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Una nueva generación de ‘malalas’ y ‘gretas’

Noticia/06 Agosto 2020/elpais.com

Jóvenes desde Brasil, India, Bangladés o Kenia conforman una red que lucha, con iniciativas locales, por los derechos de los transexuales, contra la deforestación, el desperdicio, la falta de agua o la exclusión social. Quieren cambiar el mundo

¿Qué tienen en común una joven de Bangladés que lucha por los derechos de los transexuales, una chica de India que defiende el buen uso del agua y acabar con el desperdicio, un joven brasileño que recorre las escuelas plantando la semilla del activismo medioambiental y una bailarina estadounidense que viaja a Kenia para usar la danza como herramienta contra la exclusión social?

Malala Yousafzai, a sus 15 años, se convirtió, quizás de la manera más trágica, en el símbolo mundial de la defensa de los derechos civiles y la educación para las niñas en Pakistán. Años más tarde, pero a la misma edad, en Suecia, Greta Thunberg comenzaría una huelga escolar que la auparía a portadas de todos los medios de comunicación como símbolo de la lucha contra el calentamiento global. Estas dos adolescentes acaparan la atención mediática y los flashes allá donde van. Sin embargo, no son las únicas que abanderan una lucha desde tan temprano.

Lamea Tanjin Tanha, Garvita Gulhati, Vitor Zanellato y Sophia Andrews comenzaron sus proyectos a los 12, los 15, los 12 y los 13 años respectivamente. Los cuatro querían cambiar el mundo que les ha tocado vivir y aún hoy sueñan y trabajan para ello. Ellos, junto a otros miles repartidos por todo el mundo, pertenecen a la red de jóvenes changemaker, una iniciativa que puso en marcha la Fundación Ashoka, que busca a menores de 21 que no solo tengan proyectos que solucionen problemas localmente, sino que sean referentes y embajadores del mensaje de que todos podemos cambiar el mundo. Estas son algunas de sus iniciativas.

Vitor Zanellato, guardián de los bosques de Brasil

Vitor creció en la localidad de Atalanta en Santa Catarina, una comunidad ubicada en medio del bosque atlántico en Brasil, al sur del país, en la que la mayoría de sus habitantes viven de la producción agrícola de sus granjas familiares. «No queríamos quedarnos en la teoría, queríamos empezar a realizar acciones que tuvieran una repercusión más allá», explica Zanellato, a través de Zoom desde su casa.

El proyecto Plantando o Futuro comenzó en 2016, en una reunión informal entre Vitor y 10 amigos más, después de sus clases del instituto, en un paseo en bicicleta por la zona. Su propósito era trabajar para la defensa, preservación y recuperación del medio ambiente, promoviendo la educación ambiental en centros educativos y escuelas. «Nuestros profesores nos apoyaron desde el principio que les planteamos nuestra iniciativa», explica Zanellato, que ve fundamental, en un país con la biodiversidad de Brasil, y las políticas del Gobierno de Bolsonaro, su función de involucrar a más jóvenes para promover acciones y mitigar los efectos del cambio climático, pero también a la sociedad. «No quiero imaginar cuál sería el impacto real si además de los jóvenes, también otros sectores de la sociedad civil, más organizaciones y un grupo de ciudadanos críticos con las políticas actuales lucharan unidos», añade el joven, de 17 años, que el año que viene ira a la Universidad.

«No teníamos la sensación de que fuéramos jóvenes, teníamos una idea y pensamos que era buena, así que seguimos adelante», asegura Zanellato, sobre la reticencia que podría presentar un grupo de amigos de entre 12 y 15 años que querían iniciar un proyecto medioambiental. Comenzaron con varios ambientales en su escuela, a los que fueron sumándose más jóvenes y más familias. La ONG local Apremavi se interesó por su trabajo, y juntos, desde el verano de 2019, han desarrollado más de 30 proyectos enfocados en la preservación ambiental, consiguiendo plantar 4.000 árboles hasta ahora. «No importan la cantidad de obstáculos que uno encuentre, hay que seguir», zanja Zanellato.

Lamea Tanjin Tanha, defensora de los transexuales en Bangladés

Fue a los 12 años cuando la madre de Lamea TanjinTanha le contó una historia que marcaría su vida y que ella no podía recordar sin ayuda. Recién nacida, a Tanha la visitaba un grupo de hijra, nombre por el que se conocen a los transexuales en Bangladés. Su madre, después de tantos años, aún recordaba el nombre del líder del grupo, Mala Hijra. Su madre, al contrario que la mayoría en Bangladés, fue amigable con ellos y nunca pensó que les traería mala suerte si no le daba limosna, una de las creencias más populares. «Escuchar esa historia me emocionó y decidí que haría lo necesario para ayudarles, por duro que fuera el desafío», asegura Tanjin Tanha.

En 2017 comenzó con su proyecto, que se llama TransEnd y tiene objetivo cerrar la brecha entre la comunidad transgénero y la sociedad general, ayudando a aquellos que se identifican así y obtener libertad financiera y social. Algo tan sencillo como conseguir un trabajo de camarero o un alquiler es algo impensable para los miembros de esta comunidad. «Son abandonados por sus familias, están solos, muchas veces tienen que vivir de lo que piden en la calle y otros muchos se ven obligados a prostituirse», contextualiza Tanjin Tanha. «Cuando comencé a investigar su situación y a hablar con algunos de ellos, al final iban acercándose más y más a mí para confesar sus problemas».

Lamea Tanjin Tanha, a la izquierda, realiza una encuesta entre un grupo de transexuales en Dacca (Bangladés).
Lamea Tanjin Tanha, a la izquierda, realiza una encuesta entre un grupo de transexuales en Dacca (Bangladés). L.T.T.

Tanjin Tanha, que ahora estudia su segundo año de literatura inglesa en la universidad de Dacca, ya no está sola en esta nueva aventura, y trabaja con otros cinco jóvenes más. En 2020, y a pesar de las duras condiciones por la covid-19, ha realizado diversas encuestas para comprender mejor las necesidades de la comunidad y apoyar el diseño de soluciones creadas por la misma. «Luchar por los derechos de los transexuales en Bangladés es hacerlo por los derechos humanos, nada más. ¿Por qué una feminista cuando habla de derechos para las mujeres no puede también incluir a los transexuales?», se pregunta Tanha.

Sophia Andrews, bailarina contra la exclusión social en Kenia

El viaje a Kenia a los 14 años, en 2016, cambió para siempre a Sophia Andrews. «Fue mi primer viaje sin mis padres, fue duro para ellos, pero allí pude conocer la realidad de muchas niñas que como yo, querían bailar, pero no tenían los recursos», explica Andrews a través de Zoom. En Nairobi conoció a Esther, una niña huérfana en la casa de Happy Children Life. A su vuelta, y  con el dinero que ganaba como niñera, apoyó a Esther y el orfanato en el que se encontraba para que pudiera realizar su sueño.

Pero para Sophia conseguir hacer realidad el sueño de Esther no era suficiente. En 2017 fundó Ngoma Kenya, una organización para igualar el acceso a las artes y la capacidad de los jóvenes para alcanzar su máximo potencial a través de la expresión cultural y personal en los barrios con menos recurso en la capital keniana. Su proyecto fomenta el baile y la integración con la cultura local. «Siendo mujer y niña y sabiendo que soy la más joven en una habitación llena de adultos a los que convencer de una idea, sé que tengo que trabajar diez veces más para conseguirlo», explica Andrews, recién graduada en el instituto en Delaware y en plena mudanza para empezar la universidad en Washington. «Lo más deseo es acabar mi carrera para focalizarme en mi proyecto en Kenia», asegura Andrews, país al que ha vuelto ocho veces desde que inició su proyecto.

Garvita Gulhati, salvaguardia del agua en India

«En 2015 India vivió una de las peores sequías que recordamos. Los agricultores se suicidaban por la tragedia de no recoger nada para comer o vender, familias enteras andando muchos kilómetros para conseguir agua para sobrevivir… Aquella situación me marcó para siempre», explica desde su casa en Bangalore Garvita Gulhati, que con 15 años y  junto con su amiga Pooja, crearon Whywaste? (Por qué desperdiciar?, en inglés), una organización que educa a los ciudadanos de manera creativa para reducir el desperdicio de agua, principalmente en los restaurantes donde se calcula que se desperdician cuatro millones de galones de agua por año en India.

«Comencé visitando los restaurantes alrededor de mi casa, pero ¿quién iba a hacer caso a una niña de 15 años?», explica Gulhati, que más tarde pediría a su madre que en coche la llevara a zonas más alejadas, y así poder seguir predicando su mensaje. «En India es normal tener agua en la mesa de cada consumidor. Lo que les planteaba a los dueños era, ¿por qué no preguntas sí quieren agua y en ese caso, servirla? Así no siempre hay agua que a lo mejor no se usa y hay que igualmente tirar», explica Gulhati, que promovió la llamada iniciativa El vaso medio lleno que con el hashtag #GlassHalfFull se hizo muy popular en India en 2019. El método que proponía Gulhati es que cada restaurante solo llene la mitad de cada vaso del consumidor, y así salvar miles de litros de agua cada día.

Garvita Gulhati, durante una charla sobre su proyecto.
Garvita Gulhati, durante una charla sobre su proyecto. G. G.

«Los inicios fueron difíciles, cuando estabas casi sola luchando contra todo, amigos que sí te apoyaban, pero otros que se reían de tus ideas», explica Gulhati, que ahora tiene 20 años y estudia para ser ingeniera de telecomunicaciones. Su organización, Whywaste?, que no ha parado de crecer en este lustro, también trabaja con estudiantes de Secundaria para que se atrevan a plantear soluciones a los problemas que les interesan. Este modelo se ha extendido a otras 20 escuelas de Bangalore y a otras partes de India. «Queremos transmitir la idea de que las personas con ganas de cambiar las cosas son necesarias. Y la importancia que tiene proteger el medio ambiente».

Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/elpais/2020/08/04/planeta_futuro/1596527853_231190.html

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Entrevista a Silvia Federici: “Para realizar un cambio se debe colocar la vida en el centro”

Entrevistas/23 Julio 2020/rebelion.org

16 jul, CI.- La pandemia de la Covid-19 ha provocado muchas reflexiones sobre las estrategias de salida a la crisis. Mientras que muchos abogan por un «retorno a la normalidad» y un regreso al crecimiento sin cuestionar los puntos ciegos del sistema económico dominante, ciertas perspectivas más radicales proponen salir del «capitalismo patriarcal».

La teórica y feminista marxista Silvia Federici compartió sus ideas sobre el actual momento en un seminario web correspondiente a un proyecto de investigación sobre sociedades de postcrecimiento, adscrito al Centro de Investigación sobre Innovaciones y Transformaciones Sociales de la Escuela de Innovación Social Elisabeth-Bruyere de la Universidad de Saint Paul, en Ottawa (Canadá). Colombia Informa publica una traducción al español editada de este seminario* que exploró formas de construir una sociedad más allá del crecimiento, del capitalismo, del colonialismo y del patriarcado.

La reproducción social, los bienes comunes, la relación con el cuerpo y el territorio fueron los diferentes temas abordados en este intercambio con una de las intelectuales críticas más relevantes de nuestro tiempo.

Silvia Federici es profesora emérita de la Universidad Hofstra en el Estado de Nueva York. Miembro fundador del Colectivo Internacional Feminista en la década de 1970. Fue una de las activistas detrás de la campaña Salario para el trabajo doméstico, que continúa alimentando las luchas contemporáneas contra la invisibilización del trabajo de las mujeres. Es autora de varios libros como Revolution at Point Zero, Tareas domésticas, reproducción y lucha feminista (2012), Calibán y la bruja (2014), Reencantar el mundo, Feminism and the Politics of the Commons (2018), Le capitalisme patriarcal (2019) y Beyond the Periphery of the Skin: Rethinking, Remaking, and Reclaiming the Body in Contemporary Capitalism (2020).

Escuela de Innovación Social: En sus últimos libros Reencantar el mundo y Más allá de la periferia de la piel ha hablado del tema del “postcapitalismo” bajo el lente de la visión de reproducción social. ¿Nos podría compartir qué significa postcapitalismo?

Silvia Federici: Creo que es importante poner en contexto la pregunta del tipo de transformación que necesitamos. Ojalá la crisis actual, esta pandemia, sea una oportunidad histórica, un momento fundamental de toma de conciencia. El sistema social actual, de manera sistemática, devalúa la vida humana y devalúa toda forma de vida en general. Nos lleva a un ciclo infinito de crisis. Esa crisis tiene una dimensión global que está afectando todas las esferas de la vida. Ojalá sea un punto de inflexión. Estamos en un punto que no permite el retorno a la normalidad en la cual estábamos. Es un momento crítico para todo las personas en este planeta. La Covid-19 ha puesto a la luz las crisis que ya estaban y eso es muy importante. Ha hecho que sea visible y que sea inevitable ver una cantidad de crisis que ya existían, incluyendo la crisis de la reproducción por ejemplo.

El hecho de que, sistemáticamente, en los últimos 30 años el sistema sanitario y de salud haya diferenciado poblaciones en distintos grados y en distintas maneras, ha tenido un impacto diferente en muchas partes del mundo. Pero en todas partes estamos ante unos sistemas totalmente desmantelados. Por ejemplo, en Estados Unidos las comunidades racializadas y negras han sido afectadas de manera desmedida por los impactos del desmantelamiento de la salud. El sistema sanitario a nivel global ha sido privatizado.

Paralelamente, hemos presenciado un ataque sistemático al sistema agrícola en los últimos 30 años con monocultivos y agroindustria que han ido en contra de la producción de la comida (la cual es esencial para la reproducción de la vida). La producción de la comida ha sido asimilada al mundo industrial con el uso de químicos y de semillas modificadas genéticamente. Todo eso tiene un impacto directo sobre nuestro sistema corporal, social, inmunitario. Incluso tiene un impacto sobre nuestra capacidad de reproducirnos como especie. Es importante porque tenemos que ver cómo esas crisis se conectan al trabajo.

Y esto nos permite entender la razón por la cual hay tanta gente desempleada que está siendo remplazada por máquinas. Mientras que otros tienen que trabajar más que nunca. Entonces, tenemos de un lado ese desempleo y del otro esa obligación de trabajar más y más. Esta tendencia afecta, especialmente, a las mujeres.

Las mujeres se quieren hoy emancipar a través del trabajo. Pero deben tener dos o tres trabajos para poder tener algún tipo de autonomía económica. Necesitan tener más de un empleo. Es una contradicción fundamental entre la reproducción de la familia y el trabajo. Por eso vemos a los niños y a las personas de la tercera edad en esta situación.

Pero, sin extenderme mucho en este punto porque pienso que muchos de los elementos de esta crisis ustedes los conocen muy bien, ustedes saben que a distintos grados hemos vivido estas consecuencias concretas. Entonces, ¿qué está pasando hoy?

Estamos tomando conciencia de que nuestras vidas están en peligro. Hay una necesidad de cambio estructural. Una necesidad de empezar un cambio social desde la reconstrucción del proceso de reproducción social, ya que la misma lógica del capitalismo está basada en devaluar la vida humana y subsumirla a la acumulación del capital.

Este sistema económico coloca la idea de crecimiento continuo como principio de la explotación de la vida humana. Para realizar un cambio se debe colocar la vida en el centro, lo cual es un lema importante para el movimiento feminista. Poner el “buen vivir” en el centro. Estamos hablando de una sociedad que permita a los individuos y a las colectividades prosperar y que no estén esclavizadas de manera perpetua, haciendo que la riqueza producida beneficie a todos y a todas.

Para eso todos los aspectos de las reproducciones se deben de transformar. Empezando, claramente, con esas actividades centrales al desarrollo de nuestras vidas: el trabajo doméstico, la crianza de los niños, el cuidado a las personas que no son autosuficientes. Pero no es suficiente, debemos de repensar la agricultura y alejarnos del modelo de agricultura actual, que es una producción de la muerte. Si lo pensamos, reproduce carencias y muerte porque se basa en el comercio y en el mercado. Solo beneficia a las personas que tienen los medios para adquirir esta comida y, al mismo tiempo, la producción de esta comida está contaminando el agua y acabando las semillas. Estos químicos están en la tierra, están en el aire y están en nuestros cuerpos.

Cuando compramos comida, no sabemos si nos estamos nutriendo o si nos estamos envenenando. Esta es la situación actual. Comprar comida hoy es un acto de ansiedad. Tenemos que proyectarnos a una transformación fundamental y cultural. Cultural en el sentido de que tenemos que tomar el camino hacia una sociedad que llegue a acabar con esta desconfianza entre nosotros. Una desconfianza que nos ha sido inculcada por todos los medios posibles. Tenemos una relación negativa con el otro. Esta relación es el centro de nuestras riquezas y de la sociedad, al igual que nuestra relación con los animales y con la naturaleza. Esto debe cambiar y tenemos que poner fin al tratamiento barbárico contra los animales.

En el Oeste de Estados Unidos, por ejemplo, son centenares de miles de animales maltratados que morirán porque no hay en este momento suficiente personal para procesar y venderlos en el mercado. A estos animales los van a matar. Es una barbaridad, como toda la industria de la alimentación. Esta industria se construye sobre el sufrimiento. En las fábricas hay hasta 5.000 puercos o pollos que se encuentran encerrados y son alimentados con medicamentos y patógenos. Es un problema bastante grave.

Existe una conexión básica de lo que pasa a nivel ecológico (como la contaminación de los mares) con la destrucción de la agricultura. Cabe resaltar que esa transformación de la agricultura tiene que ver con el desplazamiento forzado de millones de campesinos y campesinas. Olas gigantes de migración. Esta gente no abandona sus tierras o países sin ningún motivo. La gente abandona su país porque le toca, porque sus tierras han sido privatizadas y ese es el motivo fundamental de las olas de migración mundial. Son cambios gigantes y estructurales los que necesitamos plantear.

Uno de los momentos del seminario.

Debemos empezar a pensar en nuestro compromiso en dos niveles. Un nivel es inmediato. Hay necesidades inmediatas que se deben resolver con la ayuda mutua. Necesitamos proteger a la gente que está en peligro inmediato y que se encuentra marginalizada por esta crisis. En el otro nivel, debemos pensar a largo plazo porque una sociedad postcrecimiento, postcapitalista es una sociedad en la cual tenemos que empezar a construir el proceso de producción y reproducción en un sentido amplio. Desde la casa hasta la finca. Incluso hasta la relación con la naturaleza y los animales. Eso supone un esfuerzo colectivo muy fuerte.

Mi trabajo en los últimos años se ha enfocado de manera persistente en el tema de las políticas de los comunes. Entendiendo a los comunes como un principio cultural que se refiere a una sociedad en la cual colectivamente tenemos acceso a los medios de nuestra reproducción. En donde colectivamente tomamos decisiones sobre los medios de reproducción y podemos definir sobre los temas más importantes de nuestras vidas. No siendo unos recipientes pasivos que se encuentran alienados sobre decisiones que se toman arriba. Hemos visto y de hecho tenemos una historia de más de 500 años de actividad del capitalismo que nos dice que tenemos que comprometernos, no solamente como individuos sino como un colectivo que tiene como propósito la reconstrucción del proceso de reproducción social.

Debemos cambiar la relación con los recursos y con las riquezas que estamos produciendo hacia nuestro buen vivir. Poner en el centro de esta colectividad la reproducción. Tenemos que reconstruir la reproducción de una manera más cooperativa sin que nos aisle a cada uno en casa.

Sería bueno decir algo sobre el tema de crecimiento que está muy conectado al tema del consumismo. Existen muchas críticas a los individuos por ser consumistas. Incluso gente pobre que no tiene muchos recursos y que van a gastar lo poco que tienen en comprar cosas. Eso es consecuencia del empobrecimiento que hemos sufrido. El consumismo es la respuesta a ese empobrecimiento social. Las relaciones sociales son tan insatisfactorias que nos hacen sentir como perdedores todos los días. Así es que estas necesidades incumplidas se reflejan en el consumismo. Para sentir algún tipo de poder, se nos ofrece tener la capacidad de comprar cosas.

Si pensamos en una sociedad donde nuestras relaciones sociales con el conjunto de la sociedad fueran completas y nos llenaran, no tendríamos que comprar cinco pares de pantalones para poder rellenar esa falta que sentimos en nuestra relación con el mundo. La mercancía, la “commodity”, se vuelve la manera de rellenar esa falta que sentimos. Eso tiene que ver con el crecimiento, por eso es tan importante mencionarlo.

Se deben amplificar los procesos de reconstrucción de la sociedad junto con nuestra capacidad de cooperación. Obviamente, ya hay muchas personas trabajando y no es que estemos iniciando desde el punto cero. Hay movimientos muy importantes que están trabajando en este momento. Lo que debemos de hacer es conectar nuestras luchas y trabajar juntas. Eso es fundamental, porque esta unión de luchas nos puede dar la capacidad de encontrar nuevas posibilidades para hacer surgir las cosas que queremos.

No se puede afirmar que exista un solo modelo. Es importante citar a los zapatistas: “un no y muchos sí”. Tenemos que tener mucha claridad colectiva en qué es lo que no queremos ver en la sociedad que queremos construir. Una sociedad que no queremos que destruya el planeta y que no sea injusta. Tenemos que reconocer la existencia de muchas trayectorias históricas y muchas luchas.

El Buen Vivir, por ejemplo como lo dicen en América Latina, se puede actualizar de muchas maneras distintas en cada territorio. Ese es el trabajo más creativo. Ver cómo estas luchas y cómo esta reconstrucción colectiva es un trabajo creativo que incluye esa diversidad.

Si no queremos condenar a los niños a un futuro terrible, tenemos que poner atención en lo que está pasando ahora con esta pandemia. Es un signo de alarma que debemos escuchar y tenemos que transformar esta situación con una premisa importante: los que van a determinar la salida de esta pandemia no pueden ser los que nos llevaron a la destrucción de este planeta. No podemos encargarlos a ellos de encontrar las soluciones. Nosotras debemos ser participantes de estas soluciones a la salida de la crisis.

E.I.S.: ¿Cómo podemos aprovechar este contexto para dar pasos hacia una sociedad postcrecimiento sin que la salida de esta pandemia esté totalmente apropiada por la misma élite económica y política que nos llevó ahí?

S.F.: Como venía diciendo, esta pandemia visibiliza una crisis que ya habíamos anunciado. Su existencia es de conocimiento de todos. Por eso hemos visto que las áreas de la sociedad más afectada son las personas que cuidan a las personas de la tercera edad. Hace muchos años que mi trabajo se enfoca hacia el cuidado de este tipo de población. En muchas partes del mundo el tema del cuidado de las personas mayores es terrible. La gente ya se estaba muriendo. La crisis en esta área de la sociedad ya existía. El sistema capitalista se encarga de devaluar sistemáticamente la vida y lo aplica más a unas personas que a otras.

Los mayores de las clases trabajadoras ya no son productivos. Con el neoliberalismo se recortaron los presupuestos y los recursos, sobre todo a las familias trabajadoras. Son los adultos mayores las víctimas centrales de estas políticas. No es un accidente que haya un desastre con los mayores en medio esta crisis de la Covid-19.

Siempre han existido muchos errores en términos de accesos a la salud, a medicamentos. También muchos abusos de parte del personal que atiende a las personas mayores. Estos incurren en abusos. Los hospitales no estaban preparados porque se había tomado la decisión política de no tener los recursos en los hospitales. Por tal motivo faltaron las cosas más necesarias.

Es muy importante que la gente entienda ese elemento. La falta de preparación de la sociedad ante un desastre como esta pandemia tiene que ver con lo que estaba pasando antes. Esto es el resultado de decisiones que se tomaron y nos llevaron a esta situación. Decisiones como afirmar que el derecho a la salud no era tan importante. Entenderlo es lo que nos puede llevar a resolver esta pregunta.

El objetivo principal es dar un salto cualitativo a otro nivel. Si uno ve lo que ha pasado en África, en el Sur asiático, en América Latina en los últimos 30 años, podrá constatar que han existido muchas olas de epidemias. Una tras otra, como resultado de la pobreza económica, el sistema y los ajustes estructurales.

En todo el mundo colonial ha habido una reducción de la calidad de vida. La gente ha sido víctima de muchas epidemias como la meningitis, el cólera, el zika, el ébola. Pero ahora la pandemia es global. Si no entendemos esto, no vamos a estar dispuestos a crear el tipo de movimiento que necesitamos para transformar la vida cotidiana y comprometernos con ese cambio de una manera muy profunda.

¿De qué manera debemos actuar cuando este sistema se ha construido durante siglos y es un sistema que no se va a transformar de la noche a la mañana? En el activismo del presente podemos dar respuesta a las necesidades inmediatas pero es necesario incluir una perspectiva a largo plazo. Debemos incluir una perspectiva de reapropiación de las riquezas sociales, de reclamar y reapropiarse de la tierra, de retomar el control sobre la cadena de producción alimenticia. Y volver a conectar estas luchas. La lucha estudiantil se debe conectar a la lucha del sector salud y juntas se deben conectar con las luchas campesinas.

La destrucción del ecosistema es central. Hoy la lucha social no puede ignorar la destrucción del ecosistema. Cualquier lucha debe tener una dimensión ecológica, ya que es fundamental a la reproducción. Ese sería el primer punto.

El segundo punto es que desde el inicio debemos de empezar a cambiar la manera en la cual vivimos en este mundo. Personalmente, me ha impresionado y lo he escrito en Reencantar Al Mundo (mi último libro) y en otros de mis trabajos, todo lo que he aprendido de las mujeres de América Latina. Específicamente las mujeres que viven en zonas periféricas de las ciudades latinoamericanas como las favelas y todos estos territorios que quedan en los límites de las grandes ciudades. Estas personas han estado ahí desde hace mucho tiempo, enfrentándose a lo que hoy nos estamos enfrentando. Es gente que se desplazó porque les robaron la tierra y hace mucho tiempo se dieron cuenta de que el sistema no tenía nada para ofrecerles.

Claramente, su accionar podría ser entrar en desesperación. Pero no es así. Se organizan colectivamente y en unidad miran cómo seguir negándose a perder. Crean huertas comunitarias, cocinas comunitarias y medios para acceder a la comida. En ese proceso hay un nuevo tejido social que se construye. Esas nuevas relaciones afectivas y de solidaridad son una revolución. Porque ese nuevo poder de este nuevo tejido social le da habilidad a la gente de relacionarse de una nueva manera con el Estado. No como la última línea de la pirámide, sino desde una posición que obliga al Estado a soltar algún tipo de control. Hablemos de comida, de educación, de salud, de agricultura. Sobre todo esto tenemos algo que decir. Sobre lo que pasa en los hospitales tenemos algo que decir. Sobre qué tipo de sistema de salud queremos. Esos son los pasos que debemos dar. No son utopías. No son cosas extraordinarias. Son cosas que podemos hacer y que nos permitirán tener un tipo de control sobre nuestra forma de vivir cotidiana.

*Esta conferencia continúa en una segunda entrega.

Fuente e imagen tomadas de: https://rebelion.org/silvia-federici-para-realizar-un-cambio-se-debe-colocar-la-vida-en-el-centro/

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La letra con sangre entra

Por: Carolina Vásquez Araya

Las sociedades necesitan reglas, de acuerdo con las cuales funcionan a partir de cierto orden y bajo determinados conceptos. En casos excepcionales, cuando se produce una repentina transformación de los sistemas vigentes o la ruptura de una línea establecida de normas y acuerdos, es preciso repensar los paradigmas –o el cuerpo de creencias, presupuestos, reglas y procedimientos que definen el comportamiento humano en todos los campos: la ciencia, la espiritualidad, las relaciones sociales- con el propósito de no perderse en una situación de caos y conflicto.

Hoy, la comunidad humana necesita reflexionar, como pocas veces, sobre las bases de su relación con el mundo, con sus semejantes y con su propia esencia. Su existencia ha experimentado un sacudón de enormes proporciones y, a pesar de no tener todavía la suficiente capacidad para captar la dimensión de su impacto sobre la vida presente y futura, sabe por intuición que se encuentra en un proceso de transformaciones radicales, aún desconocidas. Para las grandes mayorías es imposible abarcar la visión del bosque; de modo que, para conservar su estabilidad emocional, se enfocan en el árbol más cercano. De este modo, lo inmediato y lo conocido se convierte en una tabla de flotación ante la inmensidad de lo imponderable.

El desafío mayor ante el ataque de una pandemia capaz de poner de cabeza un sistema de vida considerado inamovible y cuyas bases de pronto parecen desaparecer, es comprender la necesidad de crear un nuevo orden de cosas. La crisis actual ha quitado muchos velos y, aunque ya sabíamos que ahí estaban, hemos intentado ignorarlos. Entre ellos, la poderosa influencia de un sistema económico rapaz y perverso, cuyos intereses resultan prioritarios e indiscutibles aun cuando las consecuencias de sus decisiones constituyan el sacrificio de millones de vidas humanas. Un sistema injusto al cual nos hemos plegado por comodidad. Por lo tanto, se nos plantea la urgencia de pensar, analizar, reflexionar y finalmente comprender que nuestro mundo ya no volverá a ser el mismo. Pero, sobre todo, cómo vamos a abrazar y conducir este cambio.

“La letra con sangre entra” o “Escena de escuela” es un cuadro pintado por Francisco de Goya y Lucientes entre 1780 y 1785, en donde el artista español escenifica un modelo de educación basado en la efectividad del castigo. Es, guardando las distancias, aquello que nos ha impuesto hoy eso que llamamos pandemia –conspirativa o no- de la cual deberemos extraer una dura lección: que no estamos en control de nuestro mundo. De hecho, lo que hemos intentado ignorar para tener una vida más gratificante y con visos o certezas de seguridad, hoy nos golpea en lo más preciado de nuestro entorno: la libertad relativa, la familia, la estabilidad económica.

Sin embargo, como de este fenómeno hemos de salir con un surtido de recursos más adecuados para el ejercicio de supervivencia, es imperativo comenzar por el cambio de paradigmas y, muy especialmente, un ejercicio de reeducación indispensable para reforzar nuestra salud mental, sin la cual ningún esfuerzo futuro resultará exitoso. En esta ruta se perderá, posiblemente, la noción de individualidad a la cual estamos tan acostumbrados, para sentar otro paradigma: que vivimos en un mundo de vasos comunicantes y dependemos de manera forzosa de las interrelaciones implícitas en un tejido social dinámico, sin las cuales nos será imposible superar el desafío del cambio.

Fuente: https://rebelion.org/la-letra-con-sangre-entra/

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Angola: el suelo en el que las minas se han convertido en tomates y cebollas

Por: Patricia Peiró

Una investigadora española participa en un trabajo en terreno para entender cómo cambia la vida sin la amenaza de los explosivos. Afecta a las relaciones familiares, a los partos y a la cesta de la compra

Ángela Hoyos y sus compañeras se sientan junto a un reducido grupo de personas dispuesto a abrirse sobre algunas de las experiencias más dolorosas de su vida. Les van a pedir, poco a poco y con preguntas muy concretas, que echen la vista atrás y hacia adelante. Que cuenten cómo cambia tu realidad cuando vives bajo la amenaza de que un paso en falso pueda suponer el último. O cómo es empezar un nuevo capítulo cuando las minas que antes te rodeaban se transforman en cebollas y tomates.

La investigadora española trabaja en el Centro Internacional de Desminado Humanitario de Ginebra (GICHD). El equipo del que ella forma parte pasó varias semanas recorriendo Huambo y Kuando Kubango, dos regiones de Angola, un país que prácticamente no conoció otro estado que no fuera el de guerra desde 1961. Primero la independencia de Portugal (hasta 1975) y después un conflicto civil que finalizó en 2002 y que representa el enfrentamiento más largo de todo el continente. El objetivo era, explicado a grandes rasgos, estudiar cómo la acción contra las minas cambia la vida de las personas en el medio y largo plazo social y económicamente. En los últimos 20 años el porcentaje de población que vive en la pobreza ha pasado del 68 al 37%.

«Nos decían: ‘Esto es una segunda guerra para nosotros», explica Hoyos. Puede que se firmaran los tratados de paz, pero la presencia de explosivos persiste en muchas zonas del país. «Todas las partes utilizaron las minas, se usaban de acuerdo con diferentes tácticas y doctrinas militares, lo que condujo a una complejidad de dispositivos que no se han visto en muchos otros lugares. Se ubicaban en carreteras y puentes, para proteger infraestructura estratégica clave, para emboscar a las fuerzas enemigas, como elemento disuasorio o incluso para infundir terror a través de patrones aleatorios de colocación», detalla el estudio que elaboraron con la experiencia. en la que también participaron el King’s College London y el Stockholm International Peace Research Institute.

El objeto de este proyecto era ir más allá del mapeo de zonas seguras, querían saber en qué se traducía en el día a día de miles de personas. Nada mejor para eso que sentarse a hablar largas horas con vecinos de diferentes aldeas. La organización Halo Trust, que lleva años dedicada a la limpieza de explosivos en el país, había contactado previamente con ellos para pedirles su participación. «Este fue un paso muy necesario para que entendieran qué hacíamos allí y no les resultara raro que de repente nos presentáramos a hacerles preguntas», detalla Hoyos al teléfono. «Teníamos que ir de lo general a lo particular, y plantear las cosas de forma muy concreta, no podías sentarte allí y decir: ‘Bueno, contadme cómo os ha afectado la presencia de minas».

La estructura era casi siempre la misma. Primero exponían sus opiniones los sobas, o líderes comunitarios. Les acompañaban el resto de hombres. Ellos les contaban cómo la limpieza de explosivos había permitido que tuvieran acceso a electricidad o agua, que pudieran emprender en sectores en los que antes no habrían imaginado o cómo se restableció el servicio ferroviario. Horas después, lograban llegar a los testimonios de las mujeres. «Ellas hablaban de partos en mejores condiciones y en general de temas de salud a los que los hombres no habían prestado atención. También relataban cómo ahora los niños podían estudiar al menos hasta secundaria», resume Hoyos.

De 1975 a 2002, alrededor de un millón y medio de angoleños murieron. Otros cuatro millones fueron desplazados internos y más de medio millón buscó refugio en países vecinos. Halo Trust asegura que han desactivado más de 100.000 artefactos, pero que es imposible saber cuántos quedan aún en el terreno.

Efecto del estallido de una mina en una carretera en Angola, una imagen incluida en el estudio.
Efecto del estallido de una mina en una carretera en Angola, una imagen incluida en el estudio. GICHD

Durante todo ese tiempo, los locales construyeron todo un modo de vida condicionado por la posibilidad de poder morir por un mal paso. La investigación describe, por ejemplo, cómo los habitantes de Samaria, una aldea que vivió una de las batallas más sangrientas en 1987, idearon rutas que evitaban las áreas contaminadas. Todavía hoy se mantienen estas prácticas, porque siguen utilizando todoterrenos que ellos conocen como «taxis» para visitar a sus familiares en municipios cercados todavía cercados por las minas. «A veces, la población acumula residuos explosivos en sus casas pensando que van a sacar algún provecho y acaba habiendo problemas», señala la investigadora.

En el caso de Angola, la colocación de artefactos llegó incluso a los campos destinados a uso agrario, lo que afectó tremendamente a la calidad de la alimentación. Por estos campos fue por los que paseó la princesa Diana en 1997, y por los que años después caminó su hijo Enrique. Antes del desminado, la mayor parte de los cultivos se restringían a calabazas, patatas, yuca o nueces. Con la limpieza, los mercados y las casas empezaron a llenarse de arroz y, lo más importante, vegetales como cebollas, tomates o  frijoles. Volvieron a cazar y a practicar apicultura, con lo que ahora disponen de miel. «Tuvieron acceso a más semillas, y se agilizó el intercambio de frutas y verduras», comenta Hoyos. Sin embargo, la facilidad de comunicación con las ciudades también dio lugar a que la dieta se haya llenado de productos no siempre saludables como sal y azúcar.

Huambo, una de las regiones estudiadas, fue en su día un importante centro de comercio, muchas localidades dependían de estas comunicaciones. Hasta 2012 no vio reparado su servicio de trenes y poco a poco resurgió. Hoy el transporte ferroviario de la zona lleva a más de 2.300 pasajeros diarios y los suministros vuelven a llegar a muchos consumidores.

Muchos de los viajeros en estos vagones se dirigen hoy a ver a familiares y amigos. El corte de trenes y la inseguridad de los caminos hacía imposible visitar a alguien en otra localidad. Un distanciamiento social que ahora cuesta muy poco entender, pero que en ese momento no lo causó un virus, sino una guerra que parecía eterna.

Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/elpais/2020/05/25/planeta_futuro/1590422802_998902.html

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Diez lecciones sobre la Otra Economía, antipatriarcal y anticapitalista

Por: Raúl Zibechi

La semana pasada recibí una clase magistral de “economía política desde abajo”. Relataron las relaciones para cuidar y reproducir la vida, que se tejen en los canales invisibles de la sociedad. No es ninguna casualidad que fueran cuatro mujeres las encargadas de desvelar ese mundo, todas integrantes de asambleas territoriales nacidas durante la revuelta chilena.

Dos de ellas viven en Valparaíso, donde la lógica de construcción no es barrial sino de cerros, que rubrican la geografía urbana. Además de unas 20 asambleas en otros tantos cerros, formaron cordones territoriales que las conectan, un nombre que remite a los “cordones industriales” de Santiago bajo el gobierno de Salvador Allende.

Otras dos son integrantes de la Asamblea de Villa Olímpica y de la Red de Abastecimiento nacida en esa geografía, pero extendida a buena parte de Santiago. Una ciudad que ha visto nacer casi 200 asambleas que se mantienen activas, ya no en la calle sino enhebrando la vida de las comunas y barrios de una capital infestada de carabineros y militares.

Lección 1: Hacernos cargo de la vida

– Todos los aspectos de la vida están en crisis, salud, educación, alimentación. La revuelta generó conciencia colectiva, defendernos entre nosotras, mucha creatividad organizativa, que bajo la pandemia nos permite activarnos de otros modos. Nos cuidamos juntos y juntas, cuidamos a los más vulnerables, con redes de abastecimiento, compras colectivas, huertos urbanos…
(Nelly, de las asambleas territoriales de Valparaíso)

– Este contexto evidencia cómo el gobierno asesino no se hace cargo de la vida del pueblo, sólo militariza para salvar sus negocios. La sostenibilidad de la vida está en nosotras, en nuestras organizaciones y cuerpos, porque ellos sólo nos van a reprimir, quieren naturalizar una dictadura en democracia. Sólo nos queda “el pueblo cuida al pueblo”, porque se nos viene algo grave, como la falta de agua (Beatriz, asamblea Villa Olímpica).

– Lo que vivimos es una militarización desatada del territorio, en esta situación donde el gobierno sólo nos reprime, tenemos que hacernos cargo de la vida, de la sostenibilidad de la vida.
(Pamela, comunicación de las asambleas territoriales de Valparaíso)

Lección 2: Empatía con la tierra

– Los huertos urbanos son un proceso muy lento, si se pretende alimentar todo un barrio no es posible. Pero crean una relación diferente con la naturaleza, con el consumo, porque generan experiencias de nuevo tipo, como el compostaje que lleva a que los vecinos clasifiquen la basura y se hagan cargo de sus desperdicios para llevar al huerto comunitario. Se va formando una relación de empatía con la tierra que es muy diferente a ir a comprar al supermercado. Además creamos vínculos entre nosotras, hacemos comunidad.
(Pamela)

Lección 3: Huir del supermercado, haciendo comunidad

– Las asambleas hacen una compra directa a los agricultores sin pasar por intermediarios, para el abastecimiento de los barrios. Hicimos un catastro de personas en riesgo, de adultos mayores y gente postrada o con problemas económicos, para que tengan acceso a una canasta básica. (Pamela)

– La red de abastecimiento empezó hace cuatro años para colectivizar las compras, saltarse intermediarios para bajar los precios pero además para hacer comunidad en algo tan importante como alimentarse. Empezamos con compras colectivas de verduras. La red creció y nos contactamos con otras redes de la ciudad par proveer verduras, abarrotes, proteínas, carnes, artículos de aseo. Eso permite que la gente de la red no vaya al supermercado, que es un foco de contagio. En mi casa toda la alimentación se compra a través de la red, sin acudir al mercado.
(Siujen, red de abastecimiento Villa Olímpica, Santiago)

Lección 5: Redistribuir en vez de acumular

– Como comunidad asumimos una cuota que nos permite ayudar a personas que no pueden pagar la cesta. Con la cuota vamos generando un ahorro pequeño, que nos transforma en una especie de mini banco para prestar a la gente que tiene más problema económico, porque pensamos que el momento más álgido será después, cuando no haya trabajo y todo sea precario. La mayor parte de los que integran la red trabajan en precario (Siujen).

– La idea de que el pueblo ayuda al pueblo es lo primordial. Formamos un fondo común y rotativamente lo asignamos a la familia de la red que más necesita, la más vulnerable, luego de una discusión sobre los criterios. Ahora tenemos que pensar cómo vamos a apoyar a la gente que se enferma, porque ha habido una explosión de casos y el sistema no va a responder. Lo único que saben hacer es sacar a los militares a la calle (Beatriz).

Lección 6: Las mujeres o la red de redes

– Somos las mamás las cuidadoras y criadoras las que sostenemos todo, a través del trueque, del apoyo mutuo, sin dinero. En la red se cruzan tres o cuatro redes y la Villa Olímpica se convirtió en un zonal de distribución de toda una zona de Santiago (Siujen).

Lección 7: Cara a cara, sin intermediarios

– Hacemos la distribución de las redes La Canasta y Pueblo a Pueblo que reparten verduras sin intermediarios, en contacto directo con proveedores, con gente que produce fuera de Santiago y tiene que traer al conurbano. Decidimos que sólo sustentamos a los intermediarios cuyo único ingreso es esa compra-venta de productos. Buscamos ahora cosas nuevas, semillas, granos, algo que no teníamos hasta ahora (Siujen).

Lección 8: Cuidarnos en comunidad

– Estoy contagiada de Covid desde hace dos semanas y en mi casa no falta nada, las compañeras y compañeros poniendo la cuerpa vienen hasta mi casa a dejarme los alimentos. Es un ejemplo de cómo la solidaridad y las redes amigas están permitiendo que la vida no se degrade tanto (Beatriz).

Lección 9: Pobre es quien está sola

– La real precariedad es la de aquellas personas que no están conectadas con redes solidarias, la soledad y el despojo, porque el dinero no te sirve de nada si no tienes una red que te lleve la comida (Beatriz).

Lección 10: La revuelta, la madre del mundo nuevo

– Le llamamos revuelta porque estallido lo acuñó la clase dominante, porque la protesta les estalló de sorpresa (Nelly).

– Ay de nosotras si la revuelta no hubiera pasado por nuestras vidas multiplicando nuestros contactos y redes (Beatriz)

– Agradecemos la revuelta porque sin ese proceso la pandemia hubiera sido muy cruda, no hubiéramos tenido los lazos de confianza ni conocido a otras organizaciones. La revuelta nunca acabó, tomó otros caminos. Generamos herramientas que no hubiéramos creado sin la pandemia. No hay forma de que en Chile la revuelta no siga (Siujen).

– La revuelta nos pasó por el cuerpo, no nos hemos olvidado de los muertos y de los más de 400 mutilados oculares, algo que fue intencional. Lo que hacemos en las asambleas es cuestionar la vida que hemos sostenido hasta ahora. El otro mundo posible lo estamos haciendo ahora y nadie puede sacarnos de ese lugar, Chile está cambiando (Nelly).

– En este contexto oscuro, lo que nos va a salvar es lo que siempre nos ha salvado como pueblo: la calidad de nuestros vínculos, el valor para enfrentar la adversidad, la profunda valentía que hay en cada mujer que sale a hacer la compra o a embolsar la harina que se compra a granel y se reparte en la red. Ni la pandemia ni la represión, ni las torturas ni los asesinatos, nos van a destruir ese mundo nuevo que llevamos en nuestros corazones. La revuelta nos conectó con los siglos de resistencia profunda de nuestro pueblo (Beatriz).

* * *

“Agricultura alelopática”, exclama Doricel del otro lado del teléfono. Lo repite varias veces. Y nada.

No queda otra que recurrir al diccionario. Bueno, a Wikipedia.

Intenta explicar porqué en los barrios periféricos de Popayán, donde estudiantes y vecinos emprendieron la agricultura urbana y comedores populares, optaron por huertas circulares pese a la inicial resistencia de algunos.

“Es el sistema que utilizan los pueblos originarios y nosotros lo hacemos porque es más eficiente y para abrir la mente a otras posibilidades que no sean la cuadrícula”, explica. Por un lado, permite aprovechar mejor el agua, ya que sólo se utiliza un 30% de lo que hacen otros cultivos lineales.

“Además el nuestro es un sistema muy diverso, hortalizas, legumbres, aromáticas, la cebolla y el ajo, y eso nos permite podemos hacer un sistema alelopático. Las plantas que no resisten a los insectos, son protegidas por las aromáticas que cultivamos en el círculo siguiente. La diversidad repele a los insectos y las aromáticas atraen a los polinizadores. Buscamos la complementariedad”.

Las huertas circulares se relacionan con la cosmovisión indígena que establece una conectividad entre la tierra y el universo. Por último, explica Doricel, “con esta técnica se afianza más el tejido social, porque permite a las comunidades trabajar de manera más cooperativa”.

Varones y mujeres que cultivan las huertas de la periferia urbana de Popayán, llevan pequeños trapos y cintas rojas. En las grandes ciudades las autoridades pidieron a los pobladores que pasaban necesidades que colgaran un trapo rojo en las ventanas. “Aquí resignificamos los trapos rojos, al convertirlos en elementos de resistencia, de dignidad”, apunta Doricel, recordando que su ciudad el 84% de la población tiene trabajo informal.

* * *

La población volvió a las calles, en Santiago y en Puerto Príncipe, en Atenas y en Montevideo, en varias ciudades asediadas por la cuarentena y el hambre. Una oleada de dignidad está empezando a barrer nuestro continente. Masivos caceroleos en Santiago, barricadas y pedreas en El Bosque, La Victoria y La Legua, comunas cansadas del encierro y la miseria, denuncian la incompetencia del gobierno. El 18 de mayo se rompió el silencio, recuperando la calle.

Fuente: https://rebelion.org/diez-lecciones-sobre-la-otra-economia-antipatriarcal-y-anticapitalista/

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Colombia: Historias de madres adolescentes que encuentran en la educación una salida

Reseñas/América del sur/Colombia/21 Mayo 2020/elpais.com

Romper el círculo de pobreza de las madres menores de edad en contextos vulnerables y enseñarlas a ser agentes de transformación social y económica en su propio terreno: esta organización en Cartagena (Colombia) lo está consiguiendo

“Esta es la condición”. Cuando Ana María Salas, madre adolescente de una niña de dos años, vecina de Cartagena de Indias (Colombia), entró a la Fundación Juanfe, se lo explicaron así, según recuerda: “Te podemos ofrecer formación técnica, y la oportunidad de conseguir un trabajo digno, con una condición: evita embarazarte por segunda vez en los próximos cinco años”.

Es una de las características más llamativas del modelo con el que trabaja esta organización. En sus inicios, hace 18 años, contribuyó a reducir la mortalidad infantil en Cartagena y, actualmente, se centra en romper el ciclo de la pobreza de madres menores de edad en contextos vulnerables y acompañarles a ser agentes de transformación social y económica.

Catalina Escobar, fundadora de la Juanfe (el nombre proviene de su propio hijo, Juan Felipe Gómez Escobar, que murió en el año 2000), explica cómo surgió la necesidad de este modelo de trabajo: “El embarazo adolescente hace que el país sea más pobre y menos sostenible. En Colombia, cuando una joven se queda encinta, con menos de 15 años, hay un 83% de probabilidades que antes de los 20 años tenga ya tres hijos. Aquí, el 74% de las menores están por debajo de la línea de pobreza”. Catalina es una emprendedora social muy conocida en círculos empresariales y políticos del país.

Ana María Salas vive en esa otra Cartagena que contrasta con la del centro histórico o de la línea de costa que frecuentan los turistas. Como ella, muchos habitantes de esta ciudad caribeña habitan en “casas de invasión”, construcciones precarias levantadas sin licencia por familias en espera de conseguir legalizarlas o de tener que mudarse a otro barrio. Esta muchacha estudia un curso de servicios hoteleros, una de las salidas laborales de más demanda en la ciudad. El período en el que la Fundación desarrolla sus programas de atención en salud, educación e integración al mercado laboral, suele durar unos dos años. Ana María conoció la Juanfe por el boca a boca de algunas amigas.

Al vivir en una casa de invasión, no dispone de todos los servicios básicos. El agua, por ejemplo, llega mediante una tubería a la que se han enganchado. Su madre, que trabaja de cocinera en un centro infantil y cobra unos 450.000 pesos mensuales (121 euros aproximadamente), es la fuente principal de ingresos de esta casa con espacios muy reducidos y que alberga a cinco familiares, incluyendo a Ana María y su hija de dos años y su hermano mayor, Adrián, de 22 años. Él no tiene trabajo formal, ni está estudiando.

“Me quedé embarazada a los 15 años”, relata Ana María. “Pero yo al menos pude estudiar la secundaria en cursos sabatinos. Creo que la fundación me ha ayudado a ser mejor persona, y a fijar metas, metas que voy a lograr”. Quedarse embarazada tan joven no fue algo que le preocupase en demasía, según confiesa. Su madre la tuvo a los 17 años. Pero ahora piensa que fue una equivocación.

Para la fundadora de la Juanfe, centrar el trabajo en las madres adolescentes es fruto del aprendizaje de errores iniciales: “Al principio quisimos trabajar con más ahínco en la prevención del primer embarazo. Pero no nos funcionaba, puesto que muchas de las jóvenes que atendíamos son hijas, nietas y biznietas de mujeres que dieron a luz muy temprano. Es muy difícil evitarlo. Es un trabajo de escala nacional que debe reforzarse desde el sector público. Nosotras queríamos un modelo replicable, sostenible, escalable y que rompiera ciclos de pobreza. Entonces, decidimos prestar más atención. Entrar a los barrios, y escuchar”.

Y escucharon a las mujeres de más edad. “Ellas fueron una fuente de información clave. Nos ayudaron a entender los problemas de las potenciales beneficiarias, así como sus verdaderas necesidades. Cambiamos el enfoque y todo empezó a ir mejor”, reconoce Catalina. “Las adolescentes empezaron a empoderarse a través de la formación y el trabajo, y así evitaban embarazarse por segunda vez. Entonces vimos los buenos resultados que ello supone en la reducción de la carga de la pobreza en el país”.

Uno de los compromisos que se pide a las madres aceptadas es que no vuelvan a quedarse embarazadas en cinco años.ver fotogalería
Uno de los compromisos que se pide a las madres aceptadas es que no vuelvan a quedarse embarazadas en cinco años. LEAFHOPPER PROJECT

Antes de entrar a la Juanfe, Ana María tuvo que pasar los exámenes de ingreso: pruebas de lectura y escritura, entrevistas y test de personalidad. Un filtro riguroso que, según explica Eunice Cortecero, del equipo directivo del centro en Cartagena, hace que cada año entren 300 jóvenes, seleccionadas de unas 1.000 solicitudes, aproximadamente. La fundación trabaja anualmente con un total de 850 madres, sumando las de nuevo ingreso, provenientes de los barrios más vulnerables de la ciudad. “Nuestra intervención les ayuda a recuperar el hábito de estudiar, de formarse para trabajar. Las que no entran en una primera ocasión, tienen la oportunidad de volver a intentarlo, siempre que no se embaracen por segunda vez. Sólo un 5% de las jóvenes que inician el programa de la Juanfe lo abandonan”, afirma Eunice.

Hay un dato aún más revelador: el 99,7% de las jóvenes que entran a la Juanfe optan por no tener otro bebé durante el período de formación, y aún varios años después.

Tener un hijo antes de los 18

En Colombia, aproximadamente una de cada cinco embarazadas es adolescente, de acuerdo a la Encuesta Nacional de Demografía y Salud del Ministerio de Salud y Profamilia, aunque la tendencia es a la baja en los últimos años. Esta situación está ligada a menores niveles educativos y socioeconómicos: el 48% solo había cursado la educación primaria.

Adrián, el hermano de Ana María, también tienen una niña pequeña que vive con su madre, de la que él se separó. Durante un tiempo estuvo limpio, pero con la separación recayó en las drogas, que llevaba consumiendo desde los 12 años. Lleva un par de semanas en proceso de desintoxicación. Mira a su hermana “como un ejemplo a seguir, una buena influencia”.

Los habitantes de Cartagena cuentan que es frecuente que no se utilicen métodos de planificación ni de protección en las relaciones sexuales. Adrián indica que su expareja se había quedado embarazada en diferentes ocasiones. ¿Qué método utilizaban para evitarlo?: “La hice abortar varias veces”.

Entonces, ¿por qué su pareja dio a luz a la niña (que hoy tiene dos años)? “Porque mi mamá es muy creyente. Va a una iglesia. Me convenció de que era un pecado. Así que le dije a mi pareja que, por esta vez, sería mejor que tuviéramos al bebé”.

En sus inicios, la fundación demostró que podía reducirse la mortalidad infantil en Cartagena. Desde los años noventa, era una de las ciudades donde más niños morían por causas evitables. Catalina se puso a estudiar esta situación, desde su experiencia en el sector empresarial y económico, tras la muerte de su pequeño.

Su familia estaba vinculada al negocio del acero. “Yo no iba a dejar el sector empresarial y un horizonte de éxito por algo que no valiese la pena arriesgarlo. Así que esto no es una ONG de una madre que perdió a su hijo. Esto es un modelo económico de desarrollo. Y la economía del desarrollo tiene el reto de demostrar su eficacia en el campo, en contextos reales”.

“El paseo de la muerte” le llamaban, en la Cartagena de aquellos años, al periplo que recorrían las madres con sus hijos enfermos de hospital en hospital sin poder recibir la atención necesaria. Y a ello, se unía la corrupción que penetró en las instituciones públicas y privadas de la ciudad. “Desde 2002, durante los primeros siete años de trabajo de la fundación, contribuimos a reducir en un 81% la mortalidad infantil en la ciudad. Podemos decir que salvamos la vida de unos 5.000 niños y atendimos a 20.000 por desnutrición crónica y severa, sin ayudas estatales”, afirma Catalina.

Cartagena de Indias es una ciudad de contrastes, desde las zonas turísticas hasta los barrios vulnerables.ver fotogalería
Cartagena de Indias es una ciudad de contrastes, desde las zonas turísticas hasta los barrios vulnerables. LEAFHOPPER PROJECT

Durante esa experiencia, la fundación constató que alrededor del 30% de los partos que se producían en la ciudad eran de mujeres menores de edad. Fue entonces cuando viró su enfoque de trabajo: conseguir que las madres adolescentes rompieran el ciclo de dependencia y pobreza.

Actualmente, este modelo de intervención atrae la atención de diversas instituciones y centros de investigación como la Universidad de los Andes, o el Banco Interamericano de Desarrollo que han colaborado con la Juanfe en la medición de impacto de sus programas.

La financiación de la Juanfe depende principalmente de eventos y recursos privados fundamentalmente, como los que aporta la Fundación Mapfre. Además, cuentan con iniciativas de autosostenimiento, como la panadería que opera en el centro de la fundación en Cartagena. Actualmente, el modelo se está exportando a otras ciudades de Colombia, como Medellín, y también a la de otros países, como Panamá, Santiago de Chile y Guayaquil.

Desde 2014, 1.200 mujeres jóvenes formadas en la Juanfe han obtenido la certificación laboral. 700 de ellas ya trabajan en el sector de la hostelería y el turismo, principalmente. El 70% de las jóvenes que consiguen un empleo formal, continúan trabajando en la empresa que les contrató después del primer año, según datos de la fundación.

El bono de impacto social

Un ejemplo de ello, es Mabel Cecilia Iriarte. Tiene 21 años, y nació en Caracas, aunque su familia es colombiana. Mabel vino a Colombia con otros 3 hermanos, cuando tenía 11 años. Sus padres se quedaron en Venezuela durante mucho tiempo, desde donde les enviaban remesas, y los niños vivieron con parientes cercanos. Actualmente reside en el barrio Olaya Herrera, un lugar que para algunos significa violencia, pandillas, tráfico de drogas, aunque para otros no es un sitio tan peligroso como se dice.

Mabel es bailarina de música afrocaribeña y contemporánea. Transpira optimismo, es una pura sonrisa. Ahora vive con sus padres, que regresaron de Venezuela hace pocos años. Ella se quedó embarazada antes de los 18, aunque asegura que tomaba precauciones. Desde que entró a la Juanfe no ha vuelto a quedarse embarazada, y tampoco ha vuelto a tener pareja. “Hasta que tenga mi propio camino recorrido, hasta que esté más segura”, dice.

Ella es una de las 17 jóvenes de la Juanfe que trabajan en el Centro Comercial La Serrezuela. Es el único mall que se ha levantado en el entorno histórico, respetando la arquitectura de una antigua plaza de toros, y tiene un convenio con la Juanfe para contratar a las jóvenes que finalizan el período de formación. El salario de Mabel está algo por encima del mínimo en Colombia, y llega al millón de pesos (unos 270 euros, con las horas extras). Para ella representa un cambio exponencial.

Catalina Escobar es conferencista en diversos foros nacionales e internacionales, y aborda el gran reto de la sostenibilidad de ONG como la suya. “Una buena forma de atraer recursos”, dice, “son los bonos de impacto social. La sostenibilidad en las ONG depende de estrategias muy diversas. La nuestra es empresarial. Una empresa no invierte sin retorno. Todos los proyectos en los que trabajamos se basan en la economía de escala, utilizando el principio de Pareto: un 20% de inversión para un 80% de impacto y retorno”, dice Catalina. “El resultado de la inversión es una ciudad con menos madres adolescentes abandonadas y sin empleo. Y a la vez, muchas de ellas se integran a la vida económica y aportan su esfuerzo y capital para el desarrollo del país”.

Según el estudio realizado por la Universidad de los Andes con el apoyo del BID, en 2017, este modelo de intervención es rentable en un tiempo de 31 meses, lo que implica que se produce un beneficio social costo-efectivo y que aumenta exponencialmente a partir del segundo año y medio de la intervención.

En la Juanfe también se cuida de los niños de las madres que se están formando. En su centro infantil de desarrollo integral, se atiende semestralmente a unos 120 bebés. Ahora han ampliado una decena de plazas para hijos de madres venezolanas o colombianas que han regresado de la crisis del país vecino. En el centro trabaja Yorelis Figueroa. Tiene 26 años. Fue beneficiaria de la Juanfe, después de quedarse embarazada a los 16 años. Aquí se formó como técnica de atención a la primera infancia. Y desde entonces, no ha vuelto a quedarse embarazada. “Tengo aún muchas metas. Entre ellas, la de seguir estudiando. Me gustaría ser una investigadora judicial”. A Yorelis le motiva poder ayudar a esclarecer y prevenir casos de violencia y abuso. “He visto muchos en estos barrios, y me duele ver a mujeres en situación tan vulnerable”.

La fundación atendió a 30 casos de abuso sexual en un solo semestre del pasado año, comenta Eunice. “Las víctimas son niñas de entre 9 y 11 años. Un 2% han tenido un embarazo, resultado del abuso. Otro dato alarmante, en este último año es que se ha disparado la atención a personas con tendencias suicidas, muchas veces, a causa de la violencia intrafamiliar”. Es un trabajo difícil, pero Eunice afirma que, en este contexto, “lo difícil es ser indiferente”. Ella tiene un compromiso personal que parece un lema de muchos que trabajan en esta fundación: “No perder nunca la capacidad de asombrarse”.

La visita al centro se realizó antes de que las medidas de confinamiento con motivo de la pandemia se extendieran en Colombia. “La pobreza en el país se está agravando y se empieza a ver la desesperación”, afirma Catalina Escobar. Toda la actividad de la Juanfe se está desarrollando ahora de manera virtual. “El personal docente se ha reinventado y continúa con su labor para que las alumnas sigan las clases. Por ello hemos distribuido smartphones para garantizar la conexión. Hay 3.000 personas más 100 empleados que dependen de la Juanfe. Nuestra prioridad ahora es que a ninguna de las jóvenes que atendemos, muchas en condiciones extremas de pobreza, no les falte un plato de comida en la mesa”.

Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/elpais/2020/03/23/planeta_futuro/1584958428_459337.html

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Entrevista a María Novo: «La lógica del beneficio inmediato ha destruido la lógica de la vida»

Entrevista/30 Abril 2020/Autora:Rosa M. Tristán/eldiariolaeducacion.com

La catedrática Emérita de Educación Ambiental, María Novo apuesta por repensar la globalización para que buena parte de los procesos que hoy se desarrollan entre países puedan darse en territorios más cercanos. «Tenemos que decrecer, no para vivir peor sino para aprender a vivir mejor con menos», asegura esta experta que cree que esta es una primera de las crisis que viviremos en el futuro.

María Novo, catedrática Emérita de Educación Ambiental y Desarrollo Sostenible en la UNED, escritora y poeta, es desde hace décadas el ‘alma mater’ de infinidad de iniciativas que buscan acercarnos a unos valores de la naturaleza de los que, en general, nos hemos ido alejando. Desde su casa, donde estos días termina su próximo libro, nos recuerda que estamos viviendo tiempos que son una oportunidad para una ‘nueva realidad’ basada en lo que denomina “autosuficiencia interconectada”. Siempre con el optimismo por bandera, Novo apuesta por un futuro en el que el hedonismo que promueve el actual sistema dé paso a otro en el que se imponga la solidaridad global con la casa que todos compartimos: la Tierra.

¿Qué está suponiendo para María Novo este confinamiento obligado?

Como a tantas otras personas que trabajamos en temas ambientales, ciertamente no me sorprendió demasiado que surgiera una crisis. Los informes científicos llevan tiempo alertando de que el sistema podía colapsar, aunque no se sabía ni cómo ni cuándo. Lo que, para mí, ha sido una sorpresa es que haya sido un coronavirus, aunque en el fondo una zoonosis como la que se ha producido tiene mucho que ver con la pérdida de biodiversidad y también con la ‘hipermovilidad’ humana de las últimas décadas, es decir, con el modelo de sociedad que se ha impuesto y su relación con la naturaleza.

¿Ve una relación clara entre la crisis ambiental y la pandemia?

La realidad es que hemos alterado los procesos de la biosfera en lo que se refiere a la atmósfera, los usos del suelo, del agua, en cuanto al mantenimiento de la biodiversidad…. Ahí estaba el riesgo de una crisis. Pero es que, además, hemos concentrado gran parte de la producción en China, que tradicionalmente ha sido un foco de zoonosis, lo que ha provocado que mucha gente tuviera que ir y venir desde allí al resto del mundo. De hecho, no es casualidad que las ciudades más afectadas sean aquellas donde la gente viaja más, como Madrid, Barcelona, Nueva York… Ambos factores han sido claves en esta crisis sanitaria.

¿Cree que la sociedad es consciente de que medio ambiente y coronavirus están en conexión?

No creo que exista una conciencia generalizada de la conexión de zoonosis y la pérdida de biodiversidad. Hay científicos que lo están contando muy bien, como el biólogo Fernando Valladares, pero el eco que le dan los medios a estas reflexiones no es suficiente. Tampoco se está explicando con énfasis en los medios que la del coronavirus es una primera gran crisis pero que, si no nos centramos en actuar contundentemente ante la emergencia climática, las próximas pueden ser mucho más duras que esta. Ahora han funcionado los canales de comunicación, todos usamos los móviles, hay agua potable, energía, alimentos… Es verdad que estamos en confinamiento y, sobre todo, que tenemos el tremendo drama de la pérdida de vidas humanas, pero es que en la próxima crisis puede haber tantos o más fallecimientos y podemos tener condiciones mucho más duras si no cambiamos el rumbo. No quiero ser alarmista, pero toca decir la verdad a la gente.

Mirando al futuro ¿Esta crisis podemos verla como una oportunidad que vamos a aprovechar o volveremos a lo mismo de antes?

Creo que es una oportunidad. Las crisis son momentos para aprender personal y colectivamente. Este es el momento de comenzar a vivir de otra manera, con más sobriedad y con menos gasto en cosas inútiles. Como la globalización ha distorsionado las relaciones productivas y comerciales, abarcando el mundo entero, en mi opinión tenemos que reubicarnos para fortalecer los recursos propios y vivir más en lo local. Eso no quiere decir que nos quedemos aislados, porque hoy estamos conectados con el mundo a través de múltiples redes. Eso se describe bien con el concepto de lo “glocal” que venimos utilizando. Se trata de conseguir una autosuficiencia interconectada en una escala más humana. Relocalizarse supone, en la vida cotidiana, volver a comprar productos de proximidad, recuperar el disfrute del parque que está al lado de casa… Lo que teníamos era un sinsentido. Por ejemplo, hubo un año en el que exportamos a Irlanda la misma cantidad de patatas que importamos de Irlanda… También se trata de retomar placeres que habíamos olvidado, para volver a serenarnos. Y sin tanto ir y venir tendremos más tiempo, porque en estas semanas hemos descubierto que el tiempo es un intangible de gran valor, que podemos disfrutar de estar más horas con nuestros hijos o dedicarlas a conocernos mejor a nosotros mismos. Cuando dejemos de ir con prisa, tendremos tiempo para escucharnos… En definitiva, se trata de redescubrir el valor de lo pequeño, lo descentralizado, e ir fortaleciendo la industria estratégica y la agricultura y ganadería de nuestro país para ir atenuando progresivamente la gran dependencia del exterior.

¿Sabremos aprovechar esa oportunidad?

Soy optimista. Por ello me gusta escuchar al presidente cuando habla de una ‘nueva normalidad’, porque está claro que lo que teníamos antes de la pandemia no era normal. Vivir con una biosfera desbordada y en un mundo donde el 1% de la población tiene el 90% de la riqueza global, no puede ser la normalidad. Así que estoy esperanzada. Quiero pensar que hemos aprendido a valorar lo importante de la vida, tanto a nivel general como personal, incluso en el mundo de los afectos: hemos recordado el valor los abrazos, los besos, cosas que dábamos por sentadas. Además, en esa ‘nueva normalidad’ no empezaremos de cero, porque ya tenemos muchas cooperativas agrícolas, iniciativas de consumo compartido, pymes… Lo importante es buscar el tamaño óptimo de cada comunidad y cada proyecto. Porque está claro que crecer y crecer desordenada e infinitamente no es progreso. Sí es importante procurar ser lo más autosuficientes posible en energía, alimentos, material sanitario y estratégico… Pero para ello no hace falta volver a la Edad Media. Con las pautas de vida que teníamos en los años 80 del siglo pasado, unidas a los actuales avances tecnológicos, podríamos vivir razonablemente, no creo que fuésemos menos felices. Son los errores de la globalización los que tenemos que corregir. Tenemos que decrecer, no para vivir peor sino para aprender a vivir mejor con menos. Porque la realidad es que tampoco vivíamos bien hasta ahora en términos de calidad de vida, inmersos en unas sociedades en las que muchos de nuestros jóvenes enfermaban prematuramente de ansiedad y estrés.

Un cambio ya visible es el de la cooperación comunitaria, con muchas personas volcadas en la solidaridad ¿Cómo interpretas este cambio?

Esa solidaridad es extraordinaria. Yo misma la vivo en mi comunidad, con el vecindario más cercano. Se están creando redes que no existían. Y están apareciendo porque hemos perdido lo que nos impedía practicarla: las prisas. Las gentes, en general, tenemos buenas intenciones, pero lo que no había era tiempo para ayudar a la persona que vivía al lado, ni para conocerla siquiera. Esa es otra parte positiva de esta crisis, en medio del drama de tantas pérdidas humanas. Ahora, tenemos tiempo para mirar, escuchar, compartir… Y eso que hemos recuperado debe florecer para que permanezca. Este es el reto. Incluso veo lecciones dentro del dolor: el aprendizaje de que nuestros actos no son inocuos, que nuestro comportamiento con la naturaleza tiene graves consecuencias. Si somos capaces de construir desde esa solidaridad y esa cooperación, con respeto a la naturaleza, confío en que los aprendizajes que hemos hecho permanezcan.

Incluso hay quien descubre ahora la fuerza de la naturaleza, con imágenes que no se habían visto antes.

A todos nos está dejando sorprendidos su capacidad de recuperación, solamente con retirarnos de ella. La naturaleza no necesita a la humanidad para nada. Somos nosotros los que la necesitamos, pero eso es algo que no se nos ha enseñado ni en las familias ni en las escuelas. En nuestra cultura occidental se debe a un pensamiento que nos viene ya desde Descartes, que planteó una visión dual del mundo escindiendo mente y cuerpo, razón y emoción, persona y naturaleza, como si fueran cosas opuestas en lugar de complementarias, que es como se incorporan en el pensamiento oriental. Desde esa dualidad de opuestos, la modernidad se desarrolló con mecanismos de dominación de la naturaleza en lugar de una coevolución razonable. No se nos enseñó que somos parte de ella. Esto también hay que corregirlo porque el daño que le hacemos a ella nos lo hacemos a nosotros mismos.

¿Cómo enfocar en este asunto la educación, que es por donde debería empezar esa corrección imprescindible?

Tendría que iniciarse desde la infancia, pero no se trata de que los niños pequeños aprendan lo que son las partes de un árbol en una pantalla en la escuela. Se trata de que toquen el árbol y aprendan a amarlo y cuidarlo, que sepan que ese árbol es parte de un todo en el que ellos también están incluidos. En otras palabras, recuperar el vínculo con la naturaleza con todos los sentidos: la vista, el olfato, el tacto…

¿Qué otros aprendizajes podrían sacarse de este periodo de confinamiento?

Sin obviar las dificultades económicas y de espacio de muchas familias, el dolor por las pérdidas humanas o por la enfermedad, en general, los niños han disfrutado de mucho más tiempo con sus padres que antes. Este es también un aspecto positivo dentro de la tragedia que es una pandemia. Lo natural para los niños sería pasar muchas horas con sus padres pero, debido a los horarios de trabajo, eso muy pocas veces es posible. Los horarios que tenemos en España, sobre todo en las grandes ciudades, son una locura…, algo que se nota mucho cuando se conocen los de otros países de Europa (y de algunas pequeñas ciudades españolas) donde gran parte de la gente vive más relajada, a las cinco o seis de la tarde dejan el trabajo y hacen vida de familia sin necesidad de escapar los fines de semana a otro sitio. En este confinamiento, muchos niños españoles han estado más tiempo en familia que nunca, así que esa ‘nueva normalidad’ que queremos pasa también por nuevos horarios laborales.

En el caso del coronavirus ha habido cambios sociales y de comportamiento que hemos aceptado todos. ¿Por qué no hacemos lo mismo con otros cambios necesarios para evitar las crisis ambientales?

La realidad es que, en el caso del medio ambiente, mucha gente ha preferido mirar para otro lado porque implica romper rutinas y comodidad. Nos hemos olvidado de que la vida es cambio. Y lo cierto es que hemos tenido muchas oportunidades para cambiar: desde los reportajes científicos, libros, conferencias, artículos, redes sociales, etcétera, se nos ha avisado reiteradamente de lo que estaba pasando. Este olvido rompe con unas actitudes que fueron importantes para la evolución del ser humano como especie: la previsión y la anticipación, que en estos momentos no funcionan correctamente. La razón hay que buscarla en que, desde la globalización económica, el mundo ha dejado de estar guiado por los sabios, los filósofos, los científicos o los líderes morales para estar dirigido por un modelo económico que no se somete a nada y al que sólo le interesa el beneficio inmediato. Esa lógica del beneficio inmediato ha destruido la lógica de la vida. Si ahora se ha conseguido un cambio de rutinas drástico ha sido por el miedo.

¿Es necesario ese miedo para ser conscientes de la que se avecina a nivel ambiental?

No debería ser necesario si tuviésemos la cordura suficiente para escuchar a quienes nos alertan. Ahora, si preferimos mirar a la lógica del beneficio inmediato, vamos mal. Seguiremos igual para que sean nuestros hijos quienes peleen y malvivan en un planeta esquilmado. La lógica del beneficio inmediato no solo se manifiesta en la economía sino también en el hedonismo, en el afán de primar nuestros deseos sin preguntarnos si son auténticas necesidades y cómo afectan al bien común. De momento, en estas semanas hemos descubierto la cantidad de cosas que comprábamos que no eran necesarias.

En mi opinión, hay tres cuestiones fundamentales para abordar con éxito la ‘nueva normalidad’ tras el coronavirus. La primera es recuperar el concepto de la familia humana, es decir que somos seres interdependientes, no aislados, y, por tanto, se imponen la empatía y la cooperación al máximo; la segunda, comprender que la naturaleza es la casa común de todos, no de unos pocos. Eso supone estar dispuestos a un mejor reparto en el acceso a los bienes comunes (alimentos, agua, energía…), y la tercera es que los recursos naturales están para satisfacer necesidades, pero no todos nuestros deseos. Tenemos que aprender a desear conscientes de los límites de la biosfera y de cada sociedad humana.

Las tres cuestiones podrían abordarse si nos hacemos, individual y colectivamente, la pregunta: ¿cuánto es suficiente? Esa pregunta debería estar en el frontispicio de nuestras escuelas, institutos y universidades… Es importante aprender a pensar y decidir en función de ella desde la infancia y dejar que nos guíe en la edad adulta.

Fuente e imagen tomadas de: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/04/28/la-logica-del-beneficio-inmediato-ha-destruido-la-logica-de-la-vida/

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