Huellas de la Memoria: El surgimiento de un proyecto

América/México/15/07/2020/Fuente:  desinformemonos.org/

 

I

Hace más de 6 años nació un proyecto que ofrece registrar las  historias de familias que van dejando testimonio de su caminar en la búsqueda de sus seres queridos, desaparecidos y desaparecidas. Su exigencia es de presentación con vida y la necesidad urgente de justicia. Lo que en un inicio surgió como una iniciativa personal, muy pronto se transformó en un proyecto colectivo que ha acompañado sus luchas en todo el país.

El proyecto no estaba planeado ni diseñado, surgió de manera intempestiva, fue un momento de claridad, como esa luz que se cuela en medio de la oscuridad por una rendija y es aprovechada.

Hoy hemos vuelto al recuerdo para presentarles en esta primera entrega cómo nació Huellas de la Memoria y en qué momento se encuentra.

II La marcha 

El 10 de mayo de 2014 está a punto de iniciar la Tercera  Marcha por la Dignidad Nacional: Madres buscando a sus Hijos, Hijas, Verdad y Justicia. Hay alrededor de dos mil  personas. Hace calor. Entre las 11 y 12 de la mañana, las sombras de las familias se proyectan en el suelo. Caminan en grupos compactos por estados o por organizaciones. Es fácil distinguir los grupos que vienen de Veracruz, de Coahuila, Estado de México, de  Monterrey. Entre ellas se observan las generaciones de lucha contra la desaparición forzada y la exigencia por la presentación de sus familiares. Se agolpan con fuerza en una consigna que es emblema desde hace muchos años: “Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos”. Y así, caminan retumbando sus gritos como lo hicieron desde los años 70 las doñas de Eureka, las madres de los presos políticos de Chihuahua, de Michoacán, que son ejemplo de resistencia frente al poder. Viene en la marcha los de el colectivo H.I J.O.S México, con sus 15 años de lucha, haciendo escraches sorpresivos, y acciones de resistencia contra el olvido.

El ambiente está impregnado de tristeza, es la suma de todos los dolores del país que se concentran desde Tijuana hasta Chiapas, que gritan, se saludan, se comparten miradas. La marcha sale del Monumento a la Madre hacia la Glorieta de la Columna a La Independencia, de pronto una mujer que viene en el contingente de Coahuila grita otra consigna que lo resume todo: “10 de mayo no es de fiesta, es de lucha y de protesta”.

En algún momento Leticia Hidalgo, que viene desde Monterrey y es madre de Roy, un estudiante de la Universidad Autónoma de Nuevo León, que fue desaparecido por elementos de la policía cuando una noche entraron a su casa y se lo llevaron con violencia, platica conmigo, mientras sus pasos se mezclan con los sonidos de los altoparlantes. Pasamos frente al edificio de la PGR, ahora abandonado por el temblor de 2017. Me cuenta de las largas búsquedas que las familias han realizado. Las idas a las oficinas, ministerios públicos, dependencias. Sus citas casi siempre inútiles y desesperantes. Caminan una y otra vez, como ahora lo hacemos en esta marcha. Hablamos del cansancio de ir de un lugar a otro para buscar algún rastro, alguna pista que dé con sus hijos. Le pregunto  por sus zapatos. Me dice que ha gastado varios pares y que lo que ha notado es que ha cambiado a zapatos más planos, más cómodos, hasta en eso ha cambiado. Hemos caminado varias cuadras y estamos por llegar a la Columna de la Independencia, punto de la concentración. Una cuadra antes de llegar le pido que nos paremos un momento y volteemos hacia atrás y le digo: “¿Te imaginas si todas las familias registraran en el suelo las pisadas dejando las huellas de sus historias?”. Ella, con sus lentes negros, contiene la respiración y la suelta, “uff, sería muy fuerte y a la vez doloroso”.

Huellas de Letty Hidalgo

Llegando a la columna nos dispersamos. Las familias se acomodan en los escalones de la glorieta desplegando sus lonas, pancartas y luego van pasando por grupos al micrófono.

Sentado en el peldaño más alto, veo el desarrollo de la protesta, sigo pensando en los zapatos y sigo imaginando en el caminar de la gente en distintas regiones del país. Desde la altura veo sólo sus pies y sus distintos tipos de calzado, el desgaste disparejo de las suelas. De los bocinas salen desgarradoras historias de violencia y dolor. La impotencia ante la impunidad en el país que, desde finales de los años 60s, ha hecho que las deudas de justicia se acumulen, ahora nos muestra esta película de horror que tenemos de frente.

La protesta termina a las 3 de la tarde y algunas familias se van a sus camiones y otras se quedan a comer ahí mismo. El Colectivo de FUNDENL donde viene Letty, se va a recoger unas cosas al Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro y las acompañamos. Le pregunto si tiene unos zapatos que me pueda prestar, le digo que estoy pensando algo de lo que platicamos.

Ella dice que sí, que me los hará llegar pronto.

III EL proyecto 

14 días después de la marcha, Letty Hidalgo nos hizo llegar sus zapatos y empezamos a buscar algunas soluciones, pues la suela de esos zapatos está muy complicada y no se le pueden hacer incisiones con navajas. Para junio de 2014 ya se tiene la idea más clara. Se grabaron las suelas sobre linóleo y se pegaron al zapato para luego imprimir sobre papel, como si fueran huellas dejadas o impregnadas al caminar. El mes de agosto del mismo año llegaron los segundos zapatos de Torreón. Son los de Luz Elena Montalvo, integrante de FUNDEC-Torreón quien busca a su hijo Daniel Roberto, que fue desaparecido el 23 junio de 2009. Estos zapatos tenían una carta escrita a mano dirigida a su hijo, en ella se encontraron las palabras clave: “Caminar y buscar.” ¿Qué les dicen a las familias estas palabras? Esa carta es fundamental para terminar de construir la idea del proyecto que inmediatamente encontrara su nombre: “Huellas de la Memoria”.

Huellas de Luz Elena

Luz Elena recordará 6 años después cómo le llegó la invitación: “Me enteré de este proyecto en una reunión que tuvimos en del Centro de Derechos Humanos Juan Gerardi, acá en Torreón, nos explicaron la idea general del proyecto, y me gustó porque refleja de alguna manera mi caminar arduo y doloroso en esta búsqueda de mi hijo, ya que ha sido un camino sin límite ni fronteras como el amor que le tiene uno a un hijo. Son 11 años que sigo caminando en búsqueda a mi hijo y de muchos más. Tristemente camino en un país lleno de corrupción, de impunidad, en donde las autoridades están coludidas con los narcotraficantes. Estoy buscando y siguiendo las huellas de mi hijo Dani hasta encontrarlo y también dejando huellas en este caminar”.

Cuando terminé las primeras impresiones, envié a Letty y Luz Elena el resultado del experimento y ellas aceptaron que el resultado se difundiera abiertamente desde las redes sociales. El impacto generado fue muy importante porque empezaron a llegar más zapatos y después, en reunión nacional de familias en Casa Xitla, se les hizo una invitación general, contando inicialmente con el apoyo del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro como punto de contacto para dejar o mandar zapatos, huaraches, tenis, botas que hayan usado en el camino de la búsqueda.

En el proceso de construcción del proyecto se fueron definiendo criterios: se decidió que los zapatos de familiares que buscan a sus desaparecidos se imprimieran en verde recogiendo la experiencia de los bordados de paz, que usa ese color como representación de la esperanza de encontrarlos con vida. En el transcurrir del tiempo, Huellas de la memoria amplió su espacio geográfico y temporal, pues no sólo empezaron a llegar zapatos de otras regiones de México. Llegaron también de América Latina, como Argentina, Colombia, y Centroamérica. Y también las cartas que llegaban dentro de los zapatos documentan desapariciones forzadas como la de doña Braulia Jaimes, que documenta y denuncia con claridad a los responsables de la desaparición forzada de su esposo, Epifanio Avilés Rojas el 19 de mayo de 1969.

Huellas de Braulia Jaimes

IV Visibilizar y hacer memoria 

Para mayo del 2016, Huellas de la Memoria logró reunir 84 pares de zapatos que fueron grabados e impresos en dos años. El proyecto pasó de una iniciativa personal a transformarse, por la vía de los hechos, en una experiencia de construcción colectiva, que camina junto a las organizaciones de familiares en su exigencia de presentación de sus seres queridos desaparecidos y la exigencia de justicia.

La primera muestra se realizó el 9 de mayo de 2016 en el Museo Casa de la Memoria Indómita con la presencia de gran parte de familiares y colectivos que entregaron sus zapatos al proyecto.

Después, la muestra inició un recorrido en varios estados de la república organizado junto con familiares, y para marzo del 2017, Huellas de la Memoria inició un largo recorrido en Europa organizada como Campaña Internacional Contra la desaparición Forzada en México, que tuvo como objetivo denunciar la desaparición forzada desde los años 60’s y la responsabilidad que tiene el Estado mexicano en este delito de lesa humanidad.

El testimonio registrado en las huellas dá para una reflexión que tendrá que hacerse posteriormente.

V Ahora  

El Colectivo Huellas de la Memoria se encuentra en una fase de reorganización y construcción de archivo.

Actualmente se ha logrado reunir 230 pares de zapatos que constituyen por ahora, un memorial que refleja también las desapariciones en África en las regiones de Argelia, Túnez y el Sáhara Occidental (República Árabe Saharaui). La iniciativa crece y se expande lentamente de acuerdo a los tiempos y trabajo voluntario de sus integrantes.

Huellas de la Memoria es también una ventana para ver y mostrar la voz de las y los familiares a través de los textos que acompañan al calzado, pero también ellas y ellos han reflexionado lo que este proyecto les representa en su lucha. En el marco de la exposición en Monterrey, Letty Hidalgo leyó un texto del cual extraemos un párrafo: “Dejamos huellas de miles de pasos, dejamos huellas del cansancio, del dolor y la tristeza, dejamos huella de nuestras fortaleza y esperanza. Pero sobre todo dejamos huella del amor que les tenemos a nuestras hijas e hijos. Por eso los buscamos. Buscamos Vida, la de ellos y la nuestra, la de todxs. Buscamos verdad y justicia. Porque hasta entonces podrá haber Paz. Porque al encontrarles, nos vamos a encontrar como sociedad. Por eso seguimos caminando, porque la esperanza no desaparece. Les encontraremos”.

Así inició este proyecto que nos ha permitido hacer memoria y caminar junto con las familias hasta que la justicia llegue.

Fuente: https://desinformemonos.org/huellas-de-la-memoria-el-surgimiento-de-un-proyecto/

Fotos: Archivo Huellas de la Memoria

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Libro(PDF): «Razones para ser anticapitalistas»

Reseña: CLACSO

En estas páginas, David Harvey aborda uno de los interrogantes esenciales de nuestro tiempo: ¿qué ocurre con el capital en esta época que vuelve imposible su funcionamiento sin generar el tipo de violencia que ejerce sobre las sociedades en todo el mundo? La biblioteca masa crítica pone a disposición de las y los lectores un conjunto de textos esenciales para interpretar las nervaduras del presente y desplegar las capacidades colectivas para transformarlo.

Autor (a):  David Harvey. [Autor]

Thomas Marois. [Presentación]

Editorial/Editor: CLACSO. TNI – Transnational Institute.

Año de publicación: 2020

País (es): Argentina

Idioma: Español.

ISBN: 978-987-722-600-3

Descarga: Razones para ser anticapitalistas

Fuente e Imagen: https://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/libro_detalle.php?orden=&id_libro=1976&pageNum_rs_libros=0&totalRows_rs_libros=1389

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Coronavirus y militancias: recuperar la audacia táctica y la proyección estratégica

Por: Mariano Pacheco

El precariado, el feminismo popular, la organización (de base) y la problemática social; el Estado y sus limitaciones; las militancias: archivo, elaboración teórico-política, proyección estrategia y audacia para intervenir en la coyuntura. Filosofía y política; pandemia y cuarentena. PreguntaS sobre el día después.

  — A lo mejor es una fiebre que no cura.

– A lo mejor es rebelión, y está viniendo

(Humberto Constantini, “Che”)

Hay una frase, bella, que en algunos ámbitos se ha repetido hasta el cansancio en estos días: “la crisis como oportunidad”; que traducida a la “coyuntura-COVID19” sería algo así parecido a “la cuarentena como posibilidad”. ¿Posibilidad de qué? ¿Oportunidad para qué? Entre otras cuestiones, ocasión para comenzar a reponernos de un modo más agudo de la derrota (nacional, Latinoamericana y mundial) de los proyectos populares de transformación; derrota con la que ingresamos al siglo XXI.

Esta sería la primera vez, en estos 20/30 años, que se podría oponer a nivel global un proyecto societal diferente al del capitalismo (una situación mucho más excepcional que la crisis de 2008). Claro: enunciado así, puede sonar despampanante. Y sabemos, en medio de estos vientos posmodernos, todo lo global, general, grande, tiende a ser condenado por total (itario); total, mientras, nos resignamos al totalitarismo capitalista, pero de eso mejor no decimos nada. Total, como esgrime el dicho popular: “ojos que no ven, corazón que no siente”. Pero sus efectos, qué duda cabe, pueden verse cada día. Por otra parte, no basta decir “no siento” para no sentir. Los efectos del capitalismo, en su fase salvaje-planetaria, se hacen sentir sobre nuestros cuerpos. ¿Dónde se expresa esa derrota, con mayor crudeza, sino en esa renuncia a ser partes de un proyecto general de cambio global del modo en que hoy vive la humanidad? (sociedades en las que el 10% de la población mundial es propietaria del 86% de la riqueza, y el 1% concentra casi la mitad).

“Quien dice algo diferente marcha voluntariamente al manicomio”, escribe Nietzsche en su Zaratustra.

Para no marchar al manicomio, pero para no dejar de marchar, es decir, de estar en movimiento en medio de la quietud que impone el confinamiento por razones sanitarias, van algunas hipótesis, restringidas al plano nacional, y destinadas a establecer un diálogo con las militancias, y con quienes –interpelados por la situación– sienten la incomodidad de aun no formar parte de un proyecto colectivo.

Sabemos: han circulado ya infinidad de textos en estos días, todos elaborados por grandes personalidades del elenco filosófico mundial, pero tal como ha señalado Damián Celsi en un texto reciente (“Introducción a la pandemia”), ninguno de estos escritos “se preocupa por encarar la simple pregunta leninista de ´qué hacer´”. Así que nada de pretensiones académicas ni cosmopolitas respecto del mundillo filosófico contemporáneo. Nos basta con una intención mucho más modesta: poder interpelar a (en el mismo movimiento en el que nos dejarnos interpelar por) las militancias actuales de la Argentina. A ellas, no sin un claro reconocimiento a su vocación y su compromiso (que vaya que es el nuestro), van destinadas estas líneas, desde quien entiende que la escritura  misma puede ser también un cierto tipo de intervención militante –restringida y acotada por cierto, pero un cierto tipo de intervención militante al fin y al cabo–, si por militancia entendemos intervención crítica sobre la realidad en búsquedas de modificarla.

  1. Organización (de base)/ Problemática social

La cuarentena puso sobre el tapete, de manera recargada, muchas cuestiones que se venían amasando en la vida cotidiana, durante la “normalidad”. Es decir, antes de que comenzara a transcurrir esta situación excepcional que implicó que durante semanas permaneciéramos confinados en nuestros hogares, nuestros barrios (o donde nos encontráramos al momento de comenzar la cuarentena general y obligatoria). Con el COVID-19, entonces, no apareció una dimensión desconocida de nosotros mismos y nuestros semejantes: lo que pasó fue que asistimos a ver, exasperadas, actitudes que ya estaban presentes en el cuerpo social.

La cuarentena obligó a radicalizar ciertos componentes cotidianos del aspecto micropolítico:  ¿cómo hacer, cada día, para vincularnos de un modo no canalla con nuestros semejantes? (No es fácil, teniendo en cuenta que el encierro puede hacer brotar lo peor de cada quien).

Así, en estos días, se hizo evidente –o aun más evidente– la contraposición entre un modo de vida sostenido en el individualismo más ramplón, y una forma de vida desarrollada sobre valores como la solidaridad, la cooperación, la empatía con los demás. En un libro reciente –La ofensiva sensible– el ensayista argentino Diego Sztulwark nos recuerda que el neoliberalismo es “un ataque a la dimensión sensible de la existencia de la vida misma” (como el terrorismo de estado), que nos transforma en personas sólo aptas para competir, aptas para un individualismo e incapaces de crear colectividades por fuera de eso. De allí que, siguiendo a  Sztulwark, la pregunta por cómo hacernos una forma de vida impliquen directamente una intervención en el plano de la lucha de clases.

 ¿Qué pasa con los gestos igualitarios? Dentro de esta segunda franja de la población mencionada, de todos modos, existe a su vez una diferencia entre quienes llevan adelante esos valores desde una mera (y noble) actitud personal, y quienes entienden que esa actitud debe estar puesta en relación con otras actitudes (sentimientos, pensamientos, acciones), es decir, que se debe organizar junto con otras personas los modos de intervenir en la sociedad en la búsqueda de transformarla. Eso que usualmente, y en un lenguaje clásico bastante vilipendiado por las corrientes posmodernas, suele llamarse MILITANCIAS.

Fueron estas militancias, sobre todo las de los movimientos sociales, quienes sostuvieron espacios fundamentales para la reproducción de la vida, fundamentalmente entre los sectores del precariado, para quienes no salir a circular por las calles implicó, todos estos días, imposibilidad de contar con los recursos mínimos necesarios para la subsistencia. Tal como dimos cuenta en una nota publicada en la revista Zoom durante los primeros días de expansión masiva del virus (“Unidad, solidaridad, organización. La economía popular frente a la  pandemia”), fueron esas militancias quienes garantizaron la elaboración y reparto de comida, las que advirtieron al gobierno sobre la necesidad urgente de otorgar un bono a las y los beneficiarios de los Salarios Sociales Complementarios e incluso –sobre todo– llamaron la atención sobre la gran cantidad de personas que ni siquiera accedían a esa u otra asistencia social por parte del Estado y no contaban con un salario para afrontar los gastos mínimos para vivir durante esos días. También las militancias feministas sostuvieron las redes de agitación, de reclamo y de propuestas para enfrentar la violencia machista, incrementada en el contexto de aislamiento social, y no faltaron quienes sostuvieron con creatividad espacios de agitación para que la filantropía no nos ganara la partida: escritos, videos, flyers, gráficas, audios que circularon tematizando la pandemia y denunciando situaciones como las del abuso policial.

En general, de todos modos, las militancias parecimos quedarnos con poca nafta a la hora de garantizar espacios de reunión que permitieran tomar definiciones para intervenir con más iniciativa en la nueva coyuntura.

Por supuesto, desde el Estado se sostiene una actitud que pretende relegar a las militancias al mero rol de asistentes estatales para viabilizar la ayuda social. Y con la crisis, arcaicas instituciones como las iglesias y el Ejército volvieron a retomar cierto protagonismo, una determinada visibilidad que antes de la crisis no tenían; sobre todo el Ejército, puesto que las iglesias son un fenómeno más complejo, con una vasta red social extendida por el territorio.

  1. Reunión/ Movilización

Obviamente, ante problemas urgentes y con los medios digitales disponibles, no se anularon los canales de reunión y expresión. Muestras de ello fueron las formas en que las organizaciones de base lograron ir resolviendo las cuestiones cotidianas en los barrios y las agitaciones en redes sociales que se llevaron adelante para el 24 de marzo –en repudio a la dictadura instaurada en 1976 y en homenaje a quienes en ese ciclo represivo fueron secuestrados/asesinados, pero también, en reivindicación por todas estas décadas de lucha para sostener el lema de “Memoria, Verdad y Justicia”– y para el 30 de marzo, cuando se llevó adelante el “Ruidazo” denunciando los casos de femicidio durante la cuarentena. Eso, por un lado.

Por otro lado, también cabe quizás hacerse la siguiente pregunta: ¿fuimos lo suficientemente audaces para inventar formas de expresión, deliberación y resolución colectiva que la hora viene reclamando, teniendo en cuenta los medios tecnológicos hoy a nuestro alcance?

El inédito contexto de imposibilidad de reunirse y manifestarse (de cuerpo presente), como parte de una política de autocuidado que implicó no circular si no era por una imperiosa necesidad de hacerlo fue diferente a la de otros momentos históricos, más vinculados a la prohibición estatal de reunirse y manifestarse, que se sorteó tomando las necesarias medidas de seguridad, en la búsqueda por no dejar de reunirse y manifestarse (políticas de la clandestinidad que se les dice).

Cabe destacar aquí que, en general, hemos contado con más tiempo que el disponible en la “normal cotidianeidad”, cuando gran parte de nuestras horas de vida “se nos van”, sea expropiadas por el trabajo asalariado, sea por el tiempo que, como no poseedores de medios de producción y sin ser empleados por una patronal, destinamos a las tareas necesarias para garantizar medios de subsistencia, además de las horas semanales  que dejamos  transladándonos en micros y colectivos, trenes y subtes, combis o autos (una excepción: quienes realizan sus tareas laborales por medios digitales, y según los relatos que proliferan, vienen con una carga grande de sobre-trabajo).

Así y todo, sea por falta de costumbre, sea por la cultura dominante contemporánea, ha costado sostener espacios de deliberación y resolución colectiva. Aquí puede indagarse sobre cuánto los dispositivos tecnológicos nos formatean para la individualización (más acostumbrados a tareas en soledad frente a nuestras computadoras e incluso teléfonos personales que a reunirnos de manera virtual) así como a cierta cultura política hegemónica, que por un lado delega las grandes resoluciones en las dirigencias y, por otro lado, hace del asambleísmo un culto liberal de la opinión de cada quien, con grandes dificultades para sostener una disciplina militante y una efectividad práctica.

La cuestión de la autodisciplina, seguramente, sea uno de los grandes temas a investigar en los próximos tiempos, después de esta cuarentena que ha mostrado, a niveles masivos y alarmantes, cuánto del liberalismo llevamos dentro quienes lo cuestionamos (¿cómo poner mi cuerpo en relación con otros cuerpos sin pretender todo el tiempo situar el mío por sobre la experiencia común?). Evidentemente, una situación de crisis y de cuarentena impone dinámicas a las que tal vez estemos poco o nada acostumbrados (y acostumbradas). Hay que tener rigurosidad con los horarios de inicio de las reuniones, mantener la escucha atenta frente a la pantalla, ser ordenados (y ordenadas) para tomar la palabra, apelar a la capacidad de síntesis y la claridad para expresar las ideas, ser capaces de intercambiar pareceres por un rato pero luego resolver, es decir, acoplar nuestra mirada a una decisión colectiva que no puede seguir en debate mucho tiempo más, sea porque la red de internet “se cuelga” o porque comienzan a “colgarse” sus participantes, sea porque tenemos menos hábitos de reunión por vía un dispositivo tecnológico y nos fastidia (podrá argumentarse que es una cuestión de edad, pero sospecho que aún la gente más joven tiene poca gimnasia en esto de reuniones virtuales entre muchas personas, y sobre todo, para discutir ideas y tomar resoluciones que implican las vidas de otras tantas decenas o cientos o miles de personas).

La pandemia, entonces, parece ofrecer condiciones para derribar dos grandes mitos del liberalismo: el que coloca al individuo (“ciudadano libre”) por sobre todas las cosas, y el asume que todos los individuos, en tanto ciudadanos, somos iguales frente a la ley, pero también, frente una adversidad natural o una enfermedad.

Lógica, e históricamente, el individuo no está primero que la comunidad, y al menos en el capitalismo, pobres y ricos no somos iguales frente a una pandemia (tampoco en “épocas normales”, es el mismo el tipo de vinculo que los sectores populares tienen con la libertad y con muerte: los lugares en donde viven son bien diferentes a los que habita la burguesía y la pequeña burguesía: el status que sostienen, los lugares en donde se atienden si se enferman y los recursos con los que cuentan para afrontar esa situación llegado el caso, etcétera).

  1. Elaboración del archivo

En un texto reciente (“Encerrar y vigilar”), publicado en el contexto de la pandemia, Paul B. Preciado incita a utilizar el tiempo y la fuerza del encierro “para estudiar las tradiciones de lucha y resistencia minoritarias que nos han ayudado a sobrevivir hasta aquí”.

También León Trotski, hace un siglo atrás, planteó en su discusión con las vanguardias artísticas del momento que el marxismo se caracterizaba por inscribir sus postulados “dentro de una tradición”; una tradición que a estas alturas –sabemos– siempre es una invención y poco tiene que ver con el tradicionalismo conservador, puesto que, de lo que se trata, es de construir un legado, apelar a imágenes del pasado para que funcionen como inspiración en el presente.

La historia no da respuestas por sí mismas, pero sabemos, puede ser productiva la operación intelectual de reelaborar el pasado, de ver qué cuestiones que en un momento parecían imposibles al tiempo dejaron de parecerlo. A propósito de los cambios de percepción, y sus temporalidades, Raúl Cerdeiras hace hincapié, también en un artículo reciente (“Capitalismo o existencia humana”), sobre el hecho de que, en su momento (de la mano de Copérnico y muchos otros más), la humanidad tuviera “que digerir el cimbronazo de que la Tierra era un minúsculo cascote que flota en un Universo inmenso sin saber a ciencia cierta cuál es su destino”. Es el comienzo de la llamada “muerte de Dios” –recuerda Raúl– que tardó más de un siglo en ser aceptada y a regañadientes. “El cimbronazo producido en el sentido común compartido por siglos (es falso que Dios puso al Hombre en el centro del universo) fue un acicate para invenciones decisivas en la historia de la existencia humana, de las que no podemos olvidar la apertura de las eras de las revoluciones políticas destronando a las monarquías feudales y proclamando principios que afirmaban la igualdad de los humanos”, remata Cerdeiras.

No se trata aquí de caer en la reaccionaria concepción que idealiza “pasados mejores” para recostarse en un lúcido escepticismo del presente, sino de invocar futuros perdidos que nos permitan reanudar temporalidades, sin “progresismos” ni linealidades. Tampoco se trata de pensar que elaboraciones teóricas de otros contextos podrán destrabar la gestación de conceptos que hoy necesitamos para explicar de otro modo nuestros problemas contemporáneos, pero resulta ya no sólo soberbio sino hasta estúpido creer que podemos prescindir de décadas, e incluso siglos, de producción de teoría crítica. Al fin y al cabo, en diferentes contextos y latitudes, hay preguntas que suelen ser muy similares, y puede ser fecundo estudiar cómo se resolvieron esos interrogantes en otros momentos históricos.

Por supuesto: no señalamos una tarea completamente ausente en nuestra contemporaneidad, mucho menos en un país como Argentina, donde somos unas cuantas las voluntades de quienes – contra el olvido y a distancia del “memorialismo”– venimos intentando contribuir a enhebrar los hilos de las insurgencias a través de la elaboración de determinadas genealogías.

No se trata aquí, finalmente, de bajar línea, de “encuadrar una tropa” para que se inscriba en un linaje determinado, por más que en más de una ocasión hayamos insistido en la necesidad de gestar un linaje mutante, desprolijo, contaminado, que implique a tradiciones diversas, que van desde las izquierdas en toda su amplitud (ismos marxistas y libertarios), el nacionalismo popular-revolucionario, el ecologismo anticapitalista, el cristianismo de liberación, el latinoamericanismo y los procesos de decolonización, los feminismos populares y las diversidades o bien llamadas minorías (bien llamadas en el sentido de “sustracción de la norma mayoritaria” que rige nuestras sociedades, que son no sólo clasistas sino también patriarcales, heterocisnormativistas, racistas). Cada corriente política sabrá qué figuras, imágenes de experiencias y teorías del pasado hará suyas, no es objeto de este texto situar un aspecto de polémica en este punto. Lo importante es avanzar en construir los propios linajes, con fundamentos, para ser capaces de establecer una discusión que despeje fantasmas (los del macartismo y el gorilismo, pongamos por caso) e invoque los espectros de las generaciones pasadas, para que el debate no sea sólo entre vivos, contemporáneos, sino también con los muertos, con las generaciones que lucharon antaño.

  1. Reflexión/ Sistematización/ Elaboración

Hay tres lemas que me parecen emblemáticos para rescatar hoy.

En primer lugar uno del dirigente bolchevique Vladimir Lenin, que dice así: “sin teoría revolucionaria no hay revolución”.

El otro es del filósofo francés Louis Althusser, quien sostiene: “el marxismo introduce la lucha de clases en la teoría”.

Por último, una bella frase de los pensadores Gilles Deleuze y Félix Guattari: “filosofía es crear conceptos; conceptos que tienen que ver siempre con nuestra historia, y sobre todo, con nuestros devenires”.

Por su función interrogadora, la filosofía –o más bien: ciertas filosofías– puede contribuir a promover la desobediencia y la rebelión. Al menos desde la Revolución Francesa de 1789 en adelante, durante todo el siglo XIX y todo el siglo XX la relación entre bibliotecas y procesos de cambio ha sido muy estrecha.

El ciclo comunista moderno colapsó hacia fines del siglo pasado, pero no por eso deberíamos apresurarnos a tirar por la borda el concepto mismo de comunismo, vinculado asimismo a otras ideas como lo común, la comunidad, la comunión (la común/unión). Recuperar/recrear/reelaborar el concepto de comunismo, entonces, puede ser una tarea fundamental del momento histórico que atravesamos, si tenemos en cuenta que es un concepto maldito (en el buen sentido), para la filosofía; aunque también maldito (en el mal sentido), para la tradición política argentina. De allí la necesidad de diferenciar los planos de intervención: el de la lucha teórica y el de la lucha política, donde la orientación deberá ser comunista, obviamente, pero para que efectivamente sea popular –sospechamos– quizás el significante comunismo reste más de lo que aporte (a diferencia del más genérico de “emancipación”).

“La crisis del socialismo nos ha quitado durante demasiado tiempo la posibilidad de pensar cualquier solución a la cuestión del desarrollo más allá de los límites del capitalismo. Con cada crisis en lugar de abrirse una oportunidad para pensar proyectos emancipatorios parece abrirse una trampa que nos obliga a elegir entre la aceptación de la disciplina del capital o la pobreza y el hambre”, escribe Adrián Piva en un texto titulado “Desarrollo, dependencia y estado en Argentina    desde 1976”. Son los efectos del terror posdictatorial en el cuerpo social argentino, podríamos pensar, junto a los “chichones” en las cabezas de personas de todo el mundo, que aún duelen, luego de que los ladrillos el Muro de Berlín se cayeran en 1989.

La actual “coyuntura-COVID19” nos puso cara a cara con una situación que muchas veces pretende ser dejada de lado, porque indagar sobre ella puede ser angustiante. A saber: la fragilidad de la existencia humana. A diferencia del siglo XX, y gran parte del XIX, momentos históricos regidos por cierta voluntad de certeza, el siglo XXI se caracteriza por una profunda incertidumbre: política, teórica, existencial. De este modo, cuando en momentos como el actual  ciertas certezas de la vida cotidiana aparecen corroídas, la situación puede tornarse profundamente angustiante, pero también, enormemente productiva. De nuevo: las crisis (pongamos por caso la desatada por una pandemia mundial), pueden ser muy productivas, en tanto que durante ellas nos repreguntamos quienes somos, qué queremos, hacia donde vamos, tanto en el plano singular como colectivo. Agudizar una mirada crítica respecto del mundo que habitamos, asumir que las cosas no están dadas de una vez y para siempre, puede abrirnos caminos insospechados. La cuestión es dejarse interpelar, atravesar la senda de la interrogación (por más angustiante que pueda ser) y, obviamente, entretejar algunas respuestas, al menos a modo de hipótesis que nos permitan seguir con el andar.

Tenemos que ser capaces, entonces, de desandar esa dicotomía incruenta que se viene produciendo en las últimas décadas entre elaboración teórica y práctica política, que suele coincidir tristemente, muchas veces, con el par “pragmatismo peronista/teoricismo izquierdista”. Tenemos que ser capaces de recuperar una intervención estratégica integral, tanto en las izquierdas como en los peronismos, que incluya prácticas políticas de masas, con arraigo social, y elaboración conceptual rigurosa, que sea producción de teoría como arma para la transformación, y no papeles para avanzar en una investigación que financie nuevas becas individuales.

“El ser tiende a perseverar en el ser”, supo destacar el filósofo Spinoza, para quien ser –precisamente– es siempre en una relación con los demás. La voluntad colectiva de atenerse a la cuarentena puede ser leída como un gesto individualista (salvar mi propia vida), pero también como “preocupación por otras personas de la comunidad”, tal como subrayó la filósofa Anastasia Berg, en un claro reproche al filósofo-que-lo-sabe-todo Georgio Agamben. “No es entonces la vida desnuda que se entrega al poder soberano omnipotente y garante de la supervivencia”, escribe Omar Acha en su artículo “La filosofía en tiempos de pandemia”.

Como hemos dichos, estas semanas han proliferado numerosos textos de filósofos del elenco internacional. Quizás demasiados; seguramente pocos con una vocación de intervención militante. Así y todo, filósofas como la argentina Esther Días han subrayado la voluntad de ejercer el oficio filosófico ligado a la coyuntura, cultivando una suerte de “pensamiento rápido” que permita meter preguntas allí donde el poder da por supuesto que no debe haber ninguna. El filósofo esloveno Slavoj Žižek fue uno de los primeros en proponer que la pandemia podría inaugurar la posibilidad de replantear horizontes hasta hace poco impensables. Y en un rapto de optimismo, metió la discusión sobre el comunismo. El  surcoreano Byung-Chul Han, por el contrario, subrayó de manera pesimista la situación a partir de la cual podía imponerse en muchos rincones del mundo el “modelo asiático”, sostenido sobre el control poblacional y el empleo de los llamados Big Data para contener la pandemia.

Aquí, en la Argentina, el ensayista Christian Ferrer sostuvo por su parte que, apenas pasada la amenaza y el peligro, la gente va a volver a lo mismo de siempre. Y subraya: “porque no conoce otra cultura alternativa”; porque “no hay otro horizonte de un mejor ideal de vida, por lo menos a nivel colectivo”.

¿Qué rol entendemos entonces deberíamos jugar las militancias en este contexto para revertir esa situación? ¿Es suficiente el papel desempeñado hasta el momento? Sería importante asumir que los cambios históricos se han producido siempre en coyunturas dramáticas (guerras, dictaduras… ¿pandemias acaso?) y pasar a la ofensiva, al menos en el plano de las ideas, de las propuestas en torno a cómo salir de este atolladero en el que nos encontramos.

Necesitamos llenar de preguntas nuestro presente. Dijimos que la filosofía –ciertas filosofías al menos– podían contribuir a promover la desobediencia y la rebelión. ¿Necesariamente hay que entender la rebelión como insubordinación a las políticas de Estado? Por ejemplo, en la Argentina actual, ¿pasa la desobediencia por romper la cuarentena? ¿O la cuarentena puede ser un modo de autocuidado colectivo que nos brinde a su vez un cierto respiro, una cierta modulación para operar un transitorio movimiento de repliegue para reflexionar, sistematizar experiencias, reelaborar planteos, proyectarnos estratégicamente y tomar fuerzas para intervenir de manera más audaz y efectiva en las próximas coyunturas?

Quizás haya que pensar en momentos en donde pueda considerarse, no al Estado en sí mismo (que por más que “exprese” las correlaciones de fuerzas de la lucha de clases no deja de ser un aparato gestado para la dominación) pero sí  a zonas estatales y personal de la gestión estatal como aliados, compañeres de ruta en funciones dentro de una institucionalidad que sabemos enemiga, pero también –por experiencias– conocemos en sus tendencias menos represivas y más intervencionistas en el plano del financiamiento de aquello que los neoliberales denominan “gasto social”. Quizás hoy no se trate tanto de entender la rebelión como insubordinación ante las medidas del gobierno, sino –como sostienen las compañeras y compañeros del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas– de desobedecer las lógicas que impone el capital.

¿Qué Argentina queremos para los próximos meses? ¿Qué medidas fundamentales entendemos que tiene que tomar el gobierno en los próximos meses, semanas, días?

No podemos quedarnos con los brazos cruzados, esperando a ver y escuchar las palabras presidenciales por Cadena Nacional, para luego aplaudir o criticar.

Tenemos que construir una Agenda Programática Popular con algunos pocos puntos fundamentales que nos permitan avanzar, aquí y ahora, en algunos cambios urgentes y necesarios. La política aborrece del vacío, ya lo dijo Perón, que algo de todo esto sabía. Aquello que no discutamos y podamos proponer hoy, desde abajo, ya estará resuelto mañana por arriba.

Por supuesto, una Agenda Programática Popular no lo podrá construir ningún intelectual en soledad, ni tampoco, ningún sector en particular. Se trata de establecer una discusión entre las principales corrientes del movimiento popular, para que sean las organizaciones sociales y sindicales (del precariado y del movimiento obrero organizado), los feminismos y los ecologismos populares, la intelectualidad crítica y los derechos humanos; para que sean quienes están cada día en la primera línea de batalla contra las diversas injusticias que padecemos, fundamentalmente, quienes tengan la voz respecto del rumbo a seguir.

POSDATA: “Por un internacionalismo del siglo XXI”

Alguna vez, el pensador argentino Juan José Hernández Arregui planteó que, la revolución, debía concebirse en el plano “nacional, Latinoamericano, y mundial”. Y remataba: “y en ese orden”.

Quizás podamos discutir si es una cuestión de orden o de etapas, o si vale la pena o no seguir sosteniendo un concepto como el de revolución (este cronista sospecha que sí), pero lo que es seguro –y todos los proyectos de cambio lo demostraron en el Siglo XX, cuando la globalización capitalista estaba menos desarrollada que en el presente– es que en el actual momento de mundialización capitalista es imposible pensar procesos de transformación que no tengan en su horizonte una confrontación mundial con el capital. En ese camino, la conformación de bloques regionales se torna fundamental. Por necesidad, pero también por historia cultural y política, en Nuestra América al menos, se suele reactualizar una vocación de integración continental de nuestros pueblos cada vez que hay momentos de avance de las luchas.

Elaborar entonces formas de articulación, tanto estatal (por arriba), como popular (por abajo), será fundamental. Tenemos los ensayos esbozados en el último cuarto de siglo, desde los Encuentros Zapatistas hasta el ALBA o la CELAC, pasando por los Foros Sociales Mundiales, o la Articulación de los Movimientos Populares hacia el ALBA. Son las imágenes más recientes sobre las que deberemos proyectar nuevas formas y otros contenidos para la emancipación en los tiempos que vendrán. Ciertos feminismos ya han dado un paso en ese sentido. Como sostuvo Verónica Gago en su último libro (La potencia feminista. O el deseo de cambiarlo todo), necesitamos efectuar un pensar situado que sea inevitablemente internacionalista. Y en América Latina hay “capas múltiples de insurgencias y rebeliones” que son el suelo desde el cual pensar una resonancia mundial desde el Sur capaz de gestar un “transnacionalismo”, o un nuevo internacionalismo del siglo XXI.

Parafraseando al poeta argentino Humberto Constantini con el que comenzamos este texto, en medio de la pandemia mundial parece que estamos ante “una fiebre que no cura”. Pero quizás, también, como escribió en su poema en homenaje a Guevara, “a lo mejor es rebelión… y está viniendo”.

Fuente e imagen: http://lobosuelto.com/militanciasycovid-pacheco/

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Recuperar la memoria

Por: ctaacordoba.or/Juan Carlos Giuliani*

A 133 años del asesinato de los Mártires de Chicago, condenados y ejecutados por exigir que la jornada laboral fuera de 8 horas, nuestro presente es de lucha. El 1º de Mayo, Día Internacional de los Trabajadores, se conmemora en todo el mundo, menos en los Estados Unidos, cuna del Imperio, y Canadá, donde lo recuerdan el primer lunes de septiembre.

Con el correr del tiempo la conmemoración del 1º de Mayo se transformó en el acontecimiento más masivo, unitario y globalizado del mundo entero. Homenaje y compromiso que revela nuestro poder como clase cuando somos conscientes de nuestra fuerza y capaces de reconocernos como el sujeto organizado de un proyecto colectivo.

Los sectores dominantes procuran no sólo que los trabajadores no tengamos historia, doctrina, héroes o mártires. También intentan adueñarse de nuestras fechas, de nuestros símbolos, de nuestra razón de ser. Para ellos el 1º de Mayo es el Día del Trabajo, una abstracción que responde a la lógica de negar al sujeto histórico concreto, de carne y hueso: El trabajador.

Ese axioma, amplificado hasta el infinito por la superestructura cultural del sistema, no es inocente. Se trata de fraccionar la conciencia de unidad de clase, de instalar en el imaginario colectivo la preeminencia de lo individual por sobre lo comunitario, de aniquilar la noción de hombre organizado como sustento del progreso social.

Para nosotros existe una sola clase de hombres: Los que trabajan, como quería Evita. Recobrar el espíritu clasista siguiendo el itinerario de los pioneros del movimiento obrero, de sus luchas y sueños, de sus fracasos y efímeras victorias, significa poder mirarnos en el espejo de la lealtad a un proyecto revolucionario inconcluso.

La historia es un devenir. No empieza cuando uno llega y tampoco termina cuando uno se va. Ese sindicalismo que no transa ni claudica ante el poder es nuestra fuente de inspiración. El de los anarquistas, socialistas, sindicalistas revolucionarios y comunistas de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, el de los “cabecitas negras” que encabezaron el proceso transformador más trascendente de la Argentina, el de todos los que forjaron este camino que caminamos y del que cabe estar profundamente orgullosos.

La formación de la conciencia de clase, el proyecto de una nueva sociedad, la experiencia de gobierno durante el peronismo, los caños heroicos de la Resistencia, el salto cualitativo en los niveles de conciencia y organización que suponen los programas de La Falda (1957) y Huerta Grande (1962) y el Mensaje de la CGT de los Argentinos a los Trabajadores y al Pueblo fechado el 1º de Mayo de 1968; el Cordobazo, la rebeldía ahogada en sangre durante la tiranía militar, la resistencia al genocidio, los 26 Puntos de la CGT Brasil, el Grito de Burzaco, la Marcha Federal, el Seguro de Empleo y Formación plebiscitado por el Frente Nacional contra la Pobreza (FRENAPO), la explosión de rebeldía popular en diciembre de 2001, la Constituyente Social, los 32 puntos de la Multisectorial y tantos otros sucesos jalonan esta rica y compleja historia.

Los mártires de la Semana Trágica, La Forestal y la lucha de la Patagonia, los fusilados en los basurales de José León Suárez, las víctimas del Plan CONINTES, Felipe Vallese, Atilio López, Benedicto Ortiz, Víctor Choque, Teresa Rodríguez, José Luis Cabezas, Maximiliano Kosteky, Darío Santillán, Jorge Julio López, Carlos Fuentealba, Mariano Ferreyra y las ausencias irreparables de Agustín Tosco y Germán Abdala. La lista es inacabable y el recuerdo imborrable.

La mayoría de los 30.000 militantes populares masacrados por la dictadura militar provenían del universo del trabajo. Ellos no ofrendaron sus vidas para construir un capitalismo serio o de rostro humanitario. Vivieron, lucharon y murieron por una sociedad libre, fraterna e igualitaria. Para terminar con el régimen de despojo y explotación. Por una Patria socialista.

Rescatar su compromiso político, social e histórico se convierte en un imperativo insoslayable en momentos que el enemigo opera incansablemente para mantener sus privilegios intactos y el campo popular debate, se organiza, confronta y articula en medio del vértigo de esta etapa signada por el revanchismo patronal.

Inmersos en esa dialéctica, reivindicar el 1º de Mayo es reconocer que los trabajadores, en medio de esta ofensiva oligárquica, no resignan su reclamo por una justa redistribución de la riqueza, buscando acertar en el reagrupamiento del Movimiento Popular eludiendo los atajos del gatopardismo y los cantos de sirena de los profetas del “no se puede”.

Cuando los funcionarios de Martínez de Hoz afirmaban muy sueltos de cuerpo que para el país “da lo mismo fabricar acero que caramelos” seguramente no imaginaban que estaban vocalizando algo más que una metáfora: La producción de acero hoy es paupérrima para responder a las necesidades de un proceso de reindustrialización, pero Argentina es uno de los productores de golosinas más importantes de América Latina. Parábola perfecta que pinta mejor que nada nuestro carácter de país dependiente.

A los que aseveran que los trabajadores deben permanecer indiferentes al destino de la Nación y pretenden que nos ocupemos solamente de problemas gremiales, les respondemos que impulsamos una práctica de sindicalismo integral, que liga lo político a lo reivindicativo, que organiza la voluntad colectiva, se reapropia del conocimiento y construye poder propio para asegurar el bienestar del pueblo todo. Lo otro es sindicalismo amarillo, empresarial, que quiere que nos ocupemos solamente de los convenios y las colonias de vacaciones, mientras hace negocios bajo la mesa.

El 1º de Mayo es una fecha propicia para recuperar la memoria de los que pelearon por la dignificación de los trabajadores y por un país con justicia social, plena democracia, desarrollo económico y una política exterior independiente, encaminada solamente a servir a los intereses nacionales y a la unidad con los pueblos latinoamericanos

Es responsabilidad de los trabajadores recoger esas banderas y enarbolarlas para que el pueblo argentino camine hacia un futuro de Liberación Nacional y Emancipación Social.

Tal como lo planteara la CGT de los Argentinos de Raimundo Ongaro hace más de medio siglo, “más vale honra sin sindicatos que sindicatos sin honra”. Respecto a la necesidad de llevar adelante acciones unitarias para enfrentar la restauración oligárquica, otra consigna de la CGTA sirve para esbozar una respuesta: “Unirse desde abajo y organizarse combatiendo”.

La unidad de la clase crece desde el pie, y “crece desde el pueblo el futuro”, como canta con voz inconfundible el inolvidable Alfredo Zitarrosa.

*Vocal de la Comisión Ejecutiva Regional de la CTA Autónoma Río Cuarto. Congresal Nacional de la CTA-A por la Provincia de Córdoba

*Fuente: http://ctaacordoba.org/recuperar-la-memoria/
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