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México: Senadores ya discuten reforma educativa para ‘dreamers’

México/06 de Marzo de 2017/Excelsior

En el Pleno, Manuel Bartlett Díaz, legislador del PT, dijo que la reforma se encamina más a una privatización del sistema formativo nacional que a la atención de los migrantes.

n el objetivo de facilitar el trámite de revalidación de estudios a ‘dreamers’ deportados —incluyendo a niños y jóvenes en el sistema nacional educativo, aunque éstos carezcan de papeles— por las políticas migratorias del presidente de Estados Unidos, Donald John Trump, en el Senado de la República ya se debate la Ley General de Educaciónpara su aprobación.

Es el tema a tratar en la sesión ordinaria de este martes 28 de febrero 2017; las constancias de revalidación y equivalencia de estudios deberán ser registradas en el Sistema de Información y Gestión Educativa. Se avalaría una reforma presentada por Enrique Peña Nieto.

En sintonía con las necesidades de orientación para con los connacionales, se busca avalar la reforma derivada de la iniciativa del presidente Enrique Peña Nieto que faculta a la autoridad educativa federal para expedir normas de control en los rubros de inscripción, reinscripción, promoción, regularización, acreditación y certificación de estudios: para la educación básica.

Los legisladores acotaron que estas medidas están encaminadas para proteger los derechos básicos de los mexicanos que se encuentren en una situación de vulnerabilidad debido al estatus migratorio que acarrean en la Unión Americana; en este sentido, el senador Juan Carlos Romero Hicks por el Partido Acción Nacional (PAN), llamó desde la tribuna a tomar cartas en el asunto.

Precisó que el desafío para los grupos parlamentarios de las diversas instituciones políticas radica en otorgar servicios educativos de calidad, que sean óptimos tanto para el desarrollo efectivo de los estudiantes que retornen a México como para las autoridades educativas de México.

Al externar su oposición a dicha reforma, el senador Manuel Bartlett Díaz, del Partido del Trabajo (PT), dijo que lo que se plantea en el dictamen va más encaminado a la privatización del sistema educativo nacional que a beneficiar a los jóvenes deportados y la población en general.

Fuente: http://www.excelsior.com.mx/nacional/2017/02/28/1149197

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Trump: la disputa por el relato

Por: Luis Hernández Navarro

Como candidato, Donald Trump derrotó por nocaut a los grandes medios de comunicación estadunidenses. Ahora se propone hacer lo mismo como presidente de Estados Unidos. En el centro del pleito se encuentra la definición de quién elabora la narrativa sobre el nuevo gobierno: si el magnate o la prensa.

Los ataques de Trump contra los medios han sido duros, a la cabeza y continuos. Sea a través de tuits o en conferencias con periodistas, el mandatario no da tregua. Un día dice que los medios se han convertido en gran parte del problema, parte del sistema corrupto, y otro afirma que el público ya no les cree. La prensa está fuera de control, el nivel de deshonestidad está fuera de control.

El presidente dispara indistintamente contra los medios electrónicos y los escritos. “Los medios con noticias falsas (los perdedores The New York Times, NBC, ABC, CBS, CNN) no son mi enemigo, son el enemigo del pueblo estadounidense”, escribió en un tuit. Ufano, asegura que «muchos de los medios en Washington, junto con los de Nueva York y Los Ángeles en especial, no hablan para la gente, lo hacen para intereses especiales. La gente ya no les cree. Quizás yo tenga algo que ver en ello. No lo sé. Pero ya no les creen».

Al menos en este punto, Trump es consistente en sus convicciones. En 1981, acusaba: «La prensa es mentirosa, está ahí para manipular a la gente y a eso se dedica».

Stephen K. Bannon, el hombre más influyente en el equipo presidencial, confirmó esta «doctrina» en una entrevista a The New York Times: «Los medios de comunicación deberían estar avergonzados, sentirse humillados y mantener la boca cerrada. Deberían empezar a escuchar. Quiero que tome esta cita textual: los medios de comunicación son el partido de la oposición. Ellos no entienden este país. Todavía no entienden por qué Donald Trump es el presidente de Estados Unidos» (http://goo.gl/mu4F2D).

Los golpes del presidente y su asesor contra los medios de comunicación llueven sobre mojado. Una encuesta de Gallup, difundida el 14 de septiembre de 2016, encontró que sólo 32 por ciento de los estadunidenses tienen mucha confianza en los medios de comunicación «para reportar la noticia de manera completa, precisa y justa». Se trata del nivel más bajo en la historia de estos sondeos. Una caída de ocho puntos porcentuales con respecto al año pasado (https://goo.gl/e3ywhU).

Esta desconfianza hacia la prensa es aún mayor entre las personas de 18 a 49 años de edad. Sólo 26 por ciento se fían de la verosimilitud de lo que los medios informan.

La cobertura que muchos de estos medios han hecho sobre los gobiernos progresistas en América Latina muestra que no faltan razones para esta incredulidad. No pocos periódicos y cadenas televisivas se han comportado allí –tal como advierte Steve Bannon– como partidos de oposición alternos, y no han comprendido lo que sucede en la región. Su aparente «objetividad» está condicionada por su proclividad a favorecer la visión de los grupos empresariales afectados por las reformas y por los intereses estadunidenses en el área.

Claramente, existe una diferencia sustantiva en cómo la gente ve a los medios y cómo se ven ellos a sí mismos. Mientras éstos se asumen como un cuarto poder real, como un mensajero entre los que piensa y sienta la ciudadanía y el poder, los hombres y mujeres de a pie los consideran cada vez más como parte del establishment. Para muchos ciudadanos, no hay diferencias sustanciales entre los medios y la clase política.

Trump y su equipo se han apoyado en esta diferencia de percepción para imponer la narrativa sobre su gobierno. No importa si lo que el mandatario dice es falso o verdadero. Le valen gorro los valores clásicos del periodismo. Lo que le importa es que su relato sobre lo que él es y hace se imponga sin cortapisas. Y a sus seguidores les tiene sin cuidado si lo que dice es cierto o es mentira. Lo que quieren son palabras que les permitan reafirmar sus convicciones previas.

Durante su campaña electoral, el magnate se presentó como un no político e hizo de la comunicación directa, sin agentes mediáticos (pero contra ellos), el centro de su estrategia con los votantes. Tenía una reputación previa como empresario de éxito forjada en las páginas de tabloides y de shows de entretenimiento. Con una organización territorial eficaz, el uso de redes sociales y el dominio de las reglas del juego del mundo del espectáculo le dio la vuelta a la industria de la información y el entretenimiento. Hoy parece tenerla contra las cuerdas.

A pesar de que nunca lo tomaron con seriedad, los medios de comunicación fueron claves en el triunfo electoral de Trump. No porque hablaran bien de él, sino por la enorme cobertura gratuita que le brindaron. Lo hicieron por una razón muy sencilla: porque era negocio. Durante la campaña, CNN ganó 100 millones de dólares extras por informar y opinar ampliamente sobre Trump.

Según un informe de MediaQuant, en las elecciones primarias del Partido Republicano Trump contó con mil 898 millones de dólares en publicidad no pagada en distintas plataformas.

Sobre advertencia no hay engaño. Aunque el influyente Steve Bannon realmente no es leninista, se presentó en una entrevista con el historiador Ronald Radosh como un seguidor del revolucionario soviético. “Lenin –le dijo– quería destruir el Estado, y ese es también mi objetivo. Quiero que todo se venga abajo, destruir todo el sistema actual.” Obviamente, la prensa es parte de ese sistema.

A tuitazos, el beligerante Donald Trump avanza en la destrucción del viejo orden. Los grandes medios de comunicación tradicionales están en su mira. Ellos han reaccionado disparando ya sus más potentes descargas. Sin embargo, apenas parecen haberle hecho daño. Por lo pronto, el pleito sigue.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=223217&titular=trump:-la-disputa-por-el-relato-

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Políticamente correcto

Por: Rafael Cerro

La historia del eufemismo nacional tocó techo hace un par de temporadas, cuando el diario más políticamente correcto le atribuyó un delito a “un ciudadano de origen romaní”. El periódico acababa de emplear el nombre de una lengua, romaní, para referirse a una persona, a un gitano.

El Diccionario ha terminado admitiendo este uso, pero eso es lo de menos: lo importante es que los lectores no se enteraron de nada. Un responsable del secretariado gitano en España me dijo en una entrevista: “Los gitanos queremos que nos llamen gitanos. Sin endulzarlo con ciudadanos ni con nada, porque ser gitano no es malo”.

Parecen pensar lo contrario los numerosos redactores que se sientan a escribir con miedo: prefieren publicar una estupidez antes que afirmar algo políticamente incorrecto. Un gitano casi siempre es “un ciudadano de origen gitano”, como un árabe suele ser “un ciudadano de raza árabe”, mientras un murciano es un murciano, a secas. Redactores racistas, en realidad. Los árabes son “hombres de raza árabe”.

Medimos a la micra nuestras palabras para escribir solo aquello que no pueda ofender y no hay un tope para la sensibilidad a las ofensas.

Hoy perseguiríamos a aquel escritor que llamaba a los árabes por su nombre académico: “Moros, moros hay en la tierra; moros, moros, arma, arma”. El mismo indeseable que publicó aquella novela sobre Andrés, el español que se enamoró de la gitana Preciosa y se incorporó a su caravana para poder estar cerca de ella, trashumando con los gitanos. Robaba como ellos, pero de noche regresaba al lugar del delito y devolvía el dinero para dormir en paz con su conciencia. La novela es una joya literaria y su autor brilló como una supernova, aunque nunca consiguió ganar mucho dinero. Miguel de Cervantes Saavedra se llamaba. Cuatro siglos después, hemos retrocedido bastante ideológicamente y hoy habría que censurar tanto La Gitanilla como El Quijote, nombre de la primera novela que cité.

La corrección política y la obsesión por no molestar forman una cuadrícula de hierro que amenaza nuestras libertades de expresión y pensamiento. Medimos a la micra nuestras palabras para escribir solo aquello que no pueda ofender y no hay un tope para la sensibilidad a las ofensas, para la urticaria de la piel demasiado fina. Los correctos sublimes quieren controlar nuestro discurso para controlar nuestro mismísimo pensamiento. Si no lo dices, difícilmente podrás pensarlo. La corrección política está íntimamente relacionada con la estupidez, pero no es estúpida en absoluto. Quiero decir que genera imbecilidad, pero de puertas adentro es un mecanismo de control mental muy inteligente. La prevención del agravio. Preferentemente, de la ofensa a colectivos minoritarios o desfavorecidos.

Lo políticamente correcto intenta sistemáticamente imponer las tesis del establishment porque es un pensamiento reaccionario. Una reacción contra el libre albedrío. Se trata siempre de las ideas afines al poder y habitualmente difundidas desde este mismo.

Los correctos sublimes quieren controlar nuestro discurso para controlar nuestro mismísimo pensamiento

Un ejemplo: los partidos políticos y administraciones que intentan implantar a la fuerza el famoso «Querid@s niñ@s”, un amasijo de faltas de ortografía porque la arroba no se puede incrustar en ese lugar. Sencillamente, no es una letra. Cada político progre que intenta atraer el voto femenino saluda a sus “compañeros y compañeras”. Sabe que la letra o cubre a ambos sexos en español en ese caso, pero intenta imponer este uso forzado que podríamos llamar inclusivo. Den por seguro que la arroba estará un día en el Diccionario porque el poder lo ha decidido así. Sencillamente, es rentable en votos. Pero la expresión no llegará al libro sanamente, a través del uso, sino por la vía antinatural de la imposición política.

Nadie querrá gritar que el emperador está desnudo y todos terminaremos por decir esa sandez… y por pensarla. Nadie tampoco cuando el expresidente andaluz José Antonio Griñán dijo, durante un ataque de efervescencia demagógica en un mitin, que no le importaba que le llamasen presidenta. Todo sea por los votos.

Los chinos son “ciudadanos de origen chino” y los negros se han convertido en “hombres de color” aunque en realidad muchos prefieran que les llamen negros porque no se avergüenzan de serlo. Todo el que cree necesario ocultar la palabra negro es racista, por supuesto. Y tras la raza, el género.

El políticamente correcto es capitán del eufemismo, coraza del débil y señor de la ética

El esquema va prohibiendo alusiones a las mujeres. El debate axial no está en si los piropos son buenos o malos, sino en si debemos aguantar que el poder nos diga cómo tenemos que hablar para proteger a personas que ni siquiera sabemos si se sentían ofendidas. Las expresiones que no llegan a piropo pero molestan a las feministas radicales se llaman en la Red “micromachismos” y son igualmente censurables. La lista crece todos los días con nuevas propuestas en las redes. No existen los microfeminismos, pues se entiende que los varones no son una minoría débil que pueda ser ofendida.

Cuando hundimos el mercado laboral y con él las expectativas de trabajo de los jóvenes, se nos presentó una encrucijada: o arreglarlo o salir del paso con una sandez políticamente correcta. Surgió la expresión “la generación mejor preparada de la historia”. Una afirmación que ni siquiera se puede comprobar, pero que repetimos a diario. Cualquier cosa menos reconocer que hace falta mejorar la calidad de la educación y dejar de hacerla ideológica.

El políticamente correcto es capitán del eufemismo, coraza del débil y señor de la ética. Él decide qué es ofensivo para los demás, pues la sensibilidad es una cualidad subjetiva. Los correctos proponen tácitamente para protegerlas todas que renunciemos a nuestra libertad de expresión. Eso es lo que intenta la cruzada de censura llamada corrección política con su lista de ideas permitidas y prohibidas, esculpida en piedra.

 Fuente: http://www.bez.es/560680975/Politicamente-correcto.html
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España: El unicornio educativo

España/27 de Febrero de 2017/El Mundo

Si el tiempo que dedicamos en España a debatir sobre el deterioro de la educación lo empleáramos en educarnos, quizá ya no tendríamos que dedicar más tiempo a debatir sobre el deterioro de la educación. Pero como la educación sigue deteriorándose y aún no hemos perdido como especie la curiosidad por los primeros principios -todo se andará-, ayer echamos la mañana debatiendo sobre la asignatura pendiente de la educación en España, título del tercer encuentro del ciclo de ideas que organiza Unidad Editorial.

Que nadie extraiga de este exordio una conclusión precipitada. No es que crea que la educación no es importante: es que creo que es lo único importante. Tanto que quizá sea un error dejarla en manos de pedagogos. El mayor error del régimen del 78 no es la politización de la justicia, ni la cultura del pelotazo, ni que Gran Hermano haya alcanzado la decimoséptima edición impunemente: es haber abandonado la legislación educativa en manos de la moderna pedagogía.

En este momento, como en cualquier otro de la historia reciente, los políticos andan detrás de ese animal mitológico al que llaman Pacto de Estado por la Educación (PEE). El PEE es un unicornio transversal sobre el que podrán cabalgar, una vez cazado, tan cómodamente las izquierdas como las derechas, los católicos y los ateos, los partidarios del esfuerzo y los obsesos del igualitarismo. Se rumorea que Méndez de Vigo es el cazador idóneo, más que nada por la minoría parlamentaria que obliga al acuerdo; le deseamos con sinceridad la mejor de las suertes. Hará bien en escuchar a los cuatro ponentes que ayer compartieron su punto de vista sobre la cuestión, amparados en experiencias indiscutibles al frente del ministerio del unicornio: Gustavo Suárez Pertierra, Esperanza Aguirre, Pilar del Castillo y Ángel Gabilondo.

Me tocó moderarlos a mí. Uno está acostumbrado a que lo moderen, no a moderar. Resultó facilísimo, lo cual reafirma mi antipopulismo congénito: cuantos más políticos conozco, menos me gusta la gente. Bromas aparte. Si todos los políticos mejoran drásticamente como ponentes, ¿por qué fracasan luego como gestores? ¿Qué pasaría si toda la sensatez, toda la voluntad de acuerdo, todo el reconocimiento de las verdades que pronuncia el rival fueran actitudes trasladadas de la retórica al Parlamento, a despecho del interés de sigla, y plasmadas en el BOE? ¿No montaría entonces cada español sobre su propio unicornio inmaculado?

Pero no ocurrirá. No todavía, al menos, en un país que aún polemiza con los restos del general Franco. La educación no renta políticamente sino al término de una generación (15 años según Ortega), y para entonces el ministro de turno no suele seguir en política (salvo Rajoy). La reforma educativa -absolutamente necesaria, digámoslo ya, desde la guardería hasta el posgrado- sólo renta socialmente. ¿Desde cuándo el bien de una generación nutre la motivación de un político? ¿Desde cuándo su sucesor no ha llegado al cargo jurando derogar lo anterior? Por lo demás, el PEE ha de manipular sustancias tan inflamables como la religión, la ideología, la emoción paternal, la conciliación laboral. Los mantras caen sobre el bienintencionado legislador como lluvia sobre el náufrago que frota dos palitos para una hoguera. Aconfesionalidad no significa laicismo agresivo. A mi niño lo matan a deberes y su profe le tiene manía. La segregación por capacidades es el apartheid. Algo tendremos que decir los sindicatos. Los docentes no somos atendidos. Faltan recursos. Y en este plan.

La revolución digital afectará de lleno las aulas, a los programas, a los métodos. Pero el conocimiento aún no se adquiere por implantación de chips, y basta leer las noticias para descubrir que se puede ser lerdo con cinco millones de seguidores en tu canal de YouTube. Como recuerda Gregorio Luri, no hay alternativa pedagógica a los codos. Está muy bien que su hijo aprenda jugando, pero luego que no llore en unos años, cuando un surcoreano o un finés le pida otra caña en el chiringuito.

Fuente: http://www.elmundo.es/espana/2017/02/21/58ab329ce2704e3b588b45b3.html

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Sombras en el ágora: ciencia y opinión pública en democracia

Por:  José María Agüera Lorente

Es sabido que la democracia ateniense no era contemplada con mirada amable por el bueno de Platón. No ayudaba a ello el origen aristocrático del filósofo ni la época políticamente turbulenta que le tocó vivir marcada por el drama biográfico que supuso la condena y muerte de su amigo y maestro Sócrates, «el más justo de los hombres de su tiempo», a decir del propio Platón tal como dejó escrito en su famosa Carta VII. Si nos apuntáramos al punto de vista del Miguel de Unamuno de Del sentimiento trágico de la vida, según el cual las verdaderas razones de las ideas filosóficas se encuentran en las raíces vitales de quienes las alumbraron, teniendo más que ver, por tanto, con sus experiencias personales, entonces no habría más que hablar; el gran filósofo que tuviera por verdadero nombre Aristocles levantó su portentoso sistema filosófico como respuesta ideológica a la amenaza que para sus intereses de clase suponía la inmadura primera democracia de la historia. Ahora bien, por mucho que de verdad pueda tener esa versión de la génesis del platonismo no se puede negar lo certero de la crítica del filósofo ateniense al sistema democrático en cierto respecto que trataré de exponer en lo que sigue.

No se trata aquí de repetir cosas ya conocidas, pero en aras a la claridad expositiva no se debe pasar por alto que el nacimiento de la democracia y las tesis del relativismo y el escepticismo radical, que son aportaciones conceptuales de los sofistas –los adversarios filosóficos de Platón no por casualidad–, acontecen en el mismo tramo cronológico del siglo V a. C. Ambas tesis conllevan la destrucción de la posibilidad de la verdad objetiva. Por eso el fundamento de la crítica platónica a la democracia es de naturaleza esencialmente epistemológica, ya que, supuesto el intelectualismo ético socrático que liga virtud y conocimiento, y negada la posibilidad de éste, se elimina el fundamento de la buena política que no es otro que la virtud del gobernante. De aquí que el esfuerzo del autor de República se centre en gran medida en la restauración del conocimiento como valor supremo del buen gobierno. Es lo que implica su afirmación, también contenida en su Carta VII, según la cual «no cesará en sus males el género humano hasta que los que son recta y verdaderamente filósofos ocupen los cargos públicos, o bien los que ejercen el poder en los Estados lleguen, por especial favor divino, a ser filósofos en el auténtico sentido de la palabra».

Esta preocupación de Platón por la salvaguarda del conocimiento como principal recurso de la acción de gobierno sigue teniendo sentido en el contexto de las actuales democracias modernas. Primero se desenvuelve en el frente de la opinión pública, en el que a menudo se plantea la confrontación de ideas de un modo que no se promueve el encuentro racional de la pluralidad de posturas en el ágora democrática. Lo advertía Fernando Savater a finales del siglo pasado en un artículo titulado Lo indiscutible, en el que daba cuenta de la postura de los que sostienen que es imposible dar con un conocimiento más cierto que otros, por lo que hay que asumir que sólo se puede aspirar a opiniones, todas relativas y personales, expresión del partido político o del grupo mediático de quien la sostiene. Lo llamativo es que se detecta en este escepticismo universal un cierto «gozo democrático», observa el filósofo español. Lo experimentan quienes dan todas las opiniones por igualmente respetables o válidas, pues consideran que lo característico de la democracia es que cada ciudadano tenga su opinión, entendiendo ésta como la forma de expresar cómo es cada cual, no cómo cree cada cual que es la realidad. De modo que quien se atreva a defender que hay puntos de vista insostenibles según el conocimiento objetivo se arriesga a ser tildado de dogmático impenitente incapaz de respetar la pluralidad de pareceres, que es uno de los rasgos definitorios de la democracia. Precisamente lo que a Platón sacaba de quicio y por lo que tanta inquina le tenía al dichoso sistema político parido por su Atenas del alma.

En efecto, esta es una sombra que se proyecta en el ágora democrática consecuencia de las limitaciones gnoseológicas propias de la naturaleza humana: la tentación de la renuncia a la verdad y la suplantación de ésta por la opinión pública. Cuando esto ocurre el debate político, que mantiene vivo el pálpito del corazón cívico, se enturbia con la retórica espesa de la ideología, que enmascara la carencia de valor epistémico que acaba afectando al lenguaje (me fascina, por cierto, a este respecto el último grito en retórica política venido del entorno del flamante presidente de los EEUU; me refiero a los «alternative facts»). Dejándonos deslizar por esta pendiente de obnubilación podemos llegar a creer que «la democracia es una suerte de encarnación institucional de la opinión pública», tal como advierte Rafael Argullol en su artículo de 2007 titulado, precisamente, Contra la opinión pública. En él viene a plantearse si puede llegarse al extremo de votar la verdad científica. No es ésta, desde luego, un grato elemento para los «encallecidos opinadores» en expresión de Savater. Téngase en cuenta que la objetividad que la define choca necesariamente con la subjetividad de los prejuicios ideológicos a los que suele sentirse tan apegado el común de los mortales.

Por otro lado, el pensamiento científico –que no lo es si no es escéptico, racional y crítico– no parece ser la actitud natural en el común de los individuos en su proceder diario. De ello da pruebas hasta decir basta el profesor de ciencia cognitiva Massimo Piatelli-Palmarini en su libro de hace dos décadas titulado Los túneles de la mente. En él apela al realismo que se debe imponer a partir de un conocimiento objetivo de nuestra «psicología espontánea», que no es una «pequeña razón» ni una «racionalidad espontánea». Trasladado esto al plano político implica que la libertad de pensamiento y de expresión, que idealmente son elementos intrínsecos a la democracia, no aseguran por sí mismos la práctica general de la racionalidad, de la que la ciencia seguramente sea su versión más sofisticada. Porque –como demuestra profusamente el profesor Piatelli-Palamarini–: «La racionalidad no es, pues, un dato psicológico inmediato, sino más bien un complejo ejercicio que tiene que ser conquistado primero y mantenido después con un cierto coste psicológico. (…) la racionalidad ideal es ideal».

La ciencia no es un producto psíquico sin más, sino un logro histórico y cultural al través del cual se manifiesta esa racionalidad (ideal). Tampoco la democracia es algo espontáneo, sino plasmación política de nuevo de la racionalidad en el ámbito de la convivencia entre los diversos (o sea, política), pergeñada de forma imperfecta a través de los avatares de la historia. No sé si en este principio de milenio en el que más a menudo de lo que me gustaría oigo apelar como altar de legitimación a sentimientos nacionales y religiosos (todos exacerbados en la preocupación general por la identidad), impulsores todos ellos de poderosas corrientes de opinión pública, no hemos perdido de vista, quizás, esa condición ideal (o normativa) de la democracia, que, como aspiración de racionalidad, comparte con la ciencia.

La realidad hoy por hoy es que en la acción de los gobiernos democráticos parece incidir más los intereses que amparan ideologías que desprecian la racional aspiración a la verdad que el conocimiento científico que para Bertrand Russell era el único capaz de proporcionar los medios eficaces de alcanzar la vida buena, idea con la que coincide en la actualidad Mario Bunge (léase su Filosofía política).

Es verdad que, como reconoce el profesor de investigación del CSIC Pere Puigdomenech en un artículo titulado Certezas y dudas, cada vez más se acude a los datos aportados por la investigación científica para tomar decisiones sociales y políticas. Ahora bien, ¿significa esto que la política democrática orienta sus pasos hacia el sendero de la racionalidad (ideal)? Para responder a esta pregunta debemos fijar nuestra atención en un elemento esencial del método científico: la duda. Está claro que se investiga para buscar certezas, pero no es infrecuente que en el camino tropecemos con dudas. Ahora bien, como advierte el profesor Puigdomenech: «Ante la opinión pública, esta situación puede aparecer como si hubiera alternativas igualmente válidas, lo que se amplifica sobre todo cuando, además, hay intereses en juego. (…) Al abrir este espacio de dudas se deja espacio para aparentes contradicciones, de las que pueden aprovecharse quienes tienen sus propias, y a menudo interesadas, certezas».

Y así –y valga como ejemplos tomados a vuelapluma– se puede aprovechar de ese espacio en sombras en el ágora democrática, donde campa a sus anchas la opinión pública, tanto la postura contraria a los transgénicos como los intereses de las grandes corporaciones que niegan el cambio climático. Dejarlo, pues, como un lugar en el que pugnan, con total desasimiento de la racionalidad, ideologías e intereses tiene un coste real muy superior al psíquico de vencer nuestras ilusiones cognitivas. ¿Nos podemos permitir, entonces, la ausencia de la ciencia del ámbito político?

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=222814&titular=sombras-en-el-%E1gora:-ciencia-y-opini%F3n-p%FAblica-en-democracia-

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La reforma pendiente… las normales

Por: Abelardo Carro Navas

Una de las asignaturas que tiene pendiente la Secretaría de Educación Pública (SEP), es la reforma a la educación normal en nuestro país. Si bien es cierto que en los últimos tres años se ha hablado de la inminente transformación de las escuelas normales, también es cierto que, hasta el día en que cierro estas líneas, no se ha hecho mucho que digamos, y eso que el actual Secretario de Educación, Aurelio Nuño, había prometido que este tema sería uno de los que estaría en la mesa de la discusión al inicio de este año pero, ¿esto es y será así?, porque como están las cosas en mi México querido, dudo mucho que en los próximos meses se toque el Subsistema normalista. Me explico.

Para entrar en materia, comenzaré por el lado político. Como bien sabemos, este año será crucial para el 2018. Las elecciones en el Estado de México, hacen suponer que varias de las iniciativas que pudieran presentarse en el escenario educativo, no serán tocadas en demasía por quien dirige la SEP en estos momentos. ¿Quién pensaría en alborotar el medio si lo que se quieren son votos y no marchas y plantones por parte del magisterio? Hacerlo, como parece obvio, traería “costos políticos” de relevancia y, para Aurelio Nuño, significaría poner en riesgo su probable elección como candidato a la gubernatura de esa entidad, o bien, su candidatura a la Presidencia de la República. ¿Le dijo a usted algo el que en estos días tan flamante Secretario haya develado un cuadro para homenajear a su antecesor Emilio Chuayffet haciéndose acompañar del Secretario General del SNTE, Juan Díaz de la Torre? En lo personal, tal acción se asemejo a una frase que utilizamos en mi pueblo cuando alguien pretende conseguir algo pero sin expresarlo de frente: “algo quiere y dinero no es”.

Por lo que respecta al ámbito económico. Pensar en reformar la estructura organizacional de las escuelas normales, se antoja harto complicado. Las condiciones presupuestales, como se ha visto, no auguran la pertinencia de dicha reforma. Es cierto que, derivado del programa Escuelas Al Cien, el año pasado se destinaron varios millones de pesos para fortalecer a las normales, sobre todo, a las rurales; pero también es cierto que el recorte presupuestal le pega y le pegará, no solo al Subsistema normalista, sino a todos los niveles que conforman el Sistema Educativo Mexicano (SME) – aun y cuando se diga lo contrario –. Necesidades o requerimientos hay muchos en estas instituciones; desde infraestructura y equipamiento adecuado para su funcionamiento, hasta las formas de organización y reglamentación que por años han mantenido a estas escuelas formadoras de docentes.

En la parte social. Es impensable que éstas puedan desaparecer. Su tradición pero, sobre todo, su relevancia e impacto social, parecen descartar su eliminación. Por años, estas escuelas han formado a miles de maestros y maestras que se han incorporado al SEM con el propósito de cumplir con esa función que contempla el Estado Mexicano y que ha sido plasmada en la Constitución Política de nuestra nación: desarrollar armónicamente las facultades de los seres humanos. Nadie, en estos momentos, dudaría que en las escuelas hace falta un maestro que oriente y facilite la generación de aprendizajes en los niños, jóvenes y adultos de México.

Por lo que toca a la parte cultural, debo señalar que estas escuelas son parte importante y trascendental de la cultura mexicana. Muchas de las costumbres y tradiciones que se viven en cada una de las regiones del país, han sido fomentadas y preservadas por los maestros. ¿Y dónde se aprende todo ello? Como parece obvio, en las normales. Pese a quien le pese, en estas escuelas se genera ese aprendizaje que a la postre se desarrolla en los diferentes niveles en los que se insertan los egresados de estas instituciones. Bien se dice que cultura es una forma de vida, y no es errado pensarlo de esta manera. Dese cuenta, ¿cuántos y cuántos mexicanos no han sido formados por un maestro?, ¿cuántos y cuántos no hemos aprendido algo de ellos?, ¿cuántos y cuántos no hemos realizado una convivencia en razón de lo expuesto? Millones… millones de mexicanos.

Tengo claro que muchas de estas escuelas, por su misma condición regulatoria – sin autonomía y apegada a lo que mandata la Constitución –, han construido prácticas que a la fecha, no son las mejores. El diagnóstico que hace años realizó  la Dirección General de Educación Superior para Profesionales de la Educación (DGESPE), dio cuenta del rezago en el que se encuentran, pero también, de esas prácticas bajo las cuales se mueven los miembros de este Subsistema. De hecho, hace un año precisamente, Mexicanos Primero, difundió un informe – con el que no estuve del todo de acuerdo –  en el que se plantearon varias debilidades y fortalezas que no del todo son ciertas pero que hay cierta razón en ellas.

Reformar las escuelas normales, desde mi perspectiva, es fundamental si en realidad queremos mejorar la educación en nuestro país. Con seguridad resistencias gremiales y corporativas habrá. Es lógico pensar que existirán, y más por la serie de torpezas que ha cometido y viene cometiendo el gobierno federal en manos de Peña Nieto; sin embargo, el paso tiene que darse, sin prisa pero sin pausa. ¿Por qué? Porque estas escuelas formadoras de docentes, merecen ocupar el lugar que en 1984, por decreto presidencial, les fue asignado: instituciones de educación superior.

En este sentido, debo reconocer el trabajo que recientemente ha emprendido la DGESPE, en cuanto a la realización del Primer Congreso de Investigación de Educación Normal a celebrarse en la Ciudad de Mérida, Yucatán, el próximo mes de marzo (por allá nos veremos). Lejos del tema político que éste pudiera tener, me congratula el que finalmente, se tomé en cuenta a este Subsistema como parte de la educación de mi querido país.

En fin, considero que tiene que hablarse de las escuelas normales, y tiene que hablarse bien o mal, pero con sustento. Hechos lamentables como los de Ayotzinapa, por ejemplo, que siguen doliendo en el alma, deben ser atendidos y también expuestos para que, de una vez por todas, se den pasos firmes y sólidos hacia una mejora substancial en la formación de maestros.

Fuente: http://www.educacionfutura.org/la-reforma-pendiente-las-normales/

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El muro de Trump contra América Latina

Por: Ilka Oliva Corado

Sin ir tan lejos, el muro que pretende construir Trump no detendrá la inmigración forzada de latinoamericanos, porque se debe a la política externa de Estados Unidos y su injerencia en América Latina. Primordialmente. El asedio constante, la intromisión en asuntos internos de otros países que toma como propios. El saqueo despiadado en tierras que siempre ha vulnerado a su antojo.

Si especificamos la migración de centroamericanos y mexicanos hacia Estados Unidos y nos adentramos un poco en la historia de los últimos 50 años en la región, veremos con detenimiento el papel que jugó el Plan Cóndor y las dictaduras impuestas que dieron paso a la creación de gobiernos neoliberales que responden a mandatos estadounidenses.

Las personas no se van porque es un lujo vivir en Estados Unidos, se van porque son obligadas a salir de sus países de origen. Las obligan los gobiernos corruptos con políticas clientelares e impunes que benefician a las grandes corporaciones de la oligarquía y del extranjero.

Estados fallidos, las grandes mafias que pululan en el sistema de justicia, de educación, de salud. La carencia de una infraestructura adecuada. La nula oportunidad de desarrollo que ofrezca y respalde una vida saludable e integral. Las razones están a flor de piel, son visibles y palpables, no podemos ser inmunes a la tragedia de la migración forzada. Ni nosotros como ciudadanos, ni la mediatización y mucho menos los gobiernos del país de origen, traslado y llegada.

Trump lo sabe, sabe que sí ayudaría y bastante eliminar la versión renovada del Plan Cóndor. Terminar de tajo con el carácter injerencista de las embajadas estadounidenses al sur del río Bravo. Devolver lo robado. Dejar de promover, manipular y llevar a cabo golpes de Estado.

Sacar de los países latinoamericanos la bases militares estadounidenses que de misiones humanitarias no tienen nada.

Si Trump realmente quiere terminar con la inmigración forzada de latinos hacia Estados Unidos, debe cortar de tajo con el Plan Mérida, el Plan Frontera Sur, el Plan Maya-Chortí , el Plan Alianza para la prosperidad, más al sur el Plan Colombia. Eso para comenzar.

Terminar con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Centroamérica y República Dominicana. El Tratado de Libre Comercio Chile-Estados Unidos. El Tratado de Libre Comercio Perú – Estados Unidos y, por supuesto dejar de insistir en que Suramérica le dé el sí con el Área de Libre Comercio de las Américas.

Porque todos estos tratados son nada más renovaciones del Plan Cóndor disfrazados de políticas de inclusión y hermandad entre países; son injerencias aceptadas por los gobiernos de carácter corporativo que solo benefician a las oligarquías y a Estados Unidos. Son maquinarias de destrucción masiva de vidas humanas y del ecosistema de Latinoamérica. Empobrecen más la región y la destruyen.

Mientras Estados Unidos no deje su injerencia en América Latina, no habrá muro que sea capaz de detener la migración forzada. Por más deportaciones masivas, la gente necesita comer y a Estados Unidos viene a buscar el sustento que le niega y le roba su país de origen.

Lo triste de todo esto es que, mientras se firman Acciones Ejecutivas y palabras van y palabras vienen, miles siguen muriendo en la frontera de la muerte, miles siguen siendo secuestrados, torturados y desparecidos, en su paso por Centroamérica y México buscando llegar a Estados Unidos. ¿Qué gobierno firmará una Acción Ejecutiva para detener ese genocidio de indocumentados? ¿Quién se indignará ante tanta tragedia?

No es un muro, es la injerencia de Estados Unidos en Latinoamérica.

Posdata: Ya que estamos en éstas, ¿cuándo firmará una Acción Ejecutiva para eliminar el Decreto contra Venezuela? Digo, aprovechando lo de la feria de firmas de Acciones Ejecutivas.

Fuente: https://www.aporrea.org/internacionales/a240569.html

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