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Derechos laborales: el otro «enemigo»

Por: Juan J. Paz-y-Miño Cepeda

En su codicia por extender los negocios e incrementar las rentabilidades privadas, los neoliberales, libertarios anarco-capitalistas, empresarios oligárquicos y sus gobiernos en América Latina, no solo atacan a los impuestos (https://t.ly/kBHLZ) sino que han llegado a concebir que los derechos laborales y sociales son un estorbo a la “libertad económica” y los trabajadores que luchan por defenderlos son sus verdaderos “enemigos” de clase. La historia del capitalismo y de la región contradice sus conceptos.

A partir de la primera Revolución Industrial, con el desarrollo de las manufacturas y fábricas, que determinaron el aparecimiento del trabajo asalariado, el capitalismo del primer siglo se levantó sobre la tremenda explotación a los trabajadores. En Inglaterra y Alemania, a la vanguardia de la nueva era económica, las jornadas superaban las 16 horas diarias, sin descansos semanales ni vacaciones; los salarios apenas permitían supervivir a las familias obreras en la miseria; los sindicatos, huelgas y manifestaciones estaban prohibidos; no existían indemnizaciones ni seguridad social. Esas condiciones de vida fueron denunciadas por los pensadores sociales. Conquistar derechos incentivó la lucha de clases, de modo que los trabajadores lograron conquistas, pero pasando por represiones, muertes y sufrimientos. Los historiadores han seguido estos procesos desde esa época hasta el presente, evidenciando que la riqueza de los empresarios nunca provino de su genialidad, sus emprendimientos ni su “trabajo”, sino de la acumulación del valor socialmente generado.

En América Latina la época colonial sentó las bases de la jerarquización social y de la explotación de la fuerza de trabajo especialmente de los indígenas y campesinos. Las repúblicas surgidas tras los procesos independentistas construyeron Estados oligárquicos, en los cuales las familias de las endogámicas élites de terratenientes, comerciantes y banqueros que controlaron el poder político en los diferentes países, reprodujeron las mismas condiciones laborales heredadas de la colonia. Solo desde mediados del siglo XIX fue abolida la esclavitud y a fines del mismo los liberales y radicales procuraron regular el trabajo para convertirlo en acuerdo mutuo sujeto a los Códigos Civiles, considerando que la igualdad ante la ley solucionaría las inequidades. Sin embargo, con el lento despertar del capitalismo latinoamericano en el siglo XX, si bien se dictaron tempranas leyes como: descanso dominical en Argentina y Colombia (1905), accidentes de trabajo en Guatemala (1906), jornada de ocho horas diarias en Cuba (1909), Panamá (1914), Uruguay (1915) y Ecuador (1916), fue la Constitución de México de 1917 la que inauguró la era del derecho social latinoamericano, al reconocerlos para los trabajadores de ese país.

Hasta entonces, no existían jornadas reguladas, salarios mínimos, pagos por horas extras, indemnizaciones, descansos, límites al trabajo femenino, seguridad social. De modo que, siguiendo el ejemplo mexicano, surgieron los sucesivos Códigos del Trabajo en Chile y Brasil (1931), Venezuela (1936), Bolivia (1939), Costa Rica (1943), Nicaragua (1945), Guatemala y Panamá (1947) y en la siguiente década los códigos merecieron nuevos adelantos en otros países: Argentina, Cuba, Perú, Uruguay, Colombia, República Dominicana, Honduras, Paraguay. Esta conquista de leyes laborales tuvo el objetivo de proteger a los trabajadores, imponer derechos, hacer frente a los explotadores empresarios y hacendados, lograr el mejoramiento de la vida de los trabajadores y de sus familias, que nunca se logró dejando las relaciones obrero/patronales en manos de la “iniciativa privada” y de la “libertad contractual”.

En Ecuador la cuestión social se institucionalizó gracias a los gobiernos nacidos de la Revolución Juliana (1925-1931). En 1925 se fundó el Ministerio de Previsión Social y Trabajo, y en 1928 la Caja de Pensiones. El presidente Isidro Ayora (1926-1931) expidió varias leyes sobre: Accidentes del Trabajo; Jubilación, Montepío Civil, Ahorro y Cooperativa; Caja de Pensiones; Contrato Individual de Trabajo; Jornada Máxima y Descanso; Trabajo de Mujeres, Menores y Protección a la maternidad; Desahucio; Procedimientos. La Constitución de 1929 reconoció los derechos laborales en forma parecida a la mexicana. En 1938 se expidió el Código del Trabajo. En las siguientes décadas se hicieron reformas y se dictaron nuevas disposiciones, siempre con la idea de garantizar los derechos proclamados como irrenunciables e intangibles.

Históricamente, las leyes laborales y los derechos de los trabajadores no han impedido el desarrollo económico ni el emprendimiento privado, pero sí han puesto límites al insaciable apetito de acumulación de los propietarios del capital, que se alimenta más cuando los trabajadores y sus familias quedan sometidos a infames condiciones de vida. Aun así, América Latina es, en la actualidad, la región más inequitativa del mundo y, con los gobiernos empresariales inspirados en el neoliberalismo y el anarco-capitalismo, se han agravado el desempleo, el subempleo, la informalidad, la pobreza y la miseria, como no ocurría cuatro décadas atrás. Desde los años 80 y 90 del pasado siglo, cuando despertaron y avanzaron, a distintas velocidades, las consignas por “flexibilizar” el trabajo, así como la subordinación a los condicionamientos del FMI, los derechos históricamente conquistados en beneficio de los trabajadores han pasado a ser atacados, cuestionados y estrangulados solo en beneficio empresarial. En cambio, han sido los gobiernos progresistas de la región los que han cortado la vía neoliberal. En Ecuador, después del gobierno de Rafael Correa (2017-2021), quien revirtió la vía neoliberal que parecía igualmente indetenible en el país, también la recuperación de la hegemonía en el Estado a partir de 2017 por parte de un bloque de poder empresarial-oligárquico se ha convertido en un serio obstáculo para el desarrollo económico con bienestar social.

Los derechos laborales sistemáticamente han sido afectados, el Ministerio del Trabajo ha pasado a ser dirigido por personas que responden a los intereses empresariales y las políticas laborales han abandonado el principio pro-operario, incluyendo la seguridad social, cada vez en mayor riesgo. Ecuador es hoy uno de los diez peores países para los trabajadores en el mundo (https://t.ly/-R_Qm ; https://t.ly/l2Eoa) pero entre los empresarios hay quienes resaltan que el país ocupa el cuarto lugar entre los más altos salarios de América Latina (https://t.ly/9kjd5) y por eso se oponen a cualquier aumento; en tanto a nivel internacional el BID reconoce que 3 de cada 10 trabajadores latinoamericanos “no alcanzan a tener los ingresos necesarios para superar el umbral de la pobreza” (https://t.ly/uvMD0 ; https://t.ly/UvDZE).

Escudándose en el neoliberalismo y ahora también en el libertarianismo anarco-capitalista, se ataca a la justicia social como aberrante y violenta. El presidente Javier Milei en Argentina se erige como moderno ídolo para quienes siguen sus ideas y creen defender la “libertad económica”, un concepto perverso en América Latina, encaminado contra el Estado, los impuestos y los derechos laborales. En última instancia se pretende retornar a la época en la cual se carecía de normas y los trabajadores simplemente tenían que sujetarse al poder de los propietarios del capital. Es un proceso que solo los trabajadores organizados podrán detener.

Blog del autor: Historia y Presente
www.historiaypresente.com

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¿Qué es la renuncia silenciosa? Te vi en línea y te escribí

Por Sofía Scasserra

La imagen de un trabajador que comienza joven en un puesto, hace su carrera y se jubila glorioso después de 40 años de servicio está en peligro de extinción. La falta de una estabilidad laboral propia de nuestra época nos vuelve disponibles 24/7.

No sólo hacemos lo que se supone que debemos hacer, sino que también estamos cada vez más ocupados en un mundo que no descansa. Frente a este escenario crece una tendencia: la renuncia silenciosa, una forma de ir “desapareciendo” del entorno laboral, sin iniciativa, sin compromiso, sin respuestas imaginativas.

Un trabajador comienza a temprana edad en un puesto, crece, adquiere conocimiento, hace su carrera y se jubila glorioso luego de 50 años de servicio (¡o más!) con un premio en la mano, una placa de agradecimiento y un brindis con compañeros a los que seguramente les enseñó cómo moverse en la empresa. Una imagen en peligro de extinción.

Se dice que vivimos una nueva revolución industrial, que existen nuevas formas de trabajo. No estoy tan segura de que así sea. Son, más bien, viejas costumbres laborales con elementos novedosos que cambiaron algunos procesos productivos. La introducción de tecnología de forma vertiginosa y masiva resulta disruptiva: nos agregó tareas y simplificó otras, nos resolvió problemas y nos generó nuevas demandas, nos exigió nuevas habilidades y capacitaciones, nos sumió a través de la hipercomunicación a una disponibilidad 24/7. Esto no quiere decir que antes no hacíamos más de lo que nos correspondía, sino todo lo contrario. Tener puesta la camiseta de la empresa significaba también hacer cosas que no eran propias de nuestra labor. Trabajar más, poner más de nosotros y sumarnos actividades fue la cultura del trabajo que nos enseñaron y se promocionó a nivel institucional en los espacios laborales.

A medida que la tecnología avanzaba se sumaban más tareas rutinarias, más informes, más cargas de sistema y más verificaciones. Hoy no sólo hacemos lo que se supone que tenemos que hacer, sino que también estamos cada vez más disponibles en un mundo que no descansa.

Con su llegada a Twitter, el multimillonario Elon Musk echó a la mitad de sus empleados, avisó que debían trabajar más horas y, si era necesario, dormir en la oficina. Hace pocos días publicó un tweet mostrando unas remeras encontradas en un placard de la empresa que decían #StayWoke(mantenete despierto), y entre risas y bromas sugirió cambiarlas por #stay@work (quedate en el trabajo). Evidentemente la cultura de la explotación en la compañía no comenzó con él. Solo la exacerbó.

***

Laura corrige exámenes en su casa desde hace varias horas. Es fin de trimestre, llega  exhausta. Todavía tiene que preparar contenidos para la clase de mañana. Por momentos se acuerda de ese chico, Matías, el del segundo banco a la izquierda, que siempre se olvida los útiles. Piensa en ir a comprar algunos y charlar con él para ver si pasa algo en su casa. Necesita un café. Se levanta. En el camino recuerda todo lo que le queda por hacer: cargar informes en el sistema, los presentes de la semana, mandarle un mail a la directora y hacer otro informe, uno interno para la institución. Mira el teléfono, son las 9 de la noche y el Whatsapp de profes está estallado. Alguien preguntó por ideas para una clase y algunos salieron a socorrer. Le cae un mensaje privado.

—¡Hola Lau! Te vi conectada y aprovecho para consultarte algo. Viene el egreso de los chicos de 6to grado, ¿les preparamos algún regalito? Ya estamos con la colación de grados. Quiero que salga bien la ceremonia, ¿pero tendremos que agregarle alguna cosa más personal?

Laura no puede más. Piensa si tan solo pudiera concentrarse en enseñar. No reniega de su trabajo, pero sí de las horas que nadie reconoce ni paga. Y le surge una pregunta: ¿qué pasaría si trabajamos a reglamento?

***

Estamos, también, frente a otro cambio importante: la falta de estabilidad laboral es propia de nuestra época. La terciarización, el teletrabajo, la volatilidad del mercado laboral y la puja por la flexibilidad son elementos que nos jugaron en contra como trabajadores y trabajadoras, y nos quisieron convencer de que a esa realidad había que disfrutarla y vivirla en incertidumbre. Existen películas de Hollywood en las que ser despedido no es más que un nuevo comienzo y que lo mejor es lo que está por venir. No nos mintamos: si las empresas buscan precarizar el mercado, necesitan convencernos de que lo mejor que nos puede pasar es el cambio, ser dúctiles y flexibles, ser resilientes y capaces de generar nuestro propio empleo o, de lo contrario, abrazar el salto de empresa a empresa como un plus. ¿Cómo pretenden sostener el compromiso con la empresa y el amor al lugar donde trabajamos si, por otro lado, nos convencen de que el touch and go laboral es lo mejor de la vida?

Hoy estamos, mañana no. ¿De qué sirve comprometerse con una institución que sólo desea descartarnos apenas pueda? Esto comenzó a formar una nueva cultura entre los jóvenes conocida como quiet quitting (en nuestro idioma, renuncia silenciosa). Esto es, trabajar de forma estricta dentro de los horarios estipulados y ejecutar solamente las tareas requeridas. Una forma de ir “desapareciendo” del entorno laboral, sin iniciativa, sin compromiso, sin respuestas imaginativas. Y un círculo vicioso: al trabajar cada vez menos, la demanda será cada vez menor. Esta tendencia comparte muchas características con una forma ya utilizada de protesta sindical: trabajar a reglamento, hacer sólo lo que se nos exige y en los horarios establecidos de forma exigente y taxativa. Esta práctica deja en evidencia no sólo todo lo que realizamos y que jamás se nos reconoce, sino que ralentiza el trabajo haciendo, en cierta medida, inoperativa a la empresa.

Un ejemplo de lucha sindical fue un vuelo de la empresa Iberia que venía para Argentina. Los pasajeros ya estaban listos para el despegue cuando el comandante anunció por parlantes que el vuelo no salía ya que no había cumplido con las 10 horas y media reglamentarias de descanso. En medio de un conflicto entre los trabajadores y la empresa, la medida fue efectiva y llamó la atención de quien correspondía.

La renuncia silenciosa ya es una práctica común en nuestros tiempos. Se estima que en Estados Unidos el 50% de las personas trabajadoras entran dentro de esa categoría. Para las empresas la situación es alarmante, puede significar serios problemas. Existen culpas cruzadas: ¿son los malos jefes que no saben motivar a sus equipos de trabajo y desalientan la participación? ¿O es la generación Z la que debe ser juzgada como una generación de vagos que quieren todo fácil y que tienen una falta de compromiso con sus entornos laborales?

Señalados con el dedo, culpabilizados y preocupados: si la tendencia es la deserción silenciosa, va a ser cada vez más difícil trabajar, hacer equipos, tener espíritu de empresa, comprometerse con los objetivos a perseguir y, finalmente, tener un capitalismo que no para de monetizar nuestras vidas. La pregunta que subyace es: ¿no será que se les fue la mano con la precarización y la rebelión silenciosa los pasó por arriba?

***

Ramiro está frente a la computadora en su casa. Quiere cerrar el día pero no puede. Tiene que entregar una ilustración para mañana a un cliente. Sigue dibujando. Sigue perfeccionando su trabajo. Sigue diseñando. Pero el teléfono no para de sonar. Entre chats familiares y de amigos que lo invitan a jugar al fútbol también hay nuevos trabajos, los que consultan por presupuestos, plazos y formas de entrega, los clientes ya fieles que se tomaron la confianza de pedir cualquier cosa y los que reclaman porque no les gustó algo que fue entregado hace semanas. Tampoco falta el que le pide favores, el que quiere que trabaje gratis porque —dice— “te va a servir promocionarte”, ni la invitación a dar alguna charla a estudiantes jóvenes que quieren saber qué tal es dedicarse a esto.

Todo se suma a la agenda. Todo parece hacerlo colapsar. Se acuerda que debería mejorar su página web y darle más bola a sus redes sociales. El trabajo no le falta, pero hay tanta competencia que si uno no se sostiene y muestra una imagen innovadora y diversa, esa suerte rápidamente puede cambiar. Los ojos se le cierran. “¡Bueno, basta!”, piensa, y apaga la computadora con el fiel compromiso de levantarse temprano para terminar y enviar antes del mediodía. Ya sabe que mañana es sábado, pero para el freelancer no existen los fines de semana. No se puede trabajar a reglamento cuando sos “tu propio jefe”. No se puede renunciar silenciosamente. Para la generación de monotributistas no existen formas de protesta sindical.

***

La misma revolución silenciosa que se gestó en los puestos de trabajo formales puede jugarnos en contra generando más “emprendedores” que no pueden renunciar a ser explotados 24/7. Si de algo sirvieron estas nuevas formas de emprendedurismo es para generar de nuevo empleados “con la camiseta puesta” para hacer lo que hay que hacer. La oficina virtual no cesa en un teléfono saturado de mensajes y de tareas por hacer. Aunque sea para potenciar el propio trabajo, esa búsqueda de excelencia se debe a un sistema que se plantea como una forma de explotación en un mundo que le ha dado la espalda al trabajo registrado. No somos autoexplotados. Somos explotados por un sistema.

Pero ese no es el camino inevitable. No es la única salida. No es aceptar o morir en el intento. Existen formas de cambiar la realidad, y es a través de más revoluciones silenciosas. En el mundo se está luchando por un nuevo derecho: el derecho a la desconexión digital. Ciertamente vivimos en una cultura de la disponibilidad legitimada con frases como “me clavó el visto” o “te vi conectado y te escribí”: si tenés un teléfono en la mano debés estar disponible para el mundo, donde sea, cuando sea, como sea. ¿No llegó la hora de poner cada cosa en su lugar y reclamar como sociedades el derecho a no estar disponibles? Que yo esté conectado, ¿le da a mi interlocutor el derecho a obtener una respuesta inmediata?

Es necesario empezar a imponernos límites de tiempo y de espacio, tanto para los trabajadores en relación de dependencia como para los autónomos. Hay que recuperar el orden en los nuevos espacios de trabajo virtuales y establecer, también, límites claros en los trabajos a realizar: plazos, formas, intervenciones, correcciones y otros menesteres deben ser fijados de antemano. Si no se puede trabajar a reglamento, deben existir las normas mínimas que permitan escudarse en lo pactado previamente. Y la responsabilidad no puede quedar en manos de individuos aislados. Se necesita organización, promoción y nuevas reglas.

Para el discurso hegemónico empresarial la culpa siempre es del otro: de los malos jefes que no saben motivar o de los empleados que quieren comodidad y la vida resuelta. Nunca se plantean la posibilidad de que el problema sea sistémico y estructural a una precariedad que avanza al ritmo de la extinción del trabajo asalariado. Si se va a poner en jaque al propio capitalismo a través de la renuncia silenciosa, la respuesta no puede ser hacer remeras que incitan a quedarse en el trabajo 24 horas al día, 365 días al año. Al contrario, es preciso humanizar el trabajo, brindar seguridad y reglas claras para combatir la cultura de la renuncia silenciosa. Si quieren que nos pongamos la camiseta, vuelvan a mostrar compromiso, vuelvan a enamorar a la clase trabajadora.

El Estado tiene mucho por hacer. En primer lugar, promover comunicaciones sanas desde la educación inicial. Hoy vivimos en internet, accedemos a nuestros derechos, a un trabajo, a entretenimiento, al consumo y a la información. Hay que enseñar a ordenar ese mundo online desde la educación. Esas comunicaciones saludables se deben promover también en espacios de trabajo, de militancia, de familia, y comerciales, prohibiendo el spam y las llamadas a cualquier horario.

En segundo lugar -y principalmente-, debe combatir esta cultura del descarte de los trabajadores que busca una flexibilización laboral a imagen y semejanza de los intereses corporativos. Las quejas y las líneas editoriales en contra de la defensa de los derechos de los trabajadores serán, en definitiva, para salvar un sistema capitalista que colapsa porque se está comiendo su propia cola. Por eso, y ante estos abusos, la renuncia silenciosa se instala en una generación desenamorada.

Fuente: https://www.revistaanfibia.com/renuncia-silenciosa-te-vi-en-linea-y-te-escribi/

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Tecnología al servicio de la educación

147 millones de estudiantes perdieron más de la mitad de su aprendizaje presencial desde el 2020. Aunque la pandemia impulsó innovaciones sin precedentes. ¿Cómo garantizar el aprendizaje con una revolución digital cuando más de dos tercios de los estudiantes en edad escolar no tienen acceso a internet en sus hogares?

La Cumbre para la Transformación de la Educación, que se celebró en Nueva York del 16 al 19 de septiembre, hizo un llamamiento a los países reunidos en la Asamblea General de las Naciones Unidas y a los miembros de las comunidades educativas a transformar la educación para evitar una crisis mundial del aprendizaje. ¿Es la tecnología la solución que el mundo necesita?

Pocas veces la educación había vivido un momento tan importante como el que está viviendo hoy. Puede que la última vez que se le dio un papel tan relevante en las agendas de los líderes globales fuera en mayo de 2015, cuando 1.600 participantes de 160 países, entre los cuales se encontraban 120 ministros, se reunieron en la República de Corea y aprobaron la Declaración de Incheon para la Educación 2030. Este documento estableció la hoja de ruta para la agenda educativa mundial durante 15 años, haciendo un llamamiento a todos los países a garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos.

Fue allí donde el Informe de seguimiento de la educación en el mundo de la UNESCO (Informe GEM) recibió el mandato de 160 gobiernos de realizar el seguimiento e informar sobre el progreso de la educación en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), y en especial del ODS 4, objetivo mundial para la educación. También, apoyar la implementación de estrategias nacionales e internacionales para que los socios rindan cuentas de sus compromisos.

A pesar de estos compromisos, estamos lejos de alcanzar una educación inclusiva, equitativa y de calidad para todos. Estimaciones recientes del Informe GEM y del Instituto de Estadística de la UNESCO confirman que 244 millones de niños y niñas continúan sin escolarizar, mientras que 147 millones de estudiantes perdieron más de la mitad de su aprendizaje presencial desde el año 2020. Aunque la pandemia de la covid-19 impulsó innovaciones sin precedentes y ayudó a muchos países a reimaginar sus sistemas educativos, también puso en evidencia la brecha digital dentro de los países y entre los mismos. ¿Cómo transformar el aprendizaje con una revolución digital cuando más de dos tercios de los estudiantes en edad escolar no tienen acceso a internet en sus hogares?

Con la pandemia, se hizo evidente la necesidad de acelerar el uso de la tecnología en la educación. El cierre de las escuelas obligó a los gobiernos a recurrir a la formación a distancia para no interrumpir el aprendizaje. En los países de recursos más limitados, se utilizaron programas de radio y televisión, herramientas que tradicionalmente habían utilizado estos países para llegar a las poblaciones más remotas. Los teléfonos móviles y las plataformas de aprendizaje en línea surgieron como alternativas y se multiplicaron los actores alrededor del mundo proponiendo herramientas, plataformas y programas al servicio de la enseñanza.

Si se aprovecha adecuadamente, la revolución digital podría ser una de las herramientas más poderosas para garantizar educación de calidad para todos

Sin embargo, la pandemia rápidamente demostró que no era suficiente con tener acceso a dispositivos y a una conexión rápida y estable a internet. Sin programas de formación docente y sin metodologías de enseñanza-aprendizaje innovadoras que acompañen el dominio de competencias básicas y digitales, no puede haber una verdadera transformación educativa. La conectividad es una condición indispensable, pero no es suficiente.

¿Puede revolucionarse el aprendizaje con el uso de la tecnología? Si se aprovecha adecuadamente, la revolución digital podría ser una de las herramientas más poderosas para garantizar educación de calidad para todos y para todas, transformando la forma en que los profesores enseñan y los alumnos aprenden. Pero si no, podría exacerbar las desigualdades y socavar los resultados del aprendizaje, como ocurrió en algunos países durante la pandemia. Esta idea, que sirve como piedra angular del próximo Informe GEM sobre tecnología y educación, también se vio reflejada en la declaración del secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, al culminar la Cumbre sobre la Transformación de la Educación celebrada en septiembre.

El Informe de seguimiento de la educación en el mundo 2023 sobre tecnología y educación de la UNESCO, que será publicado en julio de 2023, abordará dos temas centrales: ¿qué problemas educativos pueden ser resueltos con el uso de la tecnología? ¿Y qué condiciones deben cumplirse para que la tecnología esté al servicio de la enseñanza? El informe sugiere que en lugar de tomar la tecnología como punto de partida, como ocurre a menudo, debemos centrarnos en el tipo de formación que queremos y en los principales desafíos a los que nos enfrentamos para conseguirla. La Agenda 2030 y los compromisos acordados durante la Cumbre nos dan una visión, la pregunta es cómo pasar a la acción. Para ello se requieren alianzas y la colaboración de varios actores, incluidos representantes del sector privado, organizaciones multilaterales, internacionales y regionales, así como miembros de las comunidades educativas.

Si queremos generar un verdadero cambio en la vida de millones de niños y niñas a través de la educación digital, debemos trabajar juntos y buscar soluciones innovadoras. Para ello, es imprescindible poner la tecnología al servicio de la enseñanza y no al revés. Debemos reconocer que se requiere mucho más que dispositivos y conectividad para generar un cambio positivo en los sistemas educativos y trabajar con docentes, padres, alumnos y líderes para transformar los procesos de formación y aprendizaje. Por último, necesitamos evidencia y datos para tomar decisiones acertadas en educación digital que generen un impacto positivo en el desarrollo de las generaciones más jóvenes.

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Educación: motor del Bicentenario peruano

Por: David Auris Villegas

La Educación necesita morar en crisis para perfeccionarla continuamente, de lo contrario, sería perfecta lindando con lo absurdo. Por ello, cuando escuchamos al gobernante peruano, declararla en emergencia, sencillamente está reivindicando su importancia en el Bicentenario que, ciertamente hay poco por celebrar, salvo nuestra sobrevivencia al Covid-19 y, la esperanza de construir un país desarrollado rumbo al Tricentenario.

Dentro del contexto mundial, nos encontramos sitiados por la pandemia y preso expectante de la cuarta revolución industrial, la inteligencia artificial, la automatización, la internet de las cosas, los valores prácticos, el atroz consumismo y el inevitable bombardeo de informaciones desde todos los frentes, todo creado por nosotros mismos.

En este novedoso itinerario, los actores de nuestro Bicentenario, con una mirada socioemocional, estamos obligados, abordar los problemas sociales desde una mirada propositiva, contribuyendo a la construcción de una sociedad más equitativa, solidaria y productora de nuevos conocimientos para crear una industria artificial, definitivamente centrado en la educación como motor de desarrollo.

Una educación humanista y tecnológica, cuyo rol protagónico recae en los actores del aprendizaje, la comunidad educadora del Bicentenario. Con la esperanza de una redistribución de oportunidades para todos, comprometámonos apuntar hacia un país con desarrollo sostenido, donde la palabra marginal vaya reduciendo su presencia en la sociedad, gracias a una educación en constante cambio.

Atendiendo este desafío, es lícito preguntarnos, ¿Qué hacemos los educadores para construir una sociedad más justa y solidaria con vistas al Tricentenario?  En esta línea, esbozaré cinco tópicos que seguramente potenciará nuestra praxis docente. Haciendo una reingeniería pedagógica, ejecutemos acciones novedosas, para afrontar los desafíos de hoy y mañana.

Eduquemos ciudadanas y ciudadanos, creativos, solidarios, críticos, innovadores, emprendedores e incapaces de ver al Estado como un botín para enriquecerse que, cuando ejerzan la función pública, lo hagan como un privilegio de servir al país.

Asimismo, la comunidad docente, estamos obligados a leer clásicos de la pedagogía, para forjar nuestra identidad educadora, reflexiva, crítica, creativa y propositiva, haciéndonos amigos de: Inger Enkvist, Peter McLaren, Ken Robinson, Claudio Naranjo, Robert Swartz, Johan Galtung entre otros pedagogos contemporáneos, quienes amplían nuestro foco formativo y nos invitan a navegar con solvencia académica y moral, las aguas de la educación.

¿Acaso es propicio revelarnos contra un sistema educativo enseñante y meritocrático? Sustituyamos el paradigma de Competencias por el Aprendizaje Colaborativo como sugería Humberto Maturana, para sensibilizar la solidaridad humana, creativa y productora, tan necesarias en tiempos de pandemia y en nuestra cotidianeidad, provocando un sentimiento de amor genuino hacia los demás.

Prioricemos el aprendizaje socioemocional y explotemos la infinita mente humana, sobreponiéndonos a los aprendizajes tradicionales como recomiendan la comunidad científica, con el objetivo de convivir en paz sugerido por la UNESCO y desarrollemos nuestra capacidad holística de adaptarnos a los constantes cambios, fruto del vertiginoso avance de la ciencia y los problemas sicosocioambientales.

Dada la incertidumbre del futuro, aquello que hoy aprendemos tal vez mañana no valga para continuar ejerciendo con éxito la pedagogía, en tal sentido desarrollemos la capacidad de aprender las novedades del mañana, en el menor tiempo posible, como único salvoconducto para el éxito pedagógico y social como sostiene David Perkins.

Finalmente, hagamos del profesorado la profesión del siglo XXI reclamada por Alex Beard. Eduquemos personas solidarias y altamente creativas, para conmemorar el Tricentenario como un país desarrollado, donde respiremos el aire tibio de la libertad y la esperanza de continuar la historia humana.

Fuentes:

© David Auris Villegas. Escritor, poeta, columnista y pedagogo peruano. Teórico de la educación alternativa para el desarrollo sostenible.

Fuente de la información: Insurgencia Magisterial

Imagen: herbertmujicarojas – La Mula

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La historia del cine en 125 películas imprescindibles

En el 125 aniversario del nacimiento del cinematógrafo, ‘Industrias del Cine‘ recomienda 125 películas imprescindibles de la historia del cine.

28 de diciembre de 1895. En el Salon Indien del Gran Café del número 14 del Boulevard des Capucines de París, algo más de treinta espectadores asistieron a la primera proyección pública del cinematógrafo, el invento con el que Auguste y Louis Lumière estaban a punto de cambiar la historia de la humanidad.

El cinematógrafo Lumière no solo permitía filmar imágenes en movimiento sobre un soporte químico, sino que permitía proyectarlas sobre una pared o una pantalla, convirtiendo el individualista kinetoscopio de Edison en una experiencia compartida y social.

¿Podrían imaginar los hermanos y científicos Lumière que su invento llegaría a tener para la cultura popular universal un impacto tan grande?

¿Se imaginan el Siglo XX sin cine o sin televisión?

https://youtu.be/NwRAUniWJPY

El cine cumple 125 años en medio de una pandemia mundial que está haciendo replantear muchas cosas, también el futuro del cine en las salas. Pero no existe riesgo en que el invento que nació como experiencia colectiva y devino finalmente en cultura y arte acabe desapareciendo. Más que nunca se consume contenido audiovisual: películas, series, videoclips, televisión… pero su consumo es cada vez más individual, alejándose de la tradicional exhibición cinematográfica que durante tantos años ha transmitido la magia del cine.

No dejemos que Edison le gane la partida a los Lumière.

Una lista con grandes obras representativas del séptimo arte

Para celebrar los 125 primeros años del cine, el equipo de Industrias del Cine ha elegido mediante votación 125 películas imprescindibles para apreciarlo, entenderlo y amarlo. 125 películas que, de una manera u otra, han marcado un antes y un después, han sido puntas de lanza de corrientes estilísticas y narrativas o se han convertido en iconos de la cultura popular.

Son estas 125 películas como podrían haber sido otras 125 diferentes. El cine es un arte inabarcable, rico en lenguajes, en historias, en emociones. En Industrias del Cine hemos elegido estas 125, procurando ser representativos de lo mucho y bueno que se ha hecho a lo largo de la historia y en lo ancho del globo, con la única norma de no repetir película de ningún cineasta.

Aun así, cineastas y películas fundamentales de la historia del cine han quedado lamentablemente fuera de este acotado listado. Nuestras sinceras disculpas por no incluir películas como El gabinete del Doctor Caligari, El acorazado Potemkin, Napoléon, Ser o no ser, El tercer hombre, Los diez mandamientos, Mary Poppins, Dos hombres y un destino, Rocky, El cazador, La princesa prometida, Cinema Paradiso, Magnolia, Amèlie, Oldboy, Olvídate de mí o La llegada, por citar solo unos ejemplos. Así como tampoco aparecen grandes obras maestras dirigidas por directores que ya aparecen representados con una película.

La lista se complementa con alguna sorpresa o película inesperada, y como no, con alguna presencia discutible. No es un listado académico, es un listado que combina rigor histórico con filias y fobias personales de los miembros del equipo de Industrias del Cine.

A continuación, os dejamos con el listado de 125 películas imprescindibles de la historia del cine.

– 1 –

Viaje a la luna

Georges Méliès. Francia, 1902.

Es imprescindible por ser uno de los primeros films de ciencia ficción y un pionero en implementar novedosos efectos especiales.

– 2 –

Intolerancia

D. W. Griffith. Estados Unidos, 1916.

Es imprescindible porque Griffith fue uno de los creadores del lenguaje cinematográfico moderno, dejando atrás la teatralidad del primer cine,.

– 3 –

Nosferatu

F. W. Murnau. Alemania, 1922.

Es imprescindible porque se trata de la primera gran adaptación de Drácula al cine y es una obra maestra del expresionismo alemán.

– 4 –

El maquinista de la general

Buster Keaton. Estados Unidos, 1926.

Es imprescindible porque la imaginación y el talento de Buster Keaton no tenían límites.

– 5 –

El cantor de jazz

Alan Crosland. Estados Unidos, 1927.

Es imprescindible por ser la primera película sonora: una audacia de Warner Bros.

– 6 –

Metrópolis

Fritz Lang. Alemania, 1927.

Es imprescindible porque fue y sigue siendo visionaria estética, técnica e ideológicamente.

– 7 –

La caída de la casa Usher

Jean Epstein. Francia, 1928.

Es imprescindible porque traslada al cine la belleza del onirismo de Edgar Allan Poe.

– 8 –

El hombre de la cámara

Dziga Vertov. URSS, 1929.

Es imprescindible porque el montaje pasó a ser el elemento central en la creación cinematográfica.

– 9 –

El doctor Frankenstein

James Whale. Estados Unidos, 1931.

Es imprescindible porque dio vida cinematográfica al tan aterrador como bello monstruo en la piel de Boris Karloff y es representativa de la exitosa franquicia de Monstruos Clásicos de la Universal iniciada en 1925.

– 10 –

King Kong

Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack. Estados Unidos, 1933.

Es imprescindible porque era una hermosa historia de amor con unos icónicos efectos visuales, que a día de hoy, siguen sorprendiendo.

– 11 –

Una noche en la ópera

Sam Wood. Estados Unidos, 1935.

Es imprescindible porque así lo estipula la parte contratante de la primera parte que será considerada como la parte contratante de la primera parte.

– 12 –

Tiempos modernos

Charles Chaplin. Estados Unidos, 1936.

Es imprescindible porque es la primera película sonora de un genio como Charles Chaplin.

– 13 –

Blancanieves y los siete enanitos

David Hand. Estados Unidos, 1937.

Es imprescindible porque fue el primer largometraje de animación producido por Disney de la historia.

– 14 –

La fiera de mi niña

Howard Hawks. Estados Unidos, 1938.

Es imprescindible porque demuestra que un gran fracaso en taquilla no impide que con el tiempo te conviertas en un clásico.

– 15 –

Lo que el viento se llevó

Victor Fleming. Estados Unidos, 1939.

Es imprescindible por ser la que se supone es la película más taquillera de la historia si se ajustase la inflación.

– 16 –

Ciudadano Kane

Orson Welles. Estados Unidos, 1941.

Es imprescindible porque Roger Ebert dijo que era “la mejor película de la historia” y no somos quién para desmentirle.

– 17 –

Casablanca

Michael Curtiz. Estados Unidos, 1942.

Es imprescindible por tener el mejor guión cinematográfico jamás escrito y los diálogos más célebres de la historia.

– 18 –

Breve encuentro

David Lean. Reino Unido, 1945.

Es imprescindible porque es una obra maestra, directa y concisa, aunque sea prácticamente desconocida.

– 19 –

Roma, ciudad abierta

Roberto Rossellini. Italia, 1945.

Es imprescindible porque muestra el dolor de manera desgarradora, realista y brutal, y es una referencia fundacional del neorrealismo italiano.

– 20 –

Qué bello es vivir

Frank Capra. Estados Unidos, 1946.

Es imprescindible por regalarnos el final más bonito de la historia del cine y hacernos creer que todavía quedan buenas personas.

– 21 –

Ladrón de bicicletas

Vittorio de Sica. Italia, 1948.

Es imprescindible por ser la obra cumbre del Neorrealismo italiano y porque nunca un padre y un hijo se han querido tanto en la gran pantalla.

– 22 –

Eva al desnudo

Joseph L. Mankiewicz. Estados Unidos, 1950.

Es imprescindible porque contiene, probablemente, la mejor actuación de la mejor actriz conocida, Bette Davis.

– 23 –

Un tranvía llamado deseo

Elia Kazan. Estados Unidos, 1951.

Es imprescindible porque Marlon Brando marcó un nuevo estilo interpretativo… ¡Stella!.

– 24 –

Cantando bajo la lluvia

Stanley Donen y Gene Kelly. Estados Unidos, 1952.

Es imprescindible porque esta película te alegra cualquier día por malo que éste sea.

– 25 –

Abismos de pasión

Luis Buñuel. México, 1953.

Es imprescindible porque es expresión máxima del amour fou surrealista de Buñuel.

– 26 –

Los siete samuráis

Akira Kurosawa. Japón, 1954.

Es imprescindible por ser la película de aventuras que más ha influenciado en el cine de Occidente.

– 27 –

La noche del cazador

Charles Laughton. Estados Unidos, 1955.

Es imprescindible porque es de una perversidad tan exacta y atroz que sorprende que sea la única obra de su director.

– 28 –

El cebo

Ladislao Vajda. Suiza, 1958.

Es imprescindible porque es cine negro a plena luz del día de una España en plena letargia franquista.

– 29 –

Mi tío

Jacques Tati. Francia, 1958.

Es imprescindible porque esta aparentemente sencilla comedia fue la más feroz crítica a la sociedad de consumo filmada hasta entonces.

– 30 –

Ben-Hur

William Wyler. Estados Unidos, 1959.

Es imprescindible por ser una producción de enorme escala, ya no se ruedan películas así.

– 31 –

Los cuatrocientos golpes

François Truffaut. Francia, 1959.

Es imprescindible porque François Truffaut supo romper con las normas hasta entonces establecidas por el Hollywood dorado y abrir una nueva puerta en la que otro cine era posible.

– 32 –

El apartamento

Billy Wilder. Estados Unidos. 1960.

Es imprescindible porque el amor triunfa, y eso no pasa siempre.

– 33 –

Psicosis

Alfred Hitchcock. Estados Unidos, 1960.

Es imprescindible porque estando en la cima, su director dio un giro de 180 grados a su carrera.

– 34 –

Desayuno con diamantes

Blake Edwards. Estados Unidos, 1961.

Es imprescindible porque convirtió en un icono de la cultura popular a Audrey Hepburn y por Moon River, probablemente la canción más bonita escrita nunca para una película.

– 35 –

West Side Story

Jerome Robbins y Robert Wise. Estados Unidos, 1961.

Es imprescindible porque Shakespeare estaría orgulloso de la mejor adaptación filmada de su Romeo y Julieta.

– 36 –

Agente 007 contra el Dr. No

Terence Young. Reino Unido, 1962.

Es imprescindible por ser la primera vez que vemos a James Bond en pantalla. Nace un género en sí mismo alrededor de un personaje.

– 37 –

Cleo de 5 a 7

Agnès Varda. Francia, 1962.

Es imprescindible por ser una de las propuestas más respetadas de la Nouvelle Vague. Además, dirigida por la legendaria Agnès Varda.

– 38 –

El hombre que mató a Liberty Valance

John Ford. Estados Unidos, 1962.

Es imprescindible porque suponía el fin de un género, el western, y el fin de una época.

– 39 –

Matar a un ruiseñor

Robert Mulligan. Estados Unidos, 1962.

Es imprescindible por legarnos al abogado Atticus Finch, el mayor héroe americano de la historia del cine.

– 40 –

El gatopardo

Luchino Visconti. Italia, 1963.

Es imprescindible porque nos mostraba que todo tiene que cambiar para que todo siga igual.

– 41 –

El verdugo

Luis García Berlanga. España, 1963.

Es imprescindible por cómo Berlanga supo convencer a la censura franquista de que su película no iba en contra de la pena de muerte y por ser, quizás, la mejor comedia española de la historia.

– 42 –

Los paraguas de Cherburgo

Jacques Demy. Francia, 1964.

Es imprescindible por narrar la triste y bella historia de un primer amor truncado por la guerra y hacerlo totalmente cantando.

– 43 –

La muerte tenía un precio

Sergio Leone. Italia, 1965.

Es imprescindible por ser un exponente del puro spaghetti western y del universo de Sergio Leone.

– 44 –

El joven Törless

Volker Schlöndorff. República Federal Alemana, 1966.

Es imprescindible por ser un exponente de las corrientes centroeuropeas aparecidas en los años sesenta, nacidas al amparo de las nuevas olas francesas.

– 45 –

Persona

Ingmar Bergman. Suecia, 1966.

Es imprescindible porque toda película que afronte la dualidad tiene que mirarse en el espejo de Bergman.

– 46 –

El graduado

Mike Nichols. Estados Unidos, 1967.

Es imprescindible por ser la punta de lanza del Nuevo Cine Estadounidense, nacido tras la caída del restrictivo y censor Código Hays.

– 47 –

Reflejos en un ojo dorado

John Huston. Estados Unidos, 1967.

Es imprescindible porque es un drama sureño que abrasa a unos personajes abismales en el páramo de sus vidas burguesas.

– 48 –

2001: Una odisea del espacio

Stanley Kubrick. Estados Unidos, 1968.

Es imprescindible por ser la película más amada/odiada de la historia y seguir creando debate más de 50 años después.

– 49 –

If…

Lindsay Anderson. Reino Unido, 1968.

Es imprescindible por su necesidad de mostrar la rebeldía, el inconformismo social, la lucha obrera y el desalentador futuro de las nuevas generaciones, pilares del Free Cinema inglés.

– 50 –

Cowboy de medianoche

John Schlesinger. Estados Unidos, 1969.

Es imprescindible por ser una obra adelantada a su tiempo y la primera y única calificada X en ganar el Oscar a la mejor película.

– 51 –

Z

Costa-Gavras. Argelia, 1969.

Es imprescindible por ser ejemplo paradigmático de cine político comprometido, como buena parte de la filmografía de su director, Costa-Gavras.

– 52 –

El padrino

Francis Ford Coppola. Estados Unidos, 1972.

Es imprescindible porque demostró que un desconocido director de 31 años podía dirigir la gran obra maestra del cine moderno americano.

– 53 –

El exorcista

William Friedkin. Estados Unidos, 1973.

Es imprescindible por ser la mejor película de terror de la historia. Y punto.

– 54 –

Amarcord

Federico Fellini. Italia, 1974.

Es imprescindible por representar la alegría absoluta en tiempos de fascismo.

– 55 –

Chinatown

Roman Polanski. Estados Unidos, 1974.

Es imprescindible porque es un doloroso Neo-Noir sobre la imposibilidad de lapidar los secretos del pasado.

– 56 –

Furtivos

José Luis Borau. España, 1975.

Es imprescindible porque muestra la crudeza de la España de la Transición con una madre, Lola Gaos, áspera y atroz castradora de su hijo, Ovidi Montllor.

– 57 –

Tiburón

Steven Spielberg. Estados Unidos, 1975.

Es imprescindible no solo por ser el primer éxito mundial de Spielberg sino por sentar las bases de los blockbusters.

– 58 –

Network, un mundo implacable

Sidney Lumet. Estados Unidos, 1976.

Es imprescindible porque debería ser visionado obligatorio el primer día de clase en todas las facultades de periodismo del mundo.

– 59 –

Star Wars. Episodio IV: Una nueva esperanza

George Lucas. Estados Unidos, 1977.

Es imprescindible por imaginar un universo mucho más lejano con una historia llena de infortunios familiares, espadas láser y unos rebeldes que desafiaban a todo un imperio.

– 60 –

Superman

Richard Donner. Reino Unido, 1978.

Es imprescindible porque Christopher Reeve nos hizo creer que podía volar y sentó las bases del género de superhéroes.

– 61 –

La vida de Brian

Terry Jones. Reino Unido, 1979.

Es imprescindible por ser la obra cumbre de los genios del humor Monty Python y por su revolucionaria crítica al fanatismo religioso.

– 62 –

Manhattan

Woody Allen. Estados Unidos, 1979.

Es imprescindible porque pocas veces se ha filmado un retrato tan hermoso de una ciudad.

– 63 –

Toro Salvaje

Martin Scorsese. Estados Unidos, 1980.

Es imprescindible porque nos muestra el horror y la lucha de un hombre contra sí mismo.

– 64 –

Posesión infernal

Sam Raimi. Estados Unidos, 1981.

Es imprescindible porque el terror y el gore no serían lo mismo sin la cinta de Sam Raimi. ¿Quién no se acuerda de ella cuando aparece una cabaña?

– 65 –

Blade Runner

Ridley Scott. Estados Unidos, 1982.

Es imprescindible porque nos mostraba que la empatía era la clave para ser humano.

– 66 –

El sur

Víctor Erice. España, 1983.

Es imprescindible porque en lo inacabado de la obra yace la belleza de un drama rural, el de gran parte de los vencidos de la Guerra Civil española.

– 67 –

Los santos inocentes

Mario Camus. España, 1984.

Es imprescindible por retratar la vida rural de la España franquista de una manera brutal, directa, amarga y despiadada.

– 68 –

París, Texas

Wim Wenders.

República Federal Alemana, 1984.

Es imprescindible por ser un canto a la libertad incondicional por encima de ataduras morales.

– 69 –

Regreso al futuro

Robert Zemeckis. Estados Unidos, 1985.

Es imprescindible por aunar cine de aventuras, ciencia ficción, comedia y romance y ser una de las películas más icónicas de los años 80.

– 70 –

Bajo el peso de la ley

Jim Jarmusch. Estados Unidos, 1986.

Es imprescindible por descubrirnos a Jim Jarmusch, el más emblemático director independiente del cine americano.

– 71 –

Akira

Katsuhiro Otomo. Japón, 1988.

Es imprescindible por predecir el futuro y su estética e introducir el anime en el mundo occidental.

– 72 –

Amanece que no es poco

José Luis Cuerda. España, 1989.

Es imprescindible por ser una obra de culto del humor absurdo en la comedia española.

– 73 –

Haz lo que debas

Spike Lee. Estados Unidos, 1989.

Es imprescindible por dar, desde dentro, el protagonismo a los problemas de toda una comunidad que hasta entonces solo había optado a papeles secundarios.

– 74 –

Sacrificio

Andrei Tarkovsky. Suecia, 1989.

Es imprescindible por ese plano secuencia final, nunca ver arder una casa había sido tan bello.

– 75 –

Eduardo Manostijeras

Tim Burton. Estados Unidos, 1990.

Es imprescindible porque a pesar de sus claras influencias estilísticas, resulta una clase magistral sobre luz, color y forma y consolidó a Tim Burton como uno de los directores de la década.

– 76 –

Pretty Woman

Garry Marshall. Estados Unidos, 1990.

Es imprescindible porque el inesperado romance entre un banquero adinerado y una prostituta de poca monta se ha convertido en un evento anual de la televisión.

– 77 –

El silencio de los corderos

Jonathan Demme. Estados Unidos, 1991.

Es imprescindible por conseguir que un film de terror ganase los Oscar más importantes, incluyendo el de Mejor Película.

– 78 –

JFK: Caso abierto

Oliver Stone. Estados Unidos, 1991.

Es imprescindible porque da una clase magistral de montaje cinematográfico intentando arrojar luz al magnicidio más importante de Estados Unidos en el Siglo XX.

– 79 –

Atrapado en el tiempo

Harold Ramis. Estados Unidos, 1993.

Es imprescindible porque demuestra que aunque no las merezcas, la vida te da segundas oportunidades (y terceras, y cuartas, y…).

– 80 –

El piano

Jane Campion. Nueva Zelanda, 1993.

Es imprescindible por ser la primera y hasta el momento única película dirigida por una mujer ganadora del Festival de Cannes.

– 81 –

A través de los olivos

Abbas Kiarostami. Irán, 1994.

Es imprescindible porque puso en el mapa una cinematografía tan sugerente como la iraní.

– 82 –

Cadena perpetua

Frank Darabont. Estados Unidos, 1994.

Es imprescindible porque explica una historia de amistad de manera muy bella, y por eso se ha convertido en un clásico.

– 83 –

El rey león

Rob Minkoff. Estados Unidos, 1994.

Es imprescindible por introducir la tragedia shakesperiana en el cine de animación y ser la cima del resurgimiento de Disney en los años 90.

– 84 –

Pulp Fiction

Quentin Tarantino. Estados Unidos, 1994.

Es imprescindible por ser un clásico del cine moderno, su estructura narrativa rompedora, su hibridación genérica y por la escena de baile más icónica de los 90.

 – 85 –

El odio

Mathieu Kassovitz. Francia, 1995.

Es imprescindible porque explica perfectamente lo que pasa todavía hoy en las banlieues de París.

– 86 –

Seven

David Fincher. Estados Unidos, 1995.

Es imprescindible porque creó un estilo temático y estético que duró una década.

– 87 –

Toy Story

John Lasseter. Estados Unidos, 1995.

Es imprescindible porque es el primer largometraje de animación hecho íntegramente con ordenador.

– 88 –

Fargo

Joel Coen. Estados Unidos, 1996.

Es imprescindible porque esta es una historia verídica. Los eventos retratados en este filme tuvieron lugar en Minnesota en 1987. A petición de los sobrevivientes, los nombres han sido cambiados. Por respeto a los fallecidos, el resto ha sido contado exactamente como ocurrió.

– 89 –

Trainspotting

Danny Boyle. Reino Unido, 1996.

Es imprescindible por acercarnos de manera frenética al mundo de las drogas, con una banda sonora vital y un emergente Ewan McGregor.

– 90 –

La vida es bella

Roberto Benigni. Italia, 1997.

Es imprescindible porque en un contexto bélico y en un escenario descorazonador como son los campos de concentración, un padre supo convencer tanto a su hijo como a los espectadores de que la vida no es solo bella, sino que vale luchar por ella hasta el último aliento.

– 91 –

Titanic

James Cameron. Estados Unidos, 1997.

Es imprescindible por ser una de las tres películas con más Oscar en su haber y porque es la película con mayor número de espectadores en España.

– 92 –

El show de Truman

Peter Weir. Estados Unidos, 1998.

Es imprescindible por ser una perturbadora comedia que expone dilemas morales y éticos en la expansión del sensacionalismo en los medios de comunicación.

– 93 –

Los idiotas

Lars von Trier. Dinamarca, 1998.

Es imprescindible por su irreverencia general y por pertenecer al Dogma 95, manifiesto cinematográfico del cual Lars von Trier fue uno de sus precursores.

– 94 –

Ringu

Hideo Nakata. Japón, 1998.

Es imprescindible porque la cinta de Hideo Nakata fue pionera en la expansión del género J-Horror fuera de la escena nipona.

– 95 –

American Beauty

Sam Mendes. Estados Unidos, 1999.

Es imprescindible porque anticipó la destrucción del sueño americano dos años antes del 11-S.

– 96 –

Matrix

Lilly y Lana Wachowski. Estados Unidos, 1999.

Es imprescindible porque revolucionó de una manera tan brutal los efectos especiales que su influencia llega todavía a nuestros días.

– 97 –

Todo sobre mi madre

Pedro Almodóvar. España, 1999.

Es imprescindible porque es la depuración absoluta del estilo Almodóvar y supuso la consolidación internacional del manchego.

– 98 –

Deseando amar

Wong Kar-Wai. Hong Kong, 2000.

Es imprescindible porque demostró que en cualquier rincón del mundo se pueden vivir apasionadas historias de amor.

– 99 –

La comunidad

Álex de la Iglesia. España, 2000.

Es imprescindible por mezclar tan bien el humor de Ibáñez con el cine de Berlanga, creando un cine con identidad propia.

– 100 –

Tigre y dragón

Ang Lee. Taiwán, 2000.

Es imprescindible por representar la belleza onírica con peleas de espadas y kung fu.

– 101 –

El señor de los anillos: la comunidad del anillo

Peter Jackson. Nueva Zelanda, 2001.

Es imprescindible porque no pasan los años para la trilogía de Peter Jackson y fue un fenómeno que junto a Harry Potter animó a que más literatura fantástica fuera adaptada al cine, demostrando que ya ningún mundo de fantasía era irresistible al celuloide.

– 102 –

El viaje de Chihiro

Hayao Miyazaki. Japón, 2001.

Es imprescindible porque la cinta de Hayao Miyazaki fue la primera película de animación japonesa reconocida por la Academia con el Oscar a Mejor Película de Habla no Inglesa. Y es una obra maestra.

– 103 –

Mulholland Drive

David Lynch. Estados Unidos, 2001.

Es imprescindible porque es un puzzle en el que no es necesario que todas las piezas encajen para resultar fascinante.

– 104 –

Shrek

Andrew Adamson y Vicky Jenson. Estados Unidos, 2001.

Es imprescindible porque le dio la vuelta a las películas de príncipes que rescatan princesas y generó un personaje icónico para la historia del cine.

– 105 –

Bowling for Columbine

Michael Moore. Estados Unidos, 2002.

Es imprescindible porque es un escalofriante estudio sobre la irracional necesidad de poseer armas de la autodenominada “mejor nación del planeta”.

– 106 –

Ciudad de Dios

Fernando Meirelles y Kátia Lund. Brasil, 2002.

Es imprescindible por instaurar un estilo de filmar los suburbios de cualquier lugar del mundo.

– 107 –

Irreversible

Gaspar Noé. Francia, 2002.

Es imprescindible porque muestra toda la crudeza de una violación y, además, no nos damos cuenta hasta el principio de lo triste que es.

– 108 –

Lost in translation

Sofia Coppola. Estados Unidos, 2003.

Es imprescindible por ser uno de los más bellos retratos sobre la soledad y por la personal voz de su directora, ganadora del Oscar a Mejor Guion Original.

– 109 –

Love Actually

Richard Curtis. Reino Unido, 2003.

Es imprescindible por convertirse en un clásico navideño moderno y representar como pocas la comedia británica con el sello de Richard Curtis.

– 110 –

Juno

Jason Reitman. Estados Unidos, 2006.

Es imprescindible por ofrecer una visión original y optimista de una temática tradicionalmente ligada al drama: un embarazo adolescente.

– 111 –

Persépolis

Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud. Francia, 2007.

Es imprescindible porque evidencia el fundamentalismo religioso y la opresión machista en un canto a la libertad narrado en forma de cómic.

– 112 –

Déjame entrar

Tomas Alfredson. Suecia, 2008.

Es imprescindible por hacer una aproximación actual, más humana y social del mito del vampiro, desde la cual compadecernos y aterrorizarnos por igual ante la criatura y su devenir entre las personas.

– 113 –

El caballero oscuro

Christopher Nolan. Estados Unidos, 2008.

Es imprescindible porque el cine de superhéroes nunca volvió a ser igual (para bien o para mal) después de Nolan.

– 114 –

Canino

Yorgos Lanthimos. Grecia, 2009.

Es imprescindible por contar con uno de los guiones más valientes del cine reciente y por cuestionar visceralmente los roles de la educación y la familia.

– 115 –

En tierra hostil

Kathryn Bigelow. Estados Unidos, 2009.

Es imprescindible por ser una magnífica película bélico-dramática cuya directora pasará a la historia por alzarse con el primer Oscar a la Mejor Dirección para una mujer. Casi nada.

– 116 –

La cinta blanca

Michael Haneke. Alemania, 2009.

Es imprescindible porque Michael Haneke explora los orígenes del nazismo a través de la historia de unos niños en una aldea protestante.

– 117 –

La caza

Thomas Vinterberg. Dinamarca, 2012.

Es imprescindible porque muestra cómo una mentira puede arruinarle la vida a una persona.

– 118 –

Her

Spike Jonze. Estados Unidos, 2013.

Es imprescindible porque presenta una historia de (des)amor distópica que cuestiona el futuro de la convivencia entre humanos y máquinas.

– 119 –

La gran belleza

Paolo Sorrentino. Italia, 2013.

Es imprescindible porque una vez superados los traumas del pasado, somos capaces de ver la belleza.

– 120 –

La vida de Adèle

Abdellatif Kechiche. Francia, 2013.

Es imprescindible por captar con tremenda naturalidad la esencia misma de la vida, del primer amor y el primer desamor.

– 121 –

Mad Max: Furia en la carretera

George Miller. Australia, 2015.

Es imprescindible porque demuestra que nunca es tarde para pegarle un puñetazo a Hollywood en la cara.

– 122 –

La La Land

Damien Chazelle. Estados Unidos, 2016.

Es imprescindible porque además de convertirse en un clásico instantáneo siempre será recordada como la ganadora, por unos minutos, de los Oscars 2017.

– 123 –

Yo, Daniel Blake

Ken Loach. Reino Unido, 2016.

Es imprescindible por plasmar con la crudeza y el humanismo que caracterizan el cine de Ken Loach las dificultades que viven los trabajadores en paro en un sistema perverso que limita las ayudas sociales.

– 124 –

Roma

Alfonso Cuarón. México, 2018.

Es imprescindible no solo por su belleza, sino también por haber hecho temblar los cimientos de la distribución cinematográfica convencional.

– 125 –

Parásitos

Bong Joon-ho. Corea del Sur, 2019.

Es imprescindible porque esta feroz comedia sobre la lucha de clases hizo historia por ser la primera película no hablada en inglés en ganar el Oscar a la Mejor Película.

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La Escuela y el Capital: 200 años de conmociones y contradicciones.

Por: Nico Hirtt


¿Por qué se decidió, a principios del siglo XIX, que había que enviar a las niñas y niños, hijas e hijos del pueblo a la escuela? ¿Cómo han evolucionado, desde entonces, las complejas relaciones entre el sistema económico y el sistema educativo de los países capitalistas? ¿A qué funciones ha sido inducida la escuela en estos países? ¿Cómo se pasó de un instrumento esencialmente ideológico a la actual máquina formadora de mano de obra? He ahí algunas preguntas a las cuales respondemos en este voluminoso dossier.

En ocasión de un curso impartido recientemente a futuros docentes y directores de primaria, yo les preguntaba sin mucho rodeo: “¿Para qué sirve la escuela? ¿Por qué se obliga a las niñas y a los niños a sentarse, durante largas horas cada día, en sus pupitres del salón de clases?” Las respuestas fueron: “para formar ciudadanos responsables”, “para permitir a cada uno tomar un lugar en la sociedad”, “para emanciparnos”, “para abrir las mentes”, “para ofrecer a los jóvenes la posibilidad de escoger su camino profesional con conocimiento de causa”, “para asegurar la igualdad de oportunidades”…

¡Ah, mis valientes! ¡Habían estudiado bien sus lecciones! Al pasar algunos minutos detuve el diluvio. “Todo lo que dicen está muy bien, dije, pero eso no es del todo lo que les preguntaba”. Una palpable decepción y sorpresa los invadió. Entonces precisé la cuestión: “La pregunta era: ¿para qué sirve la escuela? Y no: ¿Para qué les gustaría que sirva la escuela?”…

Así pasé a explicarles las diferencias entre las expectativas, los discursos y las funciones. Las expectativas que podemos tener en relación a la escuela son fuertemente subjetivas, influenciadas por nuestra experiencia, los valores que privilegiamos, nuestras convicciones ideológicas, nuestra posición social. Los discursos que cada uno tiene sobre la escuela pueden ser un reflejo, más o menos fiel, de esas expectativas; pero estos discursos también pueden decir lo contrario, por ejemplo cuando uno tiene razones para camuflar o deformar eso que se piensa realmente. En fin, las funciones que la escuela tiene no son las que yo quisiera, sino las que realmente lleva a cabo. Estas funciones son un elemento objetivo, independiente de nuestras expectativas y de nuestros discursos. Para desvelar esta realidad necesitamos concebir la escuela, no como una creación consciente de algunas personas, sino como el producto necesario del desarrollo de la sociedad. Algo así como nuestros órganos -manos, piernas, ojos…- y sus funciones – agarrar, caminar, ver…- aparecen hoy como el producto necesario de la evolución biológica.

Es entonces una historia un poco singular la de los sistemas educativos que les comparto aquí. En primer lugar porque las mutaciones de la escuela no se pueden explicar por los caprichos de algunos pedagogos o por las bondades de los políticos, sino por el desarrollo de las condiciones materiales que dictan la organización y las contradicciones de nuestras sociedades: Las ciencias, la tecnología, y su impacto sobre la producción. En segundo lugar, al contrario de lo habitual en la materia, no me remontaré a la antigüedad. Desde Atenas y Esparta hasta el Siglo de las Luces, la historia de la escuela institucionalizada es la historia de la formación de las élites sociales y políticas. Salvo algunas raras excepciones, ni los esclavos de Roma ni los campesinos flamencos y valones del Siglo XXIII iban a la escuela. Ahora bien, es la escolarización de los “hijos e hijas del pueblo” en lo que me quiero interesar.

Comprender su origen y mutaciones, para comprender mejor los cambios que ésta atraviesa hoy. Esta historia comienza con la Revolución Industrial.

Familias grandes y aprendizaje obrero: Cuando la socialización y la formación iban de la mano

Antes de la Revolución Industrial, la gran mayoría de niños y niñas de las clases populares no frecuentaban la escuela. En Bélgica, un estudio sobre los años 1779-1792 indica que el 39% de los hombres y el 63% de las mujeres, incluyendo las ciudades y los campos, eran incapaces de firmar de otra manera más que con una cruz al pie de las actas parroquiales de matrimonio y de bautizo.[[Bruneel, Claude. L’Ecole primaire en Belgique depuis le moyen âge, Catalogue de l’exposition. Bruxelles: CGER, 1986

]] En realidad, se trataba de una situación relativamente excepcional en Europa. En la misma época, en la Alta Viena (la región Francesa de Lemosín), solo el 8,2% de los hombres y el 5% de las mujeres firmaban su acta de matrimonio.1

Sin embargo, esos hijos e hijas del campo que no iban a la escuela no eran por tanto ignorantes. Paradójicamente, el débil nivel de tecnificación de la producción agrícola demandaba un alto nivel de calificación de la mano de obra. No bastaba con conocer la tierra y las estaciones, hacía falta también saber utilizar y fabricar las numerosas herramientas que requería la vida en la granja, esas propias a la actividad agrícola así como las de los talleres, que constituían frecuentemente el principal ingreso en la estación muerta. En las regiones forestales, con el invierno, el campesino se transformaba en obrero maderero pagado al destajo o en obrero del aserradero. Ahora bien, la afiladura de láminas, por ejemplo, necesitaba un saber-hacer difícil, que se transmitía a través de las generaciones. Otros se hacían obreros del carbón en los bosques: ellos sabían cortar las ramas, preparar el horno, recubrirlo con hojas y con tierra, arreglar allí una chimenea correctamente dimensionada, encender un fuego uniforme y supervisar el fuego por cinco días y cinco noches.

Hay que visitar un museo de las herramientas o un museo etnográfico rural para convencerse de la extraordinaria variedad de talentos y de las habilidades que requería en aquel entonces el artesanado del campo. En las caricaturas de la prensa urbana, el zueco 2 ha sido por largo tiempo el símbolo de la ignorancia. Pero haríamos bien en acordarnos que el zapatero fue un día el artesano más a la moda en los pueblos. Su saber-hacer requería el manejo de innombrables herramientas y conocimientos variados. Después de haber escogido el árbol que convenía y una vez cortado en tablones, había que trabajar la madera en seco con el hacha, con la azuela y luego con el aparejador; se procedía luego a ahuecar el zueco con taladros y cuchillos con el fin de adaptar la pieza poco a poco al pie; se acababa el trabajo con el raspador, el formón y la tenaza. Sólo para la región de Limosín, se encontraron así más de ciento dieciséis oficios y artesanados, muchos de ellos de temporada, por tanto ejercidos por los campesinos sin ningún nivel de escolarización. Su diversidad misma da testimonio de la extremada especialización de los conocimientos y habilidades que estas exigían. 3

La formación técnica se hacía en familia. Muchas veces era de padre a hijo que se hacía agricultor, pastor, tonelero, carpintero o techero. En ocasiones, muy raramente, un joven era puesto como aprendiz en el taller de un artesano.

En la ciudad, al contrario, la formación de los futuros obreros u oficiales del artesanado se realizaba esencialmente por el aprendizaje especializado. En ciertos casos, se exigía que el aprendiz supiera de antemano leer y escribir, o sea, que estuviera escolarizado. Pero esto no concernía más que a los oficios más nobles, como la imprenta o la orfebrería, en los que los padres debían invertir sumas considerables para colocar a nivel al joven. Lo más frecuente era que le correspondía al maestro la instrucción del niño, enseñarle a leer y a escribir.

La familia rural del Antiguo Régimen, como el núcleo familiar urbano donde era acogido el aprendiz, no constituía solamente un lugar para la formación y la instrucción. Comprendía un gran número de jóvenes y de adultos de diversas generaciones, viviendo bajo el mismo techo. El niño allí era integrado desde la más tierna edad en el trabajo agrícola, doméstico o artesanal. Esta familia pre-industrial, ya fuese rural-agrícola o urbano-artesanal, era a la vez una comunidad de vida y una unidad de producción. Es por el trabajo en la granja o en el taller que los niños eran instruidos en las técnicas de la producción y socializados por el aprendizaje de las reglas básicas de la vida común.

Maquinismo y alienación: «abrir una escuela, es cerrar una prisión»

El paso del maquinismo, es decir, al capitalismo industrial, va a transformar radicalmente la naturaleza del trabajo y, por tanto, la formación de los trabajadores. La antigua gran familia rural se encuentra desarticulada y reemplazada por un pequeño núcleo familiar urbano. Incluso, ese núcleo se disgrega rápidamente con el avance del trabajo de las mujeres y del trabajo infantil. En la fábrica, el viejo paternalismo de los patrones rurales le cede su lugar a la fría, desigual y efímera relación contractual que enlaza al propietario de los medios de producción y el propietario de una fuerza de trabajo, el capital y el obrero. La descomposición del trabajo complejo que efectuaba un solo obrero en el taller o en la manufactura, su reemplazo por una multitud de obreros encadenados a las nuevas herramientas de producción y encargados de repetir cada uno una tarea simple, parcelaria, al ritmo impuesto por la máquina, todo ello implica una formidable descalificación de los proletarios «Sustituyendo los procedimientos mecánicos a la habilidad manual y a la costosa formación profesional, permitiendo a largo plazo el remplazo de los artesanos y de los trabajadores del sistema doméstico por la multitud de mano de obra de la fábrica moderna, (el maquinismo) abre verdaderamente una era nueva en la explotación y la rentabilidad del trabajo humano»4

En El Capital, Karl Marx ilustra con un ejemplo concreto, el de las imprentas londinenses, como el maquinismo engendró esta descalificación del trabajo obrero. «(En aquel momento,) en las imprentas inglesas, por ejemplo, se aplicaba antes a los aprendices un régimen de transición, que les hacía remontarse desde los trabajos más simples a otros más complejos, régimen tomado del sistema de la antigua manufactura y de los oficios manuales. De este modo, los aprendices recorrían una escala de aprendizaje, hasta hacerse impresores. El saber leer y escribir era requisito del oficio para todos. La máquina de imprimir vino a echar por tierra todo esto. Esta máquina requiere dos clases de obreros: un obrero adulto, el maquinista, y un obrero joven, el chico de la máquina, de 11 a 17 años por lo general, cuya misión se reduce a meter los pliegos de papel blanco en la máquina y a sacar de ella los pliegos impresos. En Londres, los chicos de las máquinas pasan encadenados a esta fatigosa faena 14, 15 y 16 horas consecutivas durante algunos días de la semana, y a veces hasta 36 horas, con sólo 2 de descanso para comer y dormir. Entre ellos, hay muchos que no saben leer, y suelen ser todos criaturas anormales y medio salvajes. (…) Tan pronto como se hacen demasiado viejos para el trabajo infantil que ejecutan, (…) se les despide, pasando a formar parte de los batallones del crimen. Todas las tentativas que se han hecho por colocarlos en otra parte fracasan, pues siempre chocan con su ignorancia, su tosquedad y su degeneración física e intelectual.» 5

La industrialización capitalista ha transformado así radicalmente la relación entre el ser humano y la técnica, esclavizando al trabajador a procesos técnicos inaccesibles e impuestos desde el exterior. La industrialización y el maquinismo establecieron una barrera, a la vez social e intelectual entre la concepción de las técnicas de producción y su utilización. De ahí en adelante, el proletario no trabaja más que en función de los dictados de las leyes (económicas, técnicas, científicas…) que escapan a su comprensión. El no impone ya su ritmo a la máquina, es la máquina quien le impone la suya. La no-calificación del obrero, su ignorancia, su embrutecimiento intelectual, se vuelven la condición misma de su “empleabilidad” en los nuevos procesos de producción.

Marx: «Vemos que las máquinas, dotadas de la propiedad maravillosa de acortar y hacer más fructífero el trabajo humano, provocan el hambre y el agotamiento del trabajador. (…) Hasta la pura luz de la ciencia parece no poder brillar más que sobre el fondo tenebroso de la ignorancia. Todos nuestros inventos y progresos parecen dotar de vida intelectual a las fuerzas materiales, mientras que reducen la vida humana al nivel de una fuerza puramente física.» 6

Es una “doble alienación” que sufre así el obrero de la era industrial. Como todos los proletarios antes que él, él debe vender una parte de sí mismo, su fuerza de trabajo, para sobrevivir. Pero este obrero nuevo se encuentra igualmente expoliado del conocimiento intelectual del proceso de producción. Él no es más que un auxiliar de la máquina. Él se encuentra sometido al patrón, no solamente porque este posea los medios de producción sino también porque el posee la capacidad de dominar esta producción industrial nueva.

Es chocante constatar que, en un primer momento el maquinismo y la revolución industrial no indujeron de ninguna manera al rápido desarrollo de la enseñanza escolar. Los datos disponibles para Inglaterra, la primera nación en emprender esta revolución, son reveladores. A mitad del siglo XVIII, dos terceras partes de los hombres ingleses y 40% de las mujeres sabían leer. Ahora bien, cerca de un siglo después, en 1840, se puede observar que esas cifras son casi idénticas. Parece más bien que entre estas dos fechas se experimentó una caída en la instrucción y luego un repunte a inicios del siglo XIX.7

Paralelamente se observaba un fuerte retroceso en el modo de formación tradicional que constituía el aprendizaje. Proporcionalmente, cada vez menos trabajos necesitaban una verdadera calificación y cuando esta era aún indispensable, esta adquiría muchas veces “sobre la marcha”. Es cierto que el aprendizaje continuaba existiendo pero se desarrolló en algunas pequeñas ocupaciones como la fabricación de instrumentos. Pero este método se extinguió conforme los oficios eran conquistados por la industrialización y el maquinismo, como el trabajo sobre el hierro y los textiles. El aprendizaje perdió igualmente su antiguo carácter de lugar de socialización. De ahí en adelante se reducía, en el mejor de los casos, a la adquisición de un saber-hacer técnico rudimentario, en una época en que los padres del joven deseaban verlo terminando su proceso de aprendizaje lo más pronto posible.

A mediados del siglo XIX, cuando las sociedades capitalistas iban en vía rápida hacia la industrialización decidieron al fin enviar masivamente los niños y niñas de las clases populares a la escuela, no fue para responder a una necesidad de formación técnica o profesional. Menos aún por su preocupación por la democracia o la emancipación.

La verdadera razón está en esta extraordinaria frase de Víctor Hugo: «Abrir una escuela es cerrar una prisión». La alienación intelectual del proletariado, la pérdida brutal de referencias culturales para una población arrancada de la vida rural y hundida en la miseria urbana, la disgregación de los lugares tradicionales de educación y de socialización… todo esto había terminado por provocar un embrutecimiento moral de las clases populares. En las grandes entidades urbanas, donde el control social y clerical eran menos exigentes que en el campo, donde las tentaciones eran numerosas, donde sobre todo la explotación, la miseria y las desigualdades sociales agudas tendían a legitimar todo medio para conquistar un poco de felicidad, una parte del proletariado se hundió en el vicio, el alcoholismo, la violencia, la criminalidad, la prostitución. Así, la clase obrera no hacía más que reflejar la brutalidad que sufría en el trabajo y en sus condiciones de vida, pero también se convirtió en una amenaza para el “orden público”.

A falta de querer dirigirse a las causas reales de esta decadencia, a saber las sórdidas condiciones de vida y de explotación descarada de la clase obrera, la burguesía del siglo XIX visualizó solucionar el problema de la mano de la educación. «La educación es la mejor rama de la policía social», declaraba Jhon Wade en 1835, «porque ella se aferra a los principales gérmenes del crimen, de la envidia y de la ignorancia (…) dejar un niño sin educación en la vida no vale más que dejar un perro rabioso o una bestia salvaje en la calle».8 En cuanto al belga Edouard Ducpétiaux, él estimaba que «el grado de instrucción de un país representa siempre de una manera más o menos exacta el estado de su moralidad».9

Socializar y educar los hijos e hijas del pueblo: Esa fue, históricamente, la primera función de la escolarización en masa. ¿Que se enseñaba? Moral y religión, leer y escribir, calcular, el sistema de pesos y medidas. Eso es todo. Nada de historia, de ciencias naturales o de geografía.

«Leer, escribir, contar, eso es todo lo que hay que aprender», declaraba Adolphe Thiers, «en cuanto al resto, es superfluo. Hay que procurar sobretodo abordar en la escuela las doctrinas sociales, que deben ser impuestas a las masas». 10

La escuela nació, no porque el capitalismo triunfante necesitase trabajadores instruidos, sino más bien precisamente por la razón contraria: porque necesitaba obreros no calificados y sobre todo dóciles.

Guerras y revueltas alrededor de los conglomerados industriales: la escuela al servicio de la patria

A los ojos de muchos progresistas franceses, Jules Ferry pasa aún, en nuestros días, como el brillante fundador de la escuela laica y republicana. ¿Pero cuáles fueron sus motivaciones? Escuchémoslo: «Si este estado de cosas (la influencia clerical sobre la escuela) se perpetúa, hay que temer que otras escuelas se constituyan, abiertas a los hijos de las obreras y obreros, de las campesinas y campesinos, donde se les enseñarán principios diametralmente opuestos, inspirados quizás en un ideal socialista o comunista adaptado a los tiempos más recientes, por ejemplo esta época violenta y siniestra entre el 18 de marzo y el 24 de mayo de 1871».11 Es en efecto, después de haber vivido la debacle de las tropas francesas en 1870 y luego haber participado en el aplastamiento sangriento de la Comuna de Paris que Ferry fundó la escuela republicana en vista de, como decía él, «mantener una determinada moral del Estado, una determinada doctrina del Estado que importan para su conservación».

Al mismo tiempo, el rey de los belgas, Leopoldo II, defendía la causa de la enseñanza obligatoria en estos términos: «La enseñanza dada a costas del Estado tendrá una misión, en todos los niveles, de inspirar en las jóvenes generaciones el amor y el respeto a los principios sobre los cuales nuestras instituciones libres

En el último tercio del siglo XIX, la misión educativa de la escuela tomó así un contenido cada vez más marcado en el plano ideológico. El origen profundo de estos cambios debe buscarse en los poderosos avances tecnológicos. Antes de la ruptura de los años 1870-1880, estábamos en la época de una industrialización fundada sobre el vapor, el hierro y el algodón. «Luego, es la economía de la química, de la electricidad, del acero y del aluminio, del teléfono y del automóvil» 12.

Los nuevos procedimientos de la siderurgia y de la química necesitaban instalaciones industriales gigantescas. La producción y la productividad se disparan: Un alto horno Thyssen de principios del siglo XX produce en una treintena de horas lo que un horno sileciano producía en un año cien años antes.13 El fenómeno de concentración es generalizado. De 1866 a 1896, a pesar del crecimiento de la producción, el número de establecimientos metalúrgicos en Europa cayó de 1.786 a solamente 171 unidades. En el mismo periodo, el número de establecimientos textiles disminuyó 75%. Pero ahora que el número de empresas disminuye, su producción y sus efectivos se hinchan desmesuradamente. Las empresas metalúrgicas francesas del grupo Shneider empleaban a 2 500 personas en 1845, 6 000 en 1860, 10 000 en 1870.14

He ahí cómo termina por darse una peligrosa consistencia al «fantasma» que, después de varias décadas, recorría la vieja Europa: una clase obrera numerosa, disciplinada por la industria, cada vez más y más organizada y que se dotaba de una ideología peligrosa para el poder: el socialismo. La Comuna de Paris ya había resonado como un trueno. Pero entre 1880 y 1910 los partidos socialistas revolucionarios veían crecer sin freno sus efectivos (y sus votos, en aquellos lugares donde estaban autorizados a presentarse electoralmente).

A esta amenaza interna vino a sumarse una amenaza exterior: la concentración industrial de los años 1870 al 1914, hizo entrar al capitalismo en una era de grandes potencias imperialistas. Al alba del siglo XX, el economista alemán Rudolf Hilferding escribía: «La necesidad de una política expansionista revoluciona la visión de mundo de la burguesía, que deja de ser pacifista y humanista. Los viejos librecambistas creían que la libertad del comercio era no solamente el mejor de los sistemas económicos, sino también el inicio de una era paz. Pero el capital financiero ha abandonado esta creencia desde hace mucho tiempo. Él no tiene ninguna confianza en la harmonía de los intereses capitalistas; él sabe muy bien que la competencia se ha convertido en una cuestión de lucha por el poder político. El ideal de paz perdió su luz y en lugar del ideal humanista vemos el surgimiento de una glorificación de la grandeza y del poder del Estado».15

No bastaba, en esas condiciones, que la escuela enseñara a leer, a escribir y a respetar los preceptos morales y religiosos. Más bien, ella debía enseñar el amor a la patria, y de las instituciones. La historia, la geografía hacen entonces su entrada en los programas de estudio. En Alemania, el emperador Guillermo II, enfrentado al ascenso de las fuerzas socialistas describía en estos términos cómo veía las nuevas misiones de la enseñanza obligatoria: «Desde hace mucho me preocupa la idea de utilizar la escuela, en cada una de sus subdivisiones, en vista de contrarrestar la propagación de las ideas socialistas y comunistas. La escuela deberá lanzar, como primera tarea en toda línea, las bases de una sana concepción de las relaciones públicas y de las relaciones sociales, inculcando el temor a Dios y el amor a la patria».16

En Francia, el republicano radical Paul Bert, miembro de la Academia de las Ciencias, célebre por sus trabajos sobre la fisiología del buceo submarino, pero también por sus tesis racistas, se luce en 1883 con un manual práctico tratando sobre «La instrucción cívica en la escuela (nociones fundamentales)». «Hay que hacer que», escribe él en la introducción de esta obra destinada a iluminar los «Hussards noirs» de la República17, «que el amor por Francia no sea para el niño una fórmula abstracta, impuesta en su memoria como un dogma religioso sino que él comprenda los motivos, que él aprecie la grandeza y las consecuencias necesarias. Porque es amándola y razonando sobre este amor que el aprenderá a darlo todo por ella, y llevando hasta el final su deber como ciudadano, a servirle, si es necesario, sea por la salvación de la Patria, sea por la defensa de los principios, de los cuales el triunfo ha hecho de él un hombre libre y un ciudadano. Así estará realmente fundada la Educación Nacional» (Bert, p6)

Las fosas con los cuerpos de los soldados caídos entre 1914 y 191818 llevan ante la historia el testimonio de la eficacia dramática que tuvo la escuela con su nueva función, la de un aparato ideológico del estado.

La meritocracia, hija del automóvil y de la electricidad: seleccionar y formar a la élite obrera

Después de que fue, en el siglo XIX, un aparato de socialización y un aparato ideológico al servicio del Estado, la escuela del pueblo se transformó progresivamente, en el curso del siguiente siglo, en un instrumento de selección y de formación al servicio directo de la economía.

Desde antes de la Primera Guerra Mundial, los progresos de las tecnologías industriales, el crecimiento de la administración pública y el desarrollo de los empleos comerciales hicieron renacer una demanda de mano de obra más calificada. En verdad, para la mayoría de los trabajadores, una socialización básica era suficiente; pero un número creciente de entre ellos debían de todas maneras adquirir un saber-hacer especializado: Mecánicos, electricistas, secretarías, operadores de teléfonos y comunicaciones…

Esto podría sorprender. ¿No ocurrió esto justamente en pleno “fordismo”, que fue sin duda la forma más aguda de división parcelaria de las labores obreras y por tanto de descalificación obrera? Ciertamente, pero la producción no lo es todo. En su Historia del trabajo y de los trabajadores, Lefranc nos recuerda que en 1948, de 315 000 trabajadores de la industria automovilística en Francia, solamente 110 000 eran activos en la producción, 25 000 fabricaban accesorios, 30 000 era carroceros y 150 000 eran empleados en las empresas de reparación (de los cuales 2/3 eran de las empresas artesanales).19 Ahora bien, el reparador de automóviles o el trabajador de una empresa de instalación eléctrica debían conocer intelectualmente las tecnologías sobre las cuales trabajaban.

«En el periodo de entre guerras » escribía Thévenin y Compagnon, «la enseñanza técnica va a conocer un ascenso importante (…) la regulación y la utilización de las máquinas, el control y el acabado de los productos, demandaba obreros a la vez hábiles manualmente y con capacidades para la manipulación de instrumentos de precisión, leer croquis y escalas de fabricación concebidos por las oficinas de estudios técnicos… »20

La demanda era tal que un regreso a las maneras tradicionales de aprendizaje no hubiera sido suficiente. Además, las exigencias teóricas de estas nuevas calificaciones no podían suplirse con una formación exclusivamente práctica. El sistema educativo orientaba ahora para abrir secciones “modernas”, técnicas o profesionales. Allí se reclutaba la “crema” de los hijos e hijas de la clase obrera, con el fin de convertirse en la generación de obreras y obreros especializados, técnicos, empleados y funcionarios que la sociedad reclamaba. Esa fue la era de la “promoción social” para la escuela.

En el periodo de entre guerras, la escuela se convirtió así en un instrumento esencial en la producción de las fuerzas de trabajo calificado. Pero igualmente, para su selección y su jerarquización, sobre un esquema meritocrático.

Los robots de los años dorados del capitalismo: la ilusión de la igualdad de oportunidades

Tras la Segunda Guerra Mundial, el capitalismo experimenta un periodo de crecimiento económico extraordinario. Son conocidos los resultados de la reconstrucción de la segunda post-guerra así como el progreso social arrancado por una parte de la clase obrera que sale políticamente fortalecida de esos cuatro años de conflicto. Pero esta se traduce igualmente en innovaciones tecnológicas pesadas y de largo alcance – electrificación de las líneas férreas, infraestructura portuaria y aérea, autopistas, energía nuclear, telefonía, petroquímica… El trabajo no calificado comienza a sufrir una caída constante por la mecanización de la agricultura y la automatización creciente de las labores repetitivas de la industria. Esos empleos perdidos son fuertemente compensados por la dinámica de crecimiento: Se crearon puestos de trabajo de administración y de servicios, y el desarrollo tecnológico exige obreros cada vez más calificados para la construcción naval, aeronáutica, la energía…

Así, en Bélgica, la agricultura perdió 52% de sus empleos asalariados entre 1953 y 1972. El carbón (-78%) y las canteras (-39%) siguen la misma tendencia. Pero esas pérdidas son ampliamente compensadas por la siderurgia (+10%), la química (+36%), la electrónica y la electrotecnia (+99%), la imprenta (+39%), los bancos (+131%), los talleres (+130%), la administración pública (+39%).

El éxito económico y la evolución de la estructura del mercado de trabajo exigían entonces elevar el nivel general de formación de los trabajadores y había que hacerlo rápido. En la urgencia, lo que había sido en aquel entonces la secundaria de la élite, a saber, la enseñanza general de los ateneos politécnicos y de los liceos, abrió sus puertas – al menos los primeros años – a los niños y niñas de extracción popular.

La época es propicia para la generalización de un discurso sobre la democratización de la enseñanza. Para Leo Collard, ministro belga de la Educación en 1957, «Se trata de hacer que el niño de pueblo, al salir de la única vía de la escuela primaria, encuentre un medio escolar tal que él pueda perseguir sin ningún obstáculo ni barrera cualquier área de estudio que encuentre conforme con sus gustos y que pueda progresar eventualmente sin dificultad».21 En Francia, el Plan Langevin-Wallon proclama desde 1946 que hay que acabar con la meritocracia: «la enseñanza debe ofrecer a todos igualdad de posibilidades de desarrollo, abrir a todos el acceso a la cultura, democratizarse ya no por una selección que aleja del pueblo los más dotados sino a través de la elevación continua del nivel cultural del conjunto de la Nación.» 22.

Pero esos sueños no pudieron resistir la realidad. En verdad, se dejará de «alejar del pueblo los más dotados» con la selección al final de la primaria. Pero esta selección, se hará más tarde. Es decir, al interior mismo de la secundaria. Esto significará la consolidación de una selección negativa, de una selección basada sobre el fracaso escolar. No se orientará más hacia la enseñanza calificando los «mejores elementos» de las clases populares, sino «los estudiantes menos buenos» de la enseñanza general.

Ahora bien, por un sorprendente milagro pedagógico, esta selección continúa siendo una selección basada en el origen social. La sociología — Bourdieu, Passeron — descubre de repente que la escuela se convirtió — al mismo nivel que la herencia y el matrimonio — en una instancia de reproducción, de una generación a otra, de las desigualdades sociales.

Crisis y TIC’s23Nota del Traductor: Las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) : la escuela mercantil, al servicio de los mercados

Desde finales de los años 80’s, con la entrada del capitalismo mundial en la era de la globalización y de las crisis cíclicas, las demandas del mundo económico en cuanto al sistema de enseñanza experimenta nuevas mutaciones. La escuela es obligada a cambiar con el fin de adaptarse mejor a las demandas de los empleadores.

Tres elementos esenciales marcan esta ruptura, ya muchas veces analizada en estas columnas, que me contento con resumir brevemente a continuación24:

En primer lugar, la globalización ha inducido a una competencia entre los Estados para atraer los inversores, se reduce entonces la carga fiscal sobre los capitales, los ingresos mobiliarios, los altos salarios y los beneficios de las empresas. Así, los márgenes de maniobra presupuestaria del Estado disminuyen, lo cual somete a las políticas de enseñanza a una fuerte ofensiva de austeridad.

En segundo lugar, el traslado de los empleos de la industria hacia los servicios así como el desarrollo tecnológico, inducen en las economías “avanzadas” a una polarización del mercado de trabajo. «Atender el crecimiento más importante de empleos en los puestos de gerencia y a nivel de profesionales y técnicos de más alto nivel, al igual que el empleo en el sector de servicios exige una calificación media o baja».25

Y por último, la inestabilidad económica y el ritmo desenfrenado de la innovación tecnológica, pero sobre todo el carácter anárquico de la economía capitalista, hacen imposible toda política preparatoria en materia de formación y de calificación.

En ese contexto, la mayoría de los empleadores son menos demandantes de calificaciones precisas y puntillosas que de una vaga “empleabilidad”, que debe garantizar las “competencias básicas” y la flexibilidad de las y los trabajadores. Ya habíamos vista antes como la OCDE y su prueba PISA26 sirve precisamente para empujar al sistema educativo hacia este modelo. Nosotros entendemos mejor también, en ese aspecto, el entusiasmo de las autoridades por la concepción educativa27 fundada sobre «el enfoque de competencias».

Para ilustrar esta exigencia de flexibilidad, consideremos por ejemplo el empleo “moderno” de oficina. Al frente de su computadora, el trabajador o la trabajadora debe poder utilizar un programa de procesamiento de texto, una cuenta de correo electrónico, un programa de tablas tipo Excel, una base de conocimientos y un software de diseño, se debe poder responder por teléfono en 2 o 3 lenguas, se debe tener un automóvil para hacer un mandado urgente para el patrón, se debe estar disponible por las noches y los fines de semana… en fin, se espera de este que haga el trabajo (o una parte del trabajo) efectuado en otra época por una oficinista, un operador informático, un telefonista, una diseñadora, un chofer, una secretaria diplomada… y además que esté disponible como un gerente superior. Pero sin tener la calificación de los primeros, ni el salario del último.

Esta adecuación de la enseñanza con las expectativas de los empleadores constituye una de las formas de la “mercantilización” de la escuela, a saber su sumisión al servicio de los mercados. Este movimiento engloba múltiples aspectos: la privatización mercantil de la enseñanza, la inversión privada en actividades de mantenimiento escolar, la competencia entre establecimientos, su gestión gerencial al estilo de la empresa privada, la conquista de la escuela por los anuncios publicitarios y otras especialidades del marketing, etc…

Capitalismo y educación: una relación repleta de contradicciones

Bajo el complejo efecto del desarrollo de las técnicas de producción — vapor, máquina, electricidad, química, mecánica, electrónica, automatización, robótica, informática, comunicación — las funciones de la enseñanza han evolucionado: educar y socializar a niños y niñas, inculcarles amor por la patria y de las instituciones, seleccionar y formar la mano de obra especializada de la cual las empresas necesitan, asegurar la reproducción de las clases sociales de una generación a la otra, asegurar las competencias básicas que deben constituir la base de calificación común de toda y todo trabajador/a, preparar el consumidor a la utilización de los nuevos productos, convertirse en un vector del comercio y un sector de inversión lucrativa.

Para simplificar, hemos presentado cada una de estas funciones como aparecen en una época dada. La imagen es sin duda caricaturesca. Es más exacto considerar que todas esas misiones son presentadas conjuntamente desde que existe la escuela de masas, entonces desde el siglo XIX, pero su importancia relativa ha cambiado al pasar de los años: lo que era el aspecto principal de la escuela en una época en específico, se vuelve secundario en otra época.

Otro matiz se impone. La escuela de la que hemos hablado es el sistema educativo concebido para la instrucción, la educación y la formación de niños y niñas de extracción popular, del proletariado, esta clase que hace vivir al capitalismo vendiéndole su fuerza de trabajo. Pero al lado de esta escuela hay otra. Esa que se encarga de formar a las élites sociales, los futuros dirigentes de las empresas y del Estado. Ahora bien, cuando decimos que esta segunda escuela está “al lado” de la primera, hay que entenderlo de manera puramente teórica. En realidad, sucede frecuentemente que esos dos sistemas de enseñanza se entremezclan durante algún tiempo o en ciertos lugares. Aunque por la dinámica de la segregación social entre los establecimientos escolares, la mecánica compleja de las redes y las conexiones, las clases sociales y los destinos sociales quedan claramente separados, ocurre sin embargo que ricos y pobres, clases medias y clases populares, clases medias y clases burguesas, se encuentran y reencuentran en los mismos pupitres de la escuela.

Tercer matiz: uno puede quedar con la impresión, con este sucinto recuento histórico, que las necesidades del sistema — por tanto de las clases dominantes — serían uniformes. En verdad, el capital y los patrones son múltiples. Su sed común de generar ganancias genera tanta oposición y competencia entre ellos como unidad para combatir y dominar el mundo de trabajo.

Todo esto no deja de suscitar contradicciones, que estuvieron en el corazón de los debates educativos.

Hay, por ejemplo, contradicciones entre las concepciones que prevalecen para la educación de élites y la del pueblo. «La escuela burguesa, decía Anatole Lounatcharski, se debate entre el ideal individualista en el cual reina la ley de la selva, y el ideal del hombre disciplinado, alias esclavo, y no se puede desembarazar de esto»28 ¿Cómo conciliar en un mismo sistema de enseñanza, la educación de los valores fundamentales que reclama la burguesía para sus propios hijos — libertad individual, seguridad y emprendimiento personal — con la necesidad de inculcar a los futuros trabajadores valores como la disciplina en el trabajo, la obediencia, la modestia en las aspiraciones sociales?

También puede haber contradicciones entre los intereses económicos y las necesidades políticas. ¿Cómo dar suficiente importancia a la educación ideológica y a la socialización de la ciudadanía, tan necesarias para el control político del sistema, ahora que éste deberá hacerse en detrimento de la calificación profesional, tan vital para la competitividad? ¿Y cómo llevar a todos los trabajadores a un alto nivel de conocimiento y de tecnicidad reproduciendo una jerarquía en el seno mismo de la mano de obra?

Aún otra contradicción entre las necesidades a corto y largo plazo: -¿Hay que favorecer la explotabilidad inmediata de la mano de obra o su adaptabilidad?

Los intereses colectivos de las clases poseedoras pueden parecer a veces opuestas a los intereses particulares de las familias que la componen: la burguesía belga contemporánea puede desear con toda su fuerza una mejor escuela para las clases populares (porque necesita su formación en términos de mano de obra y de la paz social), pero ninguna familia burguesa particular está dispuesta a sacrificarse y abandonar los privilegios que goza en el mercado escolar.

Y sobre todo, ¡no mucha instrucción!

Por encima de todas las contradicciones entre las diversas funciones del sistema educativo burgués, hay que tomar conciencia de otras necesidades importantes, de otros intereses vitales de las clases dominantes, que se oponen diametralmente a los progresos de la escolarización.

Si el capitalismo necesita que su sistema de enseñanza le provea trabajadoras/es y ciudadanas/os adaptados a su economía, no está dispuesto, sin embargo, a realizar gastos excesivos. «¿Invertir en educación? De acuerdo, pero sólo lo necesario.»

El freno al desarrollo del sistema educativo puede ser parte también de una voluntad política que busca limitar estrictamente el rol del Estado. La burguesía necesita del aparato del Estado para asentar y proteger su dominación así como para regular la sociedad en el plano económico, social y político. Pero tiene necesidad sobre todo de espacios de libertad para desarrollar su comercio y su industria. He ahí en qué términos el belga De Brockére se oponía, en 1859, a la instrucción obligatoria: «Si ustedes obligan al padre de familia a enviar desde la mañana a su hijo a la escuela, usted no puede obligarlo a enviar al joven a pasar hambre, deben garantizarle al menos un trozo de pan; antes de poder ejercer la inteligencia, hay que comenzar a alimentar al cuerpo. Ahora bien, eso sería socialismo, comunismo, y yo no quiero eso de ninguna manera.»29

Y luego, el temor a que falte mano de obra puede convertirse también en el temor al exceso de instrucción. En tanto el niño frecuenta la escuela, este no está disponible en el mercado laboral. Esta verdad tan simple fue, en la mayoría de los países capitalistas modernos, el freno principal a la introducción de la enseñanza primaria obligatoria en el siglo XIX. El capitalismo en expansión reclamaba niños para sus fábricas y minas. No faltó tampoco en Bélgica, donde las puertas de las escuelas estuvieran cerradas por mucho tiempo a estos niños.

Pero sobre todo, a los ojos de las clases dominantes, el exceso de enseñanza y de saber puede representar grandes peligros para el orden establecido. ¿La escolarización no va a hacer nacer, en la voluntad de los trabajadores, «aspiraciones descabelladas»?

En 1816, el clarividente ministro francés Guizot estimaba que «la ignorancia hace al pueblo turbulento y feroz, ésta se convierte en un instrumento a disposición de los ávidos rebeldes que pueden aprovecharse de este instrumento terrible (…) Entonces se manifiestan, en las clases populares, ese disgusto por su situación, esa sed de cambio, esta avidez desatinada que nada puede contener ni satisfacer.»30 Pero treinta años más tarde, después de la revolución de 1848, Adolphe Thiers, el futuro verdugo de la Comuna, enfatizaba que son «los obreros más instruidos y que ganan mejor lo que son a la vez los más desordenados en sus costumbres y los más peligrosos para la paz pública.»31

En Bélgica, Charles Woeste, el presidente del partido católico compartía estos mismos temores en 1908, cuando intervenía en la Cámara para intentar oponerse a la ineluctable enseñanza obligatoria: «Nosotros queremos preservar la inteligencia y el espíritu de nuestros niños contra el contagio de doctrinas malas; tenemos miedo de su envenenamiento».32 Y cuando Guillermo II quiso modernizar el sistema escolar alemán, los consejeros le advertían: «Su majestad, usted se arriesga a cometer un enorme error. De las escuelas profesionales saldrán sin duda mejores especialistas pero peores personas para la corona».33

Todo el tiempo la burguesía ha buscado así limitar el acceso de la clase obrera a la enseñanza, porque, como bien lo dice Bernard Charlot, «la calificación le da fuerza al obrero para reivindicar un mejor salario y condiciones de trabajo, y alimenta aspiraciones sociales y políticas de la clase obrera.»34

Esta última contradicción toma una forma específica tratándose de la formación técnica de los futuros trabajadores.

Desde la mitad del siglo XIX, numerosos autores como Karl Marx anunciaron que la era del maquinismo y de la gran industria iba a acarrear la necesidad de una mano de obra mucho más polivalente. Desde un punto de vista estrictamente técnico y económico, sería del interés de los industriales disponer de trabajadores que tengan una visión de conjunto del proceso de producción, sobre su integración en la producción global, capaces de reaccionar ante situaciones imprevistas con la inteligencia necesaria.

A principios del siglo XIX, las tecnologías de la producción conocieron un desarrollo extraordinario. A veces esos progresos han traído consigo nuevas necesidades en materia de calificaciones en masa — en la electricidad y la mecánica de los años 1900 a 1940 o en la electrónica en la época de oro de la segunda postguerra. A veces, al contrario, han inducido a una descalificación del trabajo — con el maquinismo de principios del siglo XIX o con las tecnologías de la información y de la comunicación de hoy. Puede llegar a pasar, según la época, el lugar, los sectores, que el capitalismo por sí mismo exprese el deseo de una formación técnica más desarrollada.

Pero jamás se ha esforzado en el sentido de buscar una verdadera enseñanza politécnica, ya que la juzga inútil y peligrosa.

Inútil porque las necesidades a corto plazo en cuanto a formación técnica han sido siempre de mano de obra especializada (electricistas, mecánicos, técnicos en electrónica…) A largo plazo el capitalismo podría sin lugar a dudas encontrar su interés en una formación politécnica, pero la esencia misma del capitalismo está en circunscribir sus decisiones dentro de un horizonte que sólo contempla los rendimientos a corto plazo

Una formación politécnica es fundamentalmente peligrosa para el sistema: porque abre la puerta a una comprensión del mundo, revelando la influencia de las transformaciones técnicas sobre la evolución de la sociedad; sensibiliza a los jóvenes, desarrolla su sentido crítico, su capacidad de comprender el medio tecnológico y las revoluciones económicas y sociales de las cuales es un portador potencial.

Es por eso, que a pesar de algunas tentativas tímidas de introducción a cursos de tecnología para todos, la relación escolar con la técnica ha sido muchas veces reducida al manejo pasivo de las herramientas y se ha confinado a las carreras de relegación. El acto productivo se encuentra estigmatizado como “vulgar”, reservado a quienes no habrán tenido éxito en las “nobles” carreras de prestigio. Sólo algunas élites universitarias tienen derecho a una formación “politécnica”, que resulta esencialmente teórica, pero que permite a los futuros dirigentes de dar un vistazo de conjunto sobre el proceso de producción. Estos le sacan provecho para asegurar su dominación de clase.

He aquí el por qué, «la clase burguesa no tiene los medios ni el deseo de darle al pueblo una educación verdadera» (Karl Marx).35

Fuente:  https://www.skolo.org/es/2013/08/14/la-escuela-y-el-capital-200-anos-de-conmociones-y-contradicciones/

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