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Los relatos sobre la conducta filial ejemplar abundan en la historia china. Muchos de estos fueron escogidos y compilados durante la dinastía Yuan (1280-1368 d.C.) por Guo Juking, oriundo de la provincia de Fujian, tras el duelo por la muerte de su padre. Guo recolectó proezas filiales de hijos hacia sus padres desde la era del legendario Emperador Shun primordial (2.233 a.C.-2.184 a.C.) Incluso hoy en día, estas historias forman parte importante de las virtudes ortodoxas chinas. Aunque para los occidentes estas historias puedan parecer graciosas porque no existe la devoción filial en su cultura, en la antigua China la devoción filial era algo tan normal y esperado como hoy en día lo es un saludo.
Durante el Período de Primavera y Otoño vivió un hijo devoto llamado Viejo Maestro Lai (Lao Laizi). Desde pequeño siempre fue muy respetuoso y obediente hacia sus padres. Él obedecía sus deseos, e incluso prestaba atención a sus pensamientos más íntimos; su corazón siempre estaba preocupado por servirlos como un hijo obediente. A los setenta años aún se dedicaba a la anciana pareja, que logró tal longevidad debido a su devoción filial. Lai los mantenía abrigados en invierno y frescos en verano, y los alimentaba con comidas suaves y fáciles de digerir para sus desdentadas bocas.
El Viejo Maestro Lai quería mantener a sus padres de buen espíritu, así que nunca mencionó la palabra «viejo» en su presencia. Un día los escuchó lamentándose, «Mira a nuestro hijo, ¡ya está en su vejez! ¡Seguramente nuestros días están llegando al final!» Cuando escuchó esto, su corazón no pudo contener los sentimientos de impotencia que brotaron. «¡Debo encontrar una manera de alegrar sus corazones!», juró.
Determinado a no permitir que sus padres se lamentasen por su avanzada edad, ideó un plan. El Viejo Maestro Lai se vistió como un niño de circo e imitó la forma de caminar y de actuar de un niño travieso. Se maquilló en el estilo de la ópera cómica y usaba un tambor de flores y juguetes cómicos; así se presentó frente a los ojos encantados de sus padres. Para hacerle cosquillas a su sentido del humor, tomaba un juguete e imitaba el parloteo sin sentido de los niños, cantando, bailando y tropezando. A veces llevaba a la sala de estar un palo que balanceaba dos baldes llenos de agua. Cantando una tonada tonta, se tropezaba a propósito, desparramando toda el agua por el piso y empapando su ridícula peluca y su maquillaje.
Este espectáculo nunca fallaba en provocar las carcajadas de los ancianos. Hacerse el tonto siempre borraba la melancolía de sus padres y los mantenía felices durante días. Aunque él mismo no era joven, era capaz de ocuparse de la salud física y el bienestar mental de sus padres. Esta era su prioridad número uno en la vida.
La devoción filial de Lao Laizi impresionaba a todos los que escuchaban de ella, y él recibió grandes alabanzas por poner sus padres como primera prioridad y por su inusual ejemplo de perfecto respeto y apropiado afecto.
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