La visión patológica que pretende que niñas y niños sordos recuperen audición y puedan hablar debe cambiarse por otra más global, que permita el acceso a todas las herramientas de comunicación, como la lengua de signos en la educación.
La inclusión está de moda, como la innovación educativa. El trato personalizado al alumnado para el mejor aprovechamiento de sus potencialidades. La utópica capacidad de los centros educativos de “absorber” a todo tipo de población, independientemente de su situación personal, familiar, social o económica. Es el lugar al que el sistema educativo parece querer tender, a pesar de las muchas dificultades que se le plantean.
Hace unos días conocíamos de la pelea de familias de alumnos sordos de Cataluña para que el Departament d’Ensenyament aplicase correctamente los preceptos de la ley sobre el uso de la lengua de signos catalana en el sistema educativo. Una noticia que nos hizo preguntarnos por la situación en el resto del Estado.
Precisamente hoy se cierra el plazo de información pública al que se ha sometido durante días al real decreto que desarrollará las condiciones de utilización de la lengua de signos española, redactado por el Ministerio Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad.
Y al preguntarnos por la situación del uso de la lengua de signos en el sistema educativo, por la inclusión de niñas y niños sordos en los colegios e institutos uno no para de descubrir la falta de información que circula sobre tal hecho.
En primer lugar porque hoy, como hace 200 años, lo que el sistema educativo, la sociedad en general, lo que pretende es conseguir que las personas sordas recuperen la mayor cantidad de capacidad auditiva posible. Al menos entre quienes no son sordos profundos. Que niñas y niños escuchen y hablen lo másximo posible. De ahí la extensión de audífonos e implantes cocleares.
“Tú puedes usar un implante o un audífono y te puede ayudar. Pero nunca vas a oír como una persona oyente”, asegura Arancha Díez, experta en familias y educación de la Confederación Estatal de Personas Sordas (CNSE), “va a haber ruidos a los que no vas a acceder”. La experta asegura que socialmente, la persona sorda que consigue oír y hablar, aunque solo sea un poco, es considerada un caso de éxito. Pero el problema es que en su vida cotidiana seguirá teniendo múltiples dificultades.
Para Díez, el uso de la lengua de signos es fundamental y ha de comenzar lo antes posible. Y lo es como una herramienta más para facilitar la comunicación de las personas sordas. La comunicación, así como el acceso a todo tipo de información y conocimiento. Englobado esto en lo que se conoce como una educación bilingüe y bicultural que ofrece al alumnado todo lo que necesite.
¿Se está produciendo esto en el sistema educativo ordinario? le preguntamos. “Hay colegios en ciudades como Madrid y Barcelona. Y alguna experiencia en colegios en los que se han adaptado y han enseñado lengua de signos, pero son experiencias muy residuales. Depende de la buena voluntad, de la actitud abierta hacia la discapacidad auditiva del profesorado, de los profesionales que lo asuman”.
En España, según los datos del Gobierno hay 7.531 niños y niñas sordos. La mayor parte de ellos, 7.024, están matriculados en centros ordinarios públicos y concertados. El resto están en centros de educación especial. Pero, que la inclusión sea mayoritaria no quiere decir que el uso de la lengua de signos como lengua vehicular sea algo más que anecdótico.
“A pesar de que, explica Díez, contamos con una ley que claramente recoge el derecho a la libre elección de las familias y de los niños a escoger la lengua de signos como lengua vehicular”. Es la Ley 27/2007, la que ha de ser desarrollada por el Real Decreto que hoy cierra el plazo de información pública.
Para la experta, hay un problema de organización. A pesar de que la ley habla de libertad de elección por parte de las familias y el alumnado sordo de la lengua de signos como lengua vehicular en su educación, lo cierto es que por unas cosas y otras esto no es real. “Tienes que luchar, mover montañas, ir contra el propio sistema educativo en general, contra la organización. Es una lucha que te roba mucho tiempo y dedicación y que es agotadora”.
Describe cómo cada mes de septiembre las familias que lo quieren han de luchar para que la Administración provea al centro en el que se encuentra matriculado su hijo, de intérpretes de lengua de signos para poder seguir las clases con normalidad. Cada mes de septiembre. Y, cada curso, esta figura del intérprete llega un mes o mes y medio más tarde de comenzado el curso, con lo que supone de pérdida de tiempo y aprendizaje por parte del alumnado sordo.
La defensa que Díez hace del aprendizaje de la lengua de signos, o del uso de intérpretes se justifica sola: “Puedo elegir cómo me comunico y cómo recibo la información”. Pero socialmente se prima la recuperación auditiva, y con ella, el desarrollo del habla.
Ejemplifica contando cómo fue un día al médico con uno de sus hijos, de tres años entonces. Arancha Díez es hija de una pareja de sordos y sus dos hijos también lo son. Un caso extraordinario. El 95% de las personas sordas son hijas de oyentes. El caso es que en la consulta de su médico, a la que acudió por un problema que ella tenía, pidió al doctor que le escribiera lo que le decía porque no lograba comprenderlo. Pero su hijo sí lo hizo y le transmitió una pregunta del médico. Desde ese momento, el sanitario comenzó a comunicarse con el menor. Ella tuvo que llamarle la atención y explicarle que su hijo tenía 3 años y no era un intérprete. “Se da más valor a la persona que habla que a la que no. Yo no hablo, valgo menos”. Situación que, además, se da también entre personas sordas, según Díez, quien explica cómo las hay que, al hablar y oír, llegan a asegurar que no necesitan más apoyo, como el del uso de la lengua de signos.
Para que la inclusión del alumnado sordo fuera más real, tanto la administración, como los docentes y las familias deberían fomentar un mayor uso y conocimiento de la lengua de signos española para que estas niñas y niños pudieran contar con una herramienta que parece decisiva en su aprendizaje. Pero también en la socialización con otros niños y niñas.
¿Cómo tendría que ser la inclusión del alumnado sordo en un colegio? Díez lo tiene claro. El ejemplo lo tiene en un colegio público de un pueblo de Ciudad Real en donde hay una niña sorda matriculada. En vez de esperar a que la niña haga el mayor esfuerzo posible de adaptación al sistema ordinario escolar, toda la comunidad del centro, docentes y alumnado, han aprendido lengua de signos. “Todos están haciendo el esfuezo de adaptación y de cambio de su forma de enseñanza, de su forma de comunicación, de su actitud, para que esa niña pueda estar incluida. Esa es la inclusión”.
Además, los niños y niñas oyentes verán la sordera como algo natural al haber hecho este esfuerzo con sus compañeros. De manera que cuando lleguen a la edad adulta, verán a personas sordas con normalidad. Este, a juicio de Díez, es parte del camino que conseguiría, al menos, un cambio social en la manera de mirar la sordera. La educación inclusiva no da tanta importancia a que la persona sorda hable u oiga. “Le da la improtancia a la persona de forma holística, general, global. No es: ‘A ver si oyes o hablas’, sino cómo te vas a desarrollar”.
Todos, personas oyentes y sordas, han de hacer el esfuerzo, defiende Díez. Y esto, asegura, no ocurre con las personas sordas puesto que se les reprocha, por ejemplo, que no hablen porque no quieren. “Bueno, perdóname, yo siempre he ido a un centro en donde no se ha podido usar la lengua de signos -explica-, he estudiado en la universidad, soy psicóloga, pedagoga, he hecho mis másters… pero no hablo bien. Y he tenido recuperación logopédica”.
Las personas sordas “piden intérprete. ¿por qué no se les facilita? Necesitan comunicarse, entender, expresarse, aunque hablen fantásticamente y puedan oír”.
Atención a las familias. Formación docente
Díez estuvo en Ginebra hace unas semanas para hablar ante el comité de la ONU sobre el desarrollo de la Declaración de derechos de las personas con discapacidad. Allí habló de la situación de las personas sordas, de sus familias también. Desde la Confederación están buscando financiación para ofrecer cursos de formación para madres y padres, porque depender de la financiación pública se ha demostrado muy inestable.
“Es primordial la atención de calidad para las familias”, asegura, como lo es también la atención temprana de calidad para niñas y niños. Una atención temprana muy contestada en los últimos meses desde ámbitos diferentes. Entre otras cosas para evitar que tu situación socioeconómica determine tu capacidad de desarrollo posterior.
La presión para que las personas sordas hablen y oigan, no utilicen la lengua de signos, es grande. Pero, recuerda Díez, la capacidad de audición es diferente en cada niña y cada niño. Y la presión, la prohibición en muchos casos del uso de la lengua de signos puede provocar problemas de salud mental. “En nuestro colectivo se cuadruplican los problemas de salud mental si lo comparamos con la comunidad oyente”.
Arancha Díez justifica la decisión de las familias por la supresión de la lengua de signos frente a la recuperación auditiva y el trabajo de logopedia para conseguir hablar. Es lo que recomiendan la mayor parte de expertos y es a lo que se agarran madres y padres. Desde la Confederación lo que defienden es dar el mayor número de herramientas posibles para aumentar las posibilidades de comunicación y comprensión. También para que las diferencias socioeconómicas no determinen el desarrollo de estas niñas y niños. “Las familias que tienen dinero, lo tendrán más fácil. Es la realidad que vivimos. Si la familia se mueve, conseguirá llegar más lejos, pero si es más pasiva, la persona sorda se va a quedar atrás. La población sorda es fácil que esté excluida, porque el sistema general no está preparado para adaptarse a nosotras”.
A estas dificultades se suman otras como el que haya profesores que no quieren tener intérpretes de lengua de signos dentro de sus aulas. “Cada vez pasa menos”, asegura Díez, pero hay quienes entienden que haya otra persona adulta en su clase es una forma de controlar lo que hacen.
O que no haya prácticamente maestros y maestras sordas en el sistema educativo ordinario. ¿Cuántos? “No sé decirte, a lo mejor 15”.
Una estudiante de 13 años de una escuela de Shadrinska, en la región rusa de Kurgan, disparó hoy con una pistola de balas de goma contra sus compañeros de estudio, informó la policía.
Los lesionados solo registraron marcas de los golpes provocados por los disparos con el arma, llamada aquí de traumatismo, y ninguno necesitó hospitalización. Por el momento, se desconocen los motivos del ataque.
De acuerdo con la policía, la adolescente, que tomó el arma perteneciente a su padre, carecía de algún antecedente penal.
En este año, se registraron varios incidentes similares en centros docentes rusos, como el ocurrido en la región de Perm, donde en un ataque con cuchillo hubo 15 lesionados.
Además, en la región de Ulan-Ude, un estudiante de noveno grado atacó con un arma blanca a sus compañeros, con saldo de siete lesionados.
El fiscal general ruso, Yuri Chaika, orientó formar una dirección para la atención de los derechos de los adolescentes, mientras el ministerio de Educación y Ciencias creó un servicio de atención psicológica de jóvenes con problemas sociales.
En el reciente debate que ha suscitado la aparente “exclusión” de la filosofía de la educación media hay que precisar algunos puntos. Primero que nada, cabe destacar que el CNED realizó observaciones, las cuales buscan la “clarificación de la orientación [de la asignatura] desde un punto de vista disciplinar y la incorporación de habilidades de lecturas y análisis crítico de textos”. En resumen, exigen situar la asignatura dentro de un campo y ampliar las temáticas tratadas, incluyendo la ética y la metafísica.
Como precisa Carlos Ruz en su blog, “el CNED no tiene atribución alguna para eliminar asignaturas del currículo nacional, sino que están focalizadas en los siguientes puntos, consagrados en la Ley Nº 20.370 conocida como “Ley General de Educación” (LGE), y que vino a reemplazar la Ley Nº 18.962 llamada “Ley Orgánica Constitucional de la Enseñanza”. La polémica por tanto se centraría en la siguiente observación: el considerando Nº6 inciso a), se dice que “Si bien existe consenso en que las asignaturas de Filosofía y Ciencias Naturales son necesarias y aportan significativamente al desarrollo del pensamiento crítico, lógico y científico de los estudiantes, no existe acuerdo entre los consejeros acerca de la pertinencia de que formen parte de la Formación General Común para todos los estudiantes de III y IV medio”. Es importante aclarar que por formación General Común se comprende al núcleo de asignaturas que son obligatorias para todos estudiantes. A estas asignaturas se sumarían, en III y IV medio, las asignaturas de Formación General Complementaria (con obligación de la escuela de impartir, pero alguna flexibilidad para el estudiante para elegir) y las asignaturas electivas.
En mi opinión, el centro de la cuestión sin embargo no está en observaciones más, observaciones menos sobre la obligatoriedad o no de un curso, el detalle de su contenido y otras minucias. En rigor, la filosofía hace años que no se enseña en Chile como asignatura obligatoria (ni sus contenidos responden a sus preguntas fundamentales). Un esbozo de historia y algo de psicología es lo que ofrecen sus programas. Los temas de fondo son dos: ¿Es este paradigma de obligatoriedad curricular la idónea para responder la pregunta qué y cómo enseña filosofía en un proyecto educativo público? ¿No se pone, por lo mismo, a la filosofía, una disciplina esencialmente metodológica, de razonamiento y reflexión, en un orden que le es ajeno, esto es, como una parcela más entre otras de asignaturas?
Los temas de fondo son dos: ¿Es este paradigma de obligatoriedad curricular la idónea para responder la pregunta qué y cómo enseña filosofía en un proyecto educativo público? ¿No se pone, por lo mismo, a la filosofía, una disciplina esencialmente metodológica, de razonamiento y reflexión, en un orden que le es ajeno, esto es, como una parcela más entre otras de asignaturas?
El enfoque de derechos que se le ha querido dar en la esfera de la defensa pública de la enseñanza de la filosofía tampoco da respuesta a cómo enseñamos filosofía y cuál es su rol dentro de lo que se ha llamado la formación general. En definitiva, cuál es el rol del filósofo en el contexto de la educación escolar. Parece más bien una defensa corporativa con buenas intenciones, la que no comparto en el fondo, no obstante soy parte del “gremio”. Y es que, a mi juicio, lo anterior se debe principalmente a que el paradigma curricular impide abrirnos a comprender los cambios que se están produciendo en la oferta de plataformas para visualizar actividades y contenidos escolares. Videojuegos, animación, cine documental, plataformas web, repositorios en línea ya ofrecen contenidos de manera más económica y de mejor calidad que la grosera oferta de textos escolares, comprados o no por el Ministerio de Educación. La pregunta seguirá siendo cómo enseñamos y cómo logramos generar habilidades asociadas a los “contenidos” de la filosofía, que además son transversales y se entrecruzan con todas las disciplinas impartidas en la escuela. Dudo que detrás de Coursera (https://www.coursera.org/), Kahn Academy (https://www.khanacademy.org/), The Purdue Online Writing Lab (https://owl.english.purdue.edu/), MIT OpenCourseWare (https://ocw.mit.edu/index.htm), etc., estén expertos curriculares del tipo de los que están construyendo las bases observadas. La oferta educacional de estas plataformas surge de ejercicios flexibles y bottom up, y no de planificaciones rigidizantes top down del tipo que proponen el Mineduc y que se discuten el CNED. Y en eso radica su rotundo éxito.
Debemos reconocer que las bases curriculares y los programas son instrumentos, y no fines, y cabe enfocarnos mejor en lo que más importa: la pregunta de cómo enseñamos dentro del aula (con todas las contingencias prácticas que enfrenta un docente en el siglo XXI), y así daremos luz a un debate más fructífero, que clarifique cuál es la contribución que puede dar la filosofía al desarrollo del pensamiento crítico del estudiante, y explicite cómo lograr su enseñanza de manera exitosa, en su relación con otras “materias”. Esto, más allá de la discusión circular sobre la obligatoriedad o no de una asignatura estanca, concebida en un contexto institucional rigidizante que debe ser cuestionado desde sus origenes. En efecto, a mi juicio parte importante de la discusión curricular hoy día debiera enfocarse en problematizar la idoneidad de la existencia de un currículum centralizado basado en la coacción. Y, de paso, hacer justicia con la idea platónica del carácter voluntario de abrirse a la formación y diálogo filosófico, no obstante está implícito en todo proceso educativo.
Este martes, y por cerca de una hora y media, el ministro de Educación, Gerardo Varela, se reunió con la directiva nacional del Colegio de Profesores, encabezada por su presidente Mario Aguilar.
Tras el encuentro, en el que también participó el subsecretario de Educación, Raúl Figueroa, y el jefe de la División de Educación General, José Palma, el secretario de Estado expresó que “ha sido una reunión muy productiva, muy franca. Además, hemos visto la lista de temas que preocupan al Colegio de Profesores, nosotros le hemos manifestado que en el centro del programa de Gobierno está la calidad, que la calidad se logra en el aula y que quienes lideran esa aula son los profesores, de manera que son la columna vertebral de recuperar la educación de calidad que nunca debimos olvidar”.
El ministro Varela también comentó que se creará una mesa de trabajo bilateral entre el Ministerio de Educación y el Colegio de Profesores, que tiene como objetivo debatir y ser un aporte en la implementación de las leyes aprobadas durante los últimos años. “Tenemos que tener una relación fructífera con los profesores, los niños lo demandan, la educación de calidad demanda, de manera que vemos como muy positivo el inicio de un diálogo”, expresó.
Finalmente, el ministro de Educación agradeció también la asistencia de la directiva. “Es bueno conocernos, es bueno saber que podemos trabajar juntos y que tenemos en común la búsqueda de la mejor calidad posible para los niños de Chile”, sentenció.
El profesor Emilio Lledó nació en Sevilla en 1927. A sus espaldas y en su cabeza, 90 años de filosofía, pensamiento, educación, libros, aprendizaje y enseñanzas. Es miembro de la Real Academia de la Lengua Española. Foto: Deyanira López.
Es el filósofo de la memoria. Es uno de los nombres más queridos y admirados que ha dado la filosofía española en la última mitad del siglo XX. Es profesor, dice él, “y no un filósofo de verdad”. Es Emilio Lledó y punto. Con él hablamos largo y tendido sobre filosofía, libros, política, educación…
Por Gabriel Arnaiz, profesor de filosofía
Su magisterio ha adquirido un aura sólo comparable con la de los más grandes, y sus antiguos alumnos hablan de él con una devoción similar a la que mostraba Hanna Arendt por el “mago de Messkirch”. Si Safranski consideró a Heidegger como “el maestro de Alemania”, nosotros podríamos considerar a Lledó como uno de los “maestros de España”. Él dice que no es un filósofo de verdad (como sí lo son Platón, Aristóteles o su querido Gadamer), sino tan sólo “un profesor que ha dedicado parte de su vida a estudiar la filosofía y que lo ha pasado muy bien enseñando a los demás”. Pero en el fondo todo sabemos que es uno de los pocos grandes maestros (me atrevería a escribir incluso que uno de los pocos sabios) que hoy tenemos, y con esa actitud nos acercamos a él, para poder saborear una pequeña parte de su inmenso legado. Nos recibe en la biblioteca de la Real Academia de la Lengua, donde ocupa el sillón ele minúscula y a donde acude cada jueves.
En Los libros y la libertad habla usted de la importancia que tienen, o deberían tener, los libros para nosotros, como personas y como sociedad. ¿Qué significan para usted los libros? En esta biblioteca los libros significan algo esencial. Para mí, para cualquier persona que quiera adelantar en su vida, en sus conocimientos y en la fecundidad de su mente, los libros (estos libros que están aquí y otros que no) significan la memoria. Yo creo que los seres humanos somos fundamentalmente memoria y lenguaje. Si no tuviéramos memoria, no sabríamos quiénes somos. Por eso, siempre he defendido la tesis de que tenemos que tener memoria, no solo individual sino también colectiva. Estos libros que usted ve aquí son parte de la memoria histórica de la vida intelectual de nuestro país y de la vida personal de aquellos que un día decidieron escribir su oralidad; escribir las palabras que pensaban, las palabras que deseaban, las palabras que buscaban.
Y los libros de filosofía, ¿qué pueden aportarnos frente a otro tipo de libros?Depende de qué libros. Para una persona que no se dedique a la filosofía puede haber libros que le resulten difíciles o casi indescifrables, pero el libro filosófico es la transmisión de lo que los seres humanos han querido entender sobre las grandes cuestiones de la existencia (como la justicia, la verdad, la belleza, la bondad, etc.) y también para saber qué es lo que somos, cuál es el futuro colectivo de una serie de personas que constituyen una nación, un pueblo o una humanidad (ahora que se globaliza tanto todo); y creo que una de las grandes globalizaciones que hay que tener es la de la cultura, la del progreso intelectual.
“Los seres humanos somos fundamentalmente memoria y lenguaje”
Usted es especialista en filosofía antigua. ¿Qué nos pueden decir los libros sobre los filósofos griegos, como Platón, Aristóteles o Epicuro, de quienes, por cierto, ha hablado en obras suyas ya casi míticas recientemente reeditadas, comoMemoria del logos, Memoria de la ética oEpicureísmo? Yo soy especialista en filosofía antigua porque estudié Filología Clásica, pero también me interesa mucho la filosofía moderna. He vivido muchos años en Alemania y eso me ha hecho interesarse por la filosofía del idealismo alemán (la filosofía posterior a Kant), lo que pasa es que tengo la suerte de poder leer en latín y en griego (aunque ahora eso no se lleve), y esa suerte la pongo sobre los grandes filósofos de la cultura griega, que efectivamente siguen estando vivos para nosotros, como Platón, Aristóteles, Epicuro o Plotino. Toda la cultura griega es una cultura de una riqueza tal que a mí me sorprende que aún podamos leer la República o el Fedón de Platón, o la Metafísica de Aristóteles, y que después de 25 siglos todavía nos sigan diciendo cosas. Alguna vez me pregunto qué quedará de lo que escribimos nosotros. A lo mejor, dentro de 30 o 40 años, se esfuma, pero todavía podemos leer (y aún pueden hacernos latir) a Sófocles, Tucídides, Herodoto, Platón, Horacio o Virgilio (o a cualquier otro autor de la cultura antigua), y los podemos leer realmente con pasión y con aprendizaje. Por eso me parece tan importante que se cultive que a los alumnos, cuando se les enseñe a leer, se les enseñe también a amar el lenguaje, a pensar en el lenguaje, dentro de los niveles de cada momento de la vida de los muchachos. Ese alimento de la sensibilidad es una cosa esencial para la educación de los niños, porque si no se les abre ese horizonte, quedarán siempre ceñidos a los pequeños problemas de su personalidad. Y esa personalidad debe enriquecerse con la lectura, porque así ampliamos el diálogo que tenemos con nosotros mismos con la voz de Cervantes, de Galdós o de Lorca, o de quien queramos.
“Los grandes filósofos griegos siguen estando vivos para nosotros”
Usted ha contado muchas veces la historia de ese maestro de primaria que le enseñó el aprendizaje de la libertad vinculado con la lectura. Antes lo he dicho en otro contexto: uno no puede ser más que su propia memoria. Y creo que esta es una de las experiencias más hermosas que conservo de mi vida, y me parece que es un homenaje que debo rendir a don Francisco, que fue un maestro que yo tuve en Vicálvaro, un pueblecito de Madrid que hoy ya es un barrio de la ciudad. Los niños de mi clase tendríamos ocho, nueve o diez años y aquel maestro nos enseñó la libertad, y nos la enseñó de una manera muy concreta. Leíamos a otros autores, pero yo recuerdo sobre todo lo del Quijote. Después de leer una página nos decía: “Sugerencias de la lectura”. Eso me parece tan interesante que aún hoy no lo he olvidado. ¡Cuántas cosas de la vida, agradables o desagradables, olvida uno! Pero no la imagen de aquel joven maestro, que seguramente pertenecía a la Institución Libre de Enseñanza, en una escuela pública, obviamente. Yo creo decididamente en la enseñanza pública, en una enseñanza en la que no sea el dinero el que cambie las perspectivas o los tipos de enseñanza, porque además no suele cambiarlo. Yo creo que muchos de esos colegios “de excelencia”, por utilizar un sustantivo que me molesta mucho…
¿Por qué le molesta? Pues porque es una cosa medio inventada. ¡Excelencia! ¿Qué es eso? La excelencia se demuestra andando, excelenteando (no sé si aquí en esta casa esa palabra caería), pero ninguno de esos colegios “de excelencia” podrían competir (y lo sé por experiencia, porque he pasado muchos años viviendo fuera de España) con un instituto público alemán o francés. He vivido cerca de ellos, aunque no he sido alumno de esos institutos, por desgracia, pero sí lo fui de don Francisco, lo que también es una compensación. Pero quiero decir que la protección de la enseñanza pública y que el dinero no sea lo que discrimine los niveles de aprendizaje, suponiendo que esos niveles de excelencia sean mejores (que, en mi opinión, no suelen serlo), es algo que hay que defender, que hay que alimentar y fecundar.
“Yo creo en la enseñanza pública, en una enseñanza en la que no sea el dinero el que cambie las perspectivas o los tipos de enseñanza”
En Sobre la educación, usted recopila diversos artículos sobre educación en los que denuncia duramente el tipo de enseñanza dominante en España, basada en asignaturas y exámenes. Sí, es que ese tipo de enseñanza, a la que yo llamo asignaturesca, es la enseñanza del aprendizaje. Yo creo que el aprendizaje no es importante, sobre todo ahora que tenemos tantos medios de conocimiento e información; lo importante es crear libertad intelectual y capacidad de pensar. Se habla muchísimo de la libertad de expresión. Qué duda cabe que eso es fundamental y característico de países democráticos, pero en mi opinión lo importante es la libertad de pensamiento; tener que pensar, saber qué pensar y no tener la mente aglutinada con pequeños coágulos que no te permiten entender, mirar o interpretar. Y en eso, la enseñanza tiene que ser ese estímulo continuo entre el profesor y el alumno. Cuando yo utilizaba este adjetivo asignaturesco me refería a esa concepción de exámenes, de controles continuos, de apuntes… Me llamó la atención la propaganda de una universidad privada que se montan ahora donde se veía a unos estudiantes en el campus sobre el césped, y el anuncio decía: “Estudiantes de la Universidad X preparando sus apuntes”. A mí eso me parece realmente patológico. Los apuntes no se preparan. En este sentido, recuerdo mi experiencia en Alemania. Llegué muy joven y me encontré en la Universidad de Heidelberg, donde no sólo no había apuntes, sino que ni siquiera había exámenes; tú te examinabas cuando querías.
Cuéntenos un poco cómo funcionaba la universidad alemana, cómo cambiaban los contenidos cada semestre. Al llegar, me sorprendía que, por ejemplo, Gadamer hablase de la Fenomenología del espíritude Hegel y al semestre siguiente sobre el Banquete de Platón, y al siguiente sobre Nietzsche; y, claro, yo iba buscando la asignatura. Pero no había asignatura. ¿Dónde está el temario? ¿De qué tomo apuntes? Y después estaban los seminarios. Tú podías ir a esas clases, que eran libres y a las que podían acudir alumnos de otras facultades, pero en los seminarios tenías que hablar antes con el profesor para que te dejase asistir. Le decías, por ejemplo, “voy a hacer un curso sobre Píndaro en filología clásica”, y él te contestaba: “¿Y por qué no sigue antes un curso sobre sintaxis?”. Aquello era, como dice Walter Benjamin en un texto, “descubrir la Universidad como una pasión por el conocimiento”, por la libertad de inteligencia, por no tener grumos que te agarren las neuronas y te impidan fluir con ellas. Esa idea de creatividad lo ha expresado toda la gran tradición universitaria alemana. Recuerdo un texto de Benjamin, que viene de toda la tradición kantiana y de Guillermo Humboldt, que dice casi textualmente que “obsesionar a los muchachos con que estar cinco o seis años en la universidad para ganarse la vida es la forma más feroz de perderla”; y esto es algo que, en mi opinión, se suele hacer. Hay que dejar que los jóvenes se entusiasmen con la filología clásica, con el derecho romano, con la anatomía patológica, con lo que sea. Dejarles que realmente se interesen por eso, aunque después no vayan a ser investigadores, pero, al menos, que la época en la que estén en ese espacio tan maravilloso de libertad que debe ser la universidad no los acorralemos con la obsesión de que tienen que ganarse la vida. La vida se la gana uno o se la pierde, pero hasta ese momento en que salgas de allí, sueña un poco con los ideales que constituyen la cultura y la educación.
¿Aún cree que esos ideales tienen vigencia, que pueden seguir vivos hoy? Porque también creo una hermosa frase kantiana, que “el ser humano es lo que la educación hace de él”. Ese es un texto espléndido de Kant y yo creo en esa tesis general. Somos, nos formamos, nos deformamos y nos transformamos por medio de la educación. Por lo tanto, las instituciones en donde esa educación es posible y el mimo a esas instituciones tiene que ser una característica decisiva de cualquier gobierno y de cualquier política. Y ya que he pronunciado la palabra “política” diré que la política es esencial en la cultura, y también los políticos. La política es, según decía un texto clásico, “lo más arquitectónico, lo más interesante de la vida social”, porque organiza, armoniza y orienta los distintos deseos e ideas de los seres humanos, a los que esos políticos tienen que facilitar su existencia (y no la de ellos mismos). Por eso es tan interesante crear instituciones donde esto sea posible, y por eso interesante la labor de los políticos. Hay algún texto de la filosofía griega en que Platón o Aristóteles se plantean incluso si los políticos pueden ser felices, porque su vida es darlo todo a los demás. Imagínate lo que significa eso en cuanto al cultivo de lo que llamaba Aristóteles el spoudaios, el hombre decente, el hombre justo que se entrega a los demás.
Algunos dirán que esta idea es hoy una utopía. O peor: una quimera. Es verdad que es un ejercicio difícil, pero el que se mete en política debería hacerlo desde esa directriz de la decencia, un concepto tan sencillo y tan bonito como ser decente. Entregarte a los demás y no buscar los compromisos con tu propia, cerrada y a veces entristecedora individualidad y egoísmo. Hay otro texto de la Ética nicomáquea que dice que el principio de las relaciones que tengamos con los demás empieza por la relación que tenemos con nosotros mismos, y para tener una buena relación con tu propia mismidad tienes que encontrarte digno de ti mismo, no engreído ni falsificador de tu propia personalidad, tienes que sentirte decente. Si yo me miro en el espejo y veo en mi historia algo negativo, sobre todo en relación con mi trato con los demás (y si soy político, ¡no digamos!), tendría que dimitir, pero no dimitir de un cargo, sino dimitir de ser humano, dimitir un poco de ti mismo.
“El que se mete en política debería hacerlo siempre desde la directriz de la decencia”
Cuando usted vino a España consiguió algo que yo no tengo conocimiento de que le haya sucedido a ningún otro filósofo español y fue que, cuando usted se marchó de la Universidad de La Laguna a la de Barcelona, varios alumnos suyos le siguieran (como ocurría con Heidegger). Pues probablemente, aunque no lo hice de una manera consciente. Una parte de lo que has dicho es leyenda. Lo que pasa es que yo llegué muy joven a La Laguna, después de casi diez en Alemania y de tres años como catedrático de instituto, y para mí aquello fue un reto tan hermoso que me entregué por completo. Recuerdo que, en aquellos años, no escribía ni publicaba nada; no hacía más que preparar clases, pero era porque me parecía un privilegio el poder tener delante a aquellos jóvenes (que los sentí siempre como amigos, como compañeros), sólo que yo era algo mayor que ellos, y creábamos un espacio colectivo, público, en el que yo hablaba y ellos escuchaban (y pensarían, me criticarían, me juzgaría, no me aceptarían…), pero se creaba un espacio público a través de las palabras, del lenguaje. Un lenguaje que les ayudara un poco, que les abriera la inteligencia dentro de lo que yo entonces podía, pues era más ignorante que ahora, porque era muy joven), aunque no es que después haya progresado mucho con los años, pero en fin, algo. Aunque eso que dicen de que los años te dan sabiduría, ¡no!; a veces los años te pueden engurruñir y estropear.
Tengo la intuición de que esa forma tan personal de concebir la enseñanza la aprendió allí, en Alemania. El único mérito que tengo es que me interesaba lo que hacía. Me interesa, por supuesto, y me interesaba mucho, la filosofía: entender el mundo en el que estoy, entender el país en el que vivo, entender la literatura, entender las cosas e interpretarlas. Amaba todo eso, pero al mismo tiempo amaba a aquellos a quienes quería comunicarles mis pequeñas y personales (y muchas veces carentes de interés) experiencias, pero que eran mías. Y esa es, me parece, una función esencial del profesor. Y ese era el rompimiento (valga la expresión) del asignaturismo. Recuerdo que, recién llegado a La Laguna, se me acercaron unos alumnos a preguntarme (de forma sensata por su parte, aunque escandalizante para mí): “Lo que usted dice, ¿nos lo va a exigir en el examen? ¿Qué va a pedir, un manual o sus apuntes?”. Me lo preguntaron con gran inocencia y yo me quedé absolutamente descolocado, porque no se me había pasado por la cabeza, pero era lógico que ocurriera eso. Liberar a los jóvenes de ese estricto controlasignaturesco, examinador, me parecía importante. Yo les decía que escribiesen sobre los temas que más les hubiesen interesado de los que yo había hablado. Eso me bastaba y sobraba para saber la calidad e interés que mostraban en lo que estaban estudiando.
Ahora que contemplo todos los libros que hay en esta majestuosa biblioteca me viene a la mente la importancia que en Sobre la educación da usted a las bibliotecas (quizás por ello en Salteras, un pequeño pueblo a medio hora de Sevilla, han bautizado una biblioteca con su nombre). En Alemania usted descubrió que no es posible una universidad sin una biblioteca muy dotada y que el trabajo del investigador (al menos en las humanidades) se hace sobre todo en las bibliotecas. Es decir, que la biblioteca no es solo un espacio físico donde se almacenan libros. La biblioteca es un espacio de información, de préstamos de libros y también de ampliación de libros que tú no puedas tener. Sobre todo, a mí me llamaba mucho la atención la biblioteca en Heidelberg. Yo tenía veintipocos años y la biblioteca estaba casi siempre abierta, y no había dificultades para estar allí o pedir libros. Pero, sobre todo, porque la mayoría de los profesores con los que yo traté proporcionaban una bibliografía de libros interesantes sobre los temas que ellos iban a hablar (lo que era también una ruptura del asignaturismo), libros que “estaría bien que leyerais”, y eso incitaba el cultivo de la biblioteca. La biblioteca era un espacio enormemente vivo, abierto casi todo el año, para completar la enseñanza de los profesores; era una especie de simbiosis entre el profesor y la biblioteca. Recuerdo en un examen de Filología Clásica en que el profesor Regenbogen me preguntó qué había preparado y le dije que a Tucídides (era una época en la que me dio por estudiar la historia griega) y hablamos de eso, pero para ello yo no le reproducía apuntes de ninguna clase. Había consultado libros interesantes sobre Tucídides, Herodoto, o quien fuera. Había estado en la biblioteca “dialogando” con esos libros, porque la biblioteca, los libros, la lectura suponen un diálogo de mi individualidad con esa maravillosa explosión de diálogos que te ofrecen los autores. Yo creo que es una suerte para los seres humanos que, a través del lenguaje, podamos dialogar con todos esos grandes. O no tan grandes: no hace falta que sean figuras supremas de la literatura o la filosofía. Cualquiera nos puede abrir ese diálogo con nosotros mismos, que muchas veces llevamos muy empobrecido, muy controlado y muy angustiado. La lectura, la biblioteca, es un espacio de la libertad. Y esto no es una metáfora. Si cogiéramos uno de estos libros que hay aquí y leyésemos un párrafo, nos pondría en movimiento para pensar más, para ir más allá, y eso es algo que se tiene que enseñar desde la escuela, desde el diálogo con los niños. Hay que enseñarles a leer, pero sobre todo hay que enseñarles la sensibilidad que implica el conocimiento de un lenguaje, enseñarles a mirar las palabras, a entenderlas, a elaborarlas, a conectarlas. En una palabra, a amar las palabras.
“La personalidad debe enriquecerse con la lectura, porque así se amplía el diálogo que mantenemos con nosotros mismos”
En esa función formativa y transformadora de la educación (eso que los griegos llamaban paideia y los alemanes bildung) he recordado cuando usted enseñó alemán a algunos emigrantes andaluces que fueron a trabajar a Alemania y que, según sus propias palabras, eran gente “desposeída de todo”. Y cómo a usted le molesta tanto (igual que a mí) cuando oye de algún político el manido tópico de que los “andaluces son unos vagos”. Esta idea me parece una injuria, porque yo le hablaba de mi experiencia de profesor universitario, pero una de mis experiencias más hermosas fue la que coincidió con mi llegada a Alemania, a principios de los años cincuenta, con las primeras oleadas de obreros españoles que llegaban a trabajar allí. La mayoría de esos muchachos eran andaluces. Y debe de ser muyperezoso el pueblo andaluz para coger una maleta e irse a un país del que no conocían la lengua; ellos, que habían nacido con un no escrito sobre la frente: no al pan, no a la comida, noa la cultura, etc. Que tuvieran valor, arrestos, energía y entusiasmo para ir a un país del que ya sólo el nombre de algunas ciudades (como Frankfurt) les debía atemorizar; y aquellos muchachos, la mayoría de ellos andaluces, fueron capaces. Porque, como creo que dice Lope (“¡Ay, dulce y cara España, madrastra de tus hijos verdaderos!”), aquellos eran hijos verdaderos de este país, el mismo entusiasmo con el que yo entré en la Universidad de La Laguna y que descubrí en los estudiantes, ese mismo entusiasmo, o más (porque estaban más desamparados), lo encontré en ellos. Ese deseo de aprender, de enriquecerse, lo encontré en las clases de gramática alemana que daba en una cafetería de Heidelberg a aquellos muchachos a quienes nadie había enseñado gramática española. Ese es, para mí, uno de mis recuerdos más intensos y más hermosos. Pienso en lo que habrían hecho aquellos jóvenes, no analfabetos, pero abandonados culturalmente, si hubieran tenido las posibilidades de tanto señorito satisfecho que ha pasado por la escuela y la universidad y que no han hecho casi nada después. Y esto tiene que ver con lo que decíamos antes, con la igualdad de oportunidades. Aquellos muchachos, para que España no fuera, efectivamente, “madrastra de sus hijos verdaderos”, tenían que haber tenido otras posibilidades y por eso es tan importante lo económico en un país. Yo no creo que la economía sea lo más importante (hay que ver qué obsesión hay ahora con ella), pero qué duda cabe de que tú no puedes enseñar a muchachos a gozar, por ejemplo, la música de Mozart o una página del autor que quieras si tienen hambre, si tienen miseria, si se crean en un espacio social deprimente, con angustias.
Recuerdo que leí una vez una especie de broma que se le hizo a Lula cuando ganó las elecciones en Brasil, en un periódico, no recuerdo cuál ni recuerdo quién, que dijo “tanto ganar las elecciones para decir que su ilusión es que los brasileños coman tres veces al día”. Me parece fantástico que puedan comer, porque si no, no hay cultura. Pero no podemos quedarnos solo ahí, porque quedaríamos reducidos a la más grande de las animalidades, al hombre que necesita solo su propio cuerpo para vivir. Nadie puede respirar con mis propios pulmones, pero ese es un estadio que hemos superado y esa superación se llama cultura, e implica que todos tenemos derecho a esa cultura, aunque cada uno la elabore a su manera.
Cómo es el buen maestro
“El maestro es imprescindible en la docencia universitaria. Un maestro no es aquel que explica, con mayor o menos claridad, conceptos estereotipados que siempre se podrán conocer mejor en un buen manual, sino aquel que transmite en la disciplina que profesa algo de sí mismo, de su personalidad intelectual, de su concepción del mundo y de la ciencia. Ser maestro quiere decir abrir caminos, señalar rutas que el estudiante ha de caminar ya solo con su trabajo personal, animar proyectos, evitar pasos inútiles y, sobre todo, contagiar entusiasmo intelectual. Este elemento estimulador, sugeridor, orientador, es la pieza esencial del mecanismo universitario”. Sobre la educación, EDIT. Taurus
Cambiando un poco de tercio, ¿nos puede enseñar la filosofía a ser felices? ¿Nos puede ayudar a vivir mejor? Lo digo por El elogio de la infelicidad. O se lo planteo de otra manera: ¿qué nos pueden enseñar los filósofos griegos para nuestra vida cotidiana? Yo me doy cuenta, efectivamente, de que no vivimos ni vestimos como los griegos, pero, a pesar de todo, seguimos leyéndolos. ¿Qué quiere decir eso? Que todavía podemos dialogar con sus palabras, lo cual significa que estas no han envejecido, aunque ya no llevemos clámides ni coturnos. Ellos descubrieron una serie de palabras que constituyen lo que, con más o menos razón, llamamos cultura occidental. Y una de las palabras centrales de esa cultura griega era la palabra felicidad, eudaimonía, que significa algo así como tener un “buen diosecillo” o alguien supremo que te ha mirado con benevolencia y ha conseguido que tengas más ánforas que otro, y más vestidos y esclavos. Es decir, ser feliz era tener. Esto es, si tenías más bienes materiales, parece que eso te ayudaba a vivir. Pero hay un momento en la cultura griega (un momento genial) en que ya no se trataba de tener, sino de ser. Algo más sutil, más delicado, más interior, más personal. Y ese cambio significó un giro decisivo en la idea de libertad y de felicidad. Eras feliz si no te avergonzabas de ti mismo, si te sentías digno de ti mismo. Y eso tiene que seguir manteniéndose. Yo creo que la codicia es una de las muchas enfermedades que padece el hombre lobo, el hombre que cree que la vida es una lucha. ¡Naturalmente que es una lucha y una tensión! Pero siempre he defendido (y creo no equivocarme, aunque si alguien me demuestra lo contrario, lo aceptaría) que es más importante en la vida humana el afecto, el espacio amoroso, el espacio de la filia y de la cordialidad que el de la violencia y el odio. El odio no crea más que odio y, además, produce la muerte, no sólo individual o mental, sino la muerte de la sociedad en la que el odio sea el elemento enhebrador. Además, la frase de “el hombre es un lobo para el hombre” es una frase que luego se ha utilizado en la filosofía inglesa, pero que viene del teatro grecorromano y que tiene unos contextos mucho más inocentes que esos.
“La codicia es una de las enfermedades que padece el hombre lobo, el hombre que cree que la vida es una lucha”
Hablando de la felicidad, me ha venido un recuerdo muy vívido que usted ha comentado alguna que otra vez: el olor a carne quemada de la Guerra Civil cuando era usted un niño pequeño y cómo le fastidia la trivialización de la violencia que se produce en los medios de comunicación. Era un día que mi padre me trajo a Madrid, y cuando estábamos en la Gran Vía, hubo una alarma de un ataque aéreo y nos metimos en un portal, pero hubo gente a la que no le dio tiempo a refugiarse; creo que fue la primera vez en mi vida que vi cuerpos destrozados. Me di cuenta entonces de lo que era la muerte de la violencia, y desde entonces soy pacifista. Descubrí que la sangre y la pólvora huelen; la imagen la tengo clarísima. Por eso me desagrada mucho la trivialización de la violencia. Me gustan las películas de gánsters y decowboys, pero no puedo ver esas películas que se recrean con la sangre, la violencia y el desgarro físico: me salgo o, mejor dicho, no voy. Esas películas trivializan la muerte y hacen que parezca que eso es una cosa tan natural como comerse un plato de espaguetis.
“Me desagrada mucho la trivialización de la violencia”
También aborrece usted los videojuegos violentos. Sí. En una ocasión viajaba yo en el AVE y venían dos matrimonios con niños que jugaban con esas maquinitas y a mí me interesó mucho el fenómeno, porque los videojuegos forman parte de nuestra cultura. Los muchachos aquellos estuvieron durante dos horas matando marcianitos y, al llegar el tren a Atocha, me di cuenta de que aquellos niños no tenían una cara humana, de la tensión de todas las horas que pasaron allí tecleando y matando marcianitos (o jupiterinos, o lo que fuera). Y eso a mí me parece que es un aprendizaje, pues con esas teclitas se puede producir lo mismo que yo vi en el año treinta y siete.
La memoria de la Guerra Civil y la de los maestros de la república, ¿crees usted que está suficientemente presente? Si no lo estuviera, sería una desgracia. Esa tesis repetida políticamente de que se abren heridas me parece falsa, un engaño. Yo lo que quiero es saber qué ha pasado en mi país, conocer su historia, y eso no es abrir heridas. Al contrario: es tomar conciencia de las cosas positivas, de las cosas negativas y de los caminos por los que (creo yo) no hay que seguir adelante en ese olvido. El alzhéimer colectivo es todavía mucho peor que el alzhéimer individual, y un país sometido a la falsificación de lo colectivo es un país condenado. En mi opinión, no hay futuro en un país si no ponemos el pasado por delante, para aprender de él.
“El alzhéimer colectivo es todavía mucho peor que el alzhéimer individual”
En Los libros y la libertad he leído el análisis casi ontológico que hace usted de estos nuevos libros, los ebooks, y la volatilización o diferencia entre el libro tradicional y el ciberlibro. Naturalmente que tener estos libros puede facilitar la lectura, qué duda cabe. Tú puedes meter en esta especie de cuartilla luminosa quinientos libros y eso me parece un prodigio tecnológico. Pero yo me imagino la biblioteca de mi casa (o esta de aquí) y que en lugar de todo esto que está aquí, hubiera 15 o 20 cuadraditos de estos en donde estuvieran metidos todos esos libros. Sería otra cosa. El tacto, el objeto libro es también un objeto de la cultura. Y naturalmente que el leer se puede hacer en estos nuevos libros, y a lo mejor se hace con más claridad, porque si tienes una letra pequeña la puedes agrandar, y qué duda cabe que eso tiene que ver con la democratización de la lectura, y eso es importante. Pero el mundo del libro es otra cosa, y yo lo he dicho, yo me siento en mi casa, son mis compañeros y los miro y sé hasta dónde los compré y sé por qué los compré.
Usted ha dicho muchas veces que “los libros nos leen”. Es que a mí se me quejan algunos libros de que ya no los leo. Nietzsche se me queja: “Hace mucho que no coges El origen de la tragedia; a ver si me lees, que ya se te está olvidando”. O me dice Aristóteles: “Hace mucho que no trabajas en los libros de la Historia natural”. Eso es una especie de metáfora que yo me digo a mí mismo para indicar hasta qué punto yo dialogo con esos objetos, con esas realidades que no son valiosas, porque a mí nunca me ha interesado comprar primeras ediciones de Kant o de El Quijote; mis libros son los libros de mi trabajo y de mis intereses.
¿Puede ser la televisión pública un elemento de cultura en España? Lo digo porque usted formó parte de ese famoso comité de sabios que analizó la cuestión. Hay que luchar para que lo sea. Lo voy a decir de manera un poco fuerte, pero una de las estupideces que tuve que soportar cuando asumí mi deber ciudadano cuando me ofrecieron ese cargo, porque sé muy bien para qué sirve la televisión, es que me criticaron porque decían: ¿cómo va a ser el presidente de ese comité de sabios un hombre que no tiene televisión? Pero he tenido televisión y he visto televisión en inglés, francés y alemán. Con ver un programa de televisión basta para ver lo que da de sí o lo que da de no el medio. Toda la comisión no quisimos cobrar del erario público español ni un céntimo. Entregamos diez meses de nuestra vida a ese trabajo y yo no podía hacer otra cosa. Tenía una mesa en mi casa donde estaban todos los informes y los libros sobre la televisión, y al acabar me di cuenta de que de lo que de verdad sabía no era de filosofía ni de historia, sino de televisión. Por eso, esa trivialidad de que “no tiene televisión” me parecía, aparte de estúpida, agresiva e injusta, cuando con todas nuestras limitaciones, nos habíamos entregado todos a esa tarea. Yo, al menos, no pude hacer otra cosa más que estudiar de eso de lo que soy un experto (aunque, por suerte, ya lo voy olvidando). Creo, efectivamente, que la televisión es un medio esencial en la cultura de nuestro tiempo, forma parte de todo ese mundo tecnológico que nos cerca, nos rodea, nos ciñe y nos aprisiona, pero que es nuestro mundo.
¿Es la televisión la caverna de Platón? Yo creo que él intuyó lo que eran el cine y la televisión.
Usted ha dicho “todos sabemos lo que es en realidad la televisión” y para qué sirve. La televisión sirve para ilustrar, o para manipular, o para engañar, o para tergiversar, o para mentir, pero también para crear. Una televisión un poco ilustrada es un elemento de educación esencial en nuestro tiempo. Por eso hay que mimarla y cuidarla. Lo que pasa es que también tenemos que cuidar la naturaleza. Vivimos en un mundo tecnológico, pero imagínate lo que sería que dijéramos “mañana no va a haber aire” o “mañana no va a haber agua”. Somos seres de la naturaleza y por dentro de ese maravilloso mundo tecnológico que hay que asumir, orientar y saber usar está lo que realmente es nuestro cuerpo, los latidos concretos, materiales y exactos de nuestro corazón.
Podría pasarme horas escuchando “al mago de Salteras”, pero él tiene que comer y yo que acostarme pronto (si quiero curarme esta gripe que me está matando). Me habría gustado tenerle como maestro cuando yo era un zangolotino descarriado y haber podido así disfrutar durante horas de su hipnótica conversación. Quizás entonces habría sido capaz de apropiarme un poco de su sabiduría.
¡Estúpidos exámenes!
“Es quizá en la transmisión de conocimientos en donde radica la mala organización de nuestros sistema educativo. […] Nuestros bachilleres, […] agobiados de exámenes, asfixiados de libros de texto que tienen que aprender, y que, por supuesto, acaban haciéndoles rechazar aquello que aprenden, sin apenas tener con el saber un contacto relajado y estimulador, memorizando de los idiomas modernos esquemas gramaticales que solo les sirven para mal traducir, acaban siendo víctimas de una inicua profanación intelectual. […] Es una idea distinta de enseñanza la que domina en los países europeos. Los alumnos utilizan el texto únicamente como consulta, como instrumento de trabajo, no como fichero de noticias, la mayoría de ellas inútiles y que, como ocurre en nuestro país, son objeto exclusivo de aprendizaje. El aspecto creativo, crítico, se cultiva fundamentalmente sobre la base de trabajos personales, de lecturas continuadas, de comentarios, en los que se deja crecer y esponjar la capacidad de cada alumno. Los exámenes apenas tienen importancia, porque el profesor, a lo largo del curso, ha ido reuniendo suficientes datos objetivos, y por supuesto no se cultiva esa liturgia del examen obsesivo que, en determinados meses del año, aflora como una enfermedad crónica y mortal de nuestra pedagogía. […] En un país donde es la asignatura la que marca la cota más alta del deber académico, ¿qué importa quién da la clase? Lo decisivo es que el plan de estudios se cumpla, que el grupo quede atendido y que, a su tiempo, tengan lugar los exámenes. Una Universidad que examina parece que es una Universidad que funciona, aunque el examen no sirva más que para consagrar la superficialidad, y el engaño, sobre la base de conocimientos muertos y de saberes sin sustancia.” Sobre la educación, edit. Taurus
América del sur/Chile/15 Marzo 2018/Fuente: El economista
La autoridad además llamó a quienes no hayan completado el FUAS a realizar el trámite antes de las 14.00 horas del viernes 16 de marzo, para acceder a los beneficios estudiantiles para la educación superior.
Son los técnicos quienes mueven las empresas, quienes mueven Chile, y es por esto que ustedes deben estar muy orgullosos de su contribución al desarrollo de nuestro país», sostuvo el ministro de Educación, Gerardo Varela, quien inauguró el año académico 2018 de DUOC UC.
En la actividad, desarrollada en la sede de la institución en San Joaquín, estuvieron presentes además el rector de la Pontificia Universidad Católica, Ignacio Sánchez, y el rector de DUOC UC, Ricardo Paredes.
El ministro Varela puso énfasis en que este sector será una de sus prioridades, junto con la educación parvularia. «Tenemos la tarea de posicionar la educación superior técnico-profesional como una opción competitiva y de excelencia para nuestros jóvenes y adultos que trabajan».
Añadió que «el Estado tiene la obligación de estar dónde la sociedad no ha podido llegar, y por eso nuestra misión será trabajar codo a codo con los privados para dar educación técnica en lugares donde no exista, así como también en aquellas disciplinas que, o no se impartan, o sea necesario impartirlas con un enfoque distinto».
El titular del Mineduc dijo que es necesario vincular el ámbito formativo con el mundo laboral, porque «las experiencias exitosas de países desarrollados muestran que la educación técnico-profesional va de la mano con la industria a la que debe servir. Los estudiantes alternan el estudio con el trabajo, buscando mejorar sus habilidades laborales en los campos específicos en los que se van a desempeñar».
El ministro Varela destacó algunos de los desafíos que enfrentará en esta área, como dotar de mayor flexibilidad al proceso formativo técnico – profesional; generar un diseño curricular que contemple el acompañamiento a los estudiantes y la generación de una oferta atractiva y adaptable a los requerimientos y realidades de los distintos alumnos.
Gratuidad y beneficios estudiantiles
La máxima autoridad del Mineduc aprovechó la instancia para hacer un llamado a los estudiantes que no hayan completado el Formulario Único de Acreditación Socioeconómica (FUAS) a que realicen el trámite, para que puedan acceder a la gratuidad, becas de arancel y créditos para la educación superior.
El proceso está dirigido a quienes ingresaron a primer año de una carrera de pregrado de la Educación Superior y no completaron el FUAS entre octubre y noviembre de 2017; y a los alumnos antiguos que desean optar a los beneficios estudiantiles; quienes tienen beneficios previos y desean optar a otros más favorables; y quienes hayan accedido a gratuidad o becas, pero que no cumplen con los requisitos de renovación, para optar a los créditos Fondo Solidario y con Garantía Estatal.
Los alumnos pueden acceder a gratuidad y otros 12 beneficios estudiantiles, completando el formulario online, disponible en la plataforma www.fuas.cl, o en los sitios www.beneficiosestudiantiles.cl y www.gratuidad.cl. Adicionalmente, para optar a las becas Vocación de Profesor, de Reparación y de Reubicación Universidad Arcis y Universidad Iberoamericana, deben completar formularios de inscripción diferentes, que también se encuentran disponibles en la plataforma.
Este segundo proceso FUAS se extenderá hasta el viernes 16 a las 14:00 horas. De acuerdo al último reporte del Departamento de Financiamiento Estudiantil del Mineduc, más de 52 mil jóvenes ya han completado exitosamente su postulación. Las asignaciones se conocerán el 30 de abril, fecha en que además sabrán sus resultados los jóvenes que están renovando beneficios de 2017 a 2018.
En la primera asignación, dada a conocer el pasado 20 de febrero, 154.673 personas recibieron beneficios estudiantiles del Ministerio de Educación. De ellos, 97.473 estudiantes obtuvieron gratuidad, 52.860 becas de arancel y 4.340 el Crédito Fondo Solidario.
Europa/España/15 Marzo 2018/Autor: Daniel Sánchez Caballero/Fuente: El diario la Educación
La insitución escolar está en crisis. Un modelo de organización que parece no servir bien para unos fines que son, hoy, más inciertos que nunca. Mariano Fernández Enguita aboga por una apertura del concepto de escuela y de aula.
Catedrático de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, Mariano Fernández Enguita está considerado uno de los principales expertos en educación de España. Enguita no se guarda ninguna opinión y es consciente de que, a veces, puede molestar a los maestros. Autor prolífico, acaba de publicar Más escuela y menos aula (Ediciones Morata), donde propone un cambio de concepto en la escuela y su disposición a través de lo que ha llamado el “hiperaula”. Enguita comparte despacho en la Facultad de Educación con Julio Carabaña, otro de los gurús educativos. “Tenemos buenas discusiones”, se ríe.
Le he leído decir que “la escuela sobrevive porque es obligatoria”. ¿Puede elaborar esto?
Alguien dijo que si creíamos que lo de los medios de comunicación es una crisis, esperen a ver la escuela. Se refería a la crisis de las instituciones broadcast. La escuela no solo es una institución broadcast, sino que antes de eso fue la lectio. Están todos los motivos para que eso entre en crisis, como cualquier institución, con el añadido de que estamos estirando cada vez más la escuela. Una persona pasa mínimo 15 años y con resultados poco claros. Antes la educación te llevaba a algo, si eras pobre te hacías maestro, cura, secretario del ayuntamiento. Ahora no está claro. Eso en conjunto es explosivo. Pero la gente no se puede ir. Es obligatoria, legalmente y de hecho, porque a los tres años —y antes— es difícil que una familia mantenga a los niños en casa. Para terminar con el mínimo hay que salir a los 18 y para salir con algo más hay que seguir. Esas son las condiciones de un abandono masivo si fuera posible o de una explosión si no es posible el abandono. En teoría política esto se llama exit y voice. Voice es que protestas ante una institución o un sindicato. Exit es que te vas. Aquí no hay salida, solo queda la voz y tampoco está muy reconocida, lo que es problemático. Por eso vemos cada vez más el rechazo de clase media, no lo que había antes de clase trabajadora. Ahora vemos alumnos que parecen tenerlo todo, pero no son buenos estudiantes.
El problema es que no parece que haya alternativa.
Sí hay alternativas. Yo no creo que la escuela per se sea mala, lo que es malo es el modelo que tenemos, pensado a medias entre la disciplina del convento y el porvenir de la disciplina de la fábrica. Puede funcionar de otro modo. Tener una escuela, un edificio bien equipado, bien dotado, con educadores, está muy bien. Las escuelas creo que deberían ser una mezcla de lo que son hoy, pero también de club social, etc. Se puede discutir, no es lo mismo una escuela primaria que de Secundaria, una ciudad u otra, pero hay mucho futuro y muchas posibilidades para la escuela, pero no para esta escuela que es un conjunto de aulas apiladas.
Igual me confundo, pero no da la sensación de que nadie hable de cambiar tanto el modelo-concepto sino de pequeñas cosas.
El concepto está muy metido en la sociedad. Una de las cosas que se ve en el libro y en las ilustraciones que tiene es que todos los conceptos del futurismo en la escuela es reproducir el aula en situaciones absurdas. Da igual que sea tipo Matrix con los alumnos conectados a cables o hiperconsolas medio atómicas, siempre tienes el aula, con sus pupitres, sus alumnos alineados. La idea ha calado profundamente y es difícil sacársela de la cabeza. Y luego hay una inercia. ¿Quienes nos convertimos en profesores? Los que mejor hemos sobrevivido a la escuela o nos ha gustado, incluso. Nos quedamos, es lo que hemos aprendido a hacer. Es difícil cambiar eso, sobre todo si no tienes señales. Un periódico, por ejemplo, recibe señales. Puede creer que lo está haciendo bien, pero si los lectores caen, algo pasa. A la escuela no se le va nadie, no tiene feedback más allá de ver a los alumnos suspender o aburrirse. Por eso hablo de público cautivo.
Su libro se llama Más escuela y menos aula” ¿Qué significa?
Significa que, hasta donde alcanza la vista, la escuela va a seguir ahí. A mí no se me ocurre una buena alternativa. No me opongo al homeschooling en ciertas circunstancias, pero no es una alternativa. La escuela que tenemos está montada sobre ese modelo del aula apilada. Lo explicaba con la web de un instituto que muestra sus aulas, orgulloso de ellas. Aula de música, aula de informática, aula de artes plásticas… y eran todas iguales, el esquema era el mismo. Es innecesario. No digo que no haya que tener una estructura tipo aula como la conocemos para algo. Para dar una conferencia a 500 personas lo mejor es un buen auditorio, pero no es eso lo que vale para todo cinco horas al día, cinco días a la semana y durante 15 años. Debemos y podemos conservar y cambiar la institución, y el cambio sustancial que hay que introducir es levantar el aula y reducirla a su justo papel.
¿En la línea de lo que han hecho los jesuitas?
Hay muchos ejemplos. En el libro lo llamo el hiperaula y en la web tengo un apartado dedicado en exclusiva a eso. La llamo hiperaula porque la forma más común es un aula más grande que se produce por la reagrupación de, típicamente, dos grupos que puede ser de un mismo nivel como en Jesuitas, puede ser los dos cursos un ciclo entero. Puede no tener nada que ver con eso, como se ha hecho en la Escuela da Ponte y otras. Puede ser, en otro nivel, los rinconcitos Montessori. Puede ser cosas como la red Teach for One, en EE UU, que reúne tres-cuatro aulas en una especie de campus party donde todo el mundo trabaja en pequeños grupos asistido por profesores. Hay muchas formas, pero en general se trata de romper con la idea de que un profesor deba tener simultáneamente a un número de alumnos y a continuación ponernos a discutir que son demasiados niños y sobre las ratios. Eso es un pozo negro sin fondo que no va a ninguna parte. Nunca habrá una ratio adecuada. Cuanto más personalices o diversifiques para unos alumnos, más te estás alejando de otros. Creo que ese modelo está acabado y por eso hablo del hiperaula. Lo más visible es que es grande, pero además se puede pasar sin transición del gran grupo a los pequeños equipos. No es solo el aula física, tiene su prolongación a través de la tecnología con aulas virtuales, equipos de trabajo, etc. Eso permite remodelar enteramente los tiempos porque requiere un equipo de profesores. No hace falta que se turnen, sino que cada uno coja un trocito del aula. Porque creo que cada vez más irá entrando la hiperrealidad, tecnologías que reproducen la realidad, simulaciones, videojuegos, hologramas… Eso es completamente distinto que 20 personas mirando a otra que habla, o escribe en la pizarra.
El libro no es una investigación, pero no sé si aún así ha encontrado algo que le haya sorprendido.
No es un libro de hallazgos, es el resultado de un proceso acumulado muy largo. Mi primera ponencia en un Congreso se llamaba Texto y contexto en la educación. Hablaba de que tan importante como el texto, el contenido, es el contexto: sentados, de pie, un horario, una organización del espacio, etc. Uno de los primeros libros más centrado en la escuela, La cara oculta de la escuela, de 1990, era sobre las tesis sociales de la educación. Decía que el contenido es una cosa, pero que lo que marca a la gente no es la lista de los reyes godos, sino un contexto, una situación en la que aprendiste esa lista. Este libro es una vuelta a lo mismo. Es una vuelta a que podemos discutir mucho sobre si debe haber más o menos humanidades, filosofía griega o computación, pero que prestamos muy poca atención a la organización del tiempo, del espacio, a la secuenciación de contenidos, a la relación del alumno con otros alumnos, con el profesor, consigo mismo, con la comunidad. Todo eso son las relaciones del proceso educativo y es lo que creo que penetra, empapa y atraviesa toda la escuela, que hoy está personificado en el aula, resumido en ella, y es lo que creo que hay que superar.
¿Por qué parece que, al menos en España, los grandes cambios educativos vienen de colegios privados o concertados? ¿por qué a la escuela pública le cuesta tanto?
Porque está muy burocratizada y hay una enorme autonomía del profesor. Pero no autonomía a más, simplemente, es a más y a menos. El profesor puede en este momento en la escuela pública innovar, y muchos lo hacen, pero es prácticamente imposible hacerlo, a no ser que haya un flechazo, en la misma dirección que tus 30 o 100 compañeros. A veces hay un proyecto muy atractivo o el centro toca fondo y la gente reacciona, o llega alguien muy carismático. Pero siempre es un problema. Los centros privados tienen alguna ventaja. La primera, no tienen el público descontado, tienen que tener las aulas llenas. De hecho, uno de los casos en los que los públicos reaccionan es cuando las aulas se vacían y hay amenaza de que se cierre el centro. El privado tiene que responder, o al menos aparentarlo. Segundo, tiene dirección: un profesor no puede decir que no a todo, y en la pública sí. Hay quien alardea de ello: “Que hagan las leyes que les dé la gana, que yo haré lo que quiera”. En tercer lugar, un centro concertado o privado, sobre todo los primeros, suelen ser parte de una red. Los Jesuitas solo en Cataluña tiene ocho centros. Los salesianos igual. Y eso da una escala, siempre es importante porque permite negociar mejor ciertas cosas, aprender más unos de otros, distribuir el riesgo de la innovación…
Pero más red que la pública…
Claro, pero la escuela pública tiene la red dada. Porque es territorial, mucho mejor, la otra es desterritorializada. Además, cubre distintas etapas. Y hay que hacerlo funcionar. Y esa condición no se da. Ni tienes dirección ni tienes la red, un centro no suele querer saber mucho qué hacen otros. Además, los privados y concertados han sido elegidos por las familias, y eso crea mucha comunidad. Hace mucho tiempo se hizo un estudio en EE UU sobre escuela secundaria y una de las conclusiones a las que llegaron, que les sorprendió a ellos mismos, es que los centros católicos tenían más valor añadido para los alumnos que los públicos o los otros privados. Estos centros tienen su origen en la población blanca pobre (italianos, irlandeses) porque creían que la otra estaba al servicio de los protestantes. La explicación que daban los autores, que se puede discutir, es que allí había una comunidad, que al haber cierto grado de afinidad entre profesor, centro y familia, hacía que funcionara mejor, y permitía explicar una circunstancia que por ningún otro factor habitual (riqueza de la familia, etc.) explicaba.
Ya que estamos con EE UU y dirección, allí los equipos directivos solo se ocupan de eso, de la dirección. ¿Cree que es un mejor enfoque?
No sé si es mejor ese modelo que el inglés, también profesionalizado pero que vienen de la enseñanza, o el francés, que depende mucho de la jerarquía, o el de aquí, la llamada participación democrática. Lo que sí tengo claro, sea cuál sea el origen del director, es que la dirección lo sea en materia de educación. Que el director no sea ni un administrador de cosas ni un representante de la administración o ante ella ni la muralla ante los padres. Que una vez haya un proyecto, haya una dirección detrás que lo lleve a cabo. Hace un par de años hice un trabajo sobre la implantación de la tecnología comparando datos europeos y me sorprendí. Los tres factores habituales que se contaban siempre para ver por qué se introduce la tecnología en los colegios eran que haya medios, que haya formación del profesorado y que haya soporte informático. Cuando no había uno, faltaba otro, y si no el tercero. Nada de eso asociaba con la introducción de la tecnología, solo la capacidad de dirigir de la dirección. Y, concretamente, no que el director pudiera despedir o cambiar los sueldos, que es lo que todo el mundo teme, sino si tenía competencias pedagógicas. Si tenía capacidad de decidir sobre cuestiones educativas.
Le he leído decir que no cree, respecto al profesorado, que el problema sea tanto la formación inicial, una opinión contracorriente, digamos.
Sí creo que tenemos un problema con la formación inicial: debe ser más sólida, más exigente, ganaríamos mucho si la universidad si librase del año de prácticum y hubiera un quinto año de estudio y las prácticas se hicieran más bajo el control del centro. Creo que hace falta más ciencia en la formación del profesorado, no porque piense que de la ciencia vamos a deducir qué hacer en el aula, sino que el profesor debe tener más capacidad de distinguir leyendas urbanas, mitos, ciencia, qué sabemos, qué sabemos que no sabemos… Es un sector muy dado a creerse muchas tonterías. Creo que debe ser una formación más sólida en el ámbito digital. Igual que desde el SXVI un maestro debe dominar la lectoescritura, en el SXXI debe dominar el entorno digital. Hay que saber trabajar en equipo.
Pero no creo que la formación inicial vaya a resolver los problemas para siempre. El mundo va a seguir cambiando y ese cambio debemos ser capaces de afrontarlo todos, pero particularmente los que formamos a quienes gestionarán ese cambio después. Y eso requiere una capacidad permanente de aprendizaje, reflexión, modificar la propia práctica, etc. Y eso depende de las condiciones de trabajo. Si el trabajo de un profesor es dar una lección, entonces la mejor manera de prepararla seguramente sea irse a casa. Ahora, si el trabajo de un profesor va a ser diseñar un ecosistema de aprendizaje y rediseñarlo una y otra vez según cambie el entorno escolar, necesita estar más tiempo en el lugar de trabajo y estar más con sus compañeros. Tener más tiempo que no sea de clase. El modelo del profesor debería parecerse más al de los profesionales en sus trabajos. Arquitectos, abogados, investigadores… Nadie les prohíbe irse a un congreso o a una biblioteca, pero normalmente están donde está su trabajo, sus compañeros, compartiendo ideas, tomando decisiones y tratando de mejorar lo que hacen en un entorno incierto. Ese sitio es el centro.
No sé si los maestros estarán muy de acuerdo con esto…
Casi seguro que la mayoría no, entre otras cosas porque una de las razones para ser maestro es el tiempo que pasan en el centro. Son cinco días por semana, en casi todos los centros es solo por la mañana y hay muchas vacaciones.
Pero los profesores sí se quejan de que no tienen tiempo para nada, de que van de clase en clase…
Depende de a qué llames tiempo y cuándo crees que acabe tu jornada. Oyes a los maestros decir que cuando tienen que formarse lo tienen que hacer en su tiempo. Cuando dicen su tiempo, ¿a qué se refieren? ¿A que se había marchado a casa y ya lo consideran su tiempo? Porque el tiempo de un maestro son 37,5 horas semanales 11 meses al año, no los nueve que dura el curso. No quiero discutir si los profesores deben dar menos clase, es posible, pero sí desde dónde lo discutimos. ¿Desde la idea de que para que tengan un rato para una reunión hay que quitarles una hora de clase porque el resto del tiempo está ocupado? ¿O es una ficción eso? Creo que en buena medida es una ficción. No digo que los profesores no trabajen, los hay que trabajan el tiempo de permanencia en el centro, el del contrato y más. Los hay entregados, pero también al contrario, no nos engañemos. El sistema no está en condiciones de decir quién hace qué, se ha dejado en manos del profesor. Creo que uno de los grandes motivos de la elección de ser profesor es el tiempo.
Estas opiniones, poco populares entre el profesorado, me llevan a pensar que los maestros se quejan mucho de los expertos que “nunca han pisado el aula”. ¿Qué le parece?
Es como si los peces se quejaran de que los oceanógrafos no hayan sido nunca pez. Es cierto que si eres “experto”, observador, investigador, no tienes la omnisciencia y se te pueden escapar cosas. Pero no creo que sea ese el experto que molesta, creo que es más el que habla de cosas internas. En mi larga carrera en esto, el artículo que más ha molestado fue uno que se llamaba ¿Es pública la escuela pública? Y no fue porque dijera nada desde fuera, es porque lo decía desde dentro. En ciencia, como en cualquier cosa, uno sabe que la distancia tiene un valor. Cuando estás demasiado cerca de una cosa, cuesta distanciarse de ella y creo que esto es muy cierto en la enseñanza. Si algo de lo que digo molesta, que me digan por qué. El argumento es “usted no ha pisado el aula”, no me parece un por qué.
No estaba personalizando…
Ni para mí ni para nadie. Por esa regla de lo militar solo podrían hablar los militares, de género una mitad de una cosa y la otra de la otra, y así con todo. Y no digamos ya la cantidad de cosas de las que hablan los maestros. Porque los “expertos” hablamos solo de una cosa, por eso nos llaman así, pero un maestro habla de todas a sus alumnos.
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