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El color púrpura

Por: Daniel Seixo

Comprendamos que la igualdad sexual y la igualdad de clase son ejes inseparables de una misma lucha

13 detenidos, entre ellos cuatro menores, por acorralar, insultar y abusar de una menor de 16 años en el Parque del Oeste en Madrid. Mientras bailaba despreocupada con sus amigos, la joven fue rodeada por una manada de hombres que sin mediar palabra comenzó a vejarla y agredirla sexualmente en grupo. Al día siguiente de esa misma semana santa, la Policía Nacional liberaba en el distrito de Arganzuela a una mujer bangladesí que llevaba dos años sin salir a la calle tras ser encerrada por su marido. Amenazada de muerte y agredida físicamente en numerosas ocasiones, tan solo la desesperada llamada de un amigo a las autoridades pudo poner fin a ese infierno.

Arrojo aquí el revelador dato de que en España los delitos contra la libertad y la indemnidad sexual han aumentado un 11,3 por ciento durante el pasado año, a la par que diversos estudios constataban un incremento de la violencia machista entre parejas menores de 14 años. Una sociedad democrática y con un sistema educativo y político desarrollado, contempla con aparente apatía como la violencia machista y los más retrógrados resortes de la sociedad patriarcal arrinconan amenazantemente la posibilidad de una igualdad real entre hombre y mujeres, cobrándose de forma sistemática con sangre cualquier desafío a esta estructura arcaica y demencial. Una violación cada cinco horas, más de 1000 asesinadas por el terrorismo machista e innumerables muestras de incomprensión o complicidad institucional, dibujan hoy un cuadro en el que sin duda alguna podemos observar que el estado español sigue siendo un lugar peligroso para las mujeres. Una sociedad en la que los buenos gestos, los anuncios de medidas políticas y los cargos ministeriales aparecen en primera página durante los diferentes 8 de marzo, pero en el que las diferentes tipologías de violencia contra la mujer continúan desarrollándose generación tras generación, sin que realmente nos atrevamos a tomar medidas radicales para atajarlo.

Comprendamos que la igualdad sexual y la igualdad de clase son ejes inseparables de una misma lucha

Esta misma semana 16 mujeres eran liberadas de una red de proxenitismo en la que bajo amenazas y narcotizadas con diferentes sustancias, se veían obligadas a ejercer la prostitución durante jornadas interminables de violaciones ininterrumpidas. Trasladadas desde Rumanía a Tenerife estas mujeres eran denominadas por el líder de esta organización criminal como “cajas registradoras”. Y aquí está la clave, la violencia contra la mujer se estructura desde el patriarcado en íntima e indivisible conjunción con las dinámicas económicas del capitalismo. Para gran parte de los hombres y de la sociedad en su conjunto, el lucro económico basado en la comercialización y explotación del cuerpo de las mujeres sigue suponiendo a día de hoy una realidad aceptable o incluso beneficiosa para el desarrollo de nuestras sociedades. Siempre que hayas nacido mujer, nuestro desarrollo como especie te permitirá alquilar tu cuerpo para las más diversas tareas por un salario o por un par de monedas sueltas, dependiendo de las coordenadas geográficas o tu código postal: ser penetrada por viejos decadentes o jóvenes violentos, practicar sexo en grupo para una página web o en una habitación de hotel durante una despedida de soltero, gestar al hijo de otros, sexualizar tu existencia para ligar el precio de tu cuerpo a la promoción de otros bienes de consumo, ejercer de reclamo sexual en la puerta de un garito o detrás de la barra, todas ellas funciones legitimadas y remuneradas en una sociedad que acepta con agrado una vejación, una violación o la venta de un hijo, siempre y cuando lo puedas declarar ante Hacienda. Está semana arranca el juicio por la violación grupal de tres hombres a una joven, en febrero de 2019, en una nave abandonada de Sabadell. Una de las tantas violaciones grupales que cada día se producen en nuestro país contra mujeres indefensas. Unas dentro de prostíbulos y otras fuera, unas contempladas como un acto reprobable por la justicia de nuestro país y otras asumidas como un mero trabajo por gran parte de la sociedad.

La violencia contra la mujer se estructura desde el patriarcado en íntima e indivisible conjunción con las dinámicas económicas del capitalismo

Y es que en este sentido, no existe otra alternativa que la abolición de la prostitución. No hay punto de negociación posible, términos medios o grandes diatribas filosóficas que puedan entorpecer este debate. Tan solo intereses económicos ye hipócritas que piensan con la polla o con la cartera. La violación sistemática de mujeres supone en la actualidad algo más del 0,35% del PIB nacional. Quienes desde el aparente marxismo se sitúan, y quieren situar a “la izquierda”, en posiciones regulacionistas, lo hacen únicamente buscando subterfugio en intencionadas confusiones acerca de la concepción marxista del trabajo, pero esta tramposa y cínica abstracción de puteros con ínfulas intelectualoides, no debe hacernos perder de vista que no existe en el marxismo, ni tampoco en ninguna teoría que mínimamente aspire a una transformación social justa y digna para el ser humano, resquicio alguno en el que la violencia sexual y la imposición de relaciones sexuales, sin el deseo como único condicionante de las mismas, pueda ser entendido como un trabajo y no como la imposición de la explotación cruenta del cuerpo y la mente de las mujeres. No debemos perder demasiado tiempo con aquellos que hablan de trabajo sexual y dicen defender los derechos de las explotadas sexualmente, mientras que únicamente defienden los impulsos de sus braguetas y esconden bajo palabrería barata sus patriarcales demonios internos. Llamemos a los puteros por su nombre y no dejemos que sus cuentos nos hagan avanzar cara a la legalización de la violación previo pago o la sindicalización de mafias de explotadores sexuales ocultas bajo la mascarada conocida del Tío Tom. Y no, no es el abolicionismo una teoría que abandone o sancione a las mujeres prostituidas, al contrario, esta corriente feminista de lucha contra la explotación sexual se ocupa de formar, atender y acompañar a todas esas compañeras violadas, agredidas, maltratadas y comercializadas impunemente en nuestras sociedades. Los cuentos de mujeres empoderadas bajo alquiler o sexualmente satisfechas previa selección de su violador, quedan en la realidad muy lejos de la vida que marcan las calles, los prostíbulos y los pisos que en nuestras ciudades se multiplican como pequeños campos de concentración en los que su hijo, sobrino, tío, padre o amigo abusan de mujeres inocentes e indefensas fomentando una transacción económica en la que únicamente buscan su placer sexual sin importarles las víctimas del mismo. Porque sí, la prostitución es un problema que silenciosamente nos toca habitualmente a todos de cerca. Nunca amparen al victimario, al menos nunca silencien una violación.

Las imágenes de cientos de mujeres orinando en la calle durante unas fiestas populares en Galiza, han terminado en numerosas páginas porno internacionales en las que anónimos hombres de todo el mundo vacían sus bajos instintos violando la intimidad unas mujeres que han visto como para la justicia española esto no constituye delito alguno. El primer paso de la violencia contra las mujeres comienza en la cosificación: la acción de ignorar que la mujer que porta ese niño que has comprado es un ser humano, focalizarte durante una noche de fiesta en tus ganas de follar y no en la mujer a la que estás violando en un club de carretera o simplemente en dividir a todas las mujeres de tu vida en putas o parejas potenciales adecuadamente puras para tus exigencias. En esta cruenta realidad se educan hoy muchos de nuestros jóvenes que se inician su experiencia sexual en el porno y basan sus relaciones afectivas en MHYV, La Isla de las tentaciones o en las ocurrencias de cualquier Youtuber de tres al cuarto erigido en influencer y referencia moral. Admitámoslo, la niña violada, la mujer explotada, las manadas, los monstruos que a diario maltratan o asesinan a miles de compañeras en todo el mundo, son directamente fruto de un sistema que sigue considerando a las mujeres seres de segunda o en el mejor de los casos meros objetos con los que comercializar para lograr conseguir un rédito económico. Es por tanto lógico comprender que no existe revolución sin feminismo, ni podrá existir a su vez una verdadera revolución feminista sin un arduo trabajo de análisis de las abundantes disfunciones sociales del patriarcado. Disfunciones únicamente sustituibles por un sistema social capaz de estructurar un modelo de convivencia basado en la igualdad real y el respeto por todos los seres humanos. Por tanto, no existe otra alternativa que socialismo o barbarie. Es por esto que el mal llamado feminismo liberal, no se trata de otra cosa que la renegociación de tarifas por la explotación de las mujeres económicamente peor situadas. No caigamos en estas burdas trampas, comprendamos que la igualdad sexual y la igualdad de clase son ejes inseparables de una misma lucha.

Fuente e imagen: https://nuevarevolucion.es/48390-2/

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Informe de la ONU: La crisis causada por la COVID-19 en África tiene rostro de mujer

El informe, realizado con datos recogidos en 28 países de estas regiones entre septiembre y diciembre de 2020, revela que, en todos ellos, a excepción de Malaui, las mujeres eran más susceptibles de caer enfermas y menos de tener cobertura médica que los hombres.

Las peores consecuencias de la pandemia tienen rostro de mujer en el este y el sur de África, donde la COVID-19 ha exacerbado las desigualdades de género, según un estudio publicado hoy por el Fondo de Población de las Naciones Unidas (FPNU) y ONU Mujeres.

“Si bien hay impactos socioeconómicos diferenciales ligados a la pandemia para hombres y mujeres -y en algunos casos los hombres se ven más afectados- la evidencia sugiere cada vez más que la COVID-19 ha exacerbado las desigualdades existentes entre ellos”, apuntó la directora de ONU Mujeres para África Oriental y Meridional, Roberta Clarke.

El informe, realizado con datos recogidos en 28 países de estas regiones entre septiembre y diciembre de 2020, revela que, en todos ellos, a excepción de Malaui, las mujeres eran más susceptibles de caer enfermas y menos de tener cobertura médica que los hombres.

Los datos recogidos evidencian que ellas se llevaron la peor parte de la crisis causada por la pandemia en ámbitos como la atención médica infantil y maternal, los servicios relacionados con enfermedades crónicas y la salud sexual y reproductiva, incluida la planificación familiar y la prevención del VIH.

Menos acceso a la planificación familiar

Según el informe, menos del 20 % de mujeres en Mozambique y Sudáfrica tuvieron acceso a servicios de planificación familiar y salud sexual durante ese periodo como consecuencia de la COVID-19.

También la salud mental y psicosocial de las mujeres de la región se vio especialmente afectada por la emergencia sanitaria: más del 60 % en Kenia y Etiopía y más del 50 % en Mozambique, Malaui y Sudáfrica aseguraron haber sufrido “tensión mental y emocional” desde el inicio de la pandemia, según el estudio.

Asimismo, en todos los países analizados, las mujeres pasaban más tiempo que los hombres realizando trabajos de cuidados no remunerados en los hogares, a pesar de que, como ellos, sufrieron “severas reducciones” de sus ingresos.

Disminución de ingresos

El informe también arroja datos mixtos, como por ejemplo que más del 60% de mujeres y hombres en Etiopía, Kenia, Malaui, Mozambique y Sudáfrica experimentaron una pérdida total o una disminución de sus ingresos a causa de la pandemia, “agudizando las ya altas tasas de pobreza en muchos países y afianzando la desigualdad de género que hace a la mujer más susceptible de sufrir extrema pobreza”.

También los estudiantes de ambos géneros vieron gravemente afectada su educación por la crisis sanitaria, con un total de 124 millones de alumnos de la región sufriendo el cierre de sus escuelas durante entre tres y seis meses.

Etiopía fue la nación más golpeada en este sentido, con 25 millones de estudiantes afectados, seguida por Sudáfrica (15 millones), Kenia y Tanzania (14 millones cada una).

De hecho, en Uganda, Kenia, Esuatini (antigua Suazilandia) y Mozambique los centros educativos no pudieron reabrir sus aulas para todos los cursos hasta principios de 2021.

Matrimonio infantil y violencia

Esto supone “riesgos adicionales” para las niñas que, cuando dejan de estudiar por un tiempo “indefinido”, pueden enfrentarse a la mutilación genital femenina, los embarazos precoces o el matrimonio infantil.

El FPNU estima que la interrupción de iniciativas contra el matrimonio infantil conducirá a un incremento de 13 millones de casos entre 2020 y 2030 por las dificultades económicas, que obligan a las familias a aceptar las uniones a cambio de dinero; o por los embarazos adolescentes, a menudo causados por los abusos sexuales a los que las niñas se vieron expuestas por el cierre de escuelas.

La COVID-19 también ha tenido terribles consecuencias en cuanto a la violencia machista, cuyas cifras “subieron dramáticamente durante la pandemia”.

En Zimbabue, por ejemplo, el 90 % de las llamadas a teléfonos nacionales de emergencia entre marzo y mayo de 2020 estuvieron relacionadas con violencia por parte de la pareja.

“La pandemia tiene una fuerte dimensión de género, con las mujeres en la primera línea como responsables de la salud y el cuidado, experimentando a la vez el impacto en varios frentes, como su salud sexual y reproductiva”, concluyó Julitta Onabanjo, directora regional para África Oriental y Meridional del FPNU.

Fuente: https://www.el-carabobeno.com/onu-crisis-covid-africa-mujer/

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Violencias machistas en pandemia, un 25N más necesario que nunca

Por: Mara Nieto

Según la última Macroencuesta de Violencia contra la Mujer elaborada por la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género, realizada durante el 2019 sobre una muestra representativa de casi 10.000 mujeres de todo el país, una de cada dos mujeres de dieciséis o más años (en concreto un 57,3%), ha sufrido violencia machista a lo largo de su vida, y una de cada cinco (19,8%), la sufrió en el último año. Por primera vez, esta macroencuesta recoge datos de situaciones de violencia machista que han tenido lugar también fuera del ámbito de la afectividad (acoso sexual, stalking, etc.).

En la situación en la que nos encontramos actualmente, podríamos afirmar que estos datos están lejos de haber disminuido, más aún si tenemos en cuenta la situación de confinamiento que tuvo lugar los pasados meses. Durante ese periodo, se han dado una serie de factores muy determinantes para entender la grave realidad que han vivido cientos de mujeres, especialmente aquellas que sufren violencia en sus casas. En primer lugar, hemos vivido una situación de crisis, muy estresante, nueva y frustrante, lo que, como señalan muchos estudios, aumenta el nivel de irascibilidad y agresividad de los maltratadores. En segundo lugar, el aislamiento ha impedido a las mujeres salir de las situaciones de violencia, en muchos casos ni siquiera por pequeños ratos, y tampoco han podido comunicarse con libertad dentro de sus casas. Además, esto ha facilitado las estrategias de control y dominación, así como el abuso sexual, que suponen formas de violencia con graves repercusiones psicológicas en las mujeres y las niñas. Muchas adultas y también muchas menores se han visto encerradas con sus agresores bajo un mismo techo durante semanas, y no podemos obviar las consecuencias que ello puede tener para su desarrollo y su salud mental.

Cada año, la violencia machista acaba con la vida de miles de mujeres en todo el mundo. Los datos oficiales esconden una realidad que no se denuncia por miedo, por falta de medios y apoyos… En realidad, son muchas más las mujeres y niñas que la sufren, y permanecen silenciadas. Y en tiempos convulsos como los que estamos viviendo parece que esta problemática ha perdido importancia.

Durante el confinamiento, el Ministerio de Igualdad impulsó un Plan de contingencia contra la violencia de género ante la crisis de la Covid-19, con varias medidas para prevenir, controlar y minimizar las posibles consecuencias negativas en las vidas de muchas víctimas de violencia de género. A pesar de ello, queda cierta sensación de que las violencias machistas, como otras situaciones de desigualdad, han quedado relegadas a un segundo plano. Es posible que ahora el número de mujeres que no se atreven a denunciar haya aumentado, por miedo, por inseguridad, por dudar de si es un buen momento con la que está cayendo. La situación que muchas menores pueden estar viviendo en sus casas puede ser aún más delicada, teniendo en cuenta que probablemente pasan más tiempo en ellas. Las clases a distancia, el teletrabajo, las dificultades que ello implica para la conciliación, se suman a otras realidades de desigualdad y violencias que no podemos omitir, especialmente, en los centros educativos y en una fecha como el 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres.

Ahora que en los centros escolares parece que el discurso ha quedado monopolizado por las mascarillas y las medidas de seguridad y prevención sanitarias, es importante que demos un espacio para denunciar y trabajar estas desigualdades, y que no queden desatendidas. Claro que el escenario actual es grave y que sus consecuencias son insoslayables, pero no nos puede servir de excusa para no abordar otras cuestiones clave que afectan el presente y el futuro de muchas personas. Podemos seguir ayudando a muchas mujeres y niñas, podemos seguir denunciando la realidad machista que nos rodea y seguir sensibilizando a las y los más jóvenes para frenar la expansión de esta discriminación. Quizás ahora tenga más sentido que nunca. Ahora tenemos la oportunidad de situar los cuidados en el centro de nuestro quehacer educativo.

Los centros escolares son espacios privilegiados donde poner en marcha todo aquello que consideramos necesario para construir una sociedad más justa e igualitaria, también en pandemia. Si partimos de la experiencia más cercana, es más fácil que los chicos y las chicas realicen aprendizajes más significativos. Por ello, puede resultar muy revelador hablar de cómo nos sentimos en esta situación, de nuestras emociones y cómo las gestionamos, analizar cómo tratamos a quienes nos rodean en este contexto de crisis sistémica, pensar qué podemos hacer para poner nuestro granito de arena en la construcción de un mundo sin violencia, cuestionar las propias actitudes machistas y cómo nos atraviesan en nuestro día a día, en casa, en el colegio, en el transporte; y reflexionar conjuntamente sobre las consecuencias que la pandemia y el confinamiento han podido tener o están teniendo para muchas mujeres y niñas en España y en el mundo entero.

Ahora que parece que hemos tomado conciencia de lo importantes que son los servicios y las labores de cuidados en esta sociedad, y de que somos seres interdependientes, que solas no podemos y nos necesitamos para salir adelante, aprovechemos para seguir educando en esta línea.

Estamos viviendo un curso escolar extraño, anómalo y muy complicado; no dejemos que este contexto de crisis nos haga olvidar la importancia de conmemorar un día como el 25 de noviembre. No nos olvidemos de nombrar las violencias machistas, de tener presentes a todas las mujeres que han fallecido por ello y a seguir luchando por ellas, por todas nosotras, por quienes nos cuidan, por aquellas a quienes cuidamos, por quienes están creciendo y están luchando por construir un mundo sin machismo. No dejemos a un lado la lucha y el trabajo que venimos realizando año tras año, y sigamos denunciando todas y cada una de las violencias machistas que sufrimos las mujeres cada día, también en pandemia.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/11/24/violencias-machistas-en-pandemia-un-25n-mas-necesario-que-nunca/

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Una historia de violencia en la frontera entre Tailandia y Myanmar

Asia/Noviembre 2020/elpais.com

La vida de Sandar es la de miles de mujeres víctimas de malos tratos, que durante la pandemia se han intensificado. Ella, además, es inmigrante irregular, lo que impide que reciba más ayuda, y el estigma social en una cultura conservadora, la ata a su maltratador

  • Sandar (nombre ficticio) tiene 28 años. Es una emigrante birmana sin documentación que vive en Mae Sot, en la frontera entre Tailandia y Myanmar. Lleva 11 años en una relación de maltrato. Su marido le pega y abusa sexualmente de ella. La situación familiar empeoró desde el brote de covid-19. Como su marido se quedó sin trabajo, discutían constantemente por el dinero. Sandar es una de los aproximadamente 200.000 emigrantes birmanos que viven en la región de Mae Sot. Muchos de ellos carecen de documentación y trabajan en condiciones precarias. Desde que estalló la pandemia no tienen trabajo ni apoyo del Gobierno tailandés, y tampoco la posibilidad de volver a Myanmar debido al cierre de las fronteras. Según cálculos de ONU Mujeres, en algunos países los casos de violencia doméstica han aumentado un 30%. La organización califica el fenómeno de "pandemia en la sombra".
    1Sandar (nombre ficticio) tiene 28 años. Es una emigrante birmana sin documentación que vive en Mae Sot, en la frontera entre Tailandia y Myanmar. Lleva 11 años en una relación de maltrato. Su marido le pega y abusa sexualmente de ella. La situación familiar empeoró desde el brote de covid-19. Como su marido se quedó sin trabajo, discutían constantemente por el dinero. Sandar es una de los aproximadamente 200.000 emigrantes birmanos que viven en la región de Mae Sot. Muchos de ellos carecen de documentación y trabajan en condiciones precarias. Desde que estalló la pandemia no tienen trabajo ni apoyo del Gobierno tailandés, y tampoco la posibilidad de volver a Myanmar debido al cierre de las fronteras. Según cálculos de ONU Mujeres, en algunos países los casos de violencia doméstica han aumentado un 30%. La organización califica el fenómeno de «pandemia en la sombra».
  • Una vista del barrio donde vive Sandar, en las afueras de Mae Sot. Sandar procede de Mawlamiyaing, una ciudad birmana situada a 130 kilómetros de Mae Sot. La joven entró ilegalmente en Tailandia cuando tenía 15 años. La larga frontera de la zona de Mae Sot, en la que los dos países están separados solamente por un río, la convierte en el lugar perfecto para que los birmanos entren ilegalmente en Tailandia. En los últimos tiempos, las autoridades tailandesas han intensificado los controles fronterizos debido al aumento del número de casos de covid-19 en Myanmar. Mae Sot es una zona principalmente rural. Muchos emigrantes birmanos están empleados en la agricultura, y a menudo cobran menos del salario mínimo. Con ocasión del Día Internacional de la Mujer Rural el pasado 15 de octubre, ONU Mujeres subrayó este año "la urgente necesidad de fomentar la capacidad de resistencia de las mujeres rurales tras la covid-19 reforzando su bienestar y unos medios de vida sostenibles con el fin de 'reconstruir mejor".
    2Una vista del barrio donde vive Sandar, en las afueras de Mae Sot. Sandar procede de Mawlamiyaing, una ciudad birmana situada a 130 kilómetros de Mae Sot. La joven entró ilegalmente en Tailandia cuando tenía 15 años. La larga frontera de la zona de Mae Sot, en la que los dos países están separados solamente por un río, la convierte en el lugar perfecto para que los birmanos entren ilegalmente en Tailandia. En los últimos tiempos, las autoridades tailandesas han intensificado los controles fronterizos debido al aumento del número de casos de covid-19 en Myanmar. Mae Sot es una zona principalmente rural. Muchos emigrantes birmanos están empleados en la agricultura, y a menudo cobran menos del salario mínimo. Con ocasión del Día Internacional de la Mujer Rural el pasado 15 de octubre, ONU Mujeres subrayó este año «la urgente necesidad de fomentar la capacidad de resistencia de las mujeres rurales tras la covid-19 reforzando su bienestar y unos medios de vida sostenibles con el fin de ‘reconstruir mejor».
  • Los hijos de Sandar, de nueve y tres años, juegan en la calle delante de su casa. Sandar ha sufrido toda su vida malos tratos en el ámbito familiar. Su tía, que la alojó a su llegada a Tailandia, le pegaba continuamente. "Me golpeaba con cables", cuenta la joven, que nunca fue al hospital ni llamó a la policía. "No sabía a dónde ir. No hablaba tailandés. Además, mi tía me encerraba en casa, así que no podía salir". Sandar se casó a los dos años de llegar a Tailandia. Tenía 17. Según la ONU, menos del 40% de las mujeres víctimas de violencia física en el ámbito doméstico busca ayuda.
    3Los hijos de Sandar, de nueve y tres años, juegan en la calle delante de su casa. Sandar ha sufrido toda su vida malos tratos en el ámbito familiar. Su tía, que la alojó a su llegada a Tailandia, le pegaba continuamente. «Me golpeaba con cables», cuenta la joven, que nunca fue al hospital ni llamó a la policía. «No sabía a dónde ir. No hablaba tailandés. Además, mi tía me encerraba en casa, así que no podía salir». Sandar se casó a los dos años de llegar a Tailandia. Tenía 17. Según la ONU, menos del 40% de las mujeres víctimas de violencia física en el ámbito doméstico busca ayuda.

    El hijo mayor de Sandar juega con un arma de juguete. Sandar recuerda que su marido empezó a maltratarla nada más casarse. "Me pegaba y me daba patadas cuando volvía del trabajo", cuenta. "Me acusaba de que no cocinaba o no limpiaba". A raíz de la llegada de la covid-19, el hombre se volvió más violento, "sobre todo por el dinero". Antes de la pandemia tampoco había tenido trabajo fijo, pero durante el cierre perdió su empleo en una huevería. Las emigrantes birmanas en Tailandia ya formaban un grupo de alto riesgo antes de la covid-19, pero con la pandemia su vida se ha vuelto más difícil. Durante el confinamiento, las víctimas de violencia doméstica se encontraron encerradas en casa con su maltratador, con menos posibilidades de pedir ayuda, y escasos o ningún ingreso.
    4 El hijo mayor de Sandar juega con un arma de juguete. Sandar recuerda que su marido empezó a maltratarla nada más casarse. «Me pegaba y me daba patadas cuando volvía del trabajo», cuenta. «Me acusaba de que no cocinaba o no limpiaba». A raíz de la llegada de la covid-19, el hombre se volvió más violento, «sobre todo por el dinero». Antes de la pandemia tampoco había tenido trabajo fijo, pero durante el cierre perdió su empleo en una huevería. Las emigrantes birmanas en Tailandia ya formaban un grupo de alto riesgo antes de la covid-19, pero con la pandemia su vida se ha vuelto más difícil. Durante el confinamiento, las víctimas de violencia doméstica se encontraron encerradas en casa con su maltratador, con menos posibilidades de pedir ayuda, y escasos o ningún ingreso.
    El hijo pequeño de Sandar juega con un arma de juguete disfrazado de Supermán. En 2018, Sandar buscó ayuda por primera vez y se puso en contacto con las trabajadoras del Freedom Restoration Project [Proyecto Restauración de la Libertad], que ofrece refugio y apoyo a las víctimas de violencia doméstica en la región de Mae Sot. Gracias a su ayuda, varias mujeres consiguieron escapar de su situación de maltrato. Otras, como Sandar, mantienen la relación con su maltratador, pero en el centro han encontrado un espacio en el que están a salvo, al menos durante unas horas. "Las mujeres que vienen al centro son víctimas de violencia física, psicológica y sexual", explica Watcharapon 'Sia' Kukaewkasem, fundadora y directora del proyecto. "En Tailandia y en Myanmar la violencia doméstica es muy habitual. Tanto que la gente la considera normal".
    5El hijo pequeño de Sandar juega con un arma de juguete disfrazado de Supermán. En 2018, Sandar buscó ayuda por primera vez y se puso en contacto con las trabajadoras del Freedom Restoration Project [Proyecto Restauración de la Libertad], que ofrece refugio y apoyo a las víctimas de violencia doméstica en la región de Mae Sot. Gracias a su ayuda, varias mujeres consiguieron escapar de su situación de maltrato. Otras, como Sandar, mantienen la relación con su maltratador, pero en el centro han encontrado un espacio en el que están a salvo, al menos durante unas horas. «Las mujeres que vienen al centro son víctimas de violencia física, psicológica y sexual», explica Watcharapon ‘Sia’ Kukaewkasem, fundadora y directora del proyecto. «En Tailandia y en Myanmar la violencia doméstica es muy habitual. Tanto que la gente la considera normal».
    Sandar se pinta los labios antes de salir hacia el centro de detención de Mae Sot a visitar a su marido, detenido hace poco por posesión de drogas. Es la tercera vez que lo detienen. Las dos primeras fueron por consumo de drogas, pero en esta ocasión la policía le encontró varias pastillas de yaba. También conocido como "la droga de la locura", el yaba es una combinación de metanfetamina y otros estimulantes muy popular en el sudeste de Asia. Ahora que su marido está encerrado, Sandar tiene que encontrar un trabajo para alimentar a sus dos hijos. "Cuando está fuera, no quiere que trabaje", explica. Mientras su marido está detenido, ella trabaja como limpiadora o vendiendo verdura en la calle, pero no gana lo suficiente ni recibe ayuda del Gobierno tailandés. "¿Quién va a ayudarnos?", se lamenta. "No tenemos documentos". ONU Mujeres calcula que las mujeres que trabajan en la economía sumergida en Tailandia verán reducidos sus ingresos en un 80% debido a la crisis de la covid-19.
    6Sandar se pinta los labios antes de salir hacia el centro de detención de Mae Sot a visitar a su marido, detenido hace poco por posesión de drogas. Es la tercera vez que lo detienen. Las dos primeras fueron por consumo de drogas, pero en esta ocasión la policía le encontró varias pastillas de yaba. También conocido como «la droga de la locura», el yaba es una combinación de metanfetamina y otros estimulantes muy popular en el sudeste de Asia. Ahora que su marido está encerrado, Sandar tiene que encontrar un trabajo para alimentar a sus dos hijos. «Cuando está fuera, no quiere que trabaje», explica. Mientras su marido está detenido, ella trabaja como limpiadora o vendiendo verdura en la calle, pero no gana lo suficiente ni recibe ayuda del Gobierno tailandés. «¿Quién va a ayudarnos?», se lamenta. «No tenemos documentos». ONU Mujeres calcula que las mujeres que trabajan en la economía sumergida en Tailandia verán reducidos sus ingresos en un 80% debido a la crisis de la covid-19.

    Una vista de la calle desde la casa de Sandar, en las afueras de Mae Sot. En Tailandia existe una línea telefónica para denunciar la violencia doméstica. Sin embargo, hace cinco años el Gobierno pasó de destinarla a los casos de violencia contra las mujeres y los niños (así como a los de tráfico de personas, trabajo infantil y embarazo adolescente) a cualquier problema social, como señala un informe de la Fundación Henrich Böll. Según ese mismo estudio, durante el cierre de marzo y abril, el teléfono de asistencia recibió una avalancha de más de 28.000 llamadas, más del doble que en el mismo periodo del año anterior. La mayoría, sin embargo, eran quejas o consultas sobre la asistencia social y las ayudas económicas del Gobierno. Eso hizo aún más difícil para las víctimas de violencia doméstica acceder a la línea.
    7Una vista de la calle desde la casa de Sandar, en las afueras de Mae Sot. En Tailandia existe una línea telefónica para denunciar la violencia doméstica. Sin embargo, hace cinco años el Gobierno pasó de destinarla a los casos de violencia contra las mujeres y los niños (así como a los de tráfico de personas, trabajo infantil y embarazo adolescente) a cualquier problema social, como señala un informe de la Fundación Henrich Böll. Según ese mismo estudio, durante el cierre de marzo y abril, el teléfono de asistencia recibió una avalancha de más de 28.000 llamadas, más del doble que en el mismo periodo del año anterior. La mayoría, sin embargo, eran quejas o consultas sobre la asistencia social y las ayudas económicas del Gobierno. Eso hizo aún más difícil para las víctimas de violencia doméstica acceder a la línea.
    Sandar lava verduras en su casa antes de cocinarlas. Tiene que preparar la comida para su marido y llevársela al centro de detención. Confiesa que se siente incapaz de divorciarse. Teme la estigmatización social, que en una comunidad musulmana conservadora puede ser fuerte. "Pienso en mis hijos", se justifica. "A lo mejor, después de dejarlo tendría otro marido. Entonces la gente diría que tengo dos maridos y que los niños deberían estar con su madre y con su padre". Según un informe de la Fundación Heinrich Böll, en Tailandia las actitudes sociales constituyen un obstáculo importante para que las mujeres denuncien la violencia. Como en muchos países del mundo, a menudo la violencia doméstica se considera un asunto privado y es habitual pensar que la culpa es de la víctima, y no del maltratador. Para algunas mujeres, reconocer el maltrato equivale a reconocer que han fracasado en su matrimonio.
    8Sandar lava verduras en su casa antes de cocinarlas. Tiene que preparar la comida para su marido y llevársela al centro de detención. Confiesa que se siente incapaz de divorciarse. Teme la estigmatización social, que en una comunidad musulmana conservadora puede ser fuerte. «Pienso en mis hijos», se justifica. «A lo mejor, después de dejarlo tendría otro marido. Entonces la gente diría que tengo dos maridos y que los niños deberían estar con su madre y con su padre». Según un informe de la Fundación Heinrich Böll, en Tailandia las actitudes sociales constituyen un obstáculo importante para que las mujeres denuncien la violencia. Como en muchos países del mundo, a menudo la violencia doméstica se considera un asunto privado y es habitual pensar que la culpa es de la víctima, y no del maltratador. Para algunas mujeres, reconocer el maltrato equivale a reconocer que han fracasado en su matrimonio.
    Sandar monta en bicicleta con su hijo pequeño disfrazado de Superman. Se dirigen al centro de detención de Mae Sot a visitar al marido apresado por posesión de drogas.
    9 Sandar monta en bicicleta con su hijo pequeño disfrazado de Superman. Se dirigen al centro de detención de Mae Sot a visitar al marido apresado por posesión de drogas.
    Sandar pone 'thanaka' a su hijo menor en la cara antes de salir. El 'thanaka' es una pasta cosmética de color blanco amarillento hecha a base de corteza molida que las mujeres birmanas suelen emplear para suavizar la piel y protegerla del sol.
    10Sandar pone ‘thanaka’ a su hijo menor en la cara antes de salir. El ‘thanaka’ es una pasta cosmética de color blanco amarillento hecha a base de corteza molida que las mujeres birmanas suelen emplear para suavizar la piel y protegerla del sol.
    El hijo mayor de Sandar, de nueve años, corre por un campo cercano a su casa, en las afueras de Mae Sot. El niño se queda en casa mientras su madre y su hermano menor van al centro de detención. El Proyecto Restauración de la Libertad organiza clases de crianza para enseñar métodos educativos alternativos a las víctimas de violencia doméstica. "Les enseñamos que hay otras maneras [de educar a los hijos] que no son gritar y pegar", explica Watcharapon 'Sia' Kukaewkasem, fundadora y directora del proyecto. "Cuando hablamos de violencia doméstica no nos referimos solo a la que ejerce la pareja, sino también a la de los padres contra los hijos. [...] Intentamos prevenirla".
    11El hijo mayor de Sandar, de nueve años, corre por un campo cercano a su casa, en las afueras de Mae Sot. El niño se queda en casa mientras su madre y su hermano menor van al centro de detención. El Proyecto Restauración de la Libertad organiza clases de crianza para enseñar métodos educativos alternativos a las víctimas de violencia doméstica. «Les enseñamos que hay otras maneras [de educar a los hijos] que no son gritar y pegar», explica Watcharapon ‘Sia’ Kukaewkasem, fundadora y directora del proyecto. «Cuando hablamos de violencia doméstica no nos referimos solo a la que ejerce la pareja, sino también a la de los padres contra los hijos. […] Intentamos prevenirla»El hijo pequeño de Sandar, de tres años, espera a su madre sentado en la bicicleta vestido con un traje de Superman. Van al centro de detención de Mae Sot a visitar a su padre. "Me gustaría que mis hijos no tuviesen que trabajar tanto como yo", dice Sandar. "Me gustaría que estudiasen y fuesen médicos o contables".
    12El hijo pequeño de Sandar, de tres años, espera a su madre sentado en la bicicleta vestido con un traje de Superman. Van al centro de detención de Mae Sot a visitar a su padre. «Me gustaría que mis hijos no tuviesen que trabajar tanto como yo», dice Sandar. «Me gustaría que estudiasen y fuesen médicos o contables».

    Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/elpais/2020/10/26/album/1603717461_363685.html#foto_gal_7

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Entrevista a Luz Maceira Ochoa: «Se trata de cómo nos queremos recordar, de cómo queremos que crezca la siguiente generación»

Entrevista/Octubre 2020/rebelion.org

Entrevista a Luz Maceira Ochoa, co-coordinadora del Grupo regional de América Latina de la Memory Studies Association e integrante del Grupo de Trabajo sobre Género y Memoria del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales.

 

Todo lo que recordamos, pero también lo que olvidamos, forma parte de la memoria social. Lo explica Luz Maceira Ochoa al otro lado del teléfono desde Santiago de Chile. Allí ha colaborado en el área de Memoria y Feminismo del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos del país. Antes, trabajó y colaboró con organizaciones civiles, instancias gubernamentales e instituciones académicas de Guadalajara, México y el País Vasco. Ahora es co-coordinadora del Grupo regional de América Latina de la Memory Studies Association e integrante del Grupo de Trabajo sobre Género y Memoria del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Este jueves participa junto a varias expertas en unas jornadas sobre la memoria de mujeres víctimas y sobrevivientes de violencia machista que Mugarik Gabe organiza en Bilbao.

¿Qué son los procesos de memoria social?

Son procesos que ayudan a que la sociedad tenga una idea de continuidad. Y digo idea porque la memoria no es lo que hace que haya una continuidad pero sí ofrece una idea de permanencia a lo largo del tiempo: permite ver en qué hemos cambiado, en qué hemos mejorado o trasladar que siempre hemos sido así. Por ejemplo, hace algunas décadas, cuando se comenzó a formar la Unión Europea y se quería consolidar la idea de que somos europeas y europeos y siempre lo hemos sido, se empezó a invertir mucho dinero en excavaciones de ruinas romanas, en museos arqueológicos. A través de ese pasado, de unos hechos históricos, se quería decir algo como que siempre hemos compartido una identidad común.

¿Qué relación tienen con la violencia?

Hay momento en que las sociedades priorizan ciertas formas de memoria y ciertos recuerdos. Lo que ha pasado en los últimos años en el Estado español con el Franquismo, el Valle de los Caídos, los nombres de las calles… esas luchas por la memoria tienen que ver con que estamos considerando qué es lo que vale la pena consolidar, cuáles son nuestros referentes. Nos preguntamos: ¿quién va a estar allí como seña de identidad? ¿Qué cosas hizo? ¿Qué valores representa?

En Chile, hasta que no hubo un informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, nadie había reconocido oficialmente que había habido violaciones de los derechos humanos. El informe hace que tengamos elementos para asegurar que sucedió y, en este caso, que no queremos que se repita nunca más. Evidencia que hay gente que merece un proceso de reparación y que tenemos que mirarnos al espejo como sociedad para pensar qué hacemos con este pasado. Cómo lo elaboramos, cómo lo procesamos y cómo hacemos algo mejor de nosotros mismos a partir de unos hechos que no queremos que se repitan.

Respecto a las cuestiones de género, hubo varios años en los que el foco estuvo en reconocer a las víctimas. Yo creo que es muy importante pero las mujeres dijeron que ya basta de recordarnos solamente como víctimas. Sí, somos víctimas, pero también hemos sido agentes.

Ha ocurrido lo mismo con la comunidad afrodescendiente. Han sido esclavos, explotados, violados… pero no solo: también tuvieron grupos de resistencia. Se trata de cómo nos queremos recordar, cómo queremos que crezca la siguiente generación; con qué significados y qué valores.

¿Qué debe garantizar un proceso de reparación en términos de violencia machista?

Depende mucho del contexto social y cultural. En términos generales, cuando se habla de procesos de memoria y de reconciliación, se habla de reparaciones materiales y de reparaciones simbólicas. Las primeras tienen que ver con que la víctima tenga acceso a oportunidades que tengan que ver con el apoyo mental, socioeconómico o educativo para que puedan rehacer su vida. Siempre se dice que el daño no es reparable, pero, ¿qué podemos hacer para que esta persona tenga las mejores condiciones para poder seguir adelante? De eso se trata.

La reparación simbólica se refiere a recuperar la dignidad y reconocer los elementos de discriminación que la han llevado a esa situación. En estos procesos se usa mucho la palabra dignificar. A mí me cuesta porque yo creo que las personas somos dignas siempre y que nadie te dignifica. Esta reparación también tiene que ver con que la sociedad tenga espacios de duelo en los que pueda elaborar ese sufrimiento: para honrar a las víctimas, procesar lo que pasó y posicionarse conjuntamente.

Un ejemplo es que lo que ocurrió tras la masacre en la Escuela Politécnica de Montreal en 1989. Un alumno pidió a los alumnos varones y al profesor que salieran de una clase y asesinó a varias alumnas. Después se suicidó y en la nota explicó que lo hacía porque eran mujeres, feministas y no deberían estar ahí. A raíz de lo ocurrido, la Universidad y las familias habilitaron un espacio; un lugar al que ir a llorar las vidas de estas mujeres. Un espacio de duelo desde el que ahora dan comienzo muchas manifestaciones contra la violencia de género. Además, se implementaron medidas de prohibición de venta y control de armas y acciones para que cada vez más mujeres entraran en carreras científicas y de ingeniería. Se trata de prevenir que algo así vuelva a suceder. Para eso, tiene que haber políticas acordes.

Otros casos que conozco no han tenido derivas tan grandes, pero se trata de posicionarse. Normalmente, las reparaciones suelen consistir en que el Estado pida disculpas.

¿Cómo valoras la sentencia que condena al Ministerio de Interior y responsabiliza al Estado por el feminicidio de una mujer en Sevilla, que hemos conocido recientemente? ¿Se trata de un mecanismo de reparación?

Es un gran logro, aunque vamos muy despacio. Eso sí, cada vez estamos construyendo más soportes para que este tipo de sentencias sean cada vez más frecuentes y tengan más patas. Ahora es una sentencia, pero más adelante puede venir una sentencia que a la vez establezca medidas de acción.

En Chile, hubo un centro de tortura en el que se cometía, específicamente, violencia sexual contra mujeres. Desde hace unos cuatro años, hay un agrupación de mujeres sobrevivientes que pasaron por aquel centro y que están organizadas y luchando no solo por recuperar ese sitio como lugar de memoria, por ejemplo, con una placa, sino que se reconozca lo que allí ocurrió y sirva como punto de referencia para reconocer que, de todas las torturas que hubo, se dio una violencia sexual dirigida contra las mujeres. Que se reconozca así el sesgo de género de la violencia política y el terrorismo de Estado y que se avance en la lucha contra todos los tipos de violencia de género.

Para mí es un ejemplo muy lindo porque significa que estamos empezando a hacer memoria de nuestros avances.

¿Crees que la denominación de víctima tiene connotaciones negativas para las mujeres que han sobrevivido a algún tipo de violencia machista?

Yo defiendo la idea de hablar de víctima por distintas razones. La primera y la fundamental es jurídica. En términos de leyes, las que tienen derecho a reparación son las víctimas. Las leyes son para reparar a las víctimas de los agravios que han sufrido. Es importante reconocerse víctima de una agresión para poder denunciarla y desde ahí pode tener acceso a una reparación.

Durante un tiempo, yo solo vi la noción de víctima desde el ángulo feminista, pero me gusta problematizarla desde otro lugar, justamente para dejar claro que ser víctima es un estado temporal, pero no es una identidad ni una esencia ni un rol. Sobre todo, no es el único rol o el único lugar desde el que esa persona se mueve.

Está muy instalado que la víctima se queda víctima para toda la vida. Que nunca va a poder levantarse y organizarse. Pero las mujeres han demostrado que haber sufrido violencia no invalida la capacidad de resistencia, de organización o de movilización. Fuiste víctima en un momento, pero no es algo eterno.

Fuente: https://rebelion.org/se-trata-de-como-nos-queremos-recordar-de-como-queremos-que-crezca-la-siguiente-generacion/

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Estudio. Macroencuesta de violencia contra la mujer: datos, experiencias y violencia revelada

Imagina que eres una de las mujeres seleccionadas para ser entrevistada para la Macroencuesta de violencia contra la mujer. Imagina que formas parte de ese 57,3% de mujeres que, en esta última edición de la encuesta, ha declarado haber sufrido algún tipo de violencia por el hecho de ser mujer en algún momento de su vida (si lo ponemos en números, el 57,3% de las mujeres serían aproximadamente unos 11.688.411 de mujeres).

Imagina que formas parte del 1,4% que ha sufrido violencia sexual en los últimos 4 años (en cifras estimadas serían unas 285.823 mujeres). Imagina que eres como ese 49% de mujeres que en la última macroencuesta han identificado al agresor con un amigo o conocido (frente al 21,6% que ha dicho que el agresor fue un hombre de su familia y un 39,1% que ha declarado que fue un desconocido).

Imagina que NO formas parte de ese 8% de mujeres que sí han denunciado la violencia sexual sufrida. Imagina que si te preguntaran, “¿por qué no denunciaste?”, tu respuesta podría ser: “por vergüenza, apuro, no quería que nadie lo supiera” o “porque piensas y/o pensaste en ese momento que la culpa era tuya” o “por temor a que no te creyeran”.

Imagina que nunca se lo contaste a nadie. O quizás sí. Quizás se lo contaste a una amiga, o a dos. Puede que alguna de tus amigas te dijera: “a mí también. Pero no lo había contado”. Y ahí se quedaron vuestras historias. En la intimidad de vuestro círculo de mujeres.

Cuando se habla de datos de violencia machista, se asume que no estamos conociendo toda la violencia que realmente existe. Sabemos que se producen muchas más agresiones machistas de las que se recogen en la macroencuesta de violencia contra la mujer o en otras estadísticas y estudios similares.

Solemos hablar de que solo vemos “la punta del iceberg” de la violencia contra las mujeres. Como se viene indicando desde el año 2015 en la propia introducción al informe de la macroencuesta –pero también en otras encuestas como la Encuesta europea de violencia contra la mujer– esto se debe a que a través de las encuestas solo extraemos la “violencia revelada”: “es decir, las experiencias de violencia que las personas encuestadas, en este caso las mujeres residentes en España de 16 o más años, deciden compartir durante las entrevistas”.

Hay muchas cuestiones de carácter general a las que podemos seguir responsabilizando de que la violencia machista siga siendo uno de los problemas sociales más graves que tenemos en la actualidad. Pero en este artículo queremos centrarnos en una cuestión concreta, de carácter metodológico, que sí hace bien su papel a la hora de medir y visibilizar la prevalencia – este concepto tan familiar ahora en tiempos de pandemia – de la violencia machista hoy día.

Pocas veces se habla de cómo se administran las encuestas – esto es, cómo se hacen las encuestas a las personas seleccionadas que van a formar parte de la muestra-. Sin embargo, es necesario destacar que la Macroencuesta de violencia contra la mujer, desde su edición del  año 2015, toma como referencia las Directrices para la producción de estadísticas de violencia contra la mujer elaboradas por la División de Estadística de las Naciones Unidas en cuestiones tan relevantes como la administración del cuestionario.

En la introducción del documento de resultados de la Macroencuesta, tanto de 2015 como la de 2019 – publicada en septiembre de 2020- , se explica que “la forma de realizar las entrevistas puede producir diferencias importantes en esta violencia revelada”. Por este motivo, la Macroencuesta, siguiendo los estándares internacionales, se lleva a cabo de forma presencial – en el caso de esta última encuesta, el trabajo de campo se hizo durante el 2019- por un equipo formado específicamente en violencia machista e incluyendo técnicas que faciliten el proceso de recogida de información como es el uso de tarjetas para aquellas preguntas más complejas e íntimas.

Como tuvimos la oportunidad de explicar en el “Análisis desde una Perspectiva Feminista Interseccional de la 2ª edición de la Encuesta de Violencia Machista en Cataluña” – proyecto en el que trabajamos la diseñadora Ester Serraz y yo como investigadora, en colaboración con el equipo del Observatori de la Igualtat de Gènere del Institut de Catalá de les Dones – : “para recoger información sobre la violencia contra las mujeres hay que tomar la perspectiva de las propias mujeres y poner en primer lugar la experiencia subjetiva de vivir este tipo de violencias”.

Las encuestas llamadas de “victimización”, como la Macroencuesta, no son solo una invitación a responder preguntas, si no una petición para que se compartan etas experiencias en un contexto que las mujeres pueden sentir como artificial y poco cercano.

Por eso, para garantizar el bienestar y la seguridad de las mujeres encuestadas en primer lugar y, en segundo lugar, para optimizar al máximo la recogida de información sobre violencias vividas, es necesario preparar con cuidado, la forma en la que se van a hacer las preguntas por parte de “un equipo especializado que pueda hacer de la recogida de la información una situación en la que las mujeres se sientan cómodas para contestar a las preguntas y compartir sus experiencias en un contexto profesional de confianza e intimidad”.

Tener en cuenta estas medidas a la hora de diseñar el cuestionario y su administración no solo va a tener un impacto directo en el volumen y calidad de la información recogida sino también va a impactar en la experiencia vivida por la propia mujer encuestada y, con toda seguridad, en la experiencia de las encuestadoras encargadas de hacer las preguntas.

Porque al final, de lo que se trata con una encuesta con las características y el alcance de la Macroencuesta de violencia contra la mujer, es de explorar y comprender al máximo posible la realidad de la violencia machista para poder diseñar políticas y actuaciones efectivas que sigan contribuyendo a erradicar las violencias que seguimos sufriendo las mujeres, por el hecho de ser mujeres.

Fuente: https://rebelion.org/macroencuesta-de-violencia-contra-la-mujer-datos-experiencias-y-violencia-revelada/

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La Federación Plataforma Trans, indignada por un nuevo crimen de violencia machista

Por: Tercera Información

En lo que llevamos de 2020, el número de víctimas de violencia machista asciende a 32 y en menos de un año este constituye el segundo feminicidio de una mujer trans en Asturias.

En la noche del pasado sábado se conocía la noticia del asesinato de Susana, mujer trans de 61 años y residente en Oviedo a manos de un hombre, presuntamente su pareja que ya se encuentra detenido.

Según ha declarado un portavoz policial, los primeros indicios apuntan a un crimen de violencia machista.

En lo que llevamos de 2020, el número de víctimas de violencia machista asciende a 32 y en menos de un año este constituye el segundo feminicidio de una mujer trans en Asturias, por lo que desde la Federación Plataforma Trans consideran imprescindible abordar desde el sistema educativo, con una asignatura de obligado cumplimiento en el respeto a la igualdad de género y la diversidad sexual para acabar con la lacra de las violencias machistas y contra los discursos de odio hacia la diversidad sexual y en concreto hacia las mujeres trans.

En esta misma línea la federación lleva años trabajando y reclamando de manera urgente un marco legislativo estatal que dé protección y reconocimiento en derechos a las personas trans a través de la Ley Trans Estatal que ya fue registrada en 2018 y nunca terminó de arrancar en la pasada legislatura y en la actual se vive una situación de «inmovilismo» con respecto a ella.

“Los discursos negacionistas de la violencia de género por parte de la ultraderecha y los sectores ultra conservadores están suponiendo un aumento de esta, pero no podemos obviar que también el discurso negacionista de la identidad de las personas trans y con mucha más virulencia de las mujeres trans por parte del sector ‘feminista trans excluyente’ (TERF) y su influencia e intoxicación, está provocando un aumento en el odio hacia las personas trans que se traduce, después, en agresiones en las calles, escuelas, lugares de trabajo, en distintas formas y niveles de violencia”, declara la presidenta de la Plataforma Trans, Mar Cambrollé.

“Las mujeres trans sufrimos las mismas violencias que las mujeres que no son trans, nos asesinan igual, pero además se suman más componentes de odio y menos protección ante estas violencias que la impunidad está normalizando,  por eso es necesario que aparezca la voluntad política para, con valentía, generar ese marco legislativo con la Ley Trans y frenar esta situación sangrante que vivimos las personas trans para quienes todavía después de 42 años la democracia no ha llegado”, concluye Cambrollé.

Fuente  e Imagen: https://www.tercerainformacion.es/articulo/actualidad/14/09/2020/la-federacion-plataforma-trans-indignada-por-un-nuevo-crimen-de-violencia-machista/

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