Por: Ezequiel Luque
El 4 de enero, se cumplieron tres meses desde que fuerzas federales irrumpieron en el territorio de la Lof Lafken Winkul Mapu en Villa Mascardi (Bariloche) y se llevaron detenidas a mujeres y niños mapuche. Cuatro de ellas permanecen todavía con prisión domiciliaria, entre las que se encuentra la machi Betiana Colhuan Nahuel, autoridad espiritual de la comunidad. Desde La tinta, visitamos la casa donde permanecen alojadas y dialogamos con ellas para comprender su reclamo y su vínculo con las tierras ancestrales que reconocen como hogar y son fundamentales en su espiritualidad.
La recuperación de las tierras en 2017 y la formación de la Lof Lafken Winkul Mapu; el inicio de la causa de Parques Nacionales y los operativos de la entonces ministra, Patricia Bullrich; el asesinato de Rafael Nahuel por parte de Prefectura; la campaña coordinada de estigmatización mediática; el crimen de odio contra Elías Garay; las amenazas de desalojo; las humillaciones; los ataques de falsa bandera; las decenas de causas abiertas… todo un extenso y sistemático camino de persecución policial, judicial y política que tuvo su episodio más reciente el pasado 4 de octubre de 2022, cuando el Comando Unificado de Seguridad -formado hace meses por el Gobierno nacional- ingresó a territorio mapuche en Villa Mascardi y desalojó a la comunidad que hacía cinco años vivía allí.
Sin intenciones de profundizar sobre este operativo -que bien ha sido relatado por las damnificadas a través de medios colegas-, es fundamental contar cómo sigue la vida de las cuatro mujeres y la decena de niños que aún permanecen con prisión preventiva y domiciliaria en el Centro Mapuche de Bariloche. Porque se trata de personas que, de manera abrupta, vieron interrumpidaero su vida en la montaña y ahora tienen que acomodarse a otro entorno, otros vínculos, otra espiritualidad, lejos de su hogar.
La Lof Lafken Winkul Mapu hacía más de cinco años que estaba instalada en Villa Mascardi, en una porción de territorio que le disputa a Parques Nacionales, a quien acusa de hacer negocios con las tierras. De hecho, la mayoría de las parcelas con las que colinda la Lof pertenece a privados particulares, salvo una porción perteneciente al Obispado de San Isidro.
Desde 2017 a esta parte, la comunidad comenzó a trabajar con animales, tenía una huerta y hierbas medicinales, y había construido una docena de casas de madera (rukas) donde vivían cerca de 30 personas, entre ellas, niños y niñas que habían pasado toda su vida allí. Durante el desalojo, perdieron sus casas y sus pertenencias, ya que, hasta ahora, no las dejaron volver y el territorio se encuentra extremadamente custodiado por fuerzas federales.
“Nos destruyeron todo lo que habíamos construido con mucho esfuerzo estos años, pero no nos importa lo material ni lo económico. No lo vemos como un negocio para el turismo, como lo ve Parques Nacionales. Podemos volver a empezar de cero y levantar todo. Pero tenemos que volver. Lo que nos da ánimo es el territorio. El día a día en esa montaña nos cargaba de energía”, relata la machi Betiana Colhuan Nahuel, desde el otro lado de la mesa en la que compartimos unas tortas fritas con mate amargo.
El lugar en el que están ahora alojadas -apresadas- es una estructura cuadrada de cemento de dos pisos, en la que conviven Betiana Colhuan Nahuel, Luciana Jaramillo, Romina Rosas y Celeste Ardaiz Guenumil, junto a una decena de niños y niñas que van desde apenas unos meses de vida a, quizás, unos 9 o 10 años. Todos son criados en comunidad. Los adolescentes de la comunidad no están aquí. Me cuentan que ellos tenían aún el recuerdo latente de la represión de 2017 en la que murió Rafael Nahuel, por lo que huyeron montaña arriba apenas escucharon que se desató la represión de las fuerzas de seguridad.
“No tenemos otra opción de vida que volver al territorio. Nuestros hijos nacieron ahí, tienen sus placentas ahí y sus raíces ahí. No se les puede sacar de ahí y llevarlos a otro lugar para que sigan con su vida. Es como sacar a una planta de su entorno natural. No van a crecer como lo harían en su lugar nativo. Nosotras aspiramos a volver, por nuestra salud, por la de nuestros hijos. Tenemos todo ahí: nuestro bienestar de pueblo, nuestra salud física y espiritual“, sostiene firme la machi, mientras amamanta a su bebé apenas por encima de su vestimenta y platería tradicional.
Las machi son las autoridades espirituales máximas del pueblo mapuche, que “vienen a este mundo a sanar con sabiduría natural”, tanto a personas mapuche como no mapuche. Después de 50 años, Betiana Colhuan Nahuel es la primera machi de este lado de la frontera, en el Puel Mapu, y es reconocida como referente espiritual de ambos lados de la cordillera.
En la Lof Lafken Winkul Mapu (Villa Mascardi), se encuentra también el único rewe que hay en pie en el país y se trata de un lugar donde la machi contacta a sus energías espirituales, renueva su fuerza y sabiduría, neutralizando energías espirituales causantes de enfermedades y males.
Tal vez sea difícil de entender desde una cosmovisión occidental, pero, desde la filosofía mapuche, son muy profundas las razones por las que una machi tiene que estar junto a su rewe. “No es un altar que se visite cada tanto. Es un newen, una fuerza que está ligada a la machi que allí desarrolla su trabajo y a ese rewe también quedan ligadas las personas que están en tratamiento y las comunidades que se vincularon. Todo rewe es un ser con vida que debe ser cuidado, acompañado y alimentado. Se preocupan por nuestra salud, pero nosotras decimos que la salud que está primero en peligro es la del rewe, la mapu y los kujfikecheyem. Por eso, también estamos todos en peligro”, expresaron las mujeres detenidas en el último Parlamento Autónomo convocado por diferentes autoridades ancestrales mapuche-tehuelche que se realizó a fines de noviembre.
La detención y desalojo de la machi Betiana Colhuan Nahuel tiene antecedentes similares en Chile, donde muchos pu machi han sido separados de sus pu rewe, como es el caso del machi Celestino Córdova, la machi Francisca Linconao y la machi Millaray Huichailaf, quienes también han manifestado públicamente la urgencia por regresar a sus territorios y evitar así las graves consecuencias que un rewe debilitado tiene para el pueblo mapuche.
Luciana Jaramillo es otra de las mapuche detenidas. Antes de arrancar a charlar, me pregunta si después voy a poder editar el audio de la grabadora y le aclaro que es solo para la nota, que no va a salir en ningún lado. Se la ve ahora más cómoda. Dice que recién están aprendiendo a dar entrevistas, que, hasta hace unos meses, nunca habían tenido que hacerlo. Aun así, comienza de manera contundente: “Toda esta persecución, todo este hostigamiento y criminalización es porque somos mapuche. Se vuelve a repetir lo que le ha pasado a nuestros abuelos. Es claramente un escarmiento, un castigo. Buscan disciplinar, no solo a nuestra comunidad, sino al pueblo mapuche entero“.
“Nuestro pueblo es preexistente al Estado. Nosotros retornamos al lugar de donde, en algún momento, fueron sacados nuestros abuelos. Por herencia nos corresponde. No somos usurpadores, cómo vamos a usurpar nuestra propia tierra, cómo vamos a comprar nuestra propia tierra (…) La solución a este conflicto es que reconozcan sus propias leyes y dejen de perseguirnos”, dice Jaramillo, en referencia a las leyes internacionales y a la propia Constitución Nacional (Art 75. inciso 17) que reconoce los derechos y la preexistencia de los pueblos originarios en el territorio nacional.
El edificio en el que transcurren la prisión domiciliaria se encuentra en el extremo noroeste de la ciudad de Bariloche, sobre una loma repleta de retama amarilla. En una de sus paredes laterales, hay ilustraciones de la simbología mapuche que permiten reconocer la casa casi desde la ruta costanera. De vecinos, tienen al Destacamento de la Policía Criminalística, en el que, todos los días, una formación militar realiza el izamiento de la bandera argentina.
Luciana cuenta, además, que autoridades gubernamentales les ofrecieron viviendas en la ciudad de Bariloche y dinero para que puedan sustentarse por seis meses, propuesta que rechazaron de manera inmediata.
“Al mapuche lo quieren así, en el medio de la ciudad, empobrecido, siendo la mano de obra barata de ellos, construyéndole la casa; siendo la sirvienta de ellos, cuidándole los hijos y lavándole la ropa. Así nos quiere el winka (hombre blanco), sumisos. No se bancan que tengamos un camino autónomo, porque quieren que les estemos besando los pies. Nosotros no estamos más en esa, queremos ser un pueblo digno y buscamos dignidad en nuestro territorio, si la sierra nos da todo lo que precisamos, no necesitamos nada de la ciudad estando allá. Sabemos sembrar, sabemos tejer, criar animales… y estamos construyendo nuestra espiritualidad que es lo más importante”, expone la joven.
La machi Betiana sostiene algo similar: “Queríamos tener una vida más propia del pueblo mapuche. Y damos el mensaje de aliento de que se puede lograr. Por eso, creo que el Estado nos tiene miedo. En la ciudad, nos sentimos despojados, no parte. Esa es nuestra herencia reciente. Nuestros padres y madres han sido la mano de obra barata, analfabetos, sin encajar en la sociedad. Es parte de la opresión que conquistó y esclavizó al pueblo mapuche. Seguimos siendo esto, de otras formas, pero seguíamos siendo sus esclavos. Por eso, decidimos no vivir más de rodillas, levantarnos y eso tiene consecuencias que debemos asumir“.
El pueblo mapuche tiene, como colectivo, derecho a la salud y a la espiritualidad. Y para su cosmovisión, esos dos pilares de la vida no están garantizados si la machi no retorna a su rewe.
Sumado a esto, hay infancias a las que se les está privando de su derecho a crecer en pleno ejercicio de su identidad cultural y religiosa. Desde que ocurrió el desalojo, algunos de los niños están sufriendo desequilibrios físicos y emocionales por estar fuera de su tierra, y lo demuestran con falta de habla o exhibiendo un estado de sobreexcitación. “Los más chicos nos dicen: ‘¿Por qué estamos acá? Vayamos para la ruka’. Ellos lo único que quieren es volver allá, a su lugar. Hacía cinco años que estábamos viviendo ahí, no conocen otra cosa”, señala Luciana.
Mientras, Betiana complementa: “Nosotras intentamos transmitir la cultura mapuche, no en un pizarrón ni como enseñanza de escuela, sino desde la crianza día a día, con las costumbres en el territorio. Que ellos lo vean como una forma de vida, más propia de nuestro pueblo. Hoy, se sienten muy despojados y reprimidos, porque se cortó mucho de esa crianza. Pero entienden lo que pasó y que les pasó por ser mapuche, por vivir en el territorio”.
El próximo 12 de enero, se realizará una mesa de diálogo entre el presidente Alberto Fernández y referentes de comunidades mapuche de Río Negro, Chubut y Neuquén, para abordar la persecución a las comunidades, en general, y la problemática de Villa Mascardi en particular.
Consultadas sobre cuál sería la solución al conflicto, Betiana y Luciana respondieron: “La decisión es política. El conflicto que ellos mismos han generado con nosotros se resuelve con una firma del presidente, donde diga que nos cede ese territorio a nosotros, donde ya teníamos una vida y que, por derecho, nos corresponde”.
Imágenes: Ana Medero y Ezequiel Luque
Fuente de la información e imagen: La Tinta