y las ciencias naturales si en la escuela los separamos; y defienden también que, separados, ellas y ellos estarán más tranquilos en clase, en especial cuando lleguen a la adolescencia. Lo que está demostrado es que esta variable (juntos o separados) no es nada relevante en el aprendizaje de esas materias: aprender bien matemáticas no depende de si los niños y las niñas las aprenden juntos o separados; depende de otros muchos factores.

Por otro lado, la defensa de la coeducación no se ha hecho nunca para que estén más tranquilos en la escuela, sino para que juntos estén más tranquilos en todos los espacios de la vida social y cotidiana que tienen que compartir. Cuando, durante el franquismo, la entidad por la que me preguntabas disfrutaba de mucho poder político sobre el sistema educativo, prohibieron, directamente y para todo el mundo, la coeducación en las escuelas; y lo hicieron por motivos religiosos o ideológicos. Después, en la democracia, estos argumentos ya no servían y por eso aducen ahora argumentos presuntamente científicos.

¿La asignatura de religión es anacrónica?

Lo que cuestiono es que en los planes de estudio haya una asignatura confesional de religión. Lo que no creo que sea discutible es que en el sistema educativo formal se estudie el hecho religioso. Las religiones han tenido y siguen teniendo un papel antropológico, social, político muy relevante; a veces para bien y a veces para mal. Por lo tanto, todo esto también tiene que formar parte de los contenidos escolares; sea de forma transversal en varias asignaturas o de manera específica en una de ellas (algunos denominan “Cultura religiosa” a esta asignatura posible). Pero una cosa es esta cultura religiosa y otra muy diferente es una asignatura confesional de religión. Incluir esta asignatura dentro del currículum es legitimar la escuela como un lugar de adoctrinamiento religioso.

Por otro lado, si esto se tuviera que hacer bien (de forma democrática e igualitaria para todas las creencias y descreencias) querría decir que cada escuela tendría que ofrecer clases diferentes de religión confesional para cada una de las opciones existentes entre las familias de los alumnos; es decir, que una sociedad cada vez más multicultural como la nuestra, muchas escuelas tendrían que tener un montón de asignaturas y profesorado diferentes: religión católica, musulmana, budista, protestante… y también, está claro, ateísmo, agnosticismo… Ya se ve que este planteamiento –que sería lo democráticamente exigible– comportaría una clara imposibilidad económica y organizativa, además de que sería de un gusto pedagógico francamente dudoso.

La solución es bien fácil: en la escuela, cultura religiosa (como asignatura o distribuida en otras materias); y la educación religiosa confesional, que tenga lugar en el ámbito familiar y/o por medio de todas aquellas instancias privadas que las confesiones religiosas consideren pertinentes.

El hecho de que la escuela concertada de carácter religioso haga religión tiene sentido, pero ¿por qué se tiene que hacer a las públicas? ¿Por qué ningún gobierno socialista lo ha sacado del currículum?

Esto viene de aquellos Acuerdos famosos entre el Estado español y el Vaticano firmados durante la Transición. En ellos España se comprometía a garantizar la enseñanza de la religión católica en todas las escuelas para todo el mundo que lo quisiera; y garantizar quiere decir, entre otras cosas, pagar al profesorado. Un profesorado elegido por los obispos correspondientes, pero que cobra del dinero público. Lo cual ha generado conflictos realmente inverosímiles. Por ejemplo, profesores o profesoras de religión que han sido despedidos por haberse casado con una persona divorciada.

¿Hay más reaccionarios o más progres en educación?

Esto no lo sé. Pero en todo caso en el libro también intento dejar claro que hay muchos tipos de posicionamientos reaccionarios en educación; no se pueden meter todos en el mismo cesto. Por ejemplo, estoy convencido de que muchos de los que, como decía antes, van de antipedagogos no son partidarios de la segregación por sexos o del adoctrinamiento religioso en la escuela. Supongo que quienes sostienen posicionamientos reaccionarios piensan que aquello que realmente está de moda no son sus posicionamientos, sino los del progresismo pedagógico. En cualquier caso, puede haber modas diferentes e, incluso, contrarias que coexistan en un mismo tiempo.

Al final del libro también dedica alguna crítica a las pedagogías ‘progres’, pero sin dar nombres.

Yo critico dos aspectos de un cierto progresismo pedagógico que también critican algunos de los reaccionarios. Lo primero es que a veces parece que estemos inventando la sopa de ajo en cada momento, cuando mucho de lo que se reivindica desde el progresismo son aportaciones de los clásicos de los movimientos de la Escuela Nueva de finales del XIX y comienzos del XX. Está muy bien recuperar, divulgar y actualizar aquellas aportaciones de entonces, pero que nadie se piense que son invenciones de ahora. De todas maneras, me parece positiva la incidencia que pueden tener estas propuestas para sacudir un poco el sistema y, sobre todo, para poner en valor escuelas y maestras que ya hacían todo esto desde hace tiempo.

Después también critico las ínfulas cientifistas que tienen algunos sectores de la pedagogía, y que consideran que todo tiene que ser científico y que tenemos que estar a la altura de las ciencias de verdad… No estoy de acuerdo. Una parte del conocimiento del que disponemos sobre la educación es científico, supongo que a unos niveles similares al de otras ciencias humanas y sociales; después hay una parte del conocimiento que todavía no es científico pero que lo irá siendo; pero también hay una parte de la pedagogía que no será nunca científica ni tiene porqué serlo. Por ejemplo, la determinación de las finalidades de la educación: esto no lo decidirá nunca la ciencia, sino la ideología, la política.

Y también tenemos que reconocer que una parte de los grandes hallazgos y aciertos en la historia de la pedagogía no se ha hecho por la vía científica, sino por la puramente experiencial. Por ejemplo, la pedagogía de Celestin Freinet. Un maestro que iba tirando y experimentando, que supo explicarlo muy bien, y dejó un método que ha tenido muchos seguidores; entre otros motivos, porque estaba al alcance de cualquier maestro que quisiera cambiar su manera hacer en la escuela.

Quizás tendría que haber escrito el libro sobre “la moda progre en educación”, porque hay más moda progre que carca, ¿verdad?

Tal vez sí, pero a mí la que me da miedo es la moda carca. Aun así, no he querido ahorrar alguna crítica a los progres porque los planteamientos maniqueos tampoco me gustan, nunca la razón está al 100% en un solo lado.

Fuente e imagen: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/01/31/el-pensamiento-reaccionario-idealiza-la-escuela-del-pasado-y-magnifica-los-problemas-del-presente/

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Venezuela: Denuncian despidos masivos de trabajadores de la Dirección de Educación neoespartana

Venezuela / www.aporrea.org / 17 de Enero de 2018

Unos 255 trabajadores de Educación dependientes de la gobernación de Nueva Esparta han visto vulnerados sus derechos laborales, porque buena parte de ellos ha recibido notificaciones de despido, mientras otro grupo ha visto suspendidos sus pagos o ha sido rebajado de cargo.

Estos hechos fueron dados a conocer por la jefa de la Zona Educativa de Nueva Esparta, Noris Soto, en rueda de prensa conjunta con representantes de la estructura política del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y del alcalde del municipio Arismendi, Alí Romero.

Según lo explicó Soto, los 255 trabajadores afectados habían sido beneficiados el pasado año con las titularidades de sus cargos, gracias a un decreto suscrito por Carlos Mata Figueroa, durante su período de gobierno.

“Este fue un decreto suscrito por un gobernador en el pleno ejercicio de sus funciones. El decreto es un acto de justicia social que incorporaba como personal fijo a docentes, personal administrativo y obrero que se encontraba en situación de contratados”, detalló la máxima representante del Ministerio de Educación en la entidad insular.

Retaliaciones políticas

La vocera del equipo político del PSUV en la región y jefa de personal durante la administración de Mata Figueroa, Natacha Nuñez, aseveró que se trata de “retaliaciones políticas”, porque son ciudadanos que han sido amenazadas por el simple hecho de defender los principios de la revolución bolivariana.

El alcalde de Arismendi, en su condición de abogado, explicó las razones de la legalidad del decreto e instó a los trabajadores a acudir a las instancias que corresponden en la defensa de sus derechos.

En representación de los docentes, Jennifer Villarroel afirmó que había sido rebajada a suplente, pese a que contaba con la titularidad de su cargo.

Por su parte, Cristina Martínez, aseveró que actualmente está siendo amenazada por su tendencia política. “Me dijeron que por chavista no me podían seguir pagando”.

Trabajadores de educación que prestan servicio en la isla de Coche expusieron situaciones similares. “No están humillando y nos dan el cese de funciones”, apuntó Alderys Salgado.

Noris Soto recordó a los afectados que desde la Zona Educativa se cuenta con las condiciones necesarias para brindar asesoría a los trabajadores y les recomendó además acudir a la Inspectoría del Trabajo, para hacer respetar sus derechos laborales.

“En Zona Educativa estamos recibiéndolos y apoyándolos. Tenemos un gobierno responsable que encabeza nuestro presidente Nicolás Maduro. El ministro Elías Jaua está muy pendiente de la situación de los docentes regionales y el protector del estado está apoyando todas estas acciones, el general en jefe Carlos Mata Figueroa”, enfatizó.

Fuente: https://www.aporrea.org/trabajadores/n319733.html

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¿Qué es la política pública? Apuntes desde México

Blanca Heredia

Dentro de la investigación académica, las definiciones abundan y los consensos escasean. La visión dominante, surgida en Estados Unidos y exportada al resto del mundo es que la política pública es la aproximación fría y racional, fundada en el análisis y el conocimiento científico, empleada por los gobiernos para resolver problemas o para generar estados de cosas deseables para la colectividad en su conjunto.

Todo ello, según esto, a través de procesos ordenados y sistemáticos que involucran una secuencia de fases encaminadas a lograr el objetivo planteado. Primero, la correcta identificación y formulación del ‘problema’. Segundo, el análisis de las opciones de solución disponibles y la elección de aquella que resulta mejor (más costo-efectiva para alcanzar los propósitos declarados de la iniciativa).

Tercero, la transformación de la opción elegida en leyes y/o programas, seguida de su implementación práctica. En el mundo ideal, todo este proceso, culminando con la evaluación de la política pública en cuestión.

Suena bonito. Definición clara del problema, identificación de la ‘mejor’ (la más eficiente, la más costo-efectiva) estrategia para atenderlo, implementación en tierra y evaluación. Gobiernos trabajando para todos echando mano, para ello, del mejor conocimiento disponible en pos del bien común. Todo claro, todo prístino, todo entendible y mucho muy técnico y racional.

En la vida real, ni en México ni en ninguna parte la política pública funciona así. En algunos países, en ciertos momentos y en algunos temas acotados, la narrativa racionalista dominante sobre qué es y cómo se hace la política pública puede resultar de alguna utilidad. En general y, desde luego, para países como México, esa historieta ayuda poco o nada para entender de qué va la política pública, sea en seguridad o en educación o en salud o en el tema que sea.

La falta de correspondencia entre lo que supuestamente es la política pública y lo que, en efecto, resulta problemático por varias razones. En términos analíticos, pues limita muy seriamente la posibilidad de explicar y entender por qué los gobiernos hacen lo que hacen y por qué, en infinidad de casos, fracasan en el intento.

El costo más grande e importante de la falta de correspondencia entre el discurso y la realidad ‘sucia’ y profundamente política sobre en qué consiste la política pública, sin embargo, es que contribuye a apuntalar la idea profundamente tóxica según la cual el gobierno, en particular, y la política, en general, no son sino una farsa y un engaño para beneficiar a políticos y burócratas a costa de todos y, en especial, de los prístinos ciudadanos.

Una manera más realista y productiva de entender a la política pública es definirla como el accionar concreto y cotidiano del gobierno. Del ‘gobierno’, esto es, en el doble sentido de organización burocrática y de acto de imprimirle orden y dirección a la vida en común. Vista así, la política pública es la forma en la que el gobierno y la política que construimos entre todos –con nuestras acciones y no acciones– se manifiestan día con día en nuestras vidas.

En todo tiempo y lugar, la política pública es el gobierno en acción, siempre con dos caras. La cara orientada a garantizar el orden (mínimos de predictibilidad y certidumbre, dispositivos para regular la violencia, entre otros) indispensable para la vida mínimamente civilizada y productiva en cualquier comunidad. Y la cara enfocada en atender e intentar resolver problemas colectivos en distintos ámbitos a través del empleo de medios técnicos.

Ahí donde, como en México, los asideros estructurales, institucionales y simbólicos del orden político y social son frágiles y crecientemente precarios, el papel de la política pública como productora de orden elemental tiende a magnificarse. En contextos de este tipo, la política pública acaba convirtiéndose en una herramienta central para intentar preservar orden y gobernabilidad básicos, más que en un dispositivo para atender, de forma técnicamente óptima, un determinado problema colectivo.

Así, y por tan sólo citar uno entre miles de ejemplos, la función de la política carretera de resolver los déficits en la materia de la forma más eficiente se ha visto crecientemente opacada e imposibilitada por su función en materia de gobernabilidad. Por su función, dicho más claramente, como espacio privilegiado para armar o sostener los apoyos y lealtades intra y extragubernamentales –requeridos en un sistema político clientelar, descentralizado y fuertemente competitivo en términos electorales– para mantener mínimos de orden y paz social y política.

A los costos (enormes) de un estado de cosas en el que ‘el gobierno’, en el sentido más básico (orden y dirección), conspira de forma cada vez más extendida y sistemática contra la posibilidad del ‘buen gobierno’ (resolución técnicamente competente de problemas colectivos), habría que añadir en nuestro caso un costo, gravísimo, adicional. Me refiero a la productividad claramente decreciente del accionar del gobierno –federal, y de forma especialmente aparatosa, estatal y municipal– en México como generador de orden y gobernabilidad.

Triste estado de las cosas. Política pública en la que solución técnica de problemas colectivos se subordina a la generación de orden y gobernabilidad, pero en la que el accionar del gobierno cada vez consigue producir menos orden, concierto y gobierno.

Fuente del articulo: http://www.elfinanciero.com.mx/opinion/que-es-la-politica-publica-apuntes-desde-mexico.html

Fuente de la imagen: http://www.elfinanciero.com.mx/files/article_main/uploads/2017/06/12/593f45fc8155a.jp

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Políticamente correcto

Por: Rafael Cerro

La historia del eufemismo nacional tocó techo hace un par de temporadas, cuando el diario más políticamente correcto le atribuyó un delito a “un ciudadano de origen romaní”. El periódico acababa de emplear el nombre de una lengua, romaní, para referirse a una persona, a un gitano.

El Diccionario ha terminado admitiendo este uso, pero eso es lo de menos: lo importante es que los lectores no se enteraron de nada. Un responsable del secretariado gitano en España me dijo en una entrevista: “Los gitanos queremos que nos llamen gitanos. Sin endulzarlo con ciudadanos ni con nada, porque ser gitano no es malo”.

Parecen pensar lo contrario los numerosos redactores que se sientan a escribir con miedo: prefieren publicar una estupidez antes que afirmar algo políticamente incorrecto. Un gitano casi siempre es “un ciudadano de origen gitano”, como un árabe suele ser “un ciudadano de raza árabe”, mientras un murciano es un murciano, a secas. Redactores racistas, en realidad. Los árabes son “hombres de raza árabe”.

Medimos a la micra nuestras palabras para escribir solo aquello que no pueda ofender y no hay un tope para la sensibilidad a las ofensas.

Hoy perseguiríamos a aquel escritor que llamaba a los árabes por su nombre académico: “Moros, moros hay en la tierra; moros, moros, arma, arma”. El mismo indeseable que publicó aquella novela sobre Andrés, el español que se enamoró de la gitana Preciosa y se incorporó a su caravana para poder estar cerca de ella, trashumando con los gitanos. Robaba como ellos, pero de noche regresaba al lugar del delito y devolvía el dinero para dormir en paz con su conciencia. La novela es una joya literaria y su autor brilló como una supernova, aunque nunca consiguió ganar mucho dinero. Miguel de Cervantes Saavedra se llamaba. Cuatro siglos después, hemos retrocedido bastante ideológicamente y hoy habría que censurar tanto La Gitanilla como El Quijote, nombre de la primera novela que cité.

La corrección política y la obsesión por no molestar forman una cuadrícula de hierro que amenaza nuestras libertades de expresión y pensamiento. Medimos a la micra nuestras palabras para escribir solo aquello que no pueda ofender y no hay un tope para la sensibilidad a las ofensas, para la urticaria de la piel demasiado fina. Los correctos sublimes quieren controlar nuestro discurso para controlar nuestro mismísimo pensamiento. Si no lo dices, difícilmente podrás pensarlo. La corrección política está íntimamente relacionada con la estupidez, pero no es estúpida en absoluto. Quiero decir que genera imbecilidad, pero de puertas adentro es un mecanismo de control mental muy inteligente. La prevención del agravio. Preferentemente, de la ofensa a colectivos minoritarios o desfavorecidos.

Lo políticamente correcto intenta sistemáticamente imponer las tesis del establishment porque es un pensamiento reaccionario. Una reacción contra el libre albedrío. Se trata siempre de las ideas afines al poder y habitualmente difundidas desde este mismo.

Los correctos sublimes quieren controlar nuestro discurso para controlar nuestro mismísimo pensamiento

Un ejemplo: los partidos políticos y administraciones que intentan implantar a la fuerza el famoso «Querid@s niñ@s”, un amasijo de faltas de ortografía porque la arroba no se puede incrustar en ese lugar. Sencillamente, no es una letra. Cada político progre que intenta atraer el voto femenino saluda a sus “compañeros y compañeras”. Sabe que la letra o cubre a ambos sexos en español en ese caso, pero intenta imponer este uso forzado que podríamos llamar inclusivo. Den por seguro que la arroba estará un día en el Diccionario porque el poder lo ha decidido así. Sencillamente, es rentable en votos. Pero la expresión no llegará al libro sanamente, a través del uso, sino por la vía antinatural de la imposición política.

Nadie querrá gritar que el emperador está desnudo y todos terminaremos por decir esa sandez… y por pensarla. Nadie tampoco cuando el expresidente andaluz José Antonio Griñán dijo, durante un ataque de efervescencia demagógica en un mitin, que no le importaba que le llamasen presidenta. Todo sea por los votos.

Los chinos son “ciudadanos de origen chino” y los negros se han convertido en “hombres de color” aunque en realidad muchos prefieran que les llamen negros porque no se avergüenzan de serlo. Todo el que cree necesario ocultar la palabra negro es racista, por supuesto. Y tras la raza, el género.

El políticamente correcto es capitán del eufemismo, coraza del débil y señor de la ética

El esquema va prohibiendo alusiones a las mujeres. El debate axial no está en si los piropos son buenos o malos, sino en si debemos aguantar que el poder nos diga cómo tenemos que hablar para proteger a personas que ni siquiera sabemos si se sentían ofendidas. Las expresiones que no llegan a piropo pero molestan a las feministas radicales se llaman en la Red “micromachismos” y son igualmente censurables. La lista crece todos los días con nuevas propuestas en las redes. No existen los microfeminismos, pues se entiende que los varones no son una minoría débil que pueda ser ofendida.

Cuando hundimos el mercado laboral y con él las expectativas de trabajo de los jóvenes, se nos presentó una encrucijada: o arreglarlo o salir del paso con una sandez políticamente correcta. Surgió la expresión “la generación mejor preparada de la historia”. Una afirmación que ni siquiera se puede comprobar, pero que repetimos a diario. Cualquier cosa menos reconocer que hace falta mejorar la calidad de la educación y dejar de hacerla ideológica.

El políticamente correcto es capitán del eufemismo, coraza del débil y señor de la ética. Él decide qué es ofensivo para los demás, pues la sensibilidad es una cualidad subjetiva. Los correctos proponen tácitamente para protegerlas todas que renunciemos a nuestra libertad de expresión. Eso es lo que intenta la cruzada de censura llamada corrección política con su lista de ideas permitidas y prohibidas, esculpida en piedra.

 Fuente: http://www.bez.es/560680975/Politicamente-correcto.html
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