Por: Rosa María Torres
Hoy es el día contra la pobreza.
La pobreza no estalla como las bombas, ni suena como los tiros.
De los pobres sabemos todo: en qué no trabajan, qué no comen, cuánto no pesan,
cuánto no miden, qué no tienen, qué no piensan, qué no votan, en qué no creen.
Sólo nos falta saber por qué los pobres son pobres.
¿Será porque su desnudez nos viste y su hambre nos da de comer?
– Eduardo Galeano, «Los hijos de los Días», Siglo XXI. Mayo 2012, pág. 329
Los pobres: sectores de «bajos ingresos», estratos populares, áreas rurales, zonas urbano-marginales, grupos indígenas, «grupos vulnerables», «carenciados»… Los contados y clasificados como pobres o indigentes a partir de insondables criterios y siempre renovadas metodologías, por organismos internacionales, gobiernos e institutos nacionales de estadística. Los que se las arreglan – oficialmente, y en los llamados «países en desarrollo» – para vivir ¡con 1, 2 ó 3 dólares diarios!. Los que se consideran afortunados si llegan a calificar para recibir algún tipo de bono, a cambio de votos y bajo la promesa de que algún día las cosas cambiarán y tendrán trabajo digno en vez de limosnas.
Los ubicados abajo en los gráficos de ingreso, nutrición, salud, vivienda, alimentación, educación, acceso a información y a internet. Los ubicados arriba en los gráficos de analfabetismo, enfermedad, mortalidad, fecundidad, trabajo infantil, desempleo adulto, desesperanza. Los que desconocen qué es la evasión de impuestos y quedan excluidos, por default, de los índices de corrupción.
Los que llenan las barras bajas de acceso, permanencia y completación en el sistema escolar, y las barras altas de «bajo rendimiento», «repetición», «deserción» y «fracaso escolar». Los que, desde pequeños, deben movilizarse por las suyas para llegar a la escuela, en campos y ciudades, a menudo caminando largos trechos. Los que, a merced de las políticas de «alivio de la pobreza», no pueden faltar a la escuela pues de ello depende que sus familias cobren los codiciados bonos de pobreza que permiten sobrevivir y «salir (estadísticamente hablando) de la pobreza». Prestaciones monetarias condicionadas: moderna modalidad de trabajo infantil…
Los que llegan a la escuela con hambre, sueño y cansancio. Los que comen poco y mal. Los que duermen poco y mal, hacinados, en el suelo o en camas atiborradas. Los que carecen de vivienda digna, agua potable, alcantarillado, energía eléctrica, teléfono. Los que no tienen material de lectura en el hogar ni ven gente leyendo y escribiendo a su alrededor. Los que cuidan a los hermanos menores, ayudan en las tareas domésticas y deben trabajar desde niños para contribuir al ingreso familiar. Los que no tienen tiempo para jugar. Los bajo sospecha por sus condiciones de «educabilidad«…
Los bilingües y trilingües, pero en lenguas subordinadas que a nadie importa. Los con saberes y habilidades prácticas, útiles para la vida cotidiana, pero ignorados y despreciados en el currículo escolar y en la evaluación. Los analfabetos o con «educación incipiente», dados por ignorantes y eternamente tildados de «analfabetos funcionales». Los con padres y abuelos temerosos de la escuela e impotentes frente a las fatídicas tareas escolares.
Los con mal pronóstico escolar desde el primer día de clases. Los que no tienen voz ni padrinos para pelear por la calificación o el pase de año. Los de la «paradoja de las aspiraciones«: se conforman con poco, agradecen lo que les dan, ignoran que la educación es un derecho y la buena educación algo por lo que hay que luchar. Los que aspiran solo a una escuela gratuita que dé de comer y a un profesor que no falte y no maltrate mucho. Los que votan al candidato que ofrece computadoras, sin exigirle la luz eléctrica indispensable y los profesores idóneos para manejarlas.
Los que asisten a las escuelas pobres, semivacías o desbordantes de alumnos, que carecen de todo, muchas veces hasta de pizarra, tiza, mesas y bancas. Las distantes, las con profesor o profesora orquesta, las sin agua potable o baterías higiénicas, las con artefactos arrumados que nunca llegaron a usarse, las con menos días y horas de clase al año. Las con profesores recién estrenados y sin calificación, deseosos de huir y avanzar hacia un lugar mejor, en la ciudad.
Muestran los estudios que los mismos profesores se comportan distinto en las escuelas a las que asisten los pobres y aquellas a las que van los de familias acomodadas. Los estereotipos asociados a la pobreza y el desprecio hacia los pobres no se abordan como capítulo esencial de la formación docente, ni se desmontan las bajas expectativas respecto de los alumnos y sus capacidades. Al alumno pobre, considerado «carente», se le da menos y se le exige menos. Políticos y expertos, por su parte, proponen «reducir el fracaso escolar», no asegurar el éxito escolar.
Y es que, en lo que hace a la educación, a los pobres les toca por todos lados: por lo extra-escolar y por lo intra-escolar. A las condiciones socio-económicas desfavorables se agregan las malas condiciones de enseñanza y de aprendizaje. Los pobres no solo tienen menos acceso a la educación escolar sino que la que reciben es la más irrelevante y la de peor calidad.
Las estadísticas deshumanizan los problemas: los números sustituyen a las personas, los promedios desfiguran la realidad educativa de los pobres, semioculta tras los indicadores de los más favorecidos, tras los diagnósticos y evaluaciones que terminan dejando todo en su lugar, sin afectar las condiciones estructurales que explican y reproducen la pobreza en sus múltiples dimensiones.
Un estudio pionero sobre pobreza y educación en América Latina, basado en bibliografía producida en la región entre 1983 y 1987 (J.E. García Huidobro y L. Zúñiga, ¿Qué pueden esperar los pobres de la educación?, CIDE, Santiago, 1990) indicaba que: a) la relación entre educación y pobreza empezó a introducirse como tema en la región a partir de 1983; b) aparecía mencionado de manera vaga y general; c) quienes más lo mencionaban eran los organismos internacionales (la mitad de los 912 documentos analizados); d) a nivel nacional, quienes más se ocupaban del problema eran los centros privados (dos tercios de los documentos de origen nacional); e) el tema no era tema para estados y gobiernos; f) de cualquier modo, eran principalmente los estados y la educación pública los que asumían la educación de los pobres.
Muchas cosas han cambiado desde entonces. En la últimas décadas la pobreza se instaló como tema central en las políticas económicas y sociales. Del objetivo de «erradicar la pobreza» se pasó al de «reducir la pobreza» y finalmente al de «reducir (a la mitad) la pobreza extrema». Al mismo tiempo, de «educación general básica para toda la población» se pasó a «educación primaria» y a «cuatro años de escolaridad» como meta mundial deseable y alcanzable para los pobres (Objetivos de Desarrollo del Milenio – ODM) para el año 2015.
La retórica educativa se llenó de calidad y equidad, pero poco se avanzó en los hechos. Cualquier cosa se da por «calidad»; la «equidad» se establece con parámetros de mínima.
Si nuestras sociedades se rigieran realmente por el sentido de la justicia y la igualdad, los pobres deberían ser los mejor atendidos, los servidos con los mejores profesores, instalaciones, equipos y materiales, los prioritarios en términos de condiciones básicas de aprendizaje (nutrición, salud, vivienda, bienestar familiar, calidad docente, etc.). No solo porque los pobres están objetivamente en desventaja y en situación de vulnerabilidad permanente, y porque ya sabemos que la pobreza es un limitante de primer orden para el aprendizaje, sino porque – digan lo que digan los cálculos y los indicadores oficiales – los pobres siguen siendo la mayoría de la población.
Fuente: http://otra-educacion.blogspot.com/2012/08/pobre-la-educacion-de-los-pobres.html