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El Decreto 2450 de 2015: Un atentado del gobierno Santos contra el carácter científico de la formación docente

Uno de los aspectos más críticos del decreto 2450 de 2015 es el enfoque de competencias que le imprime a la Formación Inicial Docente, estableciendo un perfil del educador y una dirección del currículo hacia las mejores prácticas de la enseñanza y no a los más altos y refinados conocimientos de la ciencia y la tecnología.

 

En el Sistema Colombiano de Formación de Educadores y Lineamientos de Política, publicado por el Ministerio de Educación Nacional en el año 2013, se señala que los docentes colombianos deben practicar los mejores métodos educativos, ser innovadores en el campo de la enseñanza, en el diseño y desarrollo de currículos flexibles; también se establece que las facultades de educación deben formar en el marco de las competencias y revisar sus currículos en consonancia a las necesidades de los estudiantes y estrategias de enseñanza (Ministerio de Educación Nacional & Teaching and Tutoring T&T College de Colombia S.A.S., 2013).

 

En el mismo documento se establecen tres ejes en el Subsistema de Formación Inicial: Pedagogía, Investigación y Evaluación. El primer eje señala que el aspecto primordial del docente es la enseñanza; en cuanto a la investigación, la concibe como un ejercicio de indagación, y la evaluación la orienta a la acreditación, revisión de los procesos para su mejora y valoración de los programas de formación (Ministerio de Educación Nacional &

 

Teaching and Tutoring T&T

College de Colombia S.A.S., 2013).

 

El ICFES en el año 2010 ajustó tres competencias genéricas para los estudiantes de las facultades de educación en las pruebas Saber Pro: Enseñar, Formar y Evaluar. La política del gobierno frente a la formación docente limita la labor del profesor a aspectos funcionales de transmisión de contenidos, en la cual la pedagogía y la didáctica son el eje central de la formación, dejando de lado la formación científica en la educación. Esto se evidencia a los largo de los enunciados planteados en los documentos de política del Ministerio de Educación Nacional, cuando se centra el interés en los mejores métodos educativos, en la idea de que los currículos deben responder a las necesidades de los estudiantes y al concebir la investigación como actividad de indagación.

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Venezuela/ Sinafum: Consulta a afiliados sobre seguros

Fuente SINAFUM / 15 de mayo de 2016
Se informa a los afiliados a SINAFUM que del 17 al 26 de mayo ( Los días Martes, Miércoles o jueves  a las 2 pm)  se estarán realizando las  asambleas para los afiliados de  SINAFUM, donde se consultará  acerca del seguro funerario, y seguro HCM. Asi mismo  se  informará  acerca  de otros aspectos  de la convención colectiva
 Proponiéndose las Asambleas  a las 2 de la tarde en  las siguientes instituciones.
E. Claudio Feliciano            ( Martes 17)
E. República del Ecuador    ( Miércoles 18)
L. Pedro Emilio Coll             ( Jueves  19)
E. Miguel Antonio Caro        ( Martes 24)
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ODS/ Objetivo 4 / Meta 9: Aumentar el número de becas para enseñanza superior, profesional o técnica, para países menos desarrollados

Fuente OREALC UNESCO / 15 de Mayo de 2016

Estrategias para lograrlo:

  • Asegurar que las becas fortalezcan las áreas donde sea más necesario en cada país.
  • Dirigir las becas a jóvenes desaventajados de manera transparente.
  • Desarrollar programas que eviten «la fuga de cerebros» y promuevan la «ganancia de cerebros».
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Es la hora. ¿De qué están hechos los maestros?

Lev Moujahid Velázquez Barriga

Inicia la fase crítica de la reforma educativa. El gobierno federal no escatimará recursos de todo tipo, incluyendo los violentos, para hacer realidad su “reforma”. Los dos siguientes fines de semana se aplicarán los exámenes de conocimientos, la etapa que verdaderamente interesa a las autoridades aliadas al sector patronal. La confrontación directa y definitiva de dos visiones de la educación ha comenzado

Cuando el Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEE) dio a conocer un calendario de evaluaciones que contenía la ruta hasta 2020, recuerdo haber escuchado entre las filas del magisterio disidente que un docente dijo: “Ahora sí vamos a ver de qué están hechos los maestros”. Lo cierto es que hasta hoy no se ha tocado el derecho a la permanencia de los trabajadores de la educación que fueron contratados antes de la última reforma educativo-laboral, porque la evaluación que les corresponde no ha concluido todavía.

La respuesta a la pregunta de la expresión a la que hago referencia está cada vez más cerca. En noviembre, específicamente los fines de semana entre el 14 y el 29, está programada la tercera fase de la evaluación para el “desempeño” que se refiere a la aplicación del examen de conocimientos; ésta no sería ya de carácter diagnóstico, ahí se jugaría la estabilidad de los docentes con plaza basificada o contratos indefinidos.

A pesar de que el INEE y la Secretaría de Educación Pública (SEP) han hecho parecer la evaluación como un proceso de cuatro fases que integralmente recogería diversos aspectos del trabajo docente, a saber: informe de cumplimiento de evidencias, que elabora el director o supervisor escolar; la entrega del expediente de evidencias de enseñanza; el examen de conocimientos y competencias didácticas; y la planeación didáctica argumentada, sin embargo, lo que realmente podemos dar por cierto es que se centrarán en el tercero de esos factores.

El examen es la mayor apuesta de la evaluación. La realidad ha demostrado la ineficiencia de todos los órganos educativos involucrados, incluida la Coordinación Nacional del Servicio Profesional Docente (CNSPD), para llevar a cabo las primeras dos etapas que hasta hoy han presentado demasiadas dificultades. La verdad es que no han sido capaces de crear las condiciones técnicas para completarlas, mucho menos lo serán para procesar un mar de información que derivaría, primero, de los reportes de evidencias y, luego, de las planeaciones didácticas, lo cual nos lleva a “mal pensar” que serán a fin de cuentas los lectores ópticos o los servidores virtuales los responsables de calificar un test de conocimientos, prácticamente como única forma de evaluar al docente.

desobediencia-pacifica-300 Las reacciones anticipadas de los maestros antes de la estocada final por medio de la evaluación que se viene han sido muy diversas, pero no siempre bien concienzudas e informadas. Un sector aparentemente inconforme y en desacuerdo con los procedimientos operativos que ha seguido la reforma educativa ha optado por exigir las condiciones necesarias de información, capacitación, asesoramiento y transparencia de la evaluación, para que se lleve a cabo en respeto de la legalidad, en el marco constitucional reformado, sin interpretaciones regionales o desviaciones que favorezcan la corrupción.

Ésta no es una actitud de oposición genuina: el problema de la evaluación no es asunto de formas malentendidas o de incumplimientos administrativos, la reforma educativa es la raíz donde nace la inestabilidad laboral; la que sienta las bases para el despido disimulado de retiro voluntario o cambio de función; la que niega el derecho a la permanencia del trabajador docente; que trasviste de autonomía de gestión, la privatización de la escuela pública; que mide, pero no evalúa porque su naturaleza es empresarial y no educativa. Exigir las mejores condiciones para operar la ley es como si el condenado a muerte pidiera una jeringa esterilizada para que le apliquen la inyección letal y el seguimiento de todos los protocolos necesarios para su ejecución; digamos que no está mal, pero eso no le devolverá su derecho a vivir.

Otro sector importante ha decidido ir por la jubilación, actitud inducida por los propios órganos de gobierno para congelar plazas que ya no se abren para nuevos ingresos o se convierten en contratos precarios. Eso disminuye la cobertura de docentes en las escuelas, pero tampoco va resolviendo la situación. El peligro más próximo es el quiebre de los sistemas de pensiones. En el corto plazo, las entidades federativas se están declarando incompetentes para resolver el pago de trabajadores no activos, algunos ya han reformado sus legislaciones en perjuicio de los pensionados y a nivel federal seguirán los lineamientos que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos recomienda, una reforma que genere menos gastos al Estado y mayores aportaciones del trabajador.

La desobediencia pacífica ha sido uno de los mecanismos más eficientes de la resistencia magisterial hasta este momento. Sus resultados han puesto, por varias ocasiones, en riesgo la viabilidad de la reforma; por situar el impacto, tenemos el caso de Michoacán, donde el gobierno estatal declaró públicamente en los días pasados que sólo 500 de los 6 mil docentes se han inscrito para dar inicio con el proceso evaluativo en esa entidad, cifra que no llega ni al 10 por ciento del total; tal parece que la promesa del aumento salarial inmediato a los que se evalúen no está convenciendo, porque la estabilidad laboral es mucho más importante para los maestros.

En entidades como Chiapas, el gremio magisterial se ha visto más resuelto y decidido a reaccionar ante la intervención policiaca en asuntos educativos que deberían resolverse en términos pedagógicos, pero también políticos con el gremio de maestros y no con la fuerza pública, como si fuesen delincuentes de alta peligrosidad alterando el orden social y no un sector de esa sociedad inconforme con una medida que no ha sido dialogada con los principales actores educativos.

En todo caso, la cercana posibilidad de perder el empleo –que no es poca cosa en un país golpeado por la extrema pobreza, la falta de oportunidades y donde sólo el 10 por ciento de los trabajadores están sindicalizados, por tanto no tienen un contrato colectivo ni una organización gremial que los respalde ante cualquier injusticia patronal– ha hecho que los docentes se dispongan en última instancia a defender hasta las últimas consecuencias lo único que tienen para garantizar una mediana forma de vivir, que no es un privilegio, sino un derecho que la población está perdiendo o nunca lo tuvo, incluso.

Por su parte, la reacción de los empresarios ha sido la criminalización de la protesta social, la difamación, el llamado incesante a utilizar los cuerpos represivos contra el magisterio, como no lo han hecho nunca ni para detener el narcotráfico, el secuestro, el tráfico de personas y la escandalosa corrupción de cientos de políticos que dejan deudas en los estados, impagables en décadas. Se están jugando el todo por el todo, están dispuestos a asumir las consecuencias del uso de la fuerza pública porque saben que de culminar esta primera evaluación para la permanencia será el éxito de la más importante de las reformas en México, y el impacto del golpe laboral, pero también moral contra organizaciones como la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) habrá sido incalculable.

Quedan apenas unos días para la evaluación que se viene. Serán tiempos definitivos para conocer el destino de la reforma educativa en medio de todo este conflicto social que ha generado reacciones encontradas de alcances nacionales, y estoy seguro que para propios y extraños ronda la misma inquietud, la misma preocupación: ¿de qué están hechos los maestros?

*Fuente de la imagen: http://www.jornada.unam.mx/2011/05/15/sociedad/037n1soc

*Articulo tomado de: http://www.voltairenet.org/article189401.html

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La revisión por pares (peer review) ha sido problemática desde sus comienzos

Los evaluadores no dan abasto. El problema de los sesgos es irresoluble. El sistema de evaluación ha colapsado y se ha convertido en un obstáculo para el progreso científico. La revisión tradicional de los trabajos científicos constituye hoy un procedimiento anticuado que acaso en el pasado pudo ser provechoso para la ciencia en punto a sacarla de su miseria.Esta letanía tan familiar se remonta a la lista de quejas expresadas por los científicos hace un siglo. Pero, aunque los reproches a las debilidades de los sistemas de evaluación no sean nuevos, esto no significa que tales métodos sean tan antiguos como pretenden algunos. Durante siglos, los investigadores del mundo natural comunicaron sus hallazgos sin mediar revisores. La decisión de en quién y en qué confiar habitualmente dependía del conocimiento personal entre investigadores de grupos estrechamente unidos. (Muchos pensarán que así ocurre aún hoy).

Los primeros sistemas de evaluación que reconocemos como tales los establecieron las sociedades científicas inglesas a principios del siglo XIX. Pero esos revisores jamás pretendieron atribuirse el papel de guardines supremos de la ciencia. Este problema se planteó alrededor del año 1900. Fue entonces cuando algunos empezaron a preguntarse si los sistemas de evaluación eran inherentemente defectuosos. En este sentido, la evaluación por pares ha estado siempre en crisis.

Hoy, cuando el debate acerca del futuro de la revisión por pares está más tirante que nunca, es fundamental entender que se trata de una institución relativamente reciente. Además, sus afanes y propósitos han evolucionado continuamente, de modo que las tensiones actuales no hacen sino acarrear todas estas proyecciones. El sistema de evaluación se ha convertido en un batiburrillo de prácticas, funciones y valores. Pero hay algo que destaca por encima de todo lo demás: los momentos cruciales de la historia de la evaluación por pares se han dado precisamente cuando estaba renegociándose el estatus público de la ciencia.

 

Los publicistas científicos

En 1831, William Whewell, profesor y filósofo de la ciencia de Cambridge, propuso un plan a la Royal Society de Londres. Sugirió que esta institución encargara informes de todos los artículos recibidos para ser publicados en la revista bianual Philosophical Transactions. Redactados por equipos de reputados especialistas, esos informes, sostenía Whewell, “a menudo podrían ser más interesantes que los propios textos originales”, y por ende una gran fuente de publicidad para la ciencia.(1) Amén de esto, los autores estarían agradecidos por ver que sus trabajos habrían sido cuidadosamente leídos por al menos dos o tres personas. En ese mismo periodo, la sociedad estaba preparando una nueva revista que llevaría el nombre de Proceedings of the Royal Society, pensada como una publicación mensual muy barata que incluiría los resúmenes de los artículos recibidos. Tenía suficientes páginas disponibles y parecía el lugar idóneo para incluir esos nuevos informes.

En esa época, los editores de las revistas científicas tomaban las decisiones científicas guiándose por el crédito personal, a veces con la ayuda de colaboradores de confianza. En las publicaciones que pertenecían a una academia o sociedad científica –como Philosophical Transactions– el destino de un manuscrito lo determinaría el voto de algún comité de personas eminentes. (La tentación de confundir ese tipo de prácticas con los sistemas modernos de evaluación ha llevado al fastidioso mito de que pueden rastrearse los orígenes del actual sistema de revisión científica hasta el mismísimo siglo XVII).

La preocupación de Whewell no tenía que ver con impedir la publicación de trabajos de mala calidad; él no proponía establecer un nuevo mecanismo para informar acerca de las decisiones de publicación. En realidad él era uno más de los que propugnaban fórmulas para aumentar la visibilidad pública de la ciencia y dar una identidad unificada a la empresa científica en Inglaterra. (Años más tarde, se acuñó el término “científico” con este mismo fin). Este movimiento empezó en 1830 y hoy los recordamos sobre todo por el texto de Charles Babbage, Reflections on the Decline of Science in England, una extensa diatriba acerca de la penuria en la que estaban sumidos la financiación estatal y el reconocimiento público de la ciencia. Pero su legado más significativo es el sistema de revisión.

Whewell no hacía sino emular la costumbre ya centenaria de la Academia Francesa de las Ciencias de París de redactar informes que evaluaban las invenciones y los descubrimientos al servicio del rey. Allí, los investigadores elegidos para formar parte de la academia percibían una retribución estatal para premiar su eminencia científica, y parecía que los políticos valoraban sus opiniones. De hecho, ser un experto (una palabra todavía poco común en inglés) era casi por definición ser un redactor de informes. Whewell creyó que esos académiciens franceses debían estar haciendo algo bien.

La propuesta de convertir la Royal Society en un cuerpo de jueces peritos al estilo de la academia francesa fue recibida con entusiasmo. Pero la transferencia de la práctica redactora de informes al otro lado del Canal fue algo más complicado de lo que Whewell esperaba.

 

¿Novedades o puntos de vista?

Whewell convino en redactar el primer informe. Su colaborador fue un antiguo estudiante de Cambridge, John William Lubbock, un astrónomo matemático que a su vez era el tesorero de la Royal Society. Seleccionaron un manuscrito enviado por George Airy, otro prometedor astrónomo. El artículo, “On an Inequality of Long Period in the Motions of the Earth and Venus”, utilizaba métodos matemáticos complejos para calcular cómo las órbitas de estos planetas están influidas por su fuerza gravitacional mutua.

Whewell y Lubbock se fueron turnando para leer el manuscrito (las tecnologías de reproducción en esa época dejaban mucho que desear). Cada uno de ellos enseguida tuvo claro qué pensaba sobre el trabajo de Airy. Y sus opiniones resultaron ser completamente opuestas.

Discutieron sobre el artículo durante meses. Redactaron borradores de informes que no podrían haber divergido más en sus apreciaciones. Lubbock se centraba en la inelegancia formal de las ecuaciones de Airy. Pero las principales disputas giraron alrededor de en qué debía consistir un informe de un revisor. Whewell pretendía a la vez fomentar la difusión del hallazgo y contextualizar su importancia en el conjunto de la actividad científica (piénsese en lo que hacen hoy Nature en la sección “News & Views” [“Novedades y puntos de vista”] y Science en la de “Perspectives” [“Perspectivas”]). “No creo que el cometido de los informantes sea el de criticar aspectos concretos de un artículo sino mostrar qué lugar ocupa en la ciencia”, le decía a Lubbock. Si sólo se destacaban las debilidades, advertía, eso no haría más que desalentar a los autores. Las prioridades de Lubbock eran otras: “No puedo imaginarme cómo podemos pasar por alto errores graves», escribió.

Viendo que estaban en un impasse, Lubbock se dirigió al autor del texto para entregarle sus sugerencias de mejora. Airy estaba comprensiblemente irritado por el hecho de que hubieran sometido su manuscrito a este extraño nuevo procedimiento. “Todo está en mi artículo”, le escribió a Whewell, “y desearía que le otorgaran el crédito que merezco”. No tenía intención alguna de modificar su texto. Lubbock amenazó con abandonar, pero al final suavizó algunas de sus críticas y soslayó otras, reconociendo que se trataba del “primer informe que había realizado jamás el Consejo” y haciendo hincapié en el contexto en el que se desarrollaba ese cometido. Agradeció a Whewell “su vigoroso empeño” y puso su firma en el informe.(2)

Sorteado el desastre, la versión de Whewell del informe se leyó en público en la sociedad el 29 de marzo de 1832 y se publicó en los Proceedings, mientras que el artículo completo apareció en Transactions. Las críticas de Lubbock jamás vieron la luz.

Poco antes, la Astronomical Society de Londres (hoy la Royal Astronomical Society) y la Geological Society de Londres habían empezado a experimentar con la redacción de informes similares. Fue un geólogo, George Greenough, quien introdujo el término “árbitro” (“referee”) en 1817, importando al campo de la ciencia un término del que tuvo conocimiento en su época de estudiante de derecho.(3) Pero fue el sistema de informes de la Royal Society el que hizo tomar nota al mundo científico británico. La práctica fue extendiéndose gradualmente a otras sociedades, incluida la Royal Society de Edimburgo y la Linnean Society de Londres. Pero no fue hasta el siglo XX que las revistas no afiliadas a sociedad alguna lentamente fueron adoptando la misma metodología.

 

Jueces anónimos

La disputa entre Whewell y Lubbock representaba la existencia de dos visiones distintas sobre en qué puede consistir ser un árbitro. Whewell era el generalizador competente, capaz de echar una ojeada al paisaje del conocimiento. No le preocupaban los detalles, y probablemente menos aún desde una perspectiva crítica. En palabras del presidente de la Royal Society, este tipo de evaluadores “por su carácter y reputación se elevaban por encima de sus sentimientos personales de rivalidad o envidia mezquina”.(4) Lubbock era un especialista más joven, un igual de Airy. Esto le había llevado a revisar los argumentos de Airy con un exceso de celo; además, el sistema le había puesto en situación de poder evaluar a un competidor directo.

Al comienzo, salió victoriosa la idea de Whewell. Pero el sistema empezó a transformarse desde el mismo momento en que nació. Al cabo de un par de años los informes fueron envueltos en un manto de secretismo. El último número de los Proceedings que incluyó series de informes fue de mediados del año 1833, y nunca más se publicaron informes negativos. Una carta escrita por Whewell en 1836 muestra cómo él mismo había cambiado de opinión: describe al árbitro como el defensor de la reputación de la sociedad, afanándose anónimamente para excluir las publicaciones que no eran pertinentes. Ni los archivos de la Royal Society –ni los documentos personales de los implicados– arrojan luz sobre cómo ocurrió esto, pero no es algo que deba sorprendernos. En Inglaterra, a diferencia de la tradición francesa, había muy pocos precedentes de juicios realizados por autoridades públicas que desde una posición prominente determinaran qué constituía buena o mala ciencia. Firmar con el propio nombre para criticar explícitamente a un colega habría sido considerado poco caballeroso.

Lo común era la figura del crítico anónimo que se erigía como la voz del público, encarnada en las reseñas anónimas ubicuas en publicaciones periódicas inglesas durante ese periodo, desde la Quarterly Review hasta el modesto Mechanich’s Magazine (una práctica que perdura hoy en The Economist). Mediante el anonimato, como afirmó un editor no identificado en 1833, “el individuo se funde en el tribunal que él representa, para hablar no en su nombre sino ex cathedra (con plena autoridad)”.(5)

Sólo tuvo que transcurrir una década para que el árbitro (referee) se convirtiera en una personalidad científica institucionalizada, y no meramente en alguien que acreditara rasgos de nobleza. Una pieza informativa aparecida en una revista londinense en 1845 trazaba un retrato en el que los evaluadores eran unos jueces intrigantes “henchidos de envidia, odio, malicia y sin un ápice de caridad”. El artículo daba a entender que, escondidos en alguna cámara secreta, este poder judicial de la ciencia sacaba provecho del espeso manto del anonimato para que prosperaran sus intereses personales –quizá mediantes actos de piratería indetectables– a expensas de los indefensos autores.(6)

No fue hasta principios del siglo XX que empezó a cuajar la idea de que los editores y revisores, integrados en un vasto sistema de evaluación, debían ser los garantes de la integridad del conjunto de la literatura científica. Al socaire de las llamadas a limitar “que se arrojaran aguas sucias a la corriente pura de la ciencia” (como sugirió el fisiólogo Michael Foster en 1894),(7) las sociedades científicas inglesas debatieron cómo incorporar a sus procedimientos de publicación un sistema integrado de evaluación que arbitrara sobre la totalidad de sus publicaciones. (El proyecto se abandonó, en parte porque habría significado tener que convencer a los editores de las revistas independientes, como el Philosophical Magazine, para que aceptaran ir a la quiebra).

No obstante, la figura del evaluador fue concibiéndose gradualmente como una especie de guardián universal encargado de preservar el buen nombre de la ciencia. A medida que esta idea fue ganando terreno, muchos empezaron a expresar su preocupación por que el sistema pudiera ser intrínsecamente defectuoso, que pudiera acabar resultando un obstáculo para la creatividad científica y que, por eso mismo, mereciera ser eliminado. Estas preocupaciones culminaron en lo que a buen seguro fue la primera investigación formal sobre el funcionamiento del sistema de revisión mediante evaluadores, llevada a cabo en 1903 por la Geological Society de Londres. La investigación reveló que había división de opiniones sobre el asunto, recabando un buen número de declaraciones mordaces acerca de las injusticias e ineficiencias de los sistemas que estaban en boga. El “evaluador” o árbitro estaba en una situación de tal descrédito que se prohibió el uso del término para toda actividad propia de la citada sociedad.

Pero los sistemas de revisión mediante evaluadores sobrevivieron y fueron haciéndose hueco también en los procedimientos de las revistas independientes. Fuera del mundo científico anglófono, esos sistemas de evaluación seguían siendo raros. Por ejemplo, en 1932, Albert Einstein quedó muy sorprendido cuando una revista estadounidense le envió un artículo para que lo revisara. La idea de que cualquier revista que aspire a la legitimidad científica debe aplicar un sistema formal de revisión mediante evaluadores comenzó a afianzarse en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

 

Apoteosis y caída

En la década de 1960, este sistema de arbitraje simbolizó el juicio objetivo y el consenso en la ciencia. El evaluador era, en palabras del físico y escritor científico John Ziman, “el eje central sobre el que pivotaba toda la ciencia”.(8)Del mismo modo que había ocurrido en la década de 1830 en Inglaterra, en el transfondo de estos cambios estaba el problema de la relación de la ciencia con el gran público. De nuevo, la comunidad científica se afanaba por consolidar la percepción social de que su papel era único y valioso. La propia expresión «comunidad científica» data de esta época. Los investigadores querían a la vez preservar su autonomía y seguir contando con el apoyo de la próvida financiación estatal instituida desde la Segunda Guerra Mundial. Los fondos destinados a investigación básica en Estados Unidos, por ejemplo, se multiplicaron por 25 en menos de una década.(9)

La expresión “revisión por pares” (peer review) se tomó prestada de la jerga procedimental que utilizaban las agencias estatales para decidir la distribución de la financiación para la investigación científica y médica. Cuando los “sistemas de árbitro” se convirtieron en “sistemas de revisión por pares”, el proceso evaluador pasó a jugar el papel de gran símbolo público de la idea de que estos poderosos y caros investigadores del mundo natural disponían de procedimientos eficazmente autorreguladores y propiciadores de consensos, aun cuando algunos observadores se preguntaban en voz baja si los evaluadores científicos merecían tener tanto predicamento.

Los intentos actuales de reconceptualizar la revisión por pares debaten con razón acerca de los sesgos psicológicos, el problema de la objetividad y cómo medir lo que es fiable y de lo que es importante, pero suelen prestar poca atención a la diversidad de enfoques superpuestos que históricamente tuvo esta institución. La revisión por pares no se desarrolló simplemente por la necesidad de los científicos de promover la confianza mutua en sus investigaciones. También constituyó una respuesta a las demandas públicas de rendición de cuentas. Cualquier intento responsable de trazar la senda futura por la que debe transitar este asunto debe empezar por comprender cabalmente que en el pasado se aplicaron otras prácticas de juicio científico. Las funciones pensadas para esta institución están hoy en proceso de cambio, pero en realidad nunca estuvieron tan firmemente establecidas como muchos creen.

 

Notas:

(1) W. Whewell a P. M. Roget, 22 de marzo de 1831; Royal Society of London Library [DM/1].

(2) J. W. Lubbock to W. Whewell, 27 de enero de 1832; Trinity College Library, Cambridge [a/216/61].

(3) George Greenough Papers; University College London [Add. 7918/1621].

(4) Proc. R. Soc. Lond. 3, 140–155 (1832).

(5) New Monthly Magazine 39, 2–6 (1833).

(6) Wade’s London Rev. 1, 351–369 (1845).

(7) Nature 49, 563–564 (1894).

(8) Ziman, J. Public Knowledge: An Essay Concerning the Social Dimension of Science (Cambridge Univ. Press, 1968).

(9) Kaiser, D. Nature 505, 153–155 (2014).

 

es profesor de la Harvard University. Historiador de la ciencia, especializado en historia de los medios de comunicación y de las tecnologías de la información en las ciencias, con un particular interés por estudiar la institucionalización del conocimiento en las ciencias naturales y las estrategias para hacerlo fiable para los propios científicos. Autor del libro de próxima aparición: The Scientific Journal: Authorship and the Politics of Knowledge in the Nineteenth Century (University of Chicago Press).

Fuente:

Nature, 21 de abril de 2016

Traducción:Jordi Mundó

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El nuevo fordismo individualizado

¿De verdad hemos salido felizmente del fordismo del siglo XX? ¿O es que estamos simplemente en una nueva fase del Gran Relato técnico y capitalista?

¿De verdad hemos salido felizmente del fordismo del siglo XX? ¿O es que estamos simplemente en una nueva fase del Gran Relato técnico y capitalista?

¿De verdad que ha cambiado el trabajo, hoy, en tiempos de la tercera (o ya de la cuarta, con la digitalización) revolución industrial, respecto a la primera de finales del XVIII? ¿De verdad que hemos salido felizmente (¡y finalmente!) del fordismo asfixiante y pesado del siglo XX para llegar al post-fordismo ligero, flexible y virtuoso, a la producción ágil, a la economía del conocimiento y a laera del acceso, a la “new economy” de los años 90, y ahora a la “sharing economy” [“economía colaborativa”] y a los “smart jobs” [“empleos inteligentes”], y hay quien (Paul Mason) imagina incluso un fabuloso post-capitalismo? ¿O estamos simplemente (y dramáticamente) en una nueva fase del Gran Relato técnico y capitalista?

Si un rasgo típico y definitorio del fordismo era la producción industrial masiva basada en el empleo de trabajo repetitivo y generalmente sin particulares cualificaciones ni especializaciones («Yo» – decía Henry Ford – «no lograría hacer lo mismo todos los días, pero para otros las operaciones repètitivas no son un motivo de horror. El obrero medio desea un trabajo en el cual no tenga que gastar mucha energía física, pero sobre todo desea un trabajo en el que no tenga que pensar»), el post-fordismo se caracterizaría en cambio por la adopción de tecnologías y criterios organizativos que ponen un énfasis particular en la especialización y la cualificación del trabajo y de las competencias, además de en la flexibilidad de los trabajadores. Pero de aquí a imaginar el paso – gracias también a a las nuevas tecnologías – de un trabajo puramente material (el fordismo ligado, precisamente, a la manufactura) a un trabajo sobre todo intelectual e inmaterial (eran las retóricas de la economía del conocimiento y del capitalismo cognitivo de hace pocos años), el paso ha sido breve, pero también demasiado rápido. Como breve e igualmente rápido ha sido el paso de las retóricas de la “wikinomics” a las de la “sharing economy”, así como de la precarización del trabajo al énfasis de su  virtuosauberización. Los economistas y, sobre todo, nosotros, los sociólogos, tenemos (no todos, pero) mucha culpa por haber favorecido esta revolución lingüística. Que se basaba y todavía se basa – es la tesis que aquí nuevamente se sostiene y se intenta profundizar – en un dramático error de valoración de las transformaciones acontecidas y todavía en juego, justamente en la organización del trabajo técnica y capitalista. Un error. Intelectual y de análisis.

Porque en verdad – una verdad que debería ser ya evidente, si se excavase foucaultianamente bajo las apariencias, si se hiciera arqueología pero sobre todo se analizase la genealogía de los saberes y de los poderes que gobiernan la red y el capitalismo (el tecno-capitalismo) – lo que no van a cambiar son lasformas y las normas de organización y de funcionamiento del sistema. Basadas siempre – de la  primera revolución industrial a la Red y hoy a la digitalización – antes sobre la subdivisión y la individualización del trabajo, y luego sobre su recomposición/totalización (Foucault una vez más) en algo que debe ser siempre mayor que la suma de las partes subdivididas y separadas. Formas ynormas de organización que justamente no han cambiado substancialmentedesde que el capitalismo se desposó con la industria (un matrimonio de interés, pero más estable y prolífico que un matrimonio por amor), si acaso se afinan cada vez más con el surgimiento y difusión de las diversas tecnologías dominantes: los telares, la máquina de vapor, la fábrica de clavos de Adam Smith y, sobre todo, el reloj (según Lewis Mumford, la verdadera máquina que ha permitido la industrialización) y la división de tiempo y su utilización cada más exhaustivo – en la primera revolución industrial; la cadena de montaje y la organización científica del trabajo, y todavía más el reloj y el control y la intensificación del tiempo de trabajo mediante su subdivisión incrementada – con la segunda revolución industrial; y ahora con la Red y todavía el reloj (el tiempo real) y mañana con la fábrica 4.0.

La mutación que – errando – hemos llamado post-fordismo y ahora “sharing economy” y fábrica 4.0 ha tenido lugar, entonces, no en las formas y en lasnormas de organización (subdivisión y totalización: del trabajo de producción, del trabajo de consumo, en la fruición de los productos de la industria cultural) sino en la calidad y en la cantidad de esta individualización. Si ayer en el fordismo era necesario concentrar miles de trabajadores en el interior de lugares cerrados como eran precisamente las grandes fábricas, porque el medio de conexión/totalización de las partes subdivididas del trabajo era necesariamente físico y presuponía un espacio concentrado y concentrador (esto permitía la eficiencia productiva de entonces), hoy el medio de conexión, o sea, la Red, permite descomponer e individualizar n veces más la forma y lanorma de organización y hacerla explotar en trabajos (y en trabajadores) disconectados de un lugar físico (la fábrica), pero conectados en un lugar virtual, como es precisamente la Red. Del fordismo concentrado de ayer hemos pasado, así pues, no al post-fordismo sino a un fordismo individualizado. Pasando por el fordismo territorial y de distrito, por el pequeño y hermoso, por el capitalismo personal y el trabajo free-lance. Ningún post-fordismo; si acaso la socialización del ordoliberalismo (la sociedad en forma de mercado y según la norma del mercado, la vida como empresa, la competición como imperativo existencial).

Gracias a la red – cada vez más medio de conexión y cada vez menos medio de comunicación y de conocimiento; cada vez más capitalista y cada vez menos libre y anarquista como en los orígenes – todo trabajador antes físicamente y contractualmente subordinado puede (debe) hoy convertirse en un trabajador autónomo, un emprendedor  de sí mismo, un “maker” que produce innovación, un trabajador individualizado; con su puesto de trabajo y sus tiempos de ejecución de la prestación, pero externos a toda fisicidad concentrada. Aparentemente (pero también contractualmente) es de veras un trabajador autónomo, es de veras un emprendedor de sí mismo; concretamente es, por el contrario, un falso emprendedor de sí mismo (así como es un falso individuo) porque está subordinado a un nuevo patrono.

Es, sí, externo a la estructura de la empresa pero está aun más integrado-conectado a ella. Es un proceso análogo y paralelo al que concernía a la sociedad de masas del siglo XX. Antes se trataba de masas predominatementeconcentradas, después hemos pasado (es la lección de Günther Anders) a una masa individualizada, en la que cada uno tiene comportamientos de masa (en el consumo, en la industria cultural, en los comportamientos colectivos, en el conformismo, en el hedonismo, en la nueva sociedad del espectáculo y hoy de la espectacularización de uno mismo) pero la practica individualmente, haciéndose la ilusión de ser libre. Algo análogo se ha verificado precisamente en la organización del trabajo. Todos estamos integrados en el sistema capitalista y en la Red, pero uno por uno, separados físicamente de los demás, pero virtualmente todavía más integrados con los demás y con el tecno-capitalismo de lo que se estaba en tiempos del fordismo.

Es en el trabajo en forma de multitud – el crowd-work – que es una multitud (mejor: una masa) de individuos y, sobre todo, es una masa de individuos conectados, porque el  concepto de multitud/masa es incompatible con el de libertad y de autonomía individual, y el trabajo en forma de masa es un trabajo que, como sucede en la multitud-masa, anula la individualidad haciéndola más bien disolverse en la multitud (el mercado, la red); pero al mismo tiempo dando al individuo en la locura-masa una sensación de gran fuerza colectiva, de potencia, de capacidad de cambiar el mundo (¿el post-capitalismo?) – haciendo olvidar que también este trabajo se finaliza para beneficio de alguien. Individuos, entonces, pero que se mueven como un solo hombre, aunque sea  individualmente. Que se creen emprendedores de sí mismos, pero están todavía más suordinados a las formas y a las normas de funcionamiento del aparato que los han transformado en masa (la socialización del capitalismo), masa como forma clásica de organización donde cada uno está solo pero junto a los demás, pero este estar junto a los demás y conectados con los demás impide (y es una gran ventaja para el poder que organiza la masa) la formación de toda posible consciencia colectiva o de clase, porque estar en una multitud-masa individualizada excluye toda consciencia de clase como toda autonomíaindividual y todo discurso sobre los fines). Aparato tecno-capitalista que luego ha logrado disolver a su adversario de clase (su organización antagonista, su estructura organizativa, su conciencia) individualizándolo justamente mediante subdivisión creciente del trabajo y  personalización del consumo; aparato que precariza el trabajo e individualiza, pero crea al mismo tiempo la retórica (el “storytelling”) del compartir. Que aliena más que en el pasado, pero ofrece a cada uno la ilusión de ser patrono de los propios medios de producción (el ordenador personal, el dispositivo personal móvil), además de los bienes que produce, quizás gracias a una impresora 3D. Es el triunfo del capitalismo de plataforma, que no es algo virtuoso que permita una cooperación libre entre sujetos también ellos libres, justamente mediante una plataforma tecnológica (un medio), pudiendo cada uno disfrutar del trabajo compartido con otros. Pero que es un capitalismo de plataforma porque los beneficios (el fin) son de quien posee la plataforma (como en el caso de Uber o de Airbnb), no de quien la usa. Y la misma “sharing economy” significa sí  compartir, pero debe producir “business” para la plataforma; o si no, es definible mejor comoeconomía de la supervvivencia en tiempos de empobrecimiento de masa.

El trabajo de hoy no es, por tanto, diferente del de ayer. Sí que es todavía más individualizado, pero se ha hecho también más integrado (y esta es la esencia de funcionamiento de toda organización industrial y moderna del trabajo: subdividir e individualizar cada vez más, pero consiguientemente integrar cada vez más gracias al medio de connexión dominante; hacer prevalecer los intereses de la organización-sistema sobre los individuales). Incrementando la cantidad de prestación requerida a cada uno, extrayendo de cada uno una cantidad cada vez mayor de valor y de beneficio, pero haciéndole creer que es libre. Se ha producido una autentica mutación antropológica y cultural. Que se puede representar bien con esta ejemplificación.

En estos días, en algunos trenes de alta velocidad italianos, en los videos que cuelgan en los vagones, se pasa un video promocional en el que se ve a un maquinista a los mandos de su tren. Mirada intensa, gran atención, gran participación en la tarea asignada. Imagenes del tren desde lo alto, bello y velocísimo. Luego la imagen se divide en dos, a la izquierda todavía el maquinista, a la derecha una mujer en casa que pone flores en los jarrones y cuida a su niño. Luego, siempre a la izquierda, el tren llega a la estación, el maquinista desciende de la locomotora y, atravesando la línea que divide en dos mitades la pantalla, entra en casa ya sin uniforme de maquinista y saluda sonriente a la mujer y al niño. En ese punto la mujer besa a su niño, atraviesa a su vez, pero en sentido contrario al del hombre, la línea divisoria de la pantalla y se convierte ella también en maquinista, sube a la locomotora y hace partir el tren de alta velocidad.

Un anuncio que trae a la memoria un cuento de 1958 de Italo Calvino, tituladoL’avventura di due sposi [La aventura de dos esposos] También en Calvino hay un él y un ella. Él, el obrero Arturo Massolari, trabaja en el turno de noche, el que termina a las seis. Vuelve a casa más o menos a la hora en que suena el despertador de la mujer, Elide, que trabaja, en cambio, de día. Un breve encuentro entre ellos, algunas caricias, luego ella sale de casa para ir a trabajar y él se mete en la cama por su lado, pero moviéndose enseguida hacia donde había dormido Elide para buscar su calor y su perfume. Todo muy parecido al anuncio antes descrito. Hoy como entonces, la familia, la pareja, el amor hacen cuentas con el trabajo. Nada ha cambiado desde entonces. Sin embargo, hay una diferencia: entonces, Calvino describía, con su estilo ligero una realidad amarga hecha de fatiga y de separación forzada entre él y ella, implícitamente criticaba ese modo de organizar el trabajo y (consiguientemente) la vida de las personas. Hoy la misma condición humana es vivida y ofrecida como positiva y como virtuosa forma de emancipación, de paridad de géneros, de liberación de la mujer, sobre todo de modernidad. Cambia la casa: obrera y pobre la de Calvino, espaciosa y con una gran cocina la de hoy. Las desigualdades de entonces – y  la alienación – son las mismas de hoy. Pero se ofrecen precisamente como modernidad e innovación, no como un pasado que no cambia. La mutación antropológica acontecida está también en este vuelco.

Y llega entonces Uber y los procesos de uberización del trabajo. Hay quien lo toma como ejemplo de máximo autoemprendimiento, pero ¿qué son los falsos taxistas de Uber si no trabajadores multitud o mejor todavía trabajadores fordistas individualizados en el capitalismo de las plataformas? Creen poseer los medios de producción  (el coche, el smartphone), pero el verdadero medio de producción es la plataforma, que no son ellos, ellos sólo están en sus dependencias, están subordinados a la platadorma, con lo cual están absolutamente alienados (en el sentido de Marx), pero no creen estarlo.

Además: la uberización de las empresas como nuevo momento transformador de época y evidentemente virtuoso y positivo y por lo tanto (en opinión de Max Bergami, de la Bologna Business School, en Il Sole 24 Ore del 3 de abril pasado) «como algo difícilmente obstaculizable, porque la difusión de la innovación es mayor que cualquier reacción». Es decir, que la uberización es un proceso positivo de cualquier modo, porque es innovador y la innovación es siempre positiva y quienquiera que trate de obstaculizarla es irracional y antimoderno, razonando como Taylor hace cien años cuando criticaba a los sindicatos en caso de que hubiesen querido contestar su organización científicadel trabajo que, siendo por autodefinición (por autoreferencialidad) científica, era por lo tanto también racional, mientras que irracional se volvía ipso factocualquier contestación/oposición. La uberización del trabajo permitirá comprar trabajo y competencias en caso de necesidad, descompondrá las organizaciones de empresa, flexibilizará todavía más el mercado de trabajo, pero producirá miles de falsos emprendedores de sí mismos, pero esto no tiene de verdad nada de nuevo, como no sea extremar el viejo “just in time” aplicado a los recursos humanos. Y es trabajo cuasi servil, es decir, peor que fordista. Rebarnizado de modernidad y de ineluctabilidad.

Y entonces como todavía una vez más, la pálabra mágica (no del post-capitalismo sino) del ultra-capitalismo: compartir. También aquí asistimos al retorcimiento del diccionario, es decir, a la producción industrial de una neolengua conforme al tecno-capitalismo, porque en realidad debemoscompartir sólo lo que permite al capitalismo extraer beneficio para sí (nuestros datos, nuestros perfiles, nuestros “selfies”), pero luego podemos y más bien debemos ser egoístas en la realidad (hacia los migrantes-prófugos, por ejemplo; pero también hacia los demás individuos, ya no individuos que forman una sociedad sino nuestros incesantes competidores). También el concepto y las prácticas del compartir se han alterado y plegado al beneficio de los capitalistas y de los señores de Silicon Valley. En realidad, compartir y ayudarse son prácticas antiguas y no el producto virtuoso de las redes. La Revolución Francesa nació para realizar un principio de fraternidad y de solidaridad, es decir, de compartir. La Enciclopedia significaba compartirconocimiento. Y el “welfare” público posterior a 1945 se basaba también encompartir  (la redistribución de la riqueza de arriba abajo en la sociedad, la creción de igualdad de oportunidades para todos, los seguros sociales como forma de participación y de compartir social de los riesgos), más que sobre lafraternidad/solidaridad intergeneracional. Pero todo esto ha quedado progresivamente desechado, cancelado. Como el hecho de que el trabajo era un derecho y se ha convertido en una mercancía, llamando, sin embargo, a todo esto modernidad e innovación.

Publicado originalmente en sinpermiso.info

 

es profesor de Sociología Económica de la Universidad de Insubria, en Varese, colaborador de MicroMega y Sbilanciamoci, y especialista en sociología de las organizaciones, de la industria y del trabajo, en fordismo y post-fordismo y en el análisis de los mecanismos biopolíticas y de las formas de biopoder en las sociedades modernas.
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