Reseñas/17 septiembre 2020/Autora: Sara Velasco Arcas/rebelion.org
Cuestionar el rol subordinado de la mujer en la sociedad islámica no ha sido una tarea fácil para Násara, que ha tenido que enfrentarse a situaciones muy delicadas debido a su activismo.
Násara iahdih Said hace frente a una doble lucha: ser mujer y ser refugiada. Nació hace 26 años en los campamentos de refugiados de Tinduf, lugar en el que vive parte de la población saharaui desde que fueron expulsados de sus tierras por la ocupación marroquí. A los 14 años, gracias al programa Vacaciones en Paz, llegó a España, huyendo de la situación que ahoga a su pueblo.
La joven musulmana y activista feminista lleva cuestionándose todo lo establecido y rompiendo el silencio impuesto desde que era una niña. Aún desconocía lo que era el feminismo, pero ya se enfrentaba a todas las conductas machistas que le rodeaban. Alzar la voz, rebelarse bajo la autoridad de su familia y cuestionar el rol subordinado de la mujer en la sociedad islámica no ha sido una tarea fácil para esta saharaui, que ha tenido que enfrentarse a situaciones muy delicadas debido a su activismo.
Násara hizo uso del sapere aude, se atrevió a pensar dentro de un contexto que le acribillaba, anulaba su personalidad y cuestionaba su existencia. «Ponerme las gafas moradas me hizo entender el mundo que me rodea, mis represiones, mis ansiedades y mis complejos. Entendí esa escala de opresión que existe sobre mi persona», declara la activista. Ella lucha cada día por conseguir las libertades que han sido históricamente arrebatadas a las mujeres musulmanas, siendo consciente de las fuertes consecuencias que esta batalla puede acarrear.
Según la Fundación contra Crímenes de Honor, más de 10.000 mujeres son asesinadas al año por este motivo
Su lucha es titánica, a la vez que valiente y peligrosa. Enfrentarse a un muro inquebrantable como es el patriarcado islámico es un trabajo en el que hay que asumir grandes riesgos. Según la Fundación contra los Crímenes de Honor, más de 10.000 mujeres son asesinadas al año por este motivo. «He pasado mucho miedo. Recibo continuamente mensajes, insultos y amenazas. Tengo que cuidar mucho mis palabras para no poner en riesgo ni mi vida ni la de mi familia», detalla la saharaui.
Feminismo bajo el contexto islámico
El feminismo islámico es definido por Násara como «un movimiento que pide permiso para poder interpretar su libro sagrado y, en él, buscar una posibilidad de que se otorgue derechos y libertades a las mujeres». La activista va más allá y basa su lucha en combatir todas las capas opresoras perennes en la sociedad que la ha visto nacer: la familia, el Tribunal Social Islámico y el sistema basado en una jerarquía vertical férrea.
El patriarcado islámico obliga a las mujeres como Násara a vivir de acuerdo a unas conductas morales terriblemente intransigentes y restrictivas, que si no son llevadas a cabo por parte de las mujeres, estas son relegadas al ostracismo, y a vivir bajo el estigma más duro que existe en la sociedad islámica: el deshonor. «Tememos más miedo al deshonor que a la cárcel», afirma la saharaui.
Su lucha también pasa por cuestionar el uso del hiyab. Para Násara es «un elemento opresivo, que representa la máxima expresión de la misoginia». Aunque siempre que menciona el tema, recuerda que su lucha no es contra las mujeres que deciden cubrir su cabello, sino contra el velo y lo que su uso implica. «Jamás voy a dirigirme a las veladas, ni a cuestionar su elección, no voy a invadir su privacidad. Pero sí voy a explicar las consecuencias del uso del velo sobre mi persona». La joven defendió en el pasado el uso del velo, e incluso le hicieron creer que era una decisión propia, pero se dio cuenta de que lo llevaba para proteger a su familia, y en detrimento de sus derechos y de su libertad.
Para entender al completo cuáles son los objetivos de la lucha de Násara, hay que saber diferenciar el movimiento feminista secular -al que ella pertenece- del islámico. El feminismo secular es laico, lucha por los derechos de las mujeres sin tener en cuenta lo que diga la religión. «Las feministas seculares nos jugamos la vida por exigir nuestros derechos, por enfrentarnos al patriarcado islámico», afirma la saharaui. Por ello, reclaman que no se confundan ambos movimientos. «Nos asocian al feminismo islámico por estereotipos. Nos reducen y personifican en una religión, y no imaginan un feminismo que luche fuera de ella», declara la activista feminista.
La revolución del feminismo secular
A diferencia del feminismo islámico, dentro de la corriente secular, las mujeres no piden permiso para reinterpretar el Corán e intentar coexistir dentro de la sociedad; ellas exigen sus derechos en condición de seres humanos, con independencia de que la ley islámica los reconozca o no.
«Las feministas seculares no dialogamos con el Tribunal Social Islámico, lo combatimos para derribar su misoginia»
«A las feministas seculares no nos importa que el Corán no reconozca nuestros derechos; nosotras no dialogamos con el Tribunal Social Islámico, directamente lo combatimos para derribar su misoginia», confirma Násara. La lucha incansable de este movimiento también trae consigo consecuencias emocionales para quien libra sus batallas. Las feministas pertenecientes a este movimiento hacen frente cada día al sentimiento de culpa por replantearse la situación de las mujeres de la sociedad a la que pertenecen. «Nos sentimos culpables por destapar esta realidad.», afirma la activista.
En este contexto, el feminismo secular lucha contra el sistema patriarcal islámico. «Nuestro enemigo no es la persona de a pie, es el sistema que perpetúa las conductas que limitan a las mujeres, y es a él al que hay que derribar», señala la saharaui. Las feministas seculares también recuerdan que en este sistema los únicos beneficiados son los hombres, y que estos disfrutan a lo largo de su vida de múltiples privilegios en detrimento de los derechos de las mujeres. Para combatir esta situación, este movimiento basa su lucha en tres pilares fundamentales: la educación, la sensibilización en los medios de comunicación y en leyes que otorguen y protejan los derechos de las mujeres musulmanas.
Sororidad y aprendizaje
El patriarcado es algo global y, frente a ello, la activista defiende un feminismo sin apellidos, en el que las militantes se preocupen por la situación de todas las mujeres con independencia del lugar del que provengan. «Es normal que demos prioridad al contexto en el que habitamos, pero no es incompatible con establecer lazos de unión con mujeres de otras realidades», sentencia la saharaui.
Bajo la idea de acercarse a otras realidades y unir fuerzas para concienciar a la sociedad, Násara ha creado la plataforma Amnat Thawra (Hijas de la Revolución), en la que trabaja con mujeres musulmanas o de raíces islámicas que proceden desde el Norte de África, la península arábiga o Europa, y denuncian la situación en la que se encuentran según el lugar en el que viven o la sociedad de la que provengan.
Násara, además, trabaja con sus compañeras de Conciencia Feminista (نحو وعي نسوي), que, junto a Hijas de la Revolución, establecen las dos únicas plataformas feministas que existen en el Sáhara. Ninguna de ellas se localiza en los campamentos de refugiados saharauis, y esto le preocupa enormemente a la activista, ya que «en los campos de refugiados se ha sufrido un enorme atraso en cuanto a los derechos de las mujeres en los últimos años». Násara se ha percatado de que las niñas llevan el velo a una edad cada vez más temprana, y ve que ello es la respuesta de la radicalización en los años 80 de la región MENA. «En nuestra cultura, el elemento representativo es la melfa (vestimenta tradicional femenina del Sáhara), pero imponen el uso del velo porque es más ortodoxo», confirma la activista.
Por la creación de este tipo de proyectos, Násara recibe campañas de descrédito contra su persona de manera continua y salvaje. «Yo no soy una guerrera, soy una superviviente», sentencia.