América del Sur/Argentina/29 de Julio de 2016/Autora:Susana Rigoz/Fuente: Defonline
Sin duda, los cambios en el clima tienen repercusiones en la salud que se manifiestan desde en el incremento de muertes por eventos extremos hasta en la reemergencia de enfermedades, entre otros muchos problemas de salud pública. Sobre la relación entre ambiente y salud, conversamos con la doctora Lilian Corra, presidenta de la Asociación Argentina de Médicos por el Medio Ambiente.
Desastres naturales, fenómenos meteorológicos inusitados, olas de calor, inundaciones, escasez de alimentos y contaminación del aire y del agua son solo algunos de los factores climáticos que repercuten en la salud humana. Según un informe del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC), las consecuencias de este fenómeno ya impactan en la carga de morbilidad global y las proyecciones indican que se agudizarán los problemas relacionados con la mala nutrición infantil, los cambios en la distribución geográfica de enfermedades infecciosas, en especial las transmitidas por vectores y roedores, y el incremento de muertes y afecciones vinculadas al ambiente.
-Dra. Corra, ¿podemos afirmar que defender la salud pública es en la actualidad un desafío mundial?
-Es relativo, porque la relación entre salud y ambiente es vieja como el mundo mismo. Por eso, cuando veo que algunos profesionales se sorprenden ante ciertos temas, me llama profundamente la atención. ¿Acaso es nuevo que una buena calidad de aire o agua es indispensable para no enfermarse? Quizá lo diferente sea que la medicina está cruzando los parámetros con lo ambiental, poniendo blanco sobre negro y actualizando al hombre de hoy las verdades sabidas desde hace muchísimos años. Creo que el problema es que los seres humanos nos hemos creído que podemos seguir adelante aun en el peor entorno; solo así puede explicarse la falta de conciencia en cuestiones tan relevantes.
-¿A qué otras razones atribuye usted esta falta de conciencia?
-Considero que, en el fondo, creemos que alguien, otro, tiene la responsabilidad de ocuparse de los problemas y ese convencimiento nos exime de culpa y cargo. Es entonces cuando relegamos la responsabilidad personal, profesional e institucional y dejamos de hacer lo que está a nuestro alcance. Debemos empezar a interactuar como sociedad, conociendo la opinión de los profesionales de las instituciones colegiadas. La ausencia de diálogo genera que se tomen decisiones sin una previa evaluación integral, desaprovechando las grandes capacidades profesionales que tiene la Argentina.
-Dado que el tema de salud y ambiente atraviesa la mayoría de las áreas, ¿cómo podría lograrse una coordinación efectiva?
-Aunque en los últimos 20 años los temas ambientales se han instalado, hay mucho que aprender. Las responsabilidades son claras: el Estado tiene la obligación de regular y controlar, y el área académica debe educar para las necesidades. La realidad indica que el sector científico no ha acompañado lo suficiente a la sociedad, por lo cual creo que el cambio debe comenzar por la universidad, que es el ámbito donde se enseña a pensar.
-Además del agua y el aire, ¿qué otros factores son determinantes para la salud pública?
-Al hablar de vías de exposición, hablamos del ambiente, agua, aire y alimentos, y también de productos que se utilizan en la casa como cremas, cosméticos, productos de limpieza o telas. Por otra parte, un factor determinante es el acceso a la salud. No es lo mismo vivir a cuadras de un hospital que tener que llegar a un centro por medio de un carro tirado por bueyes o no tener obra social o dinero para comprar los remedios.
-Ud. mencionaba diversos tipos de productos que uno suele tener en su casa. La pregunta es: si se comercializan libremente, ¿no significa que están avalados por Salud Pública?
-Esta es una problemática, nacional y global, que remite a la seguridad química. En la segunda parte del siglo XX, hubo un cambio importante en la forma de producir, y muchas veces la industria utiliza químicos en productos que comercializa sin dar tiempo a que se estudie su impacto sobre el ambiente y la salud, y sin que el Estado tenga tiempo de regularlas. Es un círculo complejo. La investigación es lenta; lograda la sospecha o evidencia de toxicidad, hay que estudiar la regulación; entonces, surge el problema de explicarle a la industria que el producto en el que invirtió muchísimo dinero puede estar comprometiendo la salud, aunque no sea evidente a primera vista. Dicho de otra forma, aunque la evidencia científica no sea concluyente. Un caso emblemático de la falta de interacción entre los sectores es la decisión de reemplazar las lámparas incandescentes por las de bajo consumo, que contienen mercurio y fósforo, elementos químicos altamente contaminantes. Fue un gran error que puso mercurio en todas las casas, aumentando el peligro de exposición en el caso de ruptura, sin tener solucionado el problema de la recolección y disposición al final de la vida útil del producto. Ahora comienza una negociación internacional en el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente para la eliminación del mercurio y probablemente en los próximos tres años tengamos que retirar estas lámparas, creando un problema ambiental grave y caro.
-¿Cuáles fueron los principales cambios que se produjeron en los últimos 60 años en la industria química?
-Al hablar de cambios, me refiero a la introducción de químicos de síntesis -de laboratorio- al ambiente con el uso masivo de determinados productos que generan, en algunos casos, lo que llamamos “contaminación difusa”, una contaminación que se encuentra en todas partes y ya no se puede controlar. Un buen ejemplo son los plaguicidas utilizados para el control de plagas y pestes desde la década del 40; algunos, como el DDT, han sido prohibidos por su alta toxicidad. Desde la mitad del siglo XX, se introdujeron estos químicos en diversos productos y procesos y se detectaron -la imprecisión se debe a la ausencia de regulaciones para su registro obligatorio- alrededor de 120.000 químicos, de los cuales menos del 10% fueron probados en cuanto a sus efectos en la salud de los organismos en desarrollo, con consecuencias sobre la reproducción y el coeficiente intelectual, entre otras.
ALERTA, SALUD
-¿A qué se denominan enfermedades centinela?
-Son aquellas que deben ser detectadas o monitoreadas, ya que evidencian la exposición de una comunidad a factores ambientales que pueden no ser identificados a primera vista pero cuyas consecuencias pueden ser medidas. Un ejemplo reciente es el incremento de las enfermedades respiratorias debido a la exposición a las cenizas del Puyehue. Otra enfermedad centinela clásica son las diarreas, relacionadas con la contaminación del agua y los alimentos. E hilando más fino, hay enfermedades emergentes o reemergentes -que aparecen en lugares o poblaciones donde no deberían estar- que cumplen la misma función de alerta. También pueden aparecer o incrementarse en edades en que no son frecuentes, por ejemplo el aumento de la diabetes infanto-juvenil, que evidencia la posibilidad de una exposición temprana a químicos durante la concepción. Es un tema complicado de manejar porque en la mayoría de los casos la enfermedad se manifiesta mucho después de haberse producido la exposición al contaminante.
– ¿El cáncer entra dentro de esta categoría?
-Sí, claro, pero en este caso creo que un factor al que debe prestarse especial atención es al cambio en los patrones de la enfermedad -por ejemplo, la aparición en gente cada vez más joven- y también a los tipos de cáncer: el incremento de cánceres glandulares (mama, próstata, testicular), de cáncer de cerebro y leucemias, que son posibles indicadores de exposición temprana a tóxicos. Hay que ser muy cuidadoso en este tema porque es difícil probar la causa efecto y conocer los mecanismos de cada químico. Aún son pocas las sustancias reconocidas cancerígenas -como el benceno y las dioxinas, entre otras- aunque la lista se va incrementando a medida que se investiga y se realizan más estudios de exposición a bajas dosis por largo plazo sobre las poblaciones.
-¿Qué opinión le merece la percepción social que habla de un aumento de las enfermedades?
-Una cosa es la percepción y otra la confirmación. La percepción puede ser real o errónea y necesita de la confirmación a través de la investigación. Le doy un ejemplo. Existe un estudio realizado en mujeres nacidas antes y después de 1935, año en que se empiezan a utilizar los químicos de síntesis, especialmente plaguicidas, de manera masiva. La investigación puso de manifiesto que aquellas mujeres concebidas antes del 35 tenían seis veces menos incidencia de cáncer de mama que las nacidas en años posteriores. Esto se pudo comprobar muchísimos años después de la exposición. El mapa de enfermedades va cambiando y es necesario estar atentos y recolectar la información de manera armonizada y comparable para conocer las variaciones. Y ese es el otro tema fundamental: reunir la información de modo de que sea útil a lo que queremos leer. Un maestro mío decía: “El que no sabe lo que busca, no entiende lo que encuentra”.
-Una expresión muy utilizada en la jerga médica es la de “carga ambiental de una enfermedad”, ¿a qué se refiere?
-Hace alusión a cuánta responsabilidad tiene el factor ambiental en la generación de una enfermedad. En una intoxicación, es el ciento por ciento, pero en el asma, por ejemplo, debe existir además un determinante inmunológico, porque ante el mismo contaminante otra persona puede generar una bronquitis sin espasmo. Por eso, cuando se sospecha de la toxicidad del factor ambiental, debe denunciarse aun sin la certeza científica total. Hablo del conocido principio precautorio: si creo que una sustancia puede ser tóxica, no debo esperar a que se enferme o muera la gente para advertir a las autoridades. Ignorar esta problemática lleva a los médicos a cometer errores muy comunes como no evaluar a un paciente en su contexto -sin indagar en qué trabaja ni dónde vive- y reenviarlo al lugar donde se genera su enfermedad.
-Llegado el caso de que el médico indague y el paciente viva en un lugar como Dock Sud, ¿qué puede hacer?
-En primera instancia, informar y aconsejar, porque hay información que es definitoria para mejorar la calidad de vida y evitar la enfermedad. Por otra parte, si descubre que una comunidad está en una situación de peligro por la presencia de un contaminante, debe dar el alerta a Salud Pública. Particularmente, creo que el caso de la Cuenca Matanza Riachuelo es un tema muy complejo que depende de la decisión política; y además estoy convencida de que nadie se puso a pensar en el alto costo de la inacción. Este lugar está encuadrado dentro de los denominados sitios contaminados. Hay cálculos recientes que indican que la población afectada por estar expuesta a sitios contaminados alcanza cifras similares a la población que sufre de SIDA.
CAMBIO CLIMÁTICO Y SALUD PÚBLICA
-¿Cuáles son las principales consecuencias del cambio climático en la salud?
-Ante todo, se modificó el mapa de las enfermedades, en especial las trasmitidas por vectores, debido a la migración de mosquitos ante el cambio en las condiciones del clima y también porque se corrió el límite de la selva por los desmontes. Hubo una variación de las isotermas -las líneas de igual temperatura- y del régimen de lluvias, lo que produjo un corrimiento de los vectores. El mosquito, como el ser humano, entre los 20 y 30 grados está cómodo, al modificarse las condiciones de calor y humedad, se va desplazando. Después solo se necesita que aparezca una persona infectada para que se propague una enfermedad.
-¿Esta es la razón del resurgimiento de determinadas enfermedades que se consideraban erradicadas?
-Sí, se trata de las llamadas enfermedades emergentes o reemergentes, como las infectocontagiosas transmitidas por vectores, que estaban controladas pero que al trasladarse el hombre y ocupar las zonas de desmonte, en general teniendo peores condiciones de vida, emergen. En Argentina fueron controladas exitosamente en el siglo pasado con medidas de salud pública, pero a mediados de los 90 resurgieron la malaria y luego la fiebre amarilla, que en este momento afectan la región del noreste y noroeste, por ejemplo, con zonas endémicas y eventuales brotes epidémicos de malaria.
-¿Se puede hablar de enfermedades centinela del cambio climático?
-Sí. Las trasmitidas por vectores como la fiebre amarilla y el dengue; las diarreas -porque cuando hace más calor o hay más lluvia y se contaminan los lugares de donde se saca el agua potable hay mayor reproducción bacteriana-; y las enfermedades respiratorias. Después hay incidencias indirectas porque los cambios del clima -frío, calor, lluvia- van a generar otros cambios ambientales -sequía, inundaciones-, que crean diferentes circunstancias y entornos propicios para otras enfermedades (alergias, parasitosis, etc.). Hay que estar alerta para detectar estos nuevos escenarios. No se puede hablar de cambio climático sin hablar de seguridad química, ya que el primero es consecuencia de una emisión de químicos al ambiente; tampoco se puede hablar de cambio climático sin pensar que los químicos se comportan de una manera distinta en el ambiente debido a las modificaciones en los parámetros de temperatura y humedad. Es necesario empezar a analizar la realidad de una manera holística.
-¿Hay políticas para el control de enfermedades infectocontagiosas?
-No conozco sobre las políticas actuales pero sí hay instituciones en el Estado con un mandato y responsabilidad específicos que deberían atender estos problemas. Creo que el tema de las enfermedades transmitidas por vectores tendría que abordarse con políticas públicas planificadas y efectivas, de largo plazo. Otra cuestión que se debería analizar en profundidad es el uso de plaguicidas en salud pública: cómo y con qué se realiza el control de plagas, preventivo o en las epidemias. Hay acciones que hacen pensar que todavía debemos fortalecer la información. Recuerdo, cuando tuvimos el problema del dengue, las imágenes de un fumigador usando equipos de protección personal inadecuados, entrando a los hogares, exponiendo a las familias o fumigando en un parque entre la gente. Esas imágenes hablaban por sí mismas de la falta de cultura para manejar tóxicos.
-Como en la mayoría de los ámbitos, siempre se llega al tema de la educación.
-Definitivamente. Por eso yo insisto en eso de la responsabilidad individual, profesional e institucional. Creo que un ejemplo clarísimo es el del consumo. Escucho a muchísimos jóvenes preocupados por el ambiente pero que, sin embargo, están a la espera de las últimas novedades para descartar los celulares o sus equipos electrónicos innecesariamente. Por eso creo que hay que hacer hincapié en el mensaje, para generar un cambio de conducta ahora que comenzamos a entender que somos los artífices de nuestro propio destino. Yo lo llamo el “síndrome de Thelma y Louise”, en referencia a la película en que las dos protagonistas iban en el auto hacia el abismo, y aunque lo sabían y conocían las consecuencias, seguían acelerando.
-Ud. es la presidenta Asociación de Médicos Argentinos por el Medio Ambiente. Según su experiencia, ¿son consultados por los responsables de la toma de decisiones?
-Creo que lo más difícil de nuestro trabajo es el diálogo con el sector privado y empresarial. Respecto del área gubernamental, considero que una de sus falencias es no promover estos espacios, aunque el problema más grave es la inacción y la falta de eficiencia para implementar medidas. Siento que las acciones multisectoriales podrían ser de gran ayuda para lograr y establecer cambios, como quedó demostrado cuando se implementaron. De todas formas, más allá de los problemas, yo estoy muy feliz de vivir en mi país. Cuanto más conozco diferentes lugares del mundo, los problemas y charlo con colegas, más reconozco las capacidades locales y el compromiso social que tenemos los argentinos. Aquí, nadie, por más alejado que crea estar de los procesos de decisión, está ajeno del todo.
Fuente: http://www.defonline.com.ar/?p=7091
Fuente de la imagen: http://elmeme.me/milemadeo/15-fotos-de-la-nasa-revelan-el-terrible-cambio-climatico-sufrido-por-nuestro-planeta_113172