18 de agosto de 2016/ Fuente: elpais
Iris es una niña muy peculiar. Con 5 años todavía no habla, más allá de unas pocas palabras, y le cuesta relacionarse socialmente, incluso con las personas que le son más queridas. Parece estar siempre ensimismada, encerrada en sí misma, y, de hecho, le resulta prácticamente imposible centrar su atención en cualquier cosa que suceda a su alrededor, aunque sea un juego que habría hecho las delicias de cualquier otro niño. Excepto cuando pinta.
Iris fue diagnosticada a los dos años con un trastorno neurológico del espectro autista (TEA), una enfermedad todavía mal comprendida que, entre otras cosas, cursa con alteraciones la interacción social y la comunicación y un repertorio de comportamientos muy restringido y repetitivo. En algunos casos, como el de Iris, sin embargo, el autismo confiere a quien lo sufre unas capacidades extraordinarias en otras facetas de la vida.
Iris tiene un talento excepcional para la pintura. En muy poco tiempo ha alcanzado una comprensión de los colores y sus interacciones en un lienzo que van mucho más allá de los propios de un niño de su edad y, según muchos críticos de arte, recuerdan incluso al Monet más maduro. Pero lo más importante es que al pintar es capaz de centrar su atención, incluso durante periodos continuados de más de dos horas.
Suele argumentarse que estos niños con TEA (trastorno del espectro autista), artistas precoces y normalmente hiperrealistas, deben sus extraordinarias capacidades al hecho de que son incapaces de formar conceptos. Tienen una habilidad perceptiva inusual que les permite mirar a una escena compleja y segmentarla mentalmente en cada uno de sus componentes fundamentales. Este sesgo hacia el procesamiento local es propio de prácticamente todos los niños diagnosticados con TEA, no solo de aquellos con altas capacidades artísticas, pero es extraordinariamente infrecuente en niños que siguen un curso normal de desarrollo. Y esta podría ser una de las causas de su sintomatología; su incapacidad para abstraerse de los detalles les impediría combinar información de manera abstracta, les impediría pensar, en sentido convencional, y relacionarse con sus semejantes y el mundo en general.
No existe, por ahora, un tratamiento que cure el autismo. Sin embargo, a Iris el arte le ha ayudado a progresar de una manera impensable hace tan solo unos meses. Pero Iris no es la norma. Muchos niños con TEA presentan una afectación mayor y no presentan sus habilidades, ni interés por el arte. Juan fue diagnosticado con TEA también a los dos años y, como Iris, dejo de hablar, de jugar y de relacionarse. Sin la muleta del arte, Juan fue a peor y a los seis años se encontraba completamente encerrado en sí mismo y había desarrollado una agresividad desmesurada. Hasta que su madre, ya desesperada, oyó hablar de una terapia con robots que era capaz de fomentar la creatividad, estimular las emociones y mejorar la comunicación.
Estos robots, al contrario que las personas, presentan patrones de comportamiento sencillos y fácilmente segregables. Son capaces de hablar pero siguiendo discursos sencillos, realizan movimientos de cabeza e incluso presentan expresiones faciales pero fácilmente identificables individualmente, y los niños con TEA no tienen, aparentemente, ninguna dificultad para interaccionar con ellos. Después de un tiempo de terapia con el robot, Juan comenzó a salir de su aislamiento, interacciona con el robot tocándolo, riéndose y repitiendo sus palabras, y esta mejora se ha visto que transfiere a su vida cotidiana, mejorando su vocabulario y su relación con los demás.
Es posible que muy pronto la robótica sea una herramienta esencial para el aprendizaje y el desarrollo de los más pequeños. No solo los robots soñarán con ovejas eléctricas.
Fuente: http://elpais.com/elpais/2016/08/11/ciencia/1470924049_727654.html
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