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España: Violencia sexual en la universidad, entre el silencio institucional y la lucha por espacios seguros

Laura de Grado Alonso | Madrid 

En las paredes de los campus universitarios, en los baños y las redes sociales se leen mensajes que señalan lo que muchos callan: «Todas sabemos», una frase que hace referencia al atronador silencio institucional sobre casos de violencia sexual en el ámbito académico y universitario y que, cuando alguna alumna o docente se atreve a denunciar, debe enfrentarse a represalias, sentimiento de culpa, falta de apoyo institucional e inacción de las universidades.

La frase «Todas sabemos» escrita en un muro de la Universidad de Coimbra en referencia al acoso sexual ejercido por el sociólogo Boaventura de Sousa Santos, resonó como un grito colectivo frente al silencio institucional sobre casos de violencia sexual en el ámbito académico. Lo mismo sucede en España, donde las pintadas, los hilos en x (Twitter), las publicaciones en redes sociales y los puntos violeta se han convertido en los principales mecanismos de denuncia y resistencia ante el acoso sexual y la violencia de género en las universidades. Sin embargo, lo que sale a la luz es solo una mínima parte de lo que ocurre.

El miedo a las represalias, los sentimientos de culpa, la falta de apoyo institucional y la inacción de las universidades son las barreras que las víctimas deben enfrentar para denunciar estos abusos, según han explicado a Efeminista las investigadoras de la Universidad de Deusto Marie Curie, y de California (Berkeley), Ana Vidu, y la investigadora y experta en Estudios Feministas y de Género, Paula Martín.

Vidu, quien fue víctima de acoso sexual por parte del catedrático Jesús de Miguel Rodríguez en la Universidad de Barcelona, describe la universidad como una «estructura jerárquica feudal» donde el poder se concentra y el pacto de silencio protege a los agresores. Su caso, denunciado en 2011, fue desestimado inicialmente por la Comisión de Igualdad. Solo cuando la Universidad de Harvard, involucrada por la firma del agresor en correos electrónicos, pidió explicaciones, se reabrió la investigación. A ella se sumaron otras 13 víctimas.

Obstáculos y represalias tras la denuncia

Para Vidu esta falta de acción envía un mensaje devastador: «En estos entornos, cuesta denunciar porque las víctimas no tienen poder y enfrentan el miedo a represalias. Este miedo no es imaginario; es real y está respaldado por lo que ocurre a quienes se atreven a alzar la voz».

«Las represalias fueron claras: la gente me dejó de hablar y pasé de ser la mejor estudiante de mi grado a ser la más criticada en el máster y con peores notas. Esto envía un mensaje demoledor a otras víctimas: hablar tiene consecuencias», afirma Vidu. Además, subraya que estas consecuencias no solo afectan a quienes denuncian, sino también a las personas que las apoyan.

Su experiencia no es un caso aislado. La encuesta UniSAFE de 2022, que recibió más de 42.000 respuestas de estudiantes y personal de 46 universidades europeas, reveló que el 31 % de las personas ha sufrido acoso sexual y que el 62 % había experimentado al menos una forma de violencia sexual en las instalaciones del campus.

Sin embargo, el 91 % de las víctimas de acoso en entornos universitarios no denuncia, según un estudio de la Universidad de Barcelona realizado en 2016.

Desde la primera denuncia hasta hoy

Desde la primera denuncia en 1995, cuando el profesor Ramón Flecha, a petición de una estudiante, presentó ante la universidad una denuncia oficial por acoso sexual reincidente de un profesor contra varias alumnas y solicitó la creación de protocolos específicos para prevenirlo, los casos de agresión sexual han seguido ocurriendo.

Un ejemplo reciente lo encontramos en la Universidad Autónoma de Barcelona, donde el Tribunal Supremo confirmó la condena de un catedrático de Física, Àlvar Sánchez, a un año y medio de prisión y nueve años de inhabilitación por acosar sexualmente a una doctoranda durante dos años.

Otro caso sonado sucedió en la Universidad Carlos III de Madrid, donde el enfermero S.B. fue detenido en 2021 por la Policía Nacional por grabar a más de 200 mujeres desnudas, todas pacientes de la universidad. El enfermero, que realizaba reconocimientos médicos en el campus de Getafe, filmaba a las mujeres sin su consentimiento.

En paralelo, en las redes sociales, el impacto de estos casos también se ve reflejado en testimonios públicos como los recogidos por la cuenta de Instagram @nomasvictimas_universidades o el hilo de X de María Sánchez, quien denunció los abusos sexuales sufridos hace más de una década por parte de un profesor de la Facultad de Ciencias Ambientales de la Universidad de Valencia.

Incumplimiento de protocolos

La Ley de Convivencia Universitaria, aprobada en 2022, se presentó como un paso decisivo para erradicar el acoso y la violencia sexual en los campus universitarios. La normativa exige a todas las universidades públicas y privadas implementar protocolos específicos que promuevan la eliminación de cualquier forma de violencia, discriminación o acoso, con principios claros como la confidencialidad, la imparcialidad y la protección de las víctimas.

Sin embargo, a casi dos años de su entrada en vigor, el cumplimiento efectivo de la normativa presenta desafíos significativos. Según un estudio de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE)41 de las 43 universidades participantes en la encuesta cuentan con protocolos frente al acoso sexual, aunque en el 42 % de los casos estos están integrados en medidas contra el acoso laboral, lo que diluye su especificidad.

Más preocupante aún es que de las 89 universidades activas en el curso 2022-2023, según datos de la Estadística de Universidades, Centros y Titulaciones (EUCT), 46 no participaron en la encuesta, dejando sin información a más de la mitad del sistema universitario español.

Entre las universidades con datos disponibles, el 35 % reporta haber recibido más de 10 solicitudes de actuación en el último año. Sin embargo, un 20 % no registró ninguna, lo que podría indicar la persistencia del silencio o la falta de confianza en los mecanismos institucionales

En este contexto, Ana Vidu advierte con contundencia: «Lo que está claro es que vamos a ver más denuncias en el futuro, y algunas de ellas serán claves. Creo que lo que nunca hemos tenido en España, y que pronto vamos a tener, es una denuncia a una universidad por no cumplir sus propios protocolos y mecanismos para apoyar a las víctimas».

«Escuchar, creer, apoyar»

En este contexto de inacción institucional, han surgido redes informales y colectivos feministas que desempeñan un papel crucial en el acompañamiento de las víctimas. El proyecto UnisWithHeart, liderado por Ana Vidu, es una de estas iniciativas. Esta iniciativa nació a partir de su experiencia personal y de su investigación sobre cómo funcionan los mecanismos formales e informales en las universidades.

«Descubrimos que una víctima tiene más posibilidades de denunciar si cuenta con redes de solidaridad. Denunciar no es un evento aislado, sino un proceso largo que puede durar años. Sin apoyo, es difícil mantener la fuerza necesaria para atravesarlo», explica.

E insiste en que «las redes de solidaridad no solo respaldan a las víctimas, sino que también generan cambios estructurales en las universidades«.

«Escuchar, creer, apoyar» son para ella los pilares de estas redes que «han demostrado ser efectivas no solo para acompañar a las víctimas, sino también para presionar a las universidades a mejorar sus protocolos».

En la Universidad Complutense de Madrid, el Punto Violeta del campus de Somosaguas se creó en 2018 tras una serie de denuncias de acoso por parte de docentes.

Puntos violeta y redes de apoyo frente a la violencia

La investigadora Paula Martín, una de sus fundadoras, recuerda cómo surgió la iniciativa ante la percepción de que el protocolo institucional no estaba funcionando: «Vimos que las chicas que sufrían acoso, incluso si denunciaban, no recibían acompañamiento. Muchas veces ni siquiera sabían en qué punto estaba su procedimiento. Nos dimos cuenta de que era necesario crear un espacio que también apoyara a quienes no querían denunciar, que son la mayoría».

El trabajo del Punto Violeta no se limita al acompañamiento emocional, sino que también busca educar y sensibilizar a la comunidad universitaria. Martín subraya que muchas víctimas no etiquetan sus experiencias como acoso, lo que refleja la necesidad de una mayor concienciación. Su estudio sobre el acoso sexual en el campus de Somosaguas evidencio que existe una brecha considerable entre la percepción y la existencia de la violencia: solo un 6,5 % declaró haber sufrido acoso frente al 39,4 % de las personas había vivido situaciones constitutivas de acoso sin identificarlas como tales.

La denuncia no siempre es el camino adecuado para todas las víctimas, asegura la investigadora. Según Martín, muchas personas deciden no denunciar debido al agotamiento emocional que supone enfrentarse a procedimientos largos y a menudo infructuosos.

«Desgraciadamente, los protocolos actuales no garantizan apoyo suficiente, y en muchos casos, las resoluciones no son favorables para las víctimas. Esto refuerza la idea de que denunciar no merece la pena», afirma.

Por ello, el enfoque del Punto Violeta se centra en escuchar y respetar los tiempos y deseos de cada persona. Martín explica que el acompañamiento no debe ser impositivo: «A menudo pensamos que lo mejor es denunciar, pero no siempre es así. Hay que respetar los límites de cada persona y entender que su bienestar emocional es la prioridad».

¿Cómo evitar la violencia sexual en la universidad?

Vidu y Martín coinciden en que para abordar la violencia sexual en las universidades, no basta con implementar protocolos. Es necesario un cambio estructural que involucre a toda la comunidad universitaria, desde el alumnado hasta el profesorado y los equipos directivos.

Según Vidu, la clave está en combinar medidas institucionales con el fortalecimiento de las redes informales. Esto incluye un claro compromiso y posicionamiento por parte de la universidad que pase por implementar formaciones obligatoria para toda la comunidad, formalizar espacios como los puntos violeta y establecer conexiones sólidas entre las universidades y las organizaciones sociales que trabajan en la lucha contra la violencia machista.

Violencia sexual en la universidad: entre el silencio institucional y la lucha por espacios seguros

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UNICEF alerta sobre el aumento de violencia sexual contra niños y niñas en Haití

Informe revela alarmante aumento de violencia sexual contra menores de edad en Haití

Las denuncias por violencia sexual contra menores de edad en Haití han aumentado un alarmante 1.000 % en lo que va de 2024, revelando la magnitud de la “catástrofe humanitaria” que enfrenta el país, según informó el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).

En un informe presentado ante el Consejo Económico y Social de la ONU, la directora ejecutiva de Unicef, Catherine Russell, destacó que los grupos armados están abusando de los niños de manera “recurrente”, y sus acciones incluyen asesinatos o mutilaciones.

Each day, Haitians endure some of the worst abuses, and threats to their lives that we are seeing anywhere in the world.

Russell calificó estos hechos como una “aberración” y el “colmo del horror”, y señaló que las bandas paramilitares han comenzado a reclutar menores para aumentar sus filas. Se estima que hasta el 50 % de los integrantes de estas pandillas son niños y adolescentes, lo que representa un incremento del 70 % en la captación de este grupo vulnerable durante el último año.

“Se les utiliza como informadores, cocineros y esclavos sexuales, y se les obliga a perpetrar actos violentos”, afirmó Russell, quien hizo un llamado a la comunidad internacional para que preste más atención a la población haitiana, que “ha sufrido demasiado” y “durante demasiado tiempo”.

Según estimaciones de la ONU, de las 5,5 millones de personas que requieren ayuda humanitaria en Haití, tres millones son niños, quienes representan cerca de la mitad de los más de 700.000 desplazados internos. La situación se agrava aún más debido a que las organizaciones humanitarias enfrentan serias dificultades para llevar a cabo su labor a causa de la violencia, que afecta directamente a 2,7 millones de personas.

La comunidad internacional se enfrenta a un urgente llamado a la acción para abordar esta crisis humanitaria y proteger a los más vulnerables en Haití.

TELESUR

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La violencia sexual y el matrimonio infantil interrumpen la educación de las niñas en países en conflicto

Laura de Grado 

Más del 52 % de niñas, niños y jóvenes en países en conflicto han visto interrumpida su educación, enfrentándose a una media de uno a dos años sin escolarización debido a la violencia, el desplazamiento y la destrucción de infraestructuras educativas. Y las niñas, además, son víctimas de matrimonio infantil y violencia sexual, lo que agrava su vulnerabilidad y dificulta aún más su retorno a las aulas.

Esta es una de las conclusiones que expone el informe Seguimos soñando: Niñas y jóvenes en situaciones de conflicto, elaborado por la ONG Plan International, en el Día Internacional de la Niña.

La organización, que trabaja para garantizar los derechos de la infancia y promover la igualdad de género, ha recopilado datos a partir de 9.995 encuestas realizadas a niñas, niños y jóvenes de entre 15 y 24 años en 10 países en conflicto.

Camerún, Colombia, Etiopía, Líbano y Ucrania son algunos de los países incluidos en este estudio que pone de relieve cómo el género y la edad determinan las experiencias de la juventud en situaciones de violencia armada. Además, se realizaron 104 entrevistas en profundidad que arrojan luz sobre las vivencias personales de muchas de estas jóvenes.

1 de cada 4 niñas vive con miedo a la violencia sexual

Uno de los hallazgos más preocupantes del informe es el alto porcentaje de niñas que viven con miedo constante a la violencia sexual. Un 27 % de las niñas encuestadas expresó su temor frente a este tipo de agresión, una cifra significativamente mayor que el 17 % de los niños.

La violencia sexual, utilizada como arma de guerra en muchas de estas regiones, tiene consecuencias devastadoras no solo físicas, sino también emocionales y sociales. Muchas de las niñas que han sobrevivido a violaciones enfrentan embarazos no deseados y son estigmatizadas por sus propias comunidades, lo que las aísla y limita aún más sus oportunidades de educación y desarrollo personal.

A esto se suma el matrimonio infantil, un problema que afecta gravemente a las niñas en zonas de conflicto. Ante la falta de recursos, las familias recurren al matrimonio temprano como una supuesta forma de protección para sus hijas o como una estrategia para reducir el número de bocas que alimentar. Sin embargo, esta práctica corta de raíz las posibilidades educativas y perpetúa la desigualdad de género, ya que las niñas, ahora esposas y madres, deben asumir responsabilidades adultas a una edad en la que deberían estar en las aulas.

Sin acceso a agua, alimentos o electricidad

La interrupción de la educación en estos contextos no se debe solo a la violencia directa o a la destrucción de infraestructuras, sino también a la falta de acceso a recursos básicos.

Según el informe, el 44 % de las niñas, niños y jóvenes no tienen acceso adecuado a alimentos, el 59 % enfrenta problemas para obtener electricidad, y el 41 % carece de acceso a agua potable. Estas carencias afectan desproporcionadamente a las niñas, quienes, debido a la desigualdad de género, encuentran más obstáculos para acceder a estos recursos esenciales.

Además, el 46 % de las y los jóvenes entrevistadas reportaron no haber recibido ninguna ayuda humanitaria, lo que agrava la situación y retrasa aún más la posibilidad de volver a la escuela.

El impacto emocional de la violencia

El informe destaca que tanto niñas como niños sufren altos niveles de estrés, ansiedad y trastornos del sueño debido a la violencia.

Sin embargo, son las niñas quienes reportan mayores niveles de angustia por su constante exposición a la violencia sexual y las limitadas oportunidades para acceder a servicios de salud mental o sexual y reproductiva. Un 58 % de las niñas encuestadas vive con preocupaciones constantes, mientras que en el caso de los niños esta cifra es del 49 %.

La ONG ha hecho un llamado a la comunidad internacional para un alto al fuego inmediato en todas las zonas de conflicto, la protección de la infancia frente a violaciones graves como la violencia sexual y el reclutamiento forzoso, y la garantía de una educación segura e inclusiva.

Además, la organización insiste en la importancia de que las niñas tengan acceso igualitario a recursos básicos como alimentos y agua, y que reciban atención prioritaria si han sido víctimas de violencia sexual.

La violencia sexual y el matrimonio infantil interrumpen la educación de las niñas en países en conflicto

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España: La violencia sexual contra la infancia podría costarle al Estado 4.500 millones anuales

Si hay cosas complicadas, una de ellas es tener una somera idea de cuál es la realidad de la violencia sexual contra la infancia. No solo en España, sino en todo el mundo. Es una de las realidades más ocultadas a pesar de que, según diferentes cálculos, tiene una prevalencia de entre el 10 y el 15 % de las y los menores.

Investigadores de la Universidad de Comillas y de la ONG Educo han elaborado su propio cálculo de prevalencia de la violencia sexual contra la infancia y han determinado que está en el 17,29 % de las niñas, niños y adolescentes (NNA) estudiando, explica Macarena Céspedes, directora de Incidencia de Educo, los estudios de los últimos 30 años. Además, han basado buena parte de sus cálculos en las denuncias que se interpusieron el año pasado según el Ministerio del Interior, un total de 9.185.

Desde la Cátedra de Derechos del Niño de Comillas y Educo, han calculado que el Estado gasta anualmente 1.300 millones de euros en atender los costes derivados de atender a las 9.185 menores de edad que presentaron denuncia. En esta cantidad se tienen en cuenta los gastos conocidos, como el protocolo sanitario que se pone en marcha; “todas las pruebas médico-forenses, si la denuncia llega o no a juicio, si hay o no sentencia, si hay cárcel o no”, explica Céspedes.

Para el cálculo final también se han tenido en cuenta cuestiones como la probabilidad de repetir curso de las personas que sufren violencia sexual. Una cifra que es el 60 % más que otras niñas y niños. Sobre este 60 % se han calculado los costes de esta repetición. También se ha computado el coste de quienes están en el sistema de acogida tras denunciar

Fuera de este cálculo quedan otras cifras que no es posible conocer, explica la investigadora, como los costes de un trabajador social o de la intervención de los servicios sociales en una familia cuando se realiza una intervención de desamparo.

Hasta 77.000 posibles víctimas

Con el porcentaje de prevalencia que han calculado las y los investigadores, el 17,29 %, se ha determinado que podrían existir hasta 77.000 víctimas de violencia sexual en nuestro país. Niñas, niños y adolescentes de lo que nada se sabe porque no ha mediado denuncia alguna.

Y es sobre esta cifra sobre la que la investigación ha intentado arrojar algo de luz sobre la parte más oculta del gasto que supone esta violencia. “Creemos que conlleva un gasto, aclara Céspedes, aunque no hayan sido detectados”. Y esto lo dicen porque las personas que sufren estas situaciones es muy probable que sufra desapego del sistema educativo y termine repitiendo, por ejemplo. Aunque no hayan denunciado y no hayan supuesto un gasto sanitario derivado de la puesta en marcha de determinados protocolos, es muy probable que haya realizado diferentes visitas al médico por problemas de ansiedad o depresión. “Sabemos que las visitas por problemas emocionales de las víctimas de violencia sexual aumentan exponencialmente con respecto a otras”.

Céspedes explica que teniendo en cuenta esta cifra de 77.000 y la prevalencia de determinadas cuestiones que afectan en mayor medida a las víctimas de violencia sexual en la infancia ha calculado, de manera conservadora, por lo bajo, cuál es el coste para el estado de estas intervenciones. Lo han cifrado en unos 3.200 millones de euros anuales. En esta cifra no están aquellos gastos de los que no se conocen sus precios.

“Estamos convencidos, dice, de que es un mínimo porque (el cálculo) lo hacemos bajo asunciones muy potentes”, como que se produce una sola vez, como que hay impactos que no se pueden mitigar, aunque lo puedas acompañar. Y el cálculo económico se ha hecho solo sobre los daños mitigables. “El daño mitigable es aquel que, si los sistemas de detección precoz o de determinación del riesgo funcionasen, se iniciaría todo un proceso de intervención, se pondrían en marcha una serie de recursos, y si se hace de forma eficaz supuestamente mitigan el daño”.

Céspedes asegura que los cálculos económicos que se han hecho, en todo momento, son de mínimos, conservadores. Insiste en que la realidad es mucho mayor de lo que puede calcularse entre otras cosas por las diferencias, si no divergencias, en la toma de datos de las diferentes administraciones públicas, por la falta de transparencia con esta información.

Señala la responsable de Incidencia que lo que intentan, además de poner sobre la mesa una cifra económica, esta podría utilizarse en buena medida, no como reacción ante la situación, sino para tomar medidas preventivas y de detección precoz de las situaciones de violencia.

Para la organización, este ejercicio es una forma más de denuncia de la situación en la que se encuentran decenas de miles de niñas, niños y adolescentes en su día a día. Que sufren violencia sexual en su entorno más cercano.

Macarena Céspedes insiste en que la cifra de 4.500 millones recoge cálculos exhaustivos: “Hemos podido calcular qué porcentaje de personas que sufren violencia sexual acaban teniendo una adicción y cuánto cuesta esa adicción al sistema sanitario; qué porcentaje de los niños y niñas que sufren violencia sexual desarrollan una enfermedad mental como anorexia, bulimia, depresión, ansiedad crónica; cuántos niños y niñas que sufren violencia sexual acaban expulsados del sistema educativo. Y hemos podido calcular cuánto cuesta al sistema de protección la violencia sexual contra la infancia”.

Pero, al mismo tiempo, se quedan fuera muchos otras cuestiones como la pérdida de oportunidades laborales, de productividad, el capital humano que se pierde. La falta de acción y de inversión de las administraciones públicas, de las de justicia y de las personas responsables en prevención pueden suponer, y están suponiendo, un coste enorme en la vida de miles de personas todos los años.

Un ejemplo que puede ser fácil de comprender se encuentra en el documental Cómo atrapar a un monstruo, de reciente estreno en una de las principales plataformas de streaming. Cuenta la historia de un hombre que, a pesar de estar condenado a 23 años de cárcel por abusos sexuales a varios menores, pasa unos cuantos meses más en libertad. La historia, además, se remonta al tiempo en el que el protagonista era profesor, a finales de los años 60. Una historia de 40 años de abusos en diferentes instituciones como colegios o colonias de veraneo en el que, apuntan en el documental, decenas, sino cientos, de menores pudieron ser sus víctimas. El coste emocional, vital, de oportunidades laborales y sociales de todas estas personas es y pudo ser enorme. Tal vez, con información y rompiendo el tabú que pesa sobre la violencia contra la infancia, en general, y la violencia sexual en particular, casos así podrían minimizarse.

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El “no” a educación sexual aviva embarazos tempranos en América Central

Los embarazos de niñas y adolescentes continúan imparables en América Central, donde las legislaciones para prevenirlos, cuando las hay, son letra muerta, y los Estados se dejan influenciar por sectores conservadores que se oponen a la educación sexual en las escuelas.

El más reciente episodio de esa realidad lo protagonizó la presidenta de Honduras, Xiomara Castro, al vetar, el 29 de julio, la Ley Integral de Prevención al Embarazo de Adolescentes, aprobada por el unicameral Congreso Nacional el 8 de marzo y criticada por grupos conservadores y la derecha política del país.

“No conocemos los fundamentos del veto, pero se puede pensar que esa ley sigue parada por la presión de esos grupos antiderechos”, dijo a IPS, desde Tegucigalpa, la abogada Erika García, del Centro de Derechos de la Mujer.

La influencia de grupos de presión

Sectores conservadores, aglutinados en “Por nuestros hijos”, una versión hondureña del movimiento regional “Con mis Hijos no te Metas”, se han opuesto a la ley porque para ellos buscaba instaurar la “ideología de género”, como el populismo conservador internacional llama a la difusión de derechos de las mujeres y de la comunidad Lgbti.

Las Naciones Unidas mostró en junio su preocupación por las “campañas de desinformación” en torno a esa ley hondureña

La última de las marchas en favor de “la familia y la niñez”, la realizaron en Tegucigalpa, la capital del país, el 22 de julio.

“Cuando quedé embarazada yo no sabía ni qué era un condón, no me da vergüenza decirlo”: Zuleyma Beltrán.

Esos grupos “apelan a la ignorancia de las personas, al miedo, a la religión, con argumentos alejados de la realidad, dicen, por ejemplo, que a los niños les van a poner faldas y a las niñas, pantalones”, añadió García.

Según, el Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa), uno de cada cuatro partos es de una menor de 19 años en Honduras, con lo cual el país es el segundo en América Latina con la mayor tasa de embarazos en adolescentes.

El Código Penal de Honduras establece que tener relaciones sexuales con menores de 14 años es violencia sexual y por tanto, un delito, sin importar si hubo consentimiento por parte de la niña.

En 2022 hubo 1039 partos de niñas entre con ese rango de edad.

“Es bastante grave, y se agrava más porque no hay políticas públicas de prevención de embarazos de niñas ni adolescentes”, acotó García.

En los países de América Central, con unos 50 millones de habitantes, prevalecen visiones ultraconservadoras cuando se trata de educación sexual y reproductiva.

El Salvador, Honduras y Nicaragua mantienen una prohibición absoluta del aborto, a los que se les suma República Dominicana, en el Caribe. En el resto de Centroamérica la interrupción del embarazo solo se permite en algunos supuestos.

La presidenta hondureña vetó la ley con la fórmula de “vuelva al Congreso” legislativo, para que la analice nuevamente y eventualmente se ratifique si se obtienen los dos tercios de los 128 diputados.

Zuleyma Beltrán, de 41 años, narró la experiencia vivida cuando quedó embarazada a los 15 años por no tener educación sexual apropiada en El Salvador. Un segundo embarazo desembocó en una emergencia obstétrica que la llevó a la cárcel en 1999, una realidad por la que pasan muchas mujeres salvadoreñas. Imagen: Edgardo Ayala / IPS

“No sabía qué era un condón”

Sin embargo, contar con leyes de esa naturaleza tampoco asegura que el fenómeno se va a aliviar, pues sucede que los mandatos legales no siempre se cumplen.

El Salvador cuenta desde 2017 con la Estrategia Nacional Intersectorial de Prevención del Embarazo en Niñas y en Adolescentes, y si bien las cifras se han reducido en los últimos años, aún siguen siendo elevadas.

Un informe de Unfpa señaló que en este país la tasa de embarazo en niñas y adolescentes ha bajado en más de 50 % entre 2015 y 2022.

Sin embargo, “es preocupante ver a El Salvador como uno de los 50 países del mundo con las mayores tasas de fecundidad en niñas de 10-14 años”, refirió en su último informe, publicado en este mes de julio.

Entre las niñas de 10 a 14 años, señaló el documento, la tasa de embarazo ha bajado un 59.6% al pasar de 4.7 inscripciones prenatales por cada 1000 niñas en 2015 a 1.9 en 2022.

El mapa sobre los embarazos en niñas y adolescentes en El Salvador agregó que el país “necesita acelerar aún más el paso, adoptando políticas y estrategias ajustadas a las realidades diferenciadas de las niñas de 10-14 años y las adolescentes de 15-19 años”.

Esas acciones tienen que estar basadas “en evidencia”, citó el informe.

Esa referencia pareciera ser una alusión a la prevalencia de actitudes conservadoras de grupos que, al igual que en Honduras, rechazan la educación sexual y reproductiva en las escuelas.

Esa falta de conocimiento elemental sobre sexualidad, en medio de un contexto de pobreza estructural, llevó a Zuleyma Beltrán a quedar embarazada cuando era una adolescente de 15 años.

“Cuando quedé embarazada yo no sabía ni qué era un condón, no me da vergüenza decirlo”, aseguró a IPS Beltrán, ahora de 41 años.

Y agregó: “Sufrí mucho por no tener conocimiento de muchas cosas, por vivir en la ignorancia”.

Dos años más tarde, Beltrán volvió a quedar encinta y tuvo una emergencia obstétrica. Perdió el feto y eso la llevó a la cárcel en agosto de 1999, acusada de aborto, como sucede con cientos de mujeres en El Salvador.

Este país no solo prohíbe la interrupción del embarazo en todas sus formas, incluso en casos de violación, sino que también impone penas de hasta 30 años de cárcel a las mujeres que han sufrido abortos inducidos o espontáneos y que el sistema de justicia las criminaliza casi siempre por igual.

“Al Estado le debería dar vergüenza obligar a esas niñas a parir y no les da opciones”, manifestó Anabel Recinos, de la Agrupación Ciudadana por la Despenalización del Aborto.

“El Estado no les asegura a las niñas educación sexual ni salud sexual y reproductiva, y cuando vienen las consecuencias por los embarazos o por las emergencias obstétricas, es demasiado cruel con ellas, solo les ofrece la cárcel”, añadió.

Recinos dijo que, por la presión de los grupos conservadores, el Estado ha retrocedido en la estrategia de brindar información sexual y reproductiva en las escuelas.

“Ahora son más rigurosos para no permitir que las organizaciones que trabajan en esa área vayan y den charlas sobre educación sexual integral en las escuelas”, acotó.

Ni fórmula para bebés

En Guatemala tampoco han avanzado las iniciativas de organizaciones civiles que desde 2017 han propuesto, entre otras cosas, que al menos el Estado debería de ofrecerles una reparación a las niñas y adolescentes embarazadas, para aliviarles la dura carga.

Entre esas propuestas se incluyeron al establecimiento de un plan de becas, un mecanismo para asegurar el cuido del bebé para que la madre vaya a la escuela y el suministro de fórmula para alimentarlo.

“Pero lastimosamente no logramos dar el siguiente paso, echar a andar esas medias”, afirmó Paula Barrios, coordinadora general de Mujeres Transformando el Mundo, en conversación telefónica con IPS, desde la capital, Ciudad de Guatemala.

Barrios dijo que la mayoría de las usuarias de los servicios que ofrece esa organización, como acompañamiento legal y sicológico, “son niñas y adolescentes que por la violencia sexual empiezan una maternidad forzada”.

Aseguró que en los último cinco años han quedado embarazadas alrededor 500 000 niñas menores de 14 años, y la cantidad se incrementa al incluir a las de hasta 19 años.

“Hoy tenemos medio millón de niñas que no sabemos con qué se están alimentado ellas ni los niños y niñas productos de la violación”, subrayó Barrios, al agregar que al igual que en El Salvador y Honduras, en Guatemala se considera un delito sexual tener sexo con una menor de 14 años.

Agregó: “La sociedad normaliza que las mujeres nacemos para ser madres, y entonces da igual que una niña quede embarazada a los 10 o a los 12 años, se piensa que ella solo se ha adelantado”.

Patriarcado y capitalismo

Las expertas de Guatemala, Honduras y El Salvador consultadas por IPS sostuvieron que la raíz del fenómeno es multicausal, y sobresalen aspectos visibles del patriarcado, como los estereotipos de género y la violencia sexual, entre otros.

“El patriarcado tiene un interés de detener que las mujeres salgamos al ámbito público”, aseveró la guatemalteca Barrios.

Aseguro que la vida de una niña de 10 años queda truncada al salir embarazada. Ya no irá a la escuela y se quedará en el ámbito doméstico, “para criar hijos y estar en la casa”.

Por su parte, la hondureña Garcia señaló que también está de fondo un “sistema de opresión” que se entrelaza con el patriarcado y el colonialismo, que es la influencia de un país o región hegemónica.

“Tenemos niñas pariendo mano de obra barata para alimentar el sistema (capitalista), y se da una mayor feminización de la pobreza, niñas pariendo niñas a las que se les arruina su proyecto de vida”, comentó la abogada.

Mientras tanto, para no repetir la dura experiencia vivida, la salvadoreña Beltrán señaló que ella sí habla y enseña a su hija de 9 años sobre sexualidad.

“Para no repetir mi historia le hablo de los preservativos, de cómo una mujer se tiene que cuidar y de cómo una puede salir embarazada”, acotó.

“No quiero que pase por lo que me tocó pasar a mí”, dijo.

ED: EG

El “no” a educación sexual aviva embarazos tempranos en América Central

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Bolivia: Universitarias denuncian acoso y violencia sexual de docentes de la UMSS

El Secretario General de la UMSS dijo que desconoce las denuncias.

Este martes, estudiantes de la Universidad Mayor de San Simón (UMSS) realizaron una marcha de protesta hasta puertas del Rectorado de esta casa de estudios superiores de lucha contra la violencia a la mujer.

Las jóvenes denuncian que hay varios hechos de acoso sexual e incluso violencia sexual por parte de docentes de varias carreras, estudiantes y administrativos, pero no hubo sanciones. Exigen que autoridades universitarias fiscalicen los casos y se haga el seguimiento legal.

«Estamos presentes estudiantes autoconvocadas de todas las facultades de  la Universidad Mayor de San Simón para exigir una adecuada fiscalización y seguimiento a los casos de violencia, acoso sexual y violaciones que se han realizado dentro de nuestra universidad», expresó una de las jóvenes.

Con letreros como «Atrévete, sé valiente y denuncia al agresor», «Mi silencio no me protegió, tu silencio no te protegerá», «No a la violencia, sí a la paz. Rompe el silencio», «Que ser mujer no nos cueste la vida», «No defiendas al violador, no defiendas al agresor», «Con ropa o sin ropa, mi cuerpo no se toca» y otros, las universitarias piden acciones ante estos hechos.

Por su parte, el Secretario General de la UMSS dijo que desconoce las denuncias y «esa clase de comportamiento».

«No tenemos conocimiento oficial de que haya esa clase de comportamientos dentro de la universidad. Oficialmente no lo sabemos», afirmó Eduardo Lavayen Panoso.

También señaló que existe una oficina dentro del campus para atender estos temas. Aseguró que, en caso de comprobarse las denuncias, aplicarán todo el rigor de la ley.

«La unidad que está encargada de conocer esta clase de demandas y, además, de resolverlas, si es el caso, es la Oficina de Protección de los Derechos de la Mujer en la Universidad ¿Cómo va a enfrentar la Universidad esta clase de actitudes? si es que hubieran; vamos a aplicar con todo el rigor de la ley lo que manda nuestro ordenamiento jurídico en protección a las mujeres especialmente», complementó.

https://www.reduno.com.bo/noticias/universitarias-denuncian-acoso-y-violencia-sexual-de-docentes-de-la-umss-20232811217

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Las orientaciones sexuales disidentes no son una enfermedad

Por: Fabiola Méndez

Ilustración: Andrés Otero

En el país, en pleno siglo XXI, hay lugares que realizan estrategias que tienen como único objetivo convertir a una persona a determinada orientación sexual por medio del uso de métodos de violencia física, psicológica o sexual.

Por lo general, se efectúan sobre individuos que tienen una orientación sexual diferente a la heterosexualidad y son llamadas terapias de conversión o ECOSIG (Esfuerzos para Corregir la Orientación Sexual e Identidad de Género).

De acuerdo con Tania Esmeralda Rocha Sánchez, profesora e investigadora de la Facultad de Psicología, ese tipo de terapias no tendrían que ser nombradas de esa manera, “porque no hay nada que curar”, aseguró la universitaria.

Desde hace más de cinco décadas, los principales organismos e instituciones que trabajan la salud mental argumentaron que la homosexualidad no es un trastorno o padecimiento y, por lo tanto, no es algo que se tenga que curar o cambiar en las personas. Tampoco es una enfermedad de salud mental.

En ese sentido, la especialista en temas de género y diversidad sexual explicó que este tipo de prácticas son realizadas por profesionales de la salud que desafortunadamente no tienen una actualización en torno al tema, o por quienes se encuentran dentro del ámbito religioso, y muchas veces recomendados por familiares o amigos quienes, de manera engañosa, incurren incluso en cuestiones de secuestro, aislamiento de las personas y, por supuesto, actos de tortura.

Lo más grave es que esas acciones violentas quedan impunes o pasan por el secretismo, el silenciamiento e incluso la amenaza a los individuos que lo viven.

Situación histórica

Hoy en día, estas prácticas ya tienen nombre, pero históricamente siempre han existido. Por ejemplo, durante las guerras mundiales y en los campos nazis, había procesos parecidos, en los que sobre todo a hombres homosexuales se les sometía a una serie de actos de violencia o de tortura, específicamente bajo la idea de regular una cuestión hormonal, considerando que era la causa de la homosexualidad.

“Es posible que tengan mucho tiempo de existir; sin embargo, hoy en día se han hecho visibles, porque cada vez se rompe más el silencio, y en la medida en la que diferentes grupos desde el activismo, la academia, y, por supuesto, la gente que lo ha vivido ha levantado la voz para detenerlo, se ha nombrado. Se ha podido reconocer, se ha podido visibilizar e inclusive señalar que constituyen actos de violencia”, detalló Rocha Sánchez.

Asimismo, explicó que a través del tiempo ha habido un proceso de homofobia histórica y se ha pasado de considerar la homosexualidad como un delito a un pecado y una enfermedad. Con los avances científicos se intenta dar a conocer de manera sistemática que ni la homosexualidad ni el tema de las identidades trans o las expresiones de género no binarias constituyen, como tal, un problema de salud mental. “En todo caso aquellos padecimientos o malestares de carácter mental o emocional que las personas LGBTIQ+ llegan a experimentar, pues son más bien resultado de un entorno hostil, violento, de rechazo, de discriminación y de prejuicio, pero no per se de la orientación ni de la identidad o de cómo se expresa al mundo dicha identidad”, aclaró.

El daño causado a las víctimas con este tipo de prácticas es muy variable, porque en algunos casos los individuos son expuestos desde su infancia a estos procesos de tortura, pero sin duda existe una repercusión. “Las violencias sexuales correctivas suelen emplearse mucho más en la adolescencia con las chicas lesbianas o bisexuales. Muchas veces por parte de alguien conocido o familiar, lo cual, además de ser una violación a la propia persona constituye también una cuestión de impacto psicológico brutal, porque en el fondo, todas estas acciones van abonando a que las personas LGBTIQ+ lleguen a vivirse como fuera de lo normativo, con una homofobia o transfobia interiorizada, que muchas veces puede derivar en procesos de depresión o ideación suicida”.

Han dejado de considerarse problemas de salud mental.

Prohibidas en 10 países

En el mundo, sólo 10 naciones han prohibido las terapias de conversión por el daño emocional, físico y la afectación a los derechos humanos de quienes son sometidos a estas prácticas.

En nuestro país, el pasado 11 de octubre de 2022 el Senado aprobó la prohibición de las terapias de conversión sexual con una pena de hasta 12 años de cárcel a quien las realice. El proyecto fue enviado a la Cámara de Diputados para su análisis y votación.

Lo que Tania Rocha celebró, aunque aclaró que es únicamente una iniciativa dentro de muchas más que tienen que existir para que sumen a reiterar y hacer saber, a quienes quizá no se han dado a la tarea de actualizarse o de conocer más acerca del tema, que no se está hablando de cuestiones curables, y que por el contrario, estas acciones pueden ocasionar problemas muy serios de salud mental y emocional en quienes lo viven, e incluso llegar, en muchos casos, hasta el suicidio ante el rechazo y la constante violencia a la que pueden ser expuestas las personas.

La investigadora recomendó la guía Nada que curar, elaborada por la Facultad de Psicología de la UNAM en colaboración con otras instituciones y asociaciones civiles y disponible de manera gratuita para que las familias tengan más información y elementos para no dejarse persuadir o engañar por quienes quieren hacer ECOSIG, y a la vez para tener herramientas que permitan apoyar a las personas LGBTIQ+, “que puedan vivir desde un lugar mucho más pacífico, prometedor, de aceptación de sus propias vivencias”.

Consulta la guía Nada que curar: (https://www.unodc.org/documents/mexicoandcentralamerica/2020/Mexic/Nada_que_curar_2020.pdf).

Fuente de la información:  Gaceta UNAM

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